Vivencia y repercusiones del secuestro: el caso de la esposa de un hombre secuestrado Descargar este archivo (7. Vivencia y repercusiones del secuestro: el caso de la esposa de un hombre sec)

Hugo Alberto Yam Chalé1, Patricia Trujano Ruiz2

Facultad de Estudios Superiores Iztacala
Universidad Nacional Autónoma de México

Resu­men

El obje­ti­vo de este estu­dio de caso fue ana­li­zar, des­de el cons­truc­cio­nis­mo social, los pen­sa­mien­tos, sen­ti­mien­tos y recuer­dos que una mujer cons­tru­yó a par­tir del secues­tro de su espo­so, así como las reper­cu­sio­nes que este even­to tuvo en ella y en su fami­lia. Se empleó como méto­do el aná­li­sis de narra­ti­vas, y como téc­ni­ca de reco­lec­ción de datos la entre­vis­ta semi­es­truc­tu­ra­da. La mujer inclu­yó en su narra­ti­va del momen­to del cau­ti­ve­rio de su espo­so sig­ni­fi­ca­dos que deri­va­ron en sen­ti­mien­tos como mie­do e incer­ti­dum­bre y la nece­si­dad de “poner­le un ros­tro a los secues­tra­do­res”. Entre las prin­ci­pa­les reper­cu­sio­nes obser­va­mos el mie­do en ella y su fami­lia, que los lle­vó a adop­tar com­por­ta­mien­tos para su pro­tec­ción, un sen­ti­do de res­pon­sa­bi­li­dad en la edu­ca­ción de los hijos y una reva­lo­ra­ción de la fami­lia. El secues­tro es un even­to que impac­ta en la per­so­na cau­ti­va pero tam­bién, de mane­ra simi­lar, a su entorno fami­liar.

Pala­bras cla­ve: secues­tro tra­di­cio­nal; secues­tro extor­si­vo eco­nó­mi­co; cons­truc­cio­nis­mo social; narra­ti­vas; aná­li­sis de las narra­ti­vas.

 

Abs­tract

The objec­ti­ve of this case study was to analy­ze, from social cons­truc­tio­nism, the fee­lings, thoughts and remem­be­rings that a woman cons­truc­ted on her hus­band kid­nap­ping, as well as the effects of this event on her and her family. It was used as a method the narra­ti­ves analy­sis, and as a tech­ni­que for data collec­tion the semi-struc­tu­red inter­view. In her narra­ti­ve about her hus­band cap­ti­vity period she inclu­ded mea­nings which resul­ted in fee­lings such as fear and uncer­tainty, and the need to “put a face to the kid­nap­pers”. The major impact inclu­ded fear in her and her family, which made them to addopt beha­viors orien­ted to pro­tect them­sel­ves, a sen­se of res­pon­sa­bi­lity in the chil­dre­n’s edu­ca­tion and a reeva­lua­tion of the family. The kid­nap­ping is an event that impacts on the cap­ti­ve per­son but also, and simi­larly, to their family envi­ron­ment.

Key­words: tra­di­tio­nal kid­nap­ping; eco­no­mic kid­nap­ping; social cons­truc­tio­nism; narra­ti­ves; narra­ti­ve analy­sis.

Introducción

El secues­tro extor­si­vo eco­nó­mi­co, tam­bién lla­ma­do secues­tro tra­di­cio­nal, con­sis­te en la acción de rete­ner de for­ma inde­bi­da a una per­so­na exi­gien­do una suma de dine­ro a cam­bio de su res­ca­te o liber­tad (Méxi­co Uni­do Con­tra la Delin­cuen­cia, A. C., 2009); el cau­ti­vo es pues­to en liber­tad espe­cí­fi­ca­men­te por una suma de dine­ro, no por liber­ta­des polí­ti­cas o por cual­quier otra razón (Moli­na et al., 2003). Méxi­co ocu­pa el pri­mer lugar a nivel mun­dial en casos de secues­tro (Con­trol Risk, 2013).

Este deli­to afec­ta tan­to a la per­so­na en cau­ti­ve­rio como a sus fami­lia­res y a otras per­so­nas que la rodean (Esgue­rra, 2011; Direc­ción Gene­ral de Sani­dad Mili­tar, 2010); los secues­tra­do­res tie­nen con­tac­to con fami­lia­res de la per­so­na secues­tra­da con el fin de rea­li­zar la  nego­cia­ción, hacien­do que el núme­ro de sus víc­ti­mas se incre­men­te. Sin embar­go, es una pobla­ción esca­sa­men­te inves­ti­ga­da. Es por ello que en este estu­dio nos enfo­ca­mos en los fami­lia­res, a tra­vés de las narra­ti­vas de la espo­sa de un hom­bre que fue secues­tra­do, a quien entre­vis­ta­mos 4 meses des­pués del even­to.

Nos apro­xi­ma­mos a este fenó­meno des­de el cons­truc­cio­nis­mo social, el cual pos­tu­la que el cono­ci­mien­to sobre el mun­do y sobre noso­tros mis­mos no está deter­mi­na­do por los obje­tos, sino que cons­ti­tu­ye una red de narra­cio­nes social e his­tó­ri­ca­men­te situa­das en un con­tex­to deter­mi­na­do (Ema & San­do­val, 2003). Es decir, la expe­rien­cia huma­na se con­fi­gu­ra narra­ti­va­men­te, es un tex­to abier­to que en su pro­duc­ción y para su com­pren­sión, no pue­de ser sepa­ra­do del con­tex­to en que ha sido cons­trui­do (Due­ro & Limón, 2007).

La for­ma de acer­car­nos al fenó­meno, fue a tra­vés de las narra­ti­vas que nos dejan ver la com­ple­ji­dad de las per­so­nas al cap­tar la rique­za y los deta­lles de los sig­ni­fi­ca­dos en los asun­tos huma­nos que no pue­den ser expre­sa­dos en defi­ni­cio­nes o pro­po­si­cio­nes abs­trac­tas (Bolí­var & Domin­go, 2006).

Es así que el obje­ti­vo de este estu­dio fue ana­li­zar, median­te un estu­dio de caso y des­de el cons­truc­cio­nis­mo social, los pen­sa­mien­tos, sen­ti­mien­tos y recuer­dos que una mujer cons­tru­yó a par­tir del secues­tro de su espo­so, así como las reper­cu­sio­nes que este even­to tuvo en ella y en su fami­lia, cua­tro meses des­pués del suce­so.

Método

Participantes

Se tra­ba­jó con una mujer de 45 años de edad, a quien lla­ma­re­mos Martha, espo­sa de un hom­bre víc­ti­ma de secues­tro extor­si­vo eco­nó­mi­co, que estu­vo en cau­ti­ve­rio 4 días y que fue libe­ra­do median­te el pago del res­ca­te. Ella era ama de casa, y lle­va­ban 13 años de matri­mo­nio, con dos hijos meno­res de edad. Per­te­ne­cían a la reli­gión cató­li­ca, aun­que no la prac­ti­ca­ban. Fue entre­vis­ta­da  4 meses des­pués de la libe­ra­ción de su espo­so, por lo que sus narra­ti­vas repre­sen­tan los pro­ce­sos de sig­ni­fi­ca­ción y resig­ni­fi­ca­ción que han teni­do lugar duran­te este perio­do, en don­de ideas y con­cep­tos pro­ve­nien­tes de aqué­llos con los que ha teni­do rela­ción y de su con­tex­to socio­cul­tu­ral se hacen pre­sen­tes y adquie­ren un sen­ti­do par­ti­cu­lar.

Procedimiento

A tra­vés del Ins­ti­tu­to de Aten­ción a Víc­ti­mas del Deli­to de la Pro­cu­ra­du­ría Gene­ral de Jus­ti­cia del Esta­do de Méxi­co, se invi­tó al espo­so a par­ti­ci­par en el estu­dio. Sin embar­go asis­tió con su espo­sa que, a soli­ci­tud de ambos, estu­vo pre­sen­te en la sesión. Antes de ini­ciar la entre­vis­ta se les expli­ca­ron los obje­ti­vos del estu­dio y sus dere­chos, y los com­pro­mi­sos de los inves­ti­ga­do­res. En todo momen­to se tuvie­ron en cuen­ta las con­si­de­ra­cio­nes éti­cas de la inves­ti­ga­ción. Bajo con­sen­ti­mien­to de ambos se audio­gra­ba­ron las entre­vis­tas.

La entre­vis­ta ini­ció con una pre­gun­ta gene­ral diri­gi­da al espo­so, moti­ván­do­lo a la ela­bo­ra­ción de una narra­ti­va sobre su secues­tro: ¿Me pue­des con­tar lo que ocu­rrió? En este pri­mer momen­to se evi­tó inte­rrum­pir al par­ti­ci­pan­te con la fina­li­dad de que narra­ra libre­men­te su viven­cia, sin embar­go la espo­sa com­ple­men­ta­ba el rela­to narran­do lo que a ella le tocó vivir jun­to con su fami­lia, razón por la cual se deci­dió inte­grar­la al estu­dio. Pos­te­rior­men­te, se reali­zó a ambos una entre­vis­ta a pro­fun­di­dad cen­trán­do­nos en sus viven­cias del secues­tro. En el caso de la mujer, abor­da­mos temas rela­cio­na­dos con el momen­to en que reci­bió la pri­me­ra lla­ma­da de los secues­tra­do­res, el perio­do de la nego­cia­ción, el momen­to de la libe­ra­ción y su vida pos­te­rior a la libe­ra­ción de su espo­so. Se inda­gó sobre la for­ma en que ella y su fami­lia vivie­ron cada uno de esos momen­tos.

Análisis

En este artícu­lo se pre­sen­tan úni­ca­men­te las narra­ti­vas de la mujer, de las cua­les se lle­vó a cabo un aná­li­sis cate­gó­ri­co, enten­dien­do que el com­po­nen­te rele­van­te de la inves­ti­ga­ción es su voz, que es des­de don­de se arti­cu­la y se inter­pre­ta la infor­ma­ción (Rivas, 2010). En pri­mer lugar se hizo un aná­li­sis de la narra­ti­va para dife­ren­ciar las ideas de la par­ti­ci­pan­te, para pos­te­rior­men­te reu­nir­las y orga­ni­zar­las en cate­go­rías que las con­tu­vie­ran. Pos­te­rior­men­te se estruc­tu­ró y ela­bo­ró el repor­te reto­man­do par­tes del rela­to que ejem­pli­fi­ca­ran las cate­go­rías obte­ni­das. Para su mejor com­pren­sión, los tex­tos reto­ma­dos fue­ron modi­fi­ca­dos pro­cu­ran­do man­te­ner la idea ori­gi­nal de la par­ti­ci­pan­te, por ejem­plo, se agre­ga­ron pala­bras en don­de hacían fal­ta, se eli­mi­na­ron regio­na­lis­mos y mule­ti­llas y se omi­tie­ron par­tes del dis­cur­so que podían reve­lar la iden­ti­dad de la par­ti­ci­pan­te o que se apar­ta­ban de la idea prin­ci­pal.

Resultados

Por razo­nes de espa­cio, en este tra­ba­jo hace­mos refe­ren­cia solo a 2 cate­go­rías: 1) la viven­cia del secues­tro y 2) las reper­cu­sio­nes del secues­tro.

La vivencia del secuestro

El secues­tro es un suce­so que pro­vo­ca gene­ral­men­te un gra­ve esta­do de cri­sis tan­to en la per­so­na afec­ta­da direc­ta­men­te como en los fami­lia­res y ami­gos; y por tra­tar­se de un even­to con­ti­nua­do, resul­ta difí­cil hablar de un solo momen­to de cri­sis, es más bien un epi­so­dio de cri­sis per­ma­nen­te en don­de algu­nos momen­tos serán más crí­ti­cos que otros (Cas­ti­llo, Var­gas & Bel­trán, 2010). Tenien­do en cuen­ta esto, solo con fines de aná­li­sis y basán­do­nos en la narra­ti­va de Martha, hare­mos refe­ren­cia a dos momen­tos: a) la lla­ma­da del secues­tra­dor, b) la nego­cia­ción.

La lla­ma­da del secues­tra­dor

Para la per­so­na secues­tra­da todo ini­cia en el momen­to de su cap­tu­ra. En el caso de los fami­lia­res su viven­cia del secues­tro comien­za a par­tir de la lla­ma­da de los cap­to­res, a menos que hubie­ran lla­ma­das de ame­na­za pre­vias. Ambas par­tes están cau­ti­vas, mien­tras que la per­so­na secues­tra­da es pri­va­da de su liber­tad y some­ti­da, la fami­lia debe per­ma­ne­cer aten­ta a las lla­ma­das de los secues­tra­do­res y enca­rar las con­ti­nuas ame­na­zas y la mani­pu­la­ción de los vic­ti­ma­rios (Navia, 2008).

Martha no fue quien reci­bió la lla­ma­da, la reci­bió el her­mano del secues­tra­do. Méxi­co es un país en don­de las lla­ma­das extor­si­vas se pre­sen­tan con suma fre­cuen­cia, qui­zás debi­do a ello el her­mano no con­si­de­ró real lo que le comu­ni­ca­ron por telé­fono. Fue has­ta la segun­da oca­sión que acep­ta­ron como cier­to el secues­tro:

En la pri­me­ra lla­ma­da que reci­bió el her­mano de mi espo­so, les dijo que esta­ban equi­vo­ca­dos y col­gó, lue­go vol­vie­ron a lla­mar y le dije­ron “no estoy equi­vo­ca­do, estoy hablan­do con quien ten­go que hablar. Tene­mos secues­tra­do a tu her­mano”. […] Como no apa­re­cía ni con­tes­ta­ba su celu­lar, enton­ces pen­sa­mos que era ver­dad lo del secues­tro (Martha).

A tra­vés de las lla­ma­das los secues­tra­do­res inten­tan esta­ble­cer un domi­nio psi­co­ló­gi­co, median­te insul­tos y ame­na­zas, para con­tro­lar todo el pro­ce­so; esta­ble­cen sus con­di­cio­nes e inclu­so ame­na­zan con matar a la víc­ti­ma, todo con el obje­ti­vo de inter­cam­biar al fami­liar secues­tra­do por dine­ro (Con­sul­to­res Expro­fe­so, 1998). Son lla­ma­das bre­ves pero que dan un giro ines­pe­ra­do a la narra­ti­va gene­ral de sus vidas, lle­ván­do­los a incluir en ella ele­men­tos que nun­ca hubie­ran con­si­de­ra­do.

La nego­cia­ción

Duran­te este perio­do, que es el de mayor dura­ción pues va des­de la pri­me­ra lla­ma­da has­ta que la víc­ti­ma es libe­ra­da, la fami­lia tam­bién vive un secues­tro. Los secues­tra­do­res hacen sen­tir su pre­sen­cia a tra­vés de los men­sa­jes tele­fó­ni­cos, man­te­nien­do a los fami­lia­res rehe­nes del telé­fono, a la espe­ra de la siguien­te lla­ma­da. Ambas par­tes están cau­ti­vas (Navia, 2008).

Aho­ra bien, una ten­den­cia que tene­mos las per­so­nas es inten­tar dar­le sen­ti­do a los even­tos que vivi­mos, hacer inte­li­gi­ble nues­tro entorno, esto es a tra­vés de diver­sas narra­ti­vas que se entre­cru­zan y dia­lo­gan entre sí otor­gan­do reali­dad y cohe­ren­cia a nues­tro mun­do (Cabru­ja, Íñi­guez & Váz­quez, 2000). Martha bus­có dar­le sen­ti­do a lo que ocu­rría, plan­teán­do­se dife­ren­tes pre­gun­tas e hipó­te­sis, pero fue­ron dos los aspec­tos que resal­tó en su rela­to: por qué a su espo­so y quié­nes eran sus vic­ti­ma­rios. En cuan­to al pri­mer pun­to, ella men­cio­nó:

Mi espo­so ha ayu­da­do a varias per­so­nas, se lle­va bien con sus her­ma­nos, son una fami­lia bien uni­da […]. Por eso yo decía “¿por qué él, si es bue­na gen­te, es noble, no se mete con nadie?, ¿por qué?”

No encon­tró res­pues­ta a esta pre­gun­ta sino has­ta que logró, según ella y sus fami­lia­res, iden­ti­fi­car a los secues­tra­do­res, mos­tran­do en este pro­ce­so de iden­ti­fi­ca­ción la nece­si­dad de saber quié­nes eran ellos, de “poner­les un ros­tro”. No veían los ros­tros, cual­quie­ra podía ser el secues­tra­dor; esto pue­de gene­rar angus­tia y des­con­fian­za pues ya no se sabe quién es ami­go y quién trai­dor (Navia & Ossa, 2001). En el caso de Martha y sus fami­lia­res, tenien­do como refe­ren­cia úni­ca­men­te la voz, con­clu­ye­ron quié­nes eran los vic­ti­ma­rios:

En las siguien­tes lla­ma­das empe­za­ron a hablar pau­sa­do y las con­ver­sa­cio­nes fue­ron más lar­gas, enton­ces mi cuña­do dijo “es Fula­ni­to, estoy segu­ro.” Des­pués habló otra per­so­na y mi otro cuña­do dijo “y ese es su her­mano, estoy segu­ro, el domin­go pla­ti­qué con él.” (Martha).

Como afir­ma Bru­ner (1988), en la cons­truc­ción de narra­ti­vas lle­ga­mos a con­clu­sio­nes no sobre una reali­dad obje­ti­va y aca­ba­da, sino sobre la ver­sión que cons­trui­mos de dicha reali­dad a fin de hacer­la com­pren­si­ble. A par­tir de esta iden­ti­fi­ca­ción Martha con­clu­yó que fue por envi­dia que secues­tra­ron a su espo­so, debi­do a su pro­gre­so eco­nó­mi­co. Se hace evi­den­te enton­ces que las narra­cio­nes con­di­cio­nan cómo aprehen­de­mos y cons­trui­mos el mun­do, y nos per­mi­ten dar sen­ti­do a nues­tro mun­do, cons­ti­tu­yén­do­lo como sig­ni­fi­ca­ti­vo para noso­tros. Más que pala­bras son accio­nes que cons­tru­yen, actua­li­zan y man­tie­nen la reali­dad (Cabru­ja et al., 2000).

Otro de los ele­men­tos que encon­tra­mos en la narra­ti­va de Martha fue la incer­ti­dum­bre. Duran­te el tiem­po que la per­so­na está secues­tra­da, su fami­lia sufre una gran incer­ti­dum­bre, pues no sabe si lo deja­rán libre o inclu­so si aún sigue con vida:

La víc­ti­ma reci­be físi­ca­men­te los gol­pes, y está segu­ra de algo: de que va a morir; […] dice “si algo ten­go segu­ro es que no voy a salir de esta”. […] Los que están afue­ra tie­nen incer­ti­dum­bre, yo me decía “¿dón­de esta­rá?, ¿qué le esta­rán hacien­do?, ¿me lo van a devol­ver?” (Martha).

Aho­ra bien, se debe con­si­de­rar que más allá de que se cuen­te o se pue­da reu­nir el mon­to reque­ri­do por los secues­tra­do­res, “el cum­plir con las con­di­cio­nes del res­ca­te no nece­sa­ria­men­te sig­ni­fi­ca la libe­ra­ción, la salud o el res­pe­to a la vida del secues­tra­do” (Gómez, 2004, p. 201). Martha reco­no­ció esta situa­ción y de su incer­ti­dum­bre sur­gie­ron preo­cu­pa­cio­nes con rela­ción al futu­ro: cómo sal­dría ade­lan­te sin su espo­so, qué les diría a sus hijos, etcé­te­ra.

Otro de los sen­ti­mien­tos pre­sen­tes fue el mie­do. Des­de la pri­me­ra lla­ma­da se advier­te a la fami­lia que no pue­den dar avi­so a las auto­ri­da­des, se les ame­na­za con hacer­le daño al secues­tra­do o a algún otro fami­liar (Con­sul­to­res Expro­fe­so, 1998). Por temor, los fami­lia­res no saben si dar o no cono­ci­mien­to a la auto­ri­dad, dada la inse­gu­ri­dad que esto les repre­sen­ta (Pas­quel, 2002):

Noso­tros no denun­cia­mos la pri­me­ra noche por mie­do, sin­ce­ra­men­te por mie­do de que le hicie­ran algo a mi espo­so o a noso­tros. […] Tenía temor de que secues­tra­ran o le hicie­ran algo a mis hijos (Martha).

Pos­te­rior a la pri­me­ra lla­ma­da, es común que los secues­tra­do­res se comu­ni­quen con una perio­di­ci­dad irre­gu­lar, con la inten­ción de pre­sio­nar para obte­ner el res­ca­te. Como men­cio­na Agu­de­lo (2000), los pla­gia­rios se han vuel­to exper­tos en jugar con la esta­bi­li­dad emo­cio­nal de las fami­lias para lograr sus obje­ti­vos. En el caso de Martha y sus fami­lia­res, esto sur­tió efec­tos, su ten­den­cia fue entre­gar bie­nes mue­bles e inmue­bles:

Noso­tros les decía­mos “tene­mos casas, ¿cuán­tas quie­res?, don­de nos digas te deja­mos las escri­tu­ras; coches, los deja­mos don­de digas, te aven­ta­mos las fac­tu­ras don­de nos digas”. No qui­sie­ron (Martha).

En la narra­ti­va de Martha tam­bién tomó rele­van­cia un sen­ti­mien­to de injus­ti­cia, dan­do pie a que Martha recla­ma­ra por esta injus­ti­cia a quien, des­de sus creen­cias reli­gio­sas, con­si­de­ró que per­mi­te y repar­te las cosas:

Yo decía “si tan­to te pedí que nun­ca me fue­ras a hacer esto ¿por qué me lo hicis­te Dios mío? ¿Por qué hay tan­ta gen­te mala y no los ves? ¿Por qué no les pasa nada? ¿Por qué te olvi­das­te de mi espo­so? ¿Por qué él? Dime ¿por qué te gus­tó él, por qué no te fijas en los malos?”

Por otro lado, tene­mos que el secues­tro pue­de favo­re­cer que los pro­ble­mas fami­lia­res que exis­tían pre­via­men­te se agu­di­cen con esta nue­va cri­sis, pero tam­bién pue­de ocu­rrir que se gene­re una mayor cohe­sión inter­na mani­fes­tán­do­se como un meca­nis­mo de defen­sa para enfren­tar los efec­tos del secues­tro (Diaz­gra­na­dos, 2004). Esto últi­mo fue lo que suce­dió con la fami­lia a la que nos hemos refe­ri­do, pues se gene­ró una mayor uni­dad fami­liar:

Fue algo que nos jun­tó, todos está­ba­mos en un mis­mo acuer­do. […] No per­mi­ti­mos que la deses­pe­ra­ción nos gana­ra, ni que se gene­ra­ran con­flic­tos en las situa­cio­nes com­pli­ca­das. Tenía­mos un mis­mo obje­ti­vo: recu­pe­rar­lo con vida (Martha).

Otro aspec­to rele­van­te en la narra­ti­va de Martha fue el sen­ti­mien­to de res­pon­sa­bi­li­dad hacia su espo­so. Des­de sus sis­te­mas de sig­ni­fi­ca­dos, que par­ten de lo cul­tu­ral y el con­tex­to social y que pode­mos defi­nir como el “con­jun­to de creen­cias y valo­res que gobier­na la vida de una per­so­na […] y que le impri­me cier­ta iner­cia a las par­ti­cu­la­res for­mas de ser y de pen­sar mani­fies­tas” (Limón, 2012, p. 56), ella con­si­de­ró como prio­ri­ta­rio cum­plir y estar al pen­dien­te de su espo­so: 

A mis hijos los dejé con mi mamá, al con­tra­rio de otras veces que digo “ten­go que estar pen­dien­te de mis hijos”, decía “yo ten­go que mover­me acá, […] la res­pon­sa­bi­li­dad es mía por­que es el papá de mis hijos”.

Las reper­cu­sio­nes del secues­tro

Llano, Gómez y Cha­pa­rro (2011) comen­tan que cuan­do una per­so­na es libe­ra­da, sus fami­lia­res expe­ri­men­tan en un prin­ci­pio gran ale­gría mez­cla­da con un poco de incre­du­li­dad. La fami­lia y el libe­ra­do inten­tan olvi­dar todo el sufri­mien­to y empe­zar de nue­vo, sin embar­go los daños oca­sio­na­dos en la víc­ti­ma y su fami­lia sue­len per­du­rar, encon­trán­do­nos con secue­las psi­co­ló­gi­cas, socia­les e inclu­so con daños físi­cos (Ledes­ma, 2002). Des­pués de la feli­ci­dad por haber recu­pe­ra­do a su espo­so, tuvie­ron lugar otros sen­ti­mien­tos, y uno de los prin­ci­pa­les en la expe­rien­cia de Martha fue el mie­do:

Antes pen­sa­ba que lo peor que me podía pasar era que se murie­ra mi espo­so o mi hijo. Aho­ra creo que eso está antes del secues­tro. Pre­fe­ri­ría que se hubie­ra muer­to, por­que muer­to sé dón­de que­dó, cómo aca­bó; […] Pero así, dices “lo ten­go con­mi­go, gra­cias a Dios, pero el mie­do quién me lo qui­ta”.

Como obser­va­mos, en su narra­ti­va Martha nos dejó ver el mie­do que deri­vó de las impli­ca­cio­nes que para ella tuvo el secues­tro, inclu­so com­pa­ran­do este even­to con la muer­te. El mie­do, que tam­bién estu­vo pre­sen­te duran­te el tiem­po del cau­ti­ve­rio, con­ti­núa aún des­pués de haber recu­pe­ra­do a su espo­so, cons­ti­tu­yén­do­se según Llano (et al., 2011), en una res­pues­ta adap­ta­ti­va, pues se está enfren­tan­do a una situa­ción extre­ma, vio­len­ta e impre­vis­ta que rom­pe con todo a lo que la per­so­na esta­ba acos­tum­bra­da en su entorno. Este mie­do que Martha sen­tía, esta­ba cen­tra­do en tres aspec­tos espe­cí­fi­cos, uno de ellos fue el mie­do a que vol­vie­ra a ocu­rrir el secues­tro:

Des­pués del secues­tro vie­ne la par­te más dura, que es el mie­do que se te que­da y la incer­ti­dum­bre, la inse­gu­ri­dad; […] sien­to que no bas­ta qué haga, de todas for­mas sigo expues­ta a que algún día vuel­va a pasar.

Esto se com­pren­de cuan­do tene­mos en cuen­ta que los even­tos que aten­tan con­tra la vida y el bien­es­tar físi­co y psi­co­ló­gi­co ponen a la per­so­na en un esta­do con­ti­nuo de aler­ta y defen­sa debi­do a los sen­ti­mien­tos de vul­ne­ra­bi­li­dad y des­pro­tec­ción que sur­gen de la situa­ción, de tal for­ma que per­ci­ben al mun­do como fuen­te de ame­na­zas e incer­ti­dum­bre, por lo que la des­con­fian­za mar­ca­rá su fun­cio­na­mien­to psi­co­ló­gi­co (Diaz­gra­na­dos, 2004). Es así que tam­bién encon­tra­mos en la narra­ti­va ana­li­za­da sen­ti­mien­tos de vul­ne­ra­bi­li­dad:

Sien­to que en algún semá­fo­ro me van a abrir la puer­ta y me van a bajar, o van a bajar a uno de mis hijos o a mi espo­so, y se lo van a lle­var o se van a lle­var a mis hijos. […] Sien­to que sigo sien­do obje­to de sus deseos, de sus pla­nes (Martha).

Agu­de­lo (2000) comen­ta al res­pec­to que quie­nes reci­ben ame­na­zas de secues­tro tie­nen la sen­sa­ción de ser per­se­gui­dos y vigi­la­dos cons­tan­te­men­te, sin­tien­do ame­na­za­da su pri­va­ci­dad y temor a todos y a todo. La posi­bi­li­dad per­ma­nen­te del secues­tro se con­vier­te en tor­tu­ra que pue­de tras­pa­sar los lími­tes de tole­ran­cia, tal y como obser­va­mos en el caso ana­li­za­do.

Si bien en la expe­rien­cia de Martha encon­tra­mos mie­do de que vuel­va a ocu­rrir el secues­tro, su mayor temor se cen­tró en que las siguien­tes víc­ti­mas fue­ran sus hijos, debi­do a que los secues­tra­do­res ame­na­za­ron con esta posi­bi­li­dad:

Cuan­do estoy sere­na y pien­so con lógi­ca digo “a lo mejor cuan­do habla­ban [los secues­tra­do­res] de mis hijos lo hacían para ame­dren­tar­me”; pero cuan­do veo a mis hijos la lógi­ca se me aca­ba […] Me pon­go en el lugar de ellos [los secues­tra­do­res] y digo “ya me lle­vé al papá, no saqué tan­to, aho­ra le voy a dar don­de más le due­le, sus hijos.”

La incer­ti­dum­bre, el mie­do y los sen­ti­mien­tos de vul­ne­ra­bi­li­dad, pre­sen­tes no solo en la per­so­na secues­tra­da sino tam­bién en las per­so­nas que lo rodean, afec­tan la acti­vi­dad labo­ral, esco­lar, y la vida dia­ria de la fami­lia en gene­ral. Los sen­ti­mien­tos gene­ra­dos por la ame­na­za del secues­tro cam­bian el esti­lo de vida, las ruti­nas, las rela­cio­nes, los pla­nes y la cali­dad de vida (Agu­de­lo, 2000). Entre los más men­cio­na­dos en la narra­ti­va de Martha, encon­tra­mos cam­bios de con­duc­ta rela­cio­na­dos con la preo­cu­pa­ción por el papá:

Antes, cuan­do él se iba a tra­ba­jar, si no tenía para qué hablar­le yo no le habla­ba, aho­ra pare­ce que lo ando cui­dan­do […] Mis hijos […] aho­ra me dicen “dile que ven­ga tem­prano, dile que ven­ga a comer”. En la noche, si no vamos por él, se sien­ten mal. Ellos lo que quie­ren es ver­lo y que sal­ga bien y que está bien. Están muy pen­dien­tes de su papá.

En el caso de Martha, uno de los prin­ci­pa­les cam­bios fue el incre­men­to de las medi­das de segu­ri­dad:

Sien­to que toma­mos muchas medi­das de segu­ri­dad, pero sien­to que no son sufi­cien­tes, pero tam­bién sien­to que entre más medi­das son, pue­do ter­mi­nar en un círcu­lo en don­de me envuel­va.

Estas medi­das pue­den lle­gar a ser exce­si­vas, y no obs­tan­te, no pare­cer­les sufi­cien­tes a los sobre­vi­vien­tes del secues­tro, como obser­va­mos en el caso pre­sen­ta­do, lo que pro­ba­ble­men­te les lle­va­rá a incre­men­tar­las, pero nue­va­men­te serán per­ci­bi­das como insu­fi­cien­tes. Este even­to ines­pe­ra­do la lle­vó a plan­tear­se otra for­ma de vivir, recons­tru­yen­do la narra­ti­va gene­ral de su vida. La narra­ti­va es una for­ma de cons­truir la reali­dad, de apro­piar­se de ella y de sus sig­ni­fi­ca­dos (Bru­ner, 1988), des­afor­tu­na­da­men­te, en el caso de Martha vemos que se ha cons­ti­tui­do en una for­ma de ser y pen­sar que le gene­ró pro­ble­mas de adap­ta­bi­li­dad, cons­tru­yó una for­ma de ver el mun­do que la tie­ne atra­pa­da dejan­do de ver otras pers­pec­ti­vas, estre­chan­do sus pro­pios már­ge­nes de liber­tad (Limón, 2012).

Por otro lado, como es de espe­rar­se, en Martha tam­bién encon­tra­mos una ten­den­cia a evi­tar situa­cio­nes y estí­mu­los rela­cio­na­dos con el secues­tro:

La otra vez está­ba­mos vien­do una pelea de box y yo dije “cám­bia­le de canal, es un depor­te, pero veo a alguien que sufre así y me acuer­do de todo lo que me con­tas­te, de cómo te pega­ron”. […] Si sue­na el telé­fono y es un núme­ro que no conoz­co, no con­tes­to, por­que ten­go mie­do de escu­char que ya se lo lle­va­ron a él o a mis hijos.

En otro orden de ideas, como efec­to indi­rec­to del secues­tro, encon­tra­mos en la narra­ti­va de Martha la preo­cu­pa­ción que mos­tró por el des­co­no­ci­mien­to sobre cómo mane­jar esta situa­ción con sus hijos:

Mi hijo de 10 años, por no cau­sar pro­ble­mas, no dice lo que sien­te por lo del secues­tro, […] yo sien­to que él se aguan­ta con tal de no ver­me sufrir, y yo digo que eso no está bien. La ver­dad sien­to que yo sola no lo pue­do ayu­dar, no me sien­to pre­pa­ra­da, sien­to que le voy a hacer más mal.

Tam­bién gene­ró en Martha una idea de res­pon­sa­bi­li­dad en su fun­ción como padres de fami­lia, colo­can­do los valo­res como eje cen­tral de la edu­ca­ción de sus hijos:

Cuan­do te toca eso [el secues­tro], sien­tes una gran res­pon­sa­bi­li­dad como padre. Sien­to que el ori­gen de todo esto está en que no for­ma­mos bue­nas per­so­nas, por­que no les for­ma­mos valo­res.

Por últi­mo, debe­mos con­si­de­rar que encon­trar­se con los aspec­tos esen­cia­les de la vida al per­ci­bir cer­ca­na la muer­te, lle­va a las fami­lias a recon­si­de­rar sus prio­ri­da­des, otor­gan­do mayor valor a la vida, a la liber­tad, a la espi­ri­tua­li­dad y al amor hacia la fami­lia, res­tán­do­le impor­tan­cia al dine­ro y al tra­ba­jo (Llano et al., 2011; Navia & Ossa, 2001). Es así que en la narra­ti­va de Martha encon­tra­mos una reva­lo­ra­ción de su espo­so y de su fami­lia:

No sé qué va a pasar con noso­tros, pero hoy me que­da cla­ro que él es mi vida, es la otra par­te de mi vida, […] y que hoy en día valo­ro 20 veces más a mi fami­lia, a mis hijos, a mi espo­so. Somos una fami­lia y si él no está no somos nada, y sin mis hijos tam­po­co somos nada.

Discusión y conclusiones

La inves­ti­ga­ción narra­ti­va supo­ne una for­ma de cono­ci­mien­to que inter­pre­ta la reali­dad des­de la per­so­na inves­ti­ga­da, los con­tex­tos en los que viven los suje­tos y los modos como los narra­mos en un inten­to de expli­car­nos el mun­do en que vivi­mos. Lo rele­van­te son las voces pro­pias de los dife­ren­tes suje­tos, no la voz del inves­ti­ga­dor ni las teo­rías pre­vias (Rivas, 2010). Así pudi­mos obser­var que Martha y su fami­lia bus­ca­ban com­pren­der lo que les ocu­rría, cons­tru­yen­do narra­ti­vas des­de su con­tex­to socio­cul­tu­ral, toman­do ele­men­tos de un con­tex­to macro, como la situa­ción que pre­sen­ta Méxi­co en cuan­to a secues­tros y extor­sio­nes tele­fó­ni­cas, has­ta situa­cio­nes de un con­tex­to micro­so­cial, como el con­si­de­rar que los secues­tra­do­res eran veci­nos suyos.

No se tie­ne la cer­te­za de que los secues­tra­do­res real­men­te hayan sido quie­nes ellos seña­la­ron, sin embar­go para Martha y su fami­lia, era así, y de ahí deri­va­ron cier­tas expli­ca­cio­nes, acti­tu­des y con­duc­tas rela­cio­na­das con el secues­tro de su fami­liar. A fin de cuen­tas, nues­tras narra­cio­nes están hechas de las his­to­rias dia­rias que con­tie­nen fan­ta­sías, metá­fo­ras, afec­tos, memo­rias dis­tor­sio­na­das, entre otros (Ger­gen, 2007); noso­tros somos quie­nes vamos cons­tru­yen­do el mun­do de una u otra mane­ra a medi­da que habla­mos, escri­bi­mos o dis­cu­ti­mos sobre él, al selec­cio­nar hechos y al esta­ble­cer una lógi­ca narra­ti­va (Pot­ter, 1996). Resul­ta impor­tan­te seña­lar que a par­tir de estas narra­ti­vas y esos sen­ti­dos que cons­trui­mos, es que actua­mos en las rela­cio­nes con los otros y con el mun­do en gene­ral.

Por otro lado, con rela­ción al secues­tro, obser­va­mos que afec­ta tan­to a la per­so­na en cau­ti­ve­rio como a su fami­lia, que ade­más de vivir una expe­rien­cia simi­lar a la de los secues­tra­dos, pare­ce pre­sen­tar los mis­mos efec­tos psi­co­ló­gi­cos. La fami­lia no se encuen­tra rete­ni­da entre pare­des ni tam­po­co tie­ne un arma enfren­te, sin embar­go se encuen­tra ence­rra­da y ame­na­za­da psi­co­ló­gi­ca­men­te por un secues­tra­dor que se deja sen­tir y per­pe­túa su pre­sen­cia con cada lla­ma­da tele­fó­ni­ca. La fami­lia no sabe dón­de están ni en qué momen­to les pue­den sor­pren­der (Esgue­rra, 2011).

El secues­tro, más allá de la ausen­cia de un ser que­ri­do, repre­sen­ta la pér­di­da de la esta­bi­li­dad, la segu­ri­dad, la tran­qui­li­dad, la liber­tad, la pri­va­ci­dad, y el lugar que se tenía en el mun­do (Agu­de­lo, 2000). Esto sue­le gene­rar diver­sas alte­ra­cio­nes cuyos efec­tos pue­den lle­gar a ser muy seve­ros, sin embar­go, un buen núme­ro de fami­lias se sobre­po­nen por sí mis­mas con el tiem­po y pre­ser­van su estruc­tu­ra y fun­cio­na­mien­to (Moli­na et al., 2003). Ten­ga­mos en cuen­ta que las narra­ti­vas que cons­trui­mos tie­nen un poten­cial crea­dor, y una capa­ci­dad para man­te­ner pero tam­bién para modi­fi­car la mane­ra en que vemos y afron­ta­mos nues­tro mun­do y sus diver­sas reali­da­des. Des­cri­bir es cons­truir, y esta cons­truc­ción abre deter­mi­na­dos cur­sos de acción pero cie­rra otros (Ema, Gar­cía & San­do­val, 2003). De ahí la impor­tan­cia de gene­rar espa­cios que favo­rez­can que los fami­lia­res ela­bo­ren narra­ti­vas que les per­mi­tan afron­tar el secues­tro y sus posi­bles efec­tos.

No hay que olvi­dar que las fami­lias tie­nen que enfren­tar, ade­más del secues­tro de uno de sus inte­gran­tes, las pér­di­das que deri­van de este even­to como las deu­das, meno­res ingre­sos o la reubi­ca­ción de la resi­den­cia, entre otros, que pue­den con­tri­buir al sur­gi­mien­to de diver­sos con­flic­tos en la per­so­na secues­tra­da, en los inte­gran­tes de la fami­lia y/o en la fami­lia como sis­te­ma. (Direc­ción Gene­ral de Sani­dad Mili­tar, 2010). El secues­tro tie­ne un efec­to de bom­ba expan­si­va que inva­de el entorno fami­liar y social, los cua­les pue­den ver­se afec­ta­dos en mayor o menor medi­da, pues­to que el impac­to que los suce­sos estre­so­res tie­nen en las per­so­nas, depen­de de fac­to­res pre­vios a la vic­ti­mi­za­ción, así como de los que ocu­rren duran­te y pos­te­rior­men­te a la mis­ma (Medi­na-Mora et al., 2005).

Ambas par­tes, el sobre­vi­vien­te de secues­tro y su fami­lia, retro­ali­men­tan y entre­la­zan sus narra­ti­vas en torno al secues­tro, de tal for­ma que ela­bo­ran y reela­bo­ran narra­ti­vas que si bien pue­den faci­li­tar su cre­ci­mien­to a par­tir de dicho even­to, tam­bién lo podrían obs­ta­cu­li­zar. De ahí que con­si­de­re­mos con­ve­nien­te apo­yar no solo a la víc­ti­ma direc­ta de secues­tro sino tam­bién a su entorno fami­liar. Para esto resul­ta impor­tan­te con­si­de­rar que la com­pren­sión que cada per­so­na tie­ne de sí mis­ma y del mun­do, está en fun­ción de los rela­tos a los que tie­ne acce­so y con los que inter­ac­túa (Rivas, 2010), de tal for­ma que deter­mi­na­dos rela­tos per­mi­ten una con­cep­ción de sí mis­mos y del mun­do, pero otros rela­tos modi­fi­ca­rían dicha con­cep­ción.

En otras pala­bras, los rela­tos que cons­trui­mos y que con­ta­mos a los otros y a noso­tros mis­mos, son sola­men­te una de entre otras posi­bi­li­da­des de sig­ni­fi­car nues­tras expe­rien­cias y nues­tro mun­do en gene­ral, esto per­mi­te una amplia gama de posi­bi­li­da­des de ser y estar en el mudo. Con­si­de­rar esto abre opor­tu­ni­da­des de cre­ci­mien­to a par­tir de expe­rien­cias como el secues­tro, que si bien es un even­to trau­má­ti­co, tam­bién pue­de ser con­si­de­ra­do un acon­te­ci­mien­to a par­tir del cual las per­so­nas cono­cen y desa­rro­llan su for­ta­le­za. Las fami­lias pue­den ela­bo­rar narra­ti­vas de des­es­pe­ran­za y de un futu­ro caó­ti­co, pero tam­bién pue­den cons­truir narra­ti­vas que impli­quen espe­ran­za, soli­da­ri­dad y un futu­ro pro­me­te­dor.

El dis­cur­so es una mane­ra de nom­brar al mun­do, por lo que debe­mos sen­tir­nos libres de uti­li­zar alter­na­ti­vas (Ger­gen & Warhus, 2001), a fin de cuen­tas, una his­to­ria es una his­to­ria que pue­de per­ma­ne­cer, pero tam­bién pue­de cam­biar, ya que pode­mos rela­tar­la de nue­vo (Gua­naes & Rase­ra, 2006) y resig­ni­fi­car­la a tra­vés del tiem­po y de las nue­vas expe­rien­cias.

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Notas

1. Can­di­da­to al gra­do de Doc­tor en Psi­co­lo­gía. Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co. Correo elec­tró­ni­co: hugoyam_@hotmail.com

2. Doc­to­ra en Psi­co­lo­gía Clí­ni­ca, inves­ti­ga­do­ra y pro­fe­so­ra titu­lar C Defi­ni­ti­vo, en la Licen­cia­tu­ra en Psi­co­lo­gía en la Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co. Correo elec­tró­ni­co: trujano@unam.mx