1. Diferencia sexual, psicoanálisis y teorías feministas: algunas lecturas críticas Descargar este archivo (1. Diferencia sexual, psicoanálisis y teorías feministas.pdf)

Juçara Clemens1, Mériti de Souza2 y Maria Alice Ferreira3

Universidade Federal de Santa Catarina – Brasil

Resu­men

El artícu­lo abor­da el tema de la dife­ren­cia sexual en las lec­tu­ras pos­tu­la­das por el psi­co­aná­li­sis freu­diano, por los auto­res refe­ren­cia­dos en el psi­co­aná­li­sis y en los estu­dios femi­nis­tas. Ini­cial­men­te, se ana­li­za la dife­ren­cia sexual en la obra freu­dia­na enfa­ti­zan­do el con­tra­pun­to teó­ri­co entre la ten­den­cia ini­cial que ali­men­tó esa obra y la con­cep­ción de la femi­ni­dad que emer­ge en su fase tar­día. Para ese aná­li­sis teó­ri­co se dis­cu­te la posi­ción freu­dia­na con­co­mi­tan­te con la posi­ción de auto­res pos­freu­dia­nos sobre el tema.

Pala­bras cla­ves: dife­ren­cia sexual, psi­co­aná­li­sis, femi­ni­dad.

 

Resu­mo

O arti­go abor­da o tema da dife­re­nça sexual nas lei­tu­ras pos­tu­la­das pela psi­ca­ná­li­se freu­dia­na e por autores(as) referenciados(as) na psi­ca­ná­li­se e nos estu­dos femi­nis­tas. Ini­cial­men­te, ana­li­sa-se a dife­re­nça sexual na obra freu­dia­na enfa­ti­zan­do o con­tra­pon­to teó­ri­co entre a ten­dên­cia ini­cial que ali­men­tou essa obra e a con­ce­pção da femi­ni­li­da­de que emer­ge na sua fase tar­dia. Para essa aná­li­se teó­ri­ca dis­cu­te-se a posição freu­dia­na con­co­mi­tan­te a posição de auto­res pós-freu­dia­nos sobre o tema.

Pala­vras-cha­ves: dife­re­nça sexual, psi­ca­ná­li­se, femi­ni­li­da­de.

 

Abs­tract

The arti­cle addres­ses the sexual dif­fe­ren­ce in the readings pos­tu­la­ted by the Freu­dian psy­choa­naly­sis and authors refe­ren­ced in the psy­choa­naly­sis and femi­nist stu­dies. Initially, it analy­zes the gen­der dif­fe­ren­ce in the Freu­dian work empha­si­zing the theo­re­ti­cal con­trast bet­ween the initial trend that fue­led that work, and the con­cep­tion of femi­ni­nity that emer­ges in the late sta­ge. For this analy­sis, it is dis­cus­sed the Freu­dian posi­tion con­cu­rrently to the sta­tus of post-Freu­dian authors about the sub­ject.

Key­words: sexual dif­fe­ren­ce, psy­choa­naly­sis, femi­ni­nity.

Introducción

En Occi­den­te, a lo lar­go de los siglos, se des­ta­ca la subor­di­na­ción de las muje­res hacia los hom­bres, así como la cons­truc­ción de teo­rías en las diver­sas áreas del cono­ci­mien­to que esta­ble­cie­ron la dife­ren­cia sexual como pará­me­tro para el esta­ble­ci­mien­to de esa jerar­quía (Duby y Perrot, 1993a, 1993b; Del Prio­re, 2008). Des­de la Anti­güe­dad obser­va­mos el mode­lo de sexo úni­co y de la rela­ción jerár­qui­ca entre el hom­bre y la mujer. A títu­lo de ejem­plo, Aris­tó­te­les con­si­de­ra­ba a las muje­res como seres infe­rio­res e igua­la­ba la huma­ni­dad ple­na con la mas­cu­li­ni­dad.

Aris­tó­te­les esta­ble­ció su mode­lo a tra­vés de la teo­ría de las cua­tro cau­sas (mate­rial, for­mal, efi­cien­te y final). Para la mujer es desig­na­do el vec­tor de la cau­sa mate­rial de la engen­dra­ción, y para el hom­bre el poder de la cau­sa for­mal, con­si­de­ra­da supe­rior a la cau­sa mate­rial. Des­de esa pers­pec­ti­va, el hom­bre por­ta­ría el prin­ci­pio divino sien­do con­si­de­ra­do per­fec­to y el úni­co capaz de engen­drar otro ser. Por lo tan­to, el hom­bre fue con­ce­bi­do como por­ta­dor de la acti­vi­dad y la mujer de la pasi­vi­dad y de la recep­ción. La teo­ría del sexo úni­co esta­ble­ce una jerar­quía en la que el hom­bre es per­fec­to y la mujer imper­fec­ta, para­dig­ma que estu­vo pre­sen­te en el ima­gi­na­rio occi­den­tal por un lar­go perío­do de tiem­po (Laqueur, 2001; Bir­man, 2001).

De mane­ra gene­ral, la dife­ren­cia sexual, con dos sexos dis­tin­tos y bien dife­ren­cia­dos, pue­de ser con­si­de­ra­da como un acon­te­ci­mien­to recien­te en la his­to­ria de Occi­den­te, con lo cual con­vi­vi­mos de for­ma natu­ra­li­za­da. Tam­bién, esa dife­ren­cia sexual es pen­sa­da en con­tra­pun­to con los aspec­tos del sexo úni­co, que es refe­ren­cia y para­dig­ma des­de la Anti­güe­dad. A par­tir del Siglo XVII, esos aspec­tos sufrie­ron pre­sio­nes des­de los des­cu­bri­mien­tos de la ana­to­mía y de las dife­ren­cias mor­fo­ló­gi­cas en los cuer­pos de los hom­bres y de las muje­res. En el Siglo XVIII, una nue­va rela­ción entre los sexos pro­du­ci­rá una teo­ría natu­ral de la dife­ren­cia sexual: ser hom­bre o ser mujer esta­rá rela­cio­na­do a la natu­ra­le­za bio­ló­gi­ca. Enton­ces el para­dig­ma ante­rior es sus­ti­tui­do por el mode­lo de la dife­ren­cia sexual (Laqueur, 2001; Bir­man, 2001).

Con­so­nan­te con su tiem­po his­tó­ri­co, la revi­sión que Freud va a rea­li­zar acer­ca de los temas de la dife­ren­cia sexual y de lo feme­nino, acom­pa­ña las direc­tri­ces domi­nan­tes de su épo­ca en dis­tin­tas áreas del cono­ci­mien­to. Mien­tras, ese autor inno­va en diver­sos aspec­tos de su lec­tu­ra y, par­ti­cu­lar­men­te, en el trans­cur­so de la pro­duc­ción de su obra, esos cam­bios se pre­sen­tan en rela­ción a esos temas. Así, rea­li­zar un aná­li­sis de la dife­ren­cia sexual y de lo feme­nino en la teo­ría freu­dia­na sig­ni­fi­ca depa­rar­se con un dis­cur­so que pasó por múl­ti­ples con­tra­dic­cio­nes y ambi­güe­da­des que tan­to demues­tran las influen­cias del pen­sa­mien­to domi­nan­te de la épo­ca en la cual vivió Freud, y que tam­bién expli­ci­tan las nove­da­des que su obra trae más allá de ese pen­sa­mien­to.

El psi­co­aná­li­sis, como una moda­li­dad del cono­ci­mien­to engen­dra­do en los Siglos XIX y XX, se carac­te­ri­zó por la fuer­za del des­cen­tra­mien­to que pre­sen­tó al pen­sa­mien­to vigen­te, has­ta enton­ces, sobre la sexua­li­dad huma­na. En esa pers­pec­ti­va, la sexua­li­dad es con­ce­bi­da como no sien­do deter­mi­na­da por una mar­ca somá­ti­ca o ins­tin­ti­va, sino que par­tien­do de la pul­sión es cons­trui­da en las rela­cio­nes afec­ti­vas y en los con­tex­tos socia­les. Mien­tras, el pen­sa­mien­to freu­diano man­tu­vo algu­nos aspec­tos rela­cio­na­dos con las lec­tu­ras sobre las dife­ren­cias sexua­les hege­mó­ni­cas en su épo­ca (Bir­man, 2001). En ese com­pro­mi­so, la lec­tu­ra freu­dia­na sobre la sexua­li­dad gene­ró ten­sio­nes en la cul­tu­ra al man­te­ner algu­nos aspec­tos de las teo­rías vigen­tes en su épo­ca, como tam­bién, al pre­sen­tar otros modos de pen­sar sobre esa cues­tión.

Método

En este artícu­lo teó­ri­co pro­po­ne­mos dis­cu­tir la dife­ren­cia sexual a par­tir de las líneas de ten­sio­nes pre­sen­tes en la obra freu­dia­na, en con­so­nan­cia con la lec­tu­ra ini­cia­da por los auto­res aso­cia­dos con la matriz psi­co­ana­lí­ti­ca que rele­van la crí­ti­ca para la pers­pec­ti­va sobre las dife­ren­cias sexua­les. Enten­de­mos que en la obra freu­dia­na ocu­rre tan­to la refe­ren­cia al mode­lo de sexo úni­co, en la arti­cu­la­ción del tema de la sexua­li­dad, como ocu­rren alte­ra­cio­nes que modi­fi­can esa refe­ren­cia y el con­cep­to de femi­ni­dad es un mar­co en esas alte­ra­cio­nes.

Des­ta­ca­re­mos como líneas de fuer­za la for­ma en que fue abor­da­da la dife­ren­cia sexual, su aso­cia­ción a la mujer y a lo feme­nino pre­sen­te en otras épo­cas his­tó­ri­cas, con­tex­tos socia­les y que toda­vía están vigen­tes. Ini­cia­re­mos pro­ble­ma­ti­zan­do la teo­ría de la dife­ren­cia sexual y de la jerar­quía entre lo mas­cu­lino y lo feme­nino, su entre­la­ce con la obra freu­dia­na y con los aná­li­sis de los auto­res psi­co­ana­lis­tas con­tem­po­rá­neos.

Psi­co­aná­li­sis y lec­tu­ras sobre la dife­ren­cia sexual

El dis­cur­so freu­diano sobre­sa­le cuan­do seña­la que la sexua­li­dad bus­ca­ba el pla­cer y no esta­ría vol­ca­da sola­men­te a la repro­duc­ción de la espe­cie. Ese pun­to, por sí solo, ya con­fi­gu­ra una crí­ti­ca a la sexo­lo­gía bio­ló­gi­ca de la épo­ca y a la teo­ría sobre las cau­sas de neu­ro­sis. Para el psi­co­aná­li­sis, la sexua­li­dad podía ser con­si­de­ra­da en el aspec­to infan­til y pre­ge­ni­tal, o sea, ella no exis­ti­ría ape­nas en el aspec­to geni­tal. A lo cono­ci­do por la sexua­li­dad como sinó­ni­mo de geni­ta­li­dad, se pre­sen­ta una sexua­li­dad en la que una serie de exci­ta­cio­nes y de acti­vi­da­des pre­sen­tes des­de la infan­cia, pro­por­cio­nan un pla­cer irre­du­ci­ble para satis­fa­cer una nece­si­dad fisio­ló­gi­ca. La sexua­li­dad pasa a ser con­si­de­ra­da como orga­ni­za­do­ra de la sub­je­ti­vi­dad y pre­sen­ta diver­sas for­mas de mani­fes­ta­cio­nes. Así, ocu­rren diver­sos momen­tos de embes­ti­da libi­di­no­sa en los cua­les pre­do­mi­nan las sen­sa­cio­nes y la for­ma de los víncu­los con los obje­tos corres­pon­dien­tes a deter­mi­na­das zonas eró­ge­nas (Freud, 1905/1989).

Es impor­tan­te resal­tar que la teo­ría freu­dia­na ini­cial­men­te sufre la influen­cia de las ideas rela­cio­na­das con la fuer­za de la reali­dad del cuer­po como posi­bi­li­dad para la orde­na­ción del psi­quis­mo y, la idea de que ese perío­do evi­den­cia los pre­su­pues­tos del para­dig­ma moderno en la com­pren­sión de la dife­ren­cia sexual. Entre tan­to, Freud reto­ma esas con­cep­cio­nes en los tex­tos más tar­díos de su obra y cam­bia su teo­ría: aban­do­na la ten­den­cia ini­cial que ali­men­tó esa obra, por la cons­truc­ción de la dife­ren­cia sexual a par­tir de lo mas­cu­lino, y ela­bo­ra la con­cep­ción de la femi­ni­dad que emer­ge en su fase tar­día, la cual deno­ta la com­ple­men­ta­rie­dad de lo feme­nino y mas­cu­lino, la com­ple­men­ta­rie­dad de pasi­vi­dad y acti­vi­dad. Para Bir­man (2001), cuan­do Freud ana­li­za la cues­tión edi­pi­ca recu­rre a sis­te­mas dife­ren­tes de pen­sa­mien­to, sugie­re dife­ren­tes posi­bi­li­da­des para la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca y pro­po­ne el con­cep­to de femi­ni­dad (1923/1976; 1924/1976; 1931/1976; 1933/1994). En las nue­vas pro­duc­cio­nes teó­ri­cas acer­ca de la dife­ren­cia sexual, Freud afir­ma que una mujer se hace. En otras pala­bras, la dife­ren­cia sexual en la obra freu­dia­na enfa­ti­za el con­tra­pun­to teó­ri­co entre la ten­den­cia ini­cial que ali­men­tó esa obra y la con­cep­ción de la femi­ni­dad que emer­ge en su fase tar­día y carac­te­ri­za el des­cen­tra­mien­to de lo mas­cu­lino.

Una mar­ca de la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca freu­dia­na es que las lec­tu­ras de la sexua­li­dad mas­cu­li­na y feme­ni­na regis­tra­ron cam­bios y alte­ra­cio­nes. Esos aspec­tos evi­den­cian una con­tra­dic­ción bási­ca. De for­ma espe­cí­fi­ca, la teo­ría sobre el com­ple­jo de Edi­po ilus­tra ese esce­na­rio, pues se refie­re ini­cial­men­te a la cons­truc­ción de la dife­ren­cia sexual y de la sexua­li­dad a par­tir de la refe­ren­cia de lo mas­cu­lino. En la des­crip­ción teó­ri­ca del com­ple­jo de Edi­po, exis­te la for­mu­la­ción de la ley de la prohi­bi­ción del inces­to, ley que regu­la­ría los inter­cam­bios afec­ti­vos y eró­ti­cos del niño en la esce­na fami­liar, deli­nean­do su iden­ti­dad sexua­da y su des­tino eró­ti­co.

En los tex­tos ini­cia­les en los que dis­cu­rre sobre los dife­ren­tes des­ti­nos ante la ame­na­za de cas­tra­ción, Freud seña­la los cami­nos por los que la libi­do se expre­sa al unir­se con las per­so­nas sig­ni­fi­ca­ti­vas de la his­to­ria de niños y niñas. En los niños, el mie­do de per­der esa par­te del cuer­po, el pene, fuen­te de pla­cer que es tam­bién con­si­de­ra­da de for­ma nar­ci­sis­ta, se trans­for­ma­ría en angus­tia por la cas­tra­ción y eso lo haría aban­do­nar el Com­ple­jo de Edi­po. En la niña, la tra­yec­to­ria tie­ne carac­te­rís­ti­cas dife­ren­tes. Para ellas no exis­te una ame­na­za efec­ti­va por no tener un pene que pue­da ser per­di­do. Pero, en su tra­yec­to libi­di­no­so, la niña “ha vis­to, sabe que no lo tie­ne y quie­re tener­lo (Freud, 1925/1976, p. 314).

Ini­cial­men­te, Freud cons­tru­ye la narra­ti­va edi­pi­ca acom­pa­ñan­do la pers­pec­ti­va mas­cu­li­na, y dejan­do la pers­pec­ti­va feme­ni­na de lado. Estos aspec­tos pre­sen­tan el fun­da­men­to de la tra­di­ción social, impli­can­do en el reco­no­ci­mien­to y en la atri­bu­ción de la mas­cu­li­ni­dad una supe­rio­ri­dad onto­ló­gi­ca en rela­ciòn a la feme­nei­dad. Nue­va­men­te, esta­mos ante una con­cep­ciòn jerár­qui­ca de los sexos, como en la Anti­güe­dad. Pero, en segui­da Freud veri­fi­có la natu­ra­le­za libi­di­no­sa entre las figu­ras del hom­bre y de la mujer. Es decir, en el dis­cur­so freu­diano, la dife­ren­cia sexual pasa a ser con­si­de­ra­da a par­tir de la libi­do y no en base a la ana­to­mía y fisio­lo­gía. “La par­ti­cu­la­ri­dad del dis­cur­so freu­diano fue inten­tar arti­cu­lar todo eso con la con­cep­ción moder­na de la dife­ren­cia sexual, razón por la cual esta dife­ren­cia pasó a ser esbo­za­da, aho­ra, como de natu­ra­le­za libi­di­no­sa entre las figu­ras del hom­bre y de la mujer” (Bir­man, 2001; p.185).

Ini­cial­men­te, Freud nos hizo creer que la figu­ra de la mujer podría ser con­ce­bi­da a par­tir de la figu­ra del hom­bre. Sin embar­go, en segui­da Freud veri­fi­có que no era así y tuvo que cons­truir, pos­te­rior­men­te, una teo­ría edí­pi­ca de la mujer des­ta­can­do su espe­ci­fi­ci­dad en rela­ción al hom­bre. Él tra­tó de pro­ble­ma­ti­zar, más tar­de, ese enun­cia­do a par­tir del enun­cia­do de la femi­nei­dad, pos­tu­la­do ini­cial­men­te como enig­má­ti­co y, a con­ti­nua­ción, como una mar­ca de la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca.

Bir­man (2001) enfa­ti­za que en el títu­lo del tex­to freu­diano que abor­da­rá pri­me­ro la lec­tu­ra de la femi­ni­dad: Algu­nas con­se­cuen­cias psí­qui­cas de la dis­tin­ción ana­tó­mi­ca entre los sexos (1925/1976), y los estu­dios titu­la­dos Sexua­li­dad feme­ni­na y La Femi­nei­dad, está pre­sen­te una mar­ca de la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca freu­dia­na: las lec­tu­ras de la sexua­li­dad mas­cu­li­na y feme­ni­na regis­tra­ron cam­bios y alte­ra­cio­nes. Freud recu­rre a sis­te­mas dife­ren­tes de pen­sa­mien­to, sien­do que uno de ellos deri­va de la con­cep­ción ilu­mi­nis­ta y pre­su­po­ne la exis­ten­cia de dos sexos a par­tir de la dife­ren­cia de ana­to­mía entre ellos. Esos aspec­tos evi­den­cian una con­tra­dic­ción bási­ca en la teo­ría freu­dia­na, pues con­si­de­ra al sexo feme­nino como posee­dor de una mas­cu­li­ni­dad que le resul­ta extra­ña, tam­bién.

Cuan­do el reco­rri­do freu­diano pasó a for­mu­lar algo espe­cí­fi­co sobre la figu­ra feme­ni­na, los enig­mas fue­ron mejor deci­fra­dos. En los tex­tos pro­du­ci­dos entre 1924 y 1932, Freud (1924/1976; 1925/1976; 1931/1976; 1932–1933/1994; 1933/1994) tra­tó de fun­da­men­tar su lec­tu­ra de lo feme­nino y de la sexua­li­dad de la mujer. Vie­ne, des­de ese perío­do, el desa­rro­llo teó­ri­co de las rela­cio­nes de la niña con la madre pri­mor­dial, lla­ma­da como pre­edí­pi­ca y de lo que deno­mi­nó como el con­ti­nen­te negro de la mujer. La rela­ción con la figu­ra de la madre arcai­ca tam­bién sería cons­ti­tu­ti­va del niño, aun­que en su cons­ti­tu­ción, la psi­quis de la mujer va a tener mar­cas inde­le­bles.

Des­ta­ca­mos que en la obra sobre el aná­li­sis lego, Freud, (1926/1976; p. 242) al pre­sen­tar la cono­ci­da fra­se de que la sexua­li­dad de las muje­res con­fi­gu­ra un “con­ti­nen­te oscu­ro”, tam­bién comen­ta que no con­si­de­ra fina­li­za­da la dis­cu­sión acer­ca de la sexua­li­dad feme­ni­na. Ade­más, es impor­tan­te des­ta­car que en la XXXIII Con­fe­ren­cia sobre femi­nei­dad, afir­ma que “[…] aque­llo que cons­ti­tu­ye la mas­cu­li­ni­dad o femi­nei­dad es una carac­te­rís­ti­ca des­co­no­ci­da que está fue­ra del alcan­ce de la ana­to­mia” (Freud, 1932–1933/1994; p. 115).

Con­for­me Bir­man (2001), Freud tam­bién está pro­du­cien­do alte­ra­cio­nes en su teo­ria cuan­do anun­cia que la mujer, al cons­ta­tar su con­di­ción de cas­tra­da, va a tomar dife­ren­tes posi­cio­nes psí­qui­cas y va a ocu­par posi­cio­nes diver­sas en los pro­ce­sos iden­ti­fi­ca­to­rios: la inhi­bi­ción sexual, la viri­li­za­ción y la mater­ni­dad. Esa lec­tu­ra pro­pi­cia una rup­tu­ra con el deter­mi­nis­mo natu­ral de las con­cep­cio­nes neu­ro­pa­to­ló­gi­cas ante­rio­res al psi­co­aná­li­sis, dan­do una aper­tu­ra para la his­to­ria de la sub­je­ti­vi­dad y para la serie de posi­bi­li­da­des a par­tir de un mis­mo acon­te­ci­mien­to estruc­tu­ral. Esas cues­tio­nes men­cio­na­das por el autor sir­ven como refe­ren­cia para las afir­ma­cio­nes de que Freud nun­ca aban­do­nó el estu­dio sobre la dife­ren­cia sexual, como tam­bién, no res­trin­gía esas cues­tio­nes sobre el abor­da­je bio­ló­gi­co.

En 1931, Freud pre­sen­ta un estu­dio titu­la­do Sexua­li­dad feme­ni­na y en 1933 publi­ca el estu­dio La Femi­nei­dad. En esos tra­ba­jos, renun­cia a los des­cu­bri­mien­tos sobre las con­se­cuen­cias de las dife­ren­cias sexua­les ana­tó­mi­cas anun­cia­das en 1925, y da un nue­vo énfa­sis a la inten­si­dad y lar­ga dura­ción de la cone­xión pre­edí­pi­ca de la niña para la madre. Él rea­li­za un aná­li­sis de su pro­pia obra y pro­ble­ma­ti­za la cues­tión del ele­men­to acti­vo en la acti­tud de la niña con la madre y en la femi­nei­dad en gene­ral. Tam­bién, ana­li­za la cues­tión de la bise­xua­li­dad, enfa­ti­zan­do que en tér­mi­nos de la ana­to­mía, una per­so­na no se con­fi­gu­ra como exclu­si­va­men­te feme­ni­na o mas­cu­li­na. De for­ma espe­cí­fi­ca, Freud crí­ti­ca la con­cep­ción que sobre­po­ne lo mas­cu­lino a lo acti­vo y lo feme­nino a lo pasi­vo, como tam­bién, des­ta­ca que esas sobre­po­si­cio­nes trans­cu­rren en muchas de las impo­si­cio­nes socia­les. El autor men­cio­na que en la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca de hom­bres y muje­res ocu­rre una pér­di­da de las repre­sen­ta­cio­nes inver­ti­das nar­ci­sís­ti­ca­men­te y fáli­ca­men­te. Ese con­tex­to hace con que las per­so­nas ten­gan que lidiar con el des­am­pa­ro.

Reto­man­do lo que dis­cu­ti­mos has­ta el momen­to, el para­dig­ma de la dife­ren­cia sexual está corre­la­cio­na­do con la moder­ni­dad en Occi­den­te, pues has­ta el final del Siglo XVIII era el mode­lo del sexo úni­co que domi­na­ba al ima­gi­na­rio sexual de nues­tra tra­di­ción. Sin embar­go, la jerar­quía entre los sexos no dejó de exis­tir, pero fue dis­lo­ca­da para el regis­tro bio­ló­gi­co de la natu­ra­le­za. Así, con la lle­ga­da de la moder­ni­dad emer­ge el nue­vo para­dig­ma de la dife­ren­cia sexual, en la que el hom­bre y la mujer ten­drían esen­cias dife­ren­tes, sien­do irre­duc­ti­bles entre sí. La onto­lo­gía de lo feme­nino y de lo mas­cu­lino pasó a ser con­ce­bi­da como una matriz de la natu­ra­le­za dife­ren­cia­da e incon­fun­di­ble entre las per­so­nas.

Con­for­me vimos, el dis­cur­so freu­diano no esca­pa a esa tra­di­ción, y en el reco­rri­do his­tó­ri­co que envol­vió la dise­mi­na­ción de la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca gana hege­mo­nía la con­cep­ción ini­cial de la obra freu­dia­na sobre la dife­ren­cia sexual y sobre lo feme­nino. No obs­tan­te, con­for­me diji­mos ante­rior­men­te, el psi­co­aná­li­sis freu­diano sufre cam­bios en su tra­yec­to y abre espa­cios para las nue­vas lec­tu­ras más allá de la orien­ta­ción exclu­si­va­men­te bio­lo­gi­ca.

En ese con­tex­to, encon­tra­mos auto­res con­tem­po­rá­neos que dedi­ca­ron sus tra­ba­jos a inves­ti­gar las rela­cio­nes de poder y de jerar­quía entre hom­bres y muje­res a par­tir de la crí­ti­ca a la pers­pec­ti­va falo­cén­tri­ca que ani­ma teo­rías y lec­tu­ras sobre la dife­ren­cia sexual. Así, tan­to en el cam­po de los estu­dios his­tó­ri­cos como en el cam­po del movi­mien­to femi­nis­ta y en el cam­po de los pro­pios psi­co­ana­lis­tas loca­li­za­mos lec­tu­ras que bus­can cri­ti­car la pre­do­mi­nan­cia del falo como refe­ren­cia a la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca y a la dife­ren­cia sexual (Beau­voir, 2000; Cixous, 1995; Iri­ga­ray, 1988; Butler, 2003; Bir­man, 2001; Nunes, 2000 ).

Dis­cu­sión – Cul­tu­ra y cons­ti­tu­ción psí­qui­ca: refe­ren­cias crí­ti­cas

En el esce­na­rio con­tem­po­rá­neo, Simo­ne de Beau­voir (2000) enfa­ti­za que tan­to en la filo­so­fía como en la socie­dad en gene­ral ocu­rrió una pre­do­mi­nan­cia del empleo de carac­te­rís­ti­cas del hom­bre como padrón de juz­ga­mien­to para la huma­ni­dad. Beau­voir deno­mi­nó como yo al cono­ci­mien­to filo­só­fi­co, el cual ten­dría como carac­te­rís­ti­ca a la acti­vi­dad y a la con­cien­cia. Ese cono­ci­mien­to sería mas­cu­lino por fal­ta de opo­si­ción de su par bina­rio, feme­nino, que ella lla­mó de otro y lo des­cri­bió como pasi­vo, sin voz y sin poder. Demos­tró su preo­cu­pa­ción en el modo en que las muje­res fue­ron con­si­de­ra­das igua­les a los hom­bres por actuar como ellos, a tra­vés de una argu­men­ta­ción de que la igual­dad es ser o hacer lo mis­mo que los hom­bres. Des­ta­ca que muje­res y hom­bres son dife­ren­tes, sien­do que cada uno cons­tru­ye el mun­do a par­tir de su pro­pia con­cien­cia, orga­ni­zan­do cosas y sen­ti­dos a par­tir de su expe­rien­cia. Su fra­se céle­bre sobre el hecho de que la mujer no es una refe­ren­cia bio­ló­gi­ca, sino que es antes una cons­truc­ción cul­tu­ral, enfa­ti­za que crea­mos una exis­ten­cia cuan­do pro­du­ci­mos aque­llo en que nos que­re­mos con­ver­tir. En otras pala­bras, la auto­ra des­ta­ca que no exis­te una úni­ca moda­li­dad de ser mujer y seña­la la sepa­ra­ción entre lo bio­ló­gi­co y la femi­nei­dad con­si­de­ra­da como una cons­truc­ción social.

La filó­so­fa y tam­bién psi­co­ana­lis­ta Luce Iri­ga­ray ana­li­zó la estruc­tu­ra lin­guís­ti­ca del incon­cien­te para afir­mar que el len­gua­je es con­fi­gu­ra­do a par­tir de las refe­ren­cias de lo mas­cu­lino. Así, ella entien­de que todo dis­cur­so, los valo­res y los deseos aso­cia­dos a lo mas­cu­lino son esta­ble­ci­dos como ley, sin embar­go, ella resal­ta que cada sexo esta­ble­ce una rela­ción úni­ca con valo­res, deseos y sue­ños. Con esas afir­ma­cio­nes, ella quie­re resal­tar el hecho de que cada per­so­na esta­ble­ce una rela­ción con la razón, con la locu­ra, y que este pos­tu­la­do pone en tela de jui­cio a la tra­di­ción occi­den­tal que aso­cia lo mas­cu­lino con la razón, y a lo feme­nino con el afec­to y la des­es­ta­bi­li­za­ción de la razón.

Cono­ci­da como teo­ría de la dife­ren­cia, Iri­ga­ray (1988) des­ta­ca que el para­do­jo de la dife­ren­cia sexual esta­ble­ci­da a par­tir de dos sexos está en que el mis­mo se sitúa ape­nas en la refe­ren­cia al sexo mas­cu­lino. Ella ana­li­za la cues­tión de la cons­truc­ción de las teo­rías sobre la dife­ren­cia, par­ti­cu­lar­men­te en el psi­co­aná­li­sis, y uti­li­za sus aná­li­sis para defen­der lo que ella deno­mi­na­ba como “hete­ro­se­xua­li­dad radi­cal”. Para esa auto­ra la dife­ren­cia es irre­duc­ti­ble y, de esa for­ma, la cues­tión de la sexua­li­dad no se some­te a bina­ris­mos, opo­si­cio­nes, onto­lo­gías uni­ver­sa­les, pará­me­tros que orien­tan las teo­rías hege­mó­ni­cas sobre lo mas­cu­lino y lo feme­nino. En otras pala­bras, defien­de una moda­li­dad de sin­gu­la­ri­dad cal­ca­da en la irre­duc­ti­bi­li­dad de la dife­ren­cia.

Nunes (2000) des­ta­ca que Freud recu­rre a sis­te­mas dife­ren­tes de pen­sa­mien­to, sien­do que uno de ellos deri­va de la con­cep­ción ilu­mi­nis­ta y pre­su­po­ne la exis­ten­cia de dos sexos a par­tir de la dife­ren­cia de ana­to­mía entre ellos. Ese abor­da­je es here­da­do de la lec­tu­ra que adop­ta los pre­su­pues­tos de los Siglos XVIII y XIX acer­ca de la femi­ni­dad y de la mas­cu­li­ni­dad. Esos pre­su­pues­tos impli­can la atri­bu­ción para la mujer de la carac­te­rís­ti­ca de pasi­vi­dad y al hom­bre de la carac­te­rís­ti­ca de acti­vi­dad, sien­do que la pre­sen­cia de la acti­vi­dad en la cons­ti­tu­ción feme­ni­na se rela­cio­na con la mas­cu­li­ni­dad. Por lo tan­to, Freud tam­bién uti­li­za una lec­tu­ra monis­ta “según la cual exis­ti­ría la fan­ta­sía infan­til ape­nas del órgano sexual, el pene, el mis­mo apa­re­ce como un here­de­ro del pen­sa­mien­to occi­den­tal anti­guo que […] pre­su­po­ne la exis­ten­cia de ape­nas un sexo, el mas­cu­lino (p. 174)”.

Para la psi­co­ana­lis­ta Nunes (2000), cuan­do en el pen­sa­mien­to freu­diano se des­cri­be el desa­rro­llo sexual de la mujer, lo hace dán­do­le un des­tino de acuer­do con su ideal feme­nino. La niña aban­do­na su sexua­li­dad exce­si­va, mas­cu­li­na y se adap­ta a la ima­gen de mujer pasi­va, recep­ti­va y que hará sacri­fi­cios para ser ver­da­de­ra­men­te feme­ni­na, des­ta­can­do que esta­ba en dis­cu­sión teó­ri­ca, en ese perío­do, la sexua­li­dad per­ver­sa-poli­mor­fa, la cual pue­de asu­mir dife­ren­tes for­mas. Ya esta­ba en cir­cu­la­ción, tam­bién, el con­cep­to de incons­cien­te, la sexua­li­dad y las rela­cio­nes afec­ti­vas con los padres en los pro­ce­sos de sub­je­ti­va­ción. La auto­ra enfa­ti­za que esos aspec­tos ofre­cen al suje­to humano un poten­cial para una varie­dad de for­mas mas­cu­li­nas y feme­ni­nas de ser que no van a depen­der del sexo bio­ló­gi­co. Así, “si la sexua­li­dad huma­na se desa­rro­lla en el regis­tro de las fan­ta­sías, de las repre­sen­ta­cio­nes psí­qui­cas, nada de lo que per­te­nez­ca a la sexua­li­dad sería pre­de­ter­mi­na­do” (p.176).

Ya Hélè­ne Cixous, poe­ta, roman­cis­ta y filó­so­fa, des­ta­ca la influen­cia de las opo­si­cio­nes en el pen­sar que atra­vie­sa los siglos. La auto­ra argu­men­ta acer­ca de la jerar­qui­za­ción pro­mo­vi­da por los con­cep­tos y por el bina­ris­mo a par­tir del cual fun­cio­nan los mis­mos Hay una ten­den­cia del pen­sar en el agru­pa­mien­to de los ele­men­tos en pares opues­tos: naturaleza/cultura, hombre/mujer, cabe­za y cora­zón. Estos pares son cla­si­fi­ca­dos de modo jerár­qui­co, en los que un ele­men­to es con­si­de­ra­do domi­nan­te o supe­rior (mas­cu­lino y acti­vo) y el otro ele­men­to infe­rior es más débil (feme­nino y pasi­vo). Cixous (1995), en sin­to­nía con los cues­tio­na­mien­tos femi­nis­tas, cree que cues­tio­nar ese padrón jerár­qui­co del pen­sa­mien­to impli­ca en cam­bios filo­só­fi­cos, socia­les y polí­ti­cos.

En otras pala­bras, ella comen­ta sobre los pares acti­vi­dad y pasi­vi­dad, natu­ra­le­za y cul­tu­ra, hom­bre y mujer, entre otros, y des­ta­ca que esos con­cep­tos ope­ran a par­tir de una diná­mi­ca bina­ria que esta­ble­ce la supe­rio­ri­dad de uno en rela­ción al otro. Argu­men­ta que esos con­cep­tos acom­pa­ñan a las teo­rías sobre la dife­ren­cia sexual y la ana­li­zan a par­tir de esa diná­mi­ca, sien­do que la jerar­qui­za­ción some­te toda orga­ni­za­ción con­cep­tual al hom­bre: “Pri­vi­le­gio mas­cu­lino que se dis­tin­gue en la opo­si­ción que sos­tie­ne, entre la acti­vi­dad y la pasi­vi­dad. Tra­di­cio­nal­men­te, se habla de la cues­tión de la dife­ren­cia sexual aco­plán­do­la a la opo­si­ción: acti­vi­dad-pasi­vi­dad” (Cixous; p. 14).

Butler (2003) decons­tru­ye cate­go­rías iden­ti­fi­ca­to­rias como géne­ro, sexua­li­dad, cuer­po, hete­ro­se­xual y homo­se­xual. Pro­ble­ma­ti­za la divi­sión bina­ria y jerár­qui­ca esta­ble­ci­da entre las cate­go­rías del sexo y del géne­ro des­ta­can­do que la cons­ti­tu­ción de la dife­ren­cia sexual y de la sub­je­ti­vi­dad no se basa exclu­si­va­men­te en la cul­tu­ra o en lo bio­ló­gi­co, pero antes se entre­cru­zan y se entre­la­zan. El len­gua­je, en su dimen­sión de actua­ción, es uti­li­za­do por la auto­ra para ana­li­zar el entre­la­ce entre las deno­mi­na­das dimen­sio­nes cul­tu­ra­les y bio­ló­gi­cas, par­ti­cu­lar­men­te en la cons­ti­tu­ción de la repre­sen­ta­ción del cuer­po y del deseo, que cul­mi­nan en la for­ma en que cada per­so­na se reco­no­ce y se rela­cio­na con­si­go y con el otro. De for­ma gene­ral, Butler ana­li­za la cons­truc­ción y la dise­mi­na­ción de la matriz hete­ro­se­xual. Ella escri­be que las muje­res con­fi­gu­ran una moda­li­dad de sexo que no es úni­co. Para Butler, a pesar de las impo­si­cio­nes y de las nor­mas bina­rias que diso­cian los cuer­pos y deseos en pares de opues­tos para las per­so­nas, se cons­ti­tu­yen de diver­sas for­mas más allá de las matri­ces de lo hete­ro­se­xual y homo­se­xual, de lo mas­cu­lino y de lo feme­nino.

Con­for­me pode­mos enten­der, a par­tir de las bre­ves des­crip­cio­nes de los tra­ba­jos pre­sen­ta­dos ante­rior­men­te, pen­sar sobre la dife­ren­cia sexual en el esce­na­rio con­tem­po­rá­neo deman­da rea­li­zar un camino his­tó­ri­co-crí­ti­co sobre las teo­rías acer­ca de la dife­ren­cia sexual y sus rela­cio­nes con lo mas­cu­lino y lo feme­nino. Así, es impor­tan­te con­si­de­rar el lugar social, polí­ti­co y las posi­cio­nes que hom­bres y muje­res ocu­pan en el mun­do, y como ellos(as) fue­ron encon­tran­do medios de mani­fes­tar­se y posi­cio­nar­se polí­ti­ca­men­te, social­men­te y sexual­men­te.

Consideraciones finales

El pri­vi­le­gio del uni­ver­sa­lis­mo pre­sen­te en los dis­cur­sos hege­mó­ni­cos del mun­do occi­den­tal per­mea la cons­truc­ción de teo­rías y de repre­sen­ta­cio­nes sobre hom­bres y muje­res. De for­ma espe­cí­fi­ca, el aná­li­sis de la dife­ren­cia sexual y de los dis­cur­sos ela­bo­ra­dos acer­ca de ese con­cep­to, expli­ci­ta la pre­sen­cia de la jerar­quía de lo mas­cu­lino sobre lo feme­nino en esos dis­cur­sos. Ese pre­do­mi­nio no sólo lle­va a la cons­truc­ción de teo­rías reduc­cio­nis­tas y homo­ge­neas sobre la dife­ren­cia sexual, sino que tam­bién a la cons­truc­ción de teo­rías igual­men­te reduc­cio­nis­tas y homo­ge­neas sobre la cons­ti­tu­ción sub­je­ti­va. Ese pro­ce­so mere­ce ser expli­ci­ta­do y cri­ti­ca­do, pues el mis­mo acom­pa­ña la pro­duc­ción de teo­rías des­en­fo­ca­das de la pers­pec­ti­va his­tó­ri­ca y de la pers­pec­ti­va crí­ti­ca, en las más diver­sas áreas del cono­ci­mien­to.

Es impor­tan­te resal­tar que la mayo­ría de las teo­rías sobre la dife­ren­cia sexual y la sexua­li­dad encuen­tran sus raí­ces en una matriz meta­fí­si­ca en la cual los con­cep­tos de sus­tan­cia, con­ti­nuo, repre­sen­ta­ción y cau­sa­li­dad, entre otros, están pro­du­ci­dos y refe­ren­cia­dos en el supues­to uni­ver­sal del Hom­bre como mode­lo. Así, el uni­ver­sa­lis­mo y el huma­nis­mo como pará­me­tros éti­cos, teó­ri­cos y polí­ti­cos siguen una deter­mi­na­da lec­tu­ra que adop­ta con­cep­tos basa­dos en refe­ren­cias espe­cí­fi­cas, en las que los atri­bu­tos corre­la­cio­na­dos con ellos fue­ron con­si­de­ra­dos como cien­tí­fi­cos. A su vez, son ver­da­de­ros aque­llos que fue­ron atri­bui­dos como cons­ti­tu­ti­vos de lo mas­cu­lino: la razón, la cul­tu­ra, la sus­tan­cia y el falo, entre otros. Toda­vía, los con­cep­tos asen­ta­dos en refe­ren­cias en las que los atri­bu­tos corre­la­cio­na­dos con ellos fue­ron con­si­de­ra­dos como no sien­do ni cien­tí­fi­cos ni ver­da­de­ros son aque­llos que fue­ron atri­bui­dos como cons­ti­tu­ti­vos de la mujer: el vacío, el afec­to, la natu­ra­le­za y lo incom­ple­to (Hara­way, 1995; Har­ding, 1996; Schie­bin­ger, 2001).

No obs­tan­te, con­for­me vimos ante­rior­men­te, el psi­co­aná­li­sis encar­na una teo­ría que se abre para la moder­ni­dad y expli­ci­ta tan­to los lími­tes his­tó­ri­cos y filo­só­fi­cos de la con­cep­ción del suje­to racio­nal, cog­nos­cen­te y uni­ver­sal, como tam­bién la cues­tión de la sub­je­ti­vi­dad divi­di­da y de su des­cen­tra­li­za­ción. La con­tra­dic­ción inter­na al pro­pio psi­co­aná­li­sis freu­diano y que con­fi­gu­ra su for­tu­na teó­ri­ca es jus­ta­men­te el emba­te entre la lec­tu­ra uni­ver­sal de la cons­ti­tu­ción sub­je­ti­va uni­da a la lógi­ca del mode­lo uni­ver­sal y mas­cu­lino y a la femi­nei­dad como pro­pues­ta que arti­cu­la lo sin­gu­lar.

La epis­te­mo­lo­gía moder­na es cal­ca­da de la con­cep­ción del suje­to del cono­ci­mien­to como mar­ca­do por el hecho en el sen­ti­do onto­ló­gi­co y sim­bó­li­co del suje­to sus­tan­ti­va­do como mas­cu­lino. Así, lo que esca­pa a la repre­sen­ta­ción y a los sen­ti­dos pre­es­ta­ble­ci­dos es des­ca­li­fi­ca­do, deno­mi­na­do como nega­ti­vo, fal­ta o caos. Mien­tras tan­to, esa des­ca­li­fi­ca­ción expli­ci­ta el defa­sa­je del cono­ci­mien­to que no dis­po­ne del apa­ra­to teó­ri­co e ins­tru­men­tal nece­sa­rio para la lec­tu­ra de la reali­dad que extra­po­la la sus­tan­cia, lo deter­mi­na­do, lo repre­sen­ta­do y lo lineal. En esa sen­da, lo feme­nino, al encar­nar lo vacío, lo nega­ti­vo y vol­ver­se blan­co de des­ca­li­fi­ca­ción, tam­bién encar­na al des­co­no­ci­mien­to que acom­pa­ña al saber humano y expli­ci­ta la angus­tia gene­ra­da por el mis­mo. Lo feme­nino cues­tio­na al sta­tus quo domi­nan­te, pues expo­ne el lími­te de lo refe­ren­cial epis­té­mi­co y onto­ló­gi­co que aso­cia cono­ci­mien­to, poder, repre­sen­ta­ción, sus­tan­cia y falo. Pro­ble­ma­ti­zar esos pre­su­pues­tos deman­da la pro­duc­ción de epis­te­mo­lo­gías y onto­lo­gías que se jun­ten con la cali­fi­ca­ción de lo que fue excluí­do y des­ca­li­fi­ca­do en el saber moderno y oci­den­tal.

No obs­tan­te, lidiar con esas cues­tio­nes deman­da con­ce­bir lo sub­je­ti­vo y el cono­ci­mien­to sin arras­trar a la lógi­ca iden­ti­fi­ca­to­ria y a la meta­fí­si­ca de la pre­sen­cia en la teo­ría y en la inter­ven­ción. Como des­ta­ca Fou­cault (1987), los dis­cur­sos y las teo­rías acer­ca de la dife­ren­cia sexual y de la sexua­li­dad fue­ron con­truí­dos a par­tir de moda­li­da­des de saber que con­fi­gu­ran la red social moder­na y hablan al res­pec­to de prác­ti­cas y dis­cur­sos que sos­tie­nen una red de poder. Así, los cam­bios y las alte­ra­cio­nes en las teo­rías y en las prác­ti­cas en las diver­sas áreas del cono­ci­mien­to cues­tio­nan las rela­cio­nes de poder y de jerar­quias esta­ble­ci­das. En el esce­na­rio con­tem­po­rá­neo loca­li­za­mos varias prác­ti­cas y dis­cur­sos acer­ca de la dife­ren­cia sexual que arti­cu­lan redes de poder y de jerar­quía esta­ble­ci­das entre los deno­mi­na­dos mas­cu­lino y feme­nino. Es impor­tan­te cues­tio­nar esos dis­cur­sos, prác­ti­cas y sus impli­ca­cio­nes para la vida de las per­so­nas, pro­du­cien­do una escu­cha para las per­so­nas que se con­fi­gu­ran de for­mas dife­ren­cia­das fren­te a los mode­los y nor­mas esta­ble­ci­das.

Referencias

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Schiebinger, L. (2001). O feminismo mudou a ciência? Bauru-SP: EDUSC.

Notas

1. Psi­có­lo­ga. Mes­tre em Psi­co­lo­gia pela PUCRGS. Dou­to­ran­da em Psi­co­lo­gia na UFSC. Uni­ver­si­da­de Fede­ral de San­ta Cata­ri­na, Bra­sil. Correo‑e: juclemens09@gmail.com

2. Dou­to­ra em Psi­co­lo­gia Clí­ni­ca pela PUC- S.P., Bra­sil. Pro­fes­so­ra na Gra­duação e na Pós Gra­duação em Psi­co­lo­gia na UFSC. Uni­ver­si­da­de Fede­ral de San­ta Cata­ri­na, Bra­sil. Correo‑e: meritisouza@yahoo.com.br

3. Psi­có­lo­ga. Mes­tran­da em Psi­co­lo­gia na UFSC. Uni­ver­si­da­de Fede­ral de San­ta Cata­ri­na, Bra­sil. Correo‑e: mary_awf@yahoo.com.br