El cruce entre psicoanálisis y género Descargar este archivo (El cruce entre psicoanálisis y género.pdf)

Jacqueline Elizabeth Bochar Pizarro1

Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco

Resu­men

Este artícu­lo abor­da algu­nos de los pro­ble­mas de ses­go de géne­ro que se pue­den pre­sen­tar en la prác­ti­ca del psi­co­aná­li­sis. El sis­te­ma sexo/género al que está suje­to el ana­lis­ta y sus ideas de géne­ro pue­den inci­dir en el tipo de inter­pre­ta­cio­nes que se le rea­li­zan a los pacien­tes.

Pala­bras cla­ve: prác­ti­ca del psi­co­aná­li­sis,  géne­ro, pers­pec­ti­va de géne­ro, inter­pre­ta­ción.

 

Abs­tract

This arti­cle dis­cus­ses some of the pro­blems of gen­der bias that may ari­se in the prac­ti­ce of psy­choa­naly­sis. The sex/gender sys­tem and gen­der ideas may influen­ce the kind of inter­pre­ta­tions that are made to patients.

Key words: Prac­ti­ce of psy­choa­naly­sis, Gen­der, Gen­der pers­pec­ti­ve, Inter­pre­ta­tion.

Introducción

Den­tro de las cien­cias socia­les exis­ten algu­nas inves­ti­ga­cio­nes sobre las prác­ti­cas en el ámbi­to de la salud que han vuel­to visi­bles las rela­cio­nes de géne­ro en estos espa­cios, demos­tran­do cómo inci­den los este­reo­ti­pos de géne­ro del pro­fe­sio­nal en la prác­ti­ca que rea­li­za (Bur­man, 1990; Worrel, 2000). Muchos de estos estu­dios mues­tran cómo a menu­do en sus inter­ven­cio­nes e inves­ti­ga­cio­nes los pro­fe­sio­na­les refuer­zan las des­igual­da­des tra­di­cio­na­les, en lo social y en lo cul­tu­ral, repro­du­cien­do este­reo­ti­pos de géne­ro. Así, las creen­cias y los este­reo­ti­pos y pre­jui­cios de géne­ro de las y los pro­fe­sio­na­les de cual­quier ámbi­to atra­vie­san la prác­ti­ca que se rea­li­za tan­to con hom­bres como con muje­res.

Por otra par­te, en el cam­po de la psi­co­lo­gía hay inves­ti­ga­cio­nes que aler­tan sobre los ses­gos andro­cén­tri­cos y sexis­tas y la impor­tan­cia de intro­du­cir los temas de géne­ro y los estu­dios femi­nis­tas (Weiss­tein, 1968; Ferrer y Bosch, 2005; Cabru­ja, 2008). La Orga­ni­za­ción Pan­ame­ri­ca­na de la Salud (ops) ha publi­ca­do reco­men­da­cio­nes don­de con­si­de­ra de suma impor­tan­cia incluir la pers­pec­ti­va de géne­ro en los aná­li­sis para la igual­dad del sec­tor salud: “La equi­dad de géne­ro en mate­ria de salud debe apo­yar­se en su pro­pio fun­da­men­to, a saber: la ausen­cia de ses­go” (ops, Sen et al., 2005).

El psicoanálisis no escapa a dicha posibilidad

Este artícu­lo es una refle­xión a par­tir de mi inves­ti­ga­ción doc­to­ral rea­li­za­da duran­te los años 2009 a 2012 para la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma Metro­po­li­ta­na en Méxi­co: La cate­go­ría de géne­ro en la prác­ti­ca con­tem­po­rá­nea del psi­co­aná­li­sis. Caso Uru­guay.

Dicha inves­ti­ga­ción visua­li­za la prác­ti­ca de psi­co­ana­lis­tas en temas cen­tra­les como es el de la inter­pre­ta­ción de la vio­len­cia de géne­ro, la homo­se­xua­li­dad y el abu­so sexual. Se aten­die­ron las pro­pues­tas de Janet Hyde (1995) y María del Mar Gar­cía Cal­ven­te (2009) que, si bien se refie­ren a un méto­do de aná­li­sis dise­ña­do para detec­tar ses­gos de géne­ro en la inves­ti­ga­ción, pue­den ser apli­ca­das para detec­tar ses­gos de géne­ro en las prác­ti­cas e inter­ven­cio­nes.

Par­tí de la revi­sión del mode­lo teó­ri­co psi­co­ana­lí­ti­co freu­diano y su tras­fon­do, para lue­go ana­li­zar la for­ma en que los temas seña­la­dos se inter­pre­ta­ban en la prác­ti­ca. En ella plan­teo que si el mode­lo teó­ri­co del que se par­te tie­ne ses­gos andro­cén­tri­cos y sexis­tas, su apli­ca­ción pue­de repro­du­cir esos ses­gos. Para esto con­si­de­ré de impor­tan­cia el aná­li­sis de los artícu­los freu­dia­nos que hacen refe­ren­cia a la femi­nei­dad y las dife­ren­cias entre lo mas­cu­lino y lo feme­nino, por­que es allí don­de quien lee pue­de obser­var el andro­cen­tris­mo, que es uno de los ses­gos de géne­ro. Cuan­do digo andro­cen­tris­mo me refie­ro a la iden­ti­fi­ca­ción de lo mas­cu­lino con lo humano en gene­ral (Gar­cía Cal­ven­te, 2009).  Esta tarea ya había sido empren­di­da de dis­tin­tas for­mas por dife­ren­tes muje­res psi­co­ana­lis­tas que habían inten­ta­do mos­trar con mucha des­tre­za que exis­tió en el crea­dor del psi­co­aná­li­sis una mira­da “mas­cu­li­na” hacia las muje­res (Cho­do­row,  en Ingla­te­rra; Mit­chell, en Fran­cia; Ben­ja­min, en Esta­dos Uni­dos; Dio Bleich­mar, Giber­ti, Meller y Burín, en Argen­ti­na). Pero nin­gu­na había inves­ti­ga­do sobre cómo ope­ra este ses­go en la prác­ti­ca.

La expe­rien­cia de inves­ti­ga­ción de cam­po la reali­cé revi­san­do los escri­tos publi­ca­dos en los últi­mos diez años por la Fede­ra­ción Psi­co­ana­lí­ti­ca de Amé­ri­ca Lati­na y entre­vis­tan­do a die­ci­séis psi­co­ana­lis­tas de dos ins­ti­tu­cio­nes de for­ma­ción de psi­co­ana­lis­tas de Mon­te­vi­deo, Uru­guay: la Aso­cia­ción Psi­co­ana­lí­ti­ca del Uru­guay (apu) y la Aso­cia­ción Uru­gua­ya de Psi­co­te­ra­pia Psi­co­ana­lí­ti­ca (audepp).  La selec­ción se reali­zó con­si­de­ran­do igual can­ti­dad de hom­bres que de muje­res de dis­tin­tas fran­jas eta­rias: de entre 40 y 50 años y de entre 50 y 60. En prin­ci­pio tam­bién había inten­ción de entre­vis­tar per­so­nas más jóve­nes, pero no había egre­sa­dos meno­res a 40 años en dichas ins­ti­tu­cio­nes. Este cri­te­rio fue toma­do en fun­ción de que la per­te­nen­cia gene­ra­cio­nal podría estar influ­yen­do en sus ideas de géne­ro, cosa que lue­go se com­pro­bó no inci­día.

La selec­ción se hizo al azar a tra­vés del lis­ta­do de los miem­bros de las ins­ti­tu­cio­nes.

Se eli­gie­ron estas dos ins­ti­tu­cio­nes por­que la pri­me­ra es repre­sen­tan­te ofi­cial del psi­co­aná­li­sis en Uru­guay, filial de la Aso­cia­ción Psi­co­ana­lí­ti­ca Inter­na­cio­nal (api) y la segun­da no.

Ade­más se rea­li­za­ron entre­vis­tas por fue­ra de la mues­tra con dos emi­nen­tes psi­co­ana­lis­tas que han escri­to y dic­ta­do semi­na­rios sobre temas afi­nes a esta inves­ti­ga­ción y fue­ron ele­gi­dos como inter­lo­cu­to­res. Tam­bién se hicie­ron entre­vis­tas con per­so­nas que esta­ban direc­ta­men­te invo­lu­cra­das con el dise­ño del pro­gra­ma de for­ma­ción de psi­co­ana­lis­tas en dichas ins­ti­tu­cio­nes.

Se eli­gió el caso Uru­guay por­que es uno de los tres mode­los que la Aso­cia­ción Psi­co­ana­lí­ti­ca Inter­na­cio­nal ava­la para la for­ma­ción de los psi­co­ana­lis­tas en el mun­do.

El obje­ti­vo de este artícu­lo es fomen­tar la refle­xión de la prác­ti­ca de los psi­co­ana­lis­tas a par­tir de los hallaz­gos de la  inves­ti­ga­ción cita­da.

Sobre la práctica

La prác­ti­ca del psi­co­aná­li­sis se pue­de cono­cer a tra­vés de los casos y escri­tos pre­sen­ta­dos en con­gre­sos, sim­po­sios y jor­na­das psi­co­ana­lí­ti­cas; en super­vi­sio­nes colec­ti­vas, en pre­sen­ta­cio­nes clí­ni­cas de caso, así como tam­bién a tra­vés de las anéc­do­tas de la prác­ti­ca que los psi­co­ana­lis­tas cuen­tan en las entre­vis­tas.

Sin embar­go, intere­sa seña­lar que en la revi­sión de la biblio­gra­fía, no se halla­ron inves­ti­ga­cio­nes don­de se ana­li­za­ra la inci­den­cia del orden de géne­ro en la prác­ti­ca de los y las psi­co­ana­lis­tas. Aun­que se ha escri­to y se refle­xio­na mucho sobre temá­ti­cas teó­ri­cas en rela­ción a la téc­ni­ca, se con­si­de­ra el tema de la trans­fe­ren­cia, la posi­ción del ana­lis­ta, el deseo del ana­lis­ta y tam­bién, en  menor esca­la, sobre la sexua­li­dad feme­ni­na y el com­ple­jo de Edi­po feme­nino.  Tam­bién exis­ten inves­ti­ga­cio­nes finan­cia­das por la Aso­cia­ción Psi­co­ana­lí­ti­ca Inter­na­cio­nal (api o ipa, por sus siglas en inglés) que inda­gan sobre los efec­tos del psi­co­aná­li­sis (Ber­nar­di, 2002) y las varia­das cau­sas de dife­ren­tes tras­tor­nos psí­qui­cos (Lar­ti­gue et al., 2008). Y muchos escri­tos teó­ri­cos sobre temas de géne­ro y dife­ren­cia sexual. Pero no se encon­tra­ron inves­ti­ga­cio­nes sobre las rela­cio­nes de géne­ro en el con­sul­to­rio, qué pasa con el sexo y con el géne­ro del o la psi­co­ana­lis­ta y su pacien­te; des­de qué refe­ren­tes pien­sa lo que inter­pre­ta de y hacia hom­bres y muje­res y cómo su pos­tu­ra y su inser­ción en el sis­te­ma de sexo/género podría inci­dir en las inter­pre­ta­cio­nes que rea­li­za.

El géne­ro ha sido pro­ble­ma­ti­za­do al inte­rior del psi­co­aná­li­sis por lo menos des­de la déca­da del 1950 a par­tir de las apor­ta­cio­nes de Robert Sto­ller. Pos­te­rior­men­te, algu­nas psi­co­ana­lis­tas reto­ma­ron las dis­cu­sio­nes que habían ini­cia­do sus pre­de­ce­so­ras (Karen Hor­ney, Ham­bur­go, 1885-Nue­va York, 1952; Sabi­na Spiel­rein, Rusia, 1885-Unión Sovié­ti­ca, 1942; Mela­nie Klein, Vie­na, 1882-Lon­dres, 1960) e intro­du­je­ron apor­tes de Simo­ne de Beau­voir y de los estu­dios femi­nis­tas para dis­cu­tir no solo el com­ple­jo de Edi­po feme­nino, sino tam­bién las ten­den­cias andro­cén­tri­cas y sexis­tas de la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca (Mit­chell, 1979; Cho­do­row, 1984; Ben­ja­min, 1988; Hajer, 1993; Dio Bleich­mar et al., 1996; Ali­za­de, 2002).

Las alu­sio­nes que el tema de géne­ro des­pier­ta en rela­ción con el femi­nis­mo, del cual es here­de­ro, tal vez estén entre las razo­nes del recha­zo que, se obser­va, oca­sio­na en muchos casos; aun­que —como se vio en esta inves­ti­ga­ción— no son las úni­cas. ¿Por qué a los y las psi­co­ana­lis­tas les da tra­ba­jo asu­mir que sus ideas del géne­ro actúan en las inter­pre­ta­cio­nes? ¿Por qué la difi­cul­tad para con­si­de­rar­lo como cate­go­ría de aná­li­sis? ¿Por qué la difi­cul­tad de incluir­lo como una varia­ble  más de las que atra­vie­san la trans­fe­ren­cia?

Mos­trar lo que se hace en el diván no es fácil, ya que quien lo hace se expo­ne a la crí­ti­ca y en algu­nos casos tam­bién podría enfren­tar­se al jui­cio por par­te de su comu­ni­dad aca­dé­mi­ca. Entre los psi­co­ana­lis­tas, la prác­ti­ca solo se des­ta­pa en las ins­tan­cias de for­ma­ción y en el ámbi­to de la super­vi­sión de casos, el cual es habi­tual­men­te redu­ci­do y con­fi­den­cial. Cuan­do se expo­ne en sim­po­sios y con­gre­sos no se actúa de la mis­ma for­ma.

Esta reser­va enfa­ti­za la nece­si­dad de pro­te­ger la iden­ti­dad e inti­mi­dad del o la pacien­te, pero tam­bién está pre­sen­te la con­sig­na —explí­ci­ta o no— de pre­ser­var la ins­ti­tu­ción del psi­co­aná­li­sis y a los pro­pios psi­co­ana­lis­tas. Los con­tro­les con­ti­núan aún des­pués de que un psi­co­ana­lis­ta es habi­li­ta­do como tal por su ins­ti­tu­ción.2 Ins­tan­cias tales como la super­vi­sión bus­can el auto­co­no­ci­mien­to del incons­cien­te y del deseo del psi­co­ana­lis­ta; con el obje­ti­vo de que no inter­fie­ran en el pro­ce­so con el pacien­te. Esta inves­ti­ga­ción ha mos­tra­do cómo dichas ins­tan­cias no garan­ti­zan que la pos­tu­ra del psi­co­ana­lis­ta en rela­ción al orden de géne­ro atra­vie­sen la escu­cha y las inter­pre­ta­cio­nes que rea­li­za, sin impor­tar su sexo ni su for­ma­ción y ni siquie­ra sus años de expe­rien­cia en la mate­ria.

El prin­ci­pal obje­ti­vo de la inves­ti­ga­ción fue ana­li­zar cómo la prác­ti­ca del psi­co­aná­li­sis está atra­ve­sa­da por el sis­te­ma sexo/género del ana­lis­ta y visua­li­zar si es que exis­ten prác­ti­cas psi­co­ana­lí­ti­cas con pers­pec­ti­va de géne­ro y qué dife­ren­cias plan­tean.

El con­cep­to de inter­pre­ta­ción siem­pre ha sido un tema de deba­te den­tro del psi­co­aná­li­sis, dis­cu­ti­do sobre todo en la ver­tien­te teó­ri­ca y téc­ni­ca: qué se con­si­de­ra una inter­pre­ta­ción, cuán­do y cómo inter­pre­tar. Si bien se ha ana­li­za­do y refle­xio­na­do sobre la inci­den­cia de la ideo­lo­gía de cla­se y la polí­ti­ca (con el inten­to del freu­do­mar­xis­mo en 1960), no se ha ana­li­za­do la inci­den­cia del sis­te­ma sexo/género.

Con­si­de­ro que las inter­pre­ta­cio­nes alber­gan sig­ni­fi­ca­cio­nes cul­tu­ra­les y socia­les que muchas veces natu­ra­li­zan cier­to tipo de situa­cio­nes. Un ejem­plo cla­ro en tal sen­ti­do se pue­de apre­ciar en el cam­po de la sig­ni­fi­ca­ción de la vio­len­cia de pare­ja. ¿Qué se entien­de por vio­len­cia? ¿Y qué por vio­len­cia en la pare­ja? ¿Se con­si­de­ra la exis­ten­cia de la vio­len­cia de géne­ro? Duran­te las entre­vis­tas obser­vé que, dema­sia­do a menu­do, se ten­día a natu­ra­li­zar deter­mi­na­das for­mas de vio­len­cia, como la emo­cio­nal o la psi­co­ló­gi­ca, o cier­tos com­por­ta­mien­tos de agre­sión ver­bal, cier­tas acti­tu­des de con­trol, cier­tas pala­bras que deno­ta­ban domi­nio.

El aná­li­sis de los tes­ti­mo­nios reco­gi­dos en la inves­ti­ga­ción de cam­po demues­tra cómo algu­nos de los y las entre­vis­ta­das inter­pre­ta­ban un caso de vio­len­cia psi­co­ló­gi­ca como un tema de “mal carác­ter” o de “pato­lo­gía” del agre­sor y/o de la agre­di­da. La psi­co­pa­to­lo­gi­za­ción de la situa­ción invi­si­bi­li­za la des­igual­dad de poder en la rela­ción de pare­ja y da como resul­ta­do inter­pre­ta­cio­nes que se vacían del con­te­ni­do polí­ti­co. Este tipo de lec­tu­ras tie­ne con­se­cuen­cias en la sub­je­ti­vi­dad de las pacien­tes. Entre ellas se pue­de men­cio­nar el refor­za­mien­to de la cul­pa y la posi­bi­li­dad de gene­rar expec­ta­ti­va de cam­bio sobre el agre­sor. Colo­ca al agre­sor en la posi­bi­li­dad de excep­ción. De esta for­ma el pro­ble­ma se indi­vi­dua­li­za y per­ma­ne­ce ocul­to el nivel estruc­tu­ral; la con­di­ción de domi­nio y de des­igual­dad que pro­du­ce el sis­te­ma social patriar­cal (Ote­ro, 2009).

Este tipo de inter­pre­ta­cio­nes impo­si­bi­li­ta a las muje­res el des­co­lo­car­se de la res­pon­sa­bi­li­dad por la salud del otro, en este caso, la pare­ja.

Los apor­tes del “cono­ci­mien­to situa­do” de Hara­way son un refe­ren­te para esta inves­ti­ga­ción: ¿Des­de dón­de se mira? ¿Qué y cómo se mira? (Hara­way, 1995). Y esto no solo impli­ca la his­to­ria per­so­nal del que inter­vie­ne, inves­ti­ga o pone en prác­ti­ca un saber-poder, sino tam­bién la con­cien­cia de que su his­to­ria per­so­nal está inmer­sa en un con­tex­to his­tó­ri­co social (Cas­to­ria­dis, 1989) y de estruc­tu­ras de paren­tes­co (Rubin, 1986). Así como tam­bién la impor­tan­cia de reco­no­cer que todo cono­ci­mien­to, por situa­do, es par­cial, y que enton­ces es nece­sa­rio esta­ble­cer puen­tes y cone­xio­nes entre esas par­cia­li­da­des.

Si bien el méto­do psi­co­ana­lí­ti­co ape­ló siem­pre a lo indi­vi­dual de la his­to­ria del suje­to y a la sin­gu­la­ri­dad del incons­cien­te, exis­ten inter­pre­ta­cio­nes uni­ver­sa­les en la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca; las inter­pre­ta­cio­nes que se dan en el caso espe­cí­fi­co de la femi­nei­dad y la mas­cu­li­ni­dad res­pon­den al uni­ver­sal mas­cu­lino, lo cual es un ses­go de géne­ro. La teo­ría del com­ple­jo de Edi­po feme­nino es, según las pro­pias pala­bras de Freud (1905, 1921, 1924, 1925, 1931, 1933) el rever­so del varo­nil. Hay una res­pon­sa­bi­li­dad del psi­co­aná­li­sis y de los psi­co­ana­lis­tas por lo que efec­túan a tra­vés de la inter­pre­ta­ción (Galen­de, 1997). Y aun­que ésta sea defi­ni­da como una “cons­truc­ción en el aná­li­sis” (Freud, 1937), siem­pre res­pon­de a una inter­pre­ta­ción de la teo­ría, que es des­de la cual “se mira”. La ins­ti­tu­ción del psi­co­aná­li­sis está enmar­ca­da en una teo­ría que res­pon­de a un reper­to­rio de inter­pre­ta­cio­nes: com­ple­jo de Edi­po, tabú del inces­to, ley del padre, cas­tra­ción, envi­dia del pene, etcé­te­ra.

A la vez, teo­ría naci­da en una épo­ca román­ti­ca, con­tex­to enmar­ca­do por cier­tas ideas acer­ca de la fami­lia, la madre, el padre, el hijo, el hom­bre, la mujer, car­ga­das de sig­ni­fi­ca­cio­nes socia­les. Estas sig­ni­fi­ca­cio­nes con­cier­nen a la sub­je­ti­vi­dad de los inte­gran­tes de una socie­dad y la sub­je­ti­vi­dad del intér­pre­te, que está siem­pre impli­ca­da en la inter­pre­ta­ción (Galen­de, 1997). Cuan­do digo “impli­ca­da” (Lou­rau, 1989) quie­ro decir atra­ve­sa­da por la sig­ni­fi­ca­ción social. Con­si­de­ro que este tema no se ana­li­za ni se refle­xio­na en el psi­co­aná­li­sis y es de la mayor impor­tan­cia, por­que es aquí en don­de se pro­du­cen los des­li­ces de la téc­ni­ca a la moral.

Detrás de algu­nas inter­pre­ta­cio­nes se cue­lan asig­na­cio­nes de luga­res gené­ri­cos de los cua­les no se hace con­cien­cia, pero inter­vie­nen en el cam­po de la prác­ti­ca y gene­ran efec­tos en los pacien­tes.

La escu­cha y la inter­pre­ta­ción son temas que deben pen­sar­se en fun­ción de una éti­ca. Si bien la éti­ca del psi­co­aná­li­sis se refie­re a la fun­ción del ana­lis­ta; no se pue­de escin­dir la per­so­na de su fun­ción. De lo con­tra­rio se come­te­ría un gra­ve error: sepa­rar el obje­to del suje­to y esa es jus­ta­men­te una de las cosas que el psi­co­aná­li­sis ha ense­ña­do es una manio­bra fic­ti­cia. Suje­to y obje­to se afec­tan mutua­men­te; uno de los gran­des apor­tes del psi­co­aná­li­sis ha sido sobre este pun­to el con­cep­to de trans­fe­ren­cia. La cons­tan­te refle­xión del psi­co­ana­lis­ta sobre su fun­ción mues­tra cla­ra­men­te la difi­cul­tad per­ma­nen­te en la que se  encuen­tra atra­pa­da su per­so­na; su tra­ba­jo es con la trans­fe­ren­cia, en trans­fe­ren­cia; el aná­li­sis del psi­co­ana­lis­ta inten­ta dar luz en este terreno y tra­ba­jar con ésta.

En la rela­ción ana­lí­ti­ca el ana­lis­ta inter­vie­ne como un suje­to de géne­ro; tam­bién inter­pre­ta des­de ese lugar.

Qué idea de género

La idea de géne­ro que sus­ten­tó esta inves­ti­ga­ción es la de una cate­go­ría que estruc­tu­ra for­mas de rela­cio­nar­se entre las per­so­nas; el géne­ro como un orde­na­dor social. Que no está dado por la natu­ra­le­za del sexo ni la bio­lo­gía del cuer­po, sino que se inter­na­li­za des­de una cul­tu­ra que asig­na luga­res y for­mas de rela­cio­nar­se para hom­bres y muje­res; es decir orde­na social­men­te.

La car­ne se hace cuer­po en un reper­to­rio de rela­cio­nes socia­les, en la medi­da que hay otro que reco­no­ce su deseo en algún ser. Ese cuer­po se hace sexo en un cam­po de rela­cio­nes de poder don­de el géne­ro está pre­sen­te y ejer­ce una pre­sión para esta­ble­cer cier­to orde­na­mien­to social. Las prác­ti­cas están enmar­ca­das en todo este cam­po de rela­cio­nes de poder.

Hara­way (1995) seña­la que podrían cla­si­fi­car­se dos corrien­tes de con­cep­tua­li­za­ción del géne­ro den­tro del femi­nis­mo: la que adop­ta la dis­tin­ción sexo/género como para­dig­ma de la iden­ti­dad y la que uti­li­za el sis­te­ma sexo/género como refe­ren­te con­cep­tual. En la pri­me­ra corrien­te se sepa­ra el sexo del géne­ro con la inten­ción de recu­pe­rar la impor­tan­cia de lo his­tó­ri­co, antro­po­ló­gi­co y cul­tu­ral en la cons­truc­ción de las iden­ti­da­des, en lugar de aco­ger­se a las expli­ca­cio­nes basa­das en la indi­vi­dua­li­za­ción y la psi­co­lo­gi­za­ción del pro­ble­ma. Más tar­de se advir­tió que ese para­dig­ma podía abo­nar al terreno del mode­lo médi­co y algu­nas auto­ras empe­za­ron a ana­li­zar el sis­te­ma sexo/género.

En este segun­do momen­to, el empleo del tér­mino “géne­ro” como cate­go­ría de aná­li­sis pone el énfa­sis en un sis­te­ma de rela­cio­nes que pue­de incluir el sexo, pero no está deter­mi­na­do por éste ni tam­po­co es deter­mi­nan­te de la sexua­li­dad (Scott, 2008). Scott argu­men­ta que el uso de la pala­bra géne­ro a nivel des­crip­ti­vo no apor­ta nada más que lo que obser­va, sin decir­nos nada del por­qué de esta cons­truc­ción en las rela­cio­nes. Por eso es impor­tan­te inves­ti­gar los orí­ge­nes del sis­te­ma sexo/género para enten­der cómo se deter­mi­nan las des­igual­da­des en las rela­cio­nes entre hom­bres y muje­res.

La noción “sis­te­ma sexo/género” es uti­li­za­da por pri­me­ra vez por Gay­le Rubin (1975). Para ella, “un sis­te­ma sexo/género es un con­jun­to de acuer­dos por el cual la socie­dad trans­for­ma la sexua­li­dad bio­ló­gi­ca en pro­duc­tos de la acti­vi­dad huma­na y en las cua­les estas nece­si­da­des sexua­les trans­for­ma­das, son satis­fe­chas” (Rubin, 1986). Des­de este pun­to de vis­ta, el sexo deja de ser un dato natu­ral, esen­cial, y apa­re­ce el géne­ro como un hecho cons­trui­do en rela­cio­nes socia­les de domi­na­ción.

Para ana­li­zar los orí­ge­nes del sis­te­ma sexo/género, Rubin (1986) recu­rre a los estu­dios antro­po­ló­gi­cos de Lévi Strauss y de Mar­cel Mauss. Así pone el acen­to en el inter­cam­bio de las muje­res ofre­ci­das como rega­lo para abrir un canal de inter­cam­bio entre los hom­bres, lo cual con­so­li­da víncu­los inter­nos y de iden­ti­dad de cada clan que se dife­ren­cia a tra­vés de este acto. Una mujer, cuan­do se con­vier­te en la novia, pier­de iden­ti­dad pro­pia para pasar a ser un obje­to que refle­ja la iden­ti­dad mas­cu­li­na. La exo­ga­mia ase­gu­ra los víncu­los entre los cla­nes y la patri­li­nea­li­dad se ase­gu­ra median­te la expul­sión y la impor­ta­ción de muje­res. En el matri­mo­nio, no se con­si­de­ra que la mujer ten­ga iden­ti­dad pro­pia, sino como un tér­mino de rela­ción que vin­cu­la cla­nes con una iden­ti­dad patri­li­neal común, pero inter­na­men­te dife­ren­cia­da (Butler, 1990).

De esta for­ma, las estruc­tu­ras ele­men­ta­les de paren­tes­co ins­tau­ran un sis­te­ma de domi­na­ción mas­cu­li­na: una estruc­tu­ra de domi­nio de la capa­ci­dad repro­duc­ti­va de las muje­res para ase­gu­rar la pater­ni­dad. Esto exi­ge varios ejer­ci­cios de opre­sión que garan­ti­zan que una mujer sea pro­pie­dad de un solo macho. Si se intro­du­cen estos ele­men­tos, es más fácil enten­der la vio­len­cia de géne­ro como una de esas for­mas de ejer­ci­cio del domi­nio. Es nece­sa­rio pen­sar, ade­más, que estas con­di­cio­nes son estruc­tu­ra­les y no indi­vi­dua­les: son las con­di­cio­nes del sis­te­ma en el que esta­mos inmer­sos y nos atra­vie­san a todas las per­so­nas. Inclu­so a la per­so­na del ana­lis­ta y sus inter­pre­ta­cio­nes.

Qué usos encontramos del concepto género en la investigación

Exis­ten según Mary Hau­kes­worth (1999) muchos usos del tér­mino géne­ro; para refe­rir­se a las dife­ren­cias huma­nas, a las dife­ren­cias sexua­les, a los dife­ren­tes roles asig­na­dos; para expli­car la iden­ti­dad, dife­ren­cias de sta­tus social, de este­reo­ti­pos socia­les, de rela­cio­nes de poder y/o como efec­to del len­gua­je.

En líneas gene­ra­les, se podría cate­go­ri­zar estos usos en tres ver­tien­tes: como atri­bu­to, como rela­ción inter­per­so­nal y como un modo de orga­ni­za­ción. (Lamas, 2006).

En esta inves­ti­ga­ción se encon­tró que algu­nos psi­co­ana­lis­tas (tan­to hom­bres como muje­res) uti­li­zan sobre todo la cate­go­ría de géne­ro como atri­bu­to y como refe­ren­te a las rela­cio­nes inter­per­so­na­les. Lo refi­rie­ron tan­to para mar­car dife­ren­cias en rela­ción a mas­cu­lino y feme­nino; en el sen­ti­do de la iden­ti­dad del suje­to como atri­bu­to que esta­ble­ce roles dife­ren­cia­dos y como cons­truc­to socio-cul­tu­ral.

Sólo las psi­co­ana­lis­tas que decla­ra­ron haber reci­bi­do for­ma­ción en estu­dios de géne­ro y estu­dios femi­nis­tas uti­li­za­ron la cate­go­ría para refe­rir­se a un orde­na­dor social. Esto les dio la posi­bi­li­dad de enten­der la vio­len­cia de géne­ro como un ejer­ci­cio de domi­nio y subor­di­na­ción de hom­bres hacia muje­res, y ya no como un pro­ble­ma psi­co­pa­to­ló­gi­co de los varo­nes o de las muje­res.

Enten­der el géne­ro como orde­na­dor de las rela­cio­nes socia­les per­mi­te com­pren­der des­de otro lugar a las muje­res víc­ti­mas de vio­len­cia. Ya no como maso­quis­tas, o muje­res con super­yó débil, como lo ha inter­pre­ta­do el psi­co­aná­li­sis duran­te un siglo, sino como pro­duc­to de un orden que las colo­ca en el lugar de mujer sumi­sa, madre y cui­da­do­ra y res­pon­sa­ble de la salud men­tal de sus hijos e hijas.

Otro ele­men­to impor­tan­te a con­si­de­rar para el aná­li­sis del lugar des­de don­de escu­cha el psi­co­ana­lis­ta es el orde­na­mien­to sexual.

 La teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca se edi­fi­ca sobre la hege­mo­nía de la hete­ro­norrma­ti­vi­dad. Freud, en sin­to­nía con el pen­sa­mien­to de su épo­ca, con­si­de­ró la homo­se­xua­li­dad como una inver­sión, y duran­te mucho tiem­po el psi­co­aná­li­sis la con­si­de­ró una per­ver­sión. Des­de hace unos cua­ren­ta años, esta pos­tu­ra está en revi­sión y deba­te y ha pro­vo­ca­do gran­des dis­cu­sio­nes al inte­rior del psi­co­aná­li­sis que, entre otros resul­ta­dos, han desem­bo­ca­do en la Decla­ra­ción con­tra cual­quier for­ma de dis­cri­mi­na­ción, en la ipa (1999). Los apor­tes de los estu­dios de la diver­si­dad sexual hacen nece­sa­rio inves­ti­gar cómo se inter­pre­ta la homo­se­xua­li­dad hoy en el psi­co­aná­li­sis. En tal sen­ti­do, la inves­ti­ga­ción repor­ta que los estu­dios de la diver­si­dad sexual se intro­du­cen en el psi­co­aná­li­sis para re pen­sar el con­cep­to de homo­se­xua­li­dad y tran­se­xua­li­dad.

La mayo­ría de las per­so­nas entre­vis­ta­das coin­ci­dió en que la homo­se­xua­li­dad no es una pato­lo­gía y que tam­po­co debe ser un pro­ble­ma que un psi­co­ana­lis­ta sea homo­se­xual.

La mitad de los entre­vis­ta­dos reco­no­ció que los pre­jui­cios sobre el sexo, y las ideas que el ana­lis­ta tuvie­ra al res­pec­to, influían en el aná­li­sis inclu­so a pesar de que el ana­lis­ta estu­vie­ra o hubie­se esta­do en aná­li­sis.

Se encon­tró que este tema ocu­pa el deba­te actual en el psi­co­aná­li­sis y pro­du­ce múl­ti­ples escri­tos (fepal, 2002-12).

Conclusión

En gene­ral, se pue­de decir que se obser­va den­tro del psi­co­aná­li­sis un movi­mien­to de cam­bio en rela­ción a los temas de la diver­si­dad sexual y las nue­vas iden­ti­da­des sexua­les. Se ha vuel­to a pen­sar sobre todo en la estruc­tu­ra de la per­ver­sión  y la sexua­li­dad. En este tema se abre­va de los estu­dios cien­tí­fi­cos que las cien­cias socia­les apor­tan des­de las corrien­tes pos­mo­der­nas.

Sin embar­go, no se obser­va la mis­ma aper­tu­ra para los estu­dios de géne­ro. En este pun­to, que­da libra­do a cada psi­co­ana­lis­ta la pos­tu­ra que toma al res­pec­to. No se han legi­ti­ma­do los estu­dios de géne­ro den­tro de la for­ma­ción de los psi­co­ana­lis­tas. Lo cual sig­ni­fi­ca que cada psi­co­ana­lis­ta inter­pre­ta este tema de acuer­do a sus adhe­sio­nes teó­ri­cas y a sus creen­cias per­so­na­les.

Si bien exis­ten esfuer­zos de muje­res psi­co­ana­lis­tas para intro­du­cir la pers­pec­ti­va de géne­ro en su prác­ti­ca, sólo un 15 % de esta mues­tra de entre­vis­ta­das la ha ins­ti­tui­do. Así como otro 15% de los varo­nes entre­vis­ta­dos inten­ta re sig­ni­fi­car la teo­ría a par­tir de los cam­bios que obser­va en las rela­cio­nes hom­bre- mujer des­de su prác­ti­ca. Se alu­de en este sen­ti­do a los cam­bios que se obser­van en la sub­je­ti­vi­dad mas­cu­li­na- feme­ni­na, pro­duc­to del ejer­ci­cio alter­na­do de roles en la tarea del cui­da­do de hijos e hijas y el repar­to de las tareas domés­ti­cas, así como de la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res en el ámbi­to públi­co.

 En las entre­vis­tas se hizo men­ción varias veces a que aque­lla pre­gun­ta que Freud se hacía “¿Qué quie­re una mujer?” sigue sien­do una pre­gun­ta reite­ra­da en el aná­li­sis de los varo­nes que hoy se sien­ten con­fun­di­dos por la rup­tu­ra de los víncu­los de pare­ja.

El lugar en que nos colo­ca el sis­te­ma patriar­cal pro­vo­ca males­ta­res y sín­to­mas; difi­cul­tad en las rela­cio­nes y dolor tan­to en hom­bres como en muje­res.

Quie­nes tra­ba­jan en la clí­ni­ca con pers­pec­ti­va de géne­ro tie­nen una gran herra­mien­ta para de-cons­truir el dolor que esa estruc­tu­ra de paren­tes­co pro­du­ce en todos los géne­ros.

Hacer con­sien­te el lugar que se ocu­pa en esa estruc­tu­ra per­mi­te des­co­lo­car­se de los luga­res gené­ri­cos asig­na­dos, per­mi­te dar­se cuen­ta de la ver­da­de­ra iden­ti­dad y por lo tan­to mayor liber­tad a las pacien­tes; es por eso que con­si­de­ro que ana­li­zar las prác­ti­cas es un impe­ra­ti­vo.

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Notas

1. Dra. En Cien­cias Socia­les y Mtra. En Psi­co­lo­gía Social por la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma Metro­po­li­ta­na Xochi­mil­co. Coor­di­na­do­ra de la Licen­cia­tu­ra en Comu­ni­ca­ción y Ges­tión Inter­cul­tu­ra­les de la Facul­tad de Huma­ni­da­des de la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma del Esta­do de More­los (UAEM). Correo jbochar@yahoo.com

2. El tér­mino “con­trol” es asi­mi­la­ble a super­vi­sión. En la for­ma­ción de los psi­co­ana­lis­tas la super­vi­sión ocu­pa un lugar tan impor­tan­te como el de su pro­pio pro­ce­so de psi­co­aná­li­sis. El aná­li­sis del psi­co­ana­lis­ta lo pien­so como una ins­tan­cia más de auto-con­trol.