Ámame, para que yo me ame Descargar este archivo (09 - Ámame para que yo me ame.pdf)

Kathia Rebeca Arreola Rodríguez1

Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Nuevo León, UANL

Resumen

Este ensa­yo invi­ta no sólo a los estu­dian­tes de las cien­cias socia­les como futu­ros pro­fe­sio­na­les en la “con­duc­ta huma­na” a hacer un aná­li­sis sobre los aspec­tos impli­ca­dos en las rela­cio­nes inter­per­so­na­les o a los pro­fe­sio­na­les de las mis­mas, sino tam­bién es diri­gi­da a que des­de un pun­to crí­ti­co cues­tio­ne­mos nues­tras rela­cio­nes con los demás, con­si­de­ran­do los cons­truc­tos teó­ri­cos que emplea­mos como pro­fe­sio­na­les para la cla­si­fi­ca­ción taxo­nó­mi­ca de una pato­lo­gía en las rela­cio­nes huma­nas y el indi­vi­duo en sí mis­mo.

Pala­bras cla­ve: Psi­co­lo­gía, rela­cio­nes inter­per­so­na­les, pare­ja, adic­cio­nes afec­ti­vas

Abstract

This essay invi­tes not just stu­dents of social scien­ces as futu­re pro­fes­sio­nals in the “human beha­vior” to make an analy­sis of the issues invol­ved in rela­tionships or pro­fes­sio­nals itself, but is also direc­ted to ques­tion that from a cri­tic point of view as well as our rela­tionship with others, con­si­de­ring the theo­re­ti­cal cons­tructs that we use as pro­fes­sio­nals for taxo­no­mic clas­si­fi­ca­tion of patho­logy in human rela­tions and in the indi­vi­dual.

Keywords: Psy­cho­logy, Inter­per­so­nal Rela­tionships, Couple, Addic­ti­ve Addic­tions

“¡Vivi­mos una epi­de­mia de amor pato­ló­gi­co! Las con­sul­tas se lle­nan de pacien­tes cuya depen­den­cia afec­ti­va les per­ju­di­ca. Estas depen­den­cias pato­ló­gi­cas pue­den aca­bar en vio­len­cia domés­ti­ca entre quie­nes ase­gu­ran estar ena­mo­ra­dos.”
Ami­guet, 2004

“¿Te gus­to? ¿Te agra­do? ¿Crees que soy espe­cial? ¿Por qué “yo”? ¿Qué te gus­ta de mí? ¿Me amas? ¿Por qué me amas?Los ante­rio­res son solo algu­nos de los cues­tio­na­mien­tos que sole­mos diri­gir a quie­nes nos rodean, resal­tan­do el rol que desa­rro­llan en nues­tras vidas, tales como madre, padre, espo­sa (o), novia (o), ami­go (a), her­mano (a), aman­te, y el sig­ni­fi­ca­do y/o gra­do de impor­tan­cia para cada uno de noso­tros.

Erich Fromm (1959) iden­ti­fi­ca que esa pecu­liar acti­tud se basa en varias pre­mi­sas que, indi­vi­dual­men­te o com­bi­na­das, tien­den a sus­ten­tar­la: “Para la mayo­ría de la gen­te, el pro­ble­ma del amor con­sis­te fun­da­men­tal­men­te en ser ama­do y no en amar, no en la pro­pia capa­ci­dad de amar. De ahí que para ellos el pro­ble­ma sea cómo lograr que se los ame, cómo ser dig­nos de amor. Para alcan­zar ese obje­ti­vo siguen varios cami­nos. Uno de ellos, uti­li­za­do en espe­cial por los hom­bres, es tener éxi­to, ser tan pode­ro­so y rico como lo per­mi­ta el mar­gen social de la pro­pia posi­ción. Otro, usa­do par­ti­cu­lar­men­te por las muje­res, con­sis­te en ser atrac­ti­vas, por medio del cui­da­do del cuer­po, la ropa, etc. Exis­ten otras for­mas de hacer­se atrac­ti­vo, que uti­li­zan tan­to los hom­bres como las muje­res, tales como tener moda­les agra­da­bles y con­ver­sa­ción intere­san­te, ser útil, modes­to e ino­fen­si­vo” (pp. 4).

Enton­ces, tras leer lo ante­rior, las pre­gun­tas que posi­ble­men­te nos plan­tea­re­mos serán: ¿Me aman?, o ¿cómo sé que me están aman­do?, sin dar­nos cuen­ta de que esta­mos cues­tio­nan­do aspec­tos de la razón en el sen­ti­mien­to; es decir el saber en el sen­tir; así tam­bién olvi­da­mos otro aspec­to que resal­ta Fromm, a saber, la capa­ci­dad de amar; pero den­tro de esta capa­ci­dad de amar, es decir, del dar, tam­bién esta­re­mos hablan­do de dar­nos a noso­tros mis­mos. Esta capa­ci­dad de amar y sobre todo a uno mis­mo, sue­le ser des­pla­za­da de impor­tan­cia por la creen­cia de que podría ser un pro­ce­so difí­cil o inne­ce­sa­rio; esto nos lle­va a diri­gir el foco de este artícu­lo a lo siguien­te: ¿El sen­tir­se ama­do tie­ne rela­ción con el cómo me amo y en el acto de amar­me? Y por con­se­cuen­cia: ¿Lo que yo per­mi­ta y/o exi­ja estan­do en la rela­ción de pare­ja?

Segu­ra­men­te hemos escu­cha­do, leí­do e inclu­so men­cio­na­do “Para amar a los demás, tene­mos que amar­nos a noso­tros mis­mos”, pero ¿qué tan con­ven­ci­dos esta­mos de que esto sea ver­dad? Y si lo es, ¿qué impli­ca?

1. El amor un cons­truc­to mul­ti­di­rec­cio­nal

“El amor comien­za por ser un deseo de pose­sión que Stendhal divi­día en amor–pasión, una afi­ni­dad que per­se­guía la pose­sión del ser ama­do en cuer­po y alma; amor–gusto, una emo­ción que expe­ri­men­ta­ba la pura atrac­ción o el hechi­zo con­tem­pla­ti­vo; amor–físico, delei­te momen­tá­neo, satis­fac­ción del deseo físi­co y amor de vani­dad, aquel jue­go de seduc­ción que ali­men­ta­ba el ego del con­quis­ta­dor” (Frey­man, 2011, pp. 187).

Cuan­do habla­mos de amor, por lo regu­lar nues­tra men­te via­ja rápi­da­men­te a tra­vés de enla­ces aso­cia­ti­vos con temas como la pare­ja, la fami­lia, los ami­gos, y des­pla­za­mos de impor­tan­cia el que debe­ría ir pri­me­ro: me refie­ro al amor a sí mis­mo, excu­sán­do­nos con fra­ses como: “¡pero que egoís­ta, no sólo pien­so en mí!”, etc.

Si bien, el amor es un com­ple­jo fenó­meno de estu­dio, el cual, vis­to des­de las cien­cias socia­les como cons­truc­to teó­ri­co, a modo de defi­ni­ción con­cep­tual y ope­ra­ti­va, no pode­mos negar la diver­si­dad de las tipo­lo­gías del amar y sus impli­ca­cio­nes con el res­pe­to y la dig­ni­dad huma­na, así como la iden­ti­fi­ca­ción de pato­lo­gías per­so­na­les e inter­per­so­na­les.

En este artícu­lo, habla­ré no sólo del amor en la pare­ja, sino tam­bién del amor hacia uno mis­mo.

2. El amor de uno

Cuan­do habla­mos de amar­te a ti mis­mo, nos encon­tra­mos con múl­ti­ples dis­cur­sos y fra­ses rela­cio­na­das con la auto­es­ti­ma y auto­con­cep­to. La ver­dad es que han sido cons­truc­tos teó­ri­cos eva­lua­dos, estu­dia­dos, exa­mi­na­dos des­de diver­sas áreas socia­les y filo­só­fi­cas, pro­vo­can­do una creen­cia de “domi­nio” y “faci­li­dad” para la inter­ven­ción con quie­nes afron­tan com­pli­ca­cio­nes en ello.

Rosen­berg (1965, 1979 cita­do en Sán­chez, 1999) defi­nió la auto­es­ti­ma per­so­nal como los sen­ti­mien­tos de valía per­so­nal y res­pe­to a sí mis­mo, refi­rién­do­se a este como una valo­ra­ción sen­ti­men­tal y/o afec­ti­va de nues­tra pro­pia per­so­na. Sin embar­go, el ser humano no sólo se con­fi­gu­ra por las emo­cio­nes, sino tam­bién por su par­ti­cu­la­ri­dad del razo­na­mien­to; es ahí don­de tam­bién se iden­ti­fi­ca el auto­con­cep­to como com­po­nen­te ele­men­tal de valo­ra­ción del sí mis­mo.

El núcleo cen­tral del sis­te­ma cog­ni­ti­vo está con­for­ma­do por creen­cias auto­rre­fe­ren­tes, cog­ni­cio­nes que una per­so­na tie­ne sobre sí mis­ma y que sue­len desig­nar­se como auto­con­cep­to (Strau­man & Hig­gins, 1993, cita­do en Mol­pe­ce­res, Musi­tu & Lli­na­res, 2001).

Las múl­ti­ples dimen­sio­nes de los cons­truc­tos han amplia­do nues­tras visio­nes en el área de eva­lua­ción e inter­ven­ción como tera­peu­tas para la com­pre­sión del pacien­te, así como de noso­tros mis­mos; sin embar­go, como toda difi­cul­tad que afron­ta­mos como seres huma­nos y ciu­da­da­nos, quie­nes deben rea­li­zar el cam­bio no son los tera­peu­tas con las téc­ni­cas de inter­ven­ción en su tota­li­dad, sino el mis­mo pacien­te con su sen­ti­do de cam­biar, o para decir­lo mejor, de vivir.

Se ha cons­trui­do social­men­te que la ima­gen de quien se “ama” es la de aque­lla per­so­na que se dice lo bella (o) que es o lo inte­li­gen­te que demues­tra ser en lo aca­dé­mi­co, o la fre­cuen­cia con la que se le dice “te quie­ro, te amo, eres el (la) mejor”; no obs­tan­te, el amar­se sen­ci­lla­men­te es la con­jun­ción del auto­es­ti­ma y auto­con­cep­to en una sola acción: el res­pe­to a sí mis­mo, res­pe­to que se mani­fies­ta en la acep­ta­ción o recha­zo a situa­cio­nes o per­so­nas que hie­ren o dañan la per­so­na, y no pre­ci­sa­men­te en decir­se “cosas boni­tas” un día a la sema­na.

Una de las nece­si­da­des más apre­mian­tes del hom­bre ha sido la nece­si­dad de la rela­ción con los demás, y el ser acep­ta­do por los mis­mos, prin­ci­pal­men­te por quie­nes repre­sen­tan un rol sig­ni­fi­ca­ti­vo en sus vidas, tales como la pare­ja. Esa acep­ta­ción se lle­va a cues­tas el pre­cio de la acep­ta­ción pro­pia, pro­vo­can­do males­ta­res emo­cio­na­les con reper­cu­sio­nes en las dis­tin­tas esfe­ras que nos inte­gran (social, fisio­ló­gi­ca y psi­co­ló­gi­ca).

3. El amor del otro

El amor es una cons­truc­ción cul­tu­ral y cada perío­do his­tó­ri­co ha desa­rro­lla­do una con­cep­ción dife­ren­te sobre él y sobre los víncu­los entre matri­mo­nio, amor y sexo (Barrón, Mar­tí­nez – Íñi­go, De Paul & Yela, 1999; Yela, 2000, 2003). Des­de prin­ci­pios del siglo XIX sur­ge una cone­xión entre los con­cep­tos de amor román­ti­co, matri­mo­nio y sexua­li­dad que lle­ga a nues­tros días (Barrón et al,. 1999). A lo lar­go de las últi­mas déca­das en la cul­tu­ra occi­den­tal esta rela­ción se ha ido estre­chan­do cada vez más, lle­gan­do a con­si­de­rar­se que el amor román­ti­co es la razón fun­da­men­tal para man­te­ner rela­cio­nes matri­mo­nia­les y que estar ena­mo­ra­do es la base fun­da­men­tal para per­ma­ne­cer en ellas (Sim­pson, Camp­bell & Bers­cheid cita­do, 1986; Ubi­llos et al., 2001),de modo que esta for­ma de amor se hace popu­lar y nor­ma­ti­va (Bosch, Ferrer, Gar­cía, Nava­rro & Ramis, 2008, pp. 589).

San­gra­dor (1993 cita­do en Bosch, Ferrer, Gar­cía, Nava­rro & Ramis, 2008), seña­la que el amor pue­de enten­der­se como acti­tud (posi­ti­va o atrac­ción hacia otra per­so­na, que inclu­ye una pre­dis­po­si­ción a pen­sar, sen­tir y com­por­tar­se de cier­to modo hacia esa per­so­na), como una emo­ción (sen­ti­mien­to o pasión que inclu­ye ade­más, cier­tas reac­cio­nes fisio­ló­gi­cas) o como una con­duc­ta (cui­dar de la otra per­so­na, estar con ella, aten­der sus nece­si­da­des).

La acti­tud de que no hay nada que apren­der sobre el amor, supo­ne que el pro­ble­ma del amor es el de un obje­to y no de una facul­tad. La gen­te cree que amar es sen­ci­llo y lo difí­cil encon­trar un obje­to apro­pia­do para amar —o para ser ama­do por él. Tal acti­tud pro­vie­ne de varias cau­sas arrai­ga­das en el desa­rro­llo de la socie­dad moder­na. Una de ellas es la pro­fun­da, trans­for­ma­ción que se pro­du­jo en el siglo XX con res­pec­to a la elec­ción del “obje­to amo­ro­so”.

En la era vic­to­ria­na, así como en muchas cul­tu­ras tra­di­cio­na­les, el amor no era gene­ral­men­te una expe­rien­cia per­so­nal espon­tá­nea que podía lle­var al matri­mo­nio. Por el con­tra­rio, el matri­mo­nio se efec­tua­ba por un con­ve­nio entre las res­pec­ti­vas fami­lias de los con­tra­yen­tes o por medio de un agen­te matri­mo­nial, o tam­bién sin la ayu­da de tales inter­me­dia­rios; se rea­li­za­ba sobre la base de con­si­de­ra­cio­nes socia­les, par­tien­do de la pre­mi­sa de que el amor sur­gi­ría des­pués de con­cer­ta­do el matri­mo­nio.

En las últi­mas gene­ra­cio­nes el con­cep­to de amor román­ti­co se ha hecho casi uni­ver­sal en el mun­do occi­den­tal. En los Esta­dos Uni­dos de Nor­te­amé­ri­ca, si bien no fal­tan con­si­de­ra­cio­nes de índo­le con­ven­cio­nal, la mayo­ría de la gen­te aspi­ra a encon­trar un “amor román­ti­co”, a tener una expe­rien­cia per­so­nal del amor que lle­ve lue­go al matri­mo­nio. Ese nue­vo con­cep­to de la liber­tad en el amor debe haber acre­cen­ta­do enor­me­men­te la impor­tan­cia del obje­to fren­te a la de la fun­ción (Fromm, 1959, pp. 5).

4. La base estruc­tu­ral del amor en pare­ja

Wal­ter Riso (2015), psi­có­lo­go con for­ma­ción en el área de cog­ni­ti­vo con­duc­tual (como con­te­ni­do teó­ri­co de fun­da­men­to para la eva­lua­ción e inter­ven­ción) en sus obras con con­te­ni­do crí­ti­co y ana­lí­ti­co en fun­ción de las rela­cio­nes inter­per­so­na­les, espe­cí­fi­ca­men­te en las rela­cio­nes de pare­ja, men­cio­na que exis­ten al menos cua­tro “valo­res” que han sus­ten­ta­do un amor con­ven­cio­nal nega­ti­vo para la salud men­tal, los cua­les lle­va­mos sobre nues­tras espal­das como una obli­ga­ción que trans­mi­ti­mos his­tó­ri­ca —y, me atre­vo a decir— cul­tu­ral­men­te, de gene­ra­ción en gene­ra­ción.

El pri­mer valor es deno­mi­na­do la “fusión amo­ro­sa”, la cual se iden­ti­fi­ca como una obs­ti­na­ción de que­rer ser uno don­de hay dos (“mi media naran­ja”, “mi com­ple­men­to”, “mi alma geme­la”), todos ellos son sinó­ni­mos de una adic­ción, lo que cono­ce­mos como sim­bio­sis.

El segun­do valor es el de la “gene­ro­si­dad amo­ro­sa”, don­de se espe­ra siem­pre algo; es decir, si eres fiel, espe­ras fide­li­dad; si eres tierno, espe­ras ter­nu­ra; si das sexo, espe­ras sexo —espe­ran­do per­pe­tua­men­te.

El ter­cer valor es la “obli­ga­ción o el deber con­yu­gal”, en don­de la base de la estruc­tu­ra y fun­ción de la rela­ción afec­ti­va es la exi­gen­cia a tra­vés de impe­ra­ti­vos cons­tan­tes.

Y final­men­te el cuar­to valor es “la tole­ran­cia”, carac­te­ri­za­da por el “aguan­tar”, “sopor­tar”, “sufrir” o “resis­tir” todo.

Riso (2015) iden­ti­fi­ca la dis­tor­sión de dichos valo­res y las com­pli­ca­cio­nes en el segui­mien­to a ellos, de modo que pro­po­ne que sean vis­tos en pro de la dig­ni­dad huma­na; es decir, la “fusión amo­ro­sa” no deja­rá de ser una fusión de amor, pero sí se acep­ta­rá y com­pren­de­rá quié­nes son los que la con­fi­gu­ran, y por con­se­cuen­cia el amor será de dos y no de uno, en un sen­ti­do soli­da­rio; en el segun­do valor se carac­te­ri­za­rá por su gene­ro­si­dad en la reci­pro­ci­dad de dar y reci­bir sin espe­rar; el ter­cer valor ase­gu­ra que el amor no es una cues­tión obli­ga­da, sino que­ri­da, enton­ces debe­rá exis­tir el valor del res­pe­to; y el cuar­to valor con­sis­te en la fija­ción de lími­tes, recor­dan­do que la pala­bra tole­ran­cia no sólo indi­ca “aguan­te”, sino tam­bién demo­cra­cia y plu­ra­lis­mo. Los cua­tro valo­res guía que el pro­po­ne son reto­ma­dos de movi­mien­tos his­tó­ri­cos inter­na­cio­na­les a favor de la dig­ni­dad huma­na, res­pon­dien­do a los dere­chos del Hom­bre y del Ciu­da­dano, así como a la Decla­ra­ción Uni­ver­sal de los Dere­chos Huma­nos.

Sin embar­go, exis­ten rela­cio­nes afec­ti­vas en las que los valo­res antes men­cio­na­dos no son guía estruc­tu­ral para el fun­cio­na­mien­to de la mis­ma. Y es enton­ces cuan­do comien­zan a pre­sen­tar­se los con­flic­tos inter­per­so­na­les y a hacer­se mani­fies­tos los ras­gos per­so­na­les.

5. El con­flic­to del sen­ti­do del amar en asi­me­tría

Alon­so Fer­nán­dez (2003 cita­do en Sir­vent & Villa, 2008) y Eche­bu­rúa (2000 cita­do en Sir­vent & Villa, 2008) des­cri­ben las depen­den­cias emo­cio­na­les, afec­ti­vas o sen­ti­men­ta­les como un fenó­meno de enor­me impor­tan­cia socio­sa­ni­ta­ria. Sir­vent y Villa (2008) iden­ti­fi­can que las depen­den­cias afec­ti­vas o sen­ti­men­ta­les son carac­te­ri­za­das por la mani­fes­ta­ción de com­por­ta­mien­tos adic­ti­vos en la rela­ción inter­per­so­nal basa­dos en una asi­me­tría de rol, en una acti­tud depen­dien­te en rela­ción al suje­to del que se depen­de. San­gra­dor (1993 cita­do en Sir­vent & Villa, 2009) des­cri­bió la depen­den­cia sen­ti­men­tal como una nece­si­dad pato­ló­gi­ca del otro que se expli­ca­ría por la inma­du­rez afec­ti­va del indi­vi­duo, aña­di­da a su satis­fac­ción ego­cén­tri­ca.

A gran­des ras­gos, los tras­tor­nos rela­cio­na­les se defi­nen por tres com­po­nen­tes gene­ra­les (Sir­vent & Moral, 2007 cita­do en Sir­vent & Villa, 2009): Adic­to­fí­li­cos, don­de se ase­me­ja al depen­dien­te afec­ti­vo con un adic­to con­ven­cio­nal): (a) Nece­si­dad afec­ti­va extre­ma con subor­di­na­ción sen­ti­men­tal; (b) Vacío emo­cio­nal; © Cra­ving o anhe­lo inten­so de la pare­ja; (d) Sín­to­mas de abs­ti­nen­cia en su ausen­cia; (e) Bús­que­da de sen­sa­cio­nes. Vin­cu­la­res (pato­lo­gía de la rela­ción): (a) Ape­go inva­li­dan­te con menos­ca­bo de la pro­pia auto­no­mía; (b) Rol ejer­ci­do (subor­di­na­do o anti­de­pen­dien­te, sobre­con­trol, pseu­do­al­truis­mo, orien­ta­ción res­ca­ta­do­ra, jue­gos de poder); © Esti­lo rela­cio­nal (aco­mo­da­ción al sta­tus pato­ló­gi­co). Y final­men­te, Cog­ni­ti­vo-afec­ti­vos (psi­co­pa­to­lo­gía aso­cia­da): (a) Meca­nis­mos de nega­ción y auto­en­ga­ño; (b) Sen­ti­mien­tos nega­ti­vos: ines­ca­pa­bi­li­dad emo­cio­nal, aban­dono, cul­pa; © Inte­gri­dad del yo: aser­ti­vi­dad, lími­tes, ego­tis­mo.

Con­cre­ta­men­te, en el caso de la depen­den­cia afec­ti­va algu­nas de las carac­te­rís­ti­cas más des­ta­ca­das hacen refe­ren­cia a (a) la pose­si­vi­dad y el des­gas­te ener­gé­ti­co psi­co­fí­si­co inten­so; (b) la inca­pa­ci­dad para rom­per ata­du­ras; © el amor con­di­cio­nal (dar para reci­bir); (d) la pseu­do­sim­bio­sis (no estar com­ple­to sin el otro); (e) el desa­rro­llo de un locus de con­trol externo; (f) la ela­bo­ra­ción de una esca­sa o par­cial del pro­ble­ma; (g) la vora­ci­dad de cariño/amor; (h) la anti­de­pen­den­cia o hiper­de­pen­den­cia del com­pro­mi­so; y, final­men­te (i) la expe­ri­men­ta­ción de des­ajus­tes afec­ti­vos en for­ma de Sen­ti­mien­tos Nega­ti­vos (cul­pa, vacío emo­cio­nal, mie­do al aban­dono (Sir­vent & Villa, 2009, pp. 232).

La sin­to­ma­to­lo­gía típi­ca es la de un tras­torno por con­su­mo de sus­tan­cias, don­de la depen­den­cia no está rela­cio­na­da con la dro­ga, sino con la segu­ri­dad de tener a alguien (Riso, 2015), así fue­ra una com­pa­ñía espan­to­sa. El diag­nós­ti­co de adic­ción se fun­da­men­ta en los siguien­tes pun­tos: (a) pese al mal tra­to, la depen­den­cia aumen­ta con lo meses y los años; (b) la ausen­cia de la pare­ja pro­du­ce un com­ple­to sín­dro­me de abs­ti­nen­cia no reem­pla­za­ble por otra “dro­ga”; © exis­te en ella o él un deseo per­sis­ten­te de ter­mi­nar el noviaz­go, pero sus inten­tos son infruc­tuo­sos y poco con­tun­den­tes; (d) se invier­te una gran can­ti­dad de tiem­po y esfuer­zo para poder estar con esa per­so­na, a toda cos­ta y por enci­ma de todo; (e) comien­za a haber una cla­ra reduc­ción y alte­ra­ción de su nor­mal desa­rro­llo social, labo­ral y recrea­ti­vo debi­do a la rela­ción; y (f) se sigue ali­men­tan­do el víncu­lo a pesar de tener cons­cien­cia de las gra­ves reper­cu­sio­nes psi­co­ló­gi­cas.

Una vez men­cio­na­do lo ante­rior (a gro­so modo res­pec­to a la cla­si­fi­ca­ción taxo­nó­mi­ca y cri­te­rial de las adic­cio­nes afec­ti­vas y sus reper­cu­sio­nes en el indi­vi­duo), con­si­de­ro impor­tan­te que refle­xio­nen en rela­ción a quién y qué per­mi­te la per­ma­nen­cia en una situa­ción rela­cio­nal afec­ti­va con el cali­fi­ca­ti­vo de depen­dien­te, y cla­ro está, des­truc­ti­va.

6. Amor simé­tri­co

Encuen­tro que para el esta­ble­ci­mien­to y man­te­ni­mien­to de una rela­ción de noviaz­go se ha de reque­rir de dos per­so­nas, quie­nes se con­fi­gu­ran con gus­tos pre­fe­ren­cia­les, idea­les, pos­tu­ras ideo­ló­gi­cas, sue­ños, opi­nio­nes diver­sas y no igua­les de mane­ra inde­pen­dien­te; es por esto que el “noso­tros” podrá dar la impre­sión de ser uno; sin embar­go, “el noso­tros” está com­pues­to de dos en el caso de las rela­cio­nes afec­ti­vas con­ven­cio­na­les.

Cuan­do nos cues­tio­na­mos sobre el “amar­se a uno mis­mo para amar a los demás”, debe­mos de enten­der que el amar es cono­cer, acep­tar e iden­ti­fi­car ele­men­tos de des­agra­do para un acuer­do de cam­bio. Sólo de esta mane­ra podre­mos dar amor, un amor sin la espe­ra per­pe­tua de ser acep­ta­dos por nues­tras par­ti­cu­la­ri­da­des, que ni siquie­ra a uno mis­mo le agra­dan y mucho menos acep­ta. Pero, ¿cómo lograr­lo? ¿Cuál es medio para este fin de amar­se a uno mis­mo?

El medio es el auto­co­no­ci­mien­to a tra­vés de la sole­dad que nos per­mi­ten la apa­ri­ción de la auto­es­ti­ma y el auto­con­cep­to; esto no quie­re decir pri­var­nos de salir a cono­cer, de con­vi­vir o inclu­si­ve tener una rela­ción de noviaz­go; más bien, es una invi­ta­ción al expe­ri­men­tar, a obser­var­te, a cono­cer­te, valo­rar­te y acep­tar­te, para que de esta mane­ra iden­ti­fi­ques y reco­noz­cas lo que te con­fi­gu­ra como UNO, como ser humano, y por con­se­cuen­cia, dar y reci­bir con el prin­ci­pio de la dig­ni­dad huma­na, hacia ti y hacia el otro.

El psi­quia­tra sui­zo Carl Jung (1971) reco­no­ce que exis­te “un temor que uno no pue­de reco­no­cer ante los demás ni ante sí mis­mo: el temor a ver­da­des soca­va­das, reco­no­ci­mien­tos peli­gro­sos, per­ca­ta­cio­nes des­agra­da­bles, en suma, a todo aque­llo por lo cual tan­tos huyen como de la pes­te de estar a solas con­si­go mis­mos. Se dice que es ‘egoís­ta’ o ‘mal­sano’ ocu­par­se tan­to de sí —la pro­pia com­pa­ñía es la peor, en ella uno se vuel­ve melan­có­li­co” (pp. 149)

Amar­se a uno mis­mo sue­le ser vis­to, como dice Jung, como un acto egoís­ta o como un pro­ce­so de sufri­mien­to; sin embar­go es un pro­ce­so nece­sa­rio para el auto­co­no­ci­mien­to y acep­ta­ción de sí mis­mo; a su vez, sue­le ser vis­to como un acto ego­cén­tri­co, para lo cual Jung men­cio­na lo siguien­te:

“El egoís­ta es ‘es el que pien­sa solo en sí mis­mo’, pero el sí mis­mo como yo lo con­ci­bo, nada tie­ne que ver natu­ral­men­te con eso; en cam­bio, la rea­li­za­ción de sí pare­ce entrar en opo­si­ción con la abne­ga­ción de sí. Esta mala inter­pre­ta­ción está muy gene­ra­li­za­da por­que no se dife­ren­cia sufi­cien­te­men­te entre indi­vi­dua­ción e indi­vi­dua­lis­mo. El indi­vi­dua­lis­mo con­sis­te en des­ta­car y acen­tuar deli­be­ra­da­men­te la supues­ta pecu­lia­ri­dad en opo­si­ción a los mira­mien­tos y obli­ga­cio­nes colec­ti­vos. En cam­bio, la indi­vi­dua­ción sig­ni­fi­ca pre­ci­sa­men­te un cum­pli­mien­to mejor y más pleno de lo que cons­ti­tu­yen las deter­mi­na­cio­nes colec­ti­vas del indi­vi­duo, en cuan­to que una con­si­de­ra­ción sufi­cien­te pre­sen­ta­da a la sin­gu­la­ri­dad indi­vi­dual per­mi­te espe­rar un ren­di­mien­to social más efec­ti­vo que si esa sin­gu­la­ri­dad se des­atien­de o se repri­me” (Jung, 1971, pp. 100).

A tra­vés de esa sole­dad para sí, se bus­ca­rá un indi­vi­dua­lis­mo que nos per­mi­ti­rá una acep­ta­ción hacia uno y un amar para y por mí.

En las adic­cio­nes afec­ti­vas, nos gus­te o no, todo el tra­ba­jo de rup­tu­ra e inde­pen­den­cia emo­cio­nal debe­rá hacer­se con el supues­to amor a cues­tas (Riso, 2015): “Aun­que le quie­ra, me ale­ja­ré de él por­que no me con­vie­ne”. No impor­ta cuán­to due­la, si es dañino, hay que reti­rar­se y no con­su­mir, por­que no sólo está el amor al otro, tam­bién está el amor a uno mis­mo. El des­amor al otro no es un requi­si­to para des­li­gar­se de las rela­cio­nes enfer­mi­zas, sino más bien su con­se­cuen­cia; pero el amor a sí mis­mo es un requi­si­to para libe­rar­te de la mis­ma.

Cuan­do habla­mos de amor simé­tri­co, no me refie­ro a que lo que me dan, tam­bién lo espe­ro reci­bir, y como pre­mi­sa ele­men­tal de la rela­ción exis­ta una “regla” de medi­ción para esa pro­por­ción exac­ta; más bien me refie­ro a que el amor que te tie­nes tú sea simé­tri­co con el amor que mere­ces reci­bir, así como con el que das.

Para con­cluir, resal­to las pala­bras del psi­có­lo­go ita­liano Wal­ter Riso (2015), quien decla­ra que si que­re­mos modi­fi­car los para­dig­mas que tene­mos sobre las rela­cio­nes afec­ti­vas, debe­mos revi­sar nues­tras con­cep­cio­nes tra­di­cio­na­les sobre el amor en gene­ral y el amor de pare­ja en par­ti­cu­lar a la luz de un con­jun­to de valo­res reno­va­dos.

Pre­gún­ta­te de vez en cuan­do: “Mien­tras estoy aman­do yo, ¿cómo me están aman­do a mí?”, por­que implí­ci­ta en ella está la pre­gun­ta “¿Cómo me estoy aman­do yo para acep­tar estar aquí?”.

Referencias

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Notas

1. Kathia Rebe­ca Arreo­la Rodrí­guez. Facul­tad de Psi­co­lo­gía, Uni­ver­si­dad Autó­no­ma de Nue­vo León. E‑mail: Kathiarreola@gmail.com