2. El mal-estar del sujeto en la clínica psicoanalítica. Superyó y síntoma: La depresión en la mujer Descargar este archivo (2 - El mal-estar del sujeto en la clínica psicoanalítica.pdf)

Janett Sosa Torralba1

Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México

Resu­men

El pre­sen­te artícu­lo tie­ne como obje­ti­vo hacer un reco­rri­do de la aprehen­sión del sín­to­ma como mal-estar den­tro de la clí­ni­ca psi­co­ana­lí­ti­ca, así como ir des­glo­san­do la ins­tau­ra­ción de la fun­cio­na­li­dad del apa­ra­to psí­qui­co en la depre­sión. Se va des­cri­bien­do la depre­sión como sín­to­ma y como resig­ni­fi­ca­ción de even­tos ante­rio­res que son reto­ma­dos a tra­vés de viven­cias actua­les. La depre­sión es refe­ri­da, espe­cí­fi­ca­men­te, en las muje­res quie­nes se hayan ins­cri­tas a un sis­te­ma cul­tu­ral que gene­ra cier­tas par­ti­cu­la­ri­da­des de asi­mi­la­ción de los pre­cep­tos de la mis­ma, cons­tru­yen­do así la femi­ni­dad y, por con­si­guien­te, for­mas par­ti­cu­la­res de rela­cio­nar­se con su(s) síntoma(s).

Pala­bras cla­ve:sín­to­ma, depre­sión, resig­ni­fi­ca­ción, muje­res.

 

Abs­tract

This arti­cle aims to take a tour of the apprehen­sion of the sym­ptom as dis-ease within the psy­choa­naly­tic cli­nic, as well as the intro­duc­tion to a break­down of the fun­ctio­na­lity of the psy­chic appa­ra­tus in depres­sion. He is des­cri­bing depres­sion as a sym­ptom and as a rede­fi­ni­tion of pre­vious events that are taken up by current expe­rien­ces. Depres­sion is men­tio­ned spe­ci­fi­cally in women who have been regis­te­red in a cul­tu­ral sys­tem that crea­tes cer­tain pecu­lia­ri­ties of assi­mi­la­tion of the pro­vi­sions the­reof, thus buil­ding femi­ni­nity and the­re­fo­re par­ti­cu­lar ways of rela­ting to their(s) symptom(s).

Key­words: sym­ptom, depres­sion, rede­fi­ni­tion, women.

Introducción

Cuan­do Freud (1905/1904) abor­da su téc­ni­ca psi­co­ana­lí­ti­ca, expli­ca que hay pro­ce­sos repre­si­vos e incons­cien­tes y, por tan­to, fue­ra del cono­ci­mien­to de la per­so­na, sin embar­go éstos se hacen pre­sen­tes en su vida, entre otras for­mas, a tra­vés de los sín­to­mas y de los sue­ños. Estos pro­ce­sos repre­si­vos oca­sio­nan una for­ma­ción de com­pro­mi­so entre las ins­tan­cias psí­qui­cas (super­yó, yo y ello) para sal­va­guar­dar al suje­to de lo que le resul­ta ame­na­zan­te por estar ins­cri­to en la cul­tu­ra y en rela­ción con los otros.

Así, el sín­to­ma apa­re­ce como una defen­sa con­tra el peli­gro de la libre des­car­ga de las pul­sio­nes que pug­nan por su ple­na satis­fac­ción y ame­na­zan la auto­con­ser­va­ción o auto­rres­pe­to del indi­vi­duo. El sín­to­ma es un com­pro­mi­so entre el prin­ci­pio del pla­cer, que bus­ca la satis­fac­ción inme­dia­ta y sin obs­tácu­los, y el prin­ci­pio de reali­dad, que pug­na por una rela­ción con el medio cir­cun­dan­te cir­cuns­cri­bien­do al suje­to al inter­cam­bio cul­tu­ral y social.

El sín­to­ma y al après-coup2

El sín­to­ma es para Freud (1926/1925) la expre­sión de un con­flic­to incons­cien­te, una for­ma­ción de com­pro­mi­so entre las ins­tan­cias psí­qui­cas; es la expre­sión del cum­pli­mien­to de un deseo pul­sio­nal caí­do bajo el influ­jo de la repre­sión y que, para­dó­ji­ca­men­te, per­mi­te, a tra­vés de muchos rodeos y de cau­sa­ción de sufri­mien­to y de des­gas­te de ener­gía psí­qui­ca del suje­to, el cum­pli­mien­to del mis­mo.

La repre­sión, por tan­to, se ase­me­ja a un inten­to de huí­da empren­di­do por el yo para renun­ciar a las que­ren­cias del ello por entrar en con­flic­to con el super­yó, median­te este meca­nis­mo se le qui­ta la inves­ti­du­ra a la agen­cia repre­sen­tan­te pul­sio­nal y se tras­mu­da en dis­pla­cer (angus­tia); sin embar­go, a tra­vés de la señal de dis­pla­cer, movi­da por los reto­ños de lo repri­mi­do, se reac­ti­va el con­te­ni­do ener­gé­ti­co de las inves­ti­du­ras pul­sio­na­les, las cua­les encuen­tran un sus­ti­tu­to: el sín­to­ma (Freud, 1926/1925).

El sín­to­ma como sus­ti­tu­to, como metá­fo­ra de la repre­sen­ta­ción-cosa, apa­re­ce sim­bó­li­ca­men­te de aque­llo per­di­do, inac­ce­si­ble para el apa­ra­to y  como pro­tec­ción ante la emer­gen­cia de ese vacío, de la fal­ta y de la no com­ple­tud,  deja­do por lo indes­ci­fra­ble que no debe apa­re­cer; remi­te, por lo tan­to, a la cons­ti­tu­ción del apa­ra­to (Negro, 2009).

Este nue­vo des­tino de las mocio­nes pul­sio­na­les alte­ra la orga­ni­za­ción del yo, el cual por su rela­ción con la reali­dad es el recep­tor del pro­ce­so sus­ti­tu­to­rio, final­men­te el ello lo sobre­pa­sa deján­do­lo impo­ten­te ante su actua­ción y el suje­to se vive ajeno a sus sín­to­mas:

“No se pro­du­ce nin­gu­na sen­sa­ción de pla­cer; en cam­bio de ello, tal con­su­ma­ción ha cobra­do el carác­ter de la com­pul­sión… El pro­ce­so sus­ti­tu­ti­vo es man­te­ni­do lejos, en todo lo posi­ble, de su des­car­ga de la moti­li­dad; y si esto no se logra, se ve for­za­do a ago­tar­se en la alte­ra­ción del cuer­po pro­pio y no se le per­mi­te des­bor­dar sobre el mun­do exte­rior; le está prohi­bi­do [ver­weh­ren] tras­po­ner­se en acción” (Freud, 1926/1925; pp. 90–91).

Esta incrus­ta­ción del sín­to­ma difí­cil­men­te se eli­mi­na­rá, actua­rá coer­ci­ti­va­men­te. Por su carác­ter incons­cien­te se rele­va a la reali­dad exter­na cau­san­do con­flic­tos en la rela­ción suje­to-reali­dad; sin embar­go, el yo se adap­ta a él, lle­gan­do inclu­so a hacér­se­le indis­pen­sa­ble por­que le per­mi­te sose­gar el ímpe­tu del ello, cubrir una deman­da del super­yó y has­ta recha­zar un reque­ri­mien­to del mun­do externo; ante lo cual al yo se le incor­po­ra el sín­to­ma y refuer­za su fija­ción, posi­bi­li­tan­do una resis­ten­cia para la des­li­ga­zón del mis­mo, es lo que Freud (1926/1925) deno­mi­nó como ganan­cia secun­da­ria.

Por otra par­te, el sín­to­ma pue­de apun­ta­lar­se en un males­tar somá­ti­co, apro­ve­chán­do­se de éste para con­ser­var­lo (Freud, 1893–1895). Pue­de mos­trar­se en la inhi­bi­ción de las fun­cio­nes yoi­cas: la inhi­bi­ción de la fun­ción sexual, de la loco­mo­ción, de la fun­ción nutri­cia y la inhi­bi­ción del tra­ba­jo; cuya cau­sa­ción se debe a un aumen­to de su sig­ni­fi­ca­do sexual y el yo renun­cia a estas fun­cio­nes, que apa­re­cen como sín­to­mas ante el cas­ti­go del super­yó que las fre­na por tener algo de pro­ve­cho­so para el ello (Freud, 1926/1925).

Asi­mis­mo, la cau­sa­ción del sín­to­ma se debe a los fac­to­res cons­ti­tu­cio­na­les, a la exci­ta­ción de las pul­sio­nes, así como a lo acci­den­tal externo, lo trau­má­ti­co, que logra pasar la pro­tec­ción anti­es­tí­mu­lo del sis­te­ma per­cep­ción-cons­cien­cia sin que haya un domi­nio de la exci­ta­ción ener­gé­ti­ca y el prin­ci­pio de pla­cer que­da extin­gui­do; la tarea del apa­ra­to psí­qui­co será ligar esa ener­gía (Freud, 1920, 1937).

El sín­to­ma apa­re­ce, enton­ces, con­tra la angus­tia, reac­ción fren­te a la pér­di­da dada des­de el naci­mien­to mis­mo. Afec­to que se reac­tua­li­za una vez que el infans3 esta­ble­ce una inter­re­la­ción con el obje­to y, ante su ausen­cia lle­ga un apron­te de peli­gro que echa a andar la angus­tia-señal, men­sa­je emplea­do por el yo para poner en mar­cha su meca­nis­mo de hui­da; afec­to reac­tua­li­za­do, por tan­to, a lo lar­go de toda la vida; con­se­cuen­te­men­te, el sín­to­ma liga la ener­gía psí­qui­ca que habría des­bor­da­do en angus­tia, sofo­can­do la situa­ción de peli­gro para el yo (Freud, 1926/1925).

Aho­ra bien, la angus­tia como reac­ción fren­te el peli­gro resul­tó ade­cua­da para el desa­rro­llo del yo por las exi­gen­cias pul­sio­na­les de la sexua­li­dad infan­til; sin embar­go, en la puber­tad por los cam­bios bio­ló­gi­cos impli­ca­dos y don­de las mocio­nes sexua­les “que debie­ran ser acor­des con el yo, corren el ries­go de sucum­bir a la atrac­ción de los arque­ti­pos infan­ti­les y seguir­los a la repre­sión. Nos topa­mos aquí con la etio­lo­gía direc­ta de la neu­ro­sis” (Freud, 1926/1925; p. 146); de esta mane­ra, las hue­llas mné­mi­cas sufren reor­ga­ni­za­cio­nes y reins­crip­cio­nes cons­tan­tes en nue­vas con­di­cio­nes.

En la puber­tad, por la inten­si­dad pul­sio­nal emer­gen­te, es cuan­do la agen­cia repre­sen­tan­te de la pul­sión devie­ne el trau­ma como un efec­to retar­da­do de la repre­sión (Freud, 1950/1895), pues hay una madu­ra­ción psi­co­se­xual mayor del suje­to, cur­san­te con la adqui­si­ción de nue­vas repre­sen­ta­cio­nes sexua­les y de situa­cio­nes actua­les pro­pi­cia­to­rias. Como for­ma­ción del incons­cien­te, el sen­ti­do de la repre­sión no es inme­dia­to, sino que sólo sur­gi­rá a pos­te­rio­ri (efec­to après-coup de reor­de­na­mien­to y resig­ni­fi­ca­ción del pasa­do).

Este efec­to retar­da­do de la repre­sión es un pro­ce­so acti­vo y, sim­bó­li­ca­men­te, es puen­te entre un even­to repri­mi­do, el cual no fue com­pren­di­do (por apa­re­cer en las esce­nas de la infan­cia tem­pra­na), y un pre­sen­te “cono­ci­do” a tra­vés de los sín­to­mas; apa­re­ce con rela­ción a las expe­rien­cias con el medio externo actua­les en un movi­mien­to retró­gra­do, por la atem­po­ra­li­dad de lo incons­cien­te y qui­zá no tie­ne que ver con la reali­dad exter­na actual, más bien está en rela­ción con eso incons­cien­te pri­mi­ti­vo (Dahl, 2009). El suje­to se verá envuel­to por este repe­tir cau­san­te de sufri­mien­to, pero le per­mi­te man­te­ner la esta­bi­li­dad de su apa­ra­to psí­qui­co, por ello la renuen­cia a des­ha­cer­se de su sín­to­ma.

Lo que carac­te­ri­za a los suce­sos y regis­tros de estos dos tiem­pos com­pe­te a su ori­gen y natu­ra­le­za (reali­dad exter­na y reali­dad inter­na), a lo refe­ren­te a su sig­ni­fi­ca­ti­vi­dad sexual (pre­ca­ria y enig­má­ti­ca, pre­ge­ni­tal y edí­pi­ca fáli­ca), así como a sus cua­li­da­des psí­qui­cas (cons­cien­tes, pre­cons­cien­tes o incons­cien­tes) y a su empu­je trau­má­ti­co (even­tos trau­má­ti­cos per se o sólo cuan­do se acti­van sus hue­llas mné­mi­cas); el segun­do tiem­po, des­en­ca­de­nan­te de un fenó­meno retro­ac­ti­vo, resig­ni­fi­ca­rá al pri­me­ro, posee­dor de un sig­ni­fi­ca­do psí­qui­co sexual y cuya repre­sen­ta­ción repri­mi­da habrá de adqui­rir un sig­ni­fi­ca­do dife­ren­te y, simul­tá­nea­men­te, echa­rá a andar la repre­sión a pos­te­rio­ri (Braier, s. f.).

Dado que el sín­to­ma es una inte­rro­ga­ción en bús­que­da de sen­ti­do, es per­ti­nen­te acla­rar que las incóg­ni­tas huma­nas son estruc­tu­ral­men­te las mis­mas, pero las for­mu­la­cio­nes y las res­pues­tas a éstas son sin­gu­la­res e impli­can el deve­nir de la his­to­ria de cómo lo ins­cri­bie­ron y se ins­cri­bió en la cul­tu­ra cada suje­to. Por tan­to, nin­gu­na gene­ra­li­za­ción con res­pec­to al sín­to­ma pue­de hacer­se váli­da, pues se encuen­tra enmar­ca­do por el dis­cur­so de la cul­tu­ra, del medio social, de la épo­ca que vive el suje­to y por el deve­nir libi­di­nal en el que se pre­sen­ta; cada indi­vi­duo deli­mi­ta­rá sus inte­rro­gan­tes así como las res­pues­tas sig­ni­fi­can­tes y crea­ti­vas pro­por­cio­na­das a los mis­mos (Levi, 2001).

Sin embar­go, des­de esa pers­pec­ti­va, el pasa­do no se recon­quis­ta de mane­ra tota­li­zan­te, sino que se cons­tru­ye y se cons­ti­tu­ye todo el tiem­po en inter­pre­ta­cio­nes reno­va­das de las hue­llas mné­mi­cas del pasa­do, y cada vez que el suje­to se aso­ma a su pasa­do, releí­do des­de las sig­ni­fi­ca­cio­nes del pre­sen­te, éste va cam­bian­do en sus modu­la­cio­nes y en sus mati­ces, al igual que en sus efec­tos sobre su pre­sen­te y su futu­ro; es posi­ble la rees­cri­tu­ra y la reins­crip­ción, en la medi­da que rein­ter­pre­te su nove­la fami­liar, aqué­lla con­ta­da a modo de una his­to­ria ofi­cial para jus­ti­fi­car­se de sus limi­ta­cio­nes o fra­ca­sos (Perrés, s. f.).

Depre­sión

Los sín­to­mas están mul­ti­de­ter­mi­na­dos y dan cuen­ta del pasa­do del suje­to, reno­va­do a tra­vés de las expe­rien­cias situa­cio­na­les en las que se halla inmer­so; en la cau­sa­ción de éstos se hayan las series com­ple­men­ta­rias de lo filo­ge­né­ti­co, lo con­tex­tual y lo sub­je­ti­vo pro­pio; ade­más, en ellos se hayan ins­cri­tos la atem­po­ra­li­dad del incons­cien­te que pug­na por hacer­se pre­sen­te; a tra­vés del sín­to­ma, la lucha ello-yo-super­yó se mani­fies­ta en la que­re­lla y el sufri­mien­to del suje­to desean­te.

La depre­sión como sín­to­ma de la sub­je­ti­vi­dad del indi­vi­duo, es defi­ni­do por Che­ma­ma (s. f.) como un cam­bio en el esta­do de áni­mo “en el sen­ti­do de la tris­te­za y del sufri­mien­to moral, corre­la­ti­va de un desin­ves­ti­mien­to de toda acti­vi­dad,… una hemo­rra­gia de la libi­do, des­pla­za­da pri­me­ro del obje­to al yo, y lue­go lle­va al yo mis­mo a una depre­cia­ción y un desin­ves­ti­mien­to radi­ca­les.” En la depre­sión lo que pare­ce lla­mar más la aten­ción, es ese esta­do de áni­mo car­ga­do de una pro­fun­da tris­te­za y la inhi­bi­ción de las fun­cio­nes yoi­cas

En varios pos­tu­la­dos teó­ri­cos la depre­sión se ase­me­ja con la melan­co­lía, alu­di­da por Freud en sus escri­tos, y den­tro del psi­co­aná­li­sis no hay una pos­tu­ra cla­ra en rela­ción a la depre­sión como enti­dad pato­ló­gi­ca, lo que sí que­da cla­ro en éstos es que no es toma­da como una estruc­tu­ra clí­ni­ca (neu­ro­sis, psi­co­sis y per­ver­sión), y más bien es reco­no­ci­da como una con­di­ción par­ti­ci­pan­te de éstas. Freud (1917/1915) sugie­re una hemo­rra­gia de la libi­do que defi­ne al esta­do melan­có­li­co, en el cual hay un esta­do aní­mi­co de dolor, pér­di­da del inte­rés por el mun­do exte­rior, ade­más de la pér­di­da de la capa­ci­dad de amar, la inhi­bi­ción de las fun­cio­nes yoi­cas y una dis­mi­nu­ción en el sen­ti­mien­to de sí, expre­sán­do­se en auto­rre­pro­ches y auto­de­ni­gra­cio­nes que se extien­de a la expec­ta­ti­va de cas­ti­go.

Esta con­di­ción melan­có­li­ca, expli­ca, se debe a la pér­di­da de un obje­to ama­do cuya natu­ra­le­za tam­bién pue­de ser ideal sin que el suje­to sepa qué es lo que ha per­di­do, que­dan­do del lado del incons­cien­te. Remi­te al vacío ori­gi­na­rio, al deseo de no deseo, a la repre­sen­ta­ción-cosa de la cual nada se sabe, y por ello el suje­to cae en un no-saber de su deseo, en un no deseo, y, por con­si­guien­te, no pue­de tener acce­so a la con­cien­cia dejan­do al suje­to en la nada. Con­ti­nua dicien­do que en la con­di­ción melan­có­li­ca hay un empo­bre­ci­mien­to y vacia­mien­to del yo, auna­do a una esci­sión y a una con­tra­po­si­ción entre sus par­tes: una de ellas ata­ca des­pia­da­da­men­te a la otra, mere­ce­do­ra de la crí­ti­ca pro­ve­nien­te del super­yó, cen­su­ran­do la cons­cien­cia y aban­do­nan­do el examen de reali­dad.

No obs­tan­te, esta es una crí­ti­ca que con­cuer­da con otra per­so­na a la que el suje­to amó, ama o ama­ría, los repro­ches son hacia ésta, pero el suje­to los diri­ge sobre sí mis­mo; por ende, la libi­do (obje­tal) diri­gi­da hacia el obje­to, inves­ti­do amo­ro­sa­men­te y ele­gi­do nar­ci­sis­ta­men­te, retor­na al yo (libi­do yoi­ca) en un pro­ce­so de iden­ti­fi­ca­ción nar­ci­sis­ta con el mis­mo; el aban­dono del obje­to se vive como el aban­dono del yo, y su ins­tan­cia crí­ti­ca, bajo el sadis­mo y agre­sión con­tra el obje­to cau­san­te del con­flic­to, pug­na por qui­tar la libi­do al obje­to ata­can­do a la par­te iden­ti­fi­ca­da con éste, que se esfuer­za por man­te­ner la inves­ti­du­ra libi­di­nal, sin embar­go, se con­fie­sa cul­pa­ble y se some­te al cas­ti­go sin opo­ner­se  (Freud, 1923, 1917/1915).

Gut­ton (1991) expli­ca que hay una dis­po­si­ción sub­je­ti­va para el afec­to depre­si­vo, a lo cual deno­mi­na “depre­si­vi­dad” (p. 254), cuyo fun­cio­na­mien­to nar­ci­sis­ta mar­ca el lími­te de poder sus­ti­tuir al obje­to y brin­da la posi­bi­li­dad de repre­sen­tar­lo; para­dó­ji­ca­men­te, en el momen­to de crear a los nue­vos obje­tos, ésta se vuel­ve hacia el pasa­do per­di­do y, por con­si­guien­te, se anu­la la capa­ci­dad de repre­sen­ta­ción, remon­tán­do­se a lo ori­gi­na­rio del apa­ra­to psí­qui­co. La depre­sión, con­se­cuen­te­men­te, da al afec­to depre­si­vo repre­sen­ta­cio­nes y el yo evo­ca obje­tos repre­sen­ta­bles para evi­tar la depre­si­vi­dad, es decir, la dis­po­ni­bi­li­dad para el deve­nir del vacío ori­gi­na­rio, mani­fies­to en el vacío del pen­sa­mien­to y en el no-deseo del obje­to desea­do.

Con­ti­núa dicien­do que en la depre­sión, el suje­to sólo cree en la con­ve­nien­cia de los obje­tos inter­nos para curar­se, empe­ro, por su con­di­ción de sus­ti­tu­ción, se hacen obje­tos depre­si­vos; no obs­tan­te, estos obje­tos pre­ven­drían al suje­to con­tra la depre­si­vi­dad por­que la depre­sión “se pare­ce a una simu­la­ción de la muer­te para pro­te­ger­se de la muer­te” (p. 258), y así la depre­sión pasa a ser inse­pa­ra­ble de la acti­vi­dad de repre­sen­tar debi­do a que remi­te a lo pre­his­tó­ri­co.

Por con­si­guien­te, en la depre­sión se opo­ne la vuel­ta del suje­to has­ta sus orí­ge­nes con la adhe­ren­cia al pro­ble­ma pro­duc­tor de su esta­do; ade­más, el depri­mi­do crea inte­rro­gan­tes refe­ren­tes a la pér­di­da del obje­to para bus­car los moti­vos de su des­apa­ri­ción, ya sea por cau­sa de su super­yó o de su ideal del yo, estos moti­vos reapa­re­cen en movi­mien­tos recí­pro­cos y, como defen­sa, osci­lan­tes entre la cul­pa y la ver­güen­za (Gut­ton, 1991, p. 259):

  • Pér­di­da por cul­pa­bi­li­dad: “he des­trui­do al obje­to por mi cul­pa”, o “corro el ries­go de des­truir­lo” (habla­ría­mos enton­ces de angus­tia depre­si­va).
  • Pér­di­da por infe­rio­ri­dad y ver­güen­za: “soy lamen­ta­ble, impo­ten­te para asir o con­ser­var al obje­to”; se tra­ta de la alte­ra­ción del yo fren­te a su ideal.

De esta mane­ra, la depre­sión pare­ce ser un “esta­do ate­nua­do de la melan­co­lía” o de la depre­si­vi­dad refe­ri­da por Gut­ton. La melan­co­lía, como con­di­ción ori­gi­na­ria estruc­tu­ran­te de la sub­je­ti­vi­dad, pre­dis­po­ne inhe­ren­te­men­te a recaer en ese esta­do de vacío pre­his­tó­ri­co; la depre­sión sur­ge así, como un esta­do melan­có­li­co impul­sa­do por la pul­sión de vida, como fun­ción defen­so­ra fren­te a un vacia­mien­to total de yo bajo el pre­do­mi­nio de la pul­sión de muer­te.

Por con­si­guien­te, el melan­có­li­co no inten­ta ali­viar su sufri­mien­to; mien­tras el depre­si­vo se inte­rro­ga por éste, lo cual favo­re­ce una bús­que­da de cómo ali­viar­lo y hacer repre­sen­ta­cio­nes, como dice Gut­ton, brin­da­do­ras de la posi­bi­li­dad de pen­sar y rodear la repre­sen­ta­ción-cosa con algún sig­ni­fi­can­te que per­mi­ta al suje­to cues­tio­nar­se sobre el ori­gen de su mal, iden­ti­fi­can­do qui­zá un suce­so y man­te­ner con el otro un víncu­lo a tra­vés de su que­ja; en el depri­mi­do hay un sen­ti­do de vivir, mien­tras en el melan­có­li­co el futu­ro está exclu­si­va­men­te deter­mi­na­do por el pasa­do.

En con­cor­dan­cia con lo ante­rior, Hugo Bleich­mar (2005) defi­ne a la depre­sión como la repre­sen­ta­ción de algo anhe­la­do o desea­do por el suje­to, es inal­can­za­ble o irrea­li­za­ble, el suje­to se encuen­tra fija­do a ella y difi­cul­tan­do la posi­bi­li­dad de desear algo más; es algo per­di­do, gene­ra­dor de dis­pla­cer y dolor (no ser ama­do por el super­yó y las per­so­nas exter­nas repre­sen­tan­tes de éste).

Para el autor, la depre­sión se mani­fies­ta en la tris­te­za como una trans­po­si­ción de la serie pla­cer-dis­pla­cer, es decir, de la cua­li­dad de la pul­sión halla­da detrás del deseo  que recae en repre­sen­ta­cio­nes de pen­sa­mien­to median­te las ideas, tras­lu­ci­das en ese afec­to; en la inhi­bi­ción de las fun­cio­nes yoi­cas encon­tra­das en este tipo de afec­cio­nes y aso­cia­da con lo impo­si­bi­li­dad de rea­li­za­ción del deseo; en el auto­rre­pro­che como la res­pues­ta agre­si­va vol­ca­da hacia sí mis­mo por la frus­tra­ción de la rea­li­za­ción del deseo (y en el cual con­ver­ge la agre­sión diri­gi­da hacia otro, la cul­pa por el deseo de agre­sión y el vuel­co agre­si­vo con­tra el pro­pio suje­to, cas­ti­gán­do­se a sí mis­mo por man­da­to del super­yó); y en el llan­to como la expre­sión de dolor y de un inten­to regre­si­vo, por­que en la infan­cia resul­to efec­ti­vo para obte­ner lo desea­do (cuan­do el niño lla­mó a su madre ausen­te y ésta apa­re­cía).

Así, la depre­sión es un tras­torno nar­ci­sis­ta en el que la bre­cha entre el yo real y el yo ideal, cons­tru­yén­do­se en todo momen­to, es muy gran­de por­que este últi­mo no con­tie­ne las valo­ra­cio­nes de per­fec­ción repre­sen­ta­das para sí mis­mo, por el con­tra­rio, está cubier­to por un nega­ti­vo del yo ideal car­ga­do de atri­bu­tos no mere­ce­do­res de nin­gu­na valía efec­ti­va para el suje­to, no hay una iden­ti­fi­ca­ción con el yo ideal agra­cia­do y el suje­to se des­va­lo­ri­za.

Siguien­do estos enun­cia­dos, Bleich­mar (2005) hace una cla­si­fi­ca­ción de la depre­sión:

  1. Depre­sión nar­ci­sis­ta, con­sis­te en que el yo cum­pla o no un ideal ins­cri­to sub­je­ti­va­men­te, por tan­to, el suje­to se sien­te infe­rior al no cum­plir­lo. Está depre­sión se pue­de divi­dir en tres cla­ses, de acuer­do al ideal nar­ci­sis­ta: 1. hay un ele­va­do ideal nar­ci­sis­ta (yo ideal); 2. hay una minus­va­lía en rela­ción al yo ideal y, con­se­cuen­te­men­te, una iden­ti­fi­ca­ción con el nega­ti­vo del yo ideal; 3. hay agre­si­vi­dad inten­cio­nal del suje­to con­tra sí mis­mo para que la bre­cha entre yo ideal y yo real no se cie­rre.
  2. Depre­sión cul­po­sa, en la cual el suje­to se sien­te cul­pa­ble4 por trans­gre­dir una nor­ma en acción o en pen­sa­mien­to y, por ende, que daña al obje­to; de igual mane­ra la sub­di­vi­de en tres cla­ses: 1. hay un ele­va­do ideal de bien­es­tar del obje­to y de no agre­sión; 2. el yo es repre­sen­ta­do como malo, mien­tras que el obje­to como daña­do y/o sufrien­do; 3. hay agre­si­vi­dad de par­te de la con­cien­cia crí­ti­ca por la repre­sen­ta­ción del yo como trans­gre­sor.
  3. Depre­sión mix­ta, ambos sen­ti­mien­tos pue­den con­ver­gir por­que el suje­to ha rea­li­za­do algo de lo cual se sien­te res­pon­sa­ble y hay infe­rio­ri­dad con cul­pa.
  4. Depre­sión por pér­di­da sim­ple de obje­to, suce­de al sufrir un due­lo nor­mal en el cual el ideal está colo­ca­do en que el obje­to esté sano y feliz, sin que su ausen­cia refie­ra minus­va­lía del yo o sen­ti­mien­tos de cul­pa­bi­li­dad.

Con­ti­nuan­do con el sen­ti­mien­to de cul­pa, Durand (2008) apun­ta que una de las varie­da­des de la angus­tia es este sen­ti­mien­to, tras­la­da­do al jui­cio hecho por el suje­to de ser des­di­cha­do, odián­do­se incons­cien­te­men­te cuan­do le va mal; es cul­pa ori­gi­na­da por la angus­tia fren­te al super­yó, pro­yec­ta­da en los demás por sen­tir­se muy cul­pa­ble; enun­cia­ción remi­ten­te a sos­te­ner que lo suce­di­do es por una cau­sa jus­ta y, por con­si­guien­te, que el indi­vi­duo podría con­tro­lar con un actuar ade­cua­do de par­te suya. Lo cual pare­ce estar en el tras­fon­do de la depre­sión.

La depre­sión, expli­ca Soler (2006), es un sín­to­ma cuyo afec­to es la tris­te­za y mer­ma las capa­ci­da­des del suje­to e inclu­ye una inhi­bi­ción glo­bal de las fun­cio­nes libi­di­na­les; debi­do a esto, la auto­ra con­ci­be la depre­sión como la “cau­sa del deseo toma­da al revés” (p. 110), dejan­do al deseo en sus­pen­so y cayen­do su efi­ca­cia; median­te la depre­sión se encon­tra­ría una satis­fac­ción en el pade­cer. Esta auto­ra se cues­tio­na ¿qué es lo que depri­me?, y pun­tua­li­za que si bien la cas­tra­ción está impli­ca­da en el afec­to depre­si­vo por la pér­di­da y la fal­ta, no es la cau­sa, y sí pue­de ser lo hecho por cada suje­to con eso, las solu­cio­nes sin­gu­la­res ins­cri­tas en esa fal­ta.

La auto­ra expre­sa que en la mujer el esta­do depre­si­vo es ori­gi­na­do por la fal­ta de amor; su cons­ti­tu­ción sub­je­ti­va, ori­gi­na­da en la iden­ti­fi­ca­ción de ser lo que al otro le fal­ta, se sos­tie­ne en el amor, pri­me­ro de la madre, des­pués del padre para final­men­te exi­gir­lo a su pare­ja; el ser una mujer, con­se­cuen­te­men­te, se apo­ya en el amor; ade­más si la mujer ama es a par­tir de su pro­pia fal­ta. Con­clu­ye, en rela­ción a lo ante­rior, que dada la natu­ra­le­za pere­ce­de­ra del amor, la mujer se encuen­tra con la posi­bi­li­dad de per­der­lo en cual­quier momen­to y, sien­do éste el que sos­tie­ne su sub­je­ti­vi­dad, hay una pre­dis­po­si­ción en la mujer, a par­tir de su deman­da de amor, a sufrir los estra­gos de la depre­sión.

Ade­más, dado que en la mujer la satis­fac­ción en el pade­cer es algo infi­ni­to, suple­men­ta­rio al pade­cer por lo fáli­co (no-todo fáli­co), no alcan­za el len­gua­je para apa­la­brar­lo, para sim­bo­li­zar­lo y cifrar­lo; es algo des­co­no­ci­do en el incons­cien­te, por eso la sobre­pa­sa y no hay mane­ra de que la mujer se reen­cuen­tre con éste, de ahí la pre­dis­po­si­ción de tris­te­za del ser en la mujer; mien­tras que el amor vie­ne a dar cuen­ta de eso suple­men­ta­rio en la enun­cia­ción de la mujer y de su deman­da infi­ni­ta del mis­mo. Cuan­do pier­de el amor se pier­de a sí mis­ma, resul­tan­do inol­vi­da­ble lo que el amor hizo de ella que fue colo­car­la en un lugar supre­mo ins­ti­tui­do por el amor por­que le sig­ni­fi­ca­ba ser para el otro lo que le fal­ta­ba.

Por su par­te, Dio Bleich­mar (1991), con rela­ción a la pre­dis­po­si­ción de la mujer hacia la depre­sión, la atri­bu­ye a una opo­si­ción entre femi­ni­dad y nar­ci­sis­mo debi­da al lugar ocu­pa­do social­men­te por la mujer, en el cual ella no es lo más valo­ra­do cul­tu­ral­men­te y la niña lo va des­cu­brien­do a par­tir de la asun­ción de la dife­ren­cia de los sexos; ade­más, a ésta se aúnan las expe­rien­cias dife­ren­cia­les que tie­nen lugar en el perío­do de laten­cia, en las cua­les a la niña se le repro­chan las acti­vi­da­des liga­das a su sexua­li­dad geni­tal (como la mas­tur­ba­ción)  y se  le orien­ta al pudor y al cui­da­do del reca­to. Lo ante­rior recae en que la mujer no es pro­vis­ta de sufi­cien­tes habi­li­da­des yoi­cas que aumen­ten su auto­es­ti­ma; ni des­de el yo ni des­de el ideal del yo, la niña pue­de con­si­de­rar su nar­ci­sis­mo satis­fe­cho.

Agre­ga que el defec­to nar­ci­sis­ta en la mujer, a par­tir de la dife­ren­cia­ción de los sexos, es más com­ple­jo que en el caso del varón, lo cual aten­ta con­tra la evo­lu­ción de la estruc­tu­ra del ideal del yo y con­tra la evo­lu­ción del nar­ci­sis­mo. Con­se­cuen­te­men­te, el ideal del yo feme­nino tro­pie­za con mayo­res tra­bas para redu­cir la bre­cha entre éste y el yo y con su nar­ci­za­ción.

En rela­ción con lo ante­rior, Corral (2006) con­si­de­ra que la femi­ni­dad es vivi­da por las muje­res como melan­co­lía pues remi­te a un des­tino de pér­di­da y a la acep­ta­ción de la nada, a la deva­lua­ción y a la sole­dad, con las sub­se­cuen­tes con­se­cuen­cias de inhi­bi­ción del deseo, efec­tos en el cuer­po y com­pul­sión a la repe­ti­ción de la angus­tia trau­má­ti­ca e infan­til, o de la inter­pre­ta­ción en tér­mi­nos de cul­pa o des­me­re­ci­mien­to refe­ri­dos a una pér­di­da vivi­da como indis­cu­ti­ble y no deja otra sali­da más que la actua­ción de la humi­lla­ción, de la cul­pa o de la con­fir­ma­ción de la pér­di­da mis­ma.

Ade­más, afir­ma que la pre­sen­cia de esta­dos melan­có­li­cos en la mujer esta­ble­ce una rela­ción con lo que inau­gu­ró su con­di­ción, es decir, con la iden­ti­fi­ca­ción con el cuer­po per­di­do de la madre, cuya ausen­cia ori­gi­na­ria creó la viven­cia de des­am­pa­ro, tras­pues­ta en la ima­gen ana­tó­mi­ca de ésta, pero tam­bién en la pro­pia. Enton­ces la con­di­ción feme­ni­na es un sacri­fi­cio del deseo, y el due­lo por el padre edí­pi­co, envol­ven­te de un due­lo por el obje­to pre­ge­ni­tal materno per­mi­te la trans­for­ma­ción de la melan­co­lía en la crea­ción de la vida.

Conclusiones

En las muje­res la pre­dis­po­si­ción a esta­dos melan­có­li­cos es reafir­ma­da por la alte­ri­dad de los sexos, ante la cual ellas sacri­fi­ca algo de su deseo para ins­cri­bir­se en el mun­do sim­bó­li­co de la femi­ni­dad; por ello la mujer, como con­se­cuen­cia de esa dife­ren­cia­ción ana­tó­mi­ca a la que es expues­ta y ante la cual asu­me estar en fal­ta, se encuen­tra sólo a tra­vés del amor del otro; ade­más la pér­di­da del amor remi­te a la “nada”, a par­tir de la cual se estruc­tu­ró sub­je­ti­va­men­te, con el con­se­cuen­te peli­gro de caer en el vacío ori­gi­na­rio.

Asi­mis­mo, la depre­sión, como sín­to­ma sur­ge como sali­da de esca­pe de las viven­cias actua­les que son resig­ni­fi­ca­cio­nes de even­tos ante­rio­res. Enton­ces las muje­res, como intér­pre­tes en bus­ca de sen­ti­do, tie­nen que reco­rrer un entra­ma­do de rela­cio­nes entre la viven­cia actual con la pasa­da median­te la rea­li­za­ción de reela­bo­ra­cio­nes de esos hechos, tra­tan­do de his­to­ri­zar ese pasa­do, lo cual impli­ca un aná­li­sis de ese pasa­do vívi­do.

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Notas

1. Maes­tra en Psi­co­lo­gía Clí­ni­ca con espe­cia­li­dad en Psi­co­te­ra­pia para Ado­les­cen­tes (Facul­tad de Psi­co­lo­gía, UNAM). Psi­co­te­ra­peu­ta en la Facul­tad de Cien­cias, UNAM. Pro­fe­so­ra de la Uni­ver­si­dad Pri­va­da del Esta­do de Méxi­co. Correo elec­tró­ni­co: jan_est@comunidad.unam.mx

2. Se refie­re a la dimen­sión de la tem­po­ra­li­dad y cau­sa­li­dad espe­cí­fi­ca de la vida psí­qui­ca que con­sis­te en el hecho de que hay impre­sio­nes o hue­llas mné­mi­cas que pue­den no adqui­rir todo su sen­ti­do, toda su efi­ca­cia, sino en un tiem­po pos­te­rior al de su pri­me­ra ins­crip­ción.

3. Se deno­mi­na así al bebé que no habla pues toda­vía no tie­ne la capa­ci­dad de acce­der al len­gua­je.

4. El autor des­cri­be la cul­pa como emer­gen­te de la pro­pia repre­sen­ta­ción del suje­to de haber infrin­gi­do una ley o nor­ma que prohi­bía dañar o hacer sufrir a otro, en tan­to res­trin­ge la agre­sión hacia el otro; por con­si­guien­te la ley está den­tro de la nor­ma­ti­vi­dad del super­yó y del ideal del yo.