El cruce entre psicoanálisis y género Descargar este archivo (El cruce entre psicoanálisis y género.pdf)

Jacqueline Elizabeth Bochar Pizarro1

Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco

Resumen

Este artículo aborda algunos de los problemas de sesgo de género que se pueden presentar en la práctica del psicoanálisis. El sistema sexo/género al que está sujeto el analista y sus ideas de género pueden incidir en el tipo de interpretaciones que se le realizan a los pacientes.

Palabras clave: práctica del psicoanálisis,  género, perspectiva de género, interpretación.

 

Abstract

This article discusses some of the problems of gender bias that may arise in the practice of psychoanalysis. The sex/gender system and gender ideas may influence the kind of interpretations that are made to patients.

Key words: Practice of psychoanalysis, Gender, Gender perspective, Interpretation.

Introducción

Dentro de las ciencias sociales existen algunas investigaciones sobre las prácticas en el ámbito de la salud que han vuelto visibles las relaciones de género en estos espacios, demostrando cómo inciden los estereotipos de género del profesional en la práctica que realiza (Burman, 1990; Worrel, 2000). Muchos de estos estudios muestran cómo a menudo en sus intervenciones e investigaciones los profesionales refuerzan las desigualdades tradicionales, en lo social y en lo cultural, reproduciendo estereotipos de género. Así, las creencias y los estereotipos y prejuicios de género de las y los profesionales de cualquier ámbito atraviesan la práctica que se realiza tanto con hombres como con mujeres.

Por otra parte, en el campo de la psicología hay investigaciones que alertan sobre los sesgos androcéntricos y sexistas y la importancia de introducir los temas de género y los estudios feministas (Weisstein, 1968; Ferrer y Bosch, 2005; Cabruja, 2008). La Organización Panamericana de la Salud (ops) ha publicado recomendaciones donde considera de suma importancia incluir la perspectiva de género en los análisis para la igualdad del sector salud: “La equidad de género en materia de salud debe apoyarse en su propio fundamento, a saber: la ausencia de sesgo” (ops, Sen et al., 2005).

El psicoanálisis no escapa a dicha posibilidad

Este artículo es una reflexión a partir de mi investigación doctoral realizada durante los años 2009 a 2012 para la Universidad Autónoma Metropolitana en México: La categoría de género en la práctica contemporánea del psicoanálisis. Caso Uruguay.

Dicha investigación visualiza la práctica de psicoanalistas en temas centrales como es el de la interpretación de la violencia de género, la homosexualidad y el abuso sexual. Se atendieron las propuestas de Janet Hyde (1995) y María del Mar García Calvente (2009) que, si bien se refieren a un método de análisis diseñado para detectar sesgos de género en la investigación, pueden ser aplicadas para detectar sesgos de género en las prácticas e intervenciones.

Partí de la revisión del modelo teórico psicoanalítico freudiano y su trasfondo, para luego analizar la forma en que los temas señalados se interpretaban en la práctica. En ella planteo que si el modelo teórico del que se parte tiene sesgos androcéntricos y sexistas, su aplicación puede reproducir esos sesgos. Para esto consideré de importancia el análisis de los artículos freudianos que hacen referencia a la femineidad y las diferencias entre lo masculino y lo femenino, porque es allí donde quien lee puede observar el androcentrismo, que es uno de los sesgos de género. Cuando digo androcentrismo me refiero a la identificación de lo masculino con lo humano en general (García Calvente, 2009).  Esta tarea ya había sido emprendida de distintas formas por diferentes mujeres psicoanalistas que habían intentado mostrar con mucha destreza que existió en el creador del psicoanálisis una mirada “masculina” hacia las mujeres (Chodorow,  en Inglaterra; Mitchell, en Francia; Benjamin, en Estados Unidos; Dio Bleichmar, Giberti, Meller y Burín, en Argentina). Pero ninguna había investigado sobre cómo opera este sesgo en la práctica.

La experiencia de investigación de campo la realicé revisando los escritos publicados en los últimos diez años por la Federación Psicoanalítica de América Latina y entrevistando a dieciséis psicoanalistas de dos instituciones de formación de psicoanalistas de Montevideo, Uruguay: la Asociación Psicoanalítica del Uruguay (apu) y la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica (audepp).  La selección se realizó considerando igual cantidad de hombres que de mujeres de distintas franjas etarias: de entre 40 y 50 años y de entre 50 y 60. En principio también había intención de entrevistar personas más jóvenes, pero no había egresados menores a 40 años en dichas instituciones. Este criterio fue tomado en función de que la pertenencia generacional podría estar influyendo en sus ideas de género, cosa que luego se comprobó no incidía.

La selección se hizo al azar a través del listado de los miembros de las instituciones.

Se eligieron estas dos instituciones porque la primera es representante oficial del psicoanálisis en Uruguay, filial de la Asociación Psicoanalítica Internacional (api) y la segunda no.

Además se realizaron entrevistas por fuera de la muestra con dos eminentes psicoanalistas que han escrito y dictado seminarios sobre temas afines a esta investigación y fueron elegidos como interlocutores. También se hicieron entrevistas con personas que estaban directamente involucradas con el diseño del programa de formación de psicoanalistas en dichas instituciones.

Se eligió el caso Uruguay porque es uno de los tres modelos que la Asociación Psicoanalítica Internacional avala para la formación de los psicoanalistas en el mundo.

El objetivo de este artículo es fomentar la reflexión de la práctica de los psicoanalistas a partir de los hallazgos de la  investigación citada.

Sobre la práctica

La práctica del psicoanálisis se puede conocer a través de los casos y escritos presentados en congresos, simposios y jornadas psicoanalíticas; en supervisiones colectivas, en presentaciones clínicas de caso, así como también a través de las anécdotas de la práctica que los psicoanalistas cuentan en las entrevistas.

Sin embargo, interesa señalar que en la revisión de la bibliografía, no se hallaron investigaciones donde se analizara la incidencia del orden de género en la práctica de los y las psicoanalistas. Aunque se ha escrito y se reflexiona mucho sobre temáticas teóricas en relación a la técnica, se considera el tema de la transferencia, la posición del analista, el deseo del analista y también, en  menor escala, sobre la sexualidad femenina y el complejo de Edipo femenino.  También existen investigaciones financiadas por la Asociación Psicoanalítica Internacional (api o ipa, por sus siglas en inglés) que indagan sobre los efectos del psicoanálisis (Bernardi, 2002) y las variadas causas de diferentes trastornos psíquicos (Lartigue et al., 2008). Y muchos escritos teóricos sobre temas de género y diferencia sexual. Pero no se encontraron investigaciones sobre las relaciones de género en el consultorio, qué pasa con el sexo y con el género del o la psicoanalista y su paciente; desde qué referentes piensa lo que interpreta de y hacia hombres y mujeres y cómo su postura y su inserción en el sistema de sexo/género podría incidir en las interpretaciones que realiza.

El género ha sido problematizado al interior del psicoanálisis por lo menos desde la década del 1950 a partir de las aportaciones de Robert Stoller. Posteriormente, algunas psicoanalistas retomaron las discusiones que habían iniciado sus predecesoras (Karen Horney, Hamburgo, 1885-Nueva York, 1952; Sabina Spielrein, Rusia, 1885-Unión Soviética, 1942; Melanie Klein, Viena, 1882-Londres, 1960) e introdujeron aportes de Simone de Beauvoir y de los estudios feministas para discutir no solo el complejo de Edipo femenino, sino también las tendencias androcéntricas y sexistas de la teoría psicoanalítica (Mitchell, 1979; Chodorow, 1984; Benjamin, 1988; Hajer, 1993; Dio Bleichmar et al., 1996; Alizade, 2002).

Las alusiones que el tema de género despierta en relación con el feminismo, del cual es heredero, tal vez estén entre las razones del rechazo que, se observa, ocasiona en muchos casos; aunque —como se vio en esta investigación— no son las únicas. ¿Por qué a los y las psicoanalistas les da trabajo asumir que sus ideas del género actúan en las interpretaciones? ¿Por qué la dificultad para considerarlo como categoría de análisis? ¿Por qué la dificultad de incluirlo como una variable  más de las que atraviesan la transferencia?

Mostrar lo que se hace en el diván no es fácil, ya que quien lo hace se expone a la crítica y en algunos casos también podría enfrentarse al juicio por parte de su comunidad académica. Entre los psicoanalistas, la práctica solo se destapa en las instancias de formación y en el ámbito de la supervisión de casos, el cual es habitualmente reducido y confidencial. Cuando se expone en simposios y congresos no se actúa de la misma forma.

Esta reserva enfatiza la necesidad de proteger la identidad e intimidad del o la paciente, pero también está presente la consigna —explícita o no— de preservar la institución del psicoanálisis y a los propios psicoanalistas. Los controles continúan aún después de que un psicoanalista es habilitado como tal por su institución.2 Instancias tales como la supervisión buscan el autoconocimiento del inconsciente y del deseo del psicoanalista; con el objetivo de que no interfieran en el proceso con el paciente. Esta investigación ha mostrado cómo dichas instancias no garantizan que la postura del psicoanalista en relación al orden de género atraviesen la escucha y las interpretaciones que realiza, sin importar su sexo ni su formación y ni siquiera sus años de experiencia en la materia.

El principal objetivo de la investigación fue analizar cómo la práctica del psicoanálisis está atravesada por el sistema sexo/género del analista y visualizar si es que existen prácticas psicoanalíticas con perspectiva de género y qué diferencias plantean.

El concepto de interpretación siempre ha sido un tema de debate dentro del psicoanálisis, discutido sobre todo en la vertiente teórica y técnica: qué se considera una interpretación, cuándo y cómo interpretar. Si bien se ha analizado y reflexionado sobre la incidencia de la ideología de clase y la política (con el intento del freudomarxismo en 1960), no se ha analizado la incidencia del sistema sexo/género.

Considero que las interpretaciones albergan significaciones culturales y sociales que muchas veces naturalizan cierto tipo de situaciones. Un ejemplo claro en tal sentido se puede apreciar en el campo de la significación de la violencia de pareja. ¿Qué se entiende por violencia? ¿Y qué por violencia en la pareja? ¿Se considera la existencia de la violencia de género? Durante las entrevistas observé que, demasiado a menudo, se tendía a naturalizar determinadas formas de violencia, como la emocional o la psicológica, o ciertos comportamientos de agresión verbal, ciertas actitudes de control, ciertas palabras que denotaban dominio.

El análisis de los testimonios recogidos en la investigación de campo demuestra cómo algunos de los y las entrevistadas interpretaban un caso de violencia psicológica como un tema de “mal carácter” o de “patología” del agresor y/o de la agredida. La psicopatologización de la situación invisibiliza la desigualdad de poder en la relación de pareja y da como resultado interpretaciones que se vacían del contenido político. Este tipo de lecturas tiene consecuencias en la subjetividad de las pacientes. Entre ellas se puede mencionar el reforzamiento de la culpa y la posibilidad de generar expectativa de cambio sobre el agresor. Coloca al agresor en la posibilidad de excepción. De esta forma el problema se individualiza y permanece oculto el nivel estructural; la condición de dominio y de desigualdad que produce el sistema social patriarcal (Otero, 2009).

Este tipo de interpretaciones imposibilita a las mujeres el descolocarse de la responsabilidad por la salud del otro, en este caso, la pareja.

Los aportes del “conocimiento situado” de Haraway son un referente para esta investigación: ¿Desde dónde se mira? ¿Qué y cómo se mira? (Haraway, 1995). Y esto no solo implica la historia personal del que interviene, investiga o pone en práctica un saber-poder, sino también la conciencia de que su historia personal está inmersa en un contexto histórico social (Castoriadis, 1989) y de estructuras de parentesco (Rubin, 1986). Así como también la importancia de reconocer que todo conocimiento, por situado, es parcial, y que entonces es necesario establecer puentes y conexiones entre esas parcialidades.

Si bien el método psicoanalítico apeló siempre a lo individual de la historia del sujeto y a la singularidad del inconsciente, existen interpretaciones universales en la teoría psicoanalítica; las interpretaciones que se dan en el caso específico de la femineidad y la masculinidad responden al universal masculino, lo cual es un sesgo de género. La teoría del complejo de Edipo femenino es, según las propias palabras de Freud (1905, 1921, 1924, 1925, 1931, 1933) el reverso del varonil. Hay una responsabilidad del psicoanálisis y de los psicoanalistas por lo que efectúan a través de la interpretación (Galende, 1997). Y aunque ésta sea definida como una “construcción en el análisis” (Freud, 1937), siempre responde a una interpretación de la teoría, que es desde la cual “se mira”. La institución del psicoanálisis está enmarcada en una teoría que responde a un repertorio de interpretaciones: complejo de Edipo, tabú del incesto, ley del padre, castración, envidia del pene, etcétera.

A la vez, teoría nacida en una época romántica, contexto enmarcado por ciertas ideas acerca de la familia, la madre, el padre, el hijo, el hombre, la mujer, cargadas de significaciones sociales. Estas significaciones conciernen a la subjetividad de los integrantes de una sociedad y la subjetividad del intérprete, que está siempre implicada en la interpretación (Galende, 1997). Cuando digo “implicada” (Lourau, 1989) quiero decir atravesada por la significación social. Considero que este tema no se analiza ni se reflexiona en el psicoanálisis y es de la mayor importancia, porque es aquí en donde se producen los deslices de la técnica a la moral.

Detrás de algunas interpretaciones se cuelan asignaciones de lugares genéricos de los cuales no se hace conciencia, pero intervienen en el campo de la práctica y generan efectos en los pacientes.

La escucha y la interpretación son temas que deben pensarse en función de una ética. Si bien la ética del psicoanálisis se refiere a la función del analista; no se puede escindir la persona de su función. De lo contrario se cometería un grave error: separar el objeto del sujeto y esa es justamente una de las cosas que el psicoanálisis ha enseñado es una maniobra ficticia. Sujeto y objeto se afectan mutuamente; uno de los grandes aportes del psicoanálisis ha sido sobre este punto el concepto de transferencia. La constante reflexión del psicoanalista sobre su función muestra claramente la dificultad permanente en la que se  encuentra atrapada su persona; su trabajo es con la transferencia, en transferencia; el análisis del psicoanalista intenta dar luz en este terreno y trabajar con ésta.

En la relación analítica el analista interviene como un sujeto de género; también interpreta desde ese lugar.

Qué idea de género

La idea de género que sustentó esta investigación es la de una categoría que estructura formas de relacionarse entre las personas; el género como un ordenador social. Que no está dado por la naturaleza del sexo ni la biología del cuerpo, sino que se internaliza desde una cultura que asigna lugares y formas de relacionarse para hombres y mujeres; es decir ordena socialmente.

La carne se hace cuerpo en un repertorio de relaciones sociales, en la medida que hay otro que reconoce su deseo en algún ser. Ese cuerpo se hace sexo en un campo de relaciones de poder donde el género está presente y ejerce una presión para establecer cierto ordenamiento social. Las prácticas están enmarcadas en todo este campo de relaciones de poder.

Haraway (1995) señala que podrían clasificarse dos corrientes de conceptualización del género dentro del feminismo: la que adopta la distinción sexo/género como paradigma de la identidad y la que utiliza el sistema sexo/género como referente conceptual. En la primera corriente se separa el sexo del género con la intención de recuperar la importancia de lo histórico, antropológico y cultural en la construcción de las identidades, en lugar de acogerse a las explicaciones basadas en la individualización y la psicologización del problema. Más tarde se advirtió que ese paradigma podía abonar al terreno del modelo médico y algunas autoras empezaron a analizar el sistema sexo/género.

En este segundo momento, el empleo del término “género” como categoría de análisis pone el énfasis en un sistema de relaciones que puede incluir el sexo, pero no está determinado por éste ni tampoco es determinante de la sexualidad (Scott, 2008). Scott argumenta que el uso de la palabra género a nivel descriptivo no aporta nada más que lo que observa, sin decirnos nada del porqué de esta construcción en las relaciones. Por eso es importante investigar los orígenes del sistema sexo/género para entender cómo se determinan las desigualdades en las relaciones entre hombres y mujeres.

La noción “sistema sexo/género” es utilizada por primera vez por Gayle Rubin (1975). Para ella, “un sistema sexo/género es un conjunto de acuerdos por el cual la sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en las cuales estas necesidades sexuales transformadas, son satisfechas” (Rubin, 1986). Desde este punto de vista, el sexo deja de ser un dato natural, esencial, y aparece el género como un hecho construido en relaciones sociales de dominación.

Para analizar los orígenes del sistema sexo/género, Rubin (1986) recurre a los estudios antropológicos de Lévi Strauss y de Marcel Mauss. Así pone el acento en el intercambio de las mujeres ofrecidas como regalo para abrir un canal de intercambio entre los hombres, lo cual consolida vínculos internos y de identidad de cada clan que se diferencia a través de este acto. Una mujer, cuando se convierte en la novia, pierde identidad propia para pasar a ser un objeto que refleja la identidad masculina. La exogamia asegura los vínculos entre los clanes y la patrilinealidad se asegura mediante la expulsión y la importación de mujeres. En el matrimonio, no se considera que la mujer tenga identidad propia, sino como un término de relación que vincula clanes con una identidad patrilineal común, pero internamente diferenciada (Butler, 1990).

De esta forma, las estructuras elementales de parentesco instauran un sistema de dominación masculina: una estructura de dominio de la capacidad reproductiva de las mujeres para asegurar la paternidad. Esto exige varios ejercicios de opresión que garantizan que una mujer sea propiedad de un solo macho. Si se introducen estos elementos, es más fácil entender la violencia de género como una de esas formas de ejercicio del dominio. Es necesario pensar, además, que estas condiciones son estructurales y no individuales: son las condiciones del sistema en el que estamos inmersos y nos atraviesan a todas las personas. Incluso a la persona del analista y sus interpretaciones.

Qué usos encontramos del concepto género en la investigación

Existen según Mary Haukesworth (1999) muchos usos del término género; para referirse a las diferencias humanas, a las diferencias sexuales, a los diferentes roles asignados; para explicar la identidad, diferencias de status social, de estereotipos sociales, de relaciones de poder y/o como efecto del lenguaje.

En líneas generales, se podría categorizar estos usos en tres vertientes: como atributo, como relación interpersonal y como un modo de organización. (Lamas, 2006).

En esta investigación se encontró que algunos psicoanalistas (tanto hombres como mujeres) utilizan sobre todo la categoría de género como atributo y como referente a las relaciones interpersonales. Lo refirieron tanto para marcar diferencias en relación a masculino y femenino; en el sentido de la identidad del sujeto como atributo que establece roles diferenciados y como constructo socio-cultural.

Sólo las psicoanalistas que declararon haber recibido formación en estudios de género y estudios feministas utilizaron la categoría para referirse a un ordenador social. Esto les dio la posibilidad de entender la violencia de género como un ejercicio de dominio y subordinación de hombres hacia mujeres, y ya no como un problema psicopatológico de los varones o de las mujeres.

Entender el género como ordenador de las relaciones sociales permite comprender desde otro lugar a las mujeres víctimas de violencia. Ya no como masoquistas, o mujeres con superyó débil, como lo ha interpretado el psicoanálisis durante un siglo, sino como producto de un orden que las coloca en el lugar de mujer sumisa, madre y cuidadora y responsable de la salud mental de sus hijos e hijas.

Otro elemento importante a considerar para el análisis del lugar desde donde escucha el psicoanalista es el ordenamiento sexual.

 La teoría psicoanalítica se edifica sobre la hegemonía de la heteronorrmatividad. Freud, en sintonía con el pensamiento de su época, consideró la homosexualidad como una inversión, y durante mucho tiempo el psicoanálisis la consideró una perversión. Desde hace unos cuarenta años, esta postura está en revisión y debate y ha provocado grandes discusiones al interior del psicoanálisis que, entre otros resultados, han desembocado en la Declaración contra cualquier forma de discriminación, en la ipa (1999). Los aportes de los estudios de la diversidad sexual hacen necesario investigar cómo se interpreta la homosexualidad hoy en el psicoanálisis. En tal sentido, la investigación reporta que los estudios de la diversidad sexual se introducen en el psicoanálisis para re pensar el concepto de homosexualidad y transexualidad.

La mayoría de las personas entrevistadas coincidió en que la homosexualidad no es una patología y que tampoco debe ser un problema que un psicoanalista sea homosexual.

La mitad de los entrevistados reconoció que los prejuicios sobre el sexo, y las ideas que el analista tuviera al respecto, influían en el análisis incluso a pesar de que el analista estuviera o hubiese estado en análisis.

Se encontró que este tema ocupa el debate actual en el psicoanálisis y produce múltiples escritos (fepal, 2002-12).

Conclusión

En general, se puede decir que se observa dentro del psicoanálisis un movimiento de cambio en relación a los temas de la diversidad sexual y las nuevas identidades sexuales. Se ha vuelto a pensar sobre todo en la estructura de la perversión  y la sexualidad. En este tema se abreva de los estudios científicos que las ciencias sociales aportan desde las corrientes posmodernas.

Sin embargo, no se observa la misma apertura para los estudios de género. En este punto, queda librado a cada psicoanalista la postura que toma al respecto. No se han legitimado los estudios de género dentro de la formación de los psicoanalistas. Lo cual significa que cada psicoanalista interpreta este tema de acuerdo a sus adhesiones teóricas y a sus creencias personales.

Si bien existen esfuerzos de mujeres psicoanalistas para introducir la perspectiva de género en su práctica, sólo un 15 % de esta muestra de entrevistadas la ha instituido. Así como otro 15% de los varones entrevistados intenta re significar la teoría a partir de los cambios que observa en las relaciones hombre- mujer desde su práctica. Se alude en este sentido a los cambios que se observan en la subjetividad masculina- femenina, producto del ejercicio alternado de roles en la tarea del cuidado de hijos e hijas y el reparto de las tareas domésticas, así como de la participación de las mujeres en el ámbito público.

 En las entrevistas se hizo mención varias veces a que aquella pregunta que Freud se hacía “¿Qué quiere una mujer?” sigue siendo una pregunta reiterada en el análisis de los varones que hoy se sienten confundidos por la ruptura de los vínculos de pareja.

El lugar en que nos coloca el sistema patriarcal provoca malestares y síntomas; dificultad en las relaciones y dolor tanto en hombres como en mujeres.

Quienes trabajan en la clínica con perspectiva de género tienen una gran herramienta para de-construir el dolor que esa estructura de parentesco produce en todos los géneros.

Hacer consiente el lugar que se ocupa en esa estructura permite descolocarse de los lugares genéricos asignados, permite darse cuenta de la verdadera identidad y por lo tanto mayor libertad a las pacientes; es por eso que considero que analizar las prácticas es un imperativo.

Referencias

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Notas

1. Dra. En Ciencias Sociales y Mtra. En Psicología Social por la Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco. Coordinadora de la Licenciatura en Comunicación y Gestión Interculturales de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM). Correo jbochar@yahoo.com

2. El término “control” es asimilable a supervisión. En la formación de los psicoanalistas la supervisión ocupa un lugar tan importante como el de su propio proceso de psicoanálisis. El análisis del psicoanalista lo pienso como una instancia más de auto-control.