Estudio de los varones desde la perspectiva de género Descargar este archivo (4 - Estudio de los varones desde la perspectiva de género.pdf)

Laura Evelia Torres Velázquez1

Facultad de Estudios Superiores Iztacala UNAM

Resu­men

El pre­sen­te tra­ba­jo abor­da la temá­ti­ca de los varo­nes y la mas­cu­li­ni­dad des­de una pers­pec­ti­va de géne­ro, tra­tan­do tres aspec­tos que han sido estu­dia­dos: la cons­truc­ción de la iden­ti­dad en los varo­nes, pues se asu­me que al igual que la femi­ni­dad, la mas­cu­li­ni­dad no es asun­to bio­ló­gi­co, sino una cons­truc­ción social en don­de las dife­ren­tes ins­ti­tu­cio­nes van for­man­do la iden­ti­dad de lo que es ser un hom­bre; la pre­sen­cia de los varo­nes en el tra­ba­jo domés­ti­co y extra­do­més­ti­co, cómo se ha ido invo­lu­cran­do el varón en el tra­ba­jo domés­ti­co con el ingre­so de las muje­res al ámbi­to labo­ral remu­ne­ra­do y las reper­cu­sio­nes en su vida labo­ral, fami­liar y per­so­nal; y la par­ti­ci­pa­ción de los hom­bres como padres, su influen­cia en la crian­za y el replan­tea­mien­to de su acti­vi­dad sólo como pro­vee­do­res.

Pala­bras cla­ve: Mas­cu­li­ni­dad, tra­ba­jo, pater­ni­dad, iden­ti­dad

 

Abs­tract

This paper addres­ses the sub­ject of men and mas­cu­li­nity from a gen­der pers­pec­ti­ve. It focu­ses in three aspects: The cons­truc­tion of mas­cu­li­ne iden­tity, it is assu­med that like femi­ni­nity, mas­cu­li­nity is not a bio­lo­gi­cal issue, but a social cons­truc­tion whe­re dif­fe­rent ins­ti­tu­tions are for­ming the iden­tity of what it means to be a man, of what is mas­cu­li­nity; the pre­sen­ce of men in domes­tic work and extra-domes­tic work, how men has been invol­ved in domes­tic work with the entry of women into the paid work­pla­ce and impact in their work, family and per­so­nal life. Finally, it des­cri­bes the par­ti­ci­pa­tion of men as fathers, their influen­ce on nur­tu­ring and the rethink of their acti­vity only as pro­vi­ders.

Key­words: Mas­cu­li­nity, work, parenthood, iden­tity

Introducción

Regu­lar­men­te se ha aso­cia­do la pers­pec­ti­va de géne­ro con el estu­dio de las muje­res; sin embar­go, la pers­pec­ti­va de géne­ro ha apor­ta­do cono­ci­mien­to sobre los varo­nes, sobre la mas­cu­li­ni­dad, sobre aque­llas prác­ti­cas que los varo­nes tie­nen en sus dife­ren­tes ámbi­tos, ya sea fami­liar, labo­ral, per­so­nal o social. En este capí­tu­lo abor­da­re­mos algu­nos de estos hallaz­gos en dis­tin­tas esfe­ras, tra­tan­do de dar cuen­ta de las prác­ti­cas que los hom­bres han ejer­ci­do y lo que se ha evi­den­cia­do al res­pec­to.

Comen­za­re­mos con la cons­truc­ción de la iden­ti­dad de los varo­nes, par­ti­mos de la con­cep­ción de que la mas­cu­li­ni­dad, al igual que la femi­ni­dad, no es natu­ral, sino una cons­truc­ción social que se va for­man­do a lo lar­go de la vida; pos­te­rior­men­te habla­re­mos de dos ámbi­tos: el labo­ral, abor­dan­do el papel de los varo­nes, tan­to en el tra­ba­jo domés­ti­co como en el extra­do­més­ti­co, y el fami­liar, pre­sen­tan­do las prác­ti­cas de crian­za que han ela­bo­ra­do los varo­nes con sus hijos e hijas, la mane­ra en que ejer­cen su pater­ni­dad y cómo la viven.

Final­men­te, dare­mos algu­nos comen­ta­rios para cami­nar hacia la equi­dad en la rela­ción entre hom­bres y muje­res, a fin de pro­mo­ver su desa­rro­llo en todas las áreas de su vida.

Construcción de la identidad en los varones.

El desa­rro­llo psi­co­so­cial del varón no es fácil, ni mejor que el de la mujer, a él se le ense­ña a con­tro­lar las emo­cio­nes, a cui­dar­se de no actuar, ni hablar, ni pen­sar como mujer, es decir, siem­pre debe razo­nar en for­ma obje­ti­va y no dejar­se lle­var por sen­ti­mien­tos.  Él nun­ca debe tener o sen­tir mie­do o cuan­do menos no debe mos­trar­lo, por el con­tra­rio debe ser fuer­te, segu­ro, inde­pen­dien­te, rudo, ambi­cio­so, des­pren­di­do, efi­cien­te, agre­si­vo, res­pe­tuo­so, tra­ba­ja­dor y hoga­re­ño (Riso, 1998).

Riso (op. cit.) detec­ta tres debi­li­da­des psi­co­ló­gi­cas mas­cu­li­nas:

  •  El mie­do al mie­do. Un hom­bre mie­do­so no es acep­ta­do en nin­gún lugar, el varón no debe tener mie­do, y esto es pre­ci­sa­men­te lo que ate­mo­ri­za al varón tener­le mie­do a algo.
  •  El mie­do a estar afec­ti­va­men­te solo. Cuan­do un hom­bre se encuen­tra solo, pri­va­do de una vida afec­ti­va, es pre­sa de muchos mie­dos, inse­gu­ri­da­des y depre­sio­nes; un hom­bre gene­ral­men­te nece­si­ta del con­se­jo y del empu­jón de una mujer para seguir ade­lan­te.
  •  El mie­do al fra­ca­so. Para el varón la com­pe­ten­cia for­ma par­te de su vida coti­dia­na, el poder defi­ne gran par­te de su exis­ten­cia. Ser un triun­fa­dor a toda cos­ta, cues­te lo que cues­te, es a veces una carac­te­rís­ti­ca obse­si­va en los varo­nes, ellos no saben per­der, nece­si­tan ser exi­to­sos para com­pe­tir. Un hom­bre debe tener espí­ri­tu com­pe­ti­ti­vo, ambi­cio­so y de pro­gre­so.

Tam­po­co es fácil para un hom­bre, que ha sido edu­ca­do para triun­far, no hacer­lo; o bien, no hacer­lo de la mane­ra en que se espe­ra que lo haga. Son dema­sia­das acti­tu­des y accio­nes que un hom­bre tie­ne que rea­li­zar cons­tan­te­men­te para pro­bar su viri­li­dad y su hom­bría.

Aun con los cam­bios que ha pro­vo­ca­do el femi­nis­mo, es impor­tan­te remar­car que estos cam­bios no son linea­les, ni son uni­for­mes en todos los gru­pos de la pobla­ción, sino que exis­ten varia­cio­nes debi­do a las dife­ren­tes eta­pas de vida, al tipo de inter­ac­ción que se esta­ble­ce o ha esta­ble­ci­do con la pare­ja y al entorno fami­liar en el que son socia­li­za­dos, entre otras muchas dimen­sio­nes.

Los varo­nes gene­ral­men­te pre­fie­ren tener un hijo como pri­mo­gé­ni­to, al tener un hijo están sien­do reco­no­ci­dos social­men­te, y sobre todo se reco­no­cen a sí mis­mos, como hom­bres viri­les, ya que de esta mane­ra con­fir­man su poten­cia sexual, no sólo en el sen­ti­do físi­co de inse­mi­nar, sino en el aspec­to de con­ti­nui­dad de la fami­lia, de su ape­lli­do y por tan­to en el sen­ti­do de pres­ti­gio y buen nom­bre (Fuller, 2000).

Los varo­nes sue­len hacer una dis­tin­ción de su expre­sión amo­ro­sa y del tipo de satis­fac­cio­nes que reci­ben de sus hijos e hijas. Con sus hijos repri­men las expre­sio­nes ver­ba­les y cor­po­ra­les de afec­to y ter­nu­ra, por­que temen vol­ver sen­si­bles a los niños y entor­pe­cer el desa­rro­llo de la cua­li­dad mas­cu­li­na por exce­len­cia: la fuer­za. De sus hijos, los padres reci­ben satis­fac­ción por el orgu­llo que les cau­sa la iden­ti­fi­ca­ción con ellos; la satis­fac­ción que las hijas les dan está basa­da en la ter­nu­ra, cui­da­do y aten­cio­nes que reci­ben de ellas.

La rela­ción padre-hijo está inmer­sa en dos tareas que el padre tie­ne que ela­bo­rar con su hijo: pri­me­ro es nece­sa­rio que el padre se ase­gu­re que su hijo se está desa­rro­llan­do como todo un hom­bre, que su iden­ti­dad vaya adop­tan­do los mode­los mas­cu­li­nos y segun­do, él es el encar­ga­do de intro­du­cir al hijo en el ámbi­to de los hom­bres, en el cam­po mas­cu­lino. El padre es el encar­ga­do de super­vi­sar que el hijo esté desa­rro­llan­do ade­cua­da­men­te las cua­li­da­des y carac­te­rís­ti­cas que lo defi­nan como un hom­bre viril, como la fuer­za y la valen­tía,  mis­mas que comien­zan por ejem­plo al ense­ñar­le a jugar algún depor­te, como el fút­bol, trans­mi­tién­do­le los sabe­res mas­cu­li­nos.

Duran­te la infan­cia, una de las tareas del padre es ase­gu­rar­se de que el niño se desa­rro­lle en la direc­ción mas­cu­li­na, para lo cual tie­ne que con­tra­rres­tar la influen­cia de la madre en lo domés­ti­co, seña­lan­do, cri­ti­can­do y repri­mien­do cual­quier señal de femi­ni­dad en su com­por­ta­mien­to. En la ado­les­cen­cia es común que el hijo esté más influen­cia­do por los ami­gos, sin embar­go, en esta eta­pa el padre debe­rá guiar­lo y con­tro­lar­lo, aquí será nece­sa­rio con­tra­rres­tar la influen­cia del gru­po de pares, debe­rá ense­ñar­le a su hijo los valo­res que tie­ne que asu­mir en el ámbi­to públi­co y debe­rá ayu­dar­lo a entrar en este espa­cio. En esta eta­pa el padre ayu­da­rá a su hijo a la deci­sión de la pro­fe­sión u ocu­pa­ción que debe­rá esco­ger y a la cual se dedi­ca­rá en el futu­ro (Torres, 2002).

Otro terreno impor­tan­te es el de la sexua­li­dad, en el cual el hijo apren­de con­duc­tas y com­por­ta­mien­tos vien­do a su padre, apren­dien­do del tra­to que éste da a las muje­res y de la for­ma en que él se expre­sa de ellas; este es un tema que en la rela­ción padre-hijo no se habla, se con­si­de­ra que en esta rela­ción filial la sexua­li­dad no entra; de tal for­ma que se da por hecho que este es un terreno que corres­pon­de apren­der al hijo con los ami­gos; el padre supo­ne que es con ellos con quie­nes debe apren­der. Entre padre e hijo se asu­me que ambos implí­ci­ta­men­te com­par­ten un cam­po del que las muje­res están exclui­das (Rodrí­guez y De Keij­zer, 2002).

El que el hijo varón sig­ni­fi­que la con­ti­nui­dad del nom­bre fami­liar pro­vo­ca que el padre se iden­ti­fi­que con él y que pro­yec­te en su pro­pia vida la rea­li­za­ción de sus metas futu­ras. Él espe­ra que su hijo con­ti­nué y aun que supere su pro­pia actua­ción y tra­ba­jo, es común que se diga que un hijo es una segun­da opor­tu­ni­dad de lograr lo que el padre no pudo alcan­zar en su pro­pia vida y que se encuen­tren fami­lias con dinas­tías de una mis­ma pro­fe­sión; es por ello que el hijo está aso­cia­do con el logro y el orgu­llo del padre (Gut­mann, 1998).

En la eta­pa ado­les­cen­te y juve­nil, las difi­cul­ta­des entre padre e hijo gene­ral­men­te se deben a que éste se rebe­la con­tra la auto­ri­dad pater­na y el padre insis­te en con­tra­rres­tar la influen­cia del gru­po de ami­gos, a fin de ase­gu­rar que su auto­ri­dad sea res­pe­ta­da por el hijo. Los hijos reite­ra­da­men­te cues­tio­nan la auto­ri­dad pater­na, la des­obe­de­cen y bus­can su auto­no­mía e inde­pen­den­cia, al mis­mo tiem­po que soli­ci­tan afec­to y pro­tec­ción de los padres. Los padres que supo­nían tener una rela­ción y comu­ni­ca­ción estre­cha e inten­sa con los hijos, obser­van que éstas comien­zan a debi­li­tar­se, sien­ten que se pro­du­ce dis­tan­cia­mien­to, ya que los hijos van adqui­rien­do cier­ta liber­tad, se dis­tan­cian, pro­du­cien­do  des­acuer­dos y con­flic­tos en la rela­ción (Torres, 2002). En esta eta­pa, nue­va­men­te la rela­ción más estre­cha del hijo es con la madre, con­se­cuen­cia de la rela­ción ten­sa y hos­til con el padre. Si hay con­flic­tos en la rela­ción de pare­ja el hijo tien­de a soli­da­ri­zar­se con la madre, for­ta­le­cien­do más el víncu­lo con la madre y ale­ján­do­se de la rela­ción con el padre. Esto es más mar­ca­do entre los hijos de pare­jas sepa­ra­dos, legal o físi­ca­men­te.

Los padres ense­ñan a sus hijos a ser mas­cu­li­nos y según Kim­mel (en Val­dés y Ola­va­rría, 1997) la mas­cu­li­ni­dad es vis­ta como una rela­ción de poder: un hom­bre en el poder, un hom­bre con poder, un hom­bre de poder. La mas­cu­li­ni­dad es sinó­ni­mo de for­ta­le­za, éxi­to, capa­ci­dad, con­fian­za y con­trol; bas­tan­tes adje­ti­vos para ser mos­tra­dos en cada acti­tud y com­por­ta­mien­to de los varo­nes.

La mas­cu­li­ni­dad es con­ce­bi­da como lo con­tra­rio a la femi­ni­dad. El hijo debe apren­der a tomar dis­tan­cia de todas aque­llas acti­vi­da­des o acti­tu­des cata­lo­ga­das como feme­ni­nas, como la ter­nu­ra, el llan­to, la sen­si­bi­li­dad, la rea­li­za­ción de tareas domés­ti­cas e inclu­si­ve salir a la calle con la madre a rea­li­zar acti­vi­da­des pro­pias de las muje­res, todas ellas vin­cu­la­das con lo domés­ti­co.

La mas­cu­li­ni­dad tam­bién requie­re una vali­da­ción homo­so­cial. Los hijos deben demos­trar per­pe­tua­men­te su hom­bría para ser apro­ba­dos por otros hom­bres, ya que son ellos quie­nes eva­lúan su desem­pe­ño, por ello es impor­tan­te rea­li­zar las haza­ñas más intré­pi­das en el gru­po de pares, a fin de con­fir­mar su viri­li­dad, hom­bría y mas­cu­li­ni­dad (Ramí­rez, 2008). Para el hijo es impor­tan­te ganar­se la admi­ra­ción, orgu­llo y elo­gios del padre, ya que refuer­za su mas­cu­li­ni­dad.

La mas­cu­li­ni­dad es con­tra­ria a la homo­fo­bia. Según Kim­mel (op.cit.), la emo­ción más des­ta­ca­da de la mas­cu­li­ni­dad es el mie­do, men­cio­na que el temor real de los hom­bres no es hacía las muje­res sino a ser aver­gon­za­dos o humi­lla­dos delan­te de otros hom­bres, o bien, a ser domi­na­dos por hom­bres que son más fuer­tes que ellos, y seña­la este autor que los mie­dos son la fuen­te de los silen­cios de los hom­bres.

El hijo apren­de a ser vio­len­to como un indi­ca­dor evi­den­te de su viri­li­dad. El hijo apren­de a mos­trar­se agre­si­vo y domi­nan­te ante otros hom­bres y a ven­cer­los, ver­bal o físi­ca­men­te, siem­pre debe estar dis­pues­to a la lucha y al plei­to o con­flic­to, para mos­trar­se fuer­te y con poder ante sus pares. Exis­ten algu­nos hom­bres que no les gus­ta ser vio­len­tos, sin embar­go tie­nen que ser­lo, de otra for­ma pier­den el esta­tus ante otros y, peor aún, ante ellos mis­mos (Ramí­rez, 2008).

Según Mar­qués (en Val­dés y Ola­va­rría, 1997) y Cazés (1994), en el hogar los hijos pare­cen haber sido noti­fi­ca­dos de que ellos son impor­tan­tes o supe­rio­res a tra­vés de dis­tin­tos pro­ce­di­mien­tos:

  • Obser­var que el padre en el hogar es la figu­ra más impor­tan­te.
  • Per­ci­bir que el haber teni­do un varón y así dar­le un suce­sor al padre es un orgu­llo para la madre.
  • Reci­bir un tra­to pre­fe­ren­te sobre sus her­ma­nas.
  • Obte­ner un refuer­zo sexual por todo lo que rea­li­za bien, se le dice que es todo un hom­bre­ci­to, por ser res­pon­sa­ble, aten­to, por comer bien, etc., lo que no ocu­rre con las niñas.
  • Estar suje­to a una alter­nan­cia entre ser dis­cul­pa­do por el hecho de ser hom­bre o bien exi­gír­se­le por ser hom­bre.
  • Dar­se cuen­ta de la impor­tan­cia que tie­ne el ser hom­bre, para los fami­lia­res o per­so­nas pró­xi­mas.
  • Tener más alter­na­ti­vas de ocu­pa­cio­nes que las muje­res.
  • Obser­var que en los medios de comu­ni­ca­ción los pape­les impor­tan­tes y pro­ta­go­nis­tas son desem­pe­ña­dos por los hom­bres.

Pos­te­rior­men­te la escue­la, el barrio, el tra­ba­jo y otras ins­ti­tu­cio­nes socia­les irán rati­fi­cán­do­le que ser varón es ser impor­tan­te. Tam­bién pue­de ser que su pro­pio padre le haya dicho explí­ci­ta­men­te que él for­ma par­te de un pres­ti­gio­so colec­ti­vo, el de los hom­bres (Ramí­rez, 2008).

Trabajo, doméstico y extradoméstico

Otro aspec­to es el ámbi­to labo­ral, en los años 60´s la mayo­ría de las muje­res que salían a tra­ba­jar lo hacían sien­do jóve­nes y antes de casar­se o de tener a su pri­mer hijo, pos­te­rior­men­te deja­ban de tra­ba­jar para dedi­car­se a la casa y a los hijos, por­que se enten­día que era par­te del ser hom­bre de bien de los mari­dos el que lle­va­rán el sus­ten­to de su fami­lia. En cam­bio, los varo­nes no tenían elec­ción, ingre­sa­ban al mer­ca­do de tra­ba­jo y allí se que­da­ban, ocu­pa­dos o bus­can­do tra­ba­jo, has­ta su jubi­la­ción o su muer­te.

En la actua­li­dad las muje­res entran y per­ma­ne­cen en el mer­ca­do de tra­ba­jo, igual que los hom­bres, sea cual­quie­ra su situa­ción fami­liar, con una gran dife­ren­cia: que la mayo­ría de ellas no aban­do­nan su jor­na­da de tra­ba­jo en la casa y en la crian­za, son agen­tes de “doble jor­na­da”. La posi­bi­li­dad de las muje­res de obte­ner y con­tro­lar su pro­pio dine­ro y su inde­pen­den­cia, ha sido un motor de cam­bios en la dis­tri­bu­ción del poder con­yu­gal, en la toma de deci­sio­nes, en la edu­ca­ción de los hijos, en la for­ma­ción y diso­lu­ción de sus fami­lias; por ejem­plo, en la dis­mi­nu­ción del núme­ro de miem­bros, en el aumen­to de unio­nes con­sen­sua­das y en la pos­ter­ga­ción de la edad para casar­se.

La pér­di­da de popu­la­ri­dad del casa­mien­to civil y reli­gio­so, las bodas de novias emba­ra­za­das, el naci­mien­to de hijos extra­ma­tri­mo­nia­les, el aumen­to de sepa­ra­cio­nes y divor­cios son trans­for­ma­cio­nes socia­les que han teni­do pro­fun­dos efec­tos sobre la estruc­tu­ra fami­liar, por ejem­plo: pare­jas que eli­gie­ron no tener hijos, muje­res sol­te­ras con hijos, pare­jas con hijos adop­ta­dos, fami­lias com­pues­tas por madre e hijos, padres sepa­ra­dos que com­par­ten la tenen­cia de sus hijos y con­vi­ven con ellos en sus res­pec­ti­vos domi­ci­lios algu­nos días de la sema­na, hoga­res (los menos) con un padre y sus hijos, hoga­res ensam­bla­dos o recons­ti­tui­dos y hoga­res enca­be­za­dos por muje­res que son las prin­ci­pa­les pro­vee­do­ras eco­nó­mi­cas.

Wai­ner­man (2000) encon­tró una aso­cia­ción entre la jor­na­da de tra­ba­jo de las muje­res y la del ser­vi­cio domés­ti­co remu­ne­ra­do, lo que sugie­re que las esposas/madres de hoy pagan su rem­pla­zo como tales, lo que no ocu­rría con sus pro­pias madres. Es intere­san­te obser­var los cam­bios que los varo­nes han teni­do en el papel de padre, defi­ni­do ante­rior­men­te solo como pro­vee­dor, para aho­ra incluir otras acti­vi­da­des, como el del tra­ba­jo domés­ti­co y el de la crian­za (Tena y Jimé­nez, en Ramí­rez y Uri­be, 2008).

No obs­tan­te estos cam­bios, las muje­res gene­ral­men­te siguen pen­san­do que la res­pon­sa­bi­li­dad mas­cu­li­na es lle­var el dine­ro a la casa y la feme­ni­na el tra­ba­jo domés­ti­co y la crian­za de los hijos; de igual mane­ra la visión mas­cu­li­na es que el ámbi­to de lo domés­ti­co es con­ce­bi­do como feme­nino y el papel de pro­vee­dor se per­ci­be como típi­ca­men­te mas­cu­lino. Los hom­bres men­cio­nan que cuan­do las muje­res tra­ba­jan en acti­vi­da­des extra­do­més­ti­cas, lo hacen para cola­bo­rar en las tareas de la casa y no por­que les corres­pon­da hacer­lo (Torres, 2002, Ramí­rez, 2008). En oca­sio­nes los varo­nes se opo­nen al tra­ba­jo extra­do­més­ti­co de las muje­res por­que ellas podrían des­cui­dar la casa y los hijos (Figue­roa y Lien­dro, 1994, en Gar­cía, 1999). Las creen­cias y opi­nio­nes siguen ancla­das a los mode­los tra­di­cio­na­les y a pesar de que los varo­nes expre­san su deseo de mayor cer­ca­nía con sus hijos, la divi­sión sexual del tra­ba­jo que adju­di­ca la res­pon­sa­bi­li­dad de la crian­za a la madre per­ma­ne­ce esta­ble, como tam­bién se pue­de obser­var en el estu­dio de Rivas y Amu­chás­te­gui (1999), quie­nes encuen­tran que las par­ti­ci­pan­tes men­cio­nan que la madre tie­ne una espe­cie de cono­ci­mien­to intui­ti­vo sobre la crian­za, que el padre no tie­ne, por tan­to los hijos son como pro­pie­dad y obli­ga­ción mater­na.

Sin embar­go, las trans­for­ma­cio­nes que se han pre­sen­ta­do en las rela­cio­nes de tra­ba­jo, cues­tio­nan el papel de pro­vee­dor y auto­ri­dad del varón den­tro de la fami­lia, y han gene­ra­do cam­bios en las rela­cio­nes de poder entre hom­bre y muje­res. Estos cam­bios se acen­túan por­que las muje­res que ya han entra­do al ámbi­to extra­do­més­ti­co, rara vez regre­san al tra­ba­jo domés­ti­co y por­que las muje­res jóve­nes comien­zan a con­di­cio­nar su rela­ción de pare­ja a su acti­vi­dad labo­ral y/o pro­fe­sio­nal. Tam­bién se encuen­tra que los cam­bios socio­eco­nó­mi­cos han impac­ta­do de for­ma impor­tan­te la vida fami­liar debi­do a la par­ti­ci­pa­ción de los padres en la crian­za y en la socia­li­za­ción de sus hijos e hijas.

Ola­va­rría (en Fuller, 2000) men­cio­na que, tra­di­cio­nal­men­te, pro­veer es una res­pon­sa­bi­li­dad y una obli­ga­ción que tie­ne el padre para con la mujer y los hijos; no depen­de de su volun­tad hacer­lo, le ha sido incul­ca­do des­de siem­pre y es par­te de sus viven­cias. Pro­veer es sen­ti­do como una exi­gen­cia que nace con el hecho de ser varón y va a la par de su desa­rro­llo mas­cu­lino; el varón debe asu­mir este papel al comen­zar a con­vi­vir y tener un hijo sin que nadie se lo ten­ga que decir o recor­dar. Ser pro­vee­dor sig­ni­fi­ca apor­tar el dine­ro para que el hogar fun­cio­ne, dán­do­le sus­ten­to, pro­tec­ción y edu­ca­ción a la fami­lia, dán­do­le una mejor cali­dad de vida. Gene­ral­men­te el padre sien­te que la con­tri­bu­ción eco­nó­mi­ca que hace al hogar, es reco­no­ci­da por su mujer y sus hijos, y que es gra­cias a este apor­te que la fami­lia pue­de tener un buen nivel de sub­sis­ten­cia. Para los varo­nes su tra­ba­jo es una satis­fac­ción y bien­es­tar; se sien­ten bien tra­ba­jan­do, pre­ci­sa­men­te por­que ello les per­mi­te ser pro­vee­do­res, ganar su dine­ro y lle­gar al hogar para satis­fa­cer las nece­si­da­des de su fami­lia, aun­que muchas veces no es sufi­cien­te para brin­dar la cali­dad de vida que qui­sie­ran, lo cual les pue­de pro­du­cir frus­tra­ción, dolor y baja auto­es­ti­ma (Tena y Jimé­nez, en Ramí­rez y Uri­be, 2008).

Según el mode­lo de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca, los hom­bres son del tra­ba­jo. De allí que el tra­ba­jo sig­ni­fi­ca para el varón auto­ri­dad, poder y pres­ti­gio; por lo tan­to, cuan­do su espo­sa ingre­sa al tra­ba­jo extra­do­més­ti­co se gene­ran en él diver­sas con­tra­dic­cio­nes (Ramí­rez, 2008), aho­ra esa auto­ri­dad, pres­ti­gio y poder es com­par­ti­do con ella, aho­ra ambos ten­drán que tomar deci­sio­nes, y al mis­mo tiem­po él rea­li­za­rá labo­res que asu­mía como feme­ni­nas, de tal for­ma que rea­li­za un tra­ba­jo poco valo­ri­za­do y cons­tan­te­men­te esta­rá sien­do cues­tio­na­do por las ins­ti­tu­cio­nes socia­les que vigi­lan el cum­pli­mien­to del mode­lo hege­mó­ni­co, empe­zan­do por su fami­lia de ori­gen. Gut­mann (en Fuller, 2000) seña­la que la acti­vi­dad de la mujer en el tra­ba­jo extra­do­més­ti­co y en los movi­mien­tos socia­les ha pro­vo­ca­do cam­bios en los sig­ni­fi­ca­dos y en las prác­ti­cas aso­cia­das con la crian­za de la madre y del padre. Lo que ha gene­ra­do diver­sas con­tra­dic­cio­nes en las rela­cio­nes entre los géne­ros, debi­do a la mayor auto­no­mía e inde­pen­den­cia de las muje­res y a la nece­si­dad de replan­tear la dis­tri­bu­ción de las tareas domés­ti­cas y la par­ti­ci­pa­ción de los varo­nes en la crian­za.

Bonino (2000), men­cio­na algu­nas de las con­clu­sio­nes que se han deri­va­do de las inves­ti­ga­cio­nes sobre la par­ti­ci­pa­ción de los varo­nes en las tareas domés­ti­cas, por ejem­plo que los varo­nes tra­ba­jan en la casa cuan­do no tie­nen otra alter­na­ti­va, cuan­do la pare­ja está ausen­te, tra­ba­jan por­que no tie­nen otra opción; si la mujer se hace pre­sen­te, él vuel­ve al esta­do de poca acti­vi­dad; en Espa­ña encuen­tra que el 85% de los varo­nes con­si­de­ra que la mujer tie­ne dere­cho a tra­ba­jar fue­ra de casa, sin embar­go solo el 40% cree que las tareas domés­ti­cas deban repar­tir­se, es decir, un 45% cree que la mujer tie­ne dere­cho a tra­ba­jar sin des­cui­dar las labo­res domés­ti­cas, o bien, que ella sabrá si paga por­que otra mujer le “ayu­de” a rea­li­zar las labo­res domés­ti­cas que son su res­pon­sa­bi­li­dad.

Algu­nos hom­bres mani­fies­tan que ayu­dan en las labo­res domés­ti­cas, pero no nece­sa­ria­men­te com­par­ten las res­pon­sa­bi­li­da­des domés­ti­cas, aun­que sus espo­sas tam­bién desem­pe­ñen acti­vi­da­des remu­ne­ra­das (Her­nán­dez, 1996). En lo que se refie­re a la par­ti­ci­pa­ción de hijos e hijas en las acti­vi­da­des domés­ti­cas se ha encon­tra­do un patrón más igua­li­ta­rio, en espe­cial en los sec­to­res popu­la­res. No obs­tan­te, la cul­tu­ra mas­cu­li­na esta­ble­ce que el varón debe evi­tar las tareas domés­ti­cas por­que corre el ries­go de adqui­rir ras­gos feme­ni­nos y que debi­do a las exi­gen­cias de tra­ba­jo le dejan poco espa­cio para com­par­tir tiem­po con los hijos, lo cual jus­ti­fi­ca su poca par­ti­ci­pa­ción en la crian­za: es más impor­tan­te man­te­ner­los que con­vi­vir con ellos.  Algu­nos padres son cons­cien­tes de esta con­tra­dic­ción y decla­ran que no les dan a sus hijos e hijas la can­ti­dad de tiem­po y dedi­ca­ción que ellos desea­rían, y que saben ellos y ellas nece­si­tan, pero o tra­ba­jan para man­te­ner­los o con­vi­ven más con ellos (Sal­gue­ro, en Ramí­rez y Uri­be, 2008).

Sin embar­go, algu­nos hom­bres están expe­ri­men­tan­do su inser­ción en el ámbi­to domés­ti­co y esto no les ha gene­ra­do sen­tir­se menos hom­bres o femi­ni­zar­se, varios de ellos asu­men que este tipo de tra­ba­jo debe ser una acti­vi­dad com­par­ti­da y que el ocu­par­se de estas labo­res les ha dado la opor­tu­ni­dad de demos­tra­se que tam­bién tie­nen otras habi­li­da­des y que son capa­ces de con­tra­rres­tar los cues­tio­na­mien­tos fami­lia­res y socia­les por rea­li­zar tales acti­vi­da­des. No obs­tan­te, aun­que ha habi­do cam­bios impor­tan­tes, no pode­mos hablar de una igual­dad en el tra­ba­jo domés­ti­co, ya que tan­to hom­bres como muje­res siguen atra­pa­dos a una divi­sión sexual del tra­ba­jo basa­da en la bio­lo­gía (Lia­ño, 2000); la mujer se sien­te cul­pa­ble por des­cui­dar la crian­za de los hijos y su tra­ba­jo domés­ti­co, pero no está dis­pues­ta a aban­do­nar su tra­ba­jo extra­do­més­ti­co, el cual le brin­da una valo­ra­ción y desa­rro­llo per­so­nal que antes no tenía (Mon­te­si­nos, 2002); y el varón se con­cep­tua­li­za como buen espo­so y padre, por con­tri­buir al tra­ba­jo domés­ti­co y a la crian­za, y está con­for­me con la con­tri­bu­ción que la espo­sa hace al gas­to fami­liar, sin embar­go sigue pen­san­do que ella es la encar­ga­da del tra­ba­jo domés­ti­co, y que por que­rer­se rea­li­zar afec­ta la diná­mi­ca fami­liar, requi­rien­do de él una mayor par­ti­ci­pa­ción en ámbi­tos antes con­si­de­ra­dos exclu­si­va­men­te feme­ni­nos.

Paternidad y crianza

En cues­tión de la crian­za, tra­di­cio­nal­men­te se ha pen­sa­do que a la madre le corres­pon­de cui­dar, aten­der, com­pren­der, enten­der, escu­char, que­rer, amar y tener pacien­cia, en tan­to que al padre le toca guiar, pro­te­ger, sos­te­ner, acon­se­jar y com­par­tir.

Sobre el tema de la pater­ni­dad se han rea­li­za­do diver­sos estu­dios en los cua­les se han des­cri­to aque­llos aspec­tos que la con­for­man, por ejem­plo des­de hace varias déca­das, Ríos (1980) esta­ble­ció que el ejer­ci­cio de la pater­ni­dad invo­lu­cra­ba ser el mode­lo de iden­ti­fi­ca­ción para el hijo e hija, ser el mode­lo de mas­cu­li­ni­dad para el hijo, esta­ble­cer un lide­raz­go en el inte­rior de la fami­lia, ser el cau­ce idó­neo (aun­que no el úni­co y exclu­si­vo) para esta­ble­cer la aper­tu­ra del hijo hacia la socie­dad y desa­rro­llar una for­ma­ción con­cre­ta en la vida del hijo (dan­do segu­ri­dad, ofre­cien­do un códi­go de valo­res, ejer­cien­do la auto­ri­dad, una dis­ci­pli­na amo­ro­sa y ayu­dan­do al logro de la iden­ti­dad per­so­nal en el hijo e hija). Sin embar­go, encon­tra­mos que entre los aspec­tos que este autor invo­lu­cra en la pater­ni­dad no se men­cio­na el sos­tén eco­nó­mi­co y éste ha sido el aspec­to que gene­ral­men­te se ha pri­vi­le­gia­do en el ejer­ci­cio de esta acti­vi­dad.

Los hom­bres en su papel de padres han asu­mi­do que la res­pon­sa­bi­li­dad prin­ci­pal de ser padres es tra­ba­jar para dar el apo­yo eco­nó­mi­co nece­sa­rio para la manu­ten­ción de sus hijos, se ha pri­vi­le­gia­do este aspec­to sobre cual­quier otro; pare­cie­ra ser que todas aque­llas acti­vi­da­des que se rela­cio­nan con la edu­ca­ción y la for­ma­ción de los hijos se han divi­di­do de mane­ra exclu­yen­te y tajan­te entre la madre y el padre, y se ha enten­di­do que exis­ten cier­tas acti­vi­da­des que son pro­pias de las madres y otras de los padres, y que estas son exclu­yen­tes. Así, a los padres se les ha con­fe­ri­do la manu­ten­ción y a las madres el cui­da­do, for­ma­ción y repro­duc­ción de valo­res, de mode­los gené­ri­cos y dis­ci­pli­na, este mode­lo pare­cie­ra estar dado tan sólo por el sexo de los padres. Sin embar­go, esta for­ma de rela­cio­nar­se con los hijos e hijas ha veni­do cam­bian­do con la par­ti­ci­pa­ción de la mujer en el ámbi­to labo­ral, ya que ha teni­do que dele­gar acti­vi­da­des pro­pias del hogar, ante­rior­men­te su úni­co medio de desa­rro­llo (Vive­ros, en Ramí­rez y Uri­be, 2008): el varón se ha ocu­pa­do más del ambien­te fami­liar, inclu­yen­do acti­vi­da­des del hogar y de la edu­ca­ción de los hijos e hijas, esto le ha dado la opor­tu­ni­dad de replan­tear su actua­ción como hom­bre y como padre; se ha invo­lu­cra­do, for­zo­sa o volun­ta­ria­men­te, en el cui­da­do de los hijos e hijas, y para muchos ha sido una expe­rien­cia nue­va y gra­ti­fi­can­te, que les ha per­mi­ti­do explo­rar nue­vas for­mas de rela­ción con sus hijos y con su pare­ja, e idear nue­vas for­mas de ser hom­bres y de ser padres. 

De Keij­zer (en Fuller, 2000) refie­re un tipo de padres que podría ser des­cri­to como una espe­cie en cons­truc­ción en Méxi­co y corres­pon­de a la de los padres que pre­ten­den ser igua­li­ta­rios. Estos hom­bres son a veces obje­to de bur­las y des­ca­li­fi­ca­cio­nes en la cul­tu­ra mexi­ca­na como una for­ma de con­tro­lar y des­ani­mar el cam­bio en las rela­cio­nes de géne­ro. Por lo tan­to, es intere­san­te con­si­de­rar y estu­diar a aque­llos padres que no obs­tan­te la exis­ten­cia de estas nor­mas, han expe­ri­men­ta­do una nue­va for­ma de rela­cio­nar­se con sus hijos y con sus hijas, en don­de han asu­mi­do la res­pon­sa­bi­li­dad, no sólo eco­nó­mi­ca, que repre­sen­ta el tener un hijo y/o una hija, en don­de se ocu­pan de su for­ma­ción, de ayu­dar­los a cre­cer, a desa­rro­llar­se y con ello a cre­cer y desa­rro­llar­se ellos mis­mos en su pater­ni­dad y en su mas­cu­li­ni­dad. Padres que han amplia­do y desa­rro­lla­do su ser hom­bre, sin com­pe­tir con la espo­sa y con la madre, sin debi­li­tar su mas­cu­li­ni­dad, tenien­do un espec­tro más amplio de lo que es ser hom­bre (Ramí­rez, en Ramí­rez y Uri­be, 2008).

Caminando hacia la equidad

Aún sub­sis­ten impor­tan­tes obs­tácu­los para lograr la igual­dad entre el tra­ba­jo asa­la­ria­do y las labo­res domés­ti­cas, debi­do a las estruc­tu­ras sexis­tas y de apo­yo fami­liar que redu­cen a la mujer al ámbi­to de la vida pri­va­da. Sin embar­go, es en las labo­res domés­ti­cas en don­de se ha veni­do rene­go­cian­do la estruc­tu­ra de la vida fami­liar pri­va­da; las labo­res del hogar se han con­ver­ti­do en la línea divi­so­ria sobre la que hom­bres y muje­res nego­cian, situa­ción que se está ajus­tan­do len­ta­men­te en las estruc­tu­ras labo­ra­les fue­ra de la fami­lia (Edgar y Gle­zer, 1994). Des­de la pers­pec­ti­va de géne­ro se pue­de men­cio­nar que la acti­vi­dad, ya sea públi­ca (tra­ba­jo asa­la­ria­do) o pri­va­da (tra­ba­jo domés­ti­co), úni­ca­men­te seña­la la ubi­ca­ción de los miem­bros del hogar de dis­tin­to sexo en espa­cios socia­les espe­cí­fi­cos y que esto no debie­ra aso­ciar­se a jerar­quías que per­mi­tan la domi­na­ción mas­cu­li­na.

Las muje­res, aun y cuan­do han inva­di­do acti­vi­da­des antes exclu­si­vas de los hom­bres, no han dis­mi­nui­do su tra­ba­jo en la domes­ti­ci­dad y mater­ni­dad. Den­tro del hogar rea­li­zan otras tareas que aho­ra com­par­ten con sus cón­yu­ges, femi­ni­zan­do acti­vi­da­des tra­di­cio­nal­men­te mas­cu­li­nas, tales como las rela­cio­na­das con la jar­di­ne­ría, el man­te­ni­mien­to de la casa en cues­tio­nes de cons­truc­ción, plo­me­ría, etc. Tam­bién encon­tra­mos cam­bios en otros ámbi­tos, has­ta hace poco cuan­do se hacían inves­ti­ga­cio­nes, gene­ral­men­te se hacían con sólo uno de los miem­bros de la pare­ja con­yu­gal, depen­dien­do del carác­ter de la inves­ti­ga­ción: si se rela­cio­na­ba con los ingre­sos eco­nó­mi­cos, el tra­to era con el espo­so, si se rela­cio­na­ba con los pro­ce­sos de fecun­di­dad era con la espo­sa. En muchos hoga­res esto ha cam­bia­do, ya que actual­men­te, en varias fami­lias, ambos cón­yu­ges tie­nen los dos tipos de infor­ma­ción. 

Tam­po­co pode­mos hablar de una igual­dad en el ámbi­to domés­ti­co por­que, si la mujer no rea­li­za o deja de rea­li­zar un tra­ba­jo extra­do­més­ti­co, la divi­sión del tra­ba­jo vuel­ve a los patro­nes ori­gi­na­les, asu­mien­do la mis­ma des­igual­dad en la valo­ra­ción del tra­ba­jo domés­ti­co y extra­do­més­ti­co. No obs­tan­te que la espo­sa ten­ga un tra­ba­jo extra­do­més­ti­co, los varo­nes siguen deci­dien­do la acti­vi­dad domés­ti­ca que van a rea­li­zar y cuál no; ellos ayu­dan en lo que quie­ren, no siem­pre en lo que es nece­sa­rio hacer, y deman­dan a la mujer que ella reali­ce lo que ellos han deci­di­do no hacer; en oca­sio­nes usan como jus­ti­fi­ca­ción que ellos las han deja­do tra­ba­jar y como con­tra­par­te ellas deben rea­li­zar las acti­vi­da­des deci­di­das por ellos en el hogar; la mujer, como agra­de­ci­mien­to a la auto­ri­za­ción que el espo­so le ha dado para tra­ba­jar, asu­me las tareas del hogar que él no quie­re hacer. Her­nán­dez (1996) plan­tea que la apa­ri­ción de la figu­ra mas­cu­li­na en los ámbi­tos domés­ti­cos es pro­duc­to de una serie de arre­glos que son pro­mo­vi­dos por las com­pa­ñe­ras, enca­mi­na­dos a orga­ni­zar y ges­tio­nar recur­sos para enfren­tar las acti­vi­da­des del tra­ba­jo domés­ti­co. 

En cuan­to a la vida en fami­lia, encon­tra­mos que los varo­nes se han invo­lu­cra­do en la crian­za y han dis­fru­ta­do la rela­ción con sus hijos e hijas, de ahí que se gene­re un nue­vo con­cep­to de pater­ni­dad y que se pro­pon­gan dife­ren­tes mode­los, no exis­tien­do un úni­co y exclu­si­vo mode­lo de ser padre, sino que se ve a la pater­ni­dad como un pro­ce­so de rela­ción, en el que la iden­ti­dad de los par­ti­ci­pan­tes se va cons­tru­yen­do y recons­tru­yen­do, en don­de se pue­de apren­der bila­te­ral­men­te, replan­tean­do cons­tan­te­men­te nue­vas for­mas de ver y vivir la reali­dad, tan como lo plan­teó Figue­roa (1996). 

Esta defi­ni­ción de pater­ni­dad, pro­pues­ta por Figue­roa, invo­lu­cra dife­ren­tes aspec­tos —tan diver­sos que es difí­cil hablar de un sólo mode­lo de pater­ni­dad— en don­de se rela­cio­nan dos per­so­nas dife­ren­tes y en cons­tan­te cam­bio. La pater­ni­dad invo­lu­cra un con­jun­to de rela­cio­nes posi­bles en diver­sas áreas o aspec­tos, tales como rela­cio­nes de afec­to; de cui­da­do; de con­duc­ción, edu­ca­ción y direc­ción; de pro­vee­dor eco­nó­mi­co; rela­cio­nes de jue­go y diver­sión; auto­ri­dad; tras­cen­den­cia; for­ma­do­res de iden­ti­da­des y apren­di­za­je recí­pro­co. Un mode­lo ideal de padre sería aquel que com­bi­ne de for­ma armo­nio­sa todas estas áreas en la crian­za y cui­da­do de su hijo y/o hija.

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Notas

1. Pro­fe­so­ra Titu­lar C ads­cri­ta a la Divi­sión de Inves­ti­ga­ción y Pos­gra­do de la Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la, UNAM Correo elec­tró­ni­co lauratv@unam.mx