Impacto diferencial del estrés entre hombres y mujeres: una aproximación desde el género Descargar este archivo (Impacto diferencial del estrés entre hombres y mujeres.pdf)

Rosa María Segura González , Isaac Pérez Segura

Programa Institucional de Estudios de Género de la FES Iztacala

Resu­men

El estrés es uno de los fenó­me­nos más carac­te­rís­ti­cos de la vida actual y se le ha con­si­de­ra­do como la enfer­me­dad del siglo XX. Debi­do al impac­to que tie­ne en la vida de los seres huma­nos, dife­ren­tes dis­ci­pli­nas cien­tí­fi­cas se han dado a la tarea de for­mu­lar mode­los expli­ca­ti­vos. En este tra­ba­jo se ana­li­za­rá el estrés des­de dife­ren­tes pers­pec­ti­vas: fisio­ló­gi­ca, psi­co­ló­gi­ca, socio­cul­tu­ral y los estu­dios de géne­ro. Las tres pri­me­ras han sido amplia­men­te refe­ren­cia­das, no así la pers­pec­ti­va de géne­ro. En la mayo­ría de los estu­dios rea­li­za­dos ape­nas se evi­den­cian dife­ren­cias por géne­ro.  El obje­ti­vo del pre­sen­te tra­ba­jo es mos­trar una visión de géne­ro en rela­ción con el estrés, esta­ble­cer los fac­to­res que se pre­sen­tan en el ámbi­to fami­liar y labo­ral que deter­mi­nan la expe­rien­cia del estrés, las estra­te­gias de afron­ta­mien­to y el impac­to dife­ren­cial que tie­ne en hom­bres y muje­res.

Pala­bras cla­ves: estrés, dife­ren­cias de géne­ro, estra­te­gias de afron­ta­mien­to

 

Abs­tract

Stress is one of the most cha­rac­te­ris­tic phe­no­me­non of modern life, it has been con­si­de­red as the disea­se of the twen­tieth cen­tury and due to its impact on human beings lives dif­fe­rent scien­ti­fic dis­ci­pli­nes have been given the task of for­mu­la­ting explai­na­ble models. In this paper will be analy­zed the stress sin­ce dif­fe­rent pers­pec­ti­ves: phy­sio­lo­gi­cal, psy­cho­lo­gi­cal, socio­cul­tu­ral and gen­der stu­dies. The first three pers­pec­ti­ves have been widely refe­ren­ced, not the case of gen­der pers­pec­ti­ve. In most stress papers gen­der pers­pec­ti­ve is barely dis­tin­guisha­ble The aim of this arti­cle is to dis­play the gen­der pers­pec­ti­ve-stress rela­tion, to esta­blish the fac­tor pre­sen­ted on family and the work­pla­ce that deter­mi­ne: stress expe­rien­ce, coping stra­te­gies, and the dif­fe­rent impact on men and women. 

Key words: Stress; Gen­der dif­fe­ren­ces; Coping stra­te­gies

Introducción

El estrés es uno de los fenó­me­nos más gene­ra­li­za­dos en la socie­dad actual. Una socie­dad alta­men­te mer­can­ti­li­za­da, capi­ta­lis­ta y com­pe­ti­ti­va, orien­ta­da al con­su­mo, crea en las per­so­nas expec­ta­ti­vas de con­su­mo muy altas, enfo­ca­das a alcan­zar un esta­tus eco­nó­mi­co y social, gene­ran­do un alto gra­do de com­pe­ti­ti­vi­dad. A su vez, la cada vez mayor com­ple­ji­dad de la socie­dad actual deter­mi­na las exi­gen­cias a las que deben res­pon­der hom­bres y muje­res para ajus­tar­se a las nue­vas reali­da­des eco­nó­mi­cas, tec­no­ló­gi­cas y socio­cul­tu­ra­les. El resul­ta­do de esta diná­mi­ca de accio­nes con­di­cio­na el desa­rro­llo del estrés. Se ha com­pro­ba­do que el estrés es una de las mani­fes­ta­cio­nes más carac­te­rís­ti­cas de la vida moder­na, y es una de las cau­sas prin­ci­pa­les de ago­ta­mien­to del orga­nis­mo que lle­va a gra­ves con­se­cuen­cias para la salud e inclu­so a la muer­te.

El estu­dio del estrés es suma­men­te com­ple­jo, se ha abor­da­do des­de dife­ren­tes dis­ci­pli­nas cien­tí­fi­cas, dan­do lugar a pers­pec­ti­vas y mode­los expli­ca­ti­vos. En este estu­dio se toman en cuen­ta cua­tro pers­pec­ti­vas: fisio­ló­gi­ca, psi­co­ló­gi­ca, socio­cul­tu­ral y los estu­dios de géne­ro.  

Des­de una pers­pec­ti­va fisio­ló­gi­ca Dies­tre (2001) indi­ca que Hans Sel­ye defi­nió al estrés como “…la reac­ción no espe­cí­fi­ca del cuer­po a cual­quier deman­da que se le haga” (pag. 27). Es decir, la res­pues­ta glo­bal a con­di­cio­nes exter­nas que per­tur­ban el equi­li­brio emo­cio­nal y fisio­ló­gi­co de las per­so­nas. Sel­ye hace énfa­sis en las res­pues­tas fisio­ló­gi­cas con las que reac­cio­na el cuer­po a los estí­mu­los noci­vos para lograr nue­va­men­te la homeos­ta­sis del orga­nis­mo.

Asi­mis­mo, con­si­de­ra que cuan­do se expo­ne por pri­me­ra vez a un estre­sor, el cuer­po res­pon­de median­te sus habi­li­da­des de afron­ta­mien­to. Así los cam­bios en el orga­nis­mo que se gene­ran por el sis­te­ma sim­pá­ti­co adre­no­me­du­lar, inhi­ben la acti­vi­dad diges­ti­va y aumen­ta el meta­bo­lis­mo pre­pa­ran­do al indi­vi­duo para actuar. La adap­ta­ción fren­te a la ame­na­za es mane­ja­da por el sis­te­ma pitui­ta­rio adre­no­cor­ti­cal, que man­tie­ne un alto gra­do meta­bó­li­co y de glu­co­sa en la san­gre y decre­men­ta los nive­les del sis­te­ma inmu­ne. Si la reac­ción al estrés se repi­te, o es muy pro­lon­ga­da, se pre­sen­ta un esta­do de ago­ta­mien­to don­de las reser­vas adap­ta­ti­vas se vuel­ven insu­fi­cien­tes y el cuer­po se hace vul­ne­ra­ble a la enfer­me­dad.

De Luca, Sán­chez, Pérez y Lei­ja (2004); Dies­tre (2001), Mejía (2011) y Váz­quez (2001) plan­tean que esta serie neu­ro­quí­mi­ca de defen­sas cor­po­ra­les, Sel­ye la deno­mi­nó Sín­dro­me de Adap­ta­ción Gene­ral SAG, con­for­ma­do por tres fases:

  1. Reac­ción de Alar­ma: Ante un agen­te noci­vo la glán­du­la pitui­ta­ria secre­ta sus­tan­cias quí­mi­cas que a su vez pro­du­cen otras sus­tan­cias como las hor­mo­nas anti­in­fla­ma­to­rias o cor­ti­coes­te­roi­des, ocu­rre una serie de modi­fi­ca­cio­nes bio­ló­gi­cas fren­te a la pri­me­ra expo­si­ción al fac­tor de estrés.
  2. Esta­do de resis­ten­cia: Hay un incre­men­to en las hor­mo­nas cor­ti­coes­te­roi­des, que esti­mu­lan la medu­la adre­nal y libe­ran cate­co­la­mi­nas. El cuer­po se movi­li­za para defen­der­se de sí mis­ma, uti­li­zan­do al máxi­mo sus meca­nis­mos de defen­sa.
  3. Esta­do de ago­ta­mien­to: Cuan­do el estre­sor es seve­ro o pro­lon­ga­do, ago­ta las defen­sas del orga­nis­mo.

El estrés pue­de defi­nir­se como la res­pues­ta de un sis­te­ma auto­rre­gu­la­ble a una alar­ma gene­ral. 

El estrés es un pro­ce­so por el cual los even­tos ambien­ta­les lla­ma­dos estre­so­res ame­na­zan el bien­es­tar de un ser. Sel­ye deno­mi­nó estre­so­res a los agen­tes que pro­du­cen o pro­vo­can estrés en un momen­to dado. Son cual­quier agen­te externo o interno cau­sal de estrés. Para Haw­kins (2007) los estre­so­res pue­den ser actua­les o his­tó­ri­cos.

Los estre­so­res actua­les son comu­nes a la mayo­ría de las vidas indi­vi­dua­les y se rela­cio­nan con las expe­rien­cias vita­les y con las situa­cio­nes físi­cas y ambien­ta­les. Moos y Swind­le (1990, cita­do en Haw­kins) iden­ti­fi­ca­ron expe­rien­cias vita­les que son con­ti­nuas y cró­ni­cas, y que no debe­rían ser eva­lua­das de for­ma ais­la­da, tales como: estre­so­res de salud físi­ca, estre­so­res vin­cu­la­dos al hogar y vecin­da­rio, estre­so­res finan­cie­ros, estre­so­res labo­ra­les, estre­so­res mari­ta­les o de pare­ja, estre­so­res vin­cu­la­dos con la crian­za de los hijos, estre­so­res vin­cu­la­dos con la fami­lia amplia­da y estre­so­res vin­cu­la­dos con el círcu­lo de ami­gos. Los estre­so­res his­tó­ri­cos están rela­cio­na­dos con las expe­rien­cias pre­vias en la vida del indi­vi­duo.

Rodrí­guez, Zar­co y Gon­zá­lez (2009); Buce­ta y Bueno (2001); Haw­kins (2007); Manas­se­ro, Váz­quez, Ferrer, For­nes y Fer­nán­dez (2003) seña­lan que el estrés está pre­sen­te en la coti­dia­ni­dad de la vida y dis­tin­guen entre el estrés que es nega­ti­vo, peli­gro­so y per­ju­di­cial deno­mi­na­do dis­trés, y el que es posi­ti­vo y bené­fi­co lla­ma­do eutrés. Este últi­mo movi­li­za a las per­so­nas para que fun­cio­nen efi­caz y salu­da­ble­men­te. En este sen­ti­do este tipo de estrés es una res­pues­ta adap­ta­ti­va que es bene­fi­cio­sa para incre­men­tar y man­te­ner el ren­di­mien­to y la salud. En cam­bio, el exce­so cuan­ti­ta­ti­vo y cua­li­ta­ti­vo de estrés como con­se­cuen­cia de la expo­si­ción a diver­sas e impac­tan­tes situa­cio­nes estre­san­tes; de la fal­ta de recur­sos apro­pia­dos para hacer fren­te a tales situa­cio­nes y el ago­ta­mien­to de un orga­nis­mo expues­to a estar sobre­fun­cio­nan­do, pue­de per­ju­di­car el ren­di­mien­to y la salud de las per­so­nas. Este tipo de estrés es uno de los prin­ci­pa­les fac­to­res de ries­go para ori­gi­nar, desa­rro­llar y man­te­ner serios tras­tor­nos de salud.

Des­de la pers­pec­ti­va psi­co­ló­gi­ca, según Mejía (2010) el énfa­sis se ubi­ca en la per­cep­ción y eva­lua­ción del orga­nis­mo de los daños plan­tea­dos por un estí­mu­lo. La per­cep­ción de ame­na­za se incre­men­ta cuan­do las deman­das se per­ci­ben por enci­ma de la capa­ci­dad para afron­tar­la, este des­equi­li­brio gene­ra la expe­rien­cia de estrés y da lugar a una res­pues­ta fisio­ló­gi­ca y con­duc­tual. Así el estrés psi­co­ló­gi­co se abor­da como una tran­sac­ción entre la per­so­na y el ambien­te, que invo­lu­cra la inter­pre­ta­ción del sig­ni­fi­ca­do del even­to y de los recur­sos ade­cua­dos de afron­ta­mien­to (Gómez en Arias y Juá­rez, 2012).

Gon­zá­lez y Lan­de­ro (2008); Padi­lla, Peña y Arria­ga (2006); Váz­quez (2001) refie­ren que Laza­rus y Folk­man a par­tir de los años seten­ta desa­rro­lla­ron el mode­lo tran­sac­cio­nal, cen­tra­do en los pro­ce­sos cog­ni­ti­vos que se desa­rro­llan a par­tir de una situa­ción estre­san­te, es decir, en la inter­pre­ta­ción del indi­vi­duo de los even­tos ambien­ta­les y en la eva­lua­ción de los recur­sos per­so­na­les de afron­ta­mien­to. Dichos auto­res indi­can que exis­ten dos tipos de eva­lua­cio­nes:

  • Pri­ma­ria: Refe­ren­te al pro­ce­so de eva­lua­ción del estre­sor según el poten­cial de ame­na­za o peli­gro. Esta eva­lua­ción depen­de de: fac­to­res per­so­na­les como creen­cias, nivel de auto­efi­ca­cia y auto­es­ti­ma, las metas ame­na­za­das por el estre­sor, etcé­te­ra, y de varia­bles situa­cio­na­les como la inmi­nen­cia de peli­gro, la mag­ni­tud del estre­sor, la ambi­güe­dad y su con­tro­la­bi­li­dad.
  • Secun­da­ria: Tie­ne que ver con la eva­lua­ción de los recur­sos pro­pios de afron­ta­mien­to que invo­lu­cra estra­te­gias de cam­bio de la situa­ción para redu­cir el impac­to aver­si­vo y de res­pues­ta a la situa­ción.

El mode­lo tran­sac­cio­nal con­si­de­ra al indi­vi­duo y al entorno en una rela­ción bidi­rec­cio­nal, diná­mi­ca y recí­pro­ca.

Des­de una pers­pec­ti­va socio­cul­tu­ral se con­si­de­ra que es nece­sa­rio res­ca­tar los aspec­tos ideo­ló­gi­cos y cul­tu­ra­les, que refle­jan una con­cep­ción de la reali­dad, del suje­to social y de la capa­ci­dad de res­pues­ta de dicho suje­to. Young (1980: 140 cita­do en Ramí­rez, 2001: 63) ha seña­la­do: “el cono­ci­mien­to que han pro­du­ci­do los inves­ti­ga­do­res de estrés, es cono­ci­mien­to con­ven­cio­nal que está “natu­ra­li­za­do”, es decir, loca­li­za­do en la natu­ra­le­za en lugar de en la socie­dad o la cul­tu­ra, y “soma­ti­za­do”, es decir, loca­li­za­do en el indi­vi­duo en lugar de en sus rela­cio­nes socia­les”. Des­de esta ópti­ca se reca­tan los valo­res, creen­cias y sig­ni­fi­ca­dos cul­tu­ra­les. Se esta­ble­ce que la cul­tu­ra es un con­jun­to de nor­mas, acti­tu­des, repre­sen­ta­cio­nes y prác­ti­cas cons­ti­tu­ti­vas de iden­ti­dad que no son está­ti­cas, sino que están en cons­truc­ción per­ma­nen­te, dina­mi­za­das por las rela­cio­nes de poder, cla­se y géne­ro, de tal mane­ra, que los suje­tos ela­bo­ran repre­sen­ta­cio­nes y prác­ti­cas en rela­ción a la salud y la enfer­me­dad refe­ri­das a su vida coti­dia­na en don­de están com­pren­di­das las rela­cio­nes fami­lia­res, su espa­cio de tra­ba­jo y el tiem­po de ocio dis­po­ni­ble.

Des­de la pers­pec­ti­va de géne­ro, la com­ple­ji­dad es aún mayor cuan­do se toman en cuen­ta los fac­to­res estruc­tu­ra­les del sis­te­ma social cate­go­ri­za­do por géne­ro ana­li­zan­do y com­pa­ran­do las dife­ren­cias entre hom­bres y muje­res, que son cru­cia­les para enten­der el nivel de estrés, los fac­to­res que lo des­en­ca­de­nan, las estra­te­gias de afron­ta­mien­to y el impac­to dife­ren­cial en ambos.

En este con­tex­to se entien­de al géne­ro como una cons­truc­ción social basa­da en las ideas, creen­cias, repre­sen­ta­cio­nes y atri­bu­tos socia­les, cul­tu­ra­les, eco­nó­mi­cos y polí­ti­cos que gene­ran las cul­tu­ras en un momen­to his­tó­ri­co deter­mi­na­do, a par­tir de las dife­ren­cias sexua­les se fin­can y esta­ble­cen los pape­les de lo mas­cu­lino y lo feme­nino (Chá­vez, 2004).

En esta lógi­ca se esta­ble­cen roles y este­reo­ti­pos de géne­ro a tra­vés de los cua­les las per­so­nas cons­ti­tu­yen sus iden­ti­da­des.

Los pro­ce­sos de socia­li­za­ción son dife­ren­tes para hom­bres y muje­res, se desa­rro­llan ini­cial­men­te en lo micro­so­cial, a tra­vés de víncu­los o rela­cio­nes per­so­na­les car­ga­das de afec­to, lo que pro­du­ce una impron­ta emo­cio­nal pro­fun­da que se da en los pri­me­ros años de vida cuan­do la capa­ci­dad cog­ni­ti­va aún no se ha desa­rro­lla­do. Es a par­tir del naci­mien­to que se reci­be un tra­to dife­ren­cial que deter­mi­na una cla­ra dis­tin­ción entre los pen­sa­mien­tos, con­duc­tas, creen­cias y acti­tu­des a tra­vés de los cua­les se adquie­ren y desa­rro­llan cier­tas carac­te­rís­ti­cas, ras­gos y atri­bu­tos des­de don­de se cons­tru­ye la femi­ni­dad y la mas­cu­li­ni­dad.

La cons­truc­ción del géne­ro está en la base de la divi­sión sexual del tra­ba­jo y la opo­si­ción pri­va­do-públi­co es un eje estruc­tu­ral que arti­cu­la las con­cep­cio­nes ideo­ló­gi­cas de lo mas­cu­lino y lo feme­nino.

Los roles y este­reo­ti­pos mas­cu­li­nos indi­can que los hom­bres deben ser edu­ca­dos para cul­ti­var la razón, la inte­li­gen­cia, la auto­es­ti­ma, la segu­ri­dad, la agre­si­vi­dad, la valen­tía. Deben ser los pro­vee­do­res eco­nó­mi­cos y jefes de la fami­lia, deben ser depo­si­ta­rios de poder eco­nó­mi­co, social y sexual. Sus roles son extra­fa­mi­lia­res, labo­ra­les, cien­tí­fi­cos, pro­duc­ti­vos y se desa­rro­llan en el ámbi­to públi­co.

Los roles y este­reo­ti­pos feme­ni­nos esta­ble­cen que a las muje­res se les edu­ca para cul­ti­var el sen­ti­mien­to, para ser abne­ga­das, tier­nas, depen­dien­tes, pasi­vas, com­pla­cien­tes, etc. Deben cum­plir con ser espo­sas, madres, amas de casa, es decir, sus roles son bási­ca­men­te repro­duc­ti­vos, fami­lia­res y se desa­rro­llan en el ámbi­to pri­va­do. La mujer deri­va su esta­tus, posi­ción y valor social del padre o del espo­so. En este sen­ti­do es depen­dien­te eco­nó­mi­ca y social­men­te.

Los estre­so­res pue­den ser simi­la­res para hom­bres y muje­res, tal es el caso de las con­di­cio­nes eco­nó­mi­cas, socia­les y polí­ti­cas. Pero es nece­sa­rio con­si­de­rar tam­bién que exis­ten dife­ren­cias en la for­ma en que hom­bres y muje­res son afec­ta­dos por el estrés y en sus reac­cio­nes ante éste, en los estre­so­res que lo cau­san y los meca­nis­mos de afron­ta­mien­to.

Los prin­ci­pa­les ámbi­tos de desa­rro­llo del ser humano son la fami­lia y el tra­ba­jo, pero tam­bién son espa­cios sig­ni­fi­ca­ti­vos gene­ra­do­res de estrés.

La familia como ámbito generador de estrés en hombres y mujeres

La vida fami­liar es fuen­te de una serie de estre­so­res como los con­flic­tos inter­per­so­na­les entre la pare­ja, entre padres e hijos y los rela­cio­na­dos con los roles fami­lia­res, así mis­mo el naci­mien­to, cui­da­do y aten­ción de los hijos, enfer­me­da­des, divor­cio, cam­bios de resi­den­cia, situa­ción eco­nó­mi­ca, etc.

Hom­bres y muje­res indi­can que lo más sig­ni­fi­ca­ti­vo en sus vidas es la fami­lia, la con­si­de­ran como el pilar y el hilo con­duc­tor de sus acti­vi­da­des.

A par­tir de los roles y este­reo­ti­pos de géne­ro los hom­bres dedi­can mayor tiem­po y ener­gía a su tra­ba­jo. Efec­ti­va­men­te su vida fami­liar es impor­tan­te y se deter­mi­na por su rol de espo­so o padre, con­si­de­ran que cum­plen al ofre­cer el bien­es­tar eco­nó­mi­co, pero gene­ral­men­te hay una fal­ta de aten­ción ya que se da por hecho que la espo­sa asu­mi­rá la res­pon­sa­bi­li­dad del cui­da­do de los hijos, de la casa e inclu­so de él.

La valo­ra­ción del tra­ba­jo y de la fami­lia cam­bia de acuer­do al momen­to del ciclo vital. Cuan­do ini­cian sus carre­ras labo­ra­les y pro­fe­sio­na­les el tra­ba­jo es la prio­ri­dad en com­pa­ra­ción con la fami­lia ya que está rela­cio­na­do con su papel de pro­vee­dor, de lograr éxi­to, poder social y eco­nó­mi­co. Con el paso del tiem­po, la balan­za cam­bia, como con­se­cuen­cia de sus expe­rien­cias vita­les reco­no­cien­do mayor impor­tan­cia a la vida fami­liar de mane­ra que se vuel­ve prio­ri­ta­ria en com­pa­ra­ción con otras esfe­ras de su vida.

Actual­men­te los hom­bres tie­nen mayor com­pro­mi­so con la fami­lia, desem­pe­ñan el papel de cola­bo­ra­do­res en el cui­da­do y aten­ción de los hijos(as), cola­bo­ran en el tra­ba­jo domés­ti­co y están en la dis­po­ni­bi­li­dad de apo­yar. Hay cam­bios favo­ra­bles en la valo­ra­ción rea­li­za­da por los hom­bres con­tem­po­rá­neos hacia la fami­lia, inclu­so se plan­tea que el rol de padre y pare­ja están por enci­ma de los roles labo­ra­les (Gómez 2006; Mont­go­mery, Pana­go Pou­lou, Pee­ters y Schau­fe­li 2005 cita­dos en Gómez 2012).  

Las muje­res en fun­ción de los roles y este­reo­ti­pos de géne­ro se com­pro­me­ten mayor­men­te con la fami­lia. En este sen­ti­do la mayor fuen­te de estre­so­res se da en el ámbi­to domés­ti­co. La mul­ti­pli­ci­dad de roles, el papel de cui­da­do­ra de niños (as), de ancia­nos (as), enfer­mos (as), la mater­ni­dad, la mayor pre­sen­cia de jefa­tu­ras feme­ni­nas en el hogar, el tra­ba­jo domés­ti­co inter­mi­na­ble y ruti­na­rio pero ade­más des­va­lo­ri­za­do social y eco­nó­mi­ca­men­te, el mane­jo del pre­su­pues­to del hogar, las com­pras, las visi­tas al médi­co, etc, son aspec­tos de la vida fami­liar que se vuel­ven estre­so­res ambien­ta­les. Las car­gas de tra­ba­jo domés­ti­co inci­den en las opor­tu­ni­da­des res­pec­to a otras acti­vi­da­des que tie­nen un impac­to sobre el desa­rro­llo de las muje­res, ya que son limi­tan­tes para dedi­car­se a otras acti­vi­da­des: el tra­ba­jo extra­do­més­ti­co, la for­ma­ción y supera­ción per­so­nal, el espar­ci­mien­to crea­ti­vo, el des­can­so y la aten­ción per­so­nal.

Men­do­za, Olais y Rive­ra (2007) indi­can que el tiem­po que las muje­res dedi­can a las labo­res domés­ti­cas es supe­rior en com­pa­ra­ción con los hom­bres, aun cuan­do las muje­res desem­pe­ñan un tra­ba­jo fue­ra del hogar, dedi­can en pro­me­dio 20 horas al tra­ba­jo domés­ti­co, 4 veces más tiem­po que los hom­bres. Las muje­res dedi­ca­das exclu­si­va­men­te dedi­ca­das al cui­da­do de la casa y la fami­lia, emplean en pro­me­dio 9 horas más a las tareas domés­ti­cas que los hom­bres.

El trabajo como ámbito generador de estrés en hombres y mujeres

Pei­ró (2005) indi­ca que en el ámbi­to labo­ral los estre­so­res que afec­tan a las per­so­nas son: los fac­to­res físi­cos (ilu­mi­na­ción, rui­do, tem­pe­ra­tu­ra, etc); los fac­to­res quí­mi­cos (nive­les de toxi­ci­dad); los fac­to­res depen­dien­tes del tra­ba­jo (car­ga men­tal, con­trol sobre el tra­ba­jo); fac­to­res depen­dien­tes de la orga­ni­za­ción del tra­ba­jo (jor­na­da labo­ral, pro­duc­ti­vi­dad, sala­rio, horas extras, inse­gu­ri­dad en el empleo, plu­ri­em­pleo, pro­mo­ción pro­fe­sio­nal, rela­cio­nes con los com­pa­ñe­ros y con los supe­rio­res). Como se pue­de apre­ciar el estu­dio del estrés en el ámbi­to labo­ral es suma­men­te com­ple­jo debi­do a la mul­ti­pli­ci­dad de even­tos que lo con­di­cio­nan.

Los estu­dio­sos de las orga­ni­za­cio­nes se han abo­ca­do a enten­der y expli­car la for­ma en que las con­di­cio­nes de tra­ba­jo afec­tan la salud físi­ca y psi­co­ló­gi­ca, pero se han enfo­ca­do prin­ci­pal­men­te a valo­rar sus efec­tos en la pro­duc­ti­vi­dad.

A par­tir de la déca­da de los 80´s es que Haw (1982 cita­do en Ramí­rez 2001) indi­ca que los estu­dios de estrés en el tra­ba­jo o bien excluían a las muje­res o no ana­li­za­ban las dife­ren­cias por sexo. Mayo­ri­ta­ria­men­te en esa épo­ca las inves­ti­ga­cio­nes se habían rea­li­za­do sólo con mues­tras mas­cu­li­nas, se estu­dia­ba la pobla­ción labo­ral con­for­ma­da por hom­bres en fun­ción de la divi­sión sexual del tra­ba­jo impe­ran­te en ese momen­to his­tó­ri­co.

Las con­di­cio­nes eco­nó­mi­cas y socia­les obli­ga­ron a las muje­res a incor­po­rar­se al ámbi­to labo­ral, debi­do a que en esa épo­ca la baja de poder adqui­si­ti­vo, el incre­men­to del cos­to de la vida fue­ron deter­mi­nan­tes. Actual­men­te esta incor­po­ra­ción tam­bién se debe al anhe­lo de supera­ción per­so­nal y pro­fe­sio­nal de las mis­mas.

A par­tir de los 90´s del siglo pasa­do se ha con­si­de­ra­do al géne­ro como uno de los mode­ra­do­res de la viven­cia de estrés debi­do a los roles aso­cia­dos y a las expec­ta­ti­vas de com­por­ta­mien­to. En este sen­ti­do se requi­rió incor­po­rar mues­tras feme­ni­nas en los estu­dios, pero se siguie­ron man­te­nien­do los supues­tos y están­da­res mas­cu­li­nos que guia­ban las inves­ti­ga­cio­nes.

En el cen­so de pobla­ción y vivien­da del 2010 rea­li­za­do por el INEGI se dio a cono­cer que las muje­res per­te­ne­cien­tes a la pobla­ción eco­nó­mi­ca­men­te acti­va eran 16 419 746. Actual­men­te la Sub­se­cre­ta­ria de Empleo y Pro­duc­ti­vi­dad Labo­ral depen­dien­te de la Secre­ta­ria del Tra­ba­jo y Pre­vi­sión Social seña­la que en el 2015 la pobla­ción eco­nó­mi­ca­men­te acti­va está con­for­ma­da por 62% de hom­bres y 38% de muje­res.  

Segu­ra (2015) plan­tea que las orga­ni­za­cio­nes labo­ra­les son enti­da­des social­men­te cons­trui­das que no son inmu­nes a los roles y este­reo­ti­pos de géne­ro, por el con­tra­rio, reafir­man, plan­tean pre­sio­nes y deman­das tan­to en la vida en gene­ral como en el tra­ba­jo. La cul­tu­ra orga­ni­za­cio­nal está basa­da en nor­mas mas­cu­li­nas.

Tra­di­cio­nal­men­te la esfe­ra públi­ca per­te­ne­cía a los hom­bres, de tal mane­ra que la dis­tri­bu­ción del sta­tus y los valo­res están guia­dos por la mas­cu­li­ni­dad, así las muje­res se encuen­tran en des­ven­ta­ja para acce­der a un empleo, para pro­mo­cio­nar­se, para ocu­par car­gos de direc­ción y deci­sión, son más vul­ne­ra­bles al hos­ti­ga­mien­to y aco­so sexual enfren­tán­do­se a pre­jui­cios sexis­tas que limi­tan su posi­bi­li­dad de desa­rro­llo. Cada vez son más las muje­res que se incor­po­ran al espa­cio públi­co labo­ral, bus­can­do obte­ner por medio de su tra­ba­jo inde­pen­den­cia eco­nó­mi­ca y social, con­tac­tos socia­les fue­ra del núcleo fami­liar, pero exis­ten fac­to­res que la limi­tan su acce­so debi­do a una selec­ción dife­ren­cia­da por razón de géne­ro. Exis­te una enor­me com­pe­ten­cia que da pre­fe­ren­cia a los hom­bres por con­si­de­rar­los más com­pro­me­ti­do con la orga­ni­za­ción, con mayor dis­po­ni­bi­li­dad de tiem­po y por lo tan­to más esta­ble en los reque­ri­mien­tos de ésta. Con­tra­rio a las ideas con res­pec­to a la mujer a la cual con­si­de­ran que al casar­se aban­do­na­rá el empleo, o bien que al cum­plir su fun­ción repro­duc­to­ra (pro­ble­mas en el emba­ra­zo y las inca­pa­ci­da­des que éste gene­re, por el par­to, horas de lac­tan­cia, per­mi­sos por enfer­me­dad o aten­ción a situa­cio­nes rela­cio­na­das con sus hijos), en este sen­ti­do las muje­res casa­das tie­nen meno­res tasas de par­ti­ci­pa­ción en el empleo en com­pa­ra­ción con muje­res sol­te­ras, sepa­ra­das y divor­cia­das (Gar­du­ño, 1995).

La cul­tu­ra y polí­ti­ca orga­ni­za­cio­nal afec­ta mayor­men­te a las muje­res, repre­sen­tan­do mayor difi­cul­tad y esfuer­zo para pro­mo­cio­nar­se y ocu­par pues­tos direc­ti­vos (techo de cris­tal y pared mater­nal).

Por otra par­te, las muje­res son más vul­ne­ra­bles al hos­ti­ga­mien­to y aco­so sexual debi­do a la estruc­tu­ra ver­ti­cal y jerár­qui­ca de las orga­ni­za­cio­nes, las muje­res gene­ral­men­te se ubi­can en situa­ción de subor­di­na­ción, cul­tu­ral­men­te hablan­do, que las hace vul­ne­ra­bles a este tipo de vio­len­cia.

Ramí­rez (2001) seña­la que a nivel macro las con­di­cio­nes par­ti­cu­la­res del tra­ba­jo afec­tan a las muje­res a par­tir de la dis­cri­mi­na­ción, el sexis­mo y los valo­res socia­les estig­ma­ti­za­dos sobre ser mujer y a nivel micro se rela­cio­na con el pro­ce­so de socia­li­za­ción de esos valo­res y la for­ma como estos deli­mi­tan el com­por­ta­mien­to de las muje­res. Así las muje­res expe­ri­men­tan una recep­ti­vi­dad espe­cial al estrés debi­do a la res­pon­sa­bi­li­dad fami­liar, el ase­dio sexual y la exten­sa jor­na­da den­tro y fue­ra de la casa.

Fer­nán­dez y Mar­tí­nez (2009) plan­tean que las muje­res están some­ti­das a altos nive­les de estrés por los lar­gos hora­rios de tra­ba­jo para cum­plir con la exi­gen­cia que impo­ne el mer­ca­do labo­ral y el tra­ba­jo fami­liar. El estrés coti­diano liga­do a la pro­lon­ga­ción del tiem­po desig­na­do al tra­ba­jo, a la dis­mi­nu­ción del des­can­so, va con­su­mien­do la ener­gía vital de las muje­res, lo que se mani­fies­ta en fati­ga cró­ni­ca, males­ta­res y tras­tor­nos físi­cos y psi­co­ló­gi­cos. Las muje­res pre­sen­tan mayor­men­te tras­tor­nos del sue­ño, alte­ra­cio­nes del sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co, tras­tor­nos ali­men­ti­cios, alte­ra­cio­nes sexua­les (anor­gas­mia, vagi­nis­mo, pér­di­da del ape­ti­to sexual). Pre­sen­tan efec­tos emo­cio­na­les como baja auto­es­ti­ma, sen­ti­mien­tos de cul­pa, ansie­dad, angus­tia, tris­te­za y depre­sión.

Torres (2004) seña­la que la mul­ti­pli­ci­dad de roles, han con­tri­bui­do a que el tra­ba­jo domés­ti­co cons­ti­tu­ya un ele­men­to poten­cia­dor de estrés con mayo­res nive­les de ansie­dad, depre­sión y adic­cio­nes. Seña­la un estu­dio com­pa­ra­ti­vo rea­li­za­do con muje­res con hijos y res­pon­sa­bi­li­da­des labo­ra­les y muje­res sin hijos que tra­ba­jan. En la inves­ti­ga­ción se exa­mi­nó la ori­na de muje­res que eran madres y tra­ba­ja­ban fue­ra de su casa y las que tenían empleo, pero no tenían hijos (as). El ele­men­to de com­pa­ra­ción fue­ron los nive­les de cor­ti­sol (hor­mo­na del estrés), de adre­na­li­na y nora­dre­na­li­na, sus­tan­cias aso­cia­das al estrés, los resul­ta­dos mos­tra­ron que las muje­res con hijos (as) pre­sen­tan mayo­res nive­les de cor­ti­sol duran­te las 24 horas del día en com­pa­ra­ción de aque­llas que no tie­nen des­cen­den­cia. Gene­ral­men­te la mayo­ría de las per­so­nas mane­ja bajos nive­les de hor­mo­nas del estrés al tér­mino del día, pero las madres que tra­ba­jan fue­ra del hogar lo man­tie­nen o inclu­so aumen­ta. Una mujer sin hijos que labo­ra lle­ga a su casa a des­can­sar y mane­ja­rá nor­mal­men­te 5 microgramos/dl en san­gre de cor­ti­sol en cam­bio una madre estre­sa­da pue­de tener has­ta el tri­ple de esa can­ti­dad. En cam­bio, los nive­les de hor­mo­nas del estrés dis­mi­nu­yen en los hom­bres cuan­do lle­gan a su casa en razón de que con­ci­ben su hogar como un refu­gio de des­can­so y rela­ja­ción.

Gómez (2012) seña­la que los hom­bres valo­ran el rol labo­ral posi­ti­va­men­te, ven al tra­ba­jo como un medio de manu­ten­ción, de rea­li­za­ción y una fuen­te de satis­fac­ción cons­tan­te gra­cias a los logros y al apren­di­za­je que les pro­vee. El tra­ba­jo se con­si­de­ra como el medio de rea­li­za­ción ópti­mo de la mas­cu­li­ni­dad. Pero tam­bién men­cio­nan que el sobre­com­pro­mi­so en el desem­pe­ño de su rol labo­ral les crea altos nive­les de estrés.  De ahí que la mayor fuen­te de estre­so­res, son de tipo labo­ral y eco­nó­mi­co.

En los hom­bres la sobre­car­ga de tra­ba­jo los obli­ga a per­ma­ne­cer lar­gas jor­na­das en el espa­cio labo­ral, para poder tener resul­ta­dos ópti­mos y man­te­ner su sta­tus y jerar­quía o por lo menos evi­tar el ries­go de ser des­pe­di­do, están en la posi­bi­li­dad de via­jar, de tener movi­li­dad labo­ral, con­si­de­ran­do que es rele­van­te lle­var a cabo estas accio­nes para lograr pro­mo­cio­nar­se. Están con­ven­ci­dos de la rele­van­cia de sus apor­ta­cio­nes, de que el tra­ba­jo les da su defi­ni­ción, que su desem­pe­ño labo­ral deter­mi­na su valor para la empre­sa y bus­can indi­ca­do­res de éxi­to refle­ja­dos en su sala­rio y la per­te­nen­cia a círcu­los de poder y sta­tus. Pero si las expec­ta­ti­vas no se cum­plen gene­ran frus­tra­cio­nes y se vuel­ven así mis­mo estre­so­res. Los hom­bres mues­tran en gene­ral una alta corre­la­ción entre el nivel de estrés en el tra­ba­jo y la res­pues­ta bio­ló­gi­ca al mis­mo, una mala expe­rien­cia labo­ral se rela­cio­na con un alto nivel de estrés que lle­va a males­tar psi­co­ló­gi­co y sus reper­cu­sio­nes a la salud físi­ca tales como ago­ta­mien­to, tras­tor­nos del sue­ño,  pro­ble­mas car­dio­vas­cu­la­res (hiper­ten­sión e infar­to agu­do al mio­car­dio), pro­ble­mas gas­tro­in­tes­ti­na­les (gas­tri­tis, úlce­ras, colon irri­ta­ble), alte­ra­cio­nes sexua­les (pér­di­da del ape­ti­to sexual, dis­fun­ción eréc­til, eya­cu­la­ción pre­coz). Pre­sen­tan efec­tos psi­co­ló­gi­cos como ten­sión, irri­ta­bi­li­dad, ansie­dad, desa­rro­llo de adic­cio­nes (alcoho­lis­mo taba­quis­mo, con­su­mo de dro­gas, etc.) pro­ble­mas en las rela­cio­nes fami­lia­res.  

El estrés pro­lon­ga­do tie­ne serias reper­cu­sio­nes en el orga­nis­mo que son poten­cial­men­te peli­gro­sas, afec­tan­do prác­ti­ca­men­te la tota­li­dad del cuer­po y que inclu­so pue­den lle­gar a oca­sio­nar la muer­te. Estas reper­cu­sio­nes pue­den ser físi­cas y psi­co­ló­gi­cas.

El afron­ta­mien­to se pue­de defi­nir según Cohen y Laza­rus (1979 cita­do en Buen­día 1993: 43) como los “esfuer­zos, tan­to intrap­sí­qui­cos como orien­ta­dos hacia la acción, para mane­jar (es decir domi­nar, tole­rar, redu­cir o dis­mi­nuir) las deman­das ambien­ta­les e inter­nas, y los con­flic­tos entre ambas, que son valo­ra­dos como exce­si­vos para los recur­sos de la per­so­na”.

En cuan­to a las estra­te­gias de afron­ta­mien­to exis­te una fal­ta de con­sen­so en torno al uso dife­ren­cial de éstas. Ramos y Jor­dao (2010) refie­ren los estu­dios de Tor­kel­son, Muha­nen y Pei­ró (2007) don­de hom­bres y muje­res uti­li­zan for­mas de afron­ta­mien­to colec­ti­vo e indi­vi­dual. Al con­tra­rio, exis­ten muchos estu­dios que esta­ble­cen dife­ren­cias sig­ni­fi­ca­ti­vas. Caba­nach, Fari­ña, Frei­re, Gon­zá­lez y Ferra­da (2013) repor­tan que las muje­res uti­li­zan afron­ta­mien­to emo­cio­nal y apo­yo social. El apo­yo social enten­di­do como la dis­po­ni­bi­li­dad de ayu­da de otras per­so­nas, la expre­sión de afec­to posi­ti­vo, el res­pal­do a los valo­res y creen­cias y la pro­vi­sión de ayu­da y asis­ten­cia. De esta mane­ra la per­so­na per­ci­be que es apre­cia­da, valo­ra­da y esti­ma­da.  Inclu­ye las rela­cio­nes con fami­lia­res, ami­gos, com­pa­ñe­ros de tra­ba­jo, veci­nos, etc. El apo­yo social tie­ne impac­to en el bien­es­tar emo­cio­nal y la salud men­tal, jue­ga un rol impor­tan­te en la segu­ri­dad. Redu­ce la tras­cen­den­cia glo­bal y el carác­ter ame­na­zan­te de las situa­cio­nes poten­cial­men­te estre­san­tes; aumen­ta la moti­va­ción con una acti­tud posi­ti­va para supe­rar las situa­cio­nes estre­san­tes; incre­men­ta la auto­con­fian­za en los pro­pios recur­sos, de ésta mane­ra ayu­da a con­tro­lar el estrés cuan­do éste se pro­du­ce (Buce­ta, Bueno y Mas 2001).

El úni­co ries­go en rela­ción con el apo­yo emo­cio­nal es que la per­so­na pudie­ra desa­rro­llar un exce­so de depen­den­cia e inde­fen­sión social que resul­ta­ría nega­ti­vo.

Las estra­te­gias de afron­ta­mien­to en los hom­bres están vin­cu­la­das al uso de la pla­nea­ción, de afron­ta­mien­to acti­vo de cor­te cog­ni­ti­vo y con­duc­tual enca­mi­na­do a refle­xio­nar el modo de enfren­tar­se al estre­sor para solu­cio­nar el pro­ble­ma, rea­li­zan­do otras acti­vi­da­des alter­na­ti­vas, o bien igno­ran­do el pro­ble­ma.

Esta for­ma de afron­ta­mien­to tie­ne que ver con la for­ma en que los hom­bres son entre­na­dos y socia­li­za­dos en las cul­tu­ras mas­cu­li­nas.

Sin embar­go, en el estu­dio rea­li­za­do por Ramos y Jor­dao (2010) encon­tra­ron que los hom­bres tam­bién pre­sen­tan for­mas de res­pues­ta emo­cio­nal diri­gi­das a tener un mejor desem­pe­ño. Gómez (2012) obtie­ne resul­ta­dos simi­la­res en su inves­ti­ga­ción seña­lan­do­que los hom­bres tam­bién recu­rren al apo­yo de la pare­ja, de la fami­lia y ami­gos como fuen­te de tran­qui­li­dad.

Las for­mas de abor­da­je del estrés fisio­ló­gi­ca, psi­co­ló­gi­ca, socio­cul­tu­ral y la pers­pec­ti­va de géne­ro deben con­tem­plar­se en igual­dad de impor­tan­cia para gene­rar expli­ca­cio­nes teó­ri­cas y expe­ri­men­ta­les inclu­yen­tes.

Es nece­sa­rio resal­tar que el estrés es una de las mani­fes­ta­cio­nes carac­te­rís­ti­cas de la vida moder­na, una de las cau­sas prin­ci­pa­les de ago­ta­mien­to con gra­ves reper­cu­sio­nes a nivel físi­co y men­tal en hom­bres y muje­res. Si bien es cier­to que exis­ten fuen­tes de estrés comu­nes tam­bién exis­ten las pro­pias para cada géne­ro. Por lo que se hace nece­sa­rio eva­luar los espa­cios don­de se desem­pe­ñan hom­bres y muje­res para tomar medi­das que per­mi­tan una mejor cali­dad de vida para ambos. 

Conclusiones

Para estu­diar el estrés es nece­sa­rio recu­rrir a la pers­pec­ti­va fisio­ló­gi­ca, psi­co­ló­gi­ca, socio­cul­tu­ral y la visión de géne­ro, para for­mu­lar expli­ca­cio­nes teó­ri­cas y expe­ri­men­ta­les más ade­cua­das y fir­mes, par­tien­do de la idea que no son exclu­yen­tes, por el con­tra­rio, pue­den inter­ac­tuar dan­do una visión arti­cu­la­da e inte­gra­do­ra de este fenó­meno.

Se con­si­de­ra al géne­ro como uno de los mode­ra­do­res de la viven­cia de estrés, debi­do a los roles y este­reo­ti­pos aso­cia­dos y a las expec­ta­ti­vas de com­por­ta­mien­to en hom­bres y muje­res.

Las con­di­cio­nes de géne­ro que se mani­fies­tan en todos los ámbi­tos de la vida, indi­vi­dual, fami­liar, labo­ral, etcé­te­ra, pue­den con­du­cir a esta­dos estre­san­tes y ser per­ci­bi­dos de dife­ren­te for­ma. Exis­te una gran diver­si­dad de situa­cio­nes que inci­den en el estrés, pero las con­di­cio­nes de géne­ro se viven día a día sin que las per­so­nas se per­ca­ten de su impac­to.

La viven­cia de estrés, las cau­sas que lo deter­mi­nan, los efec­tos físi­cos, psi­co­ló­gi­cos y emo­cio­na­les, las for­mas de afron­ta­mien­to, res­pon­den a patro­nes cul­tu­ra­les social­men­te impues­tos.

Los estre­so­res se encuen­tran en diver­sas mag­ni­tu­des, en dis­tin­tos esce­na­rios, por lo que es nece­sa­rio eva­luar los espa­cios don­de se desem­pe­ñan hom­bres y muje­res, para tomar medi­das que per­mi­tan una mejor cali­dad de vida para ambos.

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