Bioética, feminismo y la dignidad de las “mujeres”: proceso social y cambio de valores en las terapias familiares Descargar este archivo (Bioética, feminismo y la dignidad de las mujeres.pdf)

Mario Fausto Gómez Lamont

Universidad Nacional Autónoma de México

Resu­men

El pre­sen­te ensa­yo es un tra­ba­jo nece­sa­rio que abor­da de mane­ra con­cep­tual los plan­tea­mien­tos de la bio­éti­ca y la psi­co­te­ra­pia. Esta línea de aná­li­sis expo­ne los apor­tes de la bio­éti­ca en las tera­pias fami­lia­res, don­de se expli­can las pos­tu­ras éti­cas que guían la rela­ción tera­peu­ta-con­sul­tan­te de algu­nas tera­pias fami­lia­res. Final­men­te, se hace un acer­ca­mien­to al plan­tea­mien­to del femi­nis­mo y la dig­ni­dad de las “muje­res” en el cam­po de la tera­pia fami­liar estruc­tu­ral, con el fin de cues­tio­nar los roles este­reo­ti­pa­dos en las rela­cio­nes entre muje­res y hom­bres que son repro­du­ci­dos en la tera­pia. En las con­clu­sio­nes se res­ca­tan ele­men­tos impor­tan­tes, se da cuen­ta del doble sen­ti­do de las pala­bras, allí don­de se habían dado por supues­tos los sen­ti­dos de los tér­mi­nos y dejan cla­ra la per­sis­ten­cia de la injus­ti­cia, la des­igual­dad y la regre­sión en el seno de pro­ce­sos que antes se con­si­de­ra­ban jus­tos, igua­li­ta­rios y pro­gre­sis­tas, ade­más de dejar abier­ta la crí­ti­ca de Butler ante la deno­mi­na­ción de “mujer” y su pre­sen­ta­ción en el cam­po de la bio­éti­ca, el femi­nis­mo y las tera­pias fami­lia­res.    

Pala­bras cla­ve: bio­éti­ca, femi­nis­mo, dig­ni­dad, tera­pias fami­lia­res.

 

Abs­tract

This essay is a neces­sary work that addres­ses con­cep­tually the approa­ches of bio­ethics and psy­chothe­rapy. This line of analy­sis expo­ses the con­tri­bu­tions of bio­ethics in family the­rapy, and explains some of the ethi­cal posi­tions that gui­de the rela­tionship bet­ween the­ra­pist and con­sul­tant of some family the­ra­pies. Finally, it addres­ses the femi­nist approach and the dig­nity of “women” in the field of struc­tu­ral family the­rapy, in order to cha­llen­ge ste­reoty­ped roles in rela­tionships bet­ween men and women which are repro­du­ced along­si­de the­rapy. The con­clu­sions res­cue impor­tant ele­ments, reali­zing the dou­ble mea­ning of words, whe­re the sen­ses of the terms had been taken for gran­ted and making clear the per­sis­ten­ce of injus­ti­ce, inequa­lity and regres­sion within pro­ces­ses pre­viously con­si­de­red fair, ega­li­ta­rian and pro­gres­si­ve, and left open cri­ti­cism of Butler to the desig­na­tion of “woman”, and its pre­sen­ta­tion in the field of bio­ethics, femi­nism and family the­rapy.

Key­words: Bio­ethics, Femi­nism, Dig­nity, Family the­rapy.

Introducción

El pre­sen­te tra­ba­jo tra­ta de expli­car de mane­ra gene­ral lo que es la bio­éti­ca y el femi­nis­mo, así como su impor­tan­cia en las prác­ti­cas en salud men­tal; en espe­cí­fi­co, de las tera­pias fami­lia­res. Debi­do a que las prác­ti­cas en salud en su tota­li­dad son orien­ta­das des­de prin­ci­pios mora­les y éti­cos, en ellas el pro­fe­sio­nal trans­mi­te al con­sul­tan­te, en cada acto o con­duc­ta-comu­ni­ca­ción su pos­tu­ra de cómo debe ser la vida —esto quie­re decir, que cobra sen­ti­do la ampli­tud del con­cep­to: “lo per­so­nal es político”de Millet, mos­tran­do la difi­cul­tad de poner lími­tes entre estos ámbi­tos bina­rios (Esca­rio, Alber­di, López-Aco­to, 1994; Gómez, 2014).

Para comen­zar, debe­mos reco­no­cer que aque­llo que defi­ni­mos como “tera­pia” en la actua­li­dad se ha ale­ja­do del con­cep­to ori­gi­nal de the­ra­pia, esto es, por su polé­mi­co uso en dife­ren­tes tra­ta­mien­tos “cura­ti­vos” de ori­gen médi­co fár­ma­co-bio­ló­gi­co; sin embar­go, tera­pia hoy en día sig­ni­fi­ca una mul­ti­pli­ci­dad de inter­ven­cio­nes sobre el cuer­po y la men­te (Outón, 2011; Láza­ro, Gra­cia, 2006). Por lo ante­rior, las tera­pias en el cam­po de la psi­co­lo­gía no son meras téc­ni­cas del cam­bio y modi­fi­ca­ción de la con­duc­ta, sino que tam­bién son sis­te­mas de creen­cias y valo­res en cuan­to al ser humano, lo nor­mal y lo acep­ta­ble, ya que los pro­fe­sio­na­les de la psi­co­lo­gía dedi­ca­dos a la clí­ni­ca, quie­nes actual­men­te y fren­te al mode­lo eco­nó­mi­co neo­li­be­ral, ven su inter­ven­ción incli­nán­do­se más hacia la efi­cien­cia y efi­ca­cia del cam­bio con­duc­tual con una uti­li­dad eco­nó­mi­ca, por ende, van per­dien­do de vis­ta la dig­ni­dad y los valo­res huma­nos (Fer­nán­dez y Ley, 1999). Por lo tan­to, cada tipo de tera­pia psi­co­ló­gi­ca ha de ver­se como sus­cep­ti­ble a los prin­ci­pios mora­les y éti­cos del pro­fe­sio­nal de la salud, quie­nes, por lo gene­ral, ajus­tan la ideo­lo­gía de la per­so­na al mode­lo de tera­pia que creen con­ve­nien­te, sin otor­gar una tera­pia que vaya acor­de a las nece­si­da­des reales del con­sul­tan­te.

Por otro lado, la psi­quis (o alma, espí­ri­tu, men­te y deseo) desem­pe­ña un papel deter­mi­nan­te en el obje­to de estu­dio de la psi­co­lo­gía y sus deri­va­dos tec­no­ló­gi­cos, como las tera­pias fami­lia­res, las cua­les tie­nen como obje­ti­vo man­te­ner a los miem­bros de una fami­lia en un esta­do “sano”, o por lo menos mini­mi­zar el sufri­mien­to y dis­ca­pa­ci­dad, una vez que la enfer­me­dad o cual­quier dolen­cia afec­ti­va apa­re­ce.

Por eso el enfo­que bio­éti­co da a cono­cer la com­ple­ji­dad de las rela­cio­nes que los huma­nos desa­rro­llan con su medio, por lo que son nece­sa­rios unos “len­tes” epis­te­mo­ló­gi­cos como los de la bio­éti­ca para que las prác­ti­cas psi­co­ló­gi­cas sean sen­si­bles al reco­no­ci­mien­to de sis­te­mas diná­mi­cos de poder, opre­sión y mar­gi­na­ción (Fer­nán­dez y Ley, 1999), conec­ta­dos simul­tá­nea­men­te al fenó­meno social de la enfer­me­dad, los enfer­mos, los debe­res y los valo­res en las prác­ti­cas en salud diri­gi­das hacia muje­res y hom­bres de cual­quier etnia, raza, cla­se social, reli­gión, orien­ta­ción, prác­ti­ca sexual y ciclo vital (Butler, 1998).

De este modo, las tareas de las tera­pias fami­lia­res inclu­yen fac­to­res diver­sos que deter­mi­nan o influ­yen en el sis­te­ma de rela­cio­nes entre muje­res y hom­bres de diver­sas eda­des, gene­ra­cio­nes y orien­ta­cio­nes sexua­les. Los pio­ne­ros de este tipo de tera­pias des­cu­brie­ron, des­cri­bie­ron e inven­ta­ron las regu­la­ri­da­des que nacen de las dife­ren­tes fun­cio­nes de la comu­ni­ca­ción como un deter­mi­nan­te de la salud y la enfer­me­dad men­tal, así como de la pre­pa­ra­ción del hom­bre y la mujer para una vida “sana”, modi­fi­can­do esti­los, estruc­tu­ras y reela­bo­ra­ción de sis­te­mas de valo­res en fun­ción de su salud men­tal (Egui­luz, 1998).

Al hablar de valo­res, con­cep­cio­nes, pun­tos de vis­ta, jui­cios y sis­te­mas de opi­nio­nes, se habla de la moral, la cual pue­de ser defi­ni­da como nor­mas crea­das inter­sub­je­ti­va­men­te y que obe­de­cen a pro­ce­sos y con­tex­tos en las dife­ren­tes expe­rien­cias huma­nas en las que están inmer­sas actual­men­te nues­tras socie­da­des.

Reco­no­cer la varie­dad de expe­rien­cias de vida que exis­ten lle­va a cues­tio­nar el fácil recur­so de la gene­ra­li­za­ción y neu­tra­li­dad del len­gua­je con el que se estruc­tu­ran los valo­res en los plan­tea­mien­tos mora­les. Cuan­do las muje­res y otros gru­pos mino­ri­ta­rios (como las disi­den­cias sexua­les, por ejem­plo) entran a for­mar par­te del cua­dro de la moral gene­ra­li­za­da y nor­ma­ti­va, ya sea como obje­tos de la inves­ti­ga­ción de las cien­cias socia­les o como inves­ti­ga­do­ras o suje­tos de moral, se tam­ba­lean los para­dig­mas esta­ble­ci­dos, por­que los gru­pos mino­ri­ta­rios des­cu­bren dife­ren­cias allí don­de antes habían domi­na­do las “simi­li­tu­des”, per­ci­ben diso­nan­cia y con­tra­dic­ción allí don­de rei­na­ba la uni­for­mi­dad, se dan cuen­ta del doble sen­ti­do de las pala­bras allí don­de se habían dado por supues­tos los sen­ti­dos de los tér­mi­nos y dejan cla­ra la per­sis­ten­cia de la injus­ti­cia, la des­igual­dad y la regre­sión en el seno de pro­ce­sos que antes se con­si­de­ra­ban jus­tos, igua­li­ta­rios y pro­gre­sis­tas (Bar­bie­ri, 1992).

Lo ante­rior nos lle­va a cues­tio­nar los actua­les códi­gos mora­les que este­reo­ti­pan cier­tas for­mas de vida, vio­len­tan­do median­te la impo­si­ción de una iden­ti­dad que tro­que­la la sin­gu­la­ri­dad y sub­je­ti­vi­dad de muchas per­so­nas. ¿Por qué el tér­mino moral es impor­tan­te cuan­do plan­tea­mos pro­ble­mas rela­cio­na­dos a la éti­ca y a la bio­éti­ca? Por­que la pala­bra éti­ca vie­ne del grie­go ethos, que sig­ni­fi­ca cos­tum­bre. La pala­bra moral vie­ne del latín moris que tam­bién sig­ni­fi­ca cos­tum­bre. Por lo tan­to, eti­mo­ló­gi­ca­men­te éti­ca y moral sig­ni­fi­can lo mis­mo; las dos pala­bras se refie­ren a las cos­tum­bres, o mejor dicho, a la con­duc­ta huma­na esta­ble­ci­da en una épo­ca o una región. De acuer­do con esto, la éti­ca sería el estu­dio de las cos­tum­bres. Sin embar­go, esta defi­ni­ción debe ser vis­ta con mayor pro­fun­di­dad (Gutié­rrez, 2006).

Uno de los mayo­res intere­ses de la éti­ca es el estu­dio de la bon­dad o mal­dad de la con­duc­ta huma­na; ade­más, la éti­ca es un cri­te­rio que sir­ve a los huma­nos para orien­tar y ele­gir su pro­pia con­duc­ta (Gutié­rrez, 2006). Por su par­te, la bio­éti­ca se defi­ne como el“estudio sis­te­má­ti­co de la con­duc­ta huma­na en el área de las cien­cias huma­nas y su aná­li­sis a la luz de valo­res mora­les” (Fer­nán­dez y Ley, 1999). Por otro lado,de acuer­do con la Real Aca­de­mia de la Len­gua Espa­ño­la, bio­éti­ca se defi­ne como “la apli­ca­ción de la éti­ca a las cien­cias de la vida.”Sin embar­go, y auna­do a estas defi­ni­cio­nes, será nece­sa­rio que revi­se­mos los plan­tea­mien­tos de for­ma más pro­fun­da.

Desarrollo de los planteamientos de la bioética y la psicoterapia

Todas las rela­cio­nes que el ser humano esta­ble­ce con el medio tie­nen una con­no­ta­ción psí­qui­ca indi­vi­dual y colec­ti­va. A este pro­ce­so lo podre­mos ver como una acción psi­co­ló­gi­ca, plan­tea­da des­de el eje de que cual­quier acti­vi­dad, acto o con­duc­ta pue­de pro­du­cir cam­bio en el apa­ra­to psí­qui­co de otro ser humano, ya sea a nivel social, gru­pal o indi­vi­dual, de mane­ra cons­cien­te o no, pero siem­pre influen­cia­da por ele­men­tos psi­co­ló­gi­cos como la memo­ria y los afec­tos con­du­ci­dos des­de una moral (Fer­nán­dez y Ley, 1999). 

La moral es con­ce­bi­da como un pro­ce­so y pun­to de par­ti­da para dichas rela­cio­nes; es decir, se tra­ta de un con­cep­to rela­cio­nal que a su vez gene­ra un acto “per­for­ma­ti­vo” (Butler, 1998), una con­cien­cia social que cuen­ta con una capa­ci­dad de pene­trar en todas las esfe­ras de la vida; sus prin­ci­pios y valo­res influ­yen a nivel polí­ti­co, pro­fe­sio­nal, eco­nó­mi­co, peda­gó­gi­co, médi­co y social en gene­ral (Gutie­rrez, 2006).

Los prin­ci­pios, idea­les y valo­res son influen­cia­dos por la acción psi­co­ló­gi­ca de las diver­sas acti­vi­da­des del humano, al igual que el pro­ce­so de elec­ción moral y el acto moral ante situa­cio­nes con­cre­tas de la vida. Por lo tan­to es un pro­ce­so cir­cu­lar, que tie­ne un pun­to de ini­cio que se retro­ali­men­ta con su medio para vol­ver a repro­du­cir­se. Por poner un ejem­plo, un tera­peu­ta pue­de tener por ideal de con­di­ción feme­ni­na la mater­ni­dad, con­fi­nan­do a todas las muje­res con las que ten­ga con­tac­to, con­sul­tan­tes o no, a ser con­si­de­ra­das como “seres para otros”. Sin embar­go, la edu­ca­ción, tan­to for­mal como infor­mal, refuer­za ese ideal, por lo que el ideal del tera­peu­ta no se encuen­tra ais­la­do, sino que se con­ser­va y se per­pe­túa a tra­vés de la edu­ca­ción feme­ni­na.

En cuan­to a las prác­ti­cas en salud, los pos­tu­la­dos mora­les de una socie­dad influ­yen y están deter­mi­na­dos por el modo de vida del pro­fe­sio­nal (de ahí que sea impor­tan­te reco­no­cer el apren­di­za­je situa­do que con­tex­tua­li­za las con­di­cio­nes cul­tu­ra­les en las que se incor­po­ran las creen­cias y los actos), que ante su for­ma­ción, encar­na­rá en sus actos sus creen­cias acer­ca de lo bueno, lo malo y lo correc­to, por lo que cada acti­vi­dad de inter­ven­ción diri­gi­da a la salud tie­ne su acción psi­co­ló­gi­ca o ajus­te a los prin­ci­pios mora­les, idea­les y sis­te­ma de valo­res de la pobla­ción (Esca­rio, Alber­di, López-Aco­to, 1994; Gómez, 2014).

Salud y moral se encuen­tran en cons­tan­te inter­ac­ción y en una rela­ción de inter­de­pen­den­cia por la con­no­ta­ción Bio­éti­ca-Psi­co­lo­gía y Tera­pia; es evi­den­te en la medi­da en que ambas influ­yen en el estu­dio de la con­duc­ta huma­na, la cual es la dimen­sión gene­ral de un fenó­meno psi­co­ló­gi­co indi­vi­dual (Fer­nán­dez y Ley, 1999) en tan­to vía para la pues­ta en prác­ti­ca de la moral.

Los prin­ci­pios éti­cos y mora­les son nece­sa­rios en todos los ámbi­tos de la vida huma­na. Aho­ra bien, si nos enfo­ca­mos en el estu­dio par­ti­cu­lar de cues­tio­nes como la clo­na­ción, la eco­lo­gía, los ani­ma­les y vege­ta­les gené­ti­ca­men­te modi­fi­ca­dos, las rela­cio­nes médi­co-pacien­te, tene­mos que hablar de bio­éti­ca. La bio­éti­ca abar­ca pro­ble­mas rela­cio­na­dos con la moral y los valo­res en todas las pro­fe­sio­nes rela­ti­vas a la salud (salud ocu­pa­cio­nal, con­trol natal, salud públi­ca, etc.), así como en las inves­ti­ga­cio­nes médi­cas y del com­por­ta­mien­to (Tan­nahill, 2008).

Los prin­ci­pios éti­cos y mora­les son espe­cial­men­te nece­sa­rios en esta épo­ca de cri­sis de valo­res tras­to­ca­dos por el mode­lo eco­nó­mi­co neo­li­be­ral, en el que el ser humano actúa bus­can­do el máxi­mo pro­ve­cho per­so­nal a cos­ta de vio­lar los dere­chos colec­ti­vos e indi­vi­dua­les, codi­fi­cán­do­los en insu­mos sus­cep­ti­bles de un pre­cio. Asi­mis­mo es nece­sa­rio, a tra­vés de esta refle­xión en cuan­to a la éti­ca y la moral, tomar con­cien­cia de la res­pon­sa­bi­li­dad sobre nues­tros debe­res como pro­fe­sio­na­les de la salud (Tan­nahill, 2008). De acuer­do a lo expues­to, cada pro­fe­sio­nal de la salud, en este caso el/la psicólogo/a o psi­quia­tra que se dedi­ca a la tera­pia fami­liar, debe ser res­pon­sa­ble en cuan­to a sus debe­res, aten­dien­do no solo a su con­sul­tan­te, sino al bien­es­tar social y colec­ti­vo en el que sur­ge el pro­ce­so salud-enfer­me­dad con una mira­da sen­si­ble a las inter­sec­cio­nes como el géne­ro, la etnia, la cla­se social, la orien­ta­ción sexual entre otras (Butler, 1998).

En este sen­ti­do las tera­pias son sis­te­mas de creen­cias y valo­res en cuan­to a cómo deben ser los seres huma­nos, en cuan­to a lo nor­mal y social­men­te acep­ta­ble, aten­dien­do diver­sos des­ajus­tes, etc. Dichas tera­pias exi­gen un com­por­ta­mien­to éti­co. Algu­nas pue­den tener un fin uti­li­ta­rio (eco­nó­mi­co, efi­ca­cia inme­dia­ta y uti­li­dad social); algu­nas son de enfo­que huma­nis­ta dan­do impor­tan­cia a la dig­ni­dad y la auto­no­mía de la per­so­na y sue­len ser indi­vi­dua­li­za­das, de lar­ga dura­ción y a menu­do cos­to­sas.

Lo pri­me­ro que debe­mos reco­no­cer es el con­flic­to exis­ten­te entre las pos­tu­ras éti­cas de las tera­pias, debi­do a su res­pec­ti­vo enfo­que.

Enfoque utilitario – Terapias Breves (Bertrando, 2011; Bertrando, Toffaneti, 2004)

El uti­li­ta­ris­mo es con­se­cuen­cia­lis­ta y con­trac­tua­lis­ta, es decir, juz­ga la mora­li­dad de un acto exclu­si­va­men­te por refe­ren­cia a lo que se sigue de él. El uti­li­ta­ris­mo es ade­más hedo­nis­ta, esto es, con­si­de­ra bue­nos los esta­dos pla­cen­te­ros cons­cien­tes y malos los dolo­ro­sos, por lo que bus­ca maxi­mi­zar el pla­cer y redu­cir el dolor. Su for­ma admi­nis­tra­ti­va se resuel­ve con la fór­mu­la Cos­to-bene­fi­cio. Estas tera­pias tie­nen prin­ci­pios eco­nó­mi­cos de efi­ca­cia inme­dia­ta y uti­li­dad social.

Enfoque humanista: Individualidad – Terapias Analíticas (Bertrando, 2011; Bertrando, Toffanetti, 2004).

La dig­ni­dad y la auto­no­mía de la per­so­na. El prin­ci­pio de auto­no­mía se refie­re bási­ca­men­te al dere­cho de los pacien­tes y par­ti­ci­pan­tes en inves­ti­ga­cio­nes bio­mé­di­cas a ser correc­ta­men­te infor­ma­dos acer­ca de la inter­ven­ción que se les pro­po­ne, sobre todo en cuan­to a su natu­ra­le­za, obje­ti­vos y ries­gos, así como a deci­dir libre­men­te si se some­ten o no a ella. El prin­ci­pio de bene­fi­cen­cia exi­ge del tera­peu­ta la rea­li­za­ción de actos con­du­cen­tes a pro­mo­ver la salud del con­sul­tan­te. El prin­ci­pio de no male­fi­cen­cia enfa­ti­za la nece­si­dad de no cau­sar un daño al con­sul­tan­te. El prin­ci­pio de jus­ti­cia orde­na una dis­tri­bu­ción equi­ta­ti­va de los recur­sos sani­ta­rios dis­po­ni­bles entre las per­so­nas que los nece­si­tan. Los cua­tro prin­ci­pios men­cio­na­dos ante­rior­men­te tie­nen el mis­mo valor. Ello sig­ni­fi­ca que el tera­peu­ta siem­pre tie­ne el deber de res­pe­tar­los, excep­to cuan­do entran en con­flic­to entre sí. En este caso, sólo las cir­cuns­tan­cias pue­den esta­ble­cer un orden jerár­qui­co entre ellos. La carac­te­rís­ti­ca del pro­ce­di­mien­to de este tipo de tera­pias, se encuen­tra en el nivel indi­vi­dual y oca­sio­nal­men­te de lar­ga dura­ción, y regu­lar­men­te cos­to­sas. Con­flic­to entre la efi­cien­cia indi­vi­dual ver­sus auto­no­mía y dig­ni­dad del pacien­te.

Visión integradora de los modelos: Dialógica (Bertrando, 2011; Bertrando, Toffanetti, 2004)

La tera­pia al ser­vi­cio de las per­so­nas. Su obje­ti­vo prin­ci­pal es el no hacer que la per­so­na se ajus­te a tal o cual enfo­que, sino ade­cuar la tera­pia al pacien­te, pues “cada pacien­te es úni­co”, de ahí que su fun­ción sea com­ple­men­ta­ria y la prio­ri­dad sea la per­so­na.

La perspectiva clínica de la salud mental (Bertrando, 2011; Bertrando, Toffanetti, 2004).

No sólo es la con­si­de­ra­ción e iden­ti­fi­ca­ción de esta­dos men­ta­les gene­ra­dos por con­di­cio­nes neu­ro­ló­gi­cas o bio­quí­mi­cas, sino la inter­pre­ta­ción des­de la rela­ción con la tota­li­dad de la per­so­na, sus inten­cio­nes, deseos, espe­ran­zas, así como su his­to­ria per­so­nal (homeos­ta­sis).

Los aportes bioéticos a las terapias familiares

Exis­ten cier­tos cri­te­rios den­tro de la bio­éti­ca que son de uti­li­dad para orien­tar la toma de deci­sio­nes con­cre­tas sobre la con­duc­ta huma­na a lo lar­go de toda la vida, por lo que tam­bién cuen­ta con creen­cias sobre la reali­dad, y el lugar o fun­ción del ser humano en la socie­dad. Enton­ces, un pro­fe­sio­nal de la salud debe cono­cer los nive­les o los tipos de cri­te­rios que orien­tan su con­duc­ta y su influen­cia en la acti­vi­dad psí­qui­ca del con­sul­tan­te, y no debe­rá usar los cri­te­rios reli­gio­sos para inter­ve­nir, sin impor­tar sus pre­fe­ren­cias en cues­tión de fe; sin embar­go, esto no quie­re decir que el con­sul­tan­te no pue­da recu­rrir a un minis­tro reli­gio­so (Pera­les, 2015).

En cuan­to a los apor­tes bio­éti­cos a las tera­pias fami­lia­res, tene­mos la con­fi­den­cia­li­dad pacien­te-pro­fe­sio­nal. En esta eta­pa se infor­ma al pacien­te que en la rela­ción pacien­te-tera­peu­ta todo lo que diga o emi­ta esta sal­va­guar­da­do por el dere­cho de con­fi­den­cia­li­dad, que sólo en caso extre­mo de peli­gro para otra per­so­na o para él o ella mis­ma, podría pasar­se por alto. Fren­te a la nece­si­dad de cues­tio­nar­se la apli­ca­ción de prin­ci­pios ante un con­flic­to entre las pre­mi­sas de con­fi­den­cia­li­dad ver­sus rup­tu­ra de la con­fi­den­cia­li­dad, el requi­si­to insal­va­ble es el de inves­ti­gar para tener cohe­ren­cia, y esta­ble­cer prio­ri­dad entre prin­ci­pios (Sua­zo, 2015).

Pero, ¿qué son los prin­ci­pios? Son expre­sio­nes de valo­res éti­cos fun­da­men­ta­les para la inte­gri­dad del ser per­so­na y para su bien­es­tar exis­ten­cial y comu­ni­ta­rio, al igual que uni­ver­sa­les en su apli­ca­ción. Da cuen­ta de la vali­dez de las nor­mas mora­les y cri­te­rio nor­ma­ti­vo para cali­fi­car o juz­gar si una nor­ma se apli­ca correc­ta­men­te en deter­mi­na­da situa­ción, bio­éti­ca per­so­na­lis­ta, otor­gan direc­ción y guía en la prác­ti­ca pro­fe­sio­nal, dan vali­dez y cri­te­rio para su apli­ca­ción en casos con­cre­tos (Sua­zo, 2015).

En el caso de las tera­pias fami­lia­res su pro­ce­so de aná­li­sis bio­éti­co está rela­cio­na­do a las inte­rro­gan­tes conec­ta­das a pre­gun­tas tales como: ¿Cómo debe ser un matri­mo­nio?, ¿de unión estric­ta­men­te entre un hom­bre y una mujer?, ¿la “fami­lia” exis­te sólo cuan­do un hom­bre y una mujer tie­nen des­cen­den­cia? Deri­va­do de ello sur­gi­rán otras inte­rro­gan­tes rela­cio­na­das al divor­cio y el celi­ba­to, al comer­cio sexual feme­nino y mas­cu­lino, a la hete­ro, la homo y la bise­xua­li­dad, así como a las lla­ma­das “per­ver­sio­nes sexua­les”, etc. Jun­to a estos dile­mas debe plan­tear­se el pro­ble­ma de la mater­ni­dad for­za­da y ele­gi­da, la pater­ni­dad como res­pon­sa­bi­li­dad y goce, la adop­ción, la nega­ti­va a repro­du­cir­se, la mater­ni­dad asis­ti­da, el fili­ci­dio, la ven­ta y trá­fi­co de niñas y niños, por nom­brar algu­nas pro­ble­má­ti­cas de la bio­éti­ca en el cam­po de las lla­ma­das tera­pias fami­lia­res. Ante la defi­ni­ción y man­te­ni­mien­to del sis­te­ma “fami­liar”, los tera­peu­tas pasan por alto el valor moral indi­vi­dual de “muje­res”, hete­ro, homo y bise­xua­les, niñas, niños y hom­bres dis­ca­pa­ci­ta­dos que, inclu­so, en sus teo­rías no son nom­bra­dos (Egui­luz, 1998; Bar­bie­ri, 1992).

Cual­quier tipo de tera­pia debe estar basa­da en el prin­ci­pio de dar aten­ción a un ser humano en par­ti­cu­lar y en dig­ni­dad, ya que no es posi­ble y no debe ser acep­ta­do adap­tar a la per­so­na a la tera­pia. Una visión clí­ni­ca amplia inter­pre­ta los esta­dos men­ta­les en rela­ción a la tota­li­dad de la per­so­na y no como suce­sos gene­ra­dos por meca­nis­mos cere­bra­les, con­si­de­ran­do las inten­cio­nes de la per­so­na, espe­ran­zas, y deseos, así como su his­to­ria per­so­nal.

A con­ti­nua­ción des­cri­bi­ré los apor­tes bio­éti­cos a las tera­pias fami­lia­res:

Existencial

Es el ini­cio del encuen­tro entre pro­fe­sio­nal y con­sul­tan­te; impli­ca sig­ni­fi­ca­dos y valo­res de la cul­tu­ra, exis­tien­do ele­men­tos de jui­cio en el tema salud-enfer­me­dad. Apli­ca con­cep­tos éti­cos sobre pre­gun­tas como: ¿Qué es la salud, enfer­me­dad y cura?, ¿qué es lo nor­mal y lo anor­mal?, ¿qué es la mujer?, ¿qué es el hom­bre?, ¿qué debe­res tie­nen en rela­ción uno con otro?, ¿qué mode­los de diag­nós­ti­co clí­ni­co se uti­li­za­rán?, ade­más de incor­po­rar a ellas sis­te­mas de valo­res del bien común indi­vi­dual y del mal colec­ti­vo. Es una eta­pa impor­tan­te, ya que la dolen­cia expre­sa su con­te­ni­do, ideas, memo­rias, con­duc­tas, valo­res con impli­ca­cio­nes éti­cas, que el con­sul­tan­te pre­sen­ta como una per­so­na de gran com­ple­ji­dad (Fer­nán­dez y Ley, 1999).

Formal

Se carac­te­ri­za por el énfa­sis en las nor­mas. El pro­fe­sio­nal se pre­gun­ta: “¿Por qué con­si­de­rar una acción correc­ta bue­na, o una acción como deber?” Bus­ca razo­nes que pue­dan jus­ti­fi­car sus pro­pias eva­lua­cio­nes. Esta es la dimen­sión obje­ti­va, en la que el pro­fe­sio­nal ana­li­za con pre­ci­sión y rigor, lo que for­man par­te del con­te­ni­do de los códi­gos éti­cos y sus impli­ca­cio­nes sobre las acti­vi­da­des de cui­da­do (¿por qué los hom­bres no se invo­lu­cran en las acti­vi­da­des de cui­da­do?). En este con­tex­to, el pro­fe­sio­nal se pre­gun­ta: ¿Por qué el con­trol del com­por­ta­mien­to en deter­mi­na­das cir­cuns­tan­cias? ¿Por qué la con­fi­den­cia­li­dad? ¿Cuán­do o por qué podría vio­lar­se la con­fi­den­cia­li­dad? Los códi­gos bio­éti­cos pue­den entrar en con­flic­to con el pro­fe­sio­nal: se espe­ra que cada nor­ma moral esté apo­ya­da por argu­men­tos con­vin­cen­tes, y aun­que todos los códi­gos tie­nen preám­bu­los, los preám­bu­los no siem­pre se apli­can (Ber­tran­do, 2011).

Filosófica crítica

En ella exis­te la nece­si­dad de cues­tio­nar la expe­rien­cia con­flic­ti­va, en la que diver­sas nor­mas se opo­nen unas a otras, hacien­do refe­ren­cia a los prin­ci­pios, pero sin expli­car los mis­mos. Los prin­ci­pios son valo­res éti­cos fun­da­men­ta­les para la inte­gri­dad de la per­so­na para su bien­es­tar y exis­ten­cia comu­ni­ta­ria, y son de apli­ca­ción uni­ver­sal, per­mi­tien­do con­vi­ven­cia y desa­rro­llo pleno de la per­so­na en comu­ni­dad. Sir­ven como cri­te­rio para apli­car una nor­ma a una situa­ción con­cre­ta (Rosen, 2012).

El principio de beneficencia

Cui­dar y preo­cu­par­se por el bien­es­tar del con­sul­tan­te y abs­te­ner­se de hacer­le daño, ofre­cien­do prio­ri­dad al pacien­te con cui­da­do y con­fia­bi­li­dad. Si esto no exis­te, la rela­ción no se da. Para detec­tar si este prin­ci­pio está pre­sen­te es con­ve­nien­te pre­gun­tar­se: ¿Es la acción pro­pues­ta un bene­fi­cio para el o la con­sul­tan­te? ¿La inter­ven­ción aten­ta a los intere­ses del o la tera­peu­ta? ¿Se ins­pi­ra el o la tera­peu­ta en la bene­vo­len­cia hacia él o la con­sul­tan­te o se moti­va por la satis­fac­ción per­so­nal? Fren­te al cui­da­do de un con­sul­tan­te, en sus cir­cuns­tan­cias, ¿el o la tera­peu­ta sabe dife­ren­ciar si la pro­pues­ta o inter­ven­ción es en bene­fi­cio del o la con­sul­tan­te o bene­fi­cia al tera­peu­ta? Cuan­do él o la tera­peu­ta se desem­pe­ña en ámbi­tos ofi­cia­les o cri­mi­na­lís­ti­cos por ejem­plo, ¿para quién tra­ba­ja o en bene­fi­cio de quién?, ¿de la socie­dad, de su ámbi­to pro­fe­sio­nal, o del o la con­sul­tan­te?, ¿cómo pue­de prio­ri­zar este orden?, ¿cuá­les son los valo­res huma­nos y socia­les ope­ra­ti­vos de la tera­pia en cues­tión? (Nuss­baum, 2008).

Principio de justicia

Dis­tri­bu­ción de recur­sos esca­sos y acce­so a la jus­ti­cia; cada día, las ins­ti­tu­cio­nes públi­cas o pri­va­das hacen recor­tes jus­ti­fi­can­do dicha acción por limi­ta­ción de recur­sos, afec­tan­do así el acce­so a los mis­mos, desa­fian­do y con­tra­di­cien­do el prin­ci­pio de bene­fi­cen­cia (Rosen, 2012).

Principio de autonomía

Es el prin­ci­pio nuclear de la tran­sac­ción del con­sen­ti­mien­to infor­ma­do. Es impor­tan­te por­que res­tau­rar la auto­no­mía muchas veces afec­ta o defi­ne el pro­ble­ma men­tal. El pro­fe­sio­nal debe decir la ver­dad al con­sul­tan­te y aco­plar el prin­ci­pio de auto­no­mía al de bene­fi­cen­cia para saber cómo decir y hacer con res­pon­sa­bi­li­dad. Los prin­ci­pios deben estar al ser­vi­cio del con­sul­tan­te (Ber­tran­do, 2011).

Personalista

Se sus­ten­ta en el per­so­na­lis­mo, una filo­so­fía de la exis­ten­cia huma­na en la cual los prin­ci­pios ante­rio­res encuen­tran su razón de ser.  La éti­ca tie­ne que ver con el modo de ser per­so­na, como un recur­so.

Dignidad de las mujeres y el feminismo en las terapias familiares

El pri­mer pro­ble­ma para la apli­ca­ción de los apor­tes de la bio­éti­ca en el cam­po de las tera­pias fami­lia­res se rela­cio­na con el enfo­que de la polí­ti­ca públi­ca mul­ti­cul­tu­ra­lis­ta que sur­ge en Esta­dos Uni­dos; este mode­lo de pen­sa­mien­to social de reac­ción fren­te a la uni­for­mi­za­ción cul­tu­ral es un tér­mino poli­sé­mi­co que sue­le alu­dir a la varie­dad de cul­tu­ras en una socie­dad, así como a la nece­si­dad de poseer igual­dad de posi­bi­li­da­des para desa­rro­llar­se social, eco­nó­mi­ca y polí­ti­ca­men­te con armo­nía, según sus tra­di­cio­nes étni­cas, reli­gio­sas e ideo­ló­gi­cas (Stan­ford Dic­tio­nary, 2010).

Su ori­gen se sitúa en la aper­tu­ra del gobierno esta­dou­ni­den­se hacia los migran­tes des­pla­za­dos de Euro­pa. Tras la apro­ba­ción de la Ley de Per­so­nas Des­pla­za­das en 1948, las auto­ri­da­des esta­dou­ni­den­ses con­ce­die­ron apro­xi­ma­da­men­te 400,000 visas a inmi­gran­tes. La tera­pia fami­liar ame­ri­ca­na apo­ya­da por las polí­ti­cas públi­cas de sani­dad y anti­obs­ce­ni­da­des de ese momen­to his­tó­ri­co, tuvie­ron como obje­ti­vo prin­ci­pal faci­li­tar la adqui­si­ción del desa­rro­llo de capa­ci­da­des, des­tre­zas de adap­ta­ción a la nue­va situa­ción en la que se encon­tra­ban estas fami­lias migran­tes a tra­vés de las clí­ni­cas de segui­mien­to infan­til que se cons­tru­ye­ron para tales fines (Ber­tran­do & Tof­fa­net­ti, 2004).

El mode­lo estruc­tu­ral de tera­pia fami­liar, edi­fi­ca­da ini­cial­men­te en la escue­la para niños de Wiltwyck, e imple­men­ta­da tiem­po des­pués en la Clí­ni­ca de segui­mien­to infan­til, fue cons­trui­da ini­cial­men­te sobre el mode­lo de fami­lia nuclear desa­rro­lla­da por Tal­cott Par­sons, para expli­car la vida de las fami­lias pobres y migran­tes de dis­tin­tas cul­tu­ras. En vez de orden, reglas e inti­mi­dad (las carac­te­rís­ti­cas de la bue­na fami­lia bur­gue­sa), estas fami­lias mos­tra­ban roles mal defi­ni­dos, recom­pen­sas y cas­ti­gos que lle­gan a los hijos de mane­ra caó­ti­ca e impre­vi­si­ble (Ber­tran­do, Tof­fa­net­ti, 2004).

El para­dig­ma de Par­sons y el apo­yo ini­cial de la polí­ti­ca mul­ti­cul­tu­ra­lis­ta les pro­por­cio­nó por lo menos una cla­ve para inter­pre­tar la estruc­tu­ra y dis­tri­bu­ción de las fun­cio­nes típi­cas de la fami­lia. El resul­ta­do de este apo­yo tan­to inte­lec­tual como esta­tal cul­mi­nó en la obra Fami­lies of the Slums, en la que jus­ti­fi­ca­ban la divi­sión sexual del tra­ba­jo, que pro­du­cía y repro­du­cía una for­ma este­reo­ti­pa­da de los roles fami­lia­res (Ber­tran­do, Tof­fa­net­ti, 2004).

Hay ade­más otro aspec­to infra­va­lo­ra­do. Sal­va­dor Minu­chin (el inves­ti­ga­dor prin­ci­pal) ha rea­li­za­do un tra­ba­jo tre­men­do con las fami­lias pobres y negras en las que la madre reci­bía la ayu­da social y el hom­bre esta­ba des­em­plea­do. El obje­ti­vo era obte­ner una mayor inte­gra­ción del hom­bre en la fami­lia. Estos hom­bres no tenían poder y los tera­peu­tas ten­dían a apo­yar­los. A veces pien­so que si el gobierno hubie­se dado más ayu­das a esos hom­bres, la tera­pia de Minu­chin habría podi­do desa­rro­llar­se de otra for­ma (Haley en Simon, 1992, pág. 78).

La adhe­sión a las ideas de Par­sons y el mul­ti­cul­tu­ra­lis­mo trae­rá con­si­go, en los años siguien­tes, las crí­ti­cas de las auto­ras femi­nis­tas. Esta crí­ti­ca del movi­mien­to femi­nis­ta sobre las tera­pias fami­lia­res fue la línea patriar­cal en la que se con­for­ma la inter­ven­ción “matri­mo­nial”, en la que se tien­de a idea­li­zar los roles y tra­di­cio­nes mora­les de los debe­res fun­da­men­ta­dos en la divi­sión sexual del tra­ba­jo, así como la ten­den­cia a repro­bar a las madres y a idea­li­zar a los padres; tam­bién expli­ca­ría la publi­ca­ción de artícu­los don­de atri­bu­yen explí­ci­ta o implí­ci­ta­men­te la res­pon­sa­bi­li­dad de las “pato­lo­gías” fami­lia­res y/o de los hijos e hijas de fami­lias en tera­pia, a las madres. Esto lle­va a la des­va­lo­ri­za­ción de las dimen­sio­nes bio­éti­cas y polí­ti­cas de las muje­res en las tera­pias fami­lia­res (Wal­ters, Car­ter, Papp, Sil­vers­tein, 1991). 

Es aquí don­de resi­de el inte­rés de ana­li­zar la cate­go­ría de la dig­ni­dad de las muje­res en las tera­pias fami­lia­res, por lo que es fun­da­men­tal el con­cep­to filo­só­fi­co de la dig­ni­dad huma­na, idea que ha sido espe­cial­men­te des­ta­ca­da por el filó­so­fo ale­mán Kant (1980). Según este, los seres huma­nos se mere­cen un tra­to espe­cial y digno que posi­bi­li­te su desa­rro­llo como per­so­nas. En este sen­ti­do, afir­ma Kant, el hom­bre es un fin en sí mis­mo, no un medio para usos de otros indi­vi­duos, lo que lo con­ver­ti­ría en una cosa. Los seres irra­cio­na­les, como los ani­ma­les, pue­den ser medios para, por ejem­plo, la ali­men­ta­ción; en cam­bio la exis­ten­cia de las per­so­nas es un valor abso­lu­to y, por ello, son mere­ce­do­ras de todo el res­pe­to moral, mien­tras que la dis­cri­mi­na­ción, la escla­vi­tud, etc., son accio­nes moral­men­te inco­rrec­tas, por­que aten­tan con­tra la dig­ni­dad de las per­so­nas.

Sin embar­go, la crí­ti­ca femi­nis­ta ha encon­tra­do segre­ga­do­ra y sexis­ta la mira­da de este autor, debi­do a que para Kant la mujer repre­sen­ta, den­tro de la natu­ra­le­za huma­na, el fun­da­men­to del con­tras­te entre las cua­li­da­des bellas y las nobles, y el sexo mas­cu­lino se afi­na con su tra­to, pero no a la inver­sa (Nuss­baum, 2008).

La cate­go­ría dig­ni­dad la hemos leí­do con­ti­nua­men­te debi­do a que es el cen­tro del dis­cur­so moderno de los dere­chos huma­nos; sin embar­go, cuan­do nos acer­ca­mos al con­cep­to filo­só­fi­co de la dig­ni­dad, esta se tor­na un tan­to dife­ren­te, pues exis­ten auto­ras que nom­bra­rán a la “dig­ni­dad” como un con­cep­to vacío y redun­dan­te, mien­tras otros dirán que es una noción de la que sólo el hom­bre pue­de hacer uso median­te la razón; por otra par­te, hay quie­nes afir­man que el res­pe­to a las per­so­nas sig­ni­fi­ca reco­no­cer sus dere­chos, su capa­ci­dad de auto­de­ter­mi­na­ción y su dig­ni­dad ante la ley. Dig­ni­dad, por lo tan­to, sig­ni­fi­ca algu­na bon­dad de noso­tros mis­mos, algo con un valor indis­cu­ti­ble, escri­to y encar­na­do en la ley natu­ral de la con­vi­ven­cia entre muje­res y hom­bres (Nuss­baum, 2008).

Enton­ces, ¿en qué radi­ca la dig­ni­dad para el femi­nis­mo? Si su suje­to polí­ti­co es la “mujer”, ¿se enfo­ca­ría en el ser “mujer” o en algo ante­rior? Qui­zá habría que pre­gun­tar­nos antes: ¿qué es “dig­ni­dad”?

Dig­ni­dad es un voca­blo que indi­ca una apre­cia­ción, una valo­ra­ción de algo o de alguien. La dig­ni­dad depen­de de “algo” intrín­se­co, pro­fun­do, pro­pio de uno, inde­pen­dien­te­men­te de si los otros ven o no ven ese “algo” (hay evi­den­cia his­tó­ri­ca de que a las muje­res se les atri­bu­ye un con­cep­to dife­ren­te de dig­ni­dad, que tie­ne que ver con un com­por­ta­mien­to espe­cí­fi­co). Sin embar­go, en el dis­cur­so actual, el con­cep­to ha cam­bia­do radi­cal­men­te. La dig­ni­dad radi­ca en el poseer (mejor, en el ser) algo que mere­ce, por sí mis­mo, amor, res­pe­to, jus­ti­cia; un suje­to de dere­cho por el sim­ple hecho de ser per­so­na. Algo que radi­ca en el suje­to digno, y que no pue­de ser des­pre­cia­do sin fal­tar a la ver­dad (cuan­do no des­cu­bri­mos o inclu­so nega­mos el valor de la per­so­na dig­na) y a la jus­ti­cia (cuan­do no la tra­ta­mos del modo que mere­ce ser tra­ta­da) (Rosen, 2012).

Cuan­do se habla de “dig­ni­dad”, por lo tan­to, no se habla de fun­cio­na­li­dad, de uti­li­dad, ni  de la con­tri­bu­ción que alguien ofre­ce en un sec­tor de la vida social. La dig­ni­dad no radi­ca en la pro­duc­ti­vi­dad, ni en la rique­za, ni en las cua­li­da­des físi­cas que otros pue­dan indi­vi­duar en la per­so­na dig­na como sím­bo­lo de esta­tus. Ser digno no depen­de, por lo tan­to, de moti­vos exter­nos. De lo con­tra­rio, y bien ejem­pli­fi­ca­do por Rubín (1975), serían los hom­bres con mayor jerar­quía los que atri­bu­yan a la dig­ni­dad de cual­quier socie­dad por medio del inter­cam­bio de muje­res como obje­tos, cuyo valor es enfo­ca­do en la vir­gi­ni­dad, cas­ti­dad, doci­li­dad, domes­ti­ci­dad, obe­dien­cia y belle­za como atri­bu­tos de la dig­ni­dad de las muje­res ofre­ci­das para el matri­mo­nio (como un rega­lo pre­cio­so en la actua­li­dad) y el víncu­lo social. Por lo tan­to, las muje­res en algu­nas socie­da­des aún son vis­tas como mer­can­cías que resuel­ven los pac­tos de la mas­cu­li­ni­dad a tra­vés de aque­lla noción clá­si­ca de dig­ni­dad.

Enton­ces for­mu­le­mos nue­va­men­te la pre­gun­ta: Si el femi­nis­mo refie­re a la “mujer” como su suje­to polí­ti­co, ¿en qué radi­ca­ría la dig­ni­dad de la “mujer”? Y más aún, ¿cómo hacer visi­ble la dig­ni­dad de la “mujer” o de las “muje­res” en las tera­pias fami­lia­res? Una posi­ble res­pues­ta nos dirá que en su con­di­ción feme­ni­na, en su iden­ti­dad sexual, en su aper­tu­ra a la mater­ni­dad, en las posi­bi­li­da­des labo­ra­les que el mun­do moderno ofre­ce a su libre opción. Esto, sin embar­go, no es pro­pio o exclu­si­vo de la “mujer”, pues tam­bién se dan estas carac­te­rís­ti­cas en otras iden­ti­da­des, sin que por ello sean atri­bu­tos exclu­si­vos de la dig­ni­dad —sin embar­go, sí sue­len ser invi­si­bi­li­za­dos en todas las prác­ti­cas en salud men­tal (eso inclu­ye a las tera­pias fami­lia­res).

Enton­ces, ¿cuál es la res­pues­ta? Qui­zá ten­dría­mos que reco­no­cer que la dig­ni­dad de la “mujer” radi­ca en su ser per­so­na, huma­na. Es decir, su dig­ni­dad no vie­ne por su femi­nei­dad, sino que pre­ce­de a esa fic­ción de femi­nei­dad mis­ma, que fun­da y expli­ca (erró­nea­men­te) su valor en tan­to mujer. Eso expli­ca­ría lo expan­si­vo del pen­sa­mien­to de De Beau­voir cuan­do se refie­re a que “no se nace mujer, se hace”. Lo que indi­ca­ría la con­di­ción estruc­tu­ra­da de la “mujer” ante reglas que la ante­ce­den y siguen impo­nien­do una dig­ni­dad enfo­ca­da al esta­tus, en vez de enfo­car­la en la exis­ten­cia huma­na mis­ma (Butler, 1997).

Por lo mis­mo y en con­tra de una dig­ni­dad basa­da en el esta­tus, la dig­ni­dad huma­na con­fi­gu­ra el sue­lo sóli­do de cual­quier ley o for­ma social, de cual­quier cos­tum­bre o modo de vivir y de actuar en la socie­dad, lo que daría un giro de 360º al mul­ti­cul­tu­ra­lis­mo y a la mira­da ciber­né­ti­ca de los prin­ci­pios de las tera­pias fami­lia­res. Siem­pre hay que res­pe­tar y defen­der la inte­gri­dad físi­ca y psi­co­ló­gi­ca, y los demás dere­chos, de todas las “muje­res” del pla­ne­ta, pre­ci­sa­men­te por­que son dig­nas, por­que lo mere­cen.

Des­de esa idea común de dig­ni­dad huma­na, es cla­ro que el res­pe­to se extien­de a todas las posi­bles for­mas de vivir como “muje­res” en rela­ción con los hom­bres, al igual que con otras muje­res, así como dife­ren­tes con­di­cio­nes de vida, mar­cas de cla­se, raza, orien­ta­ción sexual, ubi­ca­ción geo­po­lí­ti­ca, entre algu­nas otras. El plu­ra­lis­mo de las situa­cio­nes no es, por lo tan­to, un obs­tácu­lo a la común dig­ni­dad. Exis­ten, es cier­to, muchos modos de ser “mujer”: la “mujer” pue­de ser sol­te­ra, casa­da, con hijos, emba­ra­za­da, con tra­ba­jo, en paro; pue­de ser poli­cía, pre­si­den­ta, tener estu­dios sólo de pri­ma­ria o ense­ñar en una uni­ver­si­dad; pue­de encon­trar­se en la cár­cel o dic­tar sen­ten­cias en un tri­bu­nal. En cada situa­ción, la dig­ni­dad es la mis­ma en tan­to que se com­pren­de como ser humano (Nuss­baum, 2008).

Esta idea de la dig­ni­dad qui­zás sea pro­ble­má­ti­ca por la difi­cul­tad de defi­nir­la y ope­ra­cio­na­li­zar­la; tal vez, inclu­so, se le pue­da sus­ti­tuir con otro con­cep­to que no sea tan redun­dan­te. Sin embar­go, a pesar de todo esto, no se le pue­de igno­rar, pues la dig­ni­dad da ori­gen al dis­cur­so moderno de la moral enfo­ca­da al res­pe­to humano (Rosen, 2012).

Tam­bién se podría decir que al gru­po social deno­mi­na­do “las muje­res” se le ha nega­do ser vis­to y tra­ta­do como fuen­te de valor o dig­ni­dad. Dicha nega­ción ha toma­do dos for­mas prin­ci­pa­les: una doc­tri­na his­tó­ri­co-filo­só­fi­ca que cali­fi­ca a las “muje­res” como infe­rio­res a los hom­bres, y un con­jun­to de prác­ti­cas que no reco­no­cen ni mucho menos res­pe­tan la dig­ni­dad de aque­llas. El sello andro­cén­tri­co del con­cep­to “dig­ni­dad” es inne­ga­ble, y sería inco­rrec­to supo­ner que es mera­men­te acci­den­tal: es refle­jo de una cul­tu­ra más amplia de exclu­sión y des-huma­ni­za­ción.

Conclusiones

Los debe­res actua­les den­tro del cam­po de la bio­éti­ca, el femi­nis­mo y las tera­pias fami­lia­res recaen en el aná­li­sis crí­ti­co de sus cate­go­rías epis­te­mo­ló­gi­cas, las cua­les aten­tan con­tra la noción de dig­ni­dad de las “muje­res” y de las mino­rías pobla­cio­na­les. Asi­mis­mo y dado que el polé­mi­co con­cep­to dig­ni­dad ser­vi­rá como eje arti­cu­la­dor de este y futu­ros aná­li­sis (el cual, en este bre­ve ensa­yo, cen­tré en algu­nos ele­men­tos de su ori­gen y sus usos). Vimos que a pesar del amplio uso que se hace de este con­cep­to, exis­ten fuer­tes acu­sa­cio­nes por su fal­ta de cla­ri­dad y de cier­ta arbi­tra­rie­dad moral, las cua­les mere­cen una dis­cu­sión pro­fun­da sobre la rele­van­cia y per­ti­nen­cia del con­cep­to de dig­ni­dad.

Un pun­to que no se debe pasar por alto es aque­lla cate­go­ría de aná­li­sis que fue trans­ver­sal en la dis­cu­sión; me refie­ro al de “mujer”. Tan­to el femi­nis­mo como las tera­pias fami­lia­res y la bio­éti­ca han gene­ra­do en sus escri­tos repre­sen­ta­cio­nes polí­ti­cas que legi­ti­man las carac­te­rís­ti­cas de lo que es una “mujer”. Sin con­tem­plar que la repre­sen­ta­ción es la fun­ción nor­ma­ti­va de reve­lar y de dis­tor­sio­nar lo que es “ver­da­de­ro” acer­ca de la “mujer”. Por ejem­plo, en el cam­po de las tera­pias fami­lia­res, en el libro Tera­pia no con­ven­cio­nal, Haley (1980) gene­ra­li­za la par­ti­ci­pa­ción de la “mujer” en el ciclo vital de la fami­lia, cla­si­fi­can­do sus actos en: perio­do de galan­teo, el matri­mo­nio y sus con­se­cuen­cias: el naci­mien­to de hijos y el tra­to con ellos, difi­cul­ta­des matri­mo­nia­les del perio­do inter­me­dio, entre otros. En este tenor, el autor atri­bu­ye “habi­li­da­des” que nece­si­ta desa­rro­llar la “mujer” para cum­plir el telos del ciclo vital de la fami­lia, entre ellos los mode­los de con­duc­ta de cor­te­jo, modo de hablar, ves­ti­men­ta, gus­tos por la músi­ca, etc., sin men­cio­nar que ese mis­mo suje­to “muje­res” ya no se com­pren­de en tér­mi­nos de esta­bi­li­dad y per­ma­nen­cia.

Ade­más, los tera­peu­tas fami­lia­res pier­den la noción de su invo­lu­cra­ción en los sis­te­mas jurí­di­cos de poder que pro­du­cen a los suje­tos que van a repre­sen­tar; no se actua­li­zan sus inter­ven­cio­nes y siguen repro­du­cien­do los mis­mos valo­res mora­les. Resul­ta que ese suje­to com­par­ti­do por las tera­pias fami­lia­res, el femi­nis­mo y la bio­éti­ca, se encuen­tra cons­trui­do por el mis­mo sis­te­ma polí­ti­co del que pre­ten­de eman­ci­par­se o curar.

Por lo que, siguien­do el pen­sa­mien­to de Butler (1997), no es sufi­cien­te inqui­rir acer­ca de cómo hacer para que las “muje­res” alcan­cen una mayor repre­sen­ta­ti­vi­dad en el len­gua­je, las tera­pias y en la polí­ti­ca: pare­cie­ra que en cada inter­ven­ción del femi­nis­mo, inclu­so el que se ha aso­cia­do con las tera­pias fami­lia­res con códi­gos bio­éti­cos, tra­tan de revi­sar si exis­te una iden­ti­dad común de “mujer” que posee atri­bu­tos de gene­ra­li­za­ción, sin dis­tin­guir la raza, cla­se social, orien­ta­ción sexual, con­di­ción de salud, entre otras.

La res­pues­ta con­tun­den­te ante la gene­ra­li­za­ción de la iden­ti­dad y la expe­rien­cia de la “mujer” es el patriar­ca­do como úni­co atri­bu­to uni­ver­sal que pro­du­ce la expe­rien­cia común de sumi­sión de las “muje­res”, y es el que menos se ha explo­ra­do en las inter­ven­cio­nes tera­péu­ti­cas con gru­pos fami­lia­res. La espe­ci­fi­ci­dad de lo feme­nino está “des­con­tex­tua­li­za­do” y el patriar­ca­do uni­ver­sal está pre­sen­te: “Para refe­rir­nos al tera­peu­ta hemos usa­do el géne­ro mas­cu­lino sólo a fin de evi­tar com­pli­ca­cio­nes y con­fu­sio­nes lin­güís­ti­cas” (Bos­co­lo, Ber­tran­do, 2008., pp. 13). Por lo que lo mas­cu­lino no empren­de com­pli­ca­cio­nes ni con­fu­sio­nes.

Lo que entra­ña un dile­ma más gran­de a resol­ver en pró­xi­mos ensa­yos: ¿has­ta qué pun­to la cate­go­ría de las “muje­res” des­de el uni­ver­sal patriar­cal, adquie­re esta­bi­li­dad y cohe­ren­cia sólo en el con­tex­to de la matriz hete­ro­se­xual? ¿Y cómo se ve refle­ja­do en los tra­ba­jos de los tera­peu­tas fami­lia­res?

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