Competencias didácticas y competencias de estudio: su integración funcional en el aprendizaje de una disciplina Descargar este archivo (02 - Competencias didácticas y competencias de estudio.pdf)

Germán Morales, Benjamín Peña, Alfredo Hernández y Claudio Carpio1

Universidad Nacional Autónoma de México

FES Iztacala

Resumen

Se recu­pe­ra la noción de inter­ac­ción didác­ti­ca, que com­pren­de las rela­cio­nes de ense­ñar y estu­diar, con el obje­ti­vo de vin­cu­lar las com­pe­ten­cias didác­ti­cas con las com­pe­ten­cias de estu­dio, como ten­den­cias que se desa­rro­llan en ámbi­tos socia­les par­ti­cu­la­res. Dicha vin­cu­la­ción se apo­ya en la noción de jue­gos del len­gua­je del docen­te y del estu­dian­te, así como a tra­vés de la noción de dis­cur­so didác­ti­co como cate­go­ría que deli­mi­ta aque­llo que se va a ense­ñar-apren­der. Con base en este abor­da­je se des­cri­be el apren­di­za­je de for­mas de actua­ción cien­tí­fi­ca, tec­no­ló­gi­ca o huma­nís­ti­ca, como una tran­si­ción entre for­mas de com­por­tar­se en el domi­nio coti­diano a un domi­nio con­cep­tual. Se seña­lan algu­nas impli­ca­cio­nes del abor­da­je de las inter­ac­cio­nes edu­ca­ti­vas con este mar­co, así como las modi­fi­ca­cio­nes meto­do­ló­gi­cas que deman­da y los impac­tos en las prác­ti­cas esco­la­res. Des­ta­can los bene­fi­cios en áreas de inter­ven­ción como la for­ma­ción y actua­li­za­ción docen­te, así como el apro­ve­cha­mien­to aca­dé­mi­co del estu­dian­te.

Pala­bras cla­ve: ense­ñan­za, estu­diar, apren­di­za­je, com­pe­ten­cias didác­ti­cas, inter­ac­ción didác­ti­ca.

Abstract

The notion of didac­tic inter­ac­tion is reco­ve­red, inclu­ding the rela­tionship of stud­ying and tea­ching, with the pur­po­se of lin­king the didac­tic com­pe­ten­cies with the stud­ying com­pe­ten­cies, unders­tood as ten­den­cies deve­lo­ped in par­ti­cu­lar social areas. That link is held in the notion of a lan­gua­ge game bet­ween the tea­cher and the stu­dent, and the notion of didac­tic dis­cour­se, like a con­cept that deli­mits what is going to be taught and lear­ned. The lear­ning of ways of beha­vior in a daily and con­cep­tual area, is des­cri­bed within this fra­me­work. This paper lis­ted some impli­ca­tions of this view in the edu­ca­ti­ve inter­ac­tions, also the metho­do­lo­gi­cal modi­fi­ca­tions deman­ded and the impact in scho­lar prac­ti­ces. Advan­ta­ges in inter­ven­tion in areas like tea­ching actua­li­za­tion and for­ma­tion, and aca­de­mic achie­ve­ment are poin­ted out.

Key­words: stud­ying, lear­ning, com­pe­ten­ces of study, didac­ti­cal inter­ac­tion

La vida edu­ca­ti­va esco­la­ri­za­da en las Ins­ti­tu­cio­nes de Edu­ca­ción Supe­rior tie­nen como ele­men­to cen­tral de su acon­te­cer las inter­ac­cio­nes que sin­te­ti­zan las cua­li­da­des fun­cio­na­les cuan­do tie­ne lugar la ense­ñan­za y el apren­di­za­je: las inter­ac­cio­nes didác­ti­cas (Car­pio & Iri­go­yen, 2005; León, Mora­les, Sil­va & Car­pio, 2011). Por inter­ac­ción didác­ti­ca se alu­de a la cate­go­ría ana­lí­ti­ca que per­mi­te el abor­da­je fun­cio­nal de la rela­ción en la que se enfras­ca un docen­te y un estu­dian­te, y que recu­pe­ra los aspec­tos for­ma­les como con­di­ción nece­sa­ria, pero resal­ta el aspec­to fun­cio­nal como con­di­ción sufi­cien­te para que lo rea­li­za­do por un docen­te con­duz­ca a logros dis­ci­pli­na­ria­men­te espe­ra­dos del estu­dian­te.

Una inter­ac­ción didác­ti­ca se estruc­tu­ra alre­de­dor de un cri­te­rio al que hay que ajus­tar­se (Car­pio, 1994), que defi­ne las accio­nes per­ti­nen­tes del docen­te y el estu­dian­te res­pec­to de una tarea deri­va­da del plan de estu­dios y de los cri­te­rios socia­les y dis­ci­pli­na­rios de la comu­ni­dad a la que un estu­dian­te se va a incor­po­rar. Los aspec­tos for­ma­les son reco­no­ci­dos como fac­to­res y carac­te­rís­ti­cas físi­cas de la situa­ción, mate­ria­les, recur­sos tec­no­ló­gi­cos, con­di­ción físi­ca de los acto­res, entre otros, pero que siem­pre se subor­di­nan a la cir­cuns­tan­cia fun­cio­nal de ense­ñan­za-apren­di­za­je que esta­ble­ce el cri­te­rio. La inter­ac­ción didác­ti­ca movi­li­za una serie de fac­to­res de índo­le his­tó­ri­ca tan­to del docen­te como del estu­dian­te, como lo son sus habi­li­da­des y com­pe­ten­cias desa­rro­lla­das, lo que han hecho, leí­do, los esti­los inter­ac­ti­vos con­fi­gu­ra­dos, los moti­vos e intere­ses de cada uno (Arro­yo, Mora­les, Sil­va, Cama­cho, Cana­les y Car­pio, 2008).

La inter­ac­ción didác­ti­ca repre­sen­ta la expre­sión fun­cio­nal mole­cu­lar de la rela­ción enseñanza–aprendizaje, arti­cu­la­da con los cri­te­rios para­dig­má­ti­cos de una comu­ni­dad en ámbi­tos o domi­nios espe­cí­fi­cos. Esta arti­cu­la­ción es posi­ble a tra­vés del dis­cur­so didác­ti­co, que repre­sen­ta la expre­sión fun­cio­nal molar de la enseñanza–aprendizaje, es decir, la cir­cuns­tan­cia fun­cio­nal que defi­ne los com­por­ta­mien­tos dis­ci­pli­na­rios espe­ra­dos del docen­te y del estu­dian­te: lo que habrá de ense­ñar­se y lo que habrá de apren­der­se (Mora­les, Ale­mán, Cana­les, Arro­yo y Car­pio, 2013). La pos­tu­la­ción de la inter­ac­ción y el dis­cur­so didác­ti­cos como herra­mien­tas ana­lí­ti­cas per­mi­ten en con­jun­to ana­li­zar cómo se estruc­tu­ra y evo­lu­cio­na la tra­yec­to­ria con­duc­tual del estu­dian­te en refe­ren­cia con las deman­das por cum­plir (cri­te­rios de logro), las actua­cio­nes ejem­pla­res por incor­po­rar (cri­te­rios para­dig­má­ti­cos) y las nor­mas e ins­ti­tu­cio­nes por res­pe­tar (cri­te­rios socio­ló­gi­cos), has­ta for­mar par­te de la comu­ni­dad dis­ci­pli­na­ria.

Para que el estu­dian­te se apro­xi­me a for­mas de actua­ción dis­ci­pli­na­ria y curri­cu­lar­men­te defi­ni­das, es con­di­ción sine qua non que se rela­cio­ne con un docen­te que, a la mane­ra de un exper­to, domi­ne dichas for­mas reco­no­ci­das por la comu­ni­dad cien­tí­fi­ca, tec­no­ló­gi­ca o huma­nís­ti­ca a la que per­te­ne­ce. Deter­mi­nar que un docen­te cuen­ta con domi­nio dis­ci­pli­na­rio requie­re cuan­do menos que sea capaz de: 1) Iden­ti­fi­car y ela­bo­rar los cri­te­rios para­dig­má­ti­cos de su dis­ci­pli­na, así como las prác­ti­cas, mode­los, apa­ra­tos o situa­cio­nes aso­cia­das a ellos; 2) Cum­plir con los cri­te­rios para­dig­má­ti­cos en sus dife­ren­tes ver­tien­tes, cien­tí­fi­ca (Ribes, 1993) o tec­no­ló­gi­ca (Car­pio, et al. 1998). Mien­tras que para deter­mi­nar que un docen­te cuen­ta con domi­nio didác­ti­co, debe ser capaz de hacer cosas como pres­cri­bir cri­te­rios para­dig­má­ti­cos has­ta ilus­trar cómo satis­fa­cer­los. Más ade­lan­te se ahon­da­rá al res­pec­to.

En el día a día, un docen­te del nivel edu­ca­ti­vo supe­rior debe estar en con­di­cio­nes de saber qué ense­ñar, cómo ense­ñar, para qué va a ense­ñar, por qué ense­ña eso y cuán­do debe ense­ñar­lo (Car­pio e Iri­go­yen, 2005; Pache­co, 2008). ¿Cuá­les serían los con­se­cuen­tes hace­res estu­dian­ti­les des­pren­di­dos de lo expre­sa­do? Para poder res­pon­der a esto es nece­sa­rio rea­li­zar un acer­ca­mien­to a la inter­ac­ción didác­ti­ca y des­com­po­ner­la en los dos tipos de rela­cio­nes que englo­ba. Al con­si­de­rar el cri­te­rio de logro, la tarea deri­va­da de los cri­te­rios dis­ci­pli­na­rios, un docen­te y un estu­dian­te, se pue­den reco­no­cer las siguien­tes rela­cio­nes.

1) Rela­cio­nes de ense­ñar, en las que el desem­pe­ño del docen­te se vin­cu­la con el obje­to dis­ci­pli­na­rio como for­ma de hacer ejem­plar, para que dicha rela­ción sea ilus­tra­da al estu­dian­te. Por lo que pue­den iden­ti­fi­car­se como ense­ñar a las rela­cio­nes docente–tarea, en las que se expre­sa el desem­pe­ño que evi­den­cia domi­nio dis­ci­pli­nar, y las rela­cio­nes docente–estudiante, en las que se evi­den­cia domi­nio didác­ti­co. Estas dos rela­cio­nes se inte­gran fun­cio­nal­men­te para con­se­guir que los estu­dian­tes apren­dan a actuar ade­cua­da, efec­ti­va, per­ti­nen­te, con­gruen­te y cohe­ren­te­men­te fren­te al obje­to dis­ci­pli­na­rio, esto es, defi­ni­do por otros auto­res como el ejem­plo (cfr. Ribes, 1990). Es decir, la ense­ñan­za de una dis­ci­pli­na exi­ge el des­plie­gue del com­por­ta­mien­to dis­ci­pli­na­ria­men­te ejem­plar y del com­por­ta­mien­to didác­ti­ca­men­te per­ti­nen­te en un mis­mo ejer­ci­cio, lo que repre­sen­ta saber una dis­ci­pli­na y saber ense­ñar­la.

2) Las rela­cio­nes de estu­diar, en las que el estu­dian­te hace con­tac­to con la rela­ción del docen­te y el obje­to dis­ci­pli­na­rio; este con­tac­to está modu­la­do por el cri­te­rio de logro impues­to por el docen­te. Esta rela­ción indi­rec­ta que man­tie­ne el estu­dian­te con el obje­to dis­ci­pli­na­rio dará lugar a los con­tac­tos pre­vios reque­ri­dos para otras inter­ac­cio­nes, siem­pre como inter­ac­cio­nes teó­ri­ca­men­te regu­la­das por medio del cri­te­rio de logro (ver Figu­ra 1). La defi­ni­ción de estu­diar como una rela­ción posi­cio­na de mane­ra dife­ren­te el plan­tea­mien­to fren­te a los argu­men­tos de otros auto­res que asu­men que estu­diar es una con­duc­ta, acto, un desem­pe­ño o un pro­ce­so (Ibá­ñez, 1999; Ibá­ñez y Reyes, 2002). Estu­diar no es hacer algo en par­ti­cu­lar, como escri­bir, leer o hablar, es hacer algo en rela­ción con un cri­te­rio de logro y con la rela­ción docente–objeto dis­ci­pli­na­rio; dicho hacer pue­de cobrar for­ma de leer, escri­bir, hablar o hacer, pero siem­pre como par­te de la rela­ción. No seña­lar esto pue­de gene­rar con­fu­sio­nes como las que sur­gen de asu­mir que un ver­bo de rela­ción, como lo es estu­diar, se igua­la con otros ver­bos de accio­nes, como lo es hablar.

Figura 1: relaciones de enseñar y estudiar organizadas alrededor de un criterio de logro.

En esta carac­te­ri­za­ción de ense­ñar y estu­diar como rela­cio­nes es impor­tan­te seña­lar que man­tie­nen inter­de­pen­den­cia y afec­ta­ción recí­pro­ca, lo cual rom­pe con las lógi­cas cen­tra­das en el docen­te, pero tam­bién con aque­llas que sólo reco­no­cen como rele­van­te al estu­dian­te o al apren­di­za­je (Ibá­ñez, 2007). Cuan­do las rela­cio­nes de ense­ñar y estu­diar se arti­cu­lan de for­ma efi­cien­te, con­du­cen al apren­di­za­je del estu­dian­te, como resul­ta­do que es con­cre­ta­do en la serie de deman­das que la vida coti­dia­na en los espa­cios edu­ca­ti­vos impo­ne.

El aná­li­sis de ense­ñar y estu­diar como rela­cio­nes y no como accio­nes, así como su inter­de­pen­den­cia hará posi­bi­li­tar abor­dar pará­me­tros no con­si­de­ra­dos has­ta aho­ra, ana­li­zar con­di­cio­nes dife­ren­tes a las rea­li­za­das y nue­vas for­mas de pro­mo­ver rela­cio­nes efi­cien­tes entre el docen­te y el estu­dian­te. 

Como ejem­plo de los bene­fi­cios de una reubi­ca­ción de las nocio­nes de ense­ñar, estu­diar y apren­der a par­tir de la con­cep­ción de inter­ac­ción y dis­cur­so didác­ti­co, es posi­ble pla­near inves­ti­ga­ción orien­ta­da a las con­di­cio­nes que favo­re­cen la satis­fac­ción de cri­te­rios de un estu­dian­te duran­te su for­ma­ción, pero tam­bién favo­re­cer la for­ma­ción y prác­ti­ca docen­te con un mar­co que deli­mi­ta fun­cio­nal­men­te la direc­ción y los rubros que pue­de com­pren­der dicha prác­ti­ca situa­da en un ámbi­to dis­ci­pli­na­rio espe­cí­fi­co. Sobre la direc­ción se pue­den men­cio­nar: a) la incor­po­ra­ción de un nue­vo miem­bro a una cul­tu­ra dis­ci­pli­na­ria par­ti­cu­lar; b) el desa­rro­llo de for­mas de com­por­ta­mien­to que acor­ten la dis­tan­cia entre lo que hace un exper­to y lo que hace un apren­diz en una dis­ci­pli­na; y c) aus­pi­ciar en los futu­ros miem­bros del gru­po cam­bios sobre su for­ma de rela­cio­nar­se con su reali­dad, de las situa­cio­nes vivi­das coti­dia­na­men­te a lo teó­ri­ca­men­te obser­va­do y vice­ver­sa (Car­pio, Pache­co, Cana­les y Flo­res, 1998). Sobre los rubros que deben poner­se en prác­ti­ca para con­se­guir las ante­rio­res metas es nece­sa­rio hacer algu­nos apun­tes gene­ra­les.

Vinculación entre dominios disciplinarios, competencias didácticas y de estudio

La deli­mi­ta­ción de las com­pe­ten­cias docen­tes y estu­dian­ti­les se pue­de esta­ble­cer con el encua­dre que otor­ga el cri­te­rio de logro y el ámbi­to o domi­nio espe­cí­fi­co, el pri­me­ro como epi­cen­tro de lo que hay que enseñar–aprender, y medio para deter­mi­nar si lo que hace cada uno de los acto­res resul­ta efec­ti­vo; el segun­do como lími­tes de tal rela­ción con­den­sa­dos en el dis­cur­so didác­ti­co. En aten­ción a lo ante­rior, es posi­ble sos­te­ner que el desa­rro­llo de for­mas de com­por­ta­mien­to de los indi­vi­duos está ancla­do a ámbi­tos espe­cí­fi­cos de acti­vi­dad huma­na.

Las situa­cio­nes de tras­mi­sión cul­tu­ral al inte­rior de un gru­po en tan­to situa­cio­nes didác­ti­cas, se estruc­tu­ran alre­de­dor de cri­te­rios de logro de un tipo que se impo­nen al docen­te quien, a su vez, impo­ne cri­te­rios de otro tipo al estu­dian­te. Estos cri­te­rios per­mi­ten iden­ti­fi­car la efec­ti­vi­dad e inefec­ti­vi­dad de docen­tes y estu­dian­tes. Cuan­do un docen­te o un estu­dian­te de cual­quier ámbi­to cum­ple con un cri­te­rio de logro (su desem­pe­ño es efec­ti­vo), se pre­di­ca que se ha desa­rro­lla­do una habi­li­dad. Por ejem­plo, un docen­te mues­tra habi­li­dad cuan­do cum­ple con la peti­ción de su super­vi­sor de defi­nir por escri­to el obje­ti­vo del día, de su cla­se de meto­do­lo­gía. En el caso del estu­dian­te, mues­tra habi­li­dad cuan­do se le pide que enun­cie en cla­se las razo­nes por las cua­les un pro­ce­di­mien­to es idó­neo o no para un pro­yec­to de inves­ti­ga­ción y cubre dicho cri­te­rio. Cuan­do ni el docen­te ni el estu­dian­te en una situa­ción son exi­to­sos fren­te a un cri­te­rio, se pre­di­ca desem­pe­ño inefec­ti­vo y pue­de obe­de­cer a múl­ti­ples fac­to­res: no iden­ti­fi­car el cri­te­rio, no con­tar con el reper­to­rio ade­cua­do, entre otros.

Toda vez que cada cla­se está orga­ni­za­da por cri­te­rios par­ti­cu­la­res y cam­bia según aque­llo que se tie­ne que apren­der, los con­te­ni­dos mor­fo­ló­gi­cos de las rela­cio­nes de ense­ñar y estu­diar tie­nen que cam­biar. Es decir, el docen­te tie­ne que defi­nir cri­te­rios de logro por cada cla­se, que inclu­ya la defi­ni­ción de mate­ria­les, situa­cio­nes, secuen­cias y desem­pe­ños pro­pios y del estu­dian­te. Cuan­do un docen­te pue­de cum­plir con la defi­ni­ción de un obje­ti­vo de una cla­se con un tópi­co par­ti­cu­lar (pero tam­bién para otra cla­se con otro tópi­co, o con otras con­di­cio­nes y pue­de cum­plir ese obje­ti­vo ilus­tran­do con un video, con ejem­plos de la vida coti­dia­na, con for­ma­li­za­cio­nes), enton­ces esta­mos fren­te a un indi­vi­duo que ha desa­rro­lla­do com­pe­ten­cia. La defi­ni­ción de com­pe­ten­cia alu­de a la ten­den­cia desa­rro­lla­da por un indi­vi­duo para satis­fa­cer cri­te­rios de dife­ren­te tipo (Car­pio, Cana­les, Mora­les, Arro­yo y Sil­va, 2007). En el caso de un estu­dian­te, es posi­ble pre­di­car com­pe­ten­cia cuan­do es capaz de cum­plir cri­te­rios como par­ti­ci­par enun­cian­do un dise­ño de inves­ti­ga­ción apro­pia­do para un pro­yec­to, pero tam­bién pue­de redac­tar el méto­do de dicho pro­yec­to o for­mu­lar una hipó­te­sis al imple­men­tar­lo.    

Es espe­ra­ble que un docen­te pue­da cum­plir con cier­tos cri­te­rios y no con otros (ser capaz de pla­near la cla­se, con­du­cir la cla­se pero qui­zás no de hacer una eva­lua­ción ade­cua­da de lo apren­di­do por sus estu­dian­tes), al igual que un estu­dian­te, quien pue­de ser capaz de enun­ciar argu­men­tos de for­ma oral, pero no ser capaz de desa­rro­llar­los por escri­to. Esto seña­la las dife­ren­cias en el tipo de com­pe­ten­cias (didác­ti­cas o estu­dian­ti­les) que un indi­vi­duo ha con­se­gui­do, estas dife­ren­cias entre indi­vi­duos, y aún en un mis­mo indi­vi­duo, son sus­cep­ti­bles de alte­rar­se si se reco­no­ce que el docen­te y el estu­dian­te con­ti­núan con su desa­rro­llo en tan­to hay un dina­mis­mo en las prác­ti­cas aso­cia­das a las for­mas de vida aca­dé­mi­ca que com­par­ten, esto es, en los jue­gos de len­gua­je que prac­ti­can (Witt­gens­tein, 1953/1994).

La recu­pe­ra­ción de la noción de com­pe­ten­cia en el mar­co de un mode­lo de desa­rro­llo psi­co­ló­gi­co como el pro­pues­to por Car­pio et al. (2007), jun­to con la noción de inter­ac­ción didác­ti­ca per­mi­te el reco­no­ci­mien­to de dos líneas de aná­li­sis: una cen­tra­da en el desem­pe­ño didác­ti­co, con el obje­ti­vo de explo­rar los fac­to­res y con­di­cio­nes que regu­lan la prác­ti­ca del docen­te; otra orien­ta­da a deter­mi­nar cómo se pecu­lia­ri­zan las inter­ac­cio­nes del estu­dian­te con la tarea dis­ci­pli­na­ria, a par­tir de los cri­te­rios de logro y para­dig­má­ti­cos que el docen­te impo­ne e ilus­tra cuan­do se rela­cio­na con la tarea. Esta dis­tin­ción que ya ha sido docu­men­ta­da amplia­men­te, encuen­tra en este tra­ba­jo una carac­te­ri­za­ción dife­ren­te, al reco­no­cer­se como insu­fi­cien­tes todos los aná­li­sis que sepa­ran el desem­pe­ño didác­ti­co del desem­pe­ño estu­dian­til. Por ende, se pro­po­ne la corre­la­ción y afec­ta­ción recí­pro­ca entre las com­pe­ten­cias didác­ti­cas y las com­pe­ten­cias de estu­dio, por medio de las nocio­nes de domi­nio y de inter­ac­ción didác­ti­ca.

Las com­pe­ten­cias que el docen­te des­plie­ga cuan­do ense­ña se des­pren­den de la carac­te­ri­za­ción de los jue­gos de len­gua­je de la prác­ti­ca didác­ti­ca plan­tea­da (Car­pio, Pache­co, Cana­les y Flo­res 1998, y León, Mora­les, Sil­va y Car­pio, 2011). Estos jue­gos de len­gua­je com­pren­den: a) pla­nea­ción didác­ti­ca, para el dise­ño de las cir­cuns­tan­cias, tareas, mate­ria­les y secuen­cias a seguir en las inter­ac­cio­nes con el estu­dian­te; b) explo­ra­ción com­pe­ten­cial, que tie­ne como fina­li­dad que el docen­te esti­me el gra­do de domi­nio con el que un estu­dian­te lle­ga al cur­so y pue­da esti­mar el pun­to de arran­que; c) expli­ci­ta­ción de cri­te­rios tan­to dis­ci­pli­na­rios como de logro, que han de regu­lar las cla­ses y deter­mi­nar los lími­tes de lo que hay que apren­der; d) ilus­tra­ción de las for­mas de actua­ción dis­ci­pli­na­ria­men­te acep­ta­das; e) prác­ti­ca super­vi­sa­da, en la que docen­te rea­li­za una obser­va­ción teó­ri­ca y didác­ti­ca del desem­pe­ño del estu­dian­te fren­te a  tareas dis­ci­pli­na­rias; f) retro­ali­men­ta­ción, en la que el docen­te colo­ca al estu­dian­te al esta­ble­cer corres­pon­den­cias entre el desem­pe­ño espe­ra­do, el cri­te­rio a cum­plir y lo que el pro­pio estu­dian­te rea­li­za, y g) eva­lua­ción, que con­sis­te en esta­ble­cer la dis­tan­cia que exis­te entre el desem­pe­ño real del estu­dian­te y el desem­pe­ño ideal, como for­ma de esti­ma­ción del apren­di­za­je.

Los jue­gos del len­gua­je del desem­pe­ño didác­ti­co des­cri­tos pue­den ser guías para plan­tear ten­ta­ti­va­men­te los jue­gos de len­gua­je del desem­pe­ño estu­dian­til. En un pri­mer ejer­ci­cio de orga­ni­za­ción se pue­den men­cio­nar los siguien­tes: a) iden­ti­fi­ca­ción por par­te del estu­dian­te de los cri­te­rios de logro y dis­ci­pli­na­rios pres­cri­tos por el docen­te, que le per­mi­ten deter­mi­nar qué hará o dirá, cómo, cuán­do y dón­de ten­drá lugar; b) pre­cu­rren­tes, que el estu­dian­te iden­ti­fi­ca como con­di­cio­nes nece­sa­rias para el apren­di­za­je de for­mas de actua­ción dis­ci­pli­na­ria, deter­mi­nan­do qué nece­si­ta saber y qué va a reque­rir para esa situa­ción didác­ti­ca, cur­so, mate­ria o semes­tre; c) estra­te­gias y recur­sos que el estu­dian­te dise­ña y emplea para faci­li­tar y con­se­guir el apren­di­za­je de for­mas de actua­ción espe­ra­das por el docen­te; d) prác­ti­ca des­ple­ga­da por el estu­dian­te que se encuen­tra enmar­ca­da en el cri­te­rio de logro en corres­pon­den­cia con el qué, cómo, cuán­do y dón­de dicha prác­ti­ca pue­de ser super­vi­sa­da momen­to a momen­to como for­ma de eva­lua­ción per­ma­nen­te o en ais­la­do como situa­ción de prue­ba para evi­den­ciar una for­ma de com­por­tar­se ya apren­di­da; e) tareas y tra­ba­jos, que englo­ban las rea­li­za­cio­nes indi­vi­dua­les o colec­ti­vas que pre­sen­tar ante el docen­te como evi­den­cia de domi­nio de for­mas de hacer y decir; f) par­ti­ci­pa­ción en la cla­se, que pue­de cobrar la for­ma de decir fren­te a otros lo que se opi­na, hacer fren­te a otros lo que se ha apren­di­do y lo que no, todo ello en corres­pon­den­cia con el cri­te­rio que el docen­te enun­cia en cla­se; g) super­vi­sión del pro­pio desem­pe­ño estu­dian­til que per­mi­ta moni­to­rear en qué medi­da se está en con­di­cio­nes de cum­plir el cri­te­rio, qué tan cer­ca se encuen­tra y qué ajus­tes rea­li­zar para lograr la satis­fac­ción; i) auto-eva­lua­ción como com­pa­ra­ción que esta­ble­ce el estu­dian­te entre el desem­pe­ño real y el ideal, con la fina­li­dad de tomar las medi­das per­ti­nen­tes para acer­car­se a éste últi­mo desem­pe­ño; j) trans­fe­ren­cia de lo que el estu­dian­te ha apren­di­do a otras situa­cio­nes, y que deman­da que éste sea capaz de enun­ciar cri­te­rios por cum­plir, situa­cio­nes en las que pue­de cum­plir­los, desem­pe­ños que pue­de des­ple­gar, así como las res­tric­cio­nes de lo apren­di­do.  

Exis­ti­rán jue­gos de len­gua­je del desem­pe­ño didác­ti­co que se corres­pon­den con algu­nos de los jue­gos del desem­pe­ño estu­dian­til (como pres­cri­bir e iden­ti­fi­car cri­te­rios), mien­tras que hay otros que sólo los rea­li­za el docen­te, como la pla­nea­ción, o el estu­dian­te, como las tareas y tra­ba­jos. Lo cier­to es que las prác­ti­cas que rea­li­zan tan­to docen­tes como estu­dian­tes en los diver­sos jue­gos de len­gua­je, se van a mul­ti­pli­car si ade­más se con­si­de­ran que dichas prác­ti­cas pue­den cobrar moda­li­da­des diver­sas. Mora­les, Ale­mán, Cana­les, Arro­yo y Car­pio (2013) plan­tean como posi­bles moda­li­da­des de las inter­ac­cio­nes didác­ti­cas la oral, lec­to­ra y escri­to­ra, que pue­de dar lugar a inter­ac­cio­nes en las que el docen­te soli­ci­ta que el estu­dian­te cum­pla con un cri­te­rio que pue­de ser cubier­to leyen­do, hablan­do o escri­bien­do.

Las com­pe­ten­cias del docen­te enmar­ca­das en domi­nios dis­ci­pli­na­rios y didác­ti­cos (línea con­ti­nua de la Figu­ra 2), con­tri­bu­yen a que el estu­dian­te gra­dual­men­te incor­po­re a su for­ma de vida coti­dia­na un domi­nio con­cep­tual que le hará obser­var su reali­dad a tra­vés de un mar­co teó­ri­co que le per­mi­ti­rá cons­truir una segun­da reali­dad, la dis­ci­pli­na­ria (línea pun­tea­da de la Figu­ra 2). Para que ello ocu­rra es nece­sa­rio que com­pe­ten­cias didác­ti­cas y de estu­dio se abor­den empí­ri­ca­men­te, inves­ti­gan­do o inter­vi­nien­do, de mane­ra arti­cu­la­da. Tra­ba­jar de esta mane­ra can­ce­la la recu­pe­ra­ción de las estra­te­gias didác­ti­cas o las lla­ma­das estra­te­gias de estu­dio en abs­trac­to y gené­ri­cas al mar­gen de domi­nios espe­cí­fi­cos (Páez, 2006; Peña Gon­zá­lez, 2013; Enrí­quez, Fajar­do y Gar­zón, 2015).  

Figura 2, la interacción didáctica representada con el triángulo que es organizada por el criterio de logro (Cro), y sus relaciones con los dominios y el discurso didáctico. La línea punteada describe el desempeño del estudiante, mientras que la línea continua ilustra el desempeño del docente.

La ante­rior for­ma de con­du­cir la inves­ti­ga­ción y la inter­ven­ción pue­de posi­bi­li­tar el aná­li­sis e inci­den­cia sobre fac­to­res y con­di­cio­nes que dan cuen­ta del desa­rro­llo de las com­pe­ten­cias didác­ti­cas y de estu­dio que pue­den supe­rar limi­tan­tes de plan­tea­mien­tos cen­tra­dos en el apren­di­za­je, sin con­si­de­rar que éste resul­ta de inter­ac­cio­nes efi­cien­tes en las que el docen­te y el estu­dian­te se afec­tan recí­pro­ca­men­te. Ade­más, pue­de con­tri­buir a rea­li­zar mejo­ras edu­ca­ti­vas para apro­xi­mar­se a la meta de for­mar indi­vi­duos auto­di­dac­tas e inte­lec­tual­men­te autó­no­mos, a medi­da que se reco­noz­ca que estos indi­vi­duos se for­man cuan­do se rela­cio­nan con docen­tes com­pe­ten­tes que con­si­guen que un estu­dian­te pase de ser regu­la­do por otro a regu­lar su pro­pio com­por­ta­mien­to.

Apuntes finales

En el pre­sen­te tra­ba­jo se han ofre­ci­do argu­men­tos para rela­cio­nar las com­pe­ten­cias didác­ti­cas y de estu­dio, tenien­do como ejes arti­cu­la­do­res la noción de inter­ac­ción didác­ti­ca, de dis­cur­so didác­ti­co y domi­nios, en un mar­co fun­cio­nal más amplio. La for­ma de rela­cio­nar ambas com­pe­ten­cias como refe­ren­tes con­cre­tos de los jue­gos de len­gua­je del docen­te y el estu­dian­te, tie­ne impli­ca­cio­nes tan­to para el tra­ba­jo de inves­ti­ga­ción como para la inter­ven­ción edu­ca­ti­va. Aquí sólo se men­cio­nan dos prin­ci­pal­men­te.

En pri­mer lugar des­ta­ca la posi­bi­li­dad de pla­near inves­ti­ga­cio­nes empí­ri­cas con­si­de­ran­do la rela­ción entre el desem­pe­ño del docen­te y el del estu­dian­te, que deman­da abor­da­jes meto­do­ló­gi­cos en los que se con­tem­ple lo que un actor y otro des­plie­gan en cada uno de los jue­gos de len­gua­je y la for­ma de inter­ac­tuar de tales jue­gos, es decir, inves­ti­ga­cio­nes in situ. Esto pue­de repre­sen­tar ven­ta­jas sobre las inves­ti­ga­cio­nes cen­tra­das en el docen­te o por el con­tra­rio, en el estu­dian­te, ais­la­das de cual­quier domi­nio y sin una orga­ni­za­ción fun­cio­nal de los valo­res y mor­fo­lo­gías de los dife­ren­tes fac­to­res invo­lu­cra­dos. En segun­do lugar, en su dimen­sión de inter­ven­ción, esta for­ma de abor­da­je fun­cio­nal posi­bi­li­ta iden­ti­fi­car áreas de tra­ba­jo en la for­ma­ción y actua­li­za­ción docen­te como for­mas de desa­rro­llo y per­fec­cio­na­mien­to de com­pe­ten­cias didác­ti­cas, así como posi­bi­li­tar la detec­ción de caren­cias de com­pe­ten­cias de estu­dio y su pro­mo­ción que redun­den en afron­tar pro­ble­mas de bajo ren­di­mien­to y apro­ve­cha­mien­to esco­lar, repro­ba­ción y ries­go aca­dé­mi­co.

En suma, un aná­li­sis sin­cró­ni­co de la inter­ac­ción entre el docen­te y el estu­dian­te pue­de pro­veer bases para desa­rro­llar un pro­gra­ma de inves­ti­ga­ción con alcan­ces amplios, así como con­tri­buir a la opti­mi­za­ción de la prác­ti­ca docen­te y tener impac­tos posi­ti­vos en el desem­pe­ño aca­dé­mi­co del estu­dian­te de una dis­ci­pli­na en el nivel edu­ca­ti­vo supe­rior. Orga­ni­zar el tra­ba­jo con este mar­co pue­de deman­dar tiem­po y muchos recur­sos, pero no se sos­la­ya que pue­de con­tri­buir a la mejo­ra de la vida edu­ca­ti­va en un nivel esco­lar en el que abun­dan los dis­cur­sos, los apor­tes, las estra­te­gias y téc­ni­cas, pero en el cual aún esca­sean los resul­ta­dos idó­neos.

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Notas

1. Todos los auto­res de la UNAM FES Izta­ca­la, Gru­po T de Inves­ti­ga­ción Inter­con­duc­tual, toda comu­ni­ca­ción rela­cio­na­da con este tra­ba­jo, favor de diri­gir­la a gmoralesc@unam.mx.

Tra­ba­jo rea­li­za­do con apo­yo del pro­yec­to PAPIIT IA302217. Los auto­res agra­de­cen los comen­ta­rios de Yael Rosas López a una ver­sión pre­li­mi­nar de este mate­rial.