7. Análisis del ciclo vital de la estructura familiar y sus principales problemas en algunas familias mexicanas Descargar este adjunto (7. Análisis del ciclo vital, de la estructura familiar y principales proble~.pdf)

Jaime Montalvo Reyna1, María Rosario Espinosa Salcido2, Angélica Pérez Arredondo3

Facultad de Estudios Superiores Iztacala-UNAM
INFASI ACT

Se reali­zó una inves­ti­ga­ción des­crip­ti­va con un dise­ño no expe­ri­men­tal don­de se iden­ti­fi­ca­ron los patro­nes que man­tie­nen las rela­cio­nes fami­lia­res en fami­lias que asis­ten a tera­pia en una zona urba­na del Esta­do de Méxi­co. Se entre­vis­tó a cua­tro fami­lias en dife­ren­tes eta­pas de su ciclo vital: una en pro­ce­so de divor­cio, otra en la eta­pa de la lle­ga­da de los hijos, una más con hijos en edad esco­lar y por últi­mo, una con hijos ado­les­cen­tes. Se uti­li­zó una guía de entre­vis­ta para detec­tar cua­tro fac­to­res: estruc­tu­ra, carac­te­rís­ti­cas socio­cul­tu­ra­les, prin­ci­pa­les pro­ble­mas y sín­to­mas, y prin­ci­pios cla­ves. Los resul­ta­dos apun­tan a que la estruc­tu­ra no repre­sen­ta dife­ren­cias debi­do al núme­ro de miem­bros que la for­man sino que éstas se hacen pre­sen­tes en cuan­to a los patro­nes de fun­cio­na­li­dad carac­te­rís­ti­cos de cada eta­pa del ciclo vital de la fami­lia. Resul­ta­do del tra­ba­jo con el ciclo vital de la fami­lia, se pro­po­nen una estra­te­gia de diag­nós­ti­co y una estra­te­gia tera­péu­ti­ca apo­ya­das en el enfo­que sis­té­mi­co y el mode­lo estruc­tu­ral.

Pala­bras cla­ve: Eta­pa del ciclo vital, mode­lo estruc­tu­ral, enfo­que sis­té­mi­co.

 

Analy­sis of the life cycle, family struc­tu­re and main pro­blems in some fami­lies mexi­can 

A des­crip­ti­ve study was con­duc­ted with a non-expe­ri­men­tal design, which sought to iden­tify pat­terns that main­tain family rela­tionships in fami­lies atten­ding the­rapy in an urban area of Mexi­co Sta­te. We inter­vie­wed four dif­fe­rent fami­lies at the sta­ge of their life cycle: A divor­ce in another sta­ge of the arri­val of chil­dren, with one more school-age chil­dren, and finally, one with tee­na­gers. We used an inter­view gui­de that was used to iden­tify four main fac­tors: struc­tu­re, socio­cul­tu­ral cha­rac­te­ris­tics, main pro­blems, sym­ptoms and key prin­ci­ples. The results sug­gest that the struc­tu­re repre­sents dif­fe­ren­ces if not by num­ber of mem­bers within a family, but they are pre­sent in terms of fun­ctio­na­lity pat­terns iden­ti­fied as cha­rac­te­ris­tics of each sta­ge of the life cycle of the family. A diag­nos­tic stra­tegy and the­ra­peu­tic stra­tegy sup­por­ted by the sys­te­mic and struc­tu­ral model is wor­king with the family life cycle.

Key­words: Life cycle sta­ge, struc­tu­ral model, sys­te­mic approach.

 

Introducción

De acuer­do a la Decla­ra­ción Uni­ver­sal de los Dere­chos Huma­nos de 1948 (ONU, 2012), la fami­lia es el ele­men­to natu­ral y fun­da­men­tal de la socie­dad y tie­ne dere­cho a la pro­tec­ción de la socie­dad y del Esta­do; es el gru­po social bási­co en el que la mayo­ría de la pobla­ción se orga­ni­za para satis­fa­cer sus nece­si­da­des y en el cual los indi­vi­duos cons­tru­yen una iden­ti­dad median­te la trans­mi­sión y actua­li­za­ción de los patro­nes de socia­li­za­ción.

Para Fish­man (1995) la fami­lia, como ins­ti­tu­ción, es la fuen­te de las rela­cio­nes más dura­de­ras y el pri­mer sus­ten­to social del indi­vi­duo, con pau­tas de rela­ción que se man­tie­nen a lo lar­go de la vida, lo que la con­vier­te en la ins­tan­cia con mayo­res recur­sos para pro­du­cir cam­bios. Al res­pec­to, Minu­chin y Fish­man (1993) seña­lan que es un con­tex­to natu­ral para cre­cer y para reci­bir auxi­lio; un sis­te­ma vivo que inter­cam­bia infor­ma­ción inter­na y exter­na­men­te don­de las fluc­tua­cio­nes de ori­gen interno o externo sue­len ser segui­das por una res­pues­ta que devuel­ve el sis­te­ma a su esta­do de cons­tan­cia, pero si la fluc­tua­ción se hace más amplia, la fami­lia pue­de entrar en una cri­sis en la que la trans­for­ma­ción ten­ga por resul­ta­do un nivel dife­ren­te de fun­cio­na­mien­to capaz de supe­rar las alte­ra­cio­nes y exi­gen­cias del medio.

La fami­lia es un sis­te­ma vivo en cons­tan­te evo­lu­ción y desa­rro­llo, ya sea por el con­tex­to o bien por los indi­vi­duos que la con­for­man, don­de las per­so­nas nacen, cre­cen, se repro­du­cen y mue­ren, pero a su paso van dejan­do hue­llas mar­ca­das en la inter­ac­ción con otros, las cos­tum­bres, los hábi­tos, las reglas, los vicios, se van tras­mi­tien­do de gene­ra­ción en gene­ra­ción. Al res­pec­to Minu­chin y Fish­man (1993) men­cio­nan:

“Con­tem­plar a la fami­lia en un lap­so pro­lon­ga­do es obser­var­la como un orga­nis­mo que evo­lu­cio­na con el tiempo…Esta enti­dad va aumen­tan­do su edad en esta­dios que influ­yen indi­vi­dual­men­te sobre cada uno de sus miem­bros, has­ta que las dos célu­las pro­ge­ni­to­ras decaen y mue­ren, al tiem­po que otras reini­cian el ciclo de vida…el sis­te­ma fami­liar tien­de al mis­mo tiem­po a la con­ser­va­ción y a la evo­lu­ción… evo­lu­cio­na hacia una com­ple­ji­dad creciente…El desa­rro­llo de la fami­lia trans­cu­rre en eta­pas que siguen una pro­gre­sión de com­ple­ji­dad cre­cien­te” (pp. 34–36).

Así, para Minu­chin (1986) la fami­lia se desa­rro­lla en el trans­cur­so de cua­tro eta­pas a lo lar­go de las cua­les el sis­te­ma fami­liar sufre varia­cio­nes; los perío­dos de desa­rro­llo pue­den pro­vo­car trans­for­ma­cio­nes al sis­te­ma y un sal­to a una eta­pa nue­va y más com­ple­ja. Las eta­pas, reco­no­ci­das como el ciclo de vida, son:

  1. For­ma­ción de la pare­ja.
  2. La pare­ja con hijos peque­ños.
  3. La fami­lia con hijos en edad esco­lar y/o ado­les­cen­tes.
  4. La fami­lia con hijos adul­tos.

Minu­chin tam­bién seña­ló que cada eta­pa requie­re de nue­vas reglas de inter­ac­ción fami­liar, tan­to al inte­rior como al exte­rior del sis­te­ma. Sin embar­go, hay fami­lias que pue­den per­ma­ne­cer ato­ra­das en una eta­pa, a pesar de que el sis­te­ma fami­liar requie­re de una trans­for­ma­ción ante nue­vas situa­cio­nes como, por ejem­plo, el naci­mien­to de un hijo (a) y su cre­ci­mien­to, el ingre­so al ámbi­to edu­ca­ti­vo for­mal, cam­bio de nivel esco­lar, cam­bio de escue­la o el ale­ja­mien­to del hogar por cues­tio­nes de tra­ba­jo, por estu­dios, matri­mo­nio, entre otros. Este estan­ca­mien­to en algu­na eta­pa del ciclo vital pue­de lle­var a la dis­fun­cio­na­li­dad fami­liar y mani­fes­ta­cio­nes sin­to­má­ti­cas.

No obs­tan­te, resul­ta difí­cil esta­ble­cer eta­pas están­dar para todas las fami­lias, pero indu­da­ble­men­te hacer­lo es una herra­mien­ta que le da sen­ti­do a todo tra­ba­jo con fami­lias, sea el obje­ti­vo de éste la pre­ven­ción, la inter­ven­ción (tra­ta­mien­to o tera­pia) o la inves­ti­ga­ción. Estra­da (1987) seña­ló dos ven­ta­jas al con­si­de­rar el ciclo vital de la fami­lia: a) ofre­ce un ins­tru­men­to de orga­ni­za­ción y sis­te­ma­ti­za­ción inva­lua­ble para el pen­sa­mien­to clí­ni­co que per­mi­te lle­gar con menos tro­pie­zos al diag­nós­ti­co y; b) brin­da, la opor­tu­ni­dad de revi­sar casos clí­ni­cos dan­do la pau­ta para reco­no­cer fenó­me­nos simi­la­res en otras fami­lias y que indi­can, tam­bién, las vías que con­du­cen a la inter­ven­ción tera­péu­ti­ca opor­tu­na.

Como Bar­ga­gli (1998; cita­do en Estei­nou, 2004) lo seña­la­ra, exis­ten par­ti­cu­lar­men­te tres dimen­sio­nes bajo las cua­les ha sido cap­ta­da la reali­dad fami­liar: la estruc­tu­ra fami­liar, las rela­cio­nes fami­lia­res y las rela­cio­nes de paren­te­la. La pri­me­ra com­pren­de al gru­po de per­so­nas que viven bajo el mis­mo techo, la ampli­tud y com­po­si­ción de este agre­ga­do de corre­si­den­tes, las reglas con las cua­les éste se for­ma, se trans­for­ma y se divi­de. La segun­da dimen­sión inclu­ye las rela­cio­nes de auto­ri­dad y de afec­to al inte­rior de este gru­po, los modos a tra­vés de los cua­les inter­ac­túan y se tra­tan, las emo­cio­nes y los sen­ti­mien­tos que prue­ban el uno con el otro. La ter­ce­ra se refie­re a las rela­cio­nes exis­ten­tes entre gru­pos dis­tin­tos de corre­si­den­tes que ten­gan lazos de paren­tes­co, la fre­cuen­cia con la cual éstos se ven, se ayu­dan, ela­bo­ran y per­si­guen estra­te­gias comu­nes para acre­cen­tar, o al menos para con­ser­var, sus recur­sos eco­nó­mi­cos, su poder, su pres­ti­gio.

Minu­chin (1986) seña­ló que los miem­bros de una fami­lia se rela­cio­nan de acuer­do a cier­tas reglas que cons­ti­tu­yen la estruc­tu­ra fami­liar a la cual defi­ne como “el con­jun­to invi­si­ble de deman­das fun­cio­na­les que orga­ni­zan los modos en que inter­ac­túan los miem­bros de una fami­lia” (p. 86). Den­tro de ella se pue­den iden­ti­fi­car las siguien­tes for­mas de inter­ac­ción:

  1. Los lími­tes, que, “están cons­ti­tui­dos por las reglas que defi­nen quié­nes par­ti­ci­pan y de qué mane­ra lo hacen en la familia…tienen la fun­ción de pro­te­ger la dife­ren­cia­ción del sis­te­ma” (Minu­chin, 1986; pp. 88 y 89).

    Los lími­tes al inte­rior del sis­te­ma se esta­ble­cen entre los sub­sis­te­mas fami­lia­res (indi­vi­dual, con­yu­gal, paren­tal y fra­terno) y pue­den ser de tres tipos: a) cla­ros, que defi­nen las reglas de inter­ac­ción con pre­ci­sión, es decir, todos saben qué se debe hacer y qué se pue­de espe­rar; b) difu­sos, don­de las reglas no son cla­ras ni fir­mes, per­mi­tien­do múl­ti­ples intro­mi­sio­nes y carac­te­ri­zan a las fami­lias con miem­bros muy depen­dien­tes o intru­si­vos entre sí y; c) rígi­dos, los cua­les defi­nen inter­ac­cio­nes en las que los miem­bros de la fami­lia son inde­pen­dien­tes, des­li­ga­dos y son, ade­más, poco pro­cli­ves a la entra­da o sali­da de miem­bros al sis­te­ma fami­liar.

    Los lími­tes al exte­rior del sis­te­ma impli­can reglas de inter­ac­ción entre la fami­lia y otros sis­te­mas.

  2. Jerar­quía; hace refe­ren­cia a la dis­tri­bu­ción del poder y des­ta­ca al miem­bro con mayor poder en la fami­lia, no al que gri­ta más fuer­te sino el que se hace obe­de­cer y man­tie­ne el con­trol sobre los demás.
  3. Cen­tra­li­dad; indi­ca par­te del terri­to­rio emo­cio­nal de la fami­lia y se refie­re al inte­gran­te de la fami­lia sobre el cual giran la mayor par­te de las inter­ac­cio­nes fami­lia­res; dicho miem­bro pue­de des­ta­car­se por cues­tio­nes posi­ti­vas o nega­ti­vas.
  4. Peri­fe­ria; de acuer­do a lo ante­rior, y en con­tras­te, éste pará­me­tro se refie­re al miem­bro menos impli­ca­do en las inter­ac­cio­nes fami­lia­res.
  5. Alian­zas; se refie­ren a la unión de dos o más per­so­nas para obte­ner un bene­fi­cio sin dañar a otro como, por ejem­plo, las alian­zas por afi­ni­dad de intere­ses, de géne­ro o edad.
  6. Coa­li­cio­nes; son la unión de dos o más per­so­nas para dañar a otra; así, encon­tra­mos coa­li­cio­nes abier­tas o encu­bier­tas.
  7. Hijo (a) paren­tal; es aquel miem­bro de la fami­lia que asu­me el papel y las fun­cio­nes de padre o madre, de for­ma per­ma­nen­te, lo cual le impi­de vivir de acuer­do a su posi­ción y rol que le corres­pon­de como hijo y miem­bro del sub­sis­te­ma fra­terno.

Umbar­ger (1983), Minu­chin (1986) y Hoff­man (1992) seña­la­ron que una estruc­tu­ra dis­fun­cio­nal posi­bi­li­ta­ría la pre­sen­cia de un sín­to­ma en alguno de los miem­bros de la fami­lia y ésta ten­dría como carac­te­rís­ti­cas lími­tes difu­sos y/o rígi­dos al inte­rior y/o exte­rior del sis­te­ma, la jerar­quía no sería com­par­ti­da en el sub­sis­te­ma paren­tal, pre­sen­cia de un hijo (a) paren­tal, cen­tra­li­dad nega­ti­va, coa­li­cio­nes, algún miem­bro peri­fé­ri­co; Mon­tal­vo, 1999 y 2000; Mon­tal­vo, Soria y Gon­zá­lez, 2004; Mon­tal­vo, Sad­ler, Ama­ran­te y Del Valle, 2005; Mon­tal­vo, Cedi­llo, Her­nán­dez y Espi­no­sa, 2010, dan cuen­ta de ello en diver­sas inves­ti­ga­cio­nes.

La familia mexicana

El con­tex­to social deter­mi­na no sólo la estruc­tu­ra fami­liar sino tam­bién las rela­cio­nes fami­lia­res y has­ta las rela­cio­nes de paren­te­la (Espi­no­sa, 2009). De acuer­do con el INEGI (2012a) los cam­bios demo­grá­fi­cos, eco­nó­mi­cos, socia­les y cul­tu­ra­les ocu­rri­dos en Méxi­co duran­te las últi­mas déca­das, han influi­do en la evo­lu­ción y com­po­si­ción de las fami­lias, lo que invi­ta a refle­xio­nar sobre su situa­ción actual, es decir, sobre la nue­va fami­lia mexi­ca­na a la que cual­quier cam­po de estu­dio se enfren­ta.

Tui­rán (2001), en su tra­ba­jo titu­la­do Estruc­tu­ra fami­liar y tra­yec­to­ria de vida en Méxi­co, seña­la cómo a prin­ci­pios del siglo XX cul­tu­ral­men­te pre­do­mi­na­ba el mode­lo de tra­di­cio­nal de fami­lia nuclear o con­yu­gal (pare­ja hete­ro­se­xual de espo­sos resi­den­tes en un hogar inde­pen­dien­te con hijos a su car­go), basa­da en una divi­sión sexual del tra­ba­jo que man­te­nía la hege­mo­nía for­mal del sexo mas­cu­lino sobre el feme­nino, pues­to que asig­nan los roles aso­cia­dos con la crian­za, el cui­da­do de los hijos y la rea­li­za­ción de las tareas espe­cí­fi­ca­men­te domés­ti­cas a la mujer y el papel de pro­vee­dor de los medios eco­nó­mi­cos al hom­bre.

Datos más actua­les indi­can que en el Méxi­co del siglo XXI (Espi­no­sa, 2009; INEGI, 2012b), la mayor par­te de los hoga­res con­ti­núan sien­do fami­lia­res (90.5%) y 97.3% de la pobla­ción resi­den­te del país for­ma par­te de ellos. La pro­por­ción de los hoga­res no fami­lia­res es de 9.3% y la con­for­man los hoga­res uni­per­so­na­les o gru­pos de per­so­nas que no tie­nen paren­tes­co con el jefe del hogar (hoga­res corre­si­den­tes). Por su par­te, los hoga­res fami­lia­res encuen­tran su fun­da­men­to en las rela­cio­nes de paren­tes­co que exis­ten entre sus miem­bros; hay casos don­de el jefe con­vi­ve sólo con sus hijos (hogar mono­pa­ren­tal) o bien con­vi­ve con sus hijos y su cón­yu­ge (bipa­ren­tal); en con­jun­to, a estos hoga­res se les deno­mi­na nuclea­res y repre­sen­tan el 70.9% del total. Aun ante la cre­cien­te difi­cul­tad eco­nó­mi­ca de ini­ciar o man­te­ner cons­ti­tui­da una fami­lia, se obser­va un aumen­to pau­la­tino en el núme­ro de hoga­res con estruc­tu­ra exten­sa (hoga­res amplia­dos y com­pues­tos); de acuer­do con datos de la mues­tra cen­sal de INEGI (2012b), en 62.7% de los hoga­res exten­sos con­vi­ve la nue­ra, el yerno o los nie­tos del jefe del hogar, sin impor­tar la con­vi­ven­cia con otros parien­tes.

No obs­tan­te, las rela­cio­nes fami­lia­res mexi­ca­nas se han vis­to noto­ria­men­te afec­ta­das por una serie de cam­bios debi­do, entre otros ele­men­tos, al incre­men­to en el índi­ce de divor­cios y la pro­li­fe­ra­ción de fami­lias recons­trui­das, el incre­men­to de rela­cio­nes extra­ma­ri­ta­les y la coha­bi­ta­ción, así como por el aumen­to del nivel edu­ca­ti­vo de las per­so­nas y las unio­nes en los dis­tin­tos tipos de fami­lias. Como lo men­cio­nan Gar­cía, Rive­ra, Reyes y Díaz (2006), en estos cam­bios de la estruc­tu­ra fami­liar inter­vie­nen los patro­nes de rela­ción, entre los que sobre­sa­len la coa­li­ción de intere­ses entre amor, fami­lia y liber­tad per­so­nal, resal­tan­do la lucha de hom­bres y muje­res por la com­pa­ti­bi­li­dad entre tra­ba­jo y fami­lia, amor y matri­mo­nio, lo que con­lle­va a la pér­di­da de las iden­ti­da­des socia­les tra­di­cio­na­les don­de sur­gen las con­tra­dic­cio­nes de los roles de géne­ro: quién cui­da los hijos, quién lava los pla­tos o asea la casa: lo que antes se hacía sin pre­gun­tar, aho­ra hay que hablar­lo, razo­nar­lo, nego­ciar y acor­dar.

En con­se­cuen­cia, muchas inves­ti­ga­cio­nes han demos­tra­do cómo el haci­na­mien­to de las nue­vas fami­lias es moti­vo de ten­sio­nes y agre­si­vi­dad mutua (Vos­tam y Tis­chler, 2001; cita­dos en Murue­ta, 2009), jun­to con la rela­ti­va des­aten­ción de los padres, ensi­mis­ma­dos en su tra­ba­jo y sus preo­cu­pa­cio­nes eco­nó­mi­cas, el encie­rro en los peque­ños depar­ta­men­tos y la sobre esti­mu­la­ción elec­tró­ni­ca que con­tri­bu­yen a que muchos niños sin alte­ra­cio­nes neu­ro­ló­gi­cas estén sien­do con­si­de­ra­dos como niños hiper­ac­ti­vos con Tras­torno por Défi­cit de Aten­ción (TDAH) o bien depri­mi­dos. Sin embar­go, a pesar de tener evi­den­cia de la influen­cia de la estruc­tu­ra sobre el fun­cio­na­mien­to fami­liar mexi­cano, exis­te poca inves­ti­ga­ción que abor­de esta pro­ble­má­ti­ca dife­ren­cián­do­la por el ciclo vital de la fami­lia lo cual ayu­da­ría al desa­rro­llo de estra­te­gias de inter­ven­ción tera­péu­ti­cas ade­cua­das, pero tam­bién, a la crea­ción de pro­gra­mas de pre­ven­ción sobre diná­mi­cas fami­lia­res dis­fun­cio­na­les.

Con base en lo ante­rior, el obje­ti­vo de esta inves­ti­ga­ción con­sis­tió en iden­ti­fi­car y des­cri­bir cuá­les son los prin­ci­pa­les pro­ble­mas que aque­jan a la pobla­ción mexi­ca­na que asis­ten a tera­pia, de acuer­do a la eta­pa de ciclo vital en la que se encuen­tran y las carac­te­rís­ti­cas de la estruc­tu­ra fami­liar.

Método

Se reali­zó una inves­ti­ga­ción des­crip­ti­va con un dise­ño no expe­ri­men­tal don­de se bus­ca­ba iden­ti­fi­car los patro­nes que man­tie­nen las rela­cio­nes fami­lia­res en fami­lias que asis­ten a tera­pia en una zona urba­na del Esta­do de Méxi­co.

Población

Se tra­ba­jó con cua­tro fami­lias en dife­ren­tes eta­pas del ciclo vital: una en pro­ce­so de divor­cio, otra en la eta­pa de la lle­ga­da de los hijos, una más con hijos en edad esco­lar y, por últi­mo, una con hijos ado­les­cen­tes. Todas ellas, habían soli­ci­ta­do apo­yo psi­co­ló­gi­co en la clí­ni­ca de la FESI-UNAM, duran­te el pri­mer bimes­tre del año 2012, y acce­die­ron a par­ti­ci­par volun­ta­ria­men­te.

Instrumentos

Se uti­li­zó una Guía de Entre­vis­ta (Mon­tal­vo, 2000) dise­ña­da para obte­ner infor­ma­ción sobre la estruc­tu­ra fami­liar. Cons­ta de 57 pre­gun­tas que sir­vie­ron como pau­ta para que el entre­vis­ta­dor detec­ta­ra, prin­ci­pal­men­te, los cua­tro fac­to­res pro­pues­tos por Espi­no­sa (1992).

  1. Estruc­tu­ra: refe­ri­da a los patro­nes de inter­ac­ción de un sis­te­ma y a todos los ele­men­tos que influ­yen en ellos: lími­tes, jerar­quía, cen­tra­li­dad, peri­fe­ria, alian­zas y coa­li­cio­nes.
  2. Carac­te­rís­ti­cas socio­cul­tu­ra­les: repre­sen­ta los mitos, cos­tum­bres, pre­jui­cios, etc., que se trans­mi­ten de gene­ra­ción en gene­ra­ción en una fami­lia.
  3. Prin­ci­pa­les pro­ble­mas: son las difi­cul­ta­des a las que se enfren­tan los diver­sos sub­sis­te­mas (holo­nes), en cada eta­pa del ciclo vital, al inte­rior o exte­rior del sis­te­ma fami­liar.
  4. Sín­to­mas: impli­can las con­duc­tas pro­ble­mas, emo­cio­nes nega­ti­vas, esta­dos de áni­mo, res­pues­tas fisio­ló­gi­cas, etc., que pue­den pre­sen­tar los miem­bros de la fami­lia al tener difi­cul­ta­des en la tran­si­ción de una eta­pa a otra del ciclo vital.

Un fac­tor más que se con­si­de­ró para este tra­ba­jo fue el de Prin­ci­pios cla­ves, refe­ri­do­sal tipo de cam­bios o ajus­tes que deben dar­se en un sis­te­ma para su desa­rro­llo y cre­ci­mien­to en cada  fase del ciclo vital, deri­va­do direc­ta­men­te del aná­li­sis de los pri­me­ros cua­tro fac­to­res.

Procedimiento

Una vez que, en su pri­me­ra sesión, las fami­lias acce­die­ron a par­ti­ci­par, los tera­peu­tas se dis­pu­sie­ron a rea­li­zar la entre­vis­ta den­tro de la clí­ni­ca ponien­do énfa­sis en que la infor­ma­ción reca­ba­da sería con­fi­den­cial. Cada entre­vis­ta tuvo una dura­ción de 1 hora y 30 minu­tos, se audio gra­bó y la infor­ma­ción obte­ni­da fue ana­li­za­da por dos tera­peu­tas, quie­nes bus­ca­ron con­sen­so res­pec­to a la inter­pre­ta­ción de la infor­ma­ción y de los prin­ci­pios cla­ves que se debe­rían tra­ba­jar pos­te­rior­men­te.

Análisis de resultados

La infor­ma­ción recu­pe­ra­da se com­pa­ró des­crip­ti­va­men­te con rela­ción al ciclo vital de cada fami­lia y a los cin­co fac­to­res prin­ci­pa­les que se pre­ten­dían aten­der para este tra­ba­jo.

Resultados

Tipo de fami­lias

  • Fami­lia 1. En pro­ce­so de divor­cio,com­pues­ta por la mamá, de 26 años, dedi­ca­da a la cos­tu­ra en un taller case­ro, el papá, de 24 años, emplea­do en una men­sa­je­ría, y dos hijas de 5 y 3 años a car­go de la madre. Tenían un año de sepa­ra­dos y cada uno vivía con sus padres. A la entre­vis­ta asis­tie­ron la madre y la hija mayor.
  • Fami­lia 2. En la lle­ga­da de los hijos, com­pues­ta por la mamá de 34 años y el papá de 38, ambos pro­fe­so­res uni­ver­si­ta­rios. Dos hijos, una niña de 5 años y un niño de 1 año.
  • Fami­lia 3. Con niños en edad esco­lar,inte­gra­da por la madre de 36 años, ama de casa, y por el padre, de 40 años, con­ta­dor públi­co en una empre­sa. Tres hijos, el mayor de 12 años, otro niño de 9 y una niña de 6.
  • Fami­lia 4. Con hijos ado­les­cen­tes,com­pues­ta por la madre, de 40 años, dedi­ca­da al hogar, el padre de 43 años, due­ño de 2 trans­por­tes colec­ti­vos, y  cua­tro hijos. El mayor de 21 años, estu­dian­te de con­ta­du­ría públi­ca; uno de 18 años, estu­dian­te de pre­pa­ra­to­ria; el siguien­te, quien cur­sa el ter­cer semes­tre de pre­pa­ra­to­ria y tie­ne 16 años y; final­men­te, un hijo de 9 años, estu­dian­te de pri­ma­ria.
Cuadro 1. Estructura familiar de acuerdo a la etapa del ciclo vital.

Eta­pa del ciclo vital

Estruc­tu­ra fami­liar

Carac­te­rís­ti­cas socio­cul­tu­ra­les

Prin­ci­pa­les pro­ble­mas

Sín­to­mas

Prin­ci­pios cla­ves

En pro­ce­so de divor­cio

Jerar­quía del padre y pos­te­rior­men­te de la abue­la.

Coa­li­ción entre el espo­so y la abue­la mater­na.

Lími­tes difu­sos hacia el exte­rior y rígi­dos al inte­rior.

No acep­ta­ción de un emba­ra­zo fue­ra del matri­mo­nio.

Matri­mo­nio sin amor.

Poder del dine­ro.

Apo­yo de fami­lia de ori­gen.

Lucha de poder.

Intro­mi­sión de fami­lia de ori­gen.

Infi­de­li­dad.

Emba­ra­zo no desea­do.

Pare­ja: gol­pes y dis­cu­sio­nes.

Ella: depre­sión.

Hija mayor: berrin­ches, tris­te­za, bajo ren­di­mien­to esco­lar.

Divor­cio en bue­nos tér­mi­nos.

Fle­xi­bi­li­dad y cla­ri­fi­ca­ción  de lími­tes.

Reglas cla­ras acor­des edad de  la hija.

Esta­ble­cer jerar­quía fun­cio­nal.

Lle­ga­da de los hijos

Jerar­quía dis­fun­cio­nal (coa­li­ción encu­bier­ta).

Lími­tes difu­sos.

Ateos ambos.

Eco­no­mía com­par­ti­da por cón­yu­ges.

Deseo de hijos por par­te de la mujer.

Emba­ra­zo no desea­dos.

Intro­mi­sión de la fami­lia de ori­gen.

Pare­ja: celos por aten­der más a la hija.

Hija: con­duc­tas regre­si­vas.

Intro­mi­sión fami­liar.

Lími­tes cla­ros exter­nos y fle­xi­bles en lo interno.

For­ta­le­cer jerar­quía com­par­ti­da y alian­zas.

Edad esco­lar

Apa­ren­te jerar­quía de la madre, pero la tie­ne real­men­te la abue­la mater­na.

Lími­tes difu­sos al exte­rior.

Padre peri­fé­ri­co.

Cató­li­cos.

La mamá dedi­ca­da al hogar.

Él dedi­ca­do al tra­ba­jo, depor­te, alcohol.

Apo­yo de las fami­lias de ori­gen.

Pér­di­da del sub­sis­te­ma con­yu­gal y pre­do­mi­nio del paren­tal.

Intro­mi­sión de la fami­lia de ori­gen.

Eco­no­mía.

Haci­na­mien­to fami­liar.

Él: infi­de­li­dad, alcoho­lis­mo.

Ella: insa­tis­fac­ción y dis­cor­dia mari­tal.

Res­truc­tu­ra­ción de la rela­ción de pare­ja.

Lími­tes cla­ros al exte­rior y res­ta­ble­cer la jerar­quía en los pro­ge­ni­to­res.

Fomen­tar alian­zas.

Hijos ado­les­cen­tes

Jerar­quía de la madre (dis­fun­cio­nal).

Posi­ble trian­gu­la­ción con el hijo.

Lími­tes osci­lan entre fle­xi­bles y rígi­dos.

Los hijos deben estu­diar una pro­fe­sión.

Com­par­tir

res­pon­sa­bi­li­dad de y con los hijos.

Inde­pen­den­cia filial.

Difi­cul­ta­des en la indi­vi­dua­ción y cre­ci­mien­to del ado­les­cen­te.

Difi­cul­ta­des para esta­ble­cer nue­vas reglas.

Madre: sen­ti­mien­tos de incom­pe­ten­cia en la edu­ca­ción de los hijos.

Hijo: temo­res, mareos, debi­li­dad, bajo ren­di­mien­to esco­lar.

Lími­tes fle­xi­bles acor­de a eta­pa de vida.

Esta­ble­cer jerar­quía fun­cio­nal.

Fomen­tar alian­zas e indi­vi­dua­ción.

Estructura

Sub­sis­te­mas con­yu­gal, paren­tal y fra­terno

Con la infor­ma­ción obte­ni­da se puso en evi­den­cia que la comu­ni­ca­ción entre el sub­sis­te­ma con­yu­gal es muy impor­tan­te para la con­for­ma­ción de una estruc­tu­ra fami­liar fun­cio­nal ya que, como se pudo obser­var en estos casos, los pro­ge­ni­to­res no pre­sen­tan la habi­li­dad de coin­ci­dir en el con­trol hacia los hijos, para la toma de deci­sio­nes ni el cum­pli­mien­to de reglas. En las fami­lias del estu­dio, el des­equi­li­bro tera­péu­ti­co del sub­sis­te­ma con­yu­gal fue defi­ni­ti­vo para el esta­ble­ci­mien­to de una nue­va jerar­quía y reglas acor­des.

La infor­ma­ción del sub­sis­te­ma paren­tal seña­la que los cam­bios más sig­ni­fi­ca­ti­vos se dan con la lle­ga­da de los hijos o con hijos ado­les­cen­tes pues los celos entre hijos y padres se hacen pre­sen­tes, plan­tea­mien­to coin­ci­den­te con los pos­tu­la­dos de Minu­chin (1986) sobre los ajus­tes que deman­da su lle­ga­da o las deman­das de desa­rro­llo. Final­men­te, se obser­vó que sólo duran­te la entre­vis­ta y ante pre­gun­tas espe­cí­fi­cas se hace refe­ren­cia a la impor­tan­cia de la exis­ten­cia y con­vi­ven­cia entre her­ma­nos ‑sub­sis­te­ma fra­terno- pues cuan­do asis­ten a tera­pia el sub­sis­te­ma paren­tal ‑padres e hijos- se redu­ce a padre o madre e hijo(a) con difi­cul­ta­des. 

Lími­tes

Para la fami­lia 1, en eta­pa de divor­cio, se des­ta­có, que cuan­do vivían jun­tos, la pre­sen­cia de lími­tes difu­sos hacia las fami­lias exten­sas los cua­les se mani­fes­ta­ba por las cons­tan­tes intro­mi­sio­nes, sobre todo de la fami­lia de él, quie­nes cons­tan­te­men­te “vigi­la­ban a la espo­sa”, “hacían lo que que­rían con la niña mayor”, los con­sul­ta­ba “para todo”, ade­más de que él “pasa­ba mucho tiem­po en la casa de sus papás don­de todos los días lle­ga­ba a cenar y bañar­se antes de lle­gar a la casa”. Asi­mis­mo, se obser­va­ron lími­tes rígi­dos al exte­rior ya que no con­vi­vían con nadie como pare­ja ni indi­vi­dual­men­te, sobre todo ella quien refie­re no tenía ami­gos ni ami­gas. Para el momen­to de la entre­vis­ta se obser­vó la pre­sen­cia de lími­tes difu­sos entre el sub­sis­te­ma madre-hija y el de abue­la-her­ma­nas, ya que refie­ren “tener dere­cho de meter­se en la edu­ca­ción, correc­ción, cas­ti­gos, pre­mios de las niñas.”

En la fami­lia 2, en eta­pa de la lle­ga­da de los hijos, se encon­tra­ron avan­ces para lími­tes cla­ros ya que evi­tan dar con­tra­or­de­nes y dis­cu­tir fren­te hijos, pro­cu­ran tener un poco de tiem­po y espa­cio como pare­ja, aun cuan­do pre­do­mi­na la fal­ta de cla­ri­dad en las reglas con fami­lia exten­sa que se per­ci­bie­ron como rígi­dos.

En la fami­lia 3, se obser­van lími­tes difu­sos con rela­ción a los abue­los de ambos; los abue­los mater­nos, sobre todo la abue­la, pasa­ban mucho tiem­po con los niños y su madre, ade­más tenían mucha influen­cia en las deci­sio­nes de ella. Por su par­te, los abue­los pater­nos toda­vía le exi­gían muchas cosas al hijo como que los visi­ta­ra dia­ria­men­te.

La fami­lia con hijos ado­les­cen­tes fue la úni­ca en la que se encon­tra­ron lími­tes entre fle­xi­bles y rígi­dos, ambi­güe­dad carac­te­rís­ti­ca en esta eta­pa don­de al joven de 16 años no le per­mi­ten salir con ami­gos, cuan­do lo dejan ir a una fies­ta tie­ne que ser de día y debe lle­gar antes de las 5 p.m., si lo hace a des­tiem­po, lo rega­ñan, lo mis­mo ocu­rre si lle­ga des­pués del tiem­po per­mi­ti­do al salir de la escue­la, si se tar­da mucho lo empie­zan a bus­car en casa de sus com­pa­ñe­ros o novia, lo que indi­ca la difi­cul­tad de los padres para per­mi­tir avan­ces en la indi­vi­dua­ción del joven.

Así, en dos de las fami­lias des­ta­ca­ron los lími­tes difu­sos y rígi­dos, tan­to inter­nos como exter­nos, ya que inclu­so pedían apo­yo de otros sub­sis­te­mas en lo eco­nó­mi­co y en el cui­da­do de los hijos, lo que per­mi­tía que otros toma­ran deci­sio­nes que com­pe­tían a los padres úni­ca­men­te.

Jerar­quía

Se encon­tró que en las fami­lias 2 y 3, ambas con hijos en peque­ños, la jerar­quía apa­ren­te­men­te es com­par­ti­da por ambos cón­yu­ges aun­que a veces se dan esca­la­das simé­tri­cas que refle­jan coa­li­cio­nes encu­bier­tas, mien­tras que en la fami­lia en pro­ce­so de divor­cio exis­tie­ron dos eta­pas impor­tan­tes para esta rela­ción, una en que la tenía el papá mien­tras estu­vo en casa, uti­li­zan­do los gol­pes para lograr­la, y un segun­do momen­to en que pasó a la abue­la mater­na quien se encar­ga­ba del cui­da­do de las nie­ta y es quien esta­ble­ce las reglas en la casa, el abue­lo siem­pre “esta­ba muy apar­te”, “no se metía” , seña­les de rela­ción peri­fé­ri­ca.

En la fami­lia 4, con hijos ado­les­cen­tes, la jerar­quía es ejer­ci­da por  la madre y, aun­que el padre a veces no está de acuer­do con ella, al final ella toma las deci­sio­nes impor­tan­tes de la casa y del cui­da­do de los hijos, sin embar­go, este acuer­do refle­ja jerar­quía dis­fun­cio­nal ya que no da el efec­to desea­do y solo se ejer­ce con­trol exce­si­vo sobre el ado­les­cen­te, pro­du­cien­do des­gas­te tan­to en los pro­ge­ni­to­res, espe­cial­men­te en la madre, en quien tam­bién rece la “cul­pa” por la mala edu­ca­ción otor­ga­da a los hijos.

Cen­tra­li­dad

En las cua­tro fami­lias, la cen­tra­li­dad esta en alguno de los hijos, ya fue­ra por berrin­ches, cam­bios de humor, mie­dos o bajo apro­ve­cha­mien­to esco­lar. Para la fami­lia 1, la niña apa­re­ce como cen­tral ya que antes los abue­los pater­nos le cum­plían todos los gus­tos, des­pués la madre tenía difi­cul­ta­des por no poder dar­le lo que los abue­los, tam­bién pre­sen­tó pro­ble­mas en el kín­der y la madre tuvo que asis­tir a plá­ti­cas con el psi­có­lo­go. Mien­tras que para la fami­lia 2, con la lle­ga­da de hijos, por la edad del niño en ese momen­to él era cen­tral.

Peri­fe­ria

Para la fami­lia con hijos en edad esco­lar, la dedi­ca­ción de la madre hacia sus hijos, la intro­mi­sión exce­si­va de los abue­los mater­nos y la jor­na­da labo­ral de 12 horas, favo­re­cie­ron la peri­fe­ria del padre.

Alian­zas

Las alian­zas detec­ta­das fue­ron bre­ves y no muy fir­mes en las cua­tro fami­lias inves­ti­ga­das.

Coa­li­cio­nes

Para el caso de la fami­lia 1, en pro­ce­so de divor­cio, la coa­li­ción se for­ma prin­ci­pal­men­te entre el espo­so y su mamá con­tra la espo­sa median­te com­pa­ra­cio­nes cons­tan­tes entre las habi­li­da­des de la seño­ra y su sue­gra. Mien­tras que en el res­to de las fami­lias de la inves­ti­ga­ción las coa­li­cio­nes se per­ci­bie­ron encu­bier­tas.

Características socioculturales

Exis­te un fac­tor común entre las fami­lias estu­dia­das, sólo con­tra­je­ron matri­mo­nio civil, aun cuan­do la mayo­ría del pue­blo nacio­nal es cató­li­co. Otra carac­te­rís­ti­ca rele­van­te es que a pesar de ser una mues­tra tan peque­ña ‑y nos arries­ga­ría­mos a decir que es común en las fami­lias mexi­ca­nas- pare­ce nece­sa­rio obli­gar a la pare­ja a casar­se cuan­do se pre­sen­ta un emba­ra­zo no pla­nea­do aun­que “no exis­ta amor entre ellos”, ni acep­ta­ción de alguno de los miem­bros de la dia­da de par­te de la fami­lia exten­sa, como el caso de la fami­lia 1 que se encon­tra­ba en pro­ce­so de divor­cio. Des­de la mira­da acer­ca del papel de la fami­lia exten­sa, en estos casos, es con­si­de­ra­da una fuen­te impor­tan­te de apo­yo, por ejem­plo, al ofre­cer un lugar para habi­tar, dan­do apor­ta­cio­nes de recur­sos eco­nó­mi­cos para satis­fa­cer nece­si­da­des pri­ma­rias de la pare­ja y de los nie­tos, así como apo­yar en la crian­za cuan­do los padres tra­ba­jan.

Asi­mis­mo, el tema del emba­ra­zo den­tro del matri­mo­nio resul­ta con­tro­ver­sial pues mien­tras la mujer sue­le desear más hijos, el hom­bre pien­sa lo con­tra­rio; encon­tra­mos que dos de las cua­tro madres entre­vis­ta­das habían opta­do por emba­ra­zar­se aún en con­tra de la opi­nión de su pare­ja lo que refle­ja sig­ni­fi­ca­dos dife­ren­tes entre hom­bres y muje­res, aspec­tos que mere­cen mayor inves­ti­ga­ción con res­pec­to al mane­jo de la sexua­li­dad ya que se iden­ti­fi­có, en dos de las cua­tro fami­lias,  el emba­ra­zo no desea­do. Otras rela­cio­nes que pro­vie­nen de una cul­tu­ra patriar­cal, es que, si bien las cua­tro fami­lias cum­plían con que sus hijos asis­tie­ran a la escue­la y pro­cu­ra­ban dar tiem­po a la con­vi­ven­cia con ellos, es prin­ci­pal­men­te la madre quien cum­ple esta fun­ción, ade­más del tra­ba­jo en el  hogar, mien­tras que el mari­do se da tiem­po para su pro­pia recrea­ción y con­vi­ven­cia con los ami­gos (tres fami­lias). No obs­tan­te, cuan­do las reglas son cla­ras entre la pare­ja es más equi­ta­ti­va la eco­no­mía de la casa, pero no así el cui­da­do de los hijos que sigue a car­go de la madre. Como se vio en la fami­lia con hijos ado­les­cen­tes, que ade­más de refle­jar la difi­cul­tad para fle­xi­bi­li­zar las reglas y acep­tar cier­tas modas y nece­si­da­des del hijo ado­les­cen­te, se tar­dan en reco­no­cer que el hijo está cre­cien­do (Espi­no­sa, 2002).

Principales problemas

En la fami­lia en pro­ce­so de divor­cio se detec­tó la lucha por el poder como uno de los pro­ble­mas prin­ci­pa­les ya que la espo­sa había deja­do de tra­ba­jar para dedi­car­se sólo al hogar, así que todas sus tareas o habi­li­da­des fue­ron cues­tio­na­das y cri­ti­ca­das por el mari­do; en todo momen­to era des­ca­li­fi­ca­da. Otro de los pro­ble­mas de esta fami­lia fue la depen­den­cia del padre hacia su fami­lia de ori­gen, ya que “no toma­ba una deci­sión sin con­sul­tar­los”, pare­cie­ra que la lucha por el poder tenía el pro­pó­si­to de “no dejar salir al hijo” para for­mar su pro­pia fami­lia, y/o expul­sar a quien qui­sie­ra entrar a ese sis­te­ma (nue­ra).

Para las otras tres fami­lias, la intro­mi­sión de los fami­lia­res (abue­los mater­nos en fami­lia 3)fue rele­van­te para la apa­ri­ción de pro­ble­mas, como mani­fies­ta la fami­lia 2 don­de las moles­tias entre la pare­ja aumen­ta­ron cuan­do una her­ma­na de él cui­da­ba a la niña mien­tras ellos tra­ba­ja­ban, esta mujer era muy reli­gio­sa y al cre­cer la niña comen­zó a incul­car­le la reli­gión, con lo que la madre no esta­ban de acuer­do. Ade­más su pro­pia  fami­lia se “entro­me­tía mucho”, visi­tán­do­la muy fre­cuen­te­men­te y sin avi­sar (los padres y una her­ma­na) cri­ti­can­do aspec­tos sobre su for­ma de vida y dan­do con­se­jos sin pedír­se­los.

Por otro lado, aun­que los pro­ble­mas eco­nó­mi­cos se hicie­ron pre­sen­tes en todas las fami­lias, en dos pare­jas éste fue un moti­vo más para la sepa­ra­ción; en la pare­ja más joven y que esta­ba en pro­ce­so de divor­cio, se hizo evi­den­te la “irres­pon­sa­bi­li­dad” del padre, pues la mayor par­te de sus ingre­sos lo inver­tía en sí mis­mo, per­día tra­ba­jos y pasa­ba has­ta tres meses sin tra­ba­jar por lo que la espo­sa tuvo que tra­ba­jar ven­dien­do cosas, cosien­do, etc.; en la fami­lia con hijos peque­ños, la eco­no­mía tam­bién era mala pues él no gana­ba mucho, vivían en una casa de una recá­ma­ra en la que dor­mían los padres y los niños en el sue­lo de la sala, esto traía tam­bién como con­se­cuen­cia la pér­di­da del sub­sis­te­ma con­yu­gal y pre­do­mi­nio del paren­tal. Esto nos recuer­da que muchas de las fami­lias en el país viven en situa­cio­nes de pobre­za extre­ma, por lo que debe­mos abo­gar por mejo­res polí­ti­cas guber­na­men­ta­les en varios nive­les para ayu­dar a los gru­pos des­va­li­dos.

Final­men­te, la fami­lia con hijos ado­les­cen­tes, pre­sen­tó difi­cul­ta­des en la indi­vi­dua­ción y cre­ci­mien­to del ado­les­cen­te y para esta­ble­cer nue­vas reglas, ya que el joven de 16 años comen­za­ba a inde­pen­di­zar­se, salir con ami­gos, con la novia y la madre no lo deja­ba o lo limi­ta­ba, gene­ran­do dife­ren­cias entre los padres, ‑el padre sí desea­ba dar­le más liber­tad y la madre se opo­nía aun­que final­men­te siem­pre “se salía con la suya”- se iden­ti­fi­có una trian­gu­la­ción y/o des­via­ción del con­flic­to con­yu­gal median­te el hijo.

Síntomas

Las mani­fes­ta­cio­nes sin­to­má­ti­cas­pre­sen­ta­das en la tran­si­ción de una eta­pa a otra del ciclo vital por las fami­lias entre­vis­ta­das en este tra­ba­jo varia­ron sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te:

En la fami­lia 1, como pare­ja se pre­sen­ta­ron gol­pes, dis­cu­sio­nes, insul­tos; en la mujer depre­sión (llan­to, tris­te­za, sen­ti­mien­tos de inca­pa­ci­dad, de cul­pa, de auto deva­lua­ción) y; en la hija mayor, berrin­ches, des­obe­dien­cia, con­duc­ta gro­se­ra, llan­tos, no hacia tareas y tris­te­za. En la fami­lia 2, la niña  pre­sen­tó con­duc­tas regre­si­vas, como por ejem­plo hablar como bebé o que­rer que le die­ran de comer en la boca.  En el padre se nota­ba su eno­jo cuan­do la madre les dedi­ca­ba mucho tiem­po y aten­ción a los niños, y vice­ver­sa con la madre. En la fami­lia 3, se dio infi­de­li­dad de par­te del mari­do, ambas fami­lias exten­sas cri­ti­ca­ron y des­ca­li­fi­ca­ron lo que él hizo y mos­tra­ron apo­yo total a la mujer enga­ña­da; el espo­so “supli­có” a su espo­sa por una opor­tu­ni­dad y ella lo per­do­nó. Otro sín­to­ma en él era el alcoho­lis­mo. Has­ta ese momen­to de la entre­vis­ta no se habían mani­fes­ta­do sín­to­mas en los niños, lo cual nos hacía supo­ner que man­te­nían sus pro­ble­mas de pare­ja al mar­gen de los niños. Por últi­mo, en la fami­lia con hijos ado­les­cen­tes, el mucha­cho de 16 años era con­si­de­ra­do el pacien­te iden­ti­fi­ca­do (mareos, mie­do a que se aca­be el mun­do, sudo­ra­ción,  tem­blo­res, des­pier­ta sobre­sal­ta­do, temor a la gue­rra, bajo ren­di­mien­to esco­lar y mal humor), mien­tras que la madre tenía sen­ti­mien­tos de incom­pe­ten­cia y cul­pas.

Prin­ci­pios cla­ves

Como se expli­có en la defi­ni­ción de este pará­me­tro, se refie­re a las posi­bles hipó­te­sis y metas tera­péu­ti­cas. Para las cua­tro fami­lias el tra­ba­jo prio­ri­ta­rio con­sis­te en esta­ble­cer lími­tes al inte­rior y al exte­rior de los sub­sis­te­mas y esta­ble­cer una jerar­quía fun­cio­nal, fomen­tan­do alian­zas median­te la diso­lu­ción de las coa­li­cio­nes,  sin embar­go, la dife­ren­cia de eta­pa del ciclo vital en la que cada fami­lia se encuen­tra hace que esta pro­pues­ta del tra­ba­jo se com­ple­men­te de varias otras estra­te­gias, ya que cada una con­lle­va tareas espe­cí­fi­cas.

En la fami­lia 1, una meta con­sis­tía en que el divor­cio se rea­li­za­ra en bue­nos tér­mi­nos, es decir, que la pare­ja lle­ga­ra a acuer­dos bási­cos como, por ejem­plo, el tiem­po que el papá pasa­ría con las niñas, fomen­tar una alian­za de copa­dres para ale­jar la com­pe­ten­cia. For­ta­le­cer lími­tes cla­ros y fir­mes con otros sub­sis­te­mas, así como res­ta­ble­cer la jerar­quía acor­de a las nue­vas nece­si­da­des que gene­ra la desin­te­gra­ción del víncu­lo con­yu­gal y la rein­cor­po­ra­ción a fami­lia exten­sa.

En la fami­lia 2, con hijos peque­ños, esta­ble­cer lími­tes fir­mes y cla­ros con ambas fami­lias de ori­gen. Seguir for­ta­le­cien­do el sub­sis­te­ma con­yu­gal, pro­pi­cian­do su alian­za como tal, en aras de mejo­rar la jerar­quía paren­tal y tra­ba­jar con cada uno de los con­yu­gues (como holón indi­vi­dual) para pro­pi­ciar mayor aper­tu­ra con otros sis­te­mas exter­nos que enri­quez­can tan­to en lo indi­vi­dual como a la dia­da mari­tal. 

Para la fami­lia 3, con hijos en edad esco­lar, des­ta­ca la nece­si­dad de estruc­tu­rar lími­tes en sub­sis­te­ma con­yu­gal, tra­ba­jar el tema de la infi­de­li­dad,  aco­mo­do de cen­tra­li­dad y peri­fe­ria en el sub­sis­te­ma paren­tal, así como esta­ble­cer lími­tes cla­ros y fle­xi­bles con la fami­lia exten­sa, per­fi­lan­do roles y fomen­tan­do alian­zas.

Para la fami­lia 4, con hijos ado­les­cen­tes, fle­xi­bi­li­zar los lími­tes del sub­sis­te­ma paren­tal (pacien­te iden­ti­fi­ca­do y padres), fomen­tar las alian­zas en sub­sis­te­ma fra­terno con pro­pó­si­tos de rom­per la trian­gu­la­ción, y con la mis­ma meta, pro­pi­ciar cer­ca­nía y solu­ción de con­flic­tos en pro­ge­ni­to­res. Ideas gene­ra­les para tales obje­ti­vos: dar­le un poco más de liber­tad al ado­les­cen­te a cam­bio de cum­plir con sus res­pon­sa­bi­li­da­des en la casa y en la escue­la.

Por últi­mo y como par­te bási­ca de la inter­ven­ción, reto­mar los lados fuer­tes de todas las fami­lias para coad­yu­var en la nue­va diná­mi­ca que se esté gene­ran­do.

Discusión y conclusiones

En la entre­vis­ta rea­li­za­da con las fami­lias se hizo evi­den­te como es que en cada eta­pa del ciclo vital se pue­den pre­sen­tar dife­ren­tes mani­fes­ta­cio­nes y deman­das para el desa­rro­llo de los miem­bros de una fami­lia, quie­nes se rela­cio­nan de acuer­do a cier­tas reglas que cons­ti­tu­yen la estruc­tu­ra fami­liar y como Minu­chin (1986) seña­la­ra, en estos perío­dos de desa­rro­llo se pue­den pro­vo­car trans­for­ma­cio­nes al sis­te­ma y un sal­to a una eta­pa nue­va y más com­ple­ja. Sin embar­go, el estan­ca­mien­to en algu­na eta­pa del ciclo vital pue­de lle­var a la dis­fun­cio­na­li­dad fami­liar repre­sen­ta­da por diver­sos sín­to­mas.

Para este tra­ba­jo es intere­san­te dar cuen­ta cómo es que en las dis­tin­tas eta­pas del ciclo vital de la fami­lia, las mani­fes­ta­cio­nes sin­to­má­ti­cas prin­ci­pal­men­te inci­den en los hijos, como una mani­fes­ta­ción de una diná­mi­ca fami­liar con des­ajus­tes o estan­ca­mien­tos en los sub­sis­te­mas que la con­for­man o en la rela­ción que un sis­te­ma fami­liar deter­mi­na­do tie­ne con otros sub­sis­te­mas ale­da­ños. En el caso que nos ocu­pa, todas las fami­lias tenían un pro­ble­ma en común: la intro­mi­sión de las fami­lias de ori­gen de cada uno de los inte­gran­tes de la pare­ja, es decir, los lími­tes con ellas tien­den a ser difu­sos y rígi­dos y la jerar­quía es con­fu­sa, gene­ran­do coa­li­cio­nes, más que alian­zas, lo que pue­de deber­se a varias situa­cio­nes: las pare­jas actua­les tie­nen difi­cul­ta­des para con­for­mar un sub­sis­te­ma con­yu­gal fuer­te que sir­va como alian­za pro­tec­to­ra y deli­mi­ta­do­ra de fun­cio­nes o la situa­ción psi­co­so­cial y eco­nó­mi­ca la cual ejer­ce una pre­sión exce­si­va que impi­de la dife­ren­cia­ción del sis­te­ma fami­liar con otros sub­sis­te­mas (Espi­no­sa, 2009). Por tan­to, hay que cono­cer más las rela­cio­nes y diná­mi­ca que se esta­ble­ce entre las fami­lias nuclea­res y sus parien­tes e iden­ti­fi­car no sólo los pro­ble­mas posi­bles sino los recur­sos que las con­for­man.

Como lo seña­la­ran Gar­cía y cols. (2006), en la estruc­tu­ra fami­liar y detrás de los sín­to­mas (gol­pes, depre­sión, berrin­ches, temo­res, infi­de­li­dad, alcoho­lis­mo, etc.), inter­vie­nen los patro­nes de rela­ción, entre los que sobre­sa­len la coa­li­ción de intere­ses entre amor, fami­lia y liber­tad per­so­nal, resal­tan­do la lucha de hom­bres y muje­res por la com­pa­ti­bi­li­dad entre tra­ba­jo y fami­lia, amor y matri­mo­nio, en un sis­te­ma patriar­cal que, hoy por hoy, debe dar paso a rela­cio­nes don­de esté pre­sen­te la equi­dad de géne­ro.

Por otro lado, con­si­de­ra­mos que el ciclo de vida es un mar­co de refe­ren­cia suma­men­te impor­tan­te para el tra­ba­jo clí­ni­co y por lo mis­mo es un cam­po fér­til para la inves­ti­ga­ción en el área fami­liar. Vale la pena sub­ra­yar el valor teó­ri­co, heu­rís­ti­co y apli­ca­do que tie­ne el con­cep­to del ciclo vital. Valor teó­ri­co por que le per­mi­te al psi­có­lo­go enmar­car con mayor cla­ri­dad su tra­ba­jo con pacien­tes y encon­trar un sen­ti­do a situa­cio­nes que sin este mar­co con­cep­tual no encon­tra­ría­mos; sin él, el psi­có­lo­go clí­ni­co pue­de inten­tar eli­mi­nar o resol­ver una míni­ma par­te de una pro­ble­má­ti­ca com­ple­ja que inclu­ye el desa­rro­llo y una visión sis­té­mi­ca. Por últi­mo, las tareas del tera­peu­ta se cla­ri­fi­can al incluir, en sus aná­li­sis, este mar­co refe­ren­cial que posi­bi­li­ta la iden­ti­fi­ca­ción de pro­ce­sos par­ti­cu­la­res y defi­ni­ción de los pro­ble­mas que pre­sen­tan las fami­lias, así como dar­le cier­tas pau­tas para per­fi­lar la inter­ven­ción.

Por últi­mo, otra bon­dad que pue­de pro­por­cio­nar la adop­ción de pos­tu­ras holís­ti­cas y la sis­te­ma­ti­za­ción de la infor­ma­ción, se rela­cio­na con el tra­ba­jo docen­te de super­vi­sar alum­nos con casos clí­ni­cos ya que tan­to el super­vi­sor como el tera­peu­ta en for­ma­ción van desa­rro­llan­do un len­gua­je y mira­das comu­nes ante la diver­si­dad y com­ple­ji­dad de las rela­cio­nes fami­lia­res.

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Notas

1. Pro­fe­sor Titu­lar B, Tiem­po Com­ple­to. Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la, UNAM. Correo‑e:mrj@servidor.unam.mx

2. Pro­fe­so­ra Aso­cia­da C, Tiem­po Com­ple­to. Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la, UNAM. Correo‑e: resolv@unam.mx

3. Pro­fe­so­ra en el Ins­ti­tu­to Fami­liar Sis­té­mi­co,  Ase­so­ría, capa­ci­ta­ción y tera­pia fami­liar, de pare­ja e indi­vi­dual.