A Depressive Affect and Psychoanalysis
Leticia Hernández Valderrama[1]
Facultad de Estudios Superiores Iztacala, UNAM
Resumen
El presente texto forma parte de una investigación más amplia. Su propósito es hacer un breve recorrido por el fenómeno de la depresión desde el marco teórico del psicoanálisis; se contemplan experiencias de pérdida y duelos que comúnmente experimentan las personas.
En la época actual observamos como se han fragilizado emocionalmente los sujetos en su relación al mundo. Hay un nuevo desorden en los estados de ánimo que afecta la consonancia con otros. Los vínculos actuales ya no son tan sólidos como solían ser en épocas pasadas; su fragilidad ha generado un sentimiento de inseguridad, indiferencia, indolencia, emociones encontradas, deseos conflictivos, separaciones de parejas, de amigos, desencuentros en las familias que llevan a experimentar sentimientos de tristeza, desesperanza, vacío, angustia. El individuo ante ello, tiene la intensión de estrechar los lazos, pero al mismo tiempo los mantiene flojos, para que en caso necesario se desanuden, se diluyan los compromisos. Esta sensación de laxitud, de ser imprescindible, no necesario, sustituible por supuesto que ha afectado las emociones en de nuestro tiempo.
Palabras clave: depresión, pérdida, duelo, melancolía
Abstract
This text forms part of a broader research project. Its purpose is to offer a brief overview of the phenomenon of depression within the theoretical framework of psychoanalysis, taking into account experiences of loss and mourning that people commonly undergo.
Today we can observe how individuals have become emotionally fragile in their relationship with the world. There is a new disturbance in mood states that affects their ability to remain attuned to others. Current forms of bonding are no longer as solid as they once were; their fragility has given rise to feelings of insecurity, indifference, apathy, conflicting emotions, and contradictory desires, along with separations between partners and friends, and ruptures within families. These situations often lead to experiences of sadness, hopelessness, emptiness, and anxiety. Faced with this, the individual tends to want to tighten bonds, yet at the same time keeps them loose so that, if necessary, they can easily come undone and the commitments can fade. This sense of looseness of feeling dispensable, unnecessary, replaceable has undoubtedly affected the emotional life of our time.
Keywords: depression, loss, mourning, melancholy
Cuando el tiempo fundó tu ausencia en el silencio
sobre esta noche en que forjó el recuerdo
de mis batallas,
de mis guerras perdidas,
de mis armas inútiles
para enfrentar el día en que fatas.
Cruz Alejandro López Aguilar
¡Muerte es todo, todo es muerte!
¡muerte, muerte potenciada,
disfrazada en el naciente,
ya se mira que sombrea
tras el eco de su suerte!
Eugenia Romo de Álvarez
Este cuerpo que ha sido mi albergue,
Mi prisión, mi hospital, es mi tumba.
Rosario Castellanos
Introducción
Las emociones nos atraviesan permanentemente, se alimentan de normas colectivas implícitas, explícitas, o de orientaciones de comportamiento que cada uno articula según su estilo y permeabilidad personal en relación a la cultura y los valores que le persuaden. Se trata de formas organizadas de coexistencia, determinables dentro de un mismo grupo porque competen a una simbólica social, pero se traducen de acuerdo con las circunstancias y las singularidades individuales presentes.
Así vemos, como el mundo contemporáneo se han fragilizado afectando nuestras emociones y lazos sociales con otros. Los vínculos actuales ya no son tan sólidos y fijos como solían ser en las relaciones de parentesco, en los afectos y hasta en las relaciones de pareja como en épocas pasadas. La fragilidad actual de los vínculos ha generado un sentimiento de inseguridad, inestabilidad, emociones encontradas, deseos conflictivos, separaciones, desencuentros; que conllevan a experimentar un sentimiento de vacío, de desesperanza, de angustia. El individuo ante ello, tiene la intensión de estrechar los lazos, pero al mismo tiempo los mantiene desanudados, para que en caso necesario se desprendan, se diluya cualquier compromiso. Esta sensación de laxitud, de ser imprescindible, no necesario, sustituible por supuesto que ha afectado las emociones en nuestro tiempo.
Actualmente hombres y mujeres, menciona Bauman (2012), se encuentran desesperados al sentirse fácilmente descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de una unión, de una mano firme y segura con la que puedan contar si lo necesitan; sin embargo, desconfían de pensarse relacionados emocionalmente en un para siempre. Esto prácticamente por temer que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no sean capaces de soportar, ni tengan el deseo de hacerlo. Limitan así su libertad para relacionarse verdaderamente con alguien. Situación que condena cada encuentro, pues antes de entrar ya están saliendo.
Una característica de los sujetos en el mundo contemporáneo es su actitud hedonista, pareciera que las relaciones son una suerte a medias. Oscilan en un dulce anhelo y una congoja; no hay manera de decir en qué momento uno se convierte en la otra. Casi todo el tiempo ambos avatares se contienen. Podemos decir, que actualmente, las relaciones suelen ser muy intensas y aparentemente profundas, pero simultáneamente frágiles, pasajeras y llenas de ambivalencia y muerte.
Duelos que provocan emociones tristes, aparentemente con pobres sentimientos y desasosiegos sobre sí. Sin embargo al escribir, tratando de saber sobre el dolor que los sujetos presentan cuando pierden un objeto amado, y caen en situaciones de des-esperanza, de rotura subjetiva, de angustia, de sentirse ante un vacío; sería en vano decir que es cosa fácil, antes al contrario, escuchar el dolor es algo complejo, y más sino consideráramos que el sentimiento va más allá de lo que las palabras pueden expresar, razonar o explicar.
En la elección de pareja en particular, se elige entretejiendo el deseo y el erotismo buscando lo que falta en el imaginario de que alguien colmará esa falta. Cabe la pregunta si en la actualidad ¿se buscan relaciones firmes, sólidas, tal como dicen, o en realidad desean que sus relaciones sean ligeras y laxas, para poder deshacerse de ellas en cualquier momento? El grado de complejidad en las nuevas parejas es denso, enigmático y muchas veces impenetrable. Relaciones difíciles de descifrar y desentrañar en lo que se fundan. Pareciera que buscan impedir que las relaciones cristalicen, duren, evitando caer en un futuro donde el permanecer resulta incierto.
Otra característica común en nuestro llamado mundo actual globalizado, son las llamadas “relaciones virtuales” que se alejan cada vez más de los elementos simbólicos y reales de la presencia física. Son relaciones que parecieran estar hechas a la medida del entorno de la vida líquida moderna, en la que suponen o esperan que las posibilidades románticas fluctúen cada vez con mayor prontitud entre multitudes que no decrecen, desterrándose entre sí con la promesa de ser más gratificantes y satisfactorias que las anteriores. Pero a diferencia de las “relaciones presenciales”, las virtuales son de fácil acceso y salida; ya que, si no les gusta o conviene, sólo es cuestión de teclear: suprimir y a otra cosa. Esta experiencia basada en un imaginario estaría condenada al fracaso porque no se basó en algo afectivo, simbólico, sino en el deseo, el goce de volver efímero lo verdadero (Bauman, 2012).
Desde luego, ello nos debe llevar a investigar todas las emociones implicadas en un imaginario virtual y una nueva realidad compleja; donde los sujetos tienen que lidiar con el vacío y la emoción incierta contenida en la ligereza de lo virtual; donde la aparente facilidad que ofrece la falta de compromiso devasta la voluntad de comprometerse. A pesar de ello, los riesgos no dejan de existir, sino que se incrementan a la par que la angustia. La angustia que, como libra de carne, se tiene que pagar por el vacío que ello anuncia. Encontramos sujetos tratando de escapar de una formalidad que los inquieta, ambicionan el entrar-saliendo para evitar cualquier dolor; los sujetos no quieren sufragar el costo del amor donde está implicado el dolor. Se vive una insoportable confusión ante el compromiso, el erotismo y la permanencia. Tienen una gran ceguera emocional que aceptan vivir con las grietas que el sufrimiento de la soledad provoca, en lugar de aceptar la formalidad que lo simbólico les ofrece por miedo a no poder sostenerlo.
Algo sobre el duelo y la melancolía.
En términos generales cuando los sujetos muy enamorados se enfrentan al término de su relación, escuchamos que lo viven como un fracaso que genera una herida narcisista que afecta su relación con el mundo, suele estallar una des-esperanza en la vida, en el amor y hasta consigo mismos; aparece un abismo irresistible, es un vacío que los llama… y donde el cuerpo es lo único que queda para contener esa desesperación (des-espera-acción –sin espera de acción-), quizá por ello los veremos acostados, tirados, sin ánimo. La vida aparece cargada de desencantos y penas cotidianas, de sinsabores, de tragos amargos, de desconsuelo solitario, a veces abrasador, otras incoloro y vacío.
Algunos pueden caer en una tristeza que se puede elaborar a través de un tiempo, serán duelos como afirma Freud (1915–1917, p. 241): “El duelo es, por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.” Este periodo de duelo puede traer momentos de tristeza normal, pero se mantiene al sujeto asido a un sentimiento de sí y al Otro simbólico.
En una melancolía o estado depresivo más profundo, Freud (1915–1917) comenta que “hay una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta una delirante expectativa de castigo” (p. 242).
Así advertimos que lo real de la depresión se revela plenamente en la melancolía que Freud incluye en el campo de las psicosis. Y si como hemos dicho, en la depresión neurótica es el mundo de la falta, donde al perder al objeto el mundo es el que se empobrece, se vacía, al revelarle al sujeto su ausencia –el desánimo en el depresivo es, de alguna manera, precisamente el efecto que suscita sobre el sujeto esta ausencia del objeto perdido en el Otro-. En la melancolía, precisa Freud, es el Yo el que se vacía. El agujero ya no está en lo real –el objeto perdido‑, sino que se revela directamente en la inscripción del sujeto en el campo simbólico del Otro. Es decir, Lacan (1958–1959) contrapone el proceso de duelo al de forclusión[2], sosteniendo que si en el duelo existe un trabajo de simbolización (elaboración) de un agujero real por la pérdida del objeto amado, en la forclusión (psicosis) el agujero está precisamente en el orden simbólico como tal (en la falta de inscripción simbólica del propio sujeto), y es directamente a lo real donde regresa aquello que primordialmente no ha sido simbolizado, y al no haber castración (inscripción simbólica) el sujeto no tiene recursos para elaborar un duelo. Es por ello que cae la pérdida sobre el propio sujeto que lo hace desplomarse, abatirse y perderse en la nada (Lacan,1958–1959).
Lo que nos conduce a preguntarnos: ¿cómo los sujetos pueden enfrentar estos avatares subjetivamente para vincularse afectivamente con otros?
Sobre la teoría del vínculo y el inconsciente
¿Cómo aprendemos a vincularnos con los demás, cómo son nuestros primeros vínculos, qué sucede cuando buscamos nuevos vínculos fuera de esta primera relación con los padres? ¿Qué nos pasa cuando perdemos a algún objeto amoroso? ¿Por qué su falta nos conduce a un nublamiento del sentido?
Es necesario conocer sobre cómo nos vinculamos con otros; pensemos lo que el Psicoanálisis que Freud edificó nos ha aportado en lo relativo al cómo investigar sobre la constitución subjetiva de un sujeto, cómo es el inicio de la instalación de las representaciones que dan origen al inconsciente y qué hacen que el cachorro humano se convierta en ser humano sexualizado y atravesado por la cultura. Lo que Freud nos aportó fue la posibilidad de considerar un nuevo sujeto: el sujeto del inconsciente. Diciéndonos que el inconsciente no se crea de la nada, tiene que ver con las primeras inscripciones y las primeras ligazones. La función materna por un lado, es capaz de generar un plus de placer que está más allá de buscar el cuidado de sí; ya que, a través de cargar de libido pulsional a su hijo paralelamente se generan inscripciones de los objetos originarios, y en sus destinos de pulsión serán la apertura al sistema deseante a partir de nuevas vías de placer que no se reducen a una satisfacción pulsional inmediata.
El psicoanálisis es una clínica de la falta en la neurosis, falta porque el sujeto al pasar por el Edipo y la castración simbólica queda en falta. Esta falta es la que posibilita que el deseo surja y movilice al sujeto con un deseo inconsciente que lo lleva a tratar de encontrar el objeto perdido (madre). Por ello, decimos que es una clínica de la falta porque al mismo tiempo que genera el deseo inconsciente, se da la represión y el retorno de lo reprimido en el síntoma y la división del sujeto. Es una clínica que encuentra su terreno fértil en las formaciones del inconsciente. Lo que constituye su centro es la exaltación del deseo como pasión que toma cuerpo. Jacques Lacan (1964, pp. 50–60) nos ha indicado, de la “falta en ser” que habita en el sujeto. En este sentido, la clínica de la falta se puede enmarcar en la clínica de las neurosis.
El que no haya un adecuado tránsito por el Edipo puede generar trastornos severos en la primera infancia, traumatismos graves en el sujeto ya constituido, modos de estructuración de los sistemas de representación de fundamentos y destinos de pulsión como destinos del sujeto alterados, trastocados, rotos en su subjetividad y muchas veces en su relación con los demás.
Podemos señalar que la ubicación sexualizante y narcisizante que la madre inscribe sobre el psiquismo de su bebé, permite fundar la base por el cual transitan los abrochamientos pasionales que capturan al yo, en el cual, como dice Bleichmar (2012, pp. 44–49), se instalan signos en las cegueras defensivas que obturan los movimientos deseantes del sujeto; su introducción en la vida psíquica es premisa necesaria para el funcionamiento de los sistemas diferenciados y para el contrainvestimiento del autoerotismo, sin el cual, el sujeto quedaría librado al ejercicio de la pulsión sexual de muerte.
Así pues, el psicoanálisis considera al inconsciente como no existente desde los comienzos de la vida del sujeto; éste sólo se estructura en relación con el Otro del lenguaje (la madre), que es preexistente al sujeto y producto de la cultura, fundado en el interior de la relación sexualizante que en un inicio es con los padres, después con el semejante y fundamentalmente como producto de la represión originaria que, ofrece un cierre definitivo a las representaciones inscritas en los primeros tiempos de la vida donde se establece también su identidad sexual.
La función del narcisismo en la estructuración del yo y su derivación del semejante materno, determinan ciertos modos de inscripción y ligazón que dan el entramado de base para que la identificación no caiga en el vacío, propiciando el pasaje del autoerotismo al narcisismo, que debemos entender como un momento estructural cuyos prerrequisitos están ya en funcionamiento a partir de los cuidados tempranos que la madre proporciona, de las ligazones que facilita a partir de la disrupción misma que su sexualidad instaura.
No obstante, puede presentarse una falla en una madre que haya tenido un deficiente pasaje por la castración, que tenga una posición narcisista centrada en sí misma o una posición depresiva; que al momento de ejercer los primeros cuidados a su bebé, ejerza su función materna narcisizada o depresiva que retire la atención libidinizante del bebé o temporalmente exista una falta deseante y amorosa que sin duda tendrá consecuencias. Será un vacío, una hiancia, una grieta en lo real; situación difícil de entender y simbolizar porque no hay palabras que representen lo real experimentado de las carencias maternas, solo se viven como vacío, caída, repetición o pasajes al acto…
Para ampliar esto, hablemos de la clínica del vacío que propone Recalcati en 2003, al referirse a sujetos con una pobre emoción sobre sí, con afectaciones y síntomas cuando han perdido al objeto amado.
Clínica del vacío y la emoción ausente
Esta clínica del vacío trata las formas y los modos de esta escisión (separación) entre el sujeto y el Otro[3]; trata, dicho de otro modo, las distintas declinaciones que puede asumir el rechazo del Otro en la época donde se instala lo simbólico contemporáneo en el psiquismo del bebé ‑como ausencia de la palabra que media su relación consigo mismo y con los otros‑, es decir, carente de emociones y desanimado se propicia en él una caída, un vacío, un ensimismamiento des-estructurante por una falla de la función paterna durante su tránsito por el Edipo, que lo arroja fuera de todo vínculo, sentimiento o emoción.
La clínica del vacío propone trabajar sobre lo que se ha dado en llamar “nuevos síntomas” que aquejan a los sujetos de nuestra contemporaneidad. Recalcati en 2003, señala fundamentalmente: la anorexia, la bulimia, la toxicomanía, los ataques de pánico, la depresión, el alcoholismo que aparecen como efectivamente irreductibles ante la lógica que preside la constitución neurótica del síntoma. La clínica del vacío se refiere a no hacer un reduccionismo simple. Es decir, los nuevos síntomas parecen definirse no tanto a partir del carácter metafórico, enigmático, emocional y/o sintomático, sino a partir de una problemática que afecta directamente a la constitución narcisista del sujeto –en el sentido en que indica un carencia fundamental de sí mismo- y de unas prácticas de goce[4] que parecen excluir la existencia misma del inconsciente, en el sentido de que ese goce no se inserta en el intercambio con el Otro sexo[5], sino que se configura como un goce asexuado y vinculado a una práctica pulsional determinada. Este nuevo estatuto del goce, desvinculado del fantasma[6] inconsciente y del Otro sexo, radicalmente autista y en relación con actos voluntarios llenos de pulsión de muerte.
La clínica del vacío o de lo real desde el psicoanálisis permite entender las formas y los modos de separación entre el sujeto y el Otro; dicho de otro modo, trata, las distintas declinaciones que puede asumir el rechazo que hace el sujeto del Otro en una época donde lo simbólico contemporáneo es representado por la ausencia de la función paterna (la declinación del Nombre del Padre). Que conduce irremediablemente a la separación del Otro y los otros con un vacío que se vuelve atormentador y siniestro, donde el sujeto sólo le queda un reencuentro con el propio cuerpo para tornarlo en fuente de agresiones por no encontrar sentido a su existencia (hay una precaria emoción sobre sí), e intenta apartarse a cada momento del Ideal que no es, y que no lo alcanza por más esfuerzos que hace. Donde el único resultado es su propia ausencia, cara carcomida por el deseo ausente y su errante escisión con el mundo exterior.
Precisando la diferencia entre una clínica del vacío que se allega más al pasaje al acto, a la desconexión con el Otro y los otros, en relación con la clínica de las neurosis que se basan en la falta y el deseo; distinguimos en ésta última que toda pérdida de objeto, puede elaborarse a través de un duelo para superar la ausencia, cosa distinta cuando el sujeto siente la ausencia con desazón que lo conduce hacia un vacío sin fin.
El vacío separado de la falta
De entrada precisemos que un afecto depresivo atraviesa todas la estructuras. Los sujetos siempre tendrán pérdidas, no importa la estructura que tengan, neurótico, psicótico o perverso, lo que los diferencia es la manera en cómo enfrentan y elaboran la ausencia de otro que ha sido amado.
El eje de la clínica psicoanalítica en la neurosis se centra en la falta que está constituida por el deseo: represión del deseo y retorno de lo reprimido en las formaciones cifradas del inconsciente. La clínica psicoanalítica de las neurosis o de la falta es una clínica que encuentra su eje en el sujeto dividido como efecto del acontecimiento del deseo: conflicto, desgarro, negatividad dialéctica, deseo como manifestación pura de la falta, el sujeto está en falta por su tránsito por el Edipo y la aceptar la castración. Es un sujeto que se pone triste, que sus emociones se alteran, pero que poco a poco elabora su pérdida, reinvistiendo libidinalmente a su propio “yo” con los recursos de su estructura. Es decir, en la clínica de la falta neurótica es la “falta en ser” donde siempre faltará algo. Esta falta es lo que constituye su causa y matriz del deseo. En este sentido, la falta es un nombre posible de la ausencia; la falta es un vacío nombrado, vacío al que se ha dotado de significantes y de símbolos, y por tanto en conexión con el Otro de su historia. La privación y el sacrificio pueden aparecer como modalidades de un goce superyoico del vacío que llegan a sexualizar, la renuncia (erigida en meta pulsional) y la propia adhesión a la locura de una ley moral despiadada, manteniéndonos en el campo de la clínica de la falta (Recalcati, 2003).
Por otro lado, puede tener momentos de críticos por ciertas pérdidas. Como cuando la falta es experimentada como algo angustiante y enloquecedor por creer que no se puede vivir sin el otro ausente-pérdido, y se aspira a una conveniente destrucción, desaparición (si yo faltara, si no viviera más, si para estar con el otro, tengo que morir: quiero mi muerte), es la realización triste de una parca emoción sobre sí que se vive como vaciamiento de su ser empobrecido por la ausencia del otro (emoción triste), deseo experimentado como fantasía; pero es diferente del pasaje al acto. Esta situación se puede observar en un tratamiento psicoanalítico, donde vemos cómo se presenta de forma semejante, al parecer la falta que no se puede llenar con ningún objeto, más bien la falta que toma la forma del deseo que inviste al Otro (representado por el psicoanalista), es falta bajo transferencia analítica, la que permite que la falta de apertura al Otro. En efecto lo que da vida al vacío es el deseo: es el deseo el que transforma el vacío en una falta que conlleva al deseo y no a una caída siniestra a la nada (caída del objeto “a”)[7].
En el caso de un afecto del melancólico, asistimos a una desarticulación entre el vacío, falta y deseo. El vacío no aparece ya en relación con el Otro simbólico y el deseo como expresión de la falta: sino que el vacío se solidifica, se presenta como disociado del deseo y, por tanto, como innombrable. Convirtiéndose en un vacío que narcotiza al ser mismo del sujeto.
Continuando con Recalcati nos señala: la clínica de los nuevos síntomas es radicalmente una clínica del vacío, –diríamos: de lo Real de acuerdo con Lacan‑, es una clínica cuya referencia central no es el síntoma como formación de compromiso entre el deseo inconsciente y las exigencias del Otro social, sino la angustia. Es la experiencia de un vacío que aparece divorciado de la falta, de un vacío que ya no es manifestación de la “falta en ser”, sino expresión de una derramamiento del sujeto, de una inconsistencia radical del mismo, de una precipitación a una percepción constante de inexistencia que suscita una angustia sin palabras, sin emociones aparentes, donde sus fantasías delirantes vuelan atentando imaginariamente contra su vida: “verse muerto”. Gozar viendo las miradas que lo “ven muerto” “veo verme muerto”, o bien, de pasar a un acto suicida donde todo termina.
El depresivo
Cuando un sujeto es diagnosticado desde la psiquiatría con depresión; es señalado su estado anímico caracterizado por un déficit de la voluntad, con un apocamiento, una restricción, un debilitamiento de la capacidad de decisión. Es un sujeto –dicen- en estado de aniquilación, de inmolación moral, cuyo fundamento, en última instancia, es de índole orgánico.
Para el psicoanálisis en cambio, la escucha de la palabra del sujeto constituye más bien una enunciación, una queja o una demanda, en todo caso, un acto que debe percibirse como tal, porque en él compromete su ser. En el psicoanálisis no hay un estado depresivo, sino un afecto depresivo. La travesía del estado al afecto indica como el sujeto triste no se encuentra en el lado abstracto de una subjetividad disminuida, restringida, desprovista, limitada en su poder de trascender, sin capacidad de proyectarse hacia otros, su posición difiere del estado melancólico, quién más bien está en relación con el Otro. El afecto, de hecho es un efecto de acción del Otro sobre el sujeto y, a un tiempo, tras una reelaboración de la situación será una respuesta del sujeto al Otro (Recalcati, 2003, p. 34).
Cómo entender a un sujeto que se ha quedado parco, desvinculado, frío, indiferente, aislado en su relación con los otros, que cuando se le manifiesta afecto, amor, deseo o atención, actúa de modo tal que inmediatamente queda privado de significación, lleno de angustia.
Debemos quizá primero entender que la melancolía representa un afecto que ha sido desinvestido radicalmente de la voluntad del sujeto en tanto deseo, no hay ni sentimientos, ni palabras y ni ningún acto es posible considerarlo con sentido para él. ¿Qué ha pasado le ha sucedido?
Cuando Lacan (1960), toma como punto de partida la formula hegeliana “el deseo del hombre es el deseo del Otro”, en tanto es el Otro grande (la madre), preguntamos ¿qué lugar ha tenido el sujeto melancólico en el deseo de su madre? ¿qué pasa si el deseo de la madre está muerto en relación al hijo? No se trata de una muerte real de la madre, sino de la muerte de su deseo dirigido al hijo. Sólo podemos saber de ello a través de su revelación en el análisis, sin embargo, tratemos de pensarlo un poco más.
Casi siempre son los síntomas que se manifiestan y nos permite saber de un sujeto melancólico. Estos síntomas o actos se relacionan con fracasos en la vida afectiva, amorosa, laboral, profesional, académica, que se ha convertido en la base de conflictos más o menos agudos con los sujetos más próximos.
En primer plano generalmente se sitúa una problemática narcisista, en que las exigencias del Ideal del yo son considerables en correlación con el superyó o en oposición a él. El sentimiento de impotencia es claro. Impotencia para salir de una situación de conflicto; impotencia para amar o para ser amado, para explotar sus propias capacidades, para aumentar su conquistas, éxitos y en caso contrario, cuando los obtiene, sentir una insatisfacción profunda por sentir que no merece o que no tienen ningún valor.
Como decíamos anteriormente, si una madre tiene el deseo muerto por el hijo, si no hay Otro que realice su función frente al bebé, éste quedará en un vacío. En un real imposible de simbolizar porque no habrá significantes que le den sentido a su existencia. Es decir, cuando un sujeto es rechazado, mantenido en la indiferencia, dejado caer, devaluado en el deseo del Otro, ya no encuentra lugar allí, es rechazado, pierde todo valor fálico frente al Otro: hay afecto depresivo que lo condena a repetir en futuras relaciones esta primera inscripción. Podemos decir, que esta melancolización, se produce en presencia del objeto, él mismo ha sido absorbido por un duelo. La madre, por alguna razón, se ha deprimido. Los factores pueden ser múltiples, como la pérdida de un ser querido: otro hijo, un progenitor, un amigo íntimo, o cualquier objeto investido fuertemente por la madre. Pero como dice Green en el 2012, se puede tratar de una depresión desencadenada por una decepción que inflige una herida narcisista: un revés de la fortuna familiar, una infidelidad del marido o del padre que abandone a la madre, una humillación, etcétera. En todos los casos, la tristeza de la madre y la disminución de su interés por el hijo se sitúan en el primer plano como un desastre que anuncia un núcleo frío, que será más tarde superado, pero que deja una marca indeleble sobre las investiduras eróticas de los sujetos implicados.
Por otro lado, cuando el sujeto ignora la castración del Otro, no quiere verla, la oculta, no tiene intención de asumir sus consecuencias, prefiere conservar al Otro del Ideal, prefiere seguir conservando su fe en el Otro Ideal como para estar amparado y poder encontrar en éste su propia justificación, pero en ello lo que se genera es afecto melancolizado.
Esta situación suele colocar al sujeto en la rutina enajenante de una existencia afín a sí mismo, viviendo una vida ordinaria, en la cual el goce se mantiene al alcance de la mano, renunciando a su propio deseo para poder ir tirando sus propios bienes, afectos, vínculos o emociones en una “cobardía moral”, como lo nombra Lacan en Televisión (1973), no queriendo hacer nada salvo controlar todo, para que nada cambie por miedo a lo nuevo a lo diferente, a que el deseo se desplace hacia nuevos objetos; esta es la condición permanente del afecto depresivo. La depresión no sería síntoma. Sí sería el efecto de una traición del sujeto a sí mismo. Lacan siguió insistiendo sobre el aspecto ético de la tristeza (1973).
Cuando se pierde un objeto amoroso y el sujeto depresivo si es neurótico está en conexión con la castración ‑con el Otro simbólico-. Esta relación se reactiva ante un afecto depresivo, es algo de la castración que se actualiza por esa primer separación que vivió ante la prohibición del incesto y que tuvo que aceptar para separarse la su primer objeto amoroso. La elaboración del duelo sólo puede ocurrir allí donde haya habido castración, pérdida de objeto, pérdida de ser o por no ser, vaciamiento del goce que lleva del dolor de la pérdida a re-investirse libidinalmente para permitirse encontrar un nuevo objeto.
Sin embargo, cuando hay una pobre imagen de sí en el afecto depresivo, se marca una retirada del Otro que parece llevarse insólitamente un trozo del sujeto –esa libra de carne-. En este sentido, todo afecto melancolizado renueva el efecto letal que el tratamiento significante ha impreso originariamente en el sujeto, algo es perdido de nuevo.
El meláncolico se manifiesta como en una pegadura al Otro, como si buscará inconscientemente una protección en la alienación antes que una separación. El melancólico, permanece alienado al Otro, no se separa, queda en una inercia paralizante. En este sentido, si el fundamento de la depresión neurótica es la castración del sujeto –efecto de la simbolización originaria reproducida por la simbolización edípica‑, el afecto melancólico parece ser un modo para ocultar la castración, para preservar al Otro del Ideal (la presencia de esa madre omnipotente o muerta en su deseo, pero siempre en espera de ella). La elaboración del duelo desengancha al sujeto de esta identificación para poder recuperar su deseo y alcanzar su propio Ideal. Esto sería la elaboración lograda del duelo.
En el campo de la neurosis la pérdida de un objeto amado sacude al sujeto, lo hace vacilar, lo embrutece; pero también revela el soporte que en él encuentra. Entre tanto, el afecto depresivo le hace sentir que hay un menos en el mundo, una resta, una pérdida que se ha infiltrado en su destino. Algo que antes estaba ya no está. El mundo tiene menos valor, el mundo ‑escribe Freud‑, se vacía. Al sujeto le corresponde la tarea en el trabajo del duelo, de reajustar el tejido significante de su propia existencia, crear una nueva textura a partir del agujero que en él ha hecho esa pérdida.
Para terminar
Si como decíamos, la depresión neurótica sitúa en su centro la pérdida del objeto para que el sujeto se someta al principio normativo de la castración, por el hecho mismo de haber pasado por un Edipo y donde la función paterna ha inscrito en el inconsciente del sujeto la ley, y en consecuencia la represión y el cuidado de sí. Así en el amor, el sujeto no tiene porque vaciar su yo cuando se enamora y atribuirle todo el valor al otro o por el contrario, tampoco puede hacer del otro nada, más que su eco o su espejo. Es necesaria la castración para que un sujeto pueda amar respetando la ley de deseo y la falta; en caso de una pérdida amorosa, pueda éste llevar a cabo un trabajo del duelo y paulatinamente vuelva a investir de valor a su propio yo, restableciéndose su imagen y un cuidado de sí, que le permita reconstruir el sentido de su propio ser, tras haberse sentido sacudido por la erosión que provoca toda pérdida del objeto de amor. Lo real de la estructura melancólica revela, en cambio, la paradoja radical de una pérdida sin objeto, una pérdida absoluta, no simbolizable, infinita, no-contingente sino más bien imposible (es decir, que no cesa de no escribirse) y que, como tal, vacía el ser del sujeto como en una hemorragia sin contención (vaciamiento del Yo) reduciéndolo a puro residuo, desecho, despojo, excremento.
El depresivo –melancólico- tiene una frágil y demacrada imagen de sí mismo. Con la intención de naufragar a cada instante de la vida. Cada pérdida señala que el sujeto no sabe perder, porque cada pérdida trae consigo la pérdida de su ser. Tiene una extraordinaria rebaja de sí mismo, un enorme empobrecimiento del Yo. Sabemos que, en el duelo, el mundo se ha hecho pobre y vacío, en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo (Freud, 1915–1917).
El sujeto suele humillarse, autoagredirse en lo que dice, calificándose como un ser inferior a los demás. En el insulto, en tanto juicio que se dirige a sí mismo, tiene la función de restarse todo valor. Este insulto se apoya en su propia enunciación, ya que no tiene un referente; acentúa la función nominativa del Otro. No podemos dejar de considerar que la palabra como acto produce efectos que provocan consecuencias en la acciones, pensamientos o creencias de los oyentes, y él mismo es la primero en escuchar su palabra.
En suma, muchas pérdidas de objeto pueden derivar a tener un lamentable sentimiento sobre sí en relación al mundo, son sujetos que suelen vivir muriendo en una existencia sin vigor, aunque ocasionalmente esforzados a continuar por quienes se preocupan y les rodean pidiéndoles que hagan algo para vivir, en el consabido lenguaje popular: “échale ganas, nosotros te queremos… te necesitamos”.
Sin embargo, hay todo un acontecer hacia la tristeza, hacia una depresión, que sumerge aún más al sujeto a tener una distorsionada (dis-torsión-nada) imagen de sí, es una desproporcionada relación con el desastre que súbitamente los invade… es un desencanto cruel sufren viviéndose como caídos al vacío, que parecen convertirse en ecos de antiguos traumas, duelos y pérdidas que no se pudieron elaborar. Podemos decir que, aquí encontramos algunos los antecedentes del hundimiento actual en una pérdida, en una muerte o un duelo, de alguien o de alguna cosa, que en otro tiempo se amó. Son pérdidas vividas en el pasado que agudizan en el tiempo presente. Son desapariciones de seres indispensables que continúan privando al sujeto de ser él mismo.
El psicoanálisis nos ofrece una oportunidad y un camino en la liberación de esa verdad silenciada, de poder bordear de ese vacío, ese agujero abierto para que el sujeto no caiga, no se arroje como carne putrefacta y a la vez logre re-elaborar su identidad, revalorando su ser en el mundo a través de la palabra permitiéndose encontrar nuevos objetos para amar y ser amado, así como transitar caminos inéditos en el futuro.
Referencias bibliográficas
Bauman, Zygmunt, (2012), Amor líquido, Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, México, Ed. Fondo de Cultura Económica.
Bleichmar, Silvia (2012), La fundación de lo inconciente, destinos de pulsión, destinos del sujeto, Buenos Aires, Ediciones Amorrortu. Págs. 44 – 49.
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Notas
- Facultad de Estudios Superiores Iztacala, Universidad Nacional Autónoma de México, México. ↑
- El término de forclusión Verwerfung, Lacan lo identifica como el mecanismo específico de las psicosis, en el cual un elemento es rechazado fuera del orden simbólico, exactamente como si nunca hubiera existido (Ec, 386–7; S1, 57–9). A fines del 1957 propone que el objeto de la forclusión es el Nombre-del-Padre. Es un significante fundamental que queda fuera. ↑
- Otro. El gran Otro para el niño en un primer momento es la madre. Lacan (1955) equipara esta alteridad radical con el lenguaje y la ley, de modo que el gran Otro está inscrito en el orden de lo simbólico. Por cierto, el gran Otro es lo simbólico en cuanto está particularizado para cada sujeto. El Otro es entonces otro sujeto, en su alteridad radical y su singularidad inasimilable, y también el orden simbólico que media la relación con ese otro sujeto. “El Otro debe en primer lugar ser considerado un lugar, es el lugar en cual está constituida la palabra” (S3, p. 275). ↑
- Goce concepto propuesto por Lacan que significa un más allá del principio del placer. Un placer en el dolor, en el sufrimiento, es un goce inútil que conduce a la nada. ↑
- El Otro es también “el Otro sexo” (S20, p. 40). El Otro sexo es siempre la Mujer, para sujetos masculinos y femeninos por igual:” El hombre aquí actúa como el rodeo por el cual la mujer se convierte en ese Otro para sí misma cuando es este Otro para él” (Ec, 732). ↑
- Fantasma. El fantasma es a la vez efecto del deseo arcaico inconsciente y matriz de los deseo, conscientes e inconscientes actuales. Lacan propuso el término y lo representó con el matema que se lee ($ losange “a”). Este matema designa la relación particular de un sujeto del inconsciente, tachado e irreductiblemente dividido por su entrada en el universo de los significantes, con el objeto pequeño “a” que constituye la causa inconsciente de su deseo. ↑
- La caída del objeto “a” en Lacan funciona como la causa del deseo, es lo que moviliza al sujeto a su búsqueda. También se refiere a una pérdida fundamental que desencadena el deseo y constituye la subjetividad en la neurosis No se refiere a un objeto material, sino a la caída metafórica de un objeto de goce. En la clínica del vacío al desaparecer el objeto hay una permanencia y un acceso del sujeto a lo real hasta que logre bordear ese vacío por medio de su palabra (duelos patológicos). ↑
