2. Las mujeres en los narcocorridos: idealización y devaluación, conversión trágica y desenmascaramiento cómico
David Pavón Cuéllar1, Miguel Vargas Frutos2, Mario Orozco Guzmán3 y Flor de María Gamboa Solís4
Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo
Se ofrece un análisis discursivo del papel de la mujer en una muestra de 100 narcocorridos grabados y difundidos en México entre 1984 y 2012. Este papel es analizado a través de los nombres que se asignan a las figuras femeninas, sus atributos, sus posicionamientos como objeto y como sujeto, y sus intervenciones dentro y fuera de la esfera de actividad y organización del narcotráfico. Se examina la progresiva desidealización de la mujer, así como un proceso que puede interpretarse ya sea como una conversión trágica o como un desenmascaramiento cómico de las mujeres degradadas o pervertidas en el desarrollo de los narcocorridos.
Palabras clave: narcotráfico, narcocorridos, mujer, análisis de discurso, psicoanálisis.
Abstract
The paper offers a discursive analysis of the role of women in a sample of 100 “narcocorridos” recorded and broadcasted in Mexico between 1984 and 2012. This role is analyzed through the names that are assigned to the female figures, their attributes, their positions as object and subject, and their interventions inside and outside the sphere of drug trafficking. The paper examines the progressive devaluation of women and a process that can be interpreted either as a tragic conversion or as a comic unmasking of degraded or perverted women in the development of narcocorridos.
Keywords: drug-trafficking, narcocorridos, woman, discourse analysis, psychoanalysis.
Introducción: mujeres, narcotráfico y narcocorridos
El emergente subgénero musical mexicano conocido como narcocorrido, cuya temática está centrada en el narcotráfico, pone en evidencia un cambio radical del papel de las mujeres en la sociedad. Este cambio es correlativo de la transformación del contexto social y de manifestaciones culturales como el género mismo de los corridos. Las luchas territoriales entre las organizaciones ligadas al narcotráfico han suplantado las batallas y luchas fratricidas de la Revolución. Los corridos revolucionarios presentaban a una “Rielera” abandonada por su “Juan”, a una “Adelita” a la que se le buscaría aunque se fuera con otro y a una “Valentina” por cuyo amor se arriesgaría la vida. Poco después de la Revolución, retornan y se popularizan los corridos que le cantan a la mujer ajusticiada: una “Rosita Alvírez”, víctima funesta de la intolerancia de un hombre que no admite que se le rechace, o una “Martina” que vincula, en la ingenuidad de su mentira, la entrega del amor con la traición al deber y a la sumisión conyugal. Los primeros narcocorridos, entre los años treinta y setenta, consiguen liberar a la mujer de su condición de víctima del hombre, por ejemplo cuando le cantan a “Ignacia Jasso”, “la Nacha”, famosa narcotraficante de Ciudad Juárez, o cuando “Camelia la Tejana” y “Margarita la de Tijuana” pasan de ser quienes sufren a quienes ejercen la violencia y matan a sus compañeros (Ramírez Pimienta, 2010).
Los actuales narcocorridos incluyen frecuentemente a figuras femeninas, herederas directas de Ignacia Jasso, que se relacionan de algún modo u otro con el negocio de las drogas. Las mujeres pueden ser traficantes o sicarias, pero también amigas, familiares, esposas o amantes de los traficantes o sicarios, así como prostitutas, cantantes, animadoras u otras empleadas pagadas por ellos, y desconocidas o mujeres indefinidas o generalizadas. En muchos de estos casos, ocupan lugares centrales y protagónicos en un ámbito que suele concebirse como esencialmente masculino. Además, también con bastante frecuencia, desempeñan papeles que desbordan los marcos representativos tradicionales de la figura femenina en México, tal como han sido identificados por la feminista Marcela Lagarde (2005) en términos de cautiverios, como Cautiverios de las mujeres mexicanas: “madres, esposas, locas, monjas, presas y putas” (p. 2).
En realidad, los fenómenos recién mencionados, que se entretejen constantemente con la negación o la desvalorización de la feminidad, no sólo se pueden apreciar en el texto de los narcocorridos, sino también en el contexto simbólico en el que se compone y se canta ese texto, un contexto constituido por sucesos, noticias, opiniones, valoraciones, actitudes, personajes, rumores, palabras, etc. Consideremos, como simples ilustraciones, las imágenes de presuntas narcotraficantes que circulan en la televisión, la mediatización en torno a las hijas y esposas del Chapo Guzmán, la celebridad alcanzada por las jefas del narcotráfico Enedina Arellano Félix y La Reina del Pacífico, o el escándalo en torno a la hermosa Miss Sinaloa 2008 o Laura Elena Zúñiga Huizar, aprehendida por sus presuntos vínculos con el narcotráfico5.
En el ámbito preciso de los narcocorridos, recordemos la fama de la diva Jenni Rivera, la conmoción por su muerte y la importancia de su feminidad (Cobo, 2013). Recordemos también tantos “asuntos de mujeres” (Grillo, 2012; p. 285), por los que habrían sido asesinados cantantes de narcocorridos entre los que destaca el “mujeriego” Valentín Elizalde (Pérez, 2012; p. 72). Tampoco habría que olvidar, en el mismo ámbito de los narcocorridos, aquellas situaciones tan significativas en las que la figura masculina puede llegar incluso a desvanecerse o a pasar a un segundo plano, como es el caso de los rumores en torno a los amores lésbicos por los que la cantante Zayda Peña Arjona y su amante habrían sido asesinadas.
Teniendo en cuenta la centralidad y el protagonismo del elemento femenino en el contexto simbólico de los narcocorridos y no sólo en el texto de sus letras, podemos comprender la actual proliferación de publicaciones en las que se estudian las más diversas formas de actuación de la mujer en el universo del narcotráfico en México (Ovalle y Giacomello, 2008; Ronquillo, 2008; Carrillo, 2012; Maihold y De Maihold, 2012; Santamaría, 2012). De modo más puntual, encontramos también un cierto interés en la cuestión de la feminidad en textos académicos acerca de los narcocorridos (Tinajero y Hernández, 2004; Arias y Fernández, 2009; Jegerings, 2011), así como trabajos específicos dedicados a las mujeres en este subgénero musical (Cota y Esquivel, 2002; Mondaca, 2004; Ramírez Pimienta, 2010).
Material y método
Haciendo nuestra particular aportación a las investigaciones que ya se han realizado en torno a las figuras femeninas en los corridos que versan principalmente sobre narcotráfico, aquí ofrecemos un análisis discursivo del papel de las mujeres en una muestra de 100 letras de narcocorridos (Tabla 1) relativamente recientes, grabados y difundidos entre 1984 y 2012, es decir, en las dos últimas etapas del desarrollo de este subgénero musical que distinguen Maihold y De Maihold (2012). Nuestro análisis está limitado a los siguientes aspectos de las referencias a la mujer en los narcocorridos:
- Los nombres de la mujer. Sustantivos, adjetivos sustantivados y elementos perifrásticos con los que la mujer es designada e identificada.
- Los atributos de la mujer. Sustantivos, adjetivos y elementos perifrásticos con los que la mujer es descrita o caracterizada.
- La mujer como sujeto y como objeto. La diferencia discursiva entre los posicionamientos de la mujer como receptor pasivo y como agente activo.
- La mujer en el trabajo y en el placer. Las intervenciones de la mujer dentro y fuera de la esfera de actividad y organización del narcotráfico.
Una vez que hayamos considerado cada uno de estos aspectos, prestaremos una atención especial a aquellos narcocorridos en los que se emplean múltiples nombres para la mujer. Veremos cómo esta multiplicidad puede realizar o comportar diversos procesos discursivos: la distinción entre mujeres, la acentuación de un aspecto de la mujer, la diferenciación entre facetas femeninas y la narración de una sucesión de avatares de la feminidad. Al detenernos en el último proceso, examinaremos lo que puede interpretarse, ya sea como una conversión trágica o como un desenmascaramiento cómico de las mujeres que se ven degradadas o pervertidas en el desarrollo mismo de los narcocorridos. Para terminar, ahondaremos en esta interpretación a la luz de otra propuesta interpretativa que habremos hecho con anterioridad, a saber, la progresiva desidealización que se observaría en la evolución de los mencionados aspectos de las referencias a la mujer en los narcocorridos.
A diferencia de los anteriores trabajos en la investigación del papel de la mujer en los narcocorridos, el presente no ofrece una visión general y panorámica del tema como la que tenemos en Mondaca (2004), ni profundiza en la relación de la feminidad con la violencia como ya lo han hecho Cota y Esquivel (2002), ni tampoco relata los antecedentes, los orígenes y la historia de las figuras femeninas en los narcocorridos, lo que fue magistralmente realizado por Ramírez Pimienta (2010). Nuestro análisis se limita a los aspectos estrictamente discursivos a los que ya nos hemos referido, pero estudiándolos analíticamente de manera longitudinal en una muestra amplia de narcocorridos y explorando interpretativamente la evolución ideológica y las orientaciones evolutivas en el seno del discurso textual de las letras. Todo esto debería permitirnos cumplir con el propósito principal de nuestro análisis, que no está en sus resultados analíticos e interpretativos, sino en la reflexión acerca de un posible sentido teórico de estos resultados en una doble perspectiva marxista y psicoanalítica.
Los nombres y su evolución en el tiempo: de las mujeres y las hembras a las morras, plebes y plebitas
En los 100 narcocorridos analizados, hemos detectado 35 sustantivos, adjetivos sustantivados o elementos perifrásticos con los que la mujer es designada e identificada: mujer, dama, dama traficante, querida, novia, amiga, dueña de mi amor, señora, vieja, viejona, reina, reina de reinas, jefa de jefas, hembra, pantera, potranca, jovencita, chica, chiquitita, nena, muchacha, muchachona, chavalona, morena, morra, plebe, plebita, plebona, barbi, cabrona, tonta, chacalosa, desmadrosa, malandrina y buchona. Entre estos nombres, hay los que siempre son utilizados en plural y que suelen designar tanto a objetos de placer carnal como a colaboradoras en el negocio del narcotráfico: nenas, muchachas, muchachonas, morenas, morras, plebes, plebitas, barbis, cabronas, tontas, chacalosas, desmadrosas y buchonas. El singular es el único empleado en otros nombres que tienen una clara connotación positiva y que vehiculan una cierta dosis de respeto o afecto hacia la mujer: señora, novia y dueña de mi amor. Encontramos asimismo nombres aparentemente neutros, como hembra, dama y mujer, que se emplean en singular y en plural, y que pueden adquirir diversas connotaciones.
Podemos apreciar una interesante evolución de los nombres de la mujer a lo largo de las tres décadas en las que se distribuyen los narcocorridos analizados. El repertorio está limitado en los primeros años, hasta 1999, a los nombres mujer, hembra, señora, vieja, reina, hembra, potranca, muchacha, novia y barbi. Entre 2000 y 2006, este repertorio se ve enriquecido con dama, jefa, amiga y malandrina. Luego, entre 2006 y 2012, vemos aparecer todos los demás nombres ya mencionados. Hay que destacar, en este último período, la proliferación de los nombres más característicos del género, que suelen emplearse en plural, que se vinculan más con el sexo y la violencia que con la ternura o el afecto, que tienden a designar mujeres jóvenes que se dedican a la prostitución o al narcotráfico, y que irrumpen tardíamente, de modo súbito, masivo y arrollador, a partir del año 2009: morras, morritas, plebes, plebitas, chavalonas, cabronas, tontas, chacalosas y desmadrosas.
En el período comprendido entre 2009 y 2012, los nombres más frecuentes son morras, plebes y plebitas, mientras que en la primera época, en los noventa, predominaban las mujeres y las hembras. Estos distintos nombres parecen implicar diferentes relaciones con las mujeres a las que designan. En un registro más bien tierno y romántico, las mujeres y las hembras de los noventa les “gustan” a los narcotraficantes [1]6, se “brinda” por ellas y se les “tiene en mente” [6], son “bonitas” [15] o “inocentes” [16], tienen “corazón” y pueden ser “heridas” [17]. En cambio, a partir del 2009, en una exacerbación del elemento sexual y violento correlativa de un debilitamiento de la ternura y del romanticismo, las morras, plebes y plebitas pueden operar ya sea como narcotraficantes o bien como prostitutas, objetos eróticos y amantes en acto o en potencia. Como narcotraficantes, están “aceleradas” [39], tienen “mentalidad de malandras” y “balacean” a quien “se pasa de lanza” [62], están simultáneamente “bien vestidas con elegancia” y “con pistola al bolso” [69], andan “alteradas” y “a la moda” [80]. De no ser narcotraficantes, las morras, plebes y plebitas caen en una dimensión estrictamente sexual: “se suben solas” a las “trocas” de los narcotraficantes [41], se les “trae” para “bailar tubo” [54], “tienen cuerpos despampanantes” [62], son “desmadrosas” [70], le “sobran” a los narcotraficantes [74], se cuentan por “puños” [87], “no faltan” [88], pero también “dejan novios por todos lados” [78]. En éstos y en otros pasajes posteriores a 2009, tanto en la sexualidad como en el negocio del narcotráfico, la motivación de las morras, las plebes y las plebitas oscila entre el dinero y el placer o la diversión, mientras que vemos desvanecerse un amor y un sentimiento que eran decisivos para las mujeres y las hembras en años anteriores.
El desplazamiento de los nombres femeninos de las hembras y mujeres a las morras, plebes y plebitas implica entonces una profunda evolución ideológica en la que nos precipitamos desde un registro sentimental, amoroso y tierno, hasta uno sensual y violento, gozoso e interesado. En el espacio topológico desplegado por la ideología burguesa imperante en el mundo occidental moderno, caemos de lo ideal a lo carnal y lo material. Podemos describir este movimiento descendente como una desidealización. Hay algo ideal que se pierde, en efecto, al pasar de “la hembra” que tiene “corazón” [17], la “mujer” por la que se “brinda” y que se “tiene en mente” [6], a la “morra arremangada” que “se trae” para “bailar tubo” [54], la “plebe” que sólo tiene un “cuerpo despampanante” [62]. Al final, después de la desidealización, tenemos un cuerpo despampanante en lugar de un corazón. Es entonces cuando el hombre puede ya traer a la mujer a bailar tubo en lugar de tener que limitarse a brindar por ella y tenerla en mente. Pero evidentemente aquella mujer en la que se pensaba ya no es la misma que la morra que se ve mientras baila y se desviste. Esta última ya no es una idea, sino un cuerpo arremangado, una piel desnuda, una carne desidealizada.
Otro aspecto llamativo del mismo desplazamiento es su orientación regresiva en la lógica de lo que Freud (1900) se representó como un rasgo característico del fenómeno onírico y como un aspecto clave de su funcionamiento. De las tres formas de regresión distinguidas por Freud, tomaremos solamente una como punto de apoyo: la “regresión formal” en la que “primitivos modos de expresión y de figuración sustituyen a los habituales” (p. 541). ¿No es lo que apreciamos en la sustitución de los nombres hembra y mujer por los de morra, plebe y plebita?¿No hay acaso una marcha hacia atrás de la feminidad, una suerte de infantilización de las mujeres, al referirse a ellas como si se tratase de niñas? Morra, plebe o plebita son equivalentes de adolescente, púber y niña o niñita, que son las denominaciones correspondientes a los estadios anteriores del desarrollo biológico de la hembra y la mujer. Se ha remplazado así un modo habitual de expresarse del ser del sexo femenino adulto –mujer, hembra– por una figuración alusiva a su estado primitivo –plebe, morra o plebita. Esta regresión formal trastoca el fundamento patriarcal de la feminidad entendida como “madura” o “normal”, el de la procreación, ya que una plebe o plebita es una niña o niñita que difícilmente asociamos a la fecundidad reproductiva, mientras que una mujer o una hembra puede ser una madre, una procreadora, y su nombre es condición de ello y le hace mantener firmemente hundidas las raíces de su feminidad en el suelo de la biología de su sexo. Para ser nombrada “mujer”, es condición ser madre. La resultante del desplazamiento regresivo es entonces una mujer infantilizada a quien el hombre puede mirar desvestirse y bailar en un tubo o con quien puede satisfacerse sexualmente, carne con carne, pero desembarazado de los problemas y compromisos ligados a la prole.
Los atributos de la mujer
En la evolución ideológica de los narcocorridos que observamos a partir de 2009, la desidealización de la mujer se comprueba claramente en sus atributos, es decir, en aquello que se le atribuye y que se expresa en el discurso a través de los sustantivos, adjetivos y elementos perifrásticos con los que se le describe o caracteriza. Ya hemos visto, en el apartado anterior, que el atributo de “corazón” [17] es remplazado por el de “cuerpo” [62], así como lo “bonito” [15] y lo “inocente” [16] cede su lugar a lo “despampanante” [62], lo “desmadroso” [70], lo “alterado” y “a la moda” [80]. Esta misma evolución puede apreciarse en otros atributos en los que se entreteje con otras orientaciones evolutivas:
- En su exterioridad física, después de ser “chula” [12] y “hermosa” [24], la mujer es crudamente descrita como “buenota” en función de su cuerpo y haciendo abstracción de su cara [53].
- En sus interioridad psíquica, la mujer pierde su “talento” [9] y adquiere una “mentalidad de malandra” [62], una “mentalidad enferma” [64].
- En su actitud hacia el hombre, la mujer ya no es únicamente “coqueta y presumida” [5], sino que pasa al acto y se vuelve “desmadrosa” [70], “aventada” [77] y “ponedora” en “la orgía” [89].
- En su actitud ante el peligro, la mujer “decidida” [9] es tristemente suplantada por la “maldita” y “agresiva” [59], la “acelerada” [37, 85] y “atravesada” [77].
- En sus cualidades morales, la mujer “sencilla y de respeto” [31] se deja sustituir por la “enmafiada” [85] y “malandrina” [90].
- En su estado de ánimo, la mujer “alegre” [31] cae en la condición de “peda y paniqueada” [53], “enferma” [77] y “alterada” [77, 80], “pesada” [78, 85], “loca y marihuana” [90].
No es difícil discernir algunas de las principales orientaciones entretejidas en la evolución ideológica de los narcocorridos. La mujer no sólo es desidealizada, sino que se ve alterada y enmafiada, perturbada o desequilibrada, pervertida y depravada. Se vuelve maldita y agresiva en lugar de ser tan sólo decidida. La sana alegría se torna estado enfermo y alterado por la droga o el alcohol. El vicio, el desmadre y la orgía, vienen a ocupar el lugar de la presunción y la coquetería. El rostro se borra y sólo subsiste el cuerpo. El talento de mujer se pierde y sólo queda una mentalidad enferma de malandra.
La mujer como objeto y como sujeto
Al comparar las narcocorridos anteriores y posteriores a 2009, alcanzamos a descubrir también, paralelamente a la desidealización y a las otras orientaciones evolutivas a las que nos hemos referido, una tendencia desconcertantemente reaccionaria y regresiva consistente en la creciente propensión a reducir a la mujer a un simple objeto, receptor pasivo de las acciones o pasiones del hombre. Esta propensión es lógicamente correlativa de una supresión de la subjetividad femenina. La mujer pierde paulatinamente su calidad de sujeto, su papel de agente activo, que parece convertirse cada vez más en un privilegio reservado al hombre. A título únicamente indicativo, notemos que la intervención de la mujer como sujeto en los narcocorridos analizados es de 86% hasta 2008, 68% después de 2009 y 40% en 2012.
Además de que la mujer pase por su desubjetivación y objetivación, también debe padecer una cierta degradación de aquello de lo que es objeto o receptor pasivo. Hasta 2008, la mujer será sucesivamente objeto de un hombre al que le “gusta” [1], que la “quiere” [3, 29], que “brinda” por ella [6], que se “pasea” con ella [14, 16, 22, 33], que la “disfruta” [24, 35] y la “ama” [26], y finalmente, después de 2005, la posee o la “tiene” [27, 29], la “goza” [28] y la “desea” [32]. A partir de 2009, la mujer ciertamente no le dejará de “gustar” [45] e incluso “fascinar” al hombre [51], que seguirá “paseando” con ella [55] y continuará “queriéndola” [39, 65] y “gozándola” [96]. Sin embargo, en estos últimos años, la mujer será objeto de toda una serie de acciones masculinas radicalmente diferentes a las mencionadas. La más frecuente, que sorprende por su insistencia, es la acción de “traer” [46, 47, 54, 73, 84, 85, 97]. Además de ser aquello que se trae en el vehículo o a las fiestas, las mujeres, particularmente en plural, son el objeto que se “usa” [36] o se “jala” [54], que “sobra” [56, 74], al que se le “llama” [71] o se le “marca” [86], por el que “se va” [87], el que “adorna la cama” [88], al que se le “invita” [89] o al que se le “lleva” de un lugar a otro [92, 99], al que se “mantiene” [93] o al que metafóricamente se “ejecuta” [94] y se “levanta” [98].
Entre las acciones de las que la mujer es objeto después de 2009, hay algunas claramente degradantes y sin parangón en los años anteriores. La morra y la plebe sobran y son usadas. Son aquello que se jala de un lado a otro y que termina por adornar la cama. Resulta esclarecedor comparar las acciones más frecuentes de que es objeto la mujer antes y después de 2009: antes, lo que se hacía más con la mujer era pasear con ella; después, lo que se hace más con ella es traerla. En el primer caso, ni siquiera es seguro que la mujer esté siendo concebida como objeto, pues en cierto sentido constituye un sujeto con el que se pasea, que pasea con uno tal como uno pasea con él. En cambio, cuando es traída, la mujer aparece netamente como un objeto en una total pasividad que nos hace pensar en una cosa o bulto que se trae, que uno mueve y que no se mueve por sí mismo.
La mujer en el trabajo y en el placer
La mujer suele caer en la condición de objeto en el ámbito del placer, pero éste no es único ámbito en el que la vemos intervenir en los narcocorridos. Además de ser un simple objeto de placer de los narcotraficantes, la mujer puede ser ella misma narcotraficante y participar activamente como agente o como sujeto en la esfera de actividad y organización del narcotráfico. La participación en este ámbito de trabajo le permite conservar la subjetividad que tiende a perder en los ámbitos del placer del hombre y del trabajo de la mujer como prostituta. En contraste con la prostituta y con la amada o amante, la narcotraficante no deja de ser tratada como sujeto. Cabe conjeturar que nos encontramos ante un contexto discursivo, socioeconómico, político e ideológico, en el que la mujer sólo puede preservar su dignidad subjetiva mediante una acción criminal. Incluso después de 2009, la mujer narcotraficante se hace respetar. Se le canta, se le exalta y se le reconoce constantemente su valentía.
Entendemos que “la mujer valiente” constituya por sí sola una categoría clasificatoria en la “taxonomía del narcocorrido” que nos ofrecen Arias y Fernández (2009; p. 227). Por nuestra parte, observamos que la valentía de la narcotraficante es la virtud subjetiva femenina en la que más insisten los narcocorridos analizados. Esta “valentía” [11, 21, 48] se conecta estrechamente con otras virtudes subjetivas como el “valor” [59, 68], las “agallas” [49] o el hecho de “no temer a nada” [60, 83], y así constituye un registro de exaltación de la feminidad que no deja de operar en la caracterización de la mujer narcotraficante. Es en este registro en el que se le canta sucesivamente a la “mujer decidida” que “no conoce el miedo” [7], a la “valiente señora” que “mata a quemarropa” [11], a las “malandrinas” que “de nada tienen miedo” [19], a una “traficante muy famosa” que es “señora muy valiente” [21], a las “morras aceleradas” que “no le temen al peligro” [37], a las “mujeres que sabemos son valientes” [48], a unas “damas con tantas agallas” que “se dan de tiros” unas a otras [49], a las “plebonas que no le temen a nada” [60], a la “hembra moderna” que “a nada le tiene miedo” [64], a una “mujer de mucho valor” que “no se le raja a nadie” [68], a unas “mujeres poderosas” que “no cualquiera las asusta” [82] y a “morritas enmafiadas” que “no temen a nada” [83].
Al analizar los narcocorridos, podemos percatarnos de que la valentía femenina es decisiva en la relación de la mujer con el hombre, no sólo porque implica necesariamente un posicionamiento subjetivo de la mujer como agente activo, sino también porque frecuentemente parece cuestionar los estereotipos de género y exigir un pronunciamiento explícito con respecto a las relaciones de poder y a la igualdad o diferencia entre hombres y mujeres. Por ejemplo, al elogiar la valentía de una “hembra” narcotraficante ayudada por un policía judicial, se dice que “tenía de sobra lo que a muchos les faltaba” [23]. En otro narcocorrido, cantándole a una mujer que hereda la valentía de su padre, se dice que es tan valiente que “varios hombres quisieran tener su valor” [59]. Otro narcocorrido nos dice que la “hembra moderna”, que “a nada le tiene miedo”, se caracteriza precisamente por no permitir que los “hombres” la “dominen” [64]. Es como si no pudiera dejarse de pensar en los hombres, en su poder sobre las mujeres y en el prejuicio de su desigualdad con respecto a ellas, al momento de reconocer la valentía femenina.
En los viejos y nuevos narcocorridos, la valentía es el atributo más utilizado para dignificar y revalorizar a la figura femenina y para preservarla así de aquella tendencia constante por la que se ve cada vez más devaluada y despreciada. Es muy significativo que los nombres o atributos más injuriosos para la mujer, como tonta, cabrona, loca, maldita o de mentalidad enferma, no se apliquen jamás a las caracterizadas como valientes en la lucha armada. Esta lucha parece constituir en los narcocorridos, lo mismo que en el corrido tradicional estudiado por Magdalena Altamirano (2010), “una parcela donde la mujer sí ha podido desarrollar un protagonismo de signo positivo” al encarnar “el arquetipo de la mujer valiente” (p. 459). Una vez que la mujer toma la pistola, da muestras de valentía y se nos descubre como una mujer de armas tomar, automáticamente adquiere una subjetividad, deja de ser tan sólo el objeto sexual del hombre, tiende a desempeñar un rol protagónico y puede merecer los más honrosos nombres que los narcocorridos reservan a sus protagonistas femeninas: “mujer” [7, 21, 48, 68], “señora” [11], “dama” [49] y hasta “reina” [21, 68].
Múltiples nombres en un solo narcocorrido: distinción entre mujeres, acentuación de un aspecto de la mujer, diferenciación entre facetas femeninas y narración de una sucesión de avatares de la feminidad
Hay narcocorridos en los que la mujer es designada con múltiples nombres que adquieren valores simbólicos diferentes en función de sus posiciones en la estructura discursiva. Los nombres pueden corresponder a distintas mujeres, como en el siguiente pasaje: “Una dama traficante / Saben que soy chacalosa / Pa’ que se meten conmigo / Yo soy la jefa de jefas / Mis guaruras son mujeres” [27]. Las simples mujeres, en plural, no son más que guaruras, guardaespaldas que trabajan para la dama traficante y jefa de jefas, la cual, en una posición jerárquica superior, no se confunde con ellas y posee una individualidad singular acentuada en su designación como jefa de jefas, jefa en singular de las jefas en plural.
Además de corresponder a mujeres diferentes, los distintos nombres pueden referirse a una sola mujer o a un mismo grupo de mujeres: “Las plebes pisteando / Morritas controlando / Con sus escuadras fajadas / Y la nariz bien polveada / Morras aceleradas / Echándose un suspiro / No le temen al peligro” [37]. Las mismas mujeres son aquí presentadas como plebes, morras y morritas, sin que haya una diferencia evidente entre las tres designaciones que parecen insistir en una misma identidad o en un mismo aspecto de la feminidad característica de las plebes y morras concebidas como narcotraficantes.
En algunos casos, la diferencia entre los aspectos designados puede ser creada por las mismas designaciones aun cuando no parezca existir distinción alguna entre las mujeres designadas: “Chiquititas no se agüiten / Pronto estaré llegando / Viejas pa’ tirar pa’ arriba / Mujeres de selección” [61]. En este pasaje, aunque no haya tres grupos de mujeres, sí apreciamos una diferenciación entre facetas femeninas captadas por diferentes nombres que hacen aparecer a diferentes clases de mujer: las mujeres propiamente dichas son selectas o de selección, a diferencia de las viejas, quesólo se caracterizan por ser numerosas, abundantes e incluso demasiado abundantes, pa’ tirar pa’ arriba. Por otro lado, en un tono un tanto humorístico, las chiquititas se agüitan7, se entristecen aparentemente por la ausencia del hombre que pronto estará llegando. Estas chiquititas agüitadas operan como la primera presentación, cómicamente tierna y sentimental, de la cruda realidad carnal de las viejas pa’ tirar pa’ arriba, que al final son revalorizadas por ser de selección. Es como si el carácter selecto compensara el hecho de que las viejas no corresponden exactamente a unas chiquititas agüitadas quehacen pensar en adolescentes virginales y enamoradas, novias de pueblo, encarnaciones mexicanas de Penélope. Además de esta compensación, está desde luego la ganancia del efecto cómico producido primero por el desconcertante plural de la Penélope multiplicada en las chiquititas que esperan agüitadas a un solo hombre, y luego por una desidealización que toma la forma del desenmascaramiento de las viejas pa’ tirar pa’ arriba, quizá prostitutas experimentadas, que no parecen estar agüitadas más que por la falta de clientela, pero que se consuelan con un solo hombre que pronto estará llegando. Hay que notar que el hombre se jacta de poder consolarlas a todas, aun cuando las hay pa’ tirar pa’ arriba, lo que refuerza el efecto cómico del plural de las chiquititas.
Si la transición de las chiquititas a las viejas no fuera únicamente un desenmascaramiento cómico, entonces podría servir para narrar una sucesión de avatares o metamorfosis de la feminidad. Esto es lo que encontramos, por ejemplo, en un interesante narcocorrido sobre un jefe narcotraficante que prefiere usar mujeres vírgenes o sin usar: “Se llevó a una jovencita al salir de aquel lugar / Está bien acompañado por la reina que usa él / Que se traigan las muchachas más bonitas pero ya / La mejor es pa’ mi amigo / y si acaso no le gusta / Tráiganle una sin usar” [36]. La jovencita o muchacha sin usar no se confunde con aquello en lo que se convierte una vez usada, esto es, la reina que usa él, pero también, de manera implícita, la muchacha que no le gusta porque ya fue usada por alguien más. Tanto la muchacha usada como la reina que usa el narcotraficante se distinguen claramente de la jovencita o muchacha sin usar. Esta última no es la máscara de las primeras, como las chiquititas agüitadas eran máscaras de las viejas, sino que es aquello que eran antes de convertirse en lo que son. De lo que se trata es de una conversión, transformación real de la muchacha sin usar en la muchacha usada, y no de una simulación de esta conversión trágica en un desenmascaramiento cómico por el que la vieja, la muchacha usada, se quita la máscara de jovencita, de muchacha sin usar o de chiquitita agüitada.
Conversión trágica y desenmascaramiento cómico: hablarle a las nenas, encerrarse con las viejonas y cantarle a las muchachonas felices de compras
Dado que hay una simulación de la conversión por el desenmascaramiento, puede resultar difícil discernir lo simulado y aquello que lo simula. Medimos esta dificultad en un denso y enigmático narcocorrido como el siguiente: “Le hablé a unas nenas / Me las llevé pa’ Las Vegas / yo con mi cigarrón iba en las nubes con tres viejonas / Nos encerramos en suite de lujo / Muchachonas felices de compras” [99]. La doble conversión de las nenas en viejonas y de las viejonas en muchachonas, de las jóvenes en amantes y de las amantes en compradoras, parece no ser más que una desidealización consistente en un doble desenmascaramiento por el que las muchachonas felices de compras nos muestran su rostro alegremente materialista e interesado una vez que se quitan primero la máscara ideal superficial de las nenas a las que se les habla y luego la máscara más profunda, carnal o sexual, de las viejonas con las que el hombre se encierra en suite de lujo.
De la ternura ideal a la sensualidad carnal y sexual, y luego de esta sensualidad al espíritu interesado y materialista, parece plasmarse la conversión que Freud (1895) proponía para que el deseo pudiera franquear la senda intachable, no castrable, de la pureza (Orozco, 2008). El movimiento final es de retorno a una idealización, a una conquista de la felicidad, a través del acto de comprar. Las muchachonas están felices de compras porque tienen con qué dotarse de bienes que alcanzan a consagrar la impresión de que no les falta nada. Este sujeto de compras, excelso en su plenitud, y el objeto de compras, “más repugnante porque se manifiesta como deseante y deseable” (Dor, 1996; p. 118), marcan dos polos opuestos de las condiciones de la mujer mediatizadas por el espectro del dinero proveniente del narcotráfico.
El dinero parece profundizar la personalidad femenina y dotarla de un meollo económico materialista que se mantenía disimulado tras la materialidad carnal y no sólo tras la idealidad sentimental. Más allá de las viejas que mostraban su rostro carnal al quitarse la máscara sentimental de las chiquititas agüitadas, ahora la carnalidad de las viejonas podría ser también una máscara que oculta el rostro de las muchachonas felices que van de compras. Estas compradoras, consumidoras y quizá incluso consumistas, serían la verdad oculta por las simulaciones de las nenas a las que se les habla y de las viejonas con las que el hombre se encierra en suite de lujo. Si las nenas aceptan hablar con el narcotraficante, viajar con él a Las Vegas y luego convertirse en las viejonas que se encierran con él en su suite de lujo, tal vez no sea más que para ser al final las muchachonas felices de compras que revelan felizmente su verdad, su motivación íntima, el dinero, el valor simbólico por excelencia del sistema capitalista. El dinero que se da a las muchachonas constituiría entonces la esencia del sexo que se tiene con las viejonas, el cual, a su vez, sería la esencia de las palabras que se hablan con las nenas. La tierna joven, la nena con la que se habla, sería la máscara de la amante, la viejona en la suite, que sería la máscara de la prostituta, la muchachona feliz de compras.
El desplazamiento de las palabras a la cama y finalmente al centro comercial aparece como una desidealización por desenmascaramiento, como una profundización en la esencia del capitalismo, como una revelación de su verdad. El sujeto femenino del capitalismo sería la muchachona que gasta dinero y no la viejona a la que se penetra ni la nena con la que se comunica. Pero también es verdad que la nena y la viejona revelan ya la verdad de la muchachona. La verdad entendida como aletheia, como revelación, puede tener una “estructura de ficción” como la que le atribuye Lacan (1957; p. 448) y ser así un “cuento verdadero” como el defendido por Marx (1843) al concebir “la mentira” (p. 312) que “se hace verdad” (p. 316). La verdad se revela en la mentira. El rostro se adivina en sus máscaras.
Conclusión: del análisis discursivo a la reflexión teórica
Del repudiable objeto de abyección a la mascarada sonriente de la felicidad como sujeto de consumo capitalista, se dibuja un trayecto donde la figura femenina se ubica en un lugar cada vez más distante con respecto al campo violento en el que se desarrolla la guerra del narcotráfico. La violencia parece alejarse, pero no el motivo de la violencia. El dinero es lo que mantiene felices a las muchachonas felices de compras. Entre gastarlo y ganarlo, se abre un abismo en el que no deja de resaltar, en la distancia, la imagen de la jefa de jefas, en una tradición de personajes memorables como la Nacha, Camelia la Texana y Margarita la de Tijuana. Estas mujeres valientes desenmascaran un rostro muy diferente al de las muchachonas felices de compras. Y sin embargo, en un caso como en el otro, lo desenmascarado tiene una fisonomía tendida y modelada por el mismo dinero que se gasta o que se gana. Este dinero se revela en el rostro de quien lo gana y de quien lo gasta, pero volviendo a lo que ya sugerimos, ¿acaso no se revela también en las máscaras de este rostro?
En el último narcocorrido analizado, cuando la nena se deja llevar a Las Vegas y cuando la viejona se deja encerrar en una suite, ya se está delatando a la muchachona que desea tener dinero e ir alegremente de compras. El desenmascaramiento empieza con las máscaras. La forma de las máscaras anuncia la fisonomía del rostro. Este rostro no es más que una revelación particularmente nítida, pero tal vez haya revelaciones más nítidas, más reveladoras, y de cualquier modo hay que reconocer que las máscaras ya son también revelaciones. Por lo demás, ¿por qué estas revelaciones de la nena y la viejona, de la tierna joven y de la sensual amante, serían menos reveladoras que la revelación de la prostituta? ¿Por qué lo que interpretamos como un desenmascaramiento no sería un triste enmascaramiento? ¿Acaso la prostituta no se ve constreñida frecuentemente a adoptar la máscara de la amante?
¿Acaso no hay una cierta idealización que opera cada vez más en los narcocorridos y que permite que una amante en carne y hueso termine convirtiéndose en prostituta e intercambie, ya no sólo su carne por carne, sino esta carne material por el valor ideal abstracto del dinero? ¿Acaso el dinero no puede ser aquí un representante ideológico de la carne y del cuerpo? Semejantes preguntas nos conducen a todo lo que el materialismo freudiano y lacaniano, el materialismo del cuerpo y de la sexualidad, puede aportar al de Marx y sus seguidores, el cual, por su parte, puede también aportar mucho al primero, haciéndole ver todo lo que le ocurre al cuerpo sexuado cuando es mediado por la materialidad económica.
En una fecunda confluencia entre los materialismos del psicoanálisis y del marxismo (Pavón Cuéllar, 2009; 2012), podemos ir más allá del “materialismo vulgar” que reduce lo psíquico a una “excreción” (Bernfeld, 1926; p. 19) de lo material y que “sólo cree en lo corpóreo” (Fenichel, 1934; p. 162). Tan sólo así podremos aprehender el sentido radical del “amor sensual” (Marx, 1845; p. 493), escapar a su banal reducción a la “secretio seminis” (p. 493) y reconocer que no todo se reduce a una “sensualidad” entendida como “secreto del amor” (p. 494). Este secreto no parece radicar en el registro sensual de los “asuntos de coito”, sino “más allá”, en algo que recela el secreto de la sensualidad y a lo que “se atienen” las mujeres en el amor (Lacan, 1972–1973; p. 92).
En el ejemplo del último narcocorrido que analizamos, ¿acaso la amorosa ternura de la joven con la que se habla no podría ser el secreto de la sensual amante que sería el secreto de la prostituta? ¿Y si el rostro de la prostituta no fuera más que la máscara de la amante que se entregó al hombre? ¿Y si esta amante fuera la máscara de la joven enamorada que aceptó irse con él a Las Vegas? ¿Y si la nena ingenua fuera el único rostro de todas las máscaras? ¿Y si la desidealización, la emancipación del sexo y el dinero que festejamos en el mundo contemporáneo, fuera también una idealización-ideologización exitosamente realizada por el sistema capitalista de la cultura?
Tabla 1. Narcocorridos analizados.
No. |
Compositor |
Cantante |
Título |
Disquera |
Año |
1 |
Ramiro Cavazos |
Los Tigres del Norte |
Los tres amigos |
Fonovisa |
1984 |
2 |
D.A.R. |
Los Tigres del Norte |
La camioneta gris |
Fonovisa |
1989 |
3 |
Reinaldo Martínez |
Los Tigres del Norte |
Margarita la de Tijuana |
Fonovisa |
1994 |
4 |
Francisco Quintero |
Jenny Rivera |
Las mujeres pueden |
Brentwood |
1995 |
5 |
Jenny Rivera |
Jenny Rivera |
La chacalosa |
Brentwood |
1995 |
6 |
Mario Quintero |
Los Tucanes de Tijuana |
Clave privada |
Unisono |
1995 |
7 |
Santiago Iracheta |
Fronterizos de Nuevo Laredo |
Amparo del Fierro |
Disa |
1996 |
8 |
Arturo González |
Los Originales de san Juan |
La raza de Michoacán |
EGO |
1996 |
9 |
Francisco Quintero |
Grupo Exterminador |
Las panteras |
Fonovisa |
1996 |
10 |
Francisco Guti |
Grupo Exterminador |
El perro negro |
Fonovisa |
1996 |
11 |
Martin Rubalcaba |
Los Huracanes del Norte |
La dama de rojo |
Fonovisa |
1996 |
12 |
Francisco Quintero |
Grupo Exterminador |
Las Monjitas |
Fonovisa |
1996 |
13 |
Francisco Quintero |
Los Tigres del Norte |
Las novias del traficante |
Fonovisa |
1997 |
14 |
Silvestre Solano |
Los Originales de san Juan |
El rey del cristal |
EMI |
1998 |
15 |
Hugo Arrollo |
Los Originales de san Juan |
La peda |
EMI |
1998 |
16 |
Hugo Arrollo |
Los Originales de san Juan |
Sello de la mafia |
EMI |
1998 |
17 |
Ángel González |
Los Tigres del Norte |
Contrabando y Traición |
Fonovisa |
1998 |
18 |
Silvestre Solano |
Los Originales de san Juan |
Patrón de patrones |
EMI |
2000 |
19 |
Jenny Rivera |
Jenny Rivera |
Las malandrinas |
Fonovisa |
2000 |
20 |
Enrique Franco |
Los Originales de san Juan |
Vendetta Michoacana |
Univision |
2001 |
21 |
Teodoro Bello |
Los Tigres del Norte |
La reina del sur |
Fonovisa |
2002 |
22 |
D.A.R. |
Los Huracanes del Norte |
Mafia Michoacana |
Fonovisa |
2002 |
23 |
D.A.R. |
Valentín Elizalde |
La dama y el judicial |
Universal |
2003 |
24 |
Wilfrido Elenes |
Los norteños de Cosala |
Mujeres y polvo |
Ayana |
2005 |
25 |
Jenny Rivera |
Jenny Rivera |
Jefa de jefas |
Fonovisa |
2005 |
26 |
Francisco Gutiérrez |
Los zafiros del Norte |
Tierra de valientes |
Reca |
2005 |
27 |
Jesús Chávez |
Los Originales de san Juan |
100% Michoacano |
EMI |
2006 |
28 |
Sergio Cazares |
Los Originales de san Juan |
Ando alegre |
EMI |
2006 |
29 |
Mario Quintero |
Los Tucanes de Tijuana |
Mis tres viejas |
Fonovisa |
2006 |
30 |
Jesús Eulogio Sosa |
Los buitres de Culiacán |
Con una bolsita |
Universal |
2007 |
31 |
D.A.R |
Los buitres de Culiacán |
Las cabronas |
Universal |
2007 |
32 |
Juan Carlos Ochoa |
Los buitres de Culiacán |
El malecón |
Universal |
2007 |
33 |
José Meza |
El coyote |
Vida mafiosa |
Univision |
2007 |
34 |
Esteban Guajardo |
Los amos de Nuevo León |
Desmadre en el baño |
Vene music |
2007 |
35 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
Pedos hasta la chingada |
Universal |
2008 |
36 |
Federico Méndez |
Banda MS |
Está de parranda el jefe |
Disa |
2009 |
37 |
Saúl Beltrán |
Colmillo norteño |
Al nuevo altata |
Fonovisa |
2009 |
38 |
José Alfredo Ríos |
El komander |
Caravanas en las motos |
Fonovisa |
2009 |
39 |
José Alfredo Ríos |
Ulises Quintero |
El katch |
Fonovisa |
2009 |
40 |
Paulino Vargas |
Los Tigres del Norte |
Reina de reinas |
Fonovisa |
2009 |
41 |
Adolfo Valenzuela |
Los buitres de Culiacán |
El bucanas |
Fonovisa |
2009 |
42 |
Adolfo Valenzuela |
Los buitres de Culiacán |
Ladies mafia |
Fonovisa |
2009 |
43 |
D.A.R. |
Los zafiros del Norte |
El cobrador |
Reca music |
2009 |
44 |
D.A.R |
Los zafiros del Norte |
El cocol |
Reca music |
2009 |
45 |
D.A.R. |
Los zafiros del Norte |
El gozo |
Reca music |
2009 |
46 |
D.A.R. |
Los pesados del hyphy |
Mujeriego number one |
Solo records |
2009 |
47 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
Gastando los verdes |
Universal |
2009 |
48 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
La clika |
Universal |
2009 |
49 |
Jesús Chávez |
Los originales de san Juan |
Las dos Michoacanas |
Universal |
2009 |
50 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
Las parrandas |
Universal |
2009 |
51 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
El plebe y el primo |
Universal |
2009 |
52 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
Pedo y cocodrilo |
Universal |
2009 |
53 |
D.A.R. |
La ley de Michoacán |
Las desmadrosas |
Disa |
2010 |
54 |
D.A.R. |
Los buchones de Culiacán |
El refuego |
Disa |
2010 |
55 |
Rafael Becerra |
Calibre 50 |
Plebada alterada |
Disa |
2010 |
56 |
Mario Quintero |
Los Tucanes de Tijuana |
El diablo |
Fonovisa |
2010 |
57 |
Teodoro Bello |
Los Tigres del Norte |
La fama de la pareja |
Fonovisa |
2010 |
58 |
Rossina Silva |
Rossina Silva |
Dama de la troca colorada |
Sin compañía |
2010 |
59 |
D.A.R. |
Fabiola Deniss |
La mafiosa |
Huma |
2010 |
60 |
D.A.R. |
Fabiola Deniss |
La patrona |
Huma records |
2010 |
61 |
Alfredo Ríos |
Los buitres de Culiacán |
El corrido del tamarindo |
La disco |
2010 |
62 |
D.A.R. |
Los buitres de Culiacán |
Las plebes high class |
La disco |
2010 |
63 |
D.A.R. |
Los nuevos elegantes |
El hijo del diablo |
La disco |
2010 |
64 |
D.A.R. |
Vanessa García |
Hembra moderna |
La disco |
2010 |
65 |
D.A.R. |
Los zafiros del Norte |
El cocodrilo |
Reca music |
2010 |
66 |
D.A.R. |
Ely Quintero |
Viejas chacalosas |
Three sound |
2010 |
67 |
D.A.R. |
Ely Quintero |
4 damas en 300 |
Three sound |
2010 |
68 |
Marco Méndez |
Violeta |
La plebada parrandera |
Three sound |
2010 |
69 |
D.A.R. |
Ely Quintero |
Las juniars |
Three sound |
2010 |
70 |
D.A.R. |
Ely Quintero |
Morras desmadrosas |
Three sound |
2010 |
71 |
José Meza |
Los inquietos del Norte |
90 millas |
Universal |
2010 |
72 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
De sangre traficante |
Universal |
2010 |
73 |
José Meza |
Los inquietos del Norte |
Locos desde ayer |
Universal |
2010 |
74 |
Jesús Sauceda |
Calibre 50 |
Estilo de vida |
Disa |
2011 |
75 |
Efrén Ávila |
Los zafiros del Norte |
Fiebre michoacana |
EGO |
2011 |
76 |
D.A.R. |
El coyote |
Las morenas |
ISA music |
2011 |
77 |
D.A.R. |
Yesenia Jiménez |
Enferma y atravesada |
La disco Twins |
2011 |
78 |
D.A.R. |
Grupo comando alterado |
Las plebes pesadas |
La disco |
2011 |
79 |
Manuel Chaidez |
Los mayitos de Sinaloa |
El quincenas |
La disco Twins |
2011 |
80 |
D.A.R. |
Grupo estrategia |
La dolce alterada |
La disco Twins |
2011 |
81 |
D.A.R. |
Kory Velarde |
La plebe pesada |
Trhee sound |
2011 |
82 |
D.A.R. |
Ely Quintero |
Mujeres macizas |
Three sound |
2011 |
83 |
D.A.R. |
Oscar García |
Morritas enmafiadas |
Twins |
2011 |
84 |
Esteban Guajardo |
Los amos de Nuevo León |
Perrona parranda |
Vene music |
2011 |
85 |
Pancho “pikadientes” |
Calibre 50 |
Aguaje activado |
Disa |
2012 |
86 |
Armando Osuna |
Grupo impredecible |
Trato cerrado |
Disa |
2012 |
87 |
Pancho “pikadientes” |
Banda los recoditos |
Los compadres |
Disa |
2012 |
88 |
D.A.R. |
La ley de Michoacán |
Ando bien amanecido |
Hyphy music |
2012 |
89 |
D.A.R. |
La ley de Michoacán |
Con rumbo al infierno |
Hyphy music |
2012 |
90 |
D.A.R. |
La ley de Michoacán |
De peda en California |
Hyphy music |
2012 |
91 |
D.A.R. |
Luis Salomón |
Al 120 |
ICON & EBO |
2012 |
92 |
D.A.R. |
La ley de Michoacán |
Loqueando en Michoacán |
Pica records |
2012 |
93 |
D.A.R. |
Ely Quintero |
La Cheyenne sin placas |
Three sound |
2012 |
94 |
D.A.R. |
Los valedores de la sierra |
El acelerado |
Three sound |
2012 |
95 |
Adolfo Ríos |
El komander |
El diablo |
Twiins music |
2012 |
96 |
Christian Montez |
El komander |
El taquicardio |
Twiins music |
2012 |
97 |
D.A.R. |
El RM |
Radio pechera y metralla |
Twins |
2012 |
98 |
José Meza |
Los inquietos del Norte |
Le hable a mi compa |
Vene music |
2012 |
99 |
Felipe Meza |
Los inquietos del Norte |
El bluntonon |
Vene music |
2012 |
100 |
Fidel Rueda |
Fidel Rueda |
Sinaloense hasta las cachas |
Disa |
2012 |
Referencias
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Notas
1. Profesor investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correo‑e: pavoncuellardavid@yahoo.fr
2. Correo‑e: miguelpumas32@yahoo.com
3. Profesor investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correo‑e: orguzmo@yahoo.com.mx
4. Profesora investigadora de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Correo‑e: florgamboa@yahoo.com
5. Para más ejemplos, consultar Ronquillo (2008).
6. Los números entre corchetes remitirán en lo sucesivo a los corridos numerados y referenciados en la tabla incluida al final de este artículo.
7. Verbo pronominal empleado en México y en El Salvador. Sinónimo de “entristecerse”, “apenarse” o “afligirse”.