5. La familia como grupo social: una re-conceptualización Descargar este adjunto (5. La familia como grupo social - una re-conceptualización.pdf)

José Manuel Bezanilla1, Ma. Amparo Miranda2

Psicología y Educación Integral A.C.
Universidad del Valle de México
Universidad Bancaria de México

Resu­men

Pre­sen­ta­mos una pro­pues­ta para re-con­cep­tua­li­zar lo que se entien­de como fami­lia, ubi­cán­do­la cómo un gru­po social pri­ma­rio en el que sus miem­bros se rela­cio­nan por víncu­los de paren­tes­co en el que se asu­men roles y jerar­quías a par­tir del desem­pe­ño de cier­tas fun­cio­nes que hacen posi­ble la for­ma­ción de la per­so­na median­te  inter­ac­cio­nes sig­ni­fi­ca­ti­vas que se den hacia el inte­rior del gru­po, favo­re­cien­do el desa­rro­llo de las habi­li­da­des psi­co­so­cia­les que le per­mi­tan inte­grar­se a su sis­te­ma socio­cul­tu­ral y reali­ce su exis­ten­cia. Para lo ante­rior, a par­tir de la psi­co­lo­gía de los gru­pos, revi­sa­mos los prin­ci­pios de la socio­no­mía y expli­ca­mos la impor­tan­cia de las estruc­tu­ras de paren­tes­co y el fun­cio­na­mien­to fami­liar para enten­der las pecu­lia­ri­da­des que guar­da con rela­ción al res­to de los gru­pos. Con­clui­mos pun­tua­li­zan­do las posi­bi­li­da­des que pro­por­cio­na el pen­sa­mien­to socio­nó­mi­co para el abor­da­je de estos gru­pos.

Pala­bras cla­ve: fami­lia, gru­po social, socio­no­mía.

 

Abs­tract

We pre­sent a pro­po­sal forre-con­cep­tua­li­zing wha­tis unders­tood as “family,positioned asa­pri­mary social grou­pin which­mem­ber­sa­re rela­tedby kinship, whereroll´sand hie­rar­chi­esa­re deri­ved, based on the­per­for­man­ceof cer­tain functions,made pos­si­blethe for­ma­tion ofthe indi­vi­dual through mea­ning­ful inter­ac­tion­sin­to the­group that per­mitsthe deve­lop­ment ofpsy­cho­so­cial skills, so tha­tit­ca­nin­te­gra­te into their­cul­tu­ralsys­te­mand make yourexistence.For this,we start from thepsy­cho­log­yof groups, we stop atso­cio­nomy­prin­ci­ples, and explainthe impor­tan­ce ofkinship struc­tu­re­sand family fun­ctio­ning, to unders­tandthe pecu­lia­ri­ties­kee­ping­with the res­tof the groups.We con­clu­de­poin­ting outthe pos­si­bi­li­ties pro­vi­ded­so­cio­no­micthin­king­for tac­klingthe­se groups.

Key­words: family, social group, socio­nomy.

Introducción: los grupos sociales

Des­de la psi­co­lo­gía de los gru­pos, se habla de la exis­ten­cia de varios tipos de ellos; Gon­zá­lez (1999) men­cio­na que exis­ten múl­ti­ples cri­te­rios para la cla­si­fi­ca­ción de los gru­pos huma­nos, resul­tan­do que nin­gu­na es total­men­te satis­fac­to­ria dada la mul­ti­pli­ci­dad de posi­bles enfo­ques y varia­bles a con­jun­tar, pero acla­ra que, por ejem­plo, Ber­nard (cita­do en Gon­zá­lez, 1999) rea­li­za una cla­si­fi­ca­ción entre gru­pos pri­ma­rios y secun­da­rios.

Los gru­pos pri­ma­rios (Sprott, 1958) son rela­ti­va­men­te peque­ños; se carac­te­ri­zan por poseer patro­nes de rela­ción direc­tos con con­tac­tos cara a cara, se esta­ble­cen víncu­los emo­cio­na­les e inter­cam­bios psi­co­afec­ti­vos entre sus miem­bros, los sis­te­mas de nor­mas y per­te­nen­cia son implí­ci­tos y con­for­man la iden­ti­dad del indi­vi­duo. El autor men­cio­na que exis­ten tres tipos del gru­po pri­ma­rio:

  • El pri­me­ro, y más abs­trac­to, es el que se refie­re a gru­pos cara a cara en una situa­ción par­ti­cu­lar, poseen poca per­ma­nen­cia ya que se cons­ti­tu­yen con fines expe­ri­men­ta­les y son arti­fi­cia­les desin­te­grán­do­se una vez que se logra la meta por la que se for­ma­ron; en este caso tene­mos gru­pos de dis­cu­sión o gru­pos T.
  • El segun­do se refie­re a los que sólo se dedi­can a un tipo de inte­rés o acti­vi­dad en par­ti­cu­lar, tenien­do una cier­ta per­ma­nen­cia en el tiem­po ya que nacen a par­tir de una nece­si­dad social par­ti­cu­lar como un gru­po esco­lar o de recrea­ción.
  • En ter­cer lugar tene­mos a los que se refie­ren a muchos intere­ses y acti­vi­da­des, sien­do las rela­cio­nes entre sus miem­bros gene­ra­les y abar­ca­ti­vas ya que per­mean varias esfe­ras de la vida de mane­ra pro­fun­da y sig­ni­fi­ca­ti­va, como los gru­pos de ami­gos y los gru­pos fami­lia­res.

A la fami­lia se le con­si­de­ra el gru­po pri­ma­rio por exce­len­cia, debi­do a que la per­so­na, des­de su naci­mien­to, se encuen­tra inmer­sa en él y es ahí don­de vive y desa­rro­lla las expe­rien­cias y habi­li­da­des que ser­vi­rán como base para la vida en todos los ámbi­tos de su exis­ten­cia.

Cer­vel (2005) men­cio­na que la fami­lia es un sis­te­ma humano carac­te­ri­za­do por rela­cio­nes con­san­guí­neas y de afec­ti­vi­dad que faci­li­tan el desa­rro­llo de las per­so­nas que lo con­for­man hacien­do posi­ble la adqui­si­ción de habi­li­da­des psi­co-socia­les.

Por su par­te, Álva­rez Gon­zá­lez (2003) escri­be que la fami­lia es un gru­po humano carac­te­ri­za­do por víncu­los afec­ti­vos, san­guí­neos o adop­ti­vos en el que a par­tir de los con­tac­tos con­ti­nuos e inter­ac­cio­nes comu­ni­ca­ti­vas se posi­bi­li­ta el desa­rro­llo de esta­bi­li­dad, cohe­sión inter­na, así como posi­bi­li­da­des de pro­gre­so evo­lu­ti­vo según las nece­si­da­des de cada uno de sus miem­bros y siem­pre en fun­ción del ciclo vital del sis­te­ma fami­liar.

Pro­fun­di­zan­do, con­si­de­rá­ra­mos que la fami­lia es un gru­po humano que se dis­tin­gue del res­to por los víncu­los de san­gre o adop­ción que la colo­can en una situa­ción úni­ca sobre el res­to de los gru­pos, don­de cier­to núme­ro de per­so­nas se reúnen en un deter­mi­na­do espa­cio-tiem­po, en el que por medio de inter­ac­cio­nes e inter­cam­bios psi­co-afec­ti­vos cum­plen con una tarea. No obs­tan­te, al abor­dar a la fami­lia como un gru­po social, asu­mi­mos que se encuen­tra regi­da por los mis­mos prin­ci­pios y fun­da­men­tos del res­to de los gru­pos, es decir, que posee un mis­mo sis­te­ma de inter­ac­cio­nes, con­fi­gu­rán­do­se una deter­mi­na­da estruc­tu­ra de rela­cio­nes a par­tir de la cohe­sión, las alian­zas y la direc­ción de la comu­ni­ca­ción, pre­sen­tan­do una dife­ren­cia­ción entre sus miem­bros con res­pec­to a los roles y tareas espe­cí­fi­cas que desem­pe­ñan y que per­mi­ten la iden­ti­fi­ca­ción de lide­raz­gos con dis­tin­tas carac­te­rís­ti­cas y esti­los (Mun­né, 1995).

Uno de los ele­men­tos fun­da­men­ta­les a par­tir de los que se pue­de estu­diar a los gru­pos fami­lia­res es el de la acti­vi­dad en el que es posi­ble obser­var cua­tro nive­les: a) temá­ti­co, obser­ván­do­se en éste de mane­ra explí­ci­ta la tarea del gru­po; b) fun­cio­nal, en el que es posi­ble la can­ti­dad de con­duc­tas que se pre­sen­tan en el gru­po; c) cog­nos­ci­ti­vo, que se refie­re a lo que cada miem­bro del gru­po está pen­san­do; y d) afec­ti­vo y corres­pon­de a todos aque­llos aspec­tos emo­cio­na­les y sen­si­ti­vos. Otro ele­men­to carac­te­rís­ti­co de la fami­lia es el que se refie­re a sus fun­cio­nes y la tarea que se le asig­na social­men­te ya que, a dife­ren­cia de otros gru­pos, ésta tie­ne la res­pon­sa­bi­li­dad de edu­car y for­mar a sus miem­bros, para que desa­rro­llen su máxi­mo poten­cial humano y se inser­ten al sis­te­ma social de for­ma sana y pro­duc­ti­va. La mane­ra en que un gru­po fami­liar la reali­ce, depen­de­rá tan­to del ambien­te y con­tex­to socio­cul­tu­ral don­de se encuen­tre inmer­sa, como de sus carac­te­rís­ti­cas par­ti­cu­la­res: patro­nes de inter­ac­ción y comu­ni­ca­ción, estruc­tu­ra de nor­mas y dis­tri­bu­ción de roles, entre otros.

Formas y características familiares

Lévy-Strauss (1987) men­cio­nó que una fami­lia es un mode­lo ideal que sir­ve para desig­nar a un gru­po social en par­ti­cu­lar que, a pesar de pre­sen­tar­se con diver­sas for­mas y carac­te­rís­ti­cas, siem­pre ha ser­vi­do de base para la orga­ni­za­ción de los sis­te­mas socia­les en los que se ha estu­dia­do. Resal­ta que la fami­lia no es una enti­dad natu­ral que sur­ja de mane­ra espon­tá­nea, sino que sólo es posi­ble a par­tir de lo que otras fami­lias pro­por­cio­nan a los miem­bros de ori­gen de la pare­ja, es decir que exis­ten fami­lias que pro­por­cio­nan al hom­bre y la mujer, y que posi­bi­li­tan la crea­ción de un nue­vo gru­po fami­liar, lo que impli­ca la exis­ten­cia de una socie­dad orga­ni­za­da en torno a una cul­tu­ra; así, en un con­tex­to par­ti­cu­lar, exis­ten diver­sos gru­pos fami­lia­res dis­pues­tos a reco­no­cer la exis­ten­cia de otros lazos ade­más de la con­san­gui­ni­dad y el pro­ce­so natu­ral de des­cen­den­cia se logra a par­tir de la pre­sen­cia de afi­ni­dad entre las per­so­nas.

Como hemos men­cio­na­do en otros sitios (Beza­ni­lla y Miran­da, 2010), uno de los ele­men­tos que mar­can el sur­gi­mien­to de la fami­lia como la cono­ce­mos en la actua­li­dad lo cons­ti­tu­ye la regu­la­ción de la sexua­li­dad, espe­cial­men­te la que se da entre her­ma­nos, en pri­me­ra ins­tan­cia, y pos­te­rior­men­te entre fami­lia­res en pri­mer y segun­do gra­do. Esto sen­tó las bases para que la orga­ni­za­ción de las rela­cio­nes deja­ra de cimen­tar­se en lo bio­ló­gi­co y se fun­da­men­ta­ra en la estruc­tu­ra del gru­po social, ya que, como lo men­cio­na Estei­nou (2008), la prohi­bi­ción del inces­to no es una regla sobre el matri­mo­nio y sexua­li­dad con la madre o her­ma­na, sino que se fun­da­men­ta en la obli­ga­to­rie­dad de dar­las a otros y, es en este pun­to don­de sur­ge la pre­gun­ta ¿a quién le entre­ga­mos a nues­tras muje­res?, es aquí don­de la afi­ni­dad, o como mejor lo nom­bró Moreno, la Telé que cobra impor­tan­tí­si­ma rele­van­cia en la orga­ni­za­ción de los gru­pos socia­les, las comu­ni­da­des y pos­te­rior­men­te y de for­ma ideal las socie­da­des.

Enton­ces ¿cuál es el papel del paren­tes­co en la estruc­tu­ra y diná­mi­ca de los gru­pos fami­lia­res que los hace dis­tin­tos de los gru­pos? Estos, son la fuen­te pri­ma­ria de las rela­cio­nes inter­per­so­na­les y, con base en la orga­ni­za­ción antes des­cri­ta, se fun­da­men­tan en la afi­ni­dad y la con­san­gui­ni­dad, de ahí que sea en ellas don­de se edu­quen los ele­men­tos bási­cos de la socia­li­za­ción, tan­to para el esta­ble­ci­mien­to de rela­cio­nes por afi­ni­dad (a par­tir del mode­lo de los padres), como de con­san­gui­ni­dad.

En sus orí­ge­nes, la noción de paren­tes­co se fun­da­men­ta­ba en una idea de natu­ra­le­za, es decir, que las estruc­tu­ras fami­lia­res se orga­ni­za­ban, según Mali­nows­ki (2005), des­de lo que es con­si­de­ra­do como “nor­mal”3 sien­do la orga­ni­za­ción de la rela­ción entre madre e hijo como ele­men­to pri­ma­rio de orga­ni­za­ción afec­ti­va y psi­co­so­cial al inte­rior del gru­po fami­liar. No obs­tan­te, el pro­ble­ma de la orga­ni­za­ción de paren­tes­co se pre­sen­ta­ba con la apa­ri­ción del “padre”, ya que entre las pobla­cio­nes estu­dia­das por el autor, la línea mater­na no tenía reco­no­ci­mien­to social, mien­tras que había dos tipos de orga­ni­za­ción en cuan­to a la pater­ni­dad, la del padre bio­ló­gi­co (geni­tor) y la del padre social (pater), sien­do el her­mano de la madre el que cum­plía con esta fun­ción.

Esta pro­pues­ta gene­ró un sin­nú­me­ro de crí­ti­cas, espe­cial­men­te sobre la len­te con que se mira­ban estas orga­ni­za­cio­nes ya que, como lo men­cio­na Estei­nou (2008), el mode­lo que se toma­ba para rea­li­zar los estu­dios de paren­tes­co era la fami­lia euro­pea bur­gue­sa, lo que pro­pi­cia­ba visio­nes ses­ga­das con inter­pre­ta­cio­nes poco fia­bles. Men­cio­na Lévy-Strauss (1969) que las estruc­tu­ras de paren­tes­co se refie­ren a los sis­te­mas cuya “nomen­cla­tu­ra” per­mi­ten deter­mi­nar de for­ma inme­dia­ta, el círcu­lo de los parien­tes y el de los alle­ga­dos, es decir, que iden­ti­fi­ca a aque­llas per­so­nas que se encuen­tran prohi­bi­das para el matri­mo­nio. Acla­ra que todas estas estruc­tu­ras, por lo menos en los estu­dios que reali­zó, se encuen­tran orga­ni­za­das con base en la prohi­bi­ción del inces­to y que toman for­mas y carac­te­rís­ti­cas par­ti­cu­la­res con base en las dis­po­si­cio­nes ambien­ta­les y los dis­tin­tos modos de desa­rro­llo cul­tu­ral.

Estei­nou (2008) seña­la que si saca­mos de la con­cep­ción de paren­tes­co los ele­men­tos natu­ra­lis­tas y cen­tra­lis­tas, es posi­ble res­ca­tar dis­tin­tos com­po­nen­tes. Refie­re que es posi­ble reto­mar el sis­te­ma de cla­si­fi­ca­ción ter­mi­no­ló­gi­ca desa­rro­lla­do por Mor­gan (1971), a pesar de las crí­ti­cas que se le han hecho, espe­cial­men­te para la recons­truc­ción de la orga­ni­za­ción de paren­tes­co en gru­pos exten­di­dos. Mien­tras que de Rad­clif­fe-Brown (1950, 1965 y 1966; cita­do en Estei­nou, 2008) pode­mos reto­mar su mira­da sobre la estruc­tu­ra y diná­mi­ca de roles, don­de men­cio­na que:

“… la exis­ten­cia de una fami­lia ele­men­tal crea tres tipos espe­cia­les de rela­ción social, la del padre y el hijo-hija, la que exis­te entre los hijos de los mis­mos padres y la de mari­dos padres del mis­mo hijo.”

Des­de la pers­pec­ti­va socio­nó­mi­ca, tan­to las cla­si­fi­ca­cio­nes lin­güís­ti­cas como las diná­mi­co-fun­cio­na­les des­cri­tas ante­rior­men­te, a pesar de las cri­ti­cas emi­ti­das por la socio­lo­gía y la antro­po­lo­gía, nos resul­tan suma­men­te úti­les espe­cial­men­te a par­tir de la mira­da de la Teo­ría de roles y la telé.

Des­de la com­pren­sión téli­ca, no resul­ta muy impor­tan­te si el matri­mo­nio fue deter­mi­na­do por ele­men­tos cul­tu­ra­les o tra­di­cio­na­les o los cón­yu­ges tuvie­ron liber­tad de elec­ción, ya que con base en este con­cep­to, la diná­mi­ca de rela­cio­nes, tan­to al inte­rior del núcleo más cer­cano de coha­bi­ta­ción como con los miem­bros de la fami­lia exten­sa, se verá fun­da­men­ta­da por las atrac­cio­nes o recha­zos entre los dis­tin­tos suje­tos lo que deter­mi­na­rá de mane­ra par­ti­cu­lar la for­ma cómo se repre­sen­ta­rán los dis­tin­tos roles cuan­do entran en rela­ción con el con­tra-rol iden­ti­fi­ca­do en la estruc­tu­ra de paren­tes­co. Es decir, si la rea­li­za­ción de un matri­mo­nio fue arre­gla­da por los padres o por algu­nos ele­men­tos tra­di­cio­na­les con base en la cul­tu­ra don­de habi­tan los con­tra­yen­tes, no es muy rele­van­te si es que entre éstos exis­te una telé posi­ti­va, ya que esto per­mi­ti­rá que se sien­tan atraí­dos entre sí, que sus inter­ac­cio­nes sean ter­sas y flui­das lo que si no gene­ra sen­ti­mien­tos de amor, míni­ma­men­te, sí pla­cen­te­ros.

Si por el con­tra­rio, los cón­yu­ges tuvie­ron una libre elec­ción de pare­ja, pero ésta obe­de­ció a ele­men­tos trans­fe­ren­cia­les y neu­ró­ti­cos, es muy pro­ba­ble que no exis­ta una total cla­ri­dad sobre la natu­ra­le­za de la telé entre ellos, por lo que si tie­nen suer­te ‑y me pare­ce váli­do en este con­tex­to hablar de suer­te- podrán encon­trar que des­pués de ir lim­pian­do los ele­men­tos trans­fe­ren­cia­les que los engan­cha­ron de ori­gen, exis­te entre ellos una telé posi­ti­va. Esta situa­ción es poco fre­cuen­te, ya que con base en la expe­rien­cia acu­mu­la­da a par­tir de los múl­ti­ples estu­dios socio­mé­tri­cos (Moreno, 1937, 1940, 1966, 1972, 1995; Beza­ni­lla 2006, 2007a, b y 2010) pode­mos afir­mar que cuan­do una rela­ción se fun­da­men­ta en ele­men­tos trans­fe­ren­cia­les, exis­te poca cla­ri­dad en la direc­ción de la telé entre los impli­ca­dos, lo que, en el mejor de los casos, en un prin­ci­pio pue­de gene­rar con­fu­sión, pero gene­ral­men­te la telé resul­tan­te es nega­ti­va4.

Por otro lado, con base en la teo­ría de roles, enten­de­mos que los nom­bres que se le asig­nan a cada papel den­tro del esce­na­rio social van car­ga­dos por una serie de com­por­ta­mien­tos, acti­tu­des y afec­tos que se espe­ra sean repre­sen­ta­dos con fun­da­men­to en el guión socio­cul­tu­ral acep­ta­do, de ahí que cuan­do alguien deja el rol de “novio” y asu­me el de “espo­so”, enten­de­mos que ese “nue­vo” rol se encuen­tra de inme­dia­to inves­ti­do de expec­ta­ti­vas indi­vi­dua­les, gru­pa­les y cul­tu­ra­les, por lo que es posi­ble acer­car­nos a mirar estos con­te­ni­dos de for­ma amplia para enten­der lo que se espe­ra del “espo­so”, pero tam­bién, en par­ti­cu­lar, un deter­mi­na­do rol de espo­so, para enten­der cómo es que las carac­te­rís­ti­cas indi­vi­dua­les se fusio­nan con las socia­les y cul­tu­ra­les a fin de que esta per­so­na repre­sen­te este rol de for­ma espe­cí­fi­ca, lo que nos per­mi­ti­ría enten­der algu­nas mani­fes­ta­cio­nes exclu­si­vas de cier­tos roles en el con­tex­to de un gru­po fami­liar, ya sea por sus carac­te­rís­ti­cas de alta adap­ta­ción o desem­pe­ño “el buen espo­so” o por aque­llas pato­ló­gi­cas.

Vale la pena men­cio­nar que nin­gún rol se pre­sen­ta ais­la­do, de ahí que para que exis­ta un “padre” se requie­re el con­tra-rol “hijo” y la for­ma en cómo se estruc­tu­re esta rela­ción, no nece­sa­ria o total­men­te, obe­de­ce a lo que en ese gru­po o cul­tu­ra fami­lia­res se entien­de lo que debe ser el bino­mio “padre-hijo”, ya que en este con­tex­to el rol de padre lle­va toda una car­ga que se con­jun­ta con la capa­ci­dad de la per­so­na para repre­sen­tar­lo, pero tam­bién del fac­tor de telé entre padre e hijo, de esta mane­ra, si el padre se sien­te atraí­do genui­na­men­te hacia su hijo, será posi­ble que se cons­tru­ya una rela­ción sóli­da y flui­da; pero si es al con­tra­rio, es muy pro­ba­ble que ésta, des­de el prin­ci­pio, sea ten­sa y tiran­te sien­do lo cual es per­ci­bi­do por el hijo quien reac­cio­na­rá en con­se­cuen­cia.

Sin­te­ti­zan­do, para la socio­no­mía fami­liar, la com­pren­sión de las estruc­tu­ras de paren­tes­co en un gru­po o cul­tu­ra fami­liar deter­mi­na­da, per­mi­te iden­ti­fi­car las car­gas socio­cul­tu­ra­les que se asig­nan a cada rol así como las tareas e inter­ac­cio­nes que se espe­ran de éste, lo que con­fi­gu­ra­rá un patrón socio­mé­tri­co espe­cí­fi­co y una diná­mi­ca par­ti­cu­lar.

Funciones y funcionamiento familiar

Otro ele­men­to impor­tan­te para la carac­te­ri­za­ción de la fami­lia como gru­po social lo cons­ti­tu­ye lo que se entien­de como fun­cio­nes y fun­cio­na­mien­to fami­liar.

Macías (1981) con­si­de­ra que las fami­lias pue­den o no cum­plir sus fun­cio­nes, de hacer­lo faci­li­ta­rán el desa­rro­llo sano de sus inte­gran­tes, pero de no ser así pue­den inter­fe­rir con él, des­viar­lo o dañar direc­ta­men­te a sus miem­bros.

Mene­ses (1967) seña­ló que el diá­lo­go con­yu­gal es el medio más impor­tan­te para la inte­gra­ción fami­liar si éste reúne las con­di­cio­nes de res­pe­to autén­ti­co y madu­rez bási­ca de ambos cón­yu­ges. Men­cio­na tam­bién que los cón­yu­ges madu­ros se lle­van bien uno con el otro, res­pe­tan sus sen­ti­mien­tos, sus gus­tos y opi­nio­nes, y encuen­tran siem­pre la for­ma de comu­ni­car­se. Par­ti­ci­pan de sus expe­rien­cias y dis­cu­ten sus pro­ble­mas lo mis­mo que los pro­ble­mas de los demás.

En este mis­mo sen­ti­do, Kas­low (1982; cita­do en Pon­zet­ti y Long, 1989) afir­ma que las pare­jas sanas son el fac­tor más sobre­sa­lien­te en el desa­rro­llo de las fami­lias sanas. Así, men­cio­na que los bue­nos matri­mo­nios están for­ma­dos por dos per­so­nas que res­pe­tan la uni­ci­dad de su pare­ja, es decir, apre­cian al otro por lo que es, ade­más los miem­bros de la pare­ja dis­fru­tan el tiem­po que com­par­ten y mues­tran inte­rés en lo que el otro hace. Man­tie­nen un balan­ce entre el tiem­po que pasan solos, jun­to con un sen­ti­do de com­pa­ñía. Por otra par­te, las res­pon­sa­bi­li­da­des mari­ta­les están dis­tri­bui­das equi­ta­ti­va­men­te. Ade­más, están carac­te­ri­za­dos por patro­nes de comu­ni­ca­ción cla­ros y abier­tos, lo cual se hace paten­te por los acuer­dos, la coope­ra­ción mutua y habi­li­dad para resol­ver pro­ble­mas. Final­men­te, estas pare­jas mues­tran una visión opti­mis­ta del mun­do, cono­ci­mien­to y adap­ta­ción al cam­bio.

Pollack (1957; cita­do en Pon­zet­ti y Long, 1989) seña­la que las fami­lias sanas tie­nen las siguien­tes carac­te­rís­ti­cas: inter­de­pen­den­cia entre los cón­yu­ges y dis­po­si­ción para olvi­dar­se de las nece­si­da­des per­so­na­les para pro­mo­ver la satis­fac­ción de la pare­ja, hay una pri­ma­cía de los sen­ti­mien­tos posi­ti­vos entre la pare­ja, se pro­mue­ven las rela­cio­nes sanas entre her­ma­nos y las rela­cio­nes padres-hijos se dis­tin­guen por el inter­cam­bio mutuo y la habi­li­dad para desa­rro­llar­se per­so­nal­men­te.

Las fami­lias fun­cio­na­les tie­nen un esti­lo de vida tran­qui­lo y rela­ja­do; tien­den a comu­ni­car­se cla­ra y direc­ta­men­te y no tie­nen esti­los de poder auto­ri­ta­rio ni repre­si­vo. Los pro­ble­mas fami­lia­res tien­den a resol­ver­se lo antes posi­ble. Sus rela­cio­nes se carac­te­ri­zan por el acuer­do, las expec­ta­ti­vas son rea­lis­tas y hay un genuino inte­rés por los demás. Ade­más, estas fami­lias usan par­te del tiem­po del día para rela­jar­se y com­par­tir intere­ses (Han­sen 1981; cita­do en Pon­zet­ti y Long, 1989).

Estra­da (1990) esta­ble­ce que uno de los fac­to­res pri­mor­dia­les para man­te­ner una fami­lia uni­da es la comu­ni­ca­ción. De hecho, ésta encie­rra cual­quier otro fac­tor que pudie­se exis­tir, si hay una bue­na comu­ni­ca­ción, no hay con­flic­to, duda, frus­tra­ción, etc., que no se pue­da resol­ver. Whit­field (1993; cita­do en Agui­lar, 1995) esta­ble­ce que la base de la bue­na comu­ni­ca­ción, son los lími­tes per­so­na­les sanos de las per­so­nas que se comu­ni­can. Si estos lími­tes exis­ten, las per­so­nas pro­te­gen su inti­mi­dad y res­pe­tan al otro al comu­ni­car lo que real y lla­na­men­te quie­ren comu­ni­car, sin dobles men­sa­jes ni acu­sa­cio­nes indi­rec­tas, entre otros.

Minu­chin (1977; cita­do en Agui­lar, 1995) seña­la que cuan­do la comu­ni­ca­ción es bue­na, dará las pau­tas por las que se regi­rá la fami­lia y que le ayu­da­rán a fun­cio­nar nor­mal­men­te. Éstas regu­lan la con­duc­ta de los miem­bros de la fami­lia y se for­man por “las tran­sac­cio­nes repe­ti­ti­vas acer­ca de qué mane­ra, cuán­do y con quién rela­cio­nar­se”. Las pau­tas rigen la jerar­quía, la com­ple­men­ta­rie­dad de las fun­cio­nes, los lími­tes y la liber­tad den­tro de la fami­lia.

Mene­ses (1967) seña­la que en las fami­lias sanas exis­te una for­ma de ejer­ci­cio de auto­ri­dad que res­pon­de a las nece­si­da­des de los hijos de ser guia­dos, alen­ta­dos y pro­te­gi­dos. Los padres que ejer­cen este tipo de auto­ri­dad racio­nal pue­den ser iden­ti­fi­ca­dos por­que saben apre­ciar las nece­si­da­des de su cón­yu­ge y de sus hijos, las mate­ria­les y las mora­les, como si fue­ran las suyas pro­pias. Son capa­ces de man­dar sin humi­llar, reco­no­cen sus limi­ta­cio­nes y sus erro­res, advier­ten las dife­ren­cias y pro­po­nen a sus hijos metas sen­si­bles y ade­cua­das a las capa­ci­da­des y al tem­pe­ra­men­to de cada uno de ellos.

Para Solís (1962), en las fami­lias fun­cio­na­les se obser­va una orga­ni­za­ción. Se entien­de por un hogar orga­ni­za­do aquél que, con inde­pen­den­cia de su for­ma cons­ti­tu­ti­va, es esta­ble y cuen­ta, al menos, con con­di­cio­nes mate­ria­les (de orden y lim­pie­za, así como ali­men­tos y ropa pre­pa­ra­dos pun­tual­men­te) y mora­les (de afec­tuo­sa unión pater­nal aten­ción dia­ria a los pro­ble­mas de los hijos). Asi­mis­mo, se obser­va el cum­pli­mien­to pun­tual de labo­res intra y extra hoga­re­ñas, el inter­cam­bio de impre­sio­nes, de aten­cio­nes y de apo­yo sobre los pro­ble­mas de todos los miem­bros de la fami­lia. Estas fami­lias cuen­tan con pro­gra­mas de gas­tos y rea­li­za­cio­nes futu­ras y cada uno de sus miem­bros tie­ne la satis­fac­ción de per­te­ne­cer al gru­po, sin que haya un exce­si­vo núme­ro de habi­tan­tes ni inter­fe­ren­cias de extra­ños en los pro­ble­mas inter­nos.

Curiel (1967; cita­do en Agui­lar, 1995) esta­ble­ce que una fami­lia uni­da e inte­gra­da solo pue­de exis­tir si posee metas en común, y una bue­na comu­ni­ca­ción para lle­var­las a cabo, así como un buen plan­tea­mien­to de fun­cio­nes de jerar­quías y lími­tes que garan­ti­cen el buen fun­cio­na­mien­to fami­liar, dán­do­se bajo con­di­cio­nes en las que miem­bros sanos indi­vi­dual­men­te sean capa­ces de rela­cio­nar­se sin difi­cul­tad y bajo el cobi­jo de una bue­na rela­ción matri­mo­nial que inte­gre todo lo ante­rior. Así, los hijos podrán desa­rro­llar­se y apren­de­rán a rela­cio­nar­se y even­tual­men­te, inde­pen­di­zar­se del sis­te­ma para crear uno pro­pio.

En con­tras­te, la desin­te­gra­ción fami­liar es una espe­cie de deca­den­cia psi­co­ló­gi­ca carac­te­ri­za­da por una pér­di­da de obje­ti­vos comu­nes, una reduc­ción en la coope­ra­ción entre los miem­bros de la fami­lia, una fal­ta de coor­di­na­ción en los roles fami­lia­res así como una fal­ta de amor, leal­tad y res­pe­to entre los miem­bros.

Leñe­ro (1967) seña­la que la cri­sis fami­liar se mani­fies­ta por­que la comu­nión fami­liar des­apa­re­ce y cada uno de sus miem­bros coexis­te por sí mis­mo, pues todos tie­nen intere­ses y ocu­pa­cio­nes diver­gen­tes. En esta situa­ción los con­flic­tos fami­lia­res son muy fre­cuen­tes.

Mene­ses (1967) seña­la que la obser­va­ción más super­fi­cial pone de mani­fies­to que en diver­sos sec­to­res de la socie­dad, la fami­lia está tenien­do difi­cul­ta­des para cum­plir sus fun­cio­nes, ya que en su inte­rior se crean con­di­cio­nes que inhi­ben el desa­rro­llo de víncu­los afec­ti­vos genui­nos entre sus miem­bros. Los ingre­dien­tes que fal­tan al inte­rior de la fami­lia son el amor, la leal­tad, el res­pe­to mutuo y la auto­ri­dad.

En este mis­mo sen­ti­do, men­cio­na que un indi­ca­dor de pato­lo­gía en la fami­lia es que los padres ejer­cen una auto­ri­dad irra­cio­nal e inclu­so muchas de las veces la impo­nen con vio­len­cia. Mues­tran for­mas de auto­ri­dad que son infle­xi­bles, que no cono­cen limi­ta­cio­nes ni dere­chos y que en reali­dad sir­ven para ocul­tar la ver­da­de­ra caren­cia de auto­ri­dad. Los padres auto­ri­ta­rios son exa­ge­ra­da­men­te rígi­dos, impa­cien­tes, difí­ci­les de com­pla­cer. No saben man­dar sin humi­llar, no saben amar sin exi­gir sumi­sión. Asu­men una posi­ción de arbi­tra­ria supe­rio­ri­dad que sus­ci­ta hos­ti­li­dad y rebel­día; con­fun­den a sus hijos, quie­nes aca­ban por no saber cuá­les son sus debe­res, ni cuá­les sus atri­bu­cio­nes.

De la Fuen­te (1967) men­cio­na que muchas fami­lias se encuen­tran inte­gra­das neu­ró­ti­ca­men­te. La cohe­sión fami­liar se man­tie­ne por la ope­ra­ción de fuer­zas tales como la depen­den­cia exce­si­va, el domi­nio y la sumi­sión, el sacri­fi­cio de la indi­vi­dua­li­dad y el mie­do a la auto­no­mía y a la res­pon­sa­bi­li­dad. Las ligas pue­den ser efi­cien­tes para man­te­ner aglu­ti­na­dos a los miem­bros de la fami­lia pero tie­nen un carác­ter irra­cio­nal y des­truc­ti­vo. Ocu­rre que aun­que en apa­rien­cia exis­te cohe­sión en algu­nas fami­lias, las ligas entre sus miem­bros son débi­les y laxas. Cada cual per­si­gue sus pro­pias metas y en reali­dad, para cada uno la vida de los demás no tie­ne impor­tan­cia. No hay intere­ses o pro­pó­si­tos comu­nes. En lo que con­cier­ne a los hijos, exis­te una fal­ta de auto­ri­dad y orien­ta­ción por par­te de los padres. La indul­gen­cia y la tole­ran­cia apa­ren­tes, ocul­tan el egoís­mo, la fal­ta de soli­da­ri­dad y de comu­ni­ca­ción. Asi­mis­mo,  seña­la que la cri­sis de la vida fami­liar está ínti­ma­men­te rela­cio­na­da con la agu­di­za­ción crí­ti­ca de los pro­ble­mas de auto­ri­dad.

En lo que se refie­re a los lími­tes, Minu­chin (1977; cita­do en Agui­lar, 1995) seña­la que en las fami­lias dis­fun­cio­na­les exis­ten dos aspec­tos que se pre­sen­tan con cier­ta fre­cuen­cia: el aglu­ti­na­mien­to (fal­ta de lími­tes, dis­mi­nu­ción exce­si­va de la dis­tan­cia entre los sub­sis­te­mas) y el des­li­ga­mien­to (dema­sia­da dis­tan­cia y fal­ta de comu­ni­ca­ción entre los sub­sis­te­mas). En los sub­sis­te­mas fami­lia­res aglu­ti­na­dos, el exal­ta­do sen­ti­do de per­te­nen­cia requie­re de un impor­tan­te aban­dono de la auto­no­mía; por otro lado, las fami­lias des­li­ga­das poseen un des­pro­por­cio­na­do sen­ti­do de inde­pen­den­cia y care­cen de sen­ti­mien­to de leal­tad y per­te­nen­cia.

Bea­vers (1981; cita­do en Palo­mar, 1998) men­cio­na que en las fami­lias dis­fun­cio­na­les, el área más defi­cien­te es la cohe­ren­cia. Los miem­bros de la fami­lia mues­tran una gran difi­cul­tad para resol­ver la ambi­va­len­cia y ele­gir sus metas. Nin­guno tie­ne cla­ra­men­te el poder, por lo que éste es ejer­ci­do cubier­ta e indi­rec­ta­men­te.

Con base en lo ante­rior, y des­de nues­tra pers­pec­ti­va, la socio­nó­mi­ca), con­si­de­ra­mos a la fami­lia como un gru­po social pri­ma­rio en el que sus miem­bros se rela­cio­nan por víncu­los de paren­tes­co, de don­de se deri­van roles y jerar­quías, par­tien­do del desem­pe­ño de cier­tas fun­cio­nes, se hace posi­ble la for­ma­ción de la per­so­na median­te inter­ac­cio­nes sig­ni­fi­ca­ti­vas hacia el inte­rior del gru­po, que per­mi­ten el desa­rro­llo de las habi­li­da­des psi­co­so­cia­les, para que aqué­lla pue­da inte­grar­se a su sis­te­ma socio­cul­tu­ral y reali­ce su exis­ten­cia.

Puntualizaciones socionómicas al estudio de la familia

La socio­no­mía es un cam­po de estu­dio que es suma­men­te poten­te ya que posee cohe­ren­cia entre su pers­pec­ti­va onto­ló­gi­ca, epis­te­mo­ló­gi­ca, teó­ri­ca, meto­do­ló­gi­ca y téc­ni­ca. Se carac­te­ri­za por ser una mira­da inte­gra­do­ra con una impor­tan­te fle­xi­bi­li­dad en sus pun­tos de enfo­que y apli­ca­ción. En par­ti­cu­lar, en lo refe­ren­te al gru­po fami­liar, apor­ta amplias posi­bi­li­da­des tan­to para la inves­ti­ga­ción como para la inter­ven­ción edu­ca­ti­va y clí­ni­ca, cam­po suma­men­te amplio en el que es posi­ble uti­li­zar las tres ramas que la con­for­man: la socio­me­tría, la socio­di­ná­mia y la socia­tría.

La socio­me­tría fami­liar per­mi­te la explo­ra­ción de las orga­ni­za­cio­nes estruc­tu­ra­les, tan­to de fami­lias nuclea­res, exten­sas y recons­ti­tui­das, a par­tir de la apli­ca­ción de sus méto­dos y pro­ce­di­mien­tos para la reco­lec­ción, aná­li­sis e inter­pre­ta­ción de los resul­ta­dos; el cam­po de las inves­ti­ga­cio­nes abar­ca temá­ti­cas des­de la orga­ni­za­ción exten­sa para brin­dar ayu­da ya sea a una madre sol­te­ra; la mane­ra como se reor­ga­ni­za una fami­lia recons­ti­tui­da; el esta­tus socio­mé­tri­co que un her­ma­nas­tro ocu­pa al inte­grar­se al nue­vo núcleo fami­liar; las afec­ta­cio­nes en la cohe­sión fami­liar a par­tir de la apa­ri­ción de un tras­torno celo­tí­pi­co en uno de los miem­bros del gru­po; la estruc­tu­ra y sis­te­ma de rela­cio­nes de una fami­lia con una pacien­te con ano­re­xia ner­vio­sa; el reaco­mo­do en el esta­tus; o los roles con el naci­mien­to del pri­mer hijo o del segun­do.

A un nivel macro, es posi­ble que a par­tir del aná­li­sis socio­mé­tri­co de gru­pos fami­lia­res, se iden­ti­fi­quen las nue­vas for­mas fun­cio­na­les de orga­ni­za­ción fami­liar; el esta­tus socio­mé­tri­co ocu­pa­do por algún rol cómo las madres o los abue­los; la explo­ra­ción y com­pa­ra­ción de áto­mos socia­les de dis­tin­tos miem­bros de la fami­lia; la estruc­tu­ra y orga­ni­za­ción de fami­lias con algún miem­bro con­su­mi­dor de dro­gas; de las orga­ni­za­cio­nes de aque­llas en las que hay pre­sen­cia de vio­len­cia; la rela­ción exis­ten­te entre fun­cio­na­mien­to fami­liar y estruc­tu­ra socio­mé­tri­ca; los nive­les de cohe­sión fami­liar y la estruc­tu­ra de rela­cio­nes en la fami­lia; la rela­ción entre los sis­te­mas de nor­mas; y las estruc­tu­ras socio­mé­tri­cas fami­lia­res. El cam­po para la inves­ti­ga­ción socio­mé­tri­ca fami­liar es tan amplio como la ima­gi­na­ción y las posi­bi­li­da­des del inves­ti­ga­dor.

Mien­tras que la socio­me­tría fami­liar cons­ti­tu­ye la medi­ción dura del sis­te­ma en la que se rea­li­zan cor­tes trans­ver­sa­les del fenó­meno para tener una mira­da foto­grá­fi­ca de las estruc­tu­ras socio­mé­tri­cas, la socio­di­ná­mia fami­liar sería el com­ple­men­to fle­xi­ble y com­pren­si­vo, por lo que, a par­tir de la obser­va­ción ana­lí­ti­ca del con­tex­to ambien­tal don­de se encuen­tra la fami­lia, la for­ma en que las acti­vi­da­des, inter­ac­cio­nes y sen­ti­mien­tos se orga­ni­zan den­tro de cada gru­po fami­liar par­ti­cu­lar para con­for­mar los sis­te­mas inter­nos y exter­nos, será posi­ble que pro­fun­di­ce­mos ya sea en el estu­dio de las varia­bles antes men­cio­na­das para com­pren­der sus efec­tos sobre las ante­rio­res o para mirar los temas fun­da­men­ta­les para la com­pren­sión de deter­mi­na­do gru­po fami­liar.

En lo que res­pec­ta a las apli­ca­cio­nes para la inter­ven­ción en el cam­po de la socio­no­mía fami­liar, pode­mos enfo­car­las des­de la pers­pec­ti­va pre­ven­ti­va o asis­ten­cial ya que nos brin­da ele­men­tos para el diag­nós­ti­co, el tra­ta­mien­to y la eva­lua­ción, tan­to a nivel clí­ni­co como peda­gó­gi­co. A nivel peda­gó­gi­co, la socio­me­tría y la socio­di­na­mia fami­liar, nos per­mi­te mos­trar a las fami­lias las for­mas como se encuen­tra orga­ni­za­da, a nivel estruc­tu­ral como fun­cio­nal, para que a par­tir de esto y median­te empleo de los méto­dos sociá­tri­cos (psi­co­te­ra­pia de gru­pos, socio­dra­ma y psi­co­dra­ma) se gene­re­ren pro­ce­sos y situa­cio­nes en los que la(s) fami­lias par­ti­ci­pan­tes trans­for­men sus nive­les de orga­ni­za­ción y fun­cio­na­mien­to de mane­ra pre­ven­ti­va.

En el cam­po de la orien­ta­ción, y a par­tir de un tra­ba­jo ante­rior, que­dó demos­tra­do que el méto­do psi­co­dra­má­ti­co es váli­do y con­fia­ble para ser apli­ca­do en los tres nive­les de la orien­ta­ción gene­ran­do pro­ce­sos edu­ca­ti­vos viven­cia­les que per­mi­ten un impac­to pro­fun­do en las per­so­nas a par­tir de mirar y mirar­se con y en fami­lia, para desa­rro­llar las habi­li­da­des que les per­mi­tan abor­dar dis­tin­tos temas de su situa­ción fami­liar.

En el cam­po de la clí­ni­ca, la socio­me­tría y la socio­di­ná­mia, nos brin­dan ele­men­tos para el diag­nós­ti­co y la eva­lua­ción de las inter­ven­cio­nes, pero es aquí don­de se des­plie­gan al máxi­mo los recur­sos de la socia­tría. Es posi­ble abor­dar a una o varias fami­lias de mane­ra simul­tá­nea, sien­do posi­ble la apli­ca­ción de la tera­pia de gru­po, el socio­dra­ma y el psi­co­dra­ma para el tra­ta­mien­to de pro­ble­mas de salud fami­liar como cri­sis vita­les y del desa­rro­llo; reor­ga­ni­za­ción y recom­po­si­ción fami­liar; mane­jo de due­los; cri­sis emo­cio­na­les y neu­ró­ti­cas; psi­co­pa­to­lo­gías gra­ves y psi­co­sis, entre otras.

Referencias

Aguilar, A. (1995). Estudio exploratorio de la percepción familiar de niños de bajos recursos según su sexo y tipo de familia. Tesis de la Licenciatura en psicología. México, D. F.: Universidad Iberoamericana.

Álvarez González, B. (2003). Orientación familiar: Intervención familiar en el ámbito de la diversidad. Madrid: Sanz y Torres.

Bezanilla, J. M. (2006). Estudio exploratorio de factores de riesgo psicosocial en estudiantes de psicología. Alternativas en Psicología, 14.

Bezanilla, J. M. (2007a). Primera aproximación sociométrica al Grupo Canguro de nivel escolar. En Murueta, M. Psicología salud y educación: avances y perspectivas en América Latina. México: Amapsi Editorial.

Bezanilla, J. M. (2007b). Estudio exploratorio de factores de riesgo psicosocial en estudiantes de psicología. Alternativas en Psicología, 16.

Bezanilla, J. M. y Miranda, M. A. (2010). Sociometría: un método de investigación psicosocial.PEI Editorial, México. URL disponible en: http://alfepsi.org/attachments/article/77/Sociometria.pdf

Cervel, M. (2005). Orientación e Intervención familiar. Revista Educación y Futuro, 13. URL disponible en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?articulo=2239633&orden=75354

De la Fuente, R. (1967). El aspecto psiquiátrico. En Álvarez, J. (Comp.). Desintegración Familiar. México: Obra Nacional de la Buena Prensa.

Esteinou, R. (2008). La familia nuclear en México: lecturas de su modernidad siglos XVI al XX. México: Miguel Ángel Porrúa.

Estrada, L. (1990). La teoría psicoanalítica de las relaciones de objeto. Del individuo a la familia. Barcelona: Hispánicas.

Gonzalez, J. J., et al. (1999). Dinámica de grupos. México: Pax.

Leñero, L. (1967). El aspecto sociológico. En Álvarez, J. (Comp.). Desintegración familiar. México: Obra Nacional de la Buena Prensa.

Lévi-Strauss, C. (1969). Las estructuras elementales de parentesco.México: Paidós.

Lévi-Strauss, C. (1987). Polémica sobre el origen y universalidad de la familia.Barcelona: Anagrama Editorial

Macías, R. (1981). El grupo familiar, su historia, su desarrollo, su dinámica. Memorias del Primer simposium sobre la dinámica y psicoterapia de la familia. México: Instituto de la Familia, A. C.

Malinowski, B. y Ellis, H. (2005). The sexual live on savages in North Western Melanesia.Kersinger Publishings, USA. URL disponible en: http://books.google.com/books?id=f0CGuj7r1O8C&dq=%22the+sexual+live+of+savages+in+north+melanesia%22&printsec=frontcover&source=bn&hl=es&ei=TzWfTMXYJISBlAejo9nuAg&sa=X&oi=book_result&ct=result#v=onepage&q&f=false

Meneses, E. (1967). El aspecto pedagógico. En Álvarez, J. (Comp.) Desintegración familiar. México: Obra Nacional de la Buena Prensa.

Moreno, J. L. (1940). Psychodramatic treatment of marriage problems. Sociometry, 3,  1-23.

Moreno, J. L. (1937). Intermediate treatment of a matrimonial triangle.Sociometry, 1, 124-163.

Moreno, J. L. (1966). Psicoterapia de grupos y psicodrama. México: FCE.

Moreno, J. L. (1972). Fundamentos de sociometría. Buenos Aires: Paidós.

Moreno, J. L. (1995). Las bases de la psicoterapia. Buenos Aires: Lumen Horme.

Morgan, L. (1971). La sociedad primitiva. Madrid: Ayuso.

Munné, F. (1995). La interacción social. Teorías y ámbitos. Barcelona: PPU.

Palomar, J. (1998). Funcionamiento familiar y calidad de vida. Tesis de Doctorado en Psicología. México, D.F.: Universidad Nacional Autónoma de México.

Ponzetti, J. y Long, E. (1989). Healty family functioning: A review and a critique. FamilyTherapy, 16 (1), 43-50.

Solis, H. (1962). Sociología Criminal. (2ª ed.). México: Porrúa.

Sprott, W. H. J. (1958). Grupos Humanos. Buenos Aires: Paidós.

Notas

1Psi­có­lo­go clí­ni­co, espe­cia­lis­ta en psi­co­dra­ma clí­ni­co y psi­co­te­ra­pia de gru­pos, maes­tro en cien­cias de la edu­ca­ción fami­liar y doc­tor en cien­cias para la fami­lia. Miem­bro del Sis­te­ma Mexi­cano de Inves­ti­ga­ción en Psi­co­lo­gía, fun­da­dor y direc­tor gene­ral de Psi­co­lo­gía y Edu­ca­ción Inte­gral, A.C. Correo e: jjmbezanilla@peiac.org

2Psi­có­lo­ga clí­ni­ca, maes­tra en psi­co­lo­gía clí­ni­ca, aca­dé­mi­ca en la Uni­ver­si­dad del Valle de Méxi­co Lomas Ver­des y la Uni­ver­si­dad Ban­ca­ria de Méxi­co. Direc­to­ra de Ser­vi­cios Clí­ni­cos de Psi­co­lo­gía y Edu­ca­ción Inte­gral, A.C. y de la Revis­ta Inter­na­cio­nal PEI. Correo e: amparo.miranda@peiac.org

3A lo “nor­mal” des­de esta pers­pec­ti­va, se le entien­de como las con­fi­gu­ra­cio­nes afec­ti­vas que se gene­ran entre las per­so­nas a par­tir de los cri­te­rios de con­san­gui­ni­dad.

4Sería obje­to de nue­vas inves­ti­ga­cio­nes deter­mi­nar si es que esa telé nega­ti­va resul­tan­te de estas rela­cio­nes trans­fe­ren­cia­les esta­ba ahí de ori­gen pero era opa­ca­da por los con­te­ni­dos pro­yec­ti­vos, o si es el resul­ta­do de los sen­ti­mien­tos des­agra­da­bles resul­ta­do de inter­ac­cio­nes con­fu­sas don­de ambos miem­bros que­dan en fal­ta a par­tir de la poca cla­ri­dad del víncu­lo.