Subjetividad masculina: virilidad, temperancia y libertad Descargar este archivo (Subjetividad masculina.pdf)

Rodrigo Aguilar López

Programa Institucional de Estudios de Género de la FES Iztacala

Resu­men

A par­tir del estu­dio de la esté­ti­ca de la exis­ten­cia de los grie­gos anti­guos pode­mos dar cuen­ta del tema del suje­to y de la sub­je­ti­vi­dad como bien lo men­cio­nó Michel Fou­cault (2002), pero ade­más de tales pre­ci­sio­nes pue­de pre­gun­tar­se cómo es que un hom­bre lle­ga­ba a con­ver­tir­se en suje­to. ¿Cómo se for­ma­ba un hom­bre viril, libre y sobe­rano de sí mis­mo? Es decir, que tal apro­xi­ma­ción nos brin­da la opor­tu­ni­dad de hacer un reco­rri­do con­cep­tual para estu­diar ras­gos de la sub­je­ti­vi­dad mas­cu­li­na y con ello hacer hin­ca­pié en la varia­ble de géne­ro­co­mo deter­mi­nan­te de las lógi­cas socia­les, polí­ti­cas, colec­ti­vas y del espec­tro sub­je­ti­vo.

Pala­bras cla­ve: géne­ro, sub­je­ti­vi­dad mas­cu­li­na, viri­li­dad.

 

Abs­tract

When we study the aesthe­tics of the exis­ten­ce of the ancient greeks we can reali­ze the the­me of the sub­ject and sub­jec­ti­vity as men­tio­ned by Michel Fou­cault (2002), but besi­des such details it may be noted how a man came to beco­me sub­ject? How a viri­le, free and sove­reign man him­self was for­med? That is, that such an approach gives us the oppor­tu­nity to do a con­cep­tual jour­ney to study traits of male sub­jec­ti­vity and thus empha­si­ze the gen­der varia­ble as a deter­mi­nant of social, poli­ti­cal, collec­ti­ve and sub­jec­ti­ve logi­cal spec­trum.

Key­words: gen­der, male sub­jec­ti­vity, viri­lity.

Intro­duc­ción

La inten­ción de nues­tro tra­ba­jo es mos­trar bre­ve­men­te las for­mas de sub­je­ti­var­se a par­tir de las “téc­ni­cas del yo” que tenían los hom­bres en la Gre­cia Anti­gua. Bus­ca­mos expo­ner algu­nas ano­ta­cio­nes que con­si­de­ra­mos impor­tan­tes sobre la sub­je­ti­vi­dad mas­cu­li­na, para apun­tar hacia el estu­dio de las mas­cu­li­ni­da­des des­de dife­ren­tes ángu­los.

Para abor­dar el tema de deve­nir suje­to (hom­bre), ele­gi­mos tomar aspec­tos prin­ci­pal­men­te de la esté­ti­ca de la exis­ten­cia de los grie­gos anti­guos, por­que a nues­tro jui­cio ahí encon­tra­mos for­mas que refle­jan cómo un hom­bre esta­ba dis­pues­to al pro­ce­so de revi­sar­se a sí mis­mo y de ana­li­zar las pro­pias prác­ti­cas con la inten­ción de nom­brar­se suje­to libre y sobe­rano, pero a par­tir de cier­ta con­di­ción socio­cul­tu­ral: el géne­ro. Ade­más, nos per­mi­te dar cuen­ta de las asi­me­trías que ya exis­tían con res­pec­to a las muje­res y a los hom­bres jóve­nes.

La fina­li­dad de hacer este bre­ve y pun­tual reco­rri­do es mos­trar gros­so modo el cur­so de la temá­ti­ca que nos ocu­pa, por lo cual es nece­sa­rio escu­char y reto­mar a inter­lo­cu­to­res que deba­ten y enri­que­cen las refle­xio­nes en torno al estu­dio de la sub­je­ti­vi­dad mas­cu­li­na.

El hombre adulto y aristócrata en la Grecia Antigua

A par­tir del tra­ba­jo de Michel Fou­cault en His­to­ria de la sexua­li­dad (Fou­cault, 1991; 2003; 2004) y en La Her­me­néu­ti­ca del suje­to (Fou­cault, 2002) trae­mos a cola­ción cuá­les eran las for­mas median­te las cua­les un hom­bre en la Gre­cia Anti­gua acce­día a ser sobe­rano, hono­ra­ble y libre, a par­tir de la inquie­tud de sí. Dicho pro­ce­so era un esti­lo de vida solo de los hom­bres, de cier­to gru­po que per­te­ne­cía a la aris­to­cra­cia y debía pre­pa­rar­se para lle­gar a ser un buen gober­nan­te.

Indu­da­ble­men­te, esta­mos hacien­do refe­ren­cia a cómo se cons­ti­tuía un hom­bre, cómo se lle­ga­ba a ser­lo, es decir, cómo se fun­da­ba la sub­je­ti­vi­dad mas­cu­li­na en aquél tiem­po.

El tér­mino epi­me­leia heau­tou (ocu­par­se de uno mis­mo) era la acep­ción ori­gi­nal de la inquie­tud de sí mis­mo. El pre­cep­to ori­gi­nal de los grie­gos anti­guos era la preo­cu­pa­ción por sí mis­mo para deve­nir suje­to. Era una for­ma de ale­jar­se del peli­gro de ser escla­vos de sus pro­pias pasio­nes, por lo que dicho pre­cep­to se ati­za­ba para tener ven­ta­ja sobre los otros a los que se gober­na­ba (Kaminsky, 2003).1

La epi­me­leia heau­tou  era un con­cep­to muy fuer­te y pode­ro­so en la Anti­güe­dad. Era tra­ba­jar, estar preo­cu­pa­do por algo; se rela­cio­na­ba con los pro­ce­sos median­te los cua­les los indi­vi­duos se veían lle­va­dos a pres­tar­se aten­ción a sí mis­mos, a des­cu­brir­se, a reco­no­cer­se y decla­rar­se como suje­tos de deseo, hacien­do jugar una rela­ción que les per­mi­tía, en el deseo, des­cu­brir la ver­dad de su ser (Fou­cault, 2003; 2004).

Las “téc­ni­cas de sí” o “tec­no­lo­gías del yo” son los pro­ce­di­mien­tos exis­ten­tes para fijar una iden­ti­dad, man­te­ner­la, trans­for­mar­la en vir­tud de cier­ta fina­li­dad, gra­cias a las rela­cio­nes de domi­nio de sí sobre uno mis­mo o de cono­ci­mien­to de sí mis­mo (Fou­cault, 1990; 1999). La pro­ble­ma­ti­za­ción del com­por­ta­mien­to sexual en la Anti­güe­dad es uno de los pri­me­ros de la his­to­ria de las “téc­ni­cas de sí”. Los tex­tos anti­guos que revi­só Fou­cault en sus obras His­to­ria de la sexua­li­dad (2003; 2004) y que des­me­nu­zó de mane­ra escru­pu­lo­sa en su cur­so “La her­me­néu­ti­ca del suje­to” (Fou­cault, 2002), nos per­mi­ten dar­nos cuen­ta que estos fun­gían como ope­ran­tes que per­mi­tían a los hom­bres inte­rro­gar­se sobre su pro­pia con­duc­ta y su mane­ra de ser, para ver por ella, for­mar­la y for­mar­se a sí mis­mos como suje­tos éti­cos (Fou­cault, 2003).

En la Anti­güe­dad, las figu­ras de aus­te­ri­dad sexual se rela­cio­na­ban con el cuer­po, con la salud, el jue­go de la vida y la muer­te; se rela­cio­na­ban con el otro sexo, con la espo­sa como com­pa­ñe­ra pri­vi­le­gia­da por ser la mujer de un varón adul­to den­tro de la res­pe­ta­ble ins­ti­tu­ción fami­liar. Se rela­cio­na­ban con el amor del adul­to hacia los jóve­nes que podía ele­gir y con la ver­dad en la que se plan­tea­ba la cues­tión de las con­di­cio­nes espi­ri­tua­les que daban acce­so a la sabi­du­ría (Fou­cault, 2003).

Los temas de aus­te­ri­dad sexual no eran un comen­ta­rio en el sen­ti­do de prohi­bi­cio­nes pro­fun­das, sino una ela­bo­ra­ción y esti­li­za­ción de una acti­vi­dad en el ejer­ci­cio del poder y la prác­ti­ca de la liber­tad de la con­duc­ta mas­cu­li­na, pues la mujer esta­ba bajo cons­tric­ción estric­ta. Se tra­ta­ba úni­ca­men­te de una moral de hom­bres y para hom­bres (Fou­cault, 2003).

Las refle­xio­nes mora­les de los grie­gos se orien­ta­ban hacia las prác­ti­cas de sí, y la cues­tión de la pre­pa­ra­ción­que hacían las codi­fi­ca­cio­nes de con­duc­tas y la deli­mi­ta­ción de lo per­mi­ti­do o lo con­tro­la­do. Se enfa­ti­za­ba la rela­ción con­si­go mis­mo que per­mi­tía no dejar­se lle­var por los pla­ce­res y ape­ti­tos, man­te­ner los sen­ti­dos en un esta­do tran­qui­lo, per­ma­ne­cer libre con res­pec­to a las pasio­nes que pudie­ran escla­vi­zar al suje­to y alcan­zar el pleno dis­fru­te de sí mis­mo, o bien, lo que lla­ma­ban la “per­fec­ta sobe­ra­nía sobre sí”2, (Fou­cault, 2003).  

El prin­ci­pio “hay que ocu­par­se de uno mis­mo” (epi­me­leia heau­tou)era una vie­ja sen­ten­cia en la cul­tu­ra grie­ga, una sen­ten­cia lace­de­mo­nia, de acuer­do con un tex­to de Plu­tar­co que Fou­cault (2002) encon­tró mien­tras inves­ti­ga­ba sobre la éti­ca de los pla­ce­res.3 Los espar­ta­nos encar­ga­ban sus pro­pie­da­des a los ilo­tas para que los pri­me­ros pudie­ran encar­gar­se de sí mis­mos; enton­ces, ori­gi­nal­men­te la epi­me­leia heau­tou se tra­ta­ba de un pri­vi­le­gio social, polí­ti­co y eco­nó­mi­co, no sólo un prin­ci­pio filo­só­fi­co.

El Alcibíades de Platón

En el cur­so de 1980–1981 dic­ta­do en el Collè­ge de Fran­ce y que lla­mó “Sub­je­ti­vi­dad y ver­dad”, Michel Fou­cault con­si­de­ra que el tex­to pla­tó­ni­co del Alci­bía­des es el pun­to de par­ti­da del cui­da­do de sí mis­mo, de la epi­me­leia heau­tou, enten­di­da como expe­rien­cia y como téc­ni­ca que ela­bo­ra y trans­for­ma a un varón en suje­to. Para Fou­cault la his­to­ria del cui­da­do de sí y de las téc­ni­cas de sí son un modo de lle­var a cabo la his­to­ria de la sub­je­ti­vi­dad, a tra­vés de las trans­for­ma­cio­nes en nues­tra cul­tu­ra de las “rela­cio­nes con­si­go mis­mo”, con su téc­ni­ca y efec­tos de saber (Fou­cault, 1999).

El aná­li­sis fou­caul­tiano del tex­to pla­tó­ni­co del Alci­bía­des, mues­tra que el ,en pri­mer lugar, es un nom­bre refle­xi­vo con el sen­ti­do auto que sig­ni­fi­ca “lo mis­mo”, al mis­mo tiem­po que da la noción de iden­ti­dad. El ha de encon­trar­se en el prin­ci­pio que usa los ins­tru­men­tos, las pose­sio­nes no del cuer­po sino del alma. Preo­cu­par­se por el alma era la prin­ci­pal acti­vi­dad del cui­da­do de sí.

En el tex­to pla­tó­ni­co, el joven Alci­bía­des pac­tó some­ter­se a su aman­te espi­ri­tual Sócra­tes, pues lo que igno­ra­ba el pri­me­ro no podía saber­lo por sí mis­mo. Según Sócra­tes, para ayu­dar­le a adqui­rir tech­nẽ, Alci­bía­des debía pro­po­nér­se­lo, debía preo­cu­par­se de sí mis­mo. En ese tex­to, Fou­cault encuen­tra que hay una dia­léc­ti­ca entre el dis­cur­so polí­ti­co, peda­gó­gi­co y el eró­ti­co. La tran­si­ción del joven Alci­bía­des es lle­va­da en la polí­ti­ca, con los maes­tros y en el amor, al tiem­po en que en la inter­sec­ción entre la ambi­ción polí­ti­ca, la for­ma­ción peda­gó­gi­ca y el amor filo­só­fi­co está el cui­da­do de sí.

En una cla­se del cur­so “La her­me­néu­ti­ca del suje­to”4, Fou­cault (2002) ano­ta que había tres con­di­cio­nes que deter­mi­na­ban la razón y la for­ma de la epi­me­leia heau­tou: a) eran los jóve­nes aris­tó­cra­tas par­ti­cu­lar­men­te quie­nes debían ocu­par­se de sí mis­mos; b) habían de ocu­par­se de sí para ejer­cer debi­da y razo­na­ble­men­te el poder; y c) la for­ma sobe­ra­na de la inquie­tud de sí era el auto­co­no­ci­mien­to.

En la dis­cu­sión acer­ca del Alci­bía­des de Pla­tón con­te­ni­da en Las tec­no­lo­gías del yo, Fou­cault (1990) deci­de abor­dar la temá­ti­ca acer­ca de la uni­ver­sa­li­dad de cui­da­do de sí inde­pen­dien­te­men­te de la vida polí­ti­ca y agre­ga: “Uno debe aban­do­nar la polí­ti­ca para ocu­par­se mejor de sí mis­mo”5, y sobre el cui­da­do de sí a lo lar­go de toda la vida y para todos los seres huma­nos.

Den­tro de la mis­ma dis­cu­sión y aná­li­sis del Alci­bía­des, pero aho­ra como par­te de las cla­ses del Collè­ge de Fran­ce [1981–1982], Fou­cault (2002) encon­tró que la nece­si­dad de preo­cu­par­se por sí mis­mo se liga­ba al ejer­ci­cio del poder, pues éste apa­re­cía como con­di­ción para pasar del pri­vi­le­gio esta­tu­ta­rio de here­de­ro a una acción polí­ti­ca defi­ni­da, es decir a hom­bre adul­to gober­nan­te. Era un pro­ce­so que impul­sa­ba a los hom­bres a tomar­se como tales, a con­si­de­rar­se suje­tos de liber­tad y con el poder para dis­po­ner de la vida de los demás, es decir, de los gober­na­dos.

Aho­ra bien, el ocu­par­se de sí mis­mo se dedu­cía de la volun­tad del aris­tó­cra­ta para ejer­cer poder polí­ti­co sobre los otros. Por lo tan­to, la inquie­tud de sí se ubi­ca­ba pri­me­ra­men­te, como un pri­vi­le­gio de acción polí­ti­ca para el varón adul­to libre, pues al ser tam­bién aris­tó­cra­ta, se le reco­men­da­ba cui­dar de sí para poder gober­nar bien a los demás.

Una segun­da cues­tión que Fou­cault deri­va de su aná­li­sis de este tex­to, es aque­lla que gira en torno a la nece­si­dad de la inquie­tud de sí en tan­to se vivía un défi­cit peda­gó­gi­co en Ate­nas, prin­ci­pal­men­te en el eros por los mucha­chos y en la crí­ti­ca del amor, pues los adul­tos que pre­ten­dían al joven Alci­bía­des no bus­ca­ban indu­cir­lo a ocu­par­se de sí mis­mo ni a for­mar­lo, sino sola­men­te desea­ban su cuer­po, de ahí que se con­si­de­ra­ra una peda­go­gía defec­tuo­sa.

En el Alci­bía­des, la epi­me­leia heau­tou tam­bién apa­re­ce como un momen­to nece­sa­rio en la for­ma­ción juve­nil del varón, ya que cuan­do se entra­ra en acción en el cam­po polí­ti­co, se deja­ría de lado a los peda­go­gos que for­ma­ban.

De esta mane­ra, en la for­ma del Alci­bía­des, la inquie­tud de síse ve como una nece­si­dad juve­nil, plan­tea­da entre jóve­nes y sus maes­tros o con sus aman­tes, mien­tras que en los pri­me­ros dos siglos de nues­tra épo­ca se con­vir­tió en una obli­ga­ción per­ma­nen­te para todos (jóve­nes o adul­tos) y para toda la vida. Cuan­do se tra­ta­ba de los jóve­nes, la epi­me­leia heau­tou cum­plía con el obje­ti­vo de pre­pa­rar­los para lo que ven­dría, mien­tras que para los adul­tos y los hom­bres ancia­nos era un ejer­ci­cio reju­ve­ne­ce­dor.

Las técnicas de la vida (technẽ tou biou)

En las téc­ni­cas de la Esté­ti­ca de la exis­ten­cia ela­bo­ra­das sólo para los hom­bres aris­tó­cra­tas adul­tos, la liber­tad acti­va afir­ma­ba el carác­ter “viril” de la tem­plan­za fren­te a los pla­ce­res y los afec­tos. El tema de la tem­pe­ran­cia ya era algo aso­cia­do a lo mas­cu­lino, se espe­ra­ba que los hom­bres adul­tos podían dis­po­ner de una mujer que admi­nis­tra­ra sus bie­nes mate­ria­les y que cui­da­ra de su des­cen­den­cia, pero tam­bién podía dis­po­ner de otros varo­nes más jóve­nes a quie­nes toma­ban como alum­nos a for­mar (Fou­cault, 2002; 2003; 2004).

En la rela­ción con el mucha­cho, los hom­bres adul­tos man­te­nían el papel acti­vo, pro­po­si­ti­vo y direc­ti­vo o de lo con­tra­rio eran cri­ti­ca­dos por lo que eso sig­ni­fi­ca­ba: pasi­vi­dad, femi­ni­dad y ser escla­vos de sus pasio­nes. El hom­bre acti­vo era el viril, el de la tem­plan­za que ense­ña­ba al joven a con­quis­tar­la y a mol­dear sus pla­ce­res. Con la viri­li­dad éti­ca en el uso de los pla­ce­res, el varón nece­si­ta­ba reafir­mar­se a sí mis­mo como mas­cu­lino en el papel social; mien­tras que el joven, al asig­nar­le el rol de la pasi­vi­dad, era toma­do como el apren­diz.

Las tech­nẽ tou biou o téc­ni­cas de la vida, eran apli­ca­das des­de las gran­des artes que se pro­po­nían los hom­bres para com­por­tar­se y modu­lar de mane­ra sin­gu­lar la con­duc­ta sexual (aph­ro­di­sia). Estas for­mas de sub­je­ti­va­ción eran: la Die­té­ti­ca, la Eco­nó­mi­ca y la Eró­ti­ca. Así pues, a cada una se le suge­rían sus for­mas de tem­plan­za para lle­var la con­duc­ta viril, hon­ro­sa y libre, dig­na de un aris­tó­cra­ta (Fou­cault, 2003), (Drey­fus y Rabi­now, 2001).

Dietética

La die­ta era un régi­men con más ten­den­cia a la con­ser­va­ción de la vida. El pre­cep­to gene­ral era la tem­pe­ran­cia, la mode­ra­ción, el domi­nio más que la prohi­bi­ción o la nega­ción. Era un vigi­lar cons­tan­te, un con­trol ejer­ci­do res­pec­to del cuer­po y sus acti­vi­da­des: ali­men­tar­se, ejer­ci­tar­se y cul­ti­var­se.

El cui­da­do del cuer­po se hacía con ayu­da de la gim­na­sia y era par­te de la cons­truc­ción de lo que era el sen­ti­do esté­ti­co de la exis­ten­cia: “ajus­tar la armo­nía del cuer­po en gra­cia con la sin­fo­nía del alma”6. El régi­men de la die­ta era un tech­nẽ tou biou, una pos­tu­ra de salud y de moral para los grie­gos. Había que deli­mi­tar una estra­te­gia entre el cuer­po y la cir­cuns­tan­cia en la que se encon­tra­ba el suje­to para con­ce­bir­se como sobe­rano de sí mis­mo, como suje­to racio­nal, como ciu­da­dano libre.

La nece­si­dad de man­te­ner un régi­men en el modo de hacer­se suje­tos res­pon­día a que según los grie­gos, las aph­ro­di­sia traían con­se­cuen­cias sobre el cuer­po, pues al exce­so se le atri­buían las enfer­me­da­des. No obs­tan­te, en las muje­res el exce­so de aph­ro­di­sia era indis­pen­sa­ble para la pro­crea­ción; mien­tras que en los hom­bres, la mode­ra­ción era sinó­ni­mo de inte­gri­dad de sus fuer­zas para con­tro­lar la des­car­ga de simien­te (Fou­cault, 2003).

Económica

Con res­pec­to a esta tech­nẽ, había pres­crip­cio­nes que se rela­cio­na­ban con la obe­dien­cia de la mujer hacia su espo­so, el res­pe­to y la dedi­ca­ción que debía brin­dar­le, los con­se­jos de com­por­ta­mien­to eró­ti­co des­ti­na­dos a aumen­tar el pla­cer del hom­bre y acer­ca de algu­nas reco­men­da­cio­nes para tener una bue­na des­cen­den­cia.

En cuan­to al mari­do, el tener aph­ro­di­sia sola­men­te con su espo­sa no era una de sus obli­ga­cio­nes; se prohi­bía sola­men­te tener otro matri­mo­nio, pero no a otras muje­res, a sus escla­vos o a los mucha­chos como aman­tes. El espo­so tenía que ense­ñar a la mujer para que admi­nis­tra­ra el hogar, la crian­za de los hijos y para pro­cu­rar­lo a él.

La admi­nis­tra­ción del hogar cons­ti­tuía para el hom­bre sobe­rano de sí, un ejer­ci­cio, un adies­tra­mien­to físi­co reco­men­da­ble para el cuer­po, que favo­re­cía las rela­cio­nes de amis­tad; ejer­ci­ta­ba su dis­po­si­ción para brin­dar bue­nos ser­vi­cios a los ciu­da­da­nos en tan­to era aris­tó­cra­ta (Fou­cault, 2003).

Erótica

Los grie­gos del siglo IV a. C. no con­tra­po­nían el amor por los mucha­chos y aquel por las muje­res, no les pare­cía una elec­ción mutua­men­te exclu­yen­te; en ese sen­ti­do los varo­nes adul­tos libres diri­gían su ape­ti­to hacia quie­nes eran “bellos” fue­ran hom­bres o muje­res. Ambas elec­cio­nes, aho­ra lla­ma­das pre­fe­ren­cias sexua­les, con­vi­vían en el mis­mo indi­vi­duo. 

El amor a los mucha­chos era vis­to como otra mane­ra de tomar pla­cer por par­te de los hom­bres adul­tos. Era per­mi­ti­do por las leyes y por la opi­nión públi­ca, des­can­sa­ba tam­bién en inten­cio­nes peda­gó­gi­cas y mili­ta­res; se pri­vi­le­gia­ba inclu­so el pun­to de vis­ta de los mucha­chos para cons­truir de esta for­ma la Eró­ti­ca del obje­to ama­do, en tan­to había de for­mar­se como suje­to de con­duc­ta moral y podía saber­se cómo ase­gu­rar su domi­nio al no ceder fácil­men­te ante los pre­ten­dien­tes (Fou­cault, 2003).

A par­tir del prin­ci­pio de iso­mor­fis­mo entre la rela­ción sexual y la rela­ción social, el uso de las aph­ro­di­sia en los mucha­chos fue pro­ble­ma­ti­zán­do­se, pues­to que se defi­nía en la rela­ción un rol hono­ra­ble: el del acti­vo, el domi­nan­te, el que pene­tra­ba. De esta mane­ra en el jue­go de las rela­cio­nes de poder, al desem­pe­ñar el hom­bre adul­to el papel de domi­na­do, difí­cil­men­te podía ocu­par el lugar acti­vo en la polí­ti­ca y en lo cívi­co pues­to que la pasi­vi­dad tran­si­to­ria se des­ti­na­ba a los hom­bres jóve­nes.

Si el amor a los mucha­chos impli­ca­ba la trans­for­ma­ción de ese amor en un víncu­lo defi­ni­ti­vo y social­men­te pre­cia­do, el de la phi­lia, enton­ces ese amor entre hom­bres era vis­to como algo hon­ro­so, vir­tuo­so; por lo tan­to par­te de las prác­ti­cas que enca­mi­na­ban a la esté­ti­ca de la exis­ten­cia, a la sobe­ra­nía de sí mis­mo (Fou­cault, 2003).

El régi­men res­tric­ti­vo del siglo IV a. C. ocu­rría a par­tir de una elec­ción per­so­nal, reser­va­da a un núme­ro peque­ño de la pobla­ción (hom­bres adul­tos libres) y no un inten­to por nor­ma­li­zar a la pobla­ción.

La razón era el deseo de vivir una vida bella (Drey­fus y Rabi­now, 2001), a par­tir de toda una serie de res­tric­cio­nes mora­les para regu­lar los pla­ce­res y con eso crear un arte de la vida, de la exis­ten­cia. Las artes de la exis­ten­cia o tech­nẽ tou biou eran un con­jun­to de prác­ti­cas sen­sa­tas por las que sólo los hom­bres se fija­ban reglas de con­duc­ta ade­más de bus­car trans­for­mar­se a sí mis­mos, en su ser sin­gu­lar y hacer de su vida una obra “con cier­tos valo­res esté­ti­cos y res­pon­dien­do a cier­tos cri­te­rios de esti­lo”7, era la for­ma des­ti­na­da a los hom­bres para deve­nir suje­to (Fou­cault, 2003).

Reflexiones finales

Los hom­bres y las muje­res se sin­te­ti­zan y con­cre­tan en el pro­ce­so socio­cul­tu­ral e his­tó­ri­co que los hace ser suje­tos. El estu­dio fou­caul­tiano de la Esté­ti­ca de la exis­ten­cia nos mues­tra cómo en el caso de los grie­gos anti­guos, en el cuer­po se depo­si­ta­ban sig­ni­fi­ca­cio­nes sexua­les que lo defi­nían como refe­ren­cia nor­ma­ti­va inme­dia­ta, para faci­li­tar la cons­truc­ción de cada suje­to a par­tir del cul­ti­vo de su viri­li­dad.

La sexua­li­dad es la orga­ni­za­ción gené­ri­ca de la socie­dad, es a par­tir del sexo que se esta­ble­cen las for­mas bási­cas de los suje­tos: la pro­duc­ción y la repro­duc­ción. Estas for­mas dic­ta­mi­nan a los suje­tos las for­mas de actuar de cier­ta mane­ra; los géne­ros no se deter­mi­nan bio­ló­gi­ca­men­te por el sexo, no son defi­ni­ti­vos, sino que son pro­du­ci­dos de la inter­ac­ción entre bio­lo­gía, socie­dad y cul­tu­ra.

El géne­ro deli­mi­ta los esti­los de vida, y por lo tan­to las sub­je­ti­vi­da­des. Para­fra­sean­do a Mar­ce­la Lagar­de, es nece­sa­rio reco­no­cer que la sexua­li­dad es la acción huma­na con sig­ni­fi­ca­do cul­tu­ral, dado por la asig­na­ción social de géne­ro a los suje­tos; por lo tan­to la sexua­li­dad estruc­tu­ra, defi­ne, con­fi­gu­ra, da for­ma y con­te­ni­do a la vida de hom­bres y muje­res. De esta mane­ra el suje­to pue­de reco­no­cer­se y ser reco­no­ci­do como expre­sión sufi­cien­te­men­te ade­cua­da, nor­ma­da.

Con­si­de­ra­mos impor­tan­te que al estu­diar la cons­ti­tu­ción de la sub­je­ti­vi­dad mas­cu­li­na den­tro de los estu­dios de géne­ro, se hagan notar los regis­tros his­tó­ri­cos que mues­tran cómo los pro­ce­sos de socia­li­za­ción cam­bian con el tiem­po, pero sobre todo cuan­do se man­tie­nen prác­ti­cas mile­na­rias que siguen gene­ran­do des­igual­da­des, pre­jui­cios, inequi­da­des y con ello sufri­mien­tos.

Referencias

Dreyfus, H. y Rabinow, P. (2001). Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica. Buenos Aires: Nueva visión.

Foucault, M. (1976/1991). Historia de la sexualidad I. “La voluntad de saber.” México: Siglo XXI.

(1984/2003). Historia de la sexualidad II. “El uso de los placeres.” México: Siglo XXI.

1984b/2004). Historia de la sexualidad III. “La inquietud de sí.”  México: Siglo XXI.

(2002). La hermenéutica del sujeto. Curso del Collège de France (1981-1982). México: Siglo XXI.

1990). Tecnologías del yo. Barcelona: Paidós.

Kaminsky, G. (2003). El yo minimalista. Conversaciones con Michel Foucault. Colección Biblioteca de la Mirada, Buenos Aires: La Marca.

Notas

1. Lo ante­rior fue expues­to por Michel Fou­cault en una entre­vis­ta titu­la­da “La éti­ca del cui­da­do de sí como prác­ti­ca de la liber­tad” que man­tu­vo con Raúl For­net-Betan­court, H. Bec­ker y Alfre­do Gómez-Müller en el Cole­gio de Bos­ton, el 20 de enero de 1984. G. Kaminsky, El yo mini­ma­lis­ta. Con­ver­sa­cio­nes con Michel Fou­cault. (2003).

2. M. Fou­cault, Ídem. p. 31.

3. M. Fou­cault, La her­me­néu­ti­ca del suje­to. p. 45.

4. Cla­se del 20 de enero de 1982. p. 90.

5. M. Fou­cault, Tec­no­lo­gías del yo. p. 67.

6. M. Fou­cault, His­to­ria de la sexua­li­dad II. p. 97.

7. M. Fou­cault, His­to­ria de la sexua­li­dad II. p. 14.