El miedo como constructo de análisis sistemático Descargar este archivo (2. El miedo como constructo de análisis sistemático.pdf)

Dr. Fernando Gordillo León1, Dra. Lilia Mestas Hernández2, Dr. José M. Arana Martínez3 y Dra. Judith Salvador Cruz4

Resu­men

El mie­do ha sido un tema recu­rren­te en la his­to­ria de la psi­co­lo­gía como tópi­co de inves­ti­ga­ción en los más varia­dos ámbi­tos. Pre­ci­sa­men­te esta varia­bi­li­dad ha deter­mi­na­do el obje­ti­vo del pre­sen­te tra­ba­jo, con­cre­tan­do su aná­li­sis bajo el pris­ma de un cons­truc­to úni­co con una base neu­ro­ló­gi­ca cimen­ta­da en las inves­ti­ga­cio­nes rea­li­za­das en torno al cir­cui­to sub­cor­ti­cal-cor­ti­cal del mie­do. Como paso pre­vio a la cons­truc­ción de una esca­la que mida el cons­truc­to que hemos deno­mi­na­do mie­do vital, se pro­po­nen tres dimen­sio­nes que podrían estar cons­ti­tu­yén­do­lo: a) mie­do físi­co, b) mie­do social y c) mie­do meta­fí­si­co. A lo lar­go del pre­sen­te tra­ba­jo se deli­mi­tan, expli­can e inte­gran estas dimen­sio­nes con la inten­ción de cimen­tar una estruc­tu­ra teó­ri­ca cohe­ren­te que jus­ti­fi­que la cons­truc­ción de la esca­la. Las impli­ca­cio­nes que se deri­va­rían de la apli­ca­ción de dicha esca­la son de carác­ter social, clí­ni­co y polí­ti­co. En con­clu­sión, este tra­ba­jo pre­ten­de inte­grar dife­ren­tes aspec­tos rela­cio­na­dos con la emo­ción de mie­do para cons­truir una esca­la de aná­li­sis sis­te­má­ti­co en dis­tin­tas dimen­sio­nes den­tro de un cons­truc­to en el que se expli­quen las pato­lo­gías rela­cio­na­das con el mie­do como extre­mos del mis­mo.

Pala­bras Cla­ve: Ansie­dad, depre­sión, esca­la, fobia social, mie­do, cons­truc­to.

 

Abs­tract

Fear has been a recu­rring the­me in the his­tory of Psy­cho­logy as a research topic in dif­fe­rent areas. It is pre­ci­sely this varia­bi­lity that has given the objec­ti­ve of this work, spe­cif­ying its analy­sis through the prism of a sin­gle cons­truct that had its base roo­ted in neu­ro­lo­gi­cal research con­duc­ted around the sub­cor­ti­cal-cor­ti­cal cir­cuits of fear. Befo­re to the cons­truc­tion of a sca­le to mea­su­re the cons­truct we call “vital Fear,” we sug­gest three dimen­sions that may be cons­ti­tu­ting it such as: a) phy­si­cal fear; b) social fear, and c) metaphy­si­cal fear. Throughout this paper we defi­ne, explain and inte­gra­te the­se dimen­sions within the cons­truct, with the inten­tion to build a cohe­rent theo­re­ti­cal fra­me­work to jus­tify the cons­truc­tion of the sca­le. The impli­ca­tions that would result from the appli­ca­tion of this sca­le are social, cli­ni­cal and poli­ti­cal. In con­clu­sion, this paper aims to inte­gra­te dif­fe­rent aspects of the emo­tion of fear, with the inten­tion of buil­ding a sys­te­ma­tic analy­sis sca­le at dif­fe­rent levels or dimen­sions within a cons­truct which explains the fear-rela­ted disor­ders as the ends of this cons­truct.

Key words: Anxiety, depres­sion, sca­le, social pho­bia, fear, cons­truct.

Introducción

El mie­do ha sido fun­da­men­tal en nues­tra evo­lu­ción y es nece­sa­rio en la actua­li­dad para com­pren­der el com­por­ta­mien­to del ser humano en el ámbi­to social. Es una emo­ción de tipo defen­si­vo (Fan­se­low, 1994) gene­ra­da por la pre­sen­cia, físi­ca o sim­bó­li­ca, de un estí­mu­lo que repre­sen­ta una ame­na­za real o ima­gi­na­ria (Sán­chez-Nava­rro y Mar­tí­nez-Sel­va, 2009) y con un fuer­te valor para la super­vi­vien­cia (Izard, 1991). Se pue­de enten­der des­de un pun­to de vis­ta bási­co (nivel de acti­va­ción), has­ta plan­tea­mien­tos más ela­bo­ra­dos rela­ti­vos a sen­ti­mien­tos que se cons­tru­yen a par­tir del fun­cio­na­mien­to de estruc­tu­ras neu­ro­na­les y pro­ce­sos cog­ni­ti­vos (angus­tia, ansie­dad, estrés, fobia) y con una cla­ra con­no­ta­ción social que, a final de cuen­tas, es el medio a tra­vés del cual la con­duc­ta huma­na refle­ja la acti­vi­dad cere­bral. Por lo tan­to, esta emo­ción se pue­de estu­diar en tér­mi­nos de acti­vi­dad cere­bral (Duns­moor y LaBar, 2012), pro­ce­sos cog­ni­ti­vos (Ola­tun­ji, Moretz y Zlom­ke, 2010) y con­tex­tos socia­les (Kash­dan, Volk­mann, Breen y Han, 2010).

El mie­do nor­mal se ha dis­tin­gui­do del pato­ló­gi­co con base en deter­mi­na­dos cri­te­rios como el tiem­po de dura­ción e inter­fe­ren­cia con el fun­cio­na­mien­to coti­diano, entre otros (Miller, Barrett y Ham­pe, 1974). Como apun­ta Gullo­ne (1996, 2000), esta dis­tin­ción es muy rele­van­te por­que iden­ti­fi­ca los patro­nes de desa­rro­llo, inten­si­dad y dura­ción del mie­do nor­mal y per­mi­te dis­tin­guir­lo del pato­ló­gi­co. Des­de esta pers­pec­ti­va, el pri­mer paso con­sis­te en cono­cer su estruc­tu­ra, es decir: ¿qué tipos de mie­do hay? Son varios los tra­ba­jos que han tra­ta­do de dilu­ci­dar esta cues­tión en las últi­mas déca­das. Sche­rer y Naka­mu­ra (1968) encon­tra­ron ocho fac­to­res: 1) temor al fra­ca­so y crí­ti­ca; 2) temo­res mayo­res (e.g., bom­bar­deo, inva­sión, terre­mo­tos); 3) temo­res meno­res (e.g., gusa­nos, fan­tas­mas, etc.); 4) temo­res médi­cos; 5) temor a la muer­te; 6) mie­do a la oscu­ri­dad; 7) temo­res rela­cio­na­dos con la casa-escue­la; 8) temo­res varia­dos (tor­men­tas, pesa­di­llas, soni­dos fuer­tes). Por otro lado, Gullo­ne y King (1992) encon­tra­ron cin­co fac­to­res: 1) mie­do a la muer­te y al peli­gro; 2) mie­do a lo des­co­no­ci­do; 3) mie­do al fra­ca­so y a la crí­ti­ca; 4)  mie­do a los ani­ma­les; y 5) temo­res médi­cos.

El mode­lo de Tay­lor (1998) iden­ti­fi­có cua­tro sub­ti­pos de mie­do basán­do­se en estu­dios de aná­li­sis fac­to­ria­les: social, ani­ma­les, sangre/lesiones/enfermedad y mie­dos situa­cio­na­les (Arrin­dell, Pic­kers­gill, Merc­kel­bach y Ardon, 1991). Este mode­lo resul­ta útil para obte­ner una cla­si­fi­ca­ción de los dife­ren­tes tipos de mie­dos, pero no per­mi­te cono­cer los fac­to­res de orden supe­rior que pudie­ran agru­par­los de mane­ra más sis­te­má­ti­ca. En este sen­ti­do, diver­sos estu­dios (Cox y McWi­lliams, 2003; Cutshall y Watson, 2004) infie­ren que un meca­nis­mo uni­ta­rio es res­pon­sa­ble de la varian­za com­par­ti­da entre los sub­ti­pos del mie­do. Los fac­to­res más con­sis­ten­tes pare­cen ser el recha­zo social, la muer­te y el peli­gro; los ani­ma­les, el tra­ta­mien­to médi­co, el estrés psí­qui­co y el mie­do a lo des­co­no­ci­do (Gullo­ne, 2000). En este pun­to, la pre­gun­ta que cabe hacer­se es ¿qué fac­tor o fac­to­res de orden supe­rior podrían agru­par los dife­ren­tes mie­dos? O en tér­mi­nos que nos per­mi­tan un aná­li­sis más sis­te­má­ti­co, ¿qué cons­truc­to deli­mi­ta­ría el tér­mino “mie­do” con todas sus impli­ca­cio­nes y den­tro del con­tex­to social del ser humano? Y en con­se­cuen­cia, ¿qué dimen­sio­nes o fac­to­res lo con­for­ma­rían?

Para con­tes­tar a estas pre­gun­tas par­ti­re­mos de la con­cep­ción que tie­ne Sche­ler (1976) de los sen­ti­mien­tos vita­les como pro­ce­sos que refle­jan el esta­do gene­ral del orga­nis­mo, mien­tras que los sen­so­ria­les se refie­ren al cuer­po como pro­ce­sos psí­qui­cos pró­xi­mos a la cor­po­ra­li­dad que con­tri­bu­yen al ins­tin­to de con­ser­va­ción. Los sen­ti­mien­tos vita­les refe­ri­dos a su rela­ción con el mun­do son indi­ca­do­res de valo­res vita­les, seña­lan­do los peli­gros y cami­nos favo­ra­bles a lo lar­go de la vida, de un modo pri­ma­rio y pre­sen­ti­do (López-Ibor, Ortiz y López-Ibor, 1999). Si tene­mos en cuen­ta que los sen­ti­mien­tos vita­les se cons­tru­yen a par­tir de los sen­so­ria­les, sería posi­ble, tal como plan­tean Gor­di­llo y Mes­tas (2012), con­ce­bir un esca­la­mien­to de aqué­llos a par­tir de éstos, situan­do en un extre­mo los nive­les de sen­so­ria­li­dad más pri­mi­ti­vos, y en la zona supe­rior los sen­ti­mien­tos vita­les más ela­bo­ra­dos (Dimen­sión, físi­ca-social-meta­fí­si­ca).

Con­cre­tan­do en un con­cep­to bási­co como es el mie­do, pode­mos pen­sar en un esca­la­mien­to de emo­cio­nes y sen­ti­mien­tos orde­na­dos en dife­ren­tes nive­les de com­ple­ji­dad que ven­drían deter­mi­na­dos por el con­tex­to social en el que se des­en­vuel­ven las per­so­nas. En este sen­ti­do, habla­ría­mos de una dimen­sión físi­ca, social y meta­fí­si­ca, con su mani­fes­ta­ción más extre­ma en tras­tor­nos como la hipo­con­dria­sis, fobia social y ansiedad/depresión res­pec­ti­va­men­te, que gene­ra­rían la sen­sa­ción de mie­do, men­su­ra­ble por lo tan­to a par­tir de una esca­la y con ori­gen en un estí­mu­lo interno o externo al orga­nis­mo.

¿Por qué resul­ta­ría intere­san­te la cons­truc­ción de una esca­la de este tipo? Por­que el mie­do es un indi­ca­dor del poten­cial de moti­va­ción de una per­so­na (Buck, 1985), al pun­to de deter­mi­nar la direc­ción de su con­duc­ta. En la lite­ra­tu­ra cien­tí­fi­ca se habla del mie­do como “estra­te­gia de con­trol social” pero actual­men­te no exis­te un ins­tru­men­to de medi­da ade­cua­do (Gor­di­llo y Mes­tas, 2012). Las emo­cio­nes pri­ma­rias como el mie­do son espon­tá­neas, rápi­das, incon­tro­la­das e inin­ten­cio­na­das (Ekman y David­son, 1994; Ledoux, 1996). Y, en algu­nas oca­sio­nes, inclu­so incons­cien­tes (Kill­go­re y Yur­ge­lun-Todd, 2004). Las emo­cio­nes pri­ma­rias resul­tan rela­ti­va­men­te inde­pen­dien­tes de la eva­lua­ción cog­ni­ti­va deli­be­ra­da y cons­cien­te que sí está pre­sen­te en las emo­cio­nes secun­da­rias (Jary­mo­wicz y Bar-Tal, 2006). La emo­ción sir­ve, entre otras cosas, como guía y direc­to­ra de la con­duc­ta, y en con­cre­to, tal como apun­ta Dama­sio (1994), el mie­do pre­sen­ti­do en un momen­to deter­mi­na­do pue­de estar advir­tién­do­nos de un posi­ble peli­gro. Entre la emo­ción y el sen­ti­mien­to de mie­do hay una estruc­tu­ra común que sub­ya­ce y se acti­va a nive­les dife­ren­tes de com­ple­ji­dad, que ha sido deno­mi­na­da sis­te­ma cere­bral del mie­do(Sán­chez-Nava­rro y Mar­tí­nez-Sel­va, 2009; Sán­chez-Nava­rro, Mar­tí­nez-Sel­va y Román, 2006).

Ledoux (1986) reali­zó un intere­san­te des­cu­bri­mien­to res­pec­to a la emo­ción del mie­do encon­tran­do dos vías de pro­ce­sa­mien­to de la infor­ma­ción emo­cio­nal, una cons­cien­te (prin­ci­pal, más len­ta) y otra incons­cien­te (secun­da­ria, más rápi­da) y don­de la cor­te­za cere­bral y la amíg­da­la eran los ele­men­tos cla­ve. De mane­ra muy sim­plis­ta podría­mos decir que la amíg­da­la, como cen­tro gene­ra­dor del sen­ti­mien­to de mie­do se encuen­tra de mane­ra cons­tan­te acti­va­da en los seres huma­nos, aun­que en nive­les muy bajos (esta­dos de feli­ci­dad y tran­qui­li­dad) no ten­ga una mani­fes­ta­ción cla­ra y evi­den­te. Lo cier­to es que en un esta­do de tran­qui­li­dad, la apa­ri­ción repen­ti­na de un estí­mu­lo peli­gro­so, gene­ra una reac­ción rápi­da, debi­da en par­te a la acti­va­ción de la amíg­da­la (vía secun­da­ria). En este sen­ti­do, Cos­ta­fre­da, Bram­mer, David y Fu (2008) advier­ten que la acti­va­ción de la amíg­da­la está modu­la­da tan­to por fac­to­res afec­ti­vos como no afec­ti­vos. Median­te un meta­aná­li­sis de 385 estu­dios de neu­ro­ima­gen fun­cio­nal, estos auto­res con­clu­ye­ron que todos los estí­mu­los emo­cio­na­les se aso­cia­ban con una  pro­ba­bi­li­dad mayor de gene­rar acti­va­ción en la amíg­da­la, res­pec­to a los estí­mu­los neu­tros, y que las emo­cio­nes, tan­to posi­ti­vas como nega­ti­vas, gene­ra­ban tam­bién su acti­va­ción, sien­do mayor para la emo­ción de mie­do, res­pec­to a la de ale­gría. Por otro lado, el nivel del pro­ce­sa­mien­to aten­cio­nal tam­bién ten­dría efec­tos sobre la acti­va­ción de la amíg­da­la.

A la luz de estos datos, pode­mos resu­mir dicien­do que la emo­ción de mie­do y, por lo tan­to, el sen­ti­mien­to de mie­do con­se­cuen­te podría estar pre­sen­tar­se de mane­ra con­ti­nua como una línea base de acti­va­ción —con la amíg­da­la como estruc­tu­ra bási­ca— con un alto poder adap­ta­ti­vo que res­pon­de a fac­to­res afec­ti­vos y cog­ni­ti­vos inmer­sos en el con­tex­to social. Los dos cir­cui­tos que pre­sen­ta Ledoux (1986), y don­de la amíg­da­la es una estruc­tu­ra cen­tral, no fun­cio­nan de mane­ra inde­pen­dien­te, de hecho una mis­ma esti­mu­la­ción exter­na acti­va­ría ambos, pero en este caso el cir­cui­to cor­ti­cal que­da­ría subor­di­na­do al cir­cui­to más rápi­do tála­mo-amíg­da­la (Lid­dell et al., 2005), mien­tras que una emo­ción tam­bién pue­de gene­rar­se a par­tir de un pen­sa­mien­to o recuer­do (estí­mu­lo interno) e invo­lu­crar cier­ta acti­va­ción pos­te­rior de la amíg­da­la. En este sen­ti­do, un recien­te tra­ba­jo (Vla­chos, Herry, Lüthi, Aer­tsen y Kumar, 2011) pro­po­ne que los temo­res no se supe­ran, tan sólo se ocul­tan; es decir, el mie­do per­ma­ne­ce enmas­ca­ra­do. Sin duda, y den­tro del plan­tea­mien­to que hemos rea­li­za­do, fal­ta por incluir, jun­to a los fac­to­res exter­nos modu­la­do­res de los nive­les de acti­va­ción de la amíg­da­la, un fac­tor que se cons­tru­ye a par­tir del papel de la amíg­da­la en la con­so­li­da­ción de la memo­ria y que per­mi­te que estí­mu­los inter­nos —enmas­ca­ra­dos o no— emer­jan de la memo­ria y modu­len los nive­les de la amíg­da­la y por lo tan­to los nive­les del “sis­te­ma cere­bral del mie­do”

Esta base neu­ro­ló­gi­ca que pro­po­ne Ledoux (1986) nos lle­va a la idea prin­ci­pal con la que ini­cia­mos este artícu­lo. Es decir, a la exis­ten­cia de una línea base o nivel de mie­do pre­sen­te de mane­ra cons­tan­te y rela­cio­na­da con la acti­va­ción de estos cir­cui­tos y en con­cre­to con la acti­va­ción de la amíg­da­la. A par­tir de esta argu­men­ta­ción, y sin dejar de tener en cuen­ta la base neu­ro­ló­gi­ca, pode­mos supo­ner la exis­ten­cia de dife­ren­tes dimen­sio­nes que de mane­ra inde­pen­dien­te pero inter­re­la­cio­na­das podrían par­ti­ci­par en la con­for­ma­ción de esta “línea base del mie­do”: a) Mie­do físi­co: con base en la acti­va­ción tála­mo-amíg­da­la, como res­pues­ta a un estí­mu­lo externo; b) Mie­do social: con base en la acti­va­ción tála­mo-amíg­da­la-cór­tex como res­pues­ta a un estí­mu­lo externo y su pos­te­rior inte­gra­ción a nivel cor­ti­cal (aná­li­sis del con­tex­to social); c) Mie­do meta­fí­si­co: supon­dría la acti­va­ción tála­mo-amíg­da­la-cór­tex como res­pues­ta a un estí­mu­lo interno (nivel cor­ti­cal). Este plan­tea­mien­to no exa­mi­na los dife­ren­tes nive­les de mane­ra ais­la­da, muy al con­tra­rio, el ini­cio en uno de los nive­les y a par­tir de un estí­mu­lo interno o externo pue­de deri­var en la mayor o menor acti­va­ción de cada una de estas dimen­sio­nes que en con­jun­to, y de mane­ra suma­to­ria, per­mi­ti­rían cono­cer el nivel y tipo de mie­do pre­do­mi­nan­te. Esta es la pro­pues­ta del pre­sen­te artícu­lo: sen­tar las bases teó­ri­cas para la cons­truc­ción de una esca­la que mida el cons­truc­to deno­mi­na­do “mie­do vital” (Gor­di­llo y Mes­tas, 2012) que ven­dría deter­mi­na­do por tres dimen­sio­nes: físi­ca, social y meta­fí­si­ca. Las dimen­sio­nes del mie­do obte­ni­das en otros tra­ba­jos que se han expues­to ante­rior­men­te que­da­rían inclui­das en el pre­sen­te, si bien es ésta una cues­tión empí­ri­ca que sólo se resuel­ve tras el aná­li­sis fac­to­rial corres­pon­dien­te.

Por lo tan­to, “mie­do vital” que­da­ría defi­ni­do como el sen­ti­mien­to deri­va­do del sis­te­ma cere­bral del mie­do, don­de la amíg­da­la es la estruc­tu­ra cen­tral (Sán­chez-Nava­rro y Mar­tí­nez-Sel­va, 2009) y que esta­ría modu­la­do a par­tir de la inten­si­dad man­te­ni­da en las dimen­sio­nes físi­ca, social y meta­fí­si­ca. Este sen­ti­mien­to varia­ría a lo lar­go de tiem­po en la mis­ma per­so­na y gra­cias a su estre­cha rela­ción con el con­tex­to social, tam­bién varia­ría entre dife­ren­tes pobla­cio­nes.

Miedo físico

El mie­do al daño físi­co es algo inhe­ren­te a la con­di­ción de ser vivo. Los dife­ren­tes tra­ba­jos que han inves­ti­ga­do la estruc­tu­ra del mie­do encuen­tran fac­to­res con un temor implí­ci­to al daño físi­co, como el temor médi­co o a la muer­te (Gullo­ne y King, 1992; Sche­rer y Naka­mu­ra, 1968), o el mie­do a la san­gre-lesio­nes-enfer­me­dad (Tay­lor, 1998). Por lo tan­to, el tér­mino “Mie­do físi­co” se defi­ni­ría como el mie­do o temor a sufrir sen­sa­cio­nes dolo­ro­sas deri­va­das de un estí­mu­lo externo real o ima­gi­na­rio.

En este sen­ti­do, la hipo­con­dria­sis pue­de incluir­se den­tro de este con­cep­to. Defi­ni­da como la preo­cu­pa­ción y mie­do a pade­cer una enfer­me­dad, gene­ra una mayor acti­va­ción del sis­te­ma lím­bi­co (van den Heu­vel et al., 2011), dato con­gruen­te con la idea que la sitúa en el extre­mo supe­rior de la dimen­sión “mie­do físi­co”. Esta dimen­sión tie­ne como refe­ren­te neu­ro­ló­gi­co al sis­te­ma lím­bi­co y en con­cre­to a la amíg­da­la como meca­nis­mo impli­ca­do en la regu­la­ción de la inten­si­dad del mie­do que sería la res­pon­sa­ble de los nive­les de inten­si­dad expe­ri­men­ta­dos en esta dimen­sión.

La amíg­da­la resul­ta cla­ve en el sis­te­ma cere­bral del mie­do (Sán­chez-Nava­rro y Mar­tí­nez-Sel­va, 2009). Reci­be infor­ma­ción de las áreas sen­so­ria­les y vis­ce­ra­les (Aggle­ton y Young, 2000), así como de la cor­te­za orbi­to­fron­tal (Wins­tan­ley, Theo­bald, Car­di­nal y Rob­bins, 2004). Esto con­vier­te a la amíg­da­la en un cen­tro per­fec­to para la for­ma­ción de aso­cia­cio­nes entre estí­mu­los y refuer­zos (LeDoux, 2000). Las afe­ren­cias reci­bi­das por la amíg­da­la del tála­mo tam­bién resul­tan vita­les para com­pren­der la fun­ción neu­ro­ló­gi­ca en la defi­ni­ción del cons­truc­to “mie­do vital” (LeDoux, 1987, 1993). De esta for­ma la amíg­da­la se sitúa como ele­men­to cla­ve en la emo­ción del mie­do den­tro de un cir­cui­to gene­ral y muy sim­pli­fi­ca­do: tála­mo-amíg­da­la-cór­tex.

La lite­ra­tu­ra cien­tí­fi­ca mues­tra evi­den­cias sobre la rela­ción entre las dimen­sio­nes físi­ca, social y meta­fí­si­ca, tal como apun­ta Sch­wen­zer (1996), la hipo­con­dria­sis se rela­cio­na con tras­tor­nos afec­ti­vos en el ámbi­to social, como el mie­do a la crí­ti­ca y a la inti­mi­dad; de igual mane­ra se con­si­de­ra que la inter­ac­ción entre la ansie­dad seve­ra y los sín­to­mas somá­ti­cos son carac­te­rís­ti­cas comu­nes en este tras­torno psi­quiá­tri­co (Kell­ner, Abbotf, Wins­low y Pathak, 2011). En el extre­mo infe­rior de esta dimen­sión (míni­ma o fal­ta de acti­vi­dad en la amíg­da­la), cabe espe­rar que lesio­nes en la amíg­da­la afec­ten a la per­cep­ción del mie­do. Adolphs, Tra­nel, Dama­sio y Dama­sio (1994) com­pro­ba­ron que suje­tos con lesio­nes bila­te­ra­les en la amíg­da­la rela­ta­ban menos even­tos nega­ti­vos en sus vidas y cuan­do lo hacían los ade­re­za­ban con cier­tas con­no­ta­cio­nes de valen­tía per­so­nal, es decir, intro­du­cien­do aspec­tos posi­ti­vos en el recuer­do de expe­rien­cias des­agra­da­bles. Según Ander­son y Phelps (2001), las lesio­nes en la amíg­da­la podrían estar afec­tan­do a la expe­ri­men­ta­ción de la emo­ción de mie­do debi­do a la inca­pa­ci­dad que mues­tran estas per­so­nas para aten­der a los estí­mu­los nega­ti­vos rele­van­tes. Por lo tan­to, en el extre­mo infe­rior de la dimen­sión “mie­do físi­co”, la míni­ma fal­ta de acti­vi­dad en la amíg­da­la (lesión o atro­fia) pue­de pro­vo­car una inaten­ción pato­ló­gi­ca a los estí­mu­los exter­nos o inter­nos rele­van­tes. De todo lo dicho se infie­re que el dolor podría ser un indi­ca­dor ade­cua­do para la ela­bo­ra­ción de los reac­ti­vos (ítems) refe­ri­dos a esta dimen­sión.

Miedo social

La fobia social (o ansie­dad social), defi­ni­da como el mie­do y ansie­dad per­sis­ten­te a la hora de enfren­tar situa­cio­nes socia­les que impli­quen la eva­lua­ción de los demás (APA, 2000), repre­sen­ta el extre­mo supe­rior de la dimen­sión que hemos deno­mi­na­do mie­do social y que esta­ría deter­mi­na­da a nivel neu­ro­ló­gi­co por la acti­va­ción del sis­te­ma tála­mo-amíg­da­la-cór­tex en res­pues­ta a un estí­mu­lo externo que se inte­gra a nivel social. No se debe con­fun­dir el tér­mino mie­do social, que defi­ne una dimen­sión, con la fobia social como tras­torno psi­quiá­tri­co que repre­sen­ta el caso extre­mo y pato­ló­gi­co de esta dimen­sión. En el mis­mo sen­ti­do que la dimen­sión ante­rior, la acti­va­ción de la amíg­da­la aumen­ta en per­so­nas que pade­cen fobia social ante dife­ren­tes situa­cio­nes en las que se enfren­tan a la eva­lua­ción de los demás (Blair et al., 2008; Lor­ber­baum et al., 2004; Stein y Stein, 2008; Till­fors et al., 2001; Till­fors, Fur­mark, Mar­teins­dot­tir y Fre­drik­son, 2002), y de igual mane­ra cuan­do se les pre­sen­tan ros­tros de per­so­nas con dife­ren­tes expre­sio­nes facia­les (véa­se revi­sión de Shin y Liber­zon, 2010). En tér­mi­nos gene­ra­les, la cor­te­za pre­fron­tal pre­sen­ta una mayor acti­vi­dad ante estí­mu­los nega­ti­vos o des­agra­da­bles que ante otros estí­mu­los afec­ti­vos (Sán­chez-Nava­rro y Mar­tí­nez-Sel­va, 2009). Tam­bién se ha encon­tra­do que en esta­dos inter­me­dios a la ansie­dad social, como es la timi­dez, que algu­nos auto­res con­si­de­ran un con­ti­nuo don­de la fobia social se situa­ría en el extre­mo (McNeil, 2001; Marshall y Lip­sett, 1994; Stein, 1999), la acti­vi­dad de la cor­te­za pre­fron­tal media y parie­tal media se incre­men­ta duran­te tareas de detec­ción de con­flic­tos (Eisen­ber­ger, Lie­ber­man y Sat­pu­te, 2005).

El ser humano pue­de pre­sen­tar reac­cio­nes defen­si­vas que no se ajus­tan a un peli­gro poten­cial real, como les suce­de a las per­so­nas que pade­cen fobia social. La amíg­da­la es fun­da­men­tal en el pro­ce­sa­mien­to y res­pues­ta rápi­da de los estí­mu­los fóbi­cos (Sán­chez-Nava­rro y Román, 2004), jun­to a otras estruc­tu­ras como la cor­te­za pre­fron­tal ven­tro­me­dial (Carre­tié, Albert, López-Mar­tín y Tapia, 2009) y la por­ción ante­rior de la cir­cun­vo­lu­ción del cín­gu­lo (Goos­sens, Schruers, Pee­ters, Griez y Sunaert, 2007;Goossens, Sunaert, Pee­ters, Griez y Schruers, 2007). Estos datos nos indu­cen a pen­sar que la dimen­sión social del mie­do tien­de a ser modu­la­da a nivel cor­ti­cal, en con­cre­to en regio­nes ya men­cio­na­das, como la cor­te­za pre­fron­tal ven­tro­me­dial. En el extre­mo opues­to de esta dimen­sión pode­mos situar las lesio­nes en esta región que gene­ran défi­cit en los pro­ce­sos de inhi­bi­ción, dan­do lugar a com­por­ta­mien­tos con ausen­cia de “mie­do social” o inhi­bi­ción.

Las lesio­nes cere­bra­les han sido una fuen­te ines­ti­ma­ble para el cono­ci­mien­to de la fun­ción cere­bral. Los casos de Phi­leas Gage (1848), el más recien­te de Elliot (Dama­sio, 1994) o el expe­di­ti­vo tra­ta­mien­to del doc­tor Moniz, nos dibu­jan a un lesio­na­do del lóbu­lo fron­tal sin capa­ci­dad de orga­ni­zar la con­duc­ta; sin sen­ti­do de res­pon­sa­bi­li­dad, inca­paz, no ya de tomar deci­sio­nes sino tam­bién de sope­sar los con­se­jos para hacer pre­dic­cio­nes (Gómez-Bel­da­rrain, 2004). La cor­te­za cere­bral en estos pacien­tes ha per­di­do la capa­ci­dad de inhi­bir los ins­tin­tos. El tra­ba­jo rea­li­za­do por Krawczyk (2002) divi­de la fun­cio­na­li­dad de la cor­te­za pre­fron­tal en tres: una diri­gi­da por la cor­te­za orbi­to­fron­tal y ocu­pa­da en la toma de deci­sio­nes, en la que los valo­res de recom­pen­sa y cas­ti­go pre­va­le­cen sobre valo­res más cog­ni­ti­vos. La estre­cha rela­ción de esta región con la vía dopa­mi­nér­gi­ca de recom­pen­sa, así como con la cor­te­za cin­gu­la­da (refe­ren­cia del sis­te­ma lím­bi­co) la con­vier­te en un reduc­to emo­cio­nal que actúa ante situa­cio­nes estruc­tu­ra­das. Por otro lado, la región dor­so­la­te­ral (Bur­gess, Veitch, de Lacy Cos­te­llo y Sha­lli­ce, 2000), rela­cio­na­da con la memo­ria de tra­ba­jo, inter­vie­ne en entor­nos don­de la situa­ción se encuen­tra menos estruc­tu­ra­da y es nece­sa­rio recu­rrir a la memo­ria de acon­te­ci­mien­tos pasa­dos. La cor­te­za cin­gu­la­da, como ter­ce­ra divi­sión, jue­ga un papel ambi­guo. Se ha obser­va­do una gran acti­vi­dad de esta región en cir­cuns­tan­cias en las que la toma de deci­sio­nes supo­ne un alto ries­go.

En defi­ni­ti­va, pare­ce que las fun­cio­nes inte­lec­tua­les supe­rio­res resi­den en el lóbu­lo fron­tal (Val­dés y Torreal­ba, 2006), y man­tie­nen una fun­cio­na­li­dad rele­van­te en las habi­li­da­des cog­ni­ti­vas, memo­ria de tra­ba­jo, toma de deci­sio­nes, pla­ni­fi­ca­ción y en el con­trol eje­cu­ti­vo (Becha­ra, Dama­sio, H. y Dama­sio, A. R, 2000; Miller, 2000; Miller y Cohen, 2001); pero tam­bién cier­tas regio­nes pre­fron­ta­les, como la orbi­to­fron­tal y la medial, inter­vie­nen en dife­ren­tes aspec­tos de la emo­ción (Sán­chez-Nava­rro y Román, 2004). Res­pec­to al mie­do, ¿qué rela­ción se esta­ble­ce entre esta estruc­tu­ra y la expre­sión de mie­do? Esta pre­gun­ta es impor­tan­te en tan­to hemos situa­do la modu­la­ción de la inten­si­dad de la dimen­sión “mie­do social” en esta estruc­tu­ra. Diver­sos estu­dios con monos ponen de mani­fies­to que lesio­nes en esta estruc­tu­ra dan lugar a res­pues­tas emo­cio­na­les inapro­pia­das en la comu­ni­ca­ción (Bar­bas, 2000). De igual mane­ra, se ha obser­va­do una dis­mi­nu­ción de la agre­si­vi­dad (Rolls, 1986), mien­tras que una lesión en la cir­cun­vo­lu­ción del cín­gu­lo pro­du­ce la eli­mi­na­ción del llan­to por sepa­ra­ción de la madre y alte­ra la con­duc­ta de ape­go en adul­tos (MacLean, 1986, 1993). Des­de algu­nas déca­das (Hecaen y Albert, 1978) se sabe que lesio­nes orbi­to­fron­ta­les pro­du­cen un sín­dro­me de des­inhi­bi­ción, que con­lle­va impul­si­vi­dad y com­por­ta­mien­tos socia­les inade­cua­dos, y tam­bién que la inter­ac­ción amíg­da­la-cor­te­za pre­fron­tal per­mi­te una mayor fle­xi­bi­li­dad del orga­nis­mo en res­pues­ta a seña­les de peli­gro (Sotres-Bayon y Quirk, 2010). Esta mayor fle­xi­bi­li­dad deri­va­da del con­tex­to social en el que vive el ser humano y nos lle­va a con­je­tu­rar que es la cor­te­za pre­fron­tal la que modu­la y deter­mi­na los nive­les de inten­si­dad de la dimen­sión que hemos deno­mi­na­do mie­do social.

Como indi­ca­do­res para la cons­truc­ción de los reac­ti­vos (ítems) rela­ti­vos a esta dimen­sión, pro­po­ne­mos un indi­ca­dor gene­ral: “eva­lua­ción de los demás” que, a su vez, deri­va en indi­ca­do­res más espe­cí­fi­cos rela­cio­na­dos con temo­res que impli­can el recha­zo de los demás: a) eco­nó­mi­co —la gen­te eva­lúa nega­ti­va­men­te a quie­nes no tie­nen o per­die­ron su tra­ba­jo;  b) amor: temor a per­der o no encon­trar pare­ja —la gen­te eva­lúa nega­ti­va­men­te a quie­nes per­die­ron o no tie­nen pare­ja ; c) salud: temor a per­der la salud —La gen­te eva­lúa nega­ti­va­men­te a quie­nes tie­ne una salud frá­gil—.

Este últi­mo indi­ca­dor debe enten­der­se como el mie­do a las impli­ca­cio­nes socia­les de estar enfer­mo, como el recha­zo social, y no como el mie­do al dolor o el mie­do a la muer­te que podrían situar­se como indi­ca­do­res en la dimen­sión físi­ca y meta­fí­si­ca res­pec­ti­va­men­te.

Miedo metafísico

Muñoz Garri­gós (1987) des­cri­be el “mie­do meta­fí­si­co” como todo lo con­tra­rio al mie­do físi­co, ya que aquél empie­za cuan­do el valor físi­co aca­ba. La meta­fí­si­ca estu­dia la natu­ra­le­za, com­po­nen­tes y prin­ci­pios de la reali­dad (Audi, 1999). Para Imma­nuel Kant (1783) la meta­fí­si­ca no se nutre de fuen­tes empí­ri­cas, por lo tan­to sus prin­ci­pios nun­ca se deben tomar de la expe­rien­cia. Ni la expe­rien­cia exter­na (físi­ca) ni la expe­rien­cia inter­na (psi­co­lo­gía empí­ri­ca) pue­den cons­ti­tuir la base del cono­ci­mien­to meta­fí­si­co. Enton­ces, ¿qué que­re­mos deli­mi­tar con el con­cep­to de mie­do meta­fí­si­co? Es un mie­do que no tie­ne refe­ren­tes exter­nos, no hay estí­mu­los des­en­ca­de­nan­tes y tam­po­co estí­mu­los inter­nos cons­cien­tes. Es decir, el mie­do no se deri­va de un esta­do o males­tar gene­ra­do por una situa­ción estre­san­te deter­mi­na­da. En este sen­ti­do cabe pen­sar en dos tras­tor­nos que esta­rían muy rela­cio­na­dos con esta defi­ni­ción, como son la apa­tía y la ansie­dad-depre­sión endó­ge­na y que se cons­ti­tui­rían en los extre­mos pato­ló­gi­cos de esta dimen­sión.

La ansie­dad es el esta­do de acti­va­ción del sis­te­ma ner­vio­so con­se­cuen­cia de un estí­mu­lo externo o deri­va­do de un tras­torno endó­geno de las estruc­tu­ras de la fun­ción cere­bral. Los tras­tor­nos de ansie­dad son cau­sa­dos en par­te por la acti­va­ción de dife­ren­tes regio­nes del cor­tex pre­fron­tal (Ber­ko­witz, Coplan, Reddy y Gor­man, 2007), entre ellas la cor­te­za ven­tro­me­dial, que jun­to a la amíg­da­la y el hipo­cam­po, según  Shin y Liber­zon, son las prin­ci­pa­les estruc­tu­ras res­pon­sa­bles de los tras­tor­nos de ansie­dad. La capa­ci­dad de la cor­te­za pre­fron­tal para modu­lar la acti­va­ción de la amíg­da­la se ha com­pro­ba­do en una pobla­ción de jóve­nes con tras­tor­nos de ansie­dad (Monk, et al., 2008). Sin duda evi­den­cian­do la estre­cha rela­ción de este cir­cui­to en el con­trol de los nive­les de mie­do.

El tér­mino angus­tia sue­le refe­rir­se a la ansie­dad endó­ge­na que ini­cia sin una apa­ren­te cau­sa­li­dad inter­na, de carác­ter agu­do y con inten­sa sin­to­ma­to­lo­gía de tipo vege­ta­ti­vo aso­cia­da a sen­sa­ción de mie­do, pér­di­da de con­trol y sen­sa­ción de muer­te inmi­nen­te (Bobes, Sáiz, Gon­za­lez y Bou­so­ño, 1999). Por otro lado, la apa­tía pare­ce tener su ori­gen en lesio­nes en el cín­gu­lo medial frontal/anterior (Torral­ba y Manes, 2009). El sín­dro­me fron­tal medial o del cin­gu­la­do ante­rior afec­ta a las capa­ci­da­des voli­ti­vas. Los pacien­tes se mues­tran abú­li­cos, con esca­sa ini­cia­ti­va, inte­rés e ima­gi­na­ción (Bau­se­la, 2007). Por lo tan­to, la impli­ca­ción de la cor­te­za pre­fron­tal y la amíg­da­la en la deter­mi­na­ción de los dife­ren­tes esti­los afec­ti­vos tie­ne con­se­cuen­cias sobre cómo las per­so­nas expe­ri­men­tan la ansie­dad nor­mal y pato­ló­gi­ca y por tan­to, la ansie­dad deri­va­da de los dife­ren­tes esti­los afec­ti­vos res­pon­de a un con­ti­nuo (David­son, 2002). Este con­ti­nuo pue­de que­dar refle­ja­do en una esca­la que pro­fun­di­ce y asu­ma las dimen­sio­nes que se deri­van de las dife­ren­tes inter­ac­cio­nes de este cir­cui­to amíg­da­la-cor­te­za pre­fron­tal y su rela­ción con la esti­mu­la­ción exter­na (vía tála­mo) e inter­na (vía cór­tex).

Como indi­ca­do­res de esta dimen­sión para la ela­bo­ra­ción de los reac­ti­vos (ítems) se pro­po­nen: a) la muer­te: temo­res rela­cio­na­das con el fin de la vida, el más allá, la reli­gión, etc.; b) tiem­po: temo­res rela­cio­na­dos con el paso del tiem­po (enve­je­ci­mien­to), y c) sen­ti­do de la vida: temo­res rela­cio­na­dos con el fin últi­mo de la vida.

Discusión

Son muchos los cues­tio­na­rios que han tra­ta­do el “mie­do” en su rela­ción con dife­ren­tes tras­tor­nos psi­quiá­tri­cos como la fobia social y la ansie­dad (Zubei­dat, Fer­nán­dez y Sie­rra, 2006). Este tra­ba­jo resul­ta iné­di­to debi­do a que has­ta la fecha, que sepa­mos, no se ha pro­pues­to el aná­li­sis sis­te­má­ti­co del mie­do en la pobla­ción nor­mal. Sin embar­go, el mie­do sí ha sido tra­ta­do amplia­men­te en tér­mi­nos neu­ro­cien­tí­fi­cos (e.g., Gor­di­llo et al., 2010; LeDoux, 1999), dan­do lugar a una sóli­da base que per­mi­te afir­mar que esta emo­ción pri­ma­ria es un efec­ti­vo modu­la­dor de la con­duc­ta, sien­do el para­dig­ma del con­di­cio­na­mien­to ope­ran­te (refuer­zo y cas­ti­go), un mode­lo de estu­dio que garan­ti­za este supues­to y nos per­mi­te con­je­tu­rar que a nive­les gru­pa­les el con­trol del mie­do a tra­vés del cono­ci­mien­to explí­ci­to faci­li­ta­ría un acer­ca­mien­to obje­ti­vo al tra­ta­mien­to de los con­flic­tos socia­les.

Este tra­ba­jo tie­ne una base cien­tí­fi­ca sóli­da res­pec­to al papel moti­va­cio­nal del mie­do que pre­ten­de ser refren­da­da y ope­ra­ti­vi­za­da a nivel de gru­pos en futu­ras inves­ti­ga­cio­nes y con base en el pre­sen­te tra­ba­jo teó­ri­co. Si, tal como hemos desa­rro­lla­do en párra­fos ante­rio­res, el mie­do diri­ge la con­duc­ta del ser humano, debe­ría sis­te­ma­ti­zar­se su medi­da para cono­cer el nivel y tipo de mie­do pre­do­mi­nan­te en una socie­dad en un momen­to deter­mi­na­do. Inclu­so sería de uti­li­dad pro­mo­ver un con­ti­nua­do con­trol de la evo­lu­ción de estos mie­dos en la socie­dad y su rela­ción con dife­ren­tes pará­me­tros que pue­dan estar actuan­do como acti­va­do­res o modu­la­do­res de dichos temo­res (Gor­di­llo y Mes­tas, 2012).

Tan impor­tan­te como la ela­bo­ra­ción de una esca­la que ope­ra­ti­vi­ce este cons­truc­to es la veri­fi­ca­ción de los obje­ti­vos pre­vis­tos en su uti­li­za­ción. En este sen­ti­do, una vez cons­trui­do el ins­tru­men­to la com­pa­ra­ción de pobla­cio­nes con un mis­mo sis­te­ma lin­güís­ti­co pero dife­ren­tes con­tex­tos socia­les (e.g., Méxi­co vs. Espa­ña) dota­rá de una mayor sen­si­bi­li­dad a las posi­bles dife­ren­cias de pun­tua­ción encon­tra­das en la esca­la y per­mi­ti­rá acla­rar su rela­ción con las varia­bles socio­de­mo­grá­fi­cas y cul­tu­ra­les, reque­ri­mien­to nece­sa­rio para su apli­ca­ción en el ámbi­to clí­ni­co, social y polí­ti­co. Por otro lado, el mie­do for­ma par­te de un amplio ran­go de tras­tor­nos psi­quiá­tri­cos, don­de un ins­tru­men­to de este tipo resul­ta­ría espe­cial­men­te sen­si­ble. En este sen­ti­do, su inclu­sión en pro­ce­di­mien­tos clí­ni­cos apor­ta­ría mayor sen­si­bi­li­dad al diag­nós­ti­co de dife­ren­tes pato­lo­gías.

En un nivel más gene­ral está el con­tex­to social, en el que la esca­la per­mi­ti­ría com­pren­der qué mie­dos y nive­les son los pre­do­mi­nan­tes en un perio­do y gru­po pobla­cio­nal deter­mi­na­do, pre­vien­do posi­bles con­flic­tos y per­mi­tien­do ade­cuar las polí­ti­cas socia­les. Por últi­mo, aun­que pue­da pare­cer utó­pi­co, en el con­tex­to de las rela­cio­nes inter­na­cio­na­les (geo­po­lí­ti­ca), las rela­cio­nes entre los paí­ses vie­nen deter­mi­na­das, en gran medi­da, por los mie­dos y el des­co­no­ci­mien­to mutuo; com­pren­der qué moti­va, a tra­vés de sus temo­res, la actua­ción guber­na­men­tal de un país, per­mi­ti­rá pre­ver sus movi­mien­tos y avan­zar solu­cio­nes a los con­flic­tos. En este sen­ti­do cobra espe­cial rele­van­cia com­pren­der cómo afec­tan las dife­ren­cias cul­tu­ra­les a los resul­ta­dos obte­ni­dos en la esca­la.

Uno de los ejem­plos más cla­ros res­pec­to a la exis­ten­cia de un con­ti­nuo del cons­truc­to “mie­do vital” es la situa­ción de mie­do per­ma­nen­te que se vive en Israel y que algu­nos auto­res expli­can por­que se pro­du­ce una con­tra­po­si­ción entre la emo­ción de mie­do y la de espe­ran­za (Bar-tal, 2001; Jary­mo­wicz y Bar-Tal, 2006). Pero des­de la pers­pec­ti­va que nos da situar en un con­ti­nuo el cons­truc­to de mie­do vital, pode­mos avan­zar que la gran inten­si­dad en la dimen­sión de mie­do físi­co que expe­ri­men­ta la socie­dad de Israel, podría estar gene­ran­do un nivel de par­ti­da en los nive­les de mie­do vital que blo­quea­ría todo tipo de nego­cia­cio­nes. Nive­les muy ele­va­dos en la dimen­sión de mie­do físi­co gene­ran res­pues­tas defen­si­vas y son pro­pias de socie­da­des con con­flic­tos terri­to­ria­les. Por otro lado, un ejem­plo de socie­da­des con ele­va­dos nive­les en la dimen­sión de mie­do social son las socie­da­des asiá­ti­cas, con altos nive­les de com­pe­ti­ti­vi­dad y tra­di­cio­nal­men­te muy con­ser­va­do­ras. Por últi­mo, socie­da­des con nive­les altos en la dimen­sión de mie­do meta­fí­si­co son aque­llas que man­tie­nen un alto poder adqui­si­ti­vo y una estruc­tu­ra social muy con­so­li­da­da, como es el caso de las pobla­cio­nes del nor­te de Euro­pa, don­de como con­se­cuen­cia de los altos nive­les de mie­do meta­fí­si­co, tam­bién expe­ri­men­tan la tasa más alta de sui­ci­dio de Euro­pa (Daly, Oswald, Wil­son y Wu, 2011).

En con­clu­sión, el desa­rro­llo de este tra­ba­jo supo­ne un acer­ca­mien­to al mar­co teó­ri­co que debe sus­ten­tar la crea­ción de un ins­tru­men­to capaz de medir el mie­do en tér­mi­nos tan gene­ra­les como el pro­pues­to en los párra­fos ante­rio­res. El plan­tea­mien­to desa­rro­lla­do requie­re de un esfuer­zo de con­cre­ción que deli­mi­te de mane­ra mucho más cla­ra con­cep­tos y pro­pó­si­tos, sin duda éste será el requi­si­to nece­sa­rio para la ela­bo­ra­ción de dicho ins­tru­men­to, que supon­drá un esfuer­zo de sín­te­sis, tra­ba­jo de la psi­co­lo­gía bási­ca para la con­for­ma­ción de herra­mien­tas de uti­li­dad a la psi­co­lo­gía apli­ca­da.

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Notas

1. Depar­ta­men­to de Cien­cias de la Salud, Facul­tad de Psi­co­lo­gía. C/Castillo de Alar­cón, 49. Uni­ver­si­dad Cami­lo José Cela, Madrid, Espa­ña. E‑mail: fgordilloleon@hotmail.com

2. Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co (Méxi­co)

3. Uni­ver­si­dad de Sala­man­ca (Espa­ña)

4. Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co (Méxi­co)