Sororidad y affidamento: propuesta feminista para el crecimiento y el desarrollo en la salud social

Sorority and affidamento: feminist proposal for growth and development in social health

María Kenia Porras Oropeza[1]

Facultad de Estudios Superiores Iztacala

Resumen

La soro­ri­dad y el affi­da­men­to son pro­pues­tas femi­nis­tas para esta­ble­cer rela­cio­nes de cre­ci­mien­to y desa­rro­llo para la con­for­ma­ción de comu­ni­da­des segu­ras de muje­res yen­do más allá de la com­pe­ten­cia, la riva­li­dad y la des­con­fian­za impues­tas en la femi­ni­dad nor­ma­ti­va que hemos con­si­de­ra­do como natu­ral. El tra­ba­jo está posi­cio­na­do des­de la pers­pec­ti­va de géne­ro femi­nis­ta y la psi­co­lo­gía exis­ten­cial huma­nis­ta, por lo que se expo­ne una con­cep­tua­li­za­ción de las muje­res como huma­nas y se abor­dan los bene­fi­cios de la soro­ri­dad y el affi­da­men­to en la salud social, des­de una mira­da holís­ti­ca que inclu­ye la com­pren­sión empá­ti­ca, la acep­ta­ción posi­ti­va incon­di­cio­nal y la con­gruen­cia para par­ti­ci­par en rela­cio­nes en las que se com­par­te el poder y la auto­ri­dad. Se des­cri­ben algu­nas prác­ti­cas soro­ra­les y de affi­da­men­to en la vida coti­dia­na, así como algu­nos desa­fíos como las rela­cio­nes pasi­vo-agre­si­va entre muje­res, la miso­gi­nia inter­na­li­za­da y la hos­ti­li­dad hori­zon­tal.

Pala­bras cla­ve: femi­nis­mo, poder, salud, pac­to, auto­ri­dad

Abstract

Soro­rity and affi­da­men­to are femi­nist pro­po­sals aimed at esta­blishing rela­tionships of growth and deve­lop­ment to form safe com­mu­ni­ties for women, moving beyond the com­pe­ti­tion, rivalry, and dis­trust impo­sed by nor­ma­ti­ve femi­ni­nity, which we have con­si­de­red natu­ral. This work is posi­tio­ned from a femi­nist gen­der pers­pec­ti­ve and exis­ten­tial huma­nis­tic psy­cho­logy, pre­sen­ting a con­cep­tua­li­za­tion of women as human beings. It addres­ses the bene­fits of soro­rity and affi­da­men­to in social health from a holis­tic pers­pec­ti­ve that inclu­des empathe­tic unders­tan­ding, uncon­di­tio­nal posi­ti­ve regard, and con­gruen­ce to par­ti­ci­pa­te in rela­tionships whe­re power and autho­rity are sha­red. Some soro­ral and affi­da­men­to prac­ti­ces in daily life are des­cri­bed, as well as cha­llen­ges such as pas­si­ve-aggres­si­ve rela­tionships among women, inter­na­li­zed misogyny, and hori­zon­tal hos­ti­lity.

Key­words: femi­nism, power, health, pact, autho­rity

Las rela­cio­nes entre las muje­res son un tema de inte­rés tan­to para los femi­nis­mos como para la pers­pec­ti­va de géne­ro a raíz de los espa­cios socia­les que hemos gana­do las muje­res des­de el ini­cio de las luchas femi­nis­tas y el desa­rro­llo de los estu­dios del géne­ro en el siglo XX (Porras, 2022). Actual­men­te, en la cuar­ta ola del femi­nis­mo las muje­res hemos gene­ra­do una serie de refle­xio­nes acer­ca de las for­mas en que nos rela­cio­na­mos con otras muje­res en la fami­lia, la escue­la, el tra­ba­jo, la comu­ni­dad y otros espa­cios socia­les a par­tir de las nocio­nes de soro­ri­dad y affi­da­men­to. Esto nos ha lle­va­do a deba­tes sobre los lími­tes que deben exis­tir entre noso­tras para esta­ble­cer rela­cio­nes de cre­ci­mien­to o salu­da­bles en lo social y psi­co­ló­gi­co.

El estu­dio de las rela­cio­nes socia­les entre las muje­res ha pasa­do por la soli­da­ri­dad femi­nis­ta, la her­man­dad entre muje­res (sis­terhood en inglés) (Zay­toun, 2016), el affi­da­men­to (Ciga­ri­ni, 2000), la soro­ri­dad (del fran­cés soro­ri­té), el com­pa­ñe­ris­mo femi­nis­ta, las amis­ta­des polí­ti­cas y el “acuer­pa­mien­to” (Gavio­la, 2018) por más de seis déca­das. Tam­bién ha gene­ra­do sabe­res teó­ri­cos y expe­rien­cia­les sobre la miso­gi­nia inter­na­li­za­da y la hos­ti­li­dad hori­zon­tal en las rela­cio­nes socia­les entre las muje­res.

Las rela­cio­nes entre las muje­res y sus impli­ca­cio­nes socia­les han esta­do pre­sen­tes en toda la his­to­ria del femi­nis­mo y aho­ra se pue­den enten­der tam­bién des­de la pers­pec­ti­va de géne­ro. Actual­men­te, la noción de soro­ri­dad es más fami­liar que la de affi­da­men­to y nos per­mi­ten ir más allá de la idea román­ti­ca de que las rela­cio­nes entre las muje­res son siem­pre muy bue­nas y que pode­mos com­pren­der­nos entre noso­tras, ser ami­gas e incon­di­cio­na­les para siem­pre. Ade­más, abre la posi­bi­li­dad de ale­jar­nos del otro polo en el que se han colo­ca­do las rela­cio­nes entre las muje­res, en el que no pode­mos estar “jun­tas ni difun­tas” y que apun­ta a la riva­li­dad y la com­pe­ten­cia por la aten­ción de los hom­bres en los espa­cios socia­les en los que nos encon­tra­mos.

Las relaciones entre las mujeres en la historia del feminismo

Yalom (2018) apun­tan que el desa­rro­llo his­tó­ri­co de la soro­ri­dad y el affi­da­men­to tie­ne como ante­ce­den­te el inte­rés del movi­mien­to femi­nis­ta en la her­man­dad entre las muje­res, en la lla­ma­da sis­terhood, que daba cuen­ta de una for­ma de ejer­cer poder jun­tas para enfren­tar la opre­sión y domi­na­ción que vivían las muje­res en los años 70 en los Esta­dos Uni­dos de Amé­ri­ca, par­ti­cu­lar­men­te en la vida fami­liar y labo­ral. Por esos años se publi­có la anto­lo­gía de tex­tos femi­nis­tas titu­la­da Sis­terhood is power­ful com­pi­la­da por Mor­gan (1970).

Lo ante­rior lle­vó a muchas muje­res a ads­cri­bir­se al movi­mien­to femi­nis­ta y empe­zar a rea­li­zar cam­bios en la for­ma de rela­cio­nar­se con otras muje­res dán­do­le por pri­me­ra vez impor­tan­cia a las rela­cio­nes entre las muje­res, esto es, que la amis­tad feme­ni­na a pesar de estar cen­tra­da en la vida fami­liar de las muje­res (matri­mo­nio, hijxs, escue­la, vecin­da­rio entre otros temas de la esfe­ra per­so­nal), ya era una prio­ri­dad para ellas como un espa­cio para hablar sobre sí mis­mas con otras muje­res, sobre todo con quié­nes com­par­tían con­di­cio­nes socia­les simi­la­res. Comen­za­ron a lla­mar­se entre ellas her­ma­nas (sis­ters) y a com­par­tir los idea­les de la lucha femi­nis­tas.

Actual­men­te, a decir de Zay­toun (2016) hablar de her­man­dad entre las muje­res es un asun­to deba­ti­ble entre los dife­ren­tes posi­cio­na­mien­tos del femi­nis­mo y de la pers­pec­ti­va de géne­ro. Des­de algu­nas pos­tu­ras se con­si­de­ra ana­cró­ni­co, inge­nuo, etno­cén­tri­co y dog­má­ti­co, ya que al par­tir de los femi­nis­mos de la igual­dad se des­di­bu­jan una serie de dife­ren­cias que impli­can des­igual­da­des que difi­cul­tan las rela­cio­nes entre muje­res que habi­tan dis­tin­tos con­tex­tos y que resul­tan en for­mas de racis­mo y cla­sis­mo entre ellas. Aun­que Yalom (2018) con­si­de­ran que el con­cep­to de her­man­dad per­dió la fuer­za polí­ti­ca de la que dis­fru­to en los años sesen­ta y seten­ta, actual­men­te las rela­cio­nes entre las muje­res están colo­ca­da en el cen­tro de las luchas femi­nis­tas y de géne­ro.

La her­man­dad (sis­terhood) ame­ri­ca­na se desa­rro­lló de mane­ra para­le­la a la soro­ri­dad (soro­ri­té en fran­cés) que comen­zó a ges­tar­se duran­te la segun­da ola del femi­nis­mo en Fran­cia. Se cons­tru­yó como una for­ma de soli­da­ri­dad entre las muje­res de for­ma pare­ci­da a la her­man­dad, pero basa­da en la igual­dad de las muje­res y en la resis­ten­cia polí­ti­ca fren­te a la domi­na­ción. Así, la soro­ri­dad se con­so­li­dó como una expe­rien­cia de las muje­res que con­lle­va a la explo­ra­ción de rela­cio­nes de cui­da­do y a la unión exis­ten­cial, éti­ca y polí­ti­ca con otras muje­res, para cola­bo­rar con accio­nes par­ti­cu­la­res a la reduc­ción social de todas las for­mas de opre­sión.

Por su par­te, el affi­da­men­to es una noción que a pesar de tener una his­to­ria de más de 30 años no es tan cono­ci­da como el con­cep­to de soro­ri­dad, aún entre las muje­res femi­nis­tas y las segui­do­ras de la pers­pec­ti­va de géne­ro. El affi­da­men­to sur­gió a prin­ci­pios de la déca­da de los años ochen­ta del siglo XX en Ita­lia, par­ti­cu­lar­men­te en la escue­la de Milán. Con­vie­ne seña­lar que la soro­ri­dad y el affi­da­men­to van más allá de la amis­tad entre las muje­res. Son for­mas de rela­cio­nar­nos entre noso­tras que ponen en el cen­tro de nues­tros víncu­los el poder com­par­ti­do y con­fia­do para lograr metas comu­nes fren­te a la opre­sión y la des­igual­dad que vivi­mos las muje­res de for­ma estruc­tu­ral por el sis­te­ma patriar­cal.

A prin­ci­pios del siglo XXI con la crí­ti­ca a los estu­dios de géne­ro en el femi­nis­mo autó­no­mo lati­no­ame­ri­cano sur­gió la noción amis­ta­des polí­ti­cas, que impli­ca cons­truir alian­zas de muje­res cimen­ta­das en su amis­tad alre­de­dor de la lucha femi­nis­ta, reco­no­cien­do las apor­ta­cio­nes que cada una ha hecho para resis­tir a la domi­na­ción y opre­sión de las muje­res, no solo en los paí­ses euro­peos o en los Esta­dos Uni­dos de Amé­ri­ca, sino tam­bién en los paí­ses de Amé­ri­ca Lati­na como Argen­ti­na, Boli­via, Bra­sil, Chi­le, Colom­bia, Gua­te­ma­la, El Sal­va­dor, Hon­du­ras, Méxi­co, Nica­ra­gua, Uru­guay, Perú y Repú­bli­ca Domi­ni­ca­na (Gavio­la, 2018).

Así, los víncu­los entre las muje­res en la lucha femi­nis­ta y los estu­dios de géne­ro han esta­do en el cen­tro como un cuer­po de cono­ci­mien­tos y sabe­res tan­to expe­rien­cia­les como teó­ri­cos para afron­tar la opre­sión y des­igual­da­des que vivi­mos las muje­res. A con­ti­nua­ción, pre­sen­to algu­nas defi­ni­cio­nes y pro­pues­tas de prác­ti­ca tan­to de la soro­ri­dad como del affi­da­men­to para esta­ble­cer rela­cio­nes que pro­mue­ven el cre­ci­mien­to per­so­nal y social entre las muje­res tenien­do como cen­tro el ejer­ci­cio de poder con otras muje­res; así como los desa­fíos que impli­can en el mun­do patriar­cal con­tra el que se mani­fies­tan.

La sororidad y sus prácticas

El uso de la pala­bra soro­ri­dad vie­ne de la tra­duc­ción que se hizo del fran­cés de la pala­bra soro­ri­té, cuyo voca­blo soror es de ori­gen latino y sig­ni­fi­ca her­ma­na. Se usa para dife­ren­ciar­las de las rela­cio­nes de apo­yo entre los hom­bres como la fra­ter­ni­dad o la cama­ra­de­ría. Esta pala­bra fue inclui­da por la Real Aca­de­mia Espa­ño­la en su Dic­cio­na­rio de Len­gua Espa­ño­la en el 2018 y de los tres sig­ni­fi­ca­dos que ofre­ce (RAE, 2018), des­ta­can las pala­bras amis­tad, afec­to, soli­da­ri­dad y aso­cia­ción, sin embar­go, se que­da cor­ta con res­pec­to a la dimen­sión polí­ti­ca, éti­ca y social que con­lle­va.

En el desa­rro­llo con­tem­po­rá­neo de la soro­ri­dad en Méxi­co, Lagar­de (2012) apun­ta que es un pac­to polí­ti­co entre muje­res con­si­de­ra­das como pares con la inten­ción de ofre­cer­se apo­yo y tra­zar cami­nos socia­les para la igual­dad jun­tas. Impli­ca que las muje­res nos colo­que­mos en el cen­tro y como pun­to de par­ti­da para vali­dar nues­tras expe­rien­cias y ofre­cer­nos apo­yo social. Se tra­ta de una alian­za en la que las muje­res esta­mos dis­pues­tas a cam­biar el mun­do opre­si­vo que vivi­mos. Es una for­ma de cam­biar el orden mas­cu­lino exis­ten­te en el que solo exis­te ene­mis­tad y riva­li­dad entre noso­tras por la aten­ción de los hom­bres.

Las prác­ti­cas de soro­ri­dad poten­cian la trans­for­ma­ción social de las rela­cio­nes socia­les entre las muje­res para gene­rar comu­ni­dad entre ellas en dife­ren­tes con­tex­tos y se cons­tru­yen en opo­si­ción a la miso­gi­nia inter­na­li­za­da en la que se des­ca­li­fi­ca a otras muje­res para obte­ner valía pro­pia. Como lo seña­la Porras (2024) en la ponen­cia “Apor­ta­cio­nes de la pers­pec­ti­va de géne­ro en la pro­mo­ción de la salud”, en algu­nas de estas prác­ti­cas entre muje­res: nos escu­cha­mos y cree­mos entre noso­tras; cele­bra­mos nues­tra inde­pen­den­cia eco­nó­mi­ca; más allá de com­pe­tir, cola­bo­ra­mos; en momen­tos vul­ne­ra­bles nos damos y reci­bi­mos ayu­da entre noso­tras; nos uni­mos para luchar jun­tas fren­te a la vio­len­cia y las des­igual­da­des; nos visi­bi­li­za­mos en vez de anu­lar­nos; en vez de agre­dir­nos nos defen­de­mos; nos valo­ra­mos en lugar de des­ca­li­fi­car­nos; en lugar de dis­cri­mi­nar­nos nos inclui­mos; bus­ca­mos el bene­fi­cio colec­ti­vo sin explo­tar­nos; nos pro­te­ge­mos en lugar de dañar­nos; nos acep­ta­mos aun­que no este­mos de acuer­do; en vez hos­ti­li­zar paci­fi­ca­mos, ate­nua­mos y armo­ni­za­mos y nos acom­pa­ña­mos cor­po­ral­men­te para no aban­do­nar­nos

A decir de Ruiz (2020) se pue­den agre­gar como prác­ti­cas de soro­ri­dad el que entre muje­res: apren­da­mos, res­pe­te­mos y com­pren­da­mos las deci­sio­nes liber­ta­des y camino de vida de otras muje­res; deja­mos de exi­gir­nos per­fec­ción por­que nos des­hu­ma­ni­za y al estar todas en la espi­ral de la exis­ten­cia nos rela­cio­na­mos de mane­ra hori­zon­tal.

En con­jun­to estas prác­ti­cas soro­ra­les nos per­mi­ten a las muje­res, des­de la pari­dad, empe­zar a rom­per con los man­da­tos de géne­ro que res­que­bra­jan las rela­cio­nes socia­les entre las muje­res e impi­de que cons­tru­ya­mos comu­ni­da­des de apo­yo, sos­tén y resis­ten­cia fren­te a la vio­len­cia de géne­ro, la opre­sión y domi­na­ción del sis­te­ma patriar­cal como pares. En el siguien­te apar­ta­do se pre­sen­ta al affi­da­men­to como otra for­ma de rela­cio­nar­se entre muje­res que nos per­mi­te hacer comu­ni­dad para alcan­zar bien­es­tar social jun­tas des­de las dife­ren­cias de edad, de posi­cio­nes socia­les y de auto­ri­dad que posee­mos.

El affidamento y su ejercicio

Con res­pec­to al affi­da­men­to hay que seña­lar que no exis­te una tra­duc­ción exac­ta de esta pala­bra al espa­ñol, por lo que se usa en su for­ma ita­lia­na en la mayo­ría de los tex­tos en los que se abor­da. La auto­ra Rive­ra (Rive­ra, 1994, cita­da en Oria, 2021) la ha tra­du­ci­do como “cus­to­dia” o “tute­la”, ya que comen­zó a usar­se entre las abo­ga­das ita­lia­nas para refe­rir­se a una figu­ra jurí­di­ca de cus­to­dia entre una mujer joven y una adul­ta, sin embar­go, casi no se encuen­tra refe­ri­do de estas for­mas en la lite­ra­tu­ra espe­cia­li­za­da en femi­nis­mo o pers­pec­ti­va de géne­ro. Recien­te­men­te, se ha reto­ma­do en los ámbi­tos peda­gó­gi­cos la noción de “men­to­ría femi­nis­ta” para refe­rir­se a una for­ma de cer­ca­nía en que las men­to­ras ayu­dan, acom­pa­ñan y con­tri­bu­yen en la auto­es­ti­ma y empo­de­ra­mien­to de sus alum­nas (Lagar­de, 2020) que pue­de enten­der­se como una for­ma de affi­da­men­to.

Como afir­ma Ciga­ri­ni (2000) el affi­da­men­to impli­ca un pac­to social feme­nino basa­do en la con­fian­za en otra mujer como una media­ción sim­bó­li­ca entre ella y el mun­do, como una for­ma de poder polí­ti­co fren­te a los pac­tos de los hom­bres para la domi­na­ción y sumi­sión de las muje­res. Dicha auto­ra, usa este con­cep­to para des­ta­car: a) la rela­ción de con­fian­za con la otra mujer que, más que un hom­bre, es quien pue­de ayu­dar a rea­li­zar nues­tro deseo o meta; b) la auto­ri­dad que le asig­na­mos a la otra mujer, a lo que dice y a lo que sabe; y c) el sig­ni­fi­ca­do de una rela­ción nue­va y trans­for­ma­da con la madre. Este últi­mo inci­so hace refe­ren­cia al man­da­to patriar­cal en el que la hija y la madre viven en cons­tan­te con­flic­to por la aten­ción del padre en el entorno fami­liar.

Por otro lado, para Nie­to (2019) el affi­da­men­to es una alian­za social entre muje­res de dife­ren­te edad o con­di­ción de poder para esta­ble­cer la trans­mi­sión de cono­ci­mien­tos, auto­ri­dad, vali­da­ción y con­fian­za des­de un mar­co de refe­ren­cia feme­nino entre muje­res dis­pa­res o diver­sas y enfren­tar así el poder patriar­cal jun­tas. Se basa en la posi­bi­li­dad de que sean las muje­res quie­nes defien­dan sus intere­ses fren­te a los de un hom­bre, bus­can­do que otra mujer con mayor auto­ri­dad y a quien le ten­ga con­fian­za y le res­pal­de.

En el affi­da­men­to se tra­ta de una mujer apo­ya­da en otra como un ele­men­to de fuer­za sos­te­ni­do por la valen­tía de otra. De esta for­ma, el affi­da­men­to se tra­du­ce en for­mas de rela­cio­nar­nos en las cua­les las muje­res (Porras, 2024): reco­no­ce­mos la auto­ri­dad y con­fia­mos en otras muje­res; par­ti­ci­pa­mos del empo­de­ra­mien­to inter­ge­ne­ra­cio­nal; abra­za­mos nues­tras dife­ren­cias y nos man­te­ne­mos uni­das; apo­ya­mos los triun­fos de las demás para no riva­li­zar ni com­pe­tir; con­si­de­ra­mos que no somos idén­ti­cas; valo­ra­mos cual­quier for­ma de femi­ni­dad dis­tin­ta a la pro­pia y vali­da­mos nues­tros sabe­res como exper­tas y espe­cia­lis­tas.

De esta for­ma, el affi­da­men­to per­mi­te des­mon­tar la com­pe­ten­cia entre muje­res y nos abre al dere­cho de ser dife­ren­tes y úni­cas. A no ser solo par­te de una masa indi­fe­ren­cia­da en la que “todas somos igua­les” y en la que solo se nos otor­ga­rá valor des­de el mun­do patriar­cal cuan­do sea­mos ele­gi­das por algún hom­bre para­dó­ji­ca­men­te por no ser como las demás. Esta es una de las razo­nes por las que la soro­ri­dad y el affi­da­men­to son nocio­nes impor­tan­tes para la vida social de las muje­res. A con­ti­nua­ción, enlis­to otros argu­men­tos por los que es rele­van­te enun­ciar­las y estu­diar­las.

La importancia de nombrar las relaciones entre nosotras

De acuer­do con Porras (2022) las nocio­nes de soro­ri­dad y affi­da­men­to nos sir­ven para repen­sar cómo cons­trui­mos nues­tras rela­cio­nes socia­les en los dis­tin­tos espa­cios que com­par­ti­mos las muje­res como la fami­lia, el tra­ba­jo, la escue­la y la comu­ni­dad. Ade­más, nos per­mi­ten hablar de la com­ple­ji­dad de las rela­cio­nes entre noso­tras, no son rela­cio­nes sen­ci­llas ni sim­ples, tie­nen sus difi­cul­ta­des como las rela­cio­nes que esta­ble­ce­mos con los hom­bres, no son un víncu­lo menor sien­do pares o esta­ble­cien­do jerar­quías. Ambas nocio­nes sir­ven para dar exis­ten­cia a tra­vés del len­gua­je a las rela­cio­nes orien­ta­das al cui­da­do y cre­ci­mien­to colec­ti­vo entre las muje­res, esto es, afir­mar que pode­mos lle­var­nos bien y cre­cer jun­tas des­de una éti­ca de cui­da­do entre noso­tras (ser-para noso­tras) como un acto de resis­ten­cia a los man­da­tos socia­les en los que somos seres-para-otros y no seres-para-noso­tras-mis­mas o seres-para-otras muje­res.

Adi­cio­nal­men­te, hablar o escri­bir sobre la soro­ri­dad y el affi­da­men­to legi­ti­man el buen tra­to entre las muje­res en el mun­do patriar­cal para resis­tir al dis­cur­so en el que las muje­res nos mal­tra­ta­mos siem­pre o que la vio­len­cia entre noso­tras es peor que la ejer­ci­da por los hom­bres hacia las muje­res o hacia otros hom­bres. Así, ambas nocio­nes enun­cian que somos soro­ra­les entre noso­tras, que pode­mos afi­dar­nos o poner­nos bajo la tute­la de otra mujer para cui­dar­nos y pro­te­ger­nos fren­te a las dis­tin­tas for­mas de vio­len­cia y des­igual­da­des que vivi­mos las muje­res. De esta mane­ra, inter­na­li­za­mos, ade­cua­mos y recrea­mos rela­cio­nes con otras muje­res más allá de la amis­tad-ene­mis­tad. Pode­mos desa­rro­llar­nos jun­tas al ser com­pa­ñe­ras, cole­gas, men­to­ras, jefas, guías y no solo ami­gas o enemi­gas (Porras, 2022).

Final­men­te, la prác­ti­ca de la soro­ri­dad y el affi­da­men­to nos libe­ra del mie­do a ser menos que otra mujer (Ciga­ri­ni, 2000). Con­du­cen a crear cami­nos alter­na­ti­vos para no obte­ner valía solo al dis­mi­nuir a otra mujer, esto como una for­ma de miso­gi­nia inter­na­li­za­da es una inter­na­li­za­ción por par­te de las muje­res en la que hace­mos pro­pios de mane­ra invo­lun­ta­ria los men­sa­jes sexis­tas pre­sen­tes en nues­tra socie­dad y la cul­tu­ra (Gavio­la, 2018).

La sororidad y el affidamento como caminos hacia la salud

Las apor­ta­cio­nes del femi­nis­mo y una pers­pec­ti­va de géne­ro femi­nis­ta a la salud inclu­yen el estu­dio de las rela­cio­nes socia­les entre las muje­res alre­de­dor del ejer­ci­cio de poder entre noso­tras en las prác­ti­cas soro­ra­les y de affi­da­men­to. Este apar­ta­do se cen­tra en las con­tri­bu­cio­nes en el terreno de la salud social de la mira­da de géne­ro femi­nis­ta[2] en sus inter­sec­cio­nes con la psi­co­lo­gía exis­ten­cial huma­nis­ta, par­ti­cu­lar­men­te des­de el Enfo­que Cen­tra­do en las Muje­res (ECM), que de acuer­do con Hill (2004) se enfo­ca espe­cí­fi­ca­men­te en las expe­rien­cias, nece­si­da­des y desa­fíos de las muje­res como per­so­nas con una viven­cia de géne­ro.

Des­de esta pers­pec­ti­va, la salud social es enten­di­da como el bien­es­tar que deri­va de las rela­cio­nes inter­per­so­na­les en las comu­ni­da­des a las que per­te­ne­ce­mos e impli­ca una mira­da holís­ti­ca de las muje­res como huma­nas en nues­tro con­tex­to social y exis­ten­cial, ser huma­nas impli­ca tener dere­cho a la auten­ti­ci­dad y a libe­rar­nos de la opre­sión que el sis­te­ma patriar­cal impo­ne a tra­vés de la femi­ni­dad nor­ma­ti­va y que se nos deman­da social­men­te en la fami­lia, el tra­ba­jo, la escue­la, las rela­cio­nes de pare­ja o las amis­ta­des. La salud social está teji­da con la salud físi­ca y la salud men­tal, y resul­ta tan rele­van­te como ellas.

Con res­pec­to a la salud men­tal, tan­to la soro­ri­dad como el affi­da­men­to tie­nen un impac­to posi­ti­vo al ofre­cer una estruc­tu­ra de apo­yo emo­cio­nal entre muje­res, lo que dis­mi­nu­ye los sen­ti­mien­tos de sole­dad y com­pe­ten­cia entre ellas. Inclu­so las prác­ti­cas de soro­ri­dad y affi­da­men­to son herra­mien­tas pode­ro­sas en el res­ta­ble­ci­mien­to y con­so­li­da­ción de la salud men­tal de las muje­res al acom­pa­ñar­se unas a otras en expe­rien­cias de sui­ci­dio, en viven­cias como la ano­re­xia o la buli­mia, en momen­tos de depre­sión o ansie­dad, así como en otros temas que com­pro­me­ten su bien­es­tar men­tal.

Vol­vien­do al tema de la salud social, des­de este enfo­que se pro­po­ne que las muje­res reco­noz­ca­mos y cues­tio­ne­mos los pape­les socia­les (cro­no­ló­gi­cos, de géne­ro, sexua­les, fami­lia­res, labo­ra­les, entre otros) que con­si­de­ran como opre­so­res y que le res­tan tan­to auten­ti­ci­dad como vivi­fi­ca­ción a nues­tra exis­ten­cia (Jou­rard, 2014). La pro­pues­ta des­de un Enfo­que Cen­tra­do en las Muje­res (ECM) es que se hagan en inter­ven­cio­nes socia­les y comu­ni­ta­rias faci­li­ta­das por muje­res que tie­nen cono­ci­mien­tos sobre femi­nis­mos y pers­pec­ti­va de géne­ro, par­ti­cu­lar­men­te sobre la soro­ri­dad y el affi­da­men­to. Ade­más, se plan­tea que en dichas inter­ven­cio­nes y en todo momen­to las muje­res hagan uso de su poder per­so­nal en las cons­truc­cio­nes de iden­ti­da­des y roles autén­ti­cos y libe­ra­do­res. Ade­más, se pro­po­ne que sea des­de meto­do­lo­gías hori­zon­ta­les que per­mi­tan el diá­lo­go y la cons­truc­ción colec­ti­va. Esta pro­pues­ta pue­de exten­der­se al tra­ba­jo con hom­bres des­de posi­cio­na­mien­tos crí­ti­cos de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca e impues­ta para hacer un tra­ba­jo cen­tra­do en los hom­bres.

Regre­san­do a la soro­ri­dad y el affi­da­men­to, como prác­ti­cas femi­nis­tas y de géne­ro posi­bi­li­tan la crea­ción de rela­cio­nes posi­ti­vas o en vías de cre­ci­mien­to (Kin­get, 2013) entre las muje­res. A decir de Lagar­de (2012) faci­li­tan la alian­za exis­ten­cial y polí­ti­ca, cuer­po con cuer­po, sub­je­ti­vi­dad a sub­je­ti­vi­dad para gene­rar y for­ta­le­cer accio­nes espe­cí­fi­cas a la reduc­ción de las for­mas de opre­sión, al apo­yo mutuo entre noso­tras para alcan­zar la auto­ri­dad de todas como muje­res y el empo­de­ra­mien­to de cada una.

Las rela­cio­nes de cre­ci­mien­to entre las muje­res impli­can cul­ti­var y man­te­ner víncu­los sig­ni­fi­ca­ti­vos entre noso­tras basa­dos en las tres acti­tu­des bási­cas que plan­tea­das por Kin­get (2013) y que son: 1) la con­gruen­cia que es un esta­do de acuer­do interno entre la noción de sí mis­ma y expe­rien­cia; 2) la acep­ta­ción posi­ti­va incon­di­cio­nal en la que se con­si­de­ra que la per­so­na es dig­na de con­fian­za y con la capa­ci­dad de afron­tar su expe­rien­cia; y 3) la com­pren­sión empá­ti­ca en la que se escu­cha des­de el mar­co de refe­ren­cia de la otra per­so­na y es libre de pre­jui­cios. Al poner­las en prác­ti­ca man­te­ne­mos nues­tro poder per­so­nal, cons­trui­mos comu­ni­da­des segu­ras físi­ca y psi­co­ló­gi­ca­men­te para desa­rro­llar­nos colec­ti­va­men­te en redes de con­fian­za y pro­yec­tos comu­nes que desa­fíen al sis­te­ma patriar­cal impues­to y nos acer­quen a la liber­tad psi­co­ló­gi­ca y social.

Las comu­ni­da­des segu­ras son colec­ti­vos de muje­res, en este caso, resul­ta­do de prác­ti­cas de soro­ri­dad y affi­da­men­to en las que afron­ta­mos jun­tas las vio­len­cias que vivi­mos, nos per­mi­ten tra­ba­jar jun­tas en pla­nes de segu­ri­dad pro­pios y de otras muje­res (Padi­lla, 2019) para saber qué hacer, en quién apo­yar­nos emo­cio­nal­men­te y con qué recur­sos con­ta­mos cuan­do vivi­mos vio­len­cia de cual­quier tipo o cuan­do nos enfren­ta­mos a la des­igual­dad. Estos pla­nes se pue­den ofre­cer y cons­truir de mane­ra incon­di­cio­nal, con empa­tía y auten­ti­ci­dad para la trans­for­ma­ción per­so­nal y social (Kin­get, 2013).

Así, la soro­ri­dad y el affi­da­men­to for­ta­le­cen la voz y el poder colec­ti­vo de las muje­res. Al unir­nos y tra­ba­jar jun­tas, las muje­res supe­ra­mos obs­tácu­los y desa­fíos fami­lia­res, esco­la­res y labo­ra­les a los que nos enfren­ta­mos día con día. Ade­más, al ser soro­ra­les y affi­dan­tes enca­ra­mos la dis­cri­mi­na­ción y la opre­sión patriar­cal. Final­men­te, ambas nocio­nes nos ins­pi­ran e ins­pi­ran a otras muje­res a luchar por nues­tros dere­chos y cons­truir comu­ni­da­des más salu­da­bles, Todo lo aquí expues­to es esen­cial para pac­tar des­de la igual­dad y la dife­ren­cia el buen tra­to y el cui­da­do entre noso­tras hacia la salud social y la igual­dad de géne­ro.

Los desafíos de la sororidad y el affidamento

La cul­tu­ra patriar­cal dic­ta que en la femi­ni­dad nor­ma­ti­va e impues­ta, la com­pe­ten­cia, la riva­li­dad, los celos y la envi­dia son expe­rien­cias inelu­di­bles e irre­nun­cia­bles en la vida social entre las muje­res. Sin embar­go, no es así. Este es qui­zá el prin­ci­pal desa­fío: pen­sar que las for­mas pasi­vas-agre­si­vas entre noso­tras (Lamas, 2015), la miso­gi­nia inter­na­li­za­da (Gavio­la, 2018) y la hos­ti­li­dad hori­zon­tal (Thom­pson, 2003) son natu­ra­les, cuan­do en reali­dad son apren­di­das a tra­vés de la socia­li­za­ción. Es nece­sa­rio renun­ciar a ellas hacien­do pac­tos de soro­ri­dad y affi­da­men­to entre las muje­res para rom­per con la com­pli­ci­dad sexis­ta y andro­cén­tri­ca que impli­can. Sin embar­go, es nece­sa­rio reco­no­cer­las pri­me­ro. Por lo que resul­tan indis­pen­sa­ble que par­ti­ci­pe­mos en pro­ce­sos de sen­si­bi­li­za­ción y con­cien­ti­za­ción femi­nis­ta y de géne­ro para des­mon­tar­los y tras­cen­der­los.

Resul­ta indis­pen­sa­ble, la com­pren­sión empá­ti­ca entre muje­res de nues­tras expe­rien­cias y elec­cio­nes alre­de­dor de la sexua­li­dad, par­ti­cu­lar­men­te sobre la afec­ti­vi­dad y el ero­tis­mo, los tipos de encuen­tros, la anti­con­cep­ción, la mater­ni­dad, la inte­rrup­ción legal del emba­ra­zo, entre otros temas, en los que con fre­cuen­cia nos cues­ta tra­ba­jo ir más allá de los roles y man­da­tos de las femi­ni­da­des impues­tas y en los que nos resul­ta fami­liar juz­gar­nos entre noso­tras y en lugar de hacer pac­tos de res­pe­to, con­fian­za y com­pren­sión entre noso­tras, segui­mos fie­les a los pac­tos patriar­ca­les que nos man­tie­nen divi­das, ais­la­das, sepa­ra­das, vul­ne­ra­bles, seña­lan­do y juz­gan­do a otras muje­res.

Ser soro­ral o poner­se bajo la tute­la de otra mujer abo­na a la recons­truc­ción del teji­do social que se encuen­tra frac­tu­ra­do por la com­pe­ten­cia y la riva­li­dad his­tó­ri­ca y social­men­te cons­trui­da entre noso­tras. Las hemos vali­da­do en nues­tras expe­rien­cias fami­lia­res (Lagar­de, 2012), esco­la­res (Porras, 2022) y labo­ra­les (Lamas, 2015) y nos hemos atra­pa­do en un ciclo del que es posi­ble salir. Para ello, es nece­sa­rio revi­sar y trans­for­mar los víncu­los con las muje­res de nues­tras vidas. Las genea­lo­gías femi­nis­tas son una herra­mien­ta para hacer­lo y cono­cer las his­to­rias de resis­ten­cia y des­obe­dien­cia de nues­tras madres y ances­tras al sis­te­ma patriar­cal (De León, 2010), que hoy nos per­mi­ten tener dere­chos y expe­rien­cias libe­ra­do­ras que ellas no tuvie­ron. Ahí hay una heren­cia de soro­ri­dad y affi­da­men­to que nos sitúa en un mejor lugar social hoy.

Para con­cluir, es cla­ro que la soro­ri­dad y el affi­da­men­to son una gran apor­ta­ción a la salud social por­que par­ten de una éti­ca de cui­da­do entre muje­res en la que dis­tri­bui­mos el poder entre noso­tras para el desa­rro­llo per­so­nal y colec­ti­vo en bene­fi­cio de todas. Al prac­ti­car­las pre­ve­ni­mos el daño, la mar­gi­na­ción, el mal­tra­to, la hos­ti­li­dad y la vio­len­cia que pode­mos hacer a otras muje­res des­de una valo­ra­ción posi­ti­va de los víncu­los que cons­trui­mos. Nos per­mi­te pen­sar en las “otras” como “noso­tras” y pri­vi­le­giar el cui­da­do que nos dar­nos. Pode­mos apro­piar­nos y com­par­tir el poder entre noso­tras y usar­lo para noso­tras. Ade­más, pode­mos ejer­cer el poder entre noso­tras sin que sea una for­ma de domi­na­ción entre noso­tras aun sien­do femi­nis­ta o estu­dio­sas del géne­ro.

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Notas

  1. Pro­gra­ma Ins­ti­tu­cio­nal de Estu­dios de Géne­ro Izta­ca­la, Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la, Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co. Correo: kenia.porras@iztacala.unam.mx
  2. A decir de Lagar­de (1996): “La pers­pec­ti­va de géne­ro femi­nis­ta con­tie­ne a una mul­ti­pli­ci­dad de pro­pues­tas, pro­gra­mas y accio­nes alter­na­ti­vas a los pro­ble­mas con­tem­po­rá­neos deri­va­dos de la opre­sión de géne­ro, la dis­pa­ri­dad entre los géne­ros y las inequi­da­des resul­tan­tes” (p. 5).