El hombre frente al embarazo y la pérdida perinatal: una breve revisión teórica Descargar este archivo (4 - El hombre frente al embarazo y la pérdida perinatal.pdf)

Cecilia Mota González1, Evangelina Aldana Calva2, María Eugenia Gómez López3

Departamento de Psicología del Instituto Nacional de Perinatología

Resu­men

Has­ta hace unos años, los varo­nes se enfren­ta­ban a la pater­ni­dad en el momen­to en que nacía su pri­mer hijo o has­ta que ese hijo había cre­ci­do; pero en la actua­li­dad exis­ten nue­vos mode­los de com­por­ta­mien­to rela­cio­na­do con el emba­ra­zo, par­to y crian­za, por lo que la muer­te de un hijo en la eta­pa peri­na­tal es un even­to trau­má­ti­co, que impac­ta psi­co­ló­gi­ca­men­te y que tie­ne con­se­cuen­cias psi­co­so­cia­les impor­tan­tes. Sin embar­go, sigue sien­do un due­lo que la mayo­ría de los hom­bres que lo expe­ri­men­tan viven en silen­cio. De aquí que el pro­pó­si­to de este tra­ba­jo es hacer una bre­ve revi­sión teó­ri­ca del papel que jue­ga el varón ante el emba­ra­zo, así como del impac­to psi­co­ló­gi­co que tie­ne la pér­di­da peri­na­tal en ellos.

Pala­bras cla­ve: pér­di­da peri­na­tal, due­lo, roles de géne­ro, pater­ni­dad, emba­ra­zo

Abs­tract

Until recently, men faced pater­nity at the time their first child was born or until the child had grown, but the­re are now new models of beha­vior rela­ted to preg­nancy, child­birth and paren­ting. The­re­fo­re, the death of a child in the peri­na­tal period is a trau­ma­tic event that impacts psy­cho­lo­gi­cally and has impor­tant psy­cho­so­cial con­se­quen­ces; howe­ver, it remains a duel that most men who expe­rien­ce it live in silen­ce. Hen­ce the pur­po­se of this paper is to make a brief theo­re­ti­cal review of the role of the man befo­re the preg­nancy, as well as the psy­cho­lo­gi­cal impact of peri­na­tal loss on them.

Key­words: Peri­na­tal loss, Grief, Gen­der roles, Parenthood, Preg­nancy

Introducción

Antes de los años 70 del siglo pasa­do se le daba poca impor­tan­cia al papel del hom­bre fren­te a la eta­pa pre­na­tal y peri­na­tal de sus hijos, y por con­si­guien­te poco cré­di­to y vali­dez al due­lo por la muer­te de un bebé en su eta­pa ges­ta­cio­nal. La visión cul­tu­ral de ese momen­to era que no había razón para que las pare­jas que expe­ri­men­ta­ban la pér­di­da de un emba­ra­zo ela­bo­ra­ran un due­lo por un feto que moría den­tro del úte­ro, o por un neo­na­to que no sobre­vi­vió fue­ra de la matriz.

En esa mis­ma déca­da se comen­zó a estu­diar el impac­to psi­co­ló­gi­co de este tipo de due­lo en las madres (Kenell, Sly­ter & Klaus, 1970), y a lo lar­go de las siguien­tes déca­das las inves­ti­ga­cio­nes se mul­ti­pli­ca­ron (Bag­chi y Fried­man, 1999; Symonds, 1999; Jans­sen, Cui­si­nier, de Graauw y Hoog­duin, 1997; Sch­wab, 1996; Pot­vin, Las­ker y Toed­ter, 1989); sin embar­go el cam­po del due­lo peri­na­tal en los hom­bres per­ma­ne­ce aún poco explo­ra­do.

En la actua­li­dad, el due­lo peri­na­tal se reco­no­ce como un even­to trau­má­ti­co que des­en­ca­de­na sín­to­mas psi­co­ló­gi­cos y que tie­ne con­se­cuen­cias psi­co­so­cia­les impor­tan­tes (Serrano y Lima, 2006; Barr, 2004); no obs­tan­te, en muchas oca­sio­nes sigue sien­do un due­lo que se vive en silen­cio, sobre todo en los hom­bres (Badenhorst, Riches, Tur­ton & Hughes, 2007). De aquí que el pro­pó­si­to de este tra­ba­jo fue­ra hacer una revi­sión teó­ri­ca del papel del hom­bre fren­te al emba­ra­zo, así como del impac­to psi­co­ló­gi­co que tie­ne la pér­di­da peri­na­tal en ellos.

El significado de la paternidad

Tra­di­cio­nal­men­te, la res­pon­sa­bi­li­dad que se le asig­na a los hom­bres fren­te a su fami­lia ha sido, por un lado, el de pro­vee­dor en un sen­ti­do eco­nó­mi­co, y por el otro de no invo­lu­cra­mien­to en el cui­da­do y desa­rro­llo tem­prano de los hijos, así como de dar mues­tras de cari­ño por con­si­de­rar­se esto como una acti­tud pro­pia de las muje­res (Orte­ga, Cen­teno y Cas­ti­llo, 2005).

En este sen­ti­do la inves­ti­ga­ción de Jimé­nez (2001) mues­tra que la pater­ni­dad tra­di­cio­nal se ins­cri­be en las cons­truc­cio­nes socia­les como un opues­to del refe­ren­te feme­nino materno natu­ra­li­za­do y sacra­li­za­do social­men­te, don­de el “ser hom­bre” es ser impor­tan­te, que impli­ca tener y ejer­cer el poder sobre los “otros” en el área sexual, labo­ral, esco­lar, fami­liar y civil, visua­li­zán­do­se sólo como seres racio­na­les y dejan­do al mar­gen su vida emo­cio­nal por lo menos en el “mun­do públi­co” (Ochoa, 2004).

De igual mane­ra en la mayo­ría de la lite­ra­tu­ra revi­sa­da (Nazi­ri, 2007; Torres, 2004; Par­ke, 1996; Fuller, 1997), la fun­ción del padre apa­re­ce como la de sos­te­ner a la madre en sus labo­res median­te un apo­yo mate­rial y afec­ti­vo a la mis­ma, sin seña­lar su res­pon­sa­bi­li­dad direc­ta en las tareas de cui­da­do y crian­za del hijo. Esta inter­pre­ta­ción de la fun­ción del padre se enmar­ca­ría en lo que algu­nos auto­res como Ola­va­rría (2000) y Keij­zer (2007) refie­ren como pater­ni­dad hege­mó­ni­ca o tra­di­cio­nal.

Sin embar­go, en las últi­mas déca­das y a raíz del enfo­que de géne­ro han sur­gi­do nue­vas for­mas de con­ce­bir y enten­der a la fami­lia, a raíz de los cam­bios eco­nó­mi­cos socia­les y polí­ti­cos, entre los que des­ta­can la nece­si­dad de tener mayo­res ingre­sos fami­lia­res, la incor­po­ra­ción de las muje­res a la vida públi­ca, dete­rio­ro del poder adqui­si­ti­vo, sur­gi­mien­to de movi­mien­tos socia­les como los de femi­nis­tas y los homo­se­xua­les, cam­bios en los roles de géne­ro y de la fami­lia, así como de las polí­ti­cas públi­cas (Keij­zer, 2007).

Es por ello que lo que antes eran roles este­reo­ti­pa­dos basa­dos en fac­to­res bio­ló­gi­cos como el sexo de las per­so­nas, en la actua­li­dad han sido refor­mu­la­dos (Torres, 2004); por ejem­plo, se asu­me que la rea­li­za­ción de la mujer ya no sólo se basa en ser madre o espo­sa, sino que tam­bién se pue­de desa­rro­llar en el ámbi­to pro­fe­sio­nal; asi­mis­mo, el hom­bre no sólo se con­ci­be como pro­vee­dor, sino que tam­bién pue­den atri­buír­se­le tareas rela­cio­na­das con labo­res domés­ti­cas, de crian­za y cui­da­do de los hijos.

Has­ta hace unos años toda­vía, los varo­nes se enfren­ta­ban a la pater­ni­dad en el momen­to en que nacía su pri­mer hijo y en oca­sio­nes has­ta que ese hijo había cre­ci­do. Diver­sas inves­ti­ga­cio­nes en este tema (Engle y Breux, 1998; Par­ke, 1996; Nava Uri­be, 1996.) han encon­tra­do que la figu­ra del padre como hom­bre fuer­te y auto­ri­dad fami­liar es inope­ran­te, por lo que se per­ci­be un incre­men­to en la par­ti­ci­pa­ción de los hom­bres de gene­ra­cio­nes jóve­nes en la aten­ción y cui­da­dos infan­ti­les que los lle­van a esta­ble­cer rela­cio­nes más cer­ca­nas con sus hijos.

El fenó­meno prin­ci­pal que se está dan­do en torno a la pater­ni­dad es la trans­for­ma­ción de la pater­ni­dad tra­di­cio­nal hacia el sur­gi­mien­to de la “nue­va pater­ni­dad”, en don­de las cua­li­da­des eva­lua­das como posi­ti­vas de la pater­ni­dad tra­di­cio­nal —como las de ase­gu­rar cali­dad de vida y actuar como figu­ra de auto­ri­dad— se con­ser­va­rían, pero trans­for­ma­das median­te el pro­ce­so cen­tral de incluir la afec­ti­vi­dad en la repre­sen­ta­ción social de esta (Gallar­do, Gómez, Muñoz y Sua­rez, 2006).

Tone­lli, Adriao, Peruc­chi, Bei­ras y Taglia­men­to (2006) refie­ren que en la socie­dad actual pode­mos encon­trar nue­vas for­mas de con­fi­gu­ra­ción de las fami­lias en las que se pre­sen­tan nue­vas prác­ti­cas sobre los cui­da­dos paren­ta­les; es decir, que don­de antes se encon­tra­ban miem­bros de la fami­lia asu­mien­do roles tra­di­cio­na­les, hoy se per­ci­be una dis­tri­bu­ción dife­ren­te de tareas y res­pon­sa­bi­li­da­des.

Son cada vez más los hom­bres que acep­tan la idea de una mayor rela­ción tier­na y emo­cio­nal con los hijos. Al res­pec­to, Fuller (1997) sub­ra­ya que a pesar de que los moti­vos para la pater­ni­dad de los hom­bres lati­nos siguen sien­do muy racio­na­les (la per­pe­tua­ción a tra­vés de la des­cen­den­cia, la rea­li­za­ción como varón en el sen­ti­do de la viri­li­dad com­pro­ba­da y la impor­tan­cia de tener pro­le), no pue­den negar que su pater­ni­dad está defi­ni­da por el amor y está aso­cia­da con sen­ti­mien­tos más pro­fun­dos. Estu­dios rela­ti­vos al sig­ni­fi­ca­do de la pater­ni­dad como los de Nava (1996) y Her­nán­dez (1996), rea­li­za­dos con hom­bres de la ciu­dad de Méxi­co, sub­ra­yan que los varo­nes siguen per­ci­bién­do­se como los prin­ci­pa­les pro­vee­do­res eco­nó­mi­cos y pro­tec­to­res de su cón­yu­ge e hijos; sin embar­go, algu­nos tam­bién incor­po­ran el apo­yo emo­cio­nal y afec­ti­vo; ade­más, en los hom­bres jóve­nes de sec­to­res medios con nive­les edu­ca­ti­vos altos se adop­tan más fácil­men­te mode­los de com­por­ta­mien­to nue­vos rela­cio­na­dos con una mayor par­ti­ci­pa­ción en las deci­sio­nes repro­duc­ti­vas, y se com­par­ten de mane­ra más cer­ca­na los even­tos de emba­ra­zo, par­to y crian­za de los hijos (Rojas, 2000).

Por su par­te, Jimé­nez (2001) cons­ta­ta en los tes­ti­mo­nios de hom­bres pro­fe­sio­nis­tas de nivel medio de la Ciu­dad de Méxi­co que viven la pater­ni­dad como una gran res­pon­sa­bi­li­dad y como un pro­ce­so que cam­bia radi­cal­men­te sus vidas; sin embar­go, tam­bién mani­fies­tan dis­fru­te, una expe­rien­cia emo­cio­nal y apren­di­za­je per­ma­nen­te; y ade­más muchos tie­nen la nece­si­dad de no ser dis­tan­tes a sus hijos como lo fue­ron sus pro­pios padres; no desean ser auto­ri­ta­rios y quie­ren ser más ami­gos de sus hijos.

En otros estu­dios rea­li­za­dos en paí­ses lati­no­ame­ri­ca­nos como los de Ota­lo­ra y Mora (2005) se seña­la que la pater­ni­dad para el hom­bre latino repre­sen­ta la opor­tu­ni­dad de ser alguien, ya que el hijo es vis­to en uni­dad con la madre y como miem­bro estruc­tu­ral de la fami­lia que se cons­tru­ye. Por lo tan­to, el hijo se con­vier­te en el sím­bo­lo de afec­to que une a la pare­ja. Sobre la reali­dad del hijo hay tam­bién una con­si­de­ra­ción espe­cial, por­que se le valo­ra como una gra­ti­fi­ca­ción y el moti­vo de las ale­grías futu­ras. Al res­pec­to, Cáce­res, Sala­zar, Rosas­co y Fer­nán­dez (2002) con­clu­yen que aun­que tener hijos no es el pro­yec­to prin­ci­pal en la vida del hom­bre, estos repre­sen­tan la opor­tu­ni­dad de con­so­li­dar su iden­ti­dad como hom­bre en el mun­do.

El padre frente al embarazo y el parto

Aun­que en nues­tra cul­tu­ra se sue­le reco­no­cer que el naci­mien­to de un hijo es un acon­te­ci­mien­to que modi­fi­ca las cir­cuns­tan­cias vita­les de hom­bres y muje­res, la expec­ta­ti­va cul­tu­ral de que los padres “son menos impor­tan­tes” en el emba­ra­zo, el par­to o duran­te la infan­cia tem­pra­na ha dado como resul­ta­do la poca infor­ma­ción exis­ten­te sobre los aspec­tos fisio­ló­gi­cos, de com­por­ta­mien­to, emo­cio­na­les y cog­nos­ci­ti­vos de los futu­ros padres ante la ges­ta­ción. Sin embar­go, en la inves­ti­ga­ción empí­ri­ca actual se encuen­tran tres tipos de estu­dios que tra­tan el tema de la tran­si­ción a la pater­ni­dad: por un lado, están las inves­ti­ga­cio­nes clí­ni­cas que sue­len cen­trar­se en los aspec­tos bio­ló­gi­cos y fisio­ló­gi­cos de los hom­bres fren­te al emba­ra­zo de sus pare­jas; por otra par­te, están los estu­dios psi­co­ló­gi­cos cen­tra­dos en los cam­bios emo­cio­na­les tan­to a nivel indi­vi­dual como de pare­ja; y final­men­te, los estu­dios socia­les que con­si­de­ran a la pater­ni­dad como una cri­sis de los anti­guos mode­los socia­les y una tran­si­ción a la equi­dad de géne­ro.

En cuan­to a los estu­dios intere­sa­dos en los aspec­tos emo­cio­na­les del hom­bre, algu­nas inves­ti­ga­cio­nes (Nazi­ri y Dra­go­nas, 1993; Rodri­gues, 2001 y Schael, 2002) han detec­ta­do temo­res rela­cio­na­dos con el com­por­ta­mien­to que exhi­bi­rían como acom­pa­ñan­tes de sus pare­jas duran­te el par­to, de la capa­ci­dad para desem­pe­ñar su nue­vo rol y de la rela­ción de pare­ja. Rodri­gues, Pérez- López y Bri­to de la Nuez (2004) men­cio­nan que la pater­ni­dad comien­za cuan­do el hom­bre reajus­ta sus hábi­tos, metas per­so­na­les y cos­tum­bres tenien­do en cuen­ta a su hijo en ges­ta­ción. Asi­mis­mo, men­cio­nan que la rela­ción afec­ti­va pre­na­tal se va desa­rro­llan­do en la medi­da en que la pare­ja comien­za a con­si­de­rar al feto como un indi­vi­duo con carac­te­rís­ti­cas pro­pias, sepa­ra­do y dis­tin­to del cuer­po materno.

Algu­nas tareas psi­co­ló­gi­cas (Mal­do­na­do-Duran y Lecan­ne­lier, 2008) que son rea­li­za­das por los futu­ros padres duran­te la ges­ta­ción de su hijo como pre­pa­ra­ción a la pater­ni­dad son:

  • Resol­ver la pro­pia ambi­va­len­cia hacia el emba­ra­zo y al futu­ro hijo.
  • Esta­ble­cer un ape­go con el feto.
  • Rede­fi­nir la iden­ti­dad del hom­bre y espo­so para con­ver­tir­se en padre.
  • Lograr la con­vic­ción inter­na de que pue­de cui­dar pri­me­ro del feto y des­pués del bebé.
  • Dar apo­yo a su com­pa­ñe­ra y pre­pa­rar un “nido” psi­co­ló­gi­co y real para el niño.
  • Asu­mir nue­vas res­pon­sa­bi­li­da­des como padre.

Así se resal­ta que los hom­bres pue­den pre­sen­tar mani­fes­ta­cio­nes psi­co­ló­gi­cas tan­to posi­ti­vas (ale­gría, sen­ti­do a la vida, sen­sa­ción de poten­cia y viri­li­dad) como nega­ti­vas (con­fu­sión y ansie­dad, depre­sión, estrés irri­ta­bi­li­dad y mie­dos).

Estu­dios rela­cio­na­dos con la par­ti­ci­pa­ción del padre en el par­to sugie­ren que los padres que asis­ten a pre­sen­ciar el naci­mien­to de sus hijos tie­nen la opor­tu­ni­dad de lograr una rela­ción más ínti­ma con ellos que los que no asis­ten, ade­más de que se sien­ten total­men­te absor­bi­dos por la pre­sen­cia del recién naci­do, mani­fies­tan preo­cu­pa­ción e inte­rés ante el naci­mien­to del hijo, expre­san una emo­ción inten­sa ante el naci­mien­to y por el hecho de ver­se con­ver­ti­dos en padres.

De igual for­ma las inves­ti­ga­cio­nes cen­tra­das en los aspec­tos bio­ló­gi­cos men­cio­nan que, al igual que en la mujer, en el hom­bre exis­ten con­duc­tas pater­na­les deter­mi­na­das por fac­to­res bio­ló­gi­cos o bio­quí­mi­cos tales como un mayor inte­rés y ter­nu­ra en el futu­ro hijo, que se cree están rela­cio­na­dos con la dis­mi­nu­ción en los nive­les séri­cos de tes­tos­te­ro­na pre­sen­ta­dos en los hom­bres duran­te el emba­ra­zo de sus com­pa­ñe­ras (Gray, Yang y Pope, 2006; Gray, Par­kin y Samms-Vaughan, 2007). Otro tipo de inves­ti­ga­cio­nes se cen­tran en los sín­to­mas físi­cos expe­ri­men­ta­dos por algu­nos hom­bres duran­te la eta­pa ges­ta­cio­nal (“sín­dro­me de cova­da”); al res­pec­to Tizon y Fus­ter (2005) resu­men que la mujer pre­pa­ra con sus fero­mo­nas a su com­pa­ñe­ro; es decir el hom­bre no sola­men­te se pre­pa­ra y es pre­pa­ra­do por su com­pa­ñe­ra y por la socie­dad a nivel psi­co­ló­gi­co y social, sino que tam­bién a nivel bio­ló­gi­co, para la pater­ni­dad.

En cuan­to a los estu­dios socia­les, Mal­do­na­do-Duran et al. (2008) sub­ra­yan que las con­duc­tas pater­nas tam­bién están deter­mi­na­das por aspec­tos cul­tu­ra­les. Por ejem­plo, en Méxi­co a los hom­bres se les defi­nen social­men­te como los jefes de la casa, res­pon­sa­bles de lo que pasa en la fami­lia y que par­ti­ci­pan muy poco del emba­ra­zo y del cui­da­do de los hijos; sin embar­go, ya en la vida pri­va­da den­tro del hogar, muchos de estos hom­bres mues­tran un inte­rés e invo­lu­cra­mien­to emo­cio­nal con todo lo que res­pec­ta al emba­ra­zo y a su futu­ro hijo. Prue­ba de ello es que des­de hace una déca­da al menos exis­te una ten­den­cia cada vez mayor a esti­mu­lar la par­ti­ci­pa­ción del hom­bre en la aten­ción pre­na­tal, en la pre­pa­ra­ción para el par­to y en su pre­sen­cia duran­te el naci­mien­to (Hardy y Jimé­nez, 2001).

El padre frente a la muerte perinatal

La muer­te es el signo de la fini­tud de la vida. Esta idea ha regi­do las con­cep­cio­nes filo­só­fi­cas, reli­gio­sas, e inclu­so cien­tí­fi­cas de Occi­den­te. En la Anti­güe­dad, cuan­do alguien esta­ba a pun­to de falle­cer, la fami­lia rodea­ba al mori­bun­do, le acom­pa­ña­ba has­ta sus últi­mos momen­tos y la pobla­ción ente­ra par­ti­ci­pa­ba en el entie­rro; la muer­te, así, era vis­ta como la par­te ter­mi­nal de la vida, no como algo ame­na­za­dor y extra­ño. Hoy se tien­de a ingre­sar a los enfer­mos en hos­pi­ta­les y sana­to­rios, reti­rán­do­los de la vida públi­ca. Inclu­so en estos luga­res se tra­ta de que la enfer­me­dad y la muer­te per­ma­nez­can en secre­to (Aba­lo, Abreu, Mas­sip y Cha­co, 2008).

En la cul­tu­ra judeo-cris­tia­na, la muer­te ha sido con­si­de­ra­da como algo dolo­ro­so, razón por la cual ha sido nega­da, con­vir­tién­do­se en un tema del que no se habla, que debe ser silen­cio­sa y no debe crear pro­ble­mas a los super­vi­vien­tes. Las cla­ves de este cam­bio (retro­pro­gre­so) se pue­den resu­mir en seis aspec­tos (Gala, Lupia­ni, Raja, Gui­llen, Gon­zá­lez, Villa­ver­de y Alba, 2002).

  • Menor tole­ran­cia a la frus­tra­ción, de tal for­ma que hay que evi­tar a toda cos­ta el esta­do de dis­con­fort, pues hay una inca­pa­ci­dad de dige­rir “solos” el sufri­mien­to de la muer­te de un ser que­ri­do.
  • Aumen­to de la espe­ran­za de vida, que se con­vier­te en una espe­cie de deli­rio de inmor­ta­li­dad.
  • El cul­to a la juven­tud, que nos ha sido bom­bar­dea­do por los medios de comu­ni­ca­ción y que nos ale­ja de pen­sar en cosas de “mal gus­to” como la muer­te.
  • Menor mor­ta­li­dad apa­ren­te: en nues­tro entorno hemos “des­te­rra­do a la muer­te” erra­di­can­do las epi­de­mias mor­tí­fe­ras, ter­mi­nan­do con las ham­bru­nas y bajan­do los índi­ces de mor­ta­li­dad infan­til.
  • Menos tras­cen­den­ta­li­dad y espi­ri­tua­li­dad en el hom­bre, debi­do a la cri­sis de valo­res y de la pér­di­da de éti­ca, domi­nan­do el hedo­nis­mo y con­fun­dien­do la feli­ci­dad con el gozo y el ser con el tener, que lle­van a la pér­di­da del sen­ti­do de la vida.
  • Una menor pre­pa­ra­ción o edu­ca­ción para la muer­te al encon­trar­nos inde­fen­sos ante su adve­ni­mien­to, fal­tos de mode­los a imi­tar y del apren­di­za­je social que debe­ría ayu­dar­nos a afron­tar el final.

En este pano­ra­ma, la ansie­dad y el mie­do son las res­pues­tas fre­cuen­te­men­te aso­cia­das a la muer­te en nues­tra cul­tu­ra, las cua­les pue­den apa­re­cer con mayor o menor peso en vir­tud de que se tra­te de la muer­te pro­pia o la de otros, fami­lia­res, ami­gos o alle­ga­dos. Por otra par­te, la ansie­dad ante la muer­te está ínti­ma­men­te rela­cio­na­da con la his­to­ria per­so­nal y cul­tu­ral, así como con los esti­los de afron­ta­mien­to ante la sepa­ra­ción y el cam­bio.

El due­lo se entien­de como una reac­ción emo­cio­nal ante la pér­di­da de un ser que­ri­do. Las cla­si­fi­ca­cio­nes diag­nós­ti­cas como el DSMIV, atri­bu­yen al due­lo nor­mal sín­to­mas depre­si­vos mode­ra­dos tales como la pér­di­da de inte­rés por el mun­do exte­rior, tris­te­za, sen­ti­mien­tos de cul­pa, insom­nio y ano­re­xia, sin que estos se acom­pa­ñen de un gran défi­cit fun­cio­nal ni de inhi­bi­ción psi­co­mo­to­ra.

Aho­ra bien, la muer­te de un hijo en la eta­pa de ges­ta­ción se ha des­cri­to como una expe­rien­cia trau­má­ti­ca que mina la capa­ci­dad de refle­xión emo­cio­nal y limi­ta la dis­po­ni­bi­li­dad de los padres con el medio que les rodea (Hughes y Riches, 2003; Tur­ton, Hughes y Evans, 2002; Clark, 2006). La pér­di­da peri­na­tal invo­lu­cra la pér­di­da de la crea­ción de una nue­va vida, la pér­di­da de la espe­ran­za, de los sue­ños, del futu­ro y la pér­di­da de la tras­cen­den­cia de ambos padres; sin embar­go, a pesar de lo dolo­ro­so de la expe­rien­cia es poco reco­no­ci­da social­men­te; es decir, las accio­nes socia­les ante la pér­di­da —tales como el fune­ral, las tra­di­cio­nes aso­cia­das y el apo­yo emo­cio­nal a los padres— están ausen­tes, y lo están aún más para el varón, ya que se espe­ra de él que sea fuer­te y brin­de apo­yo a su com­pa­ñe­ra (Cor­de­ro, pala­cios, Mena y Medi­na, 2004). Ade­más en la actua­li­dad, para los pro­ge­ni­to­res no es el peso, ni la edad ges­ta­cio­nal lo que trans­for­ma al feto en hijo y le da una iden­ti­dad pro­pia, sino que es el sig­ni­fi­ca­do que tie­ne en su mun­do afec­ti­vo lo que con­di­cio­na que lo con­si­de­ren hijo y per­so­na (López Gar­cía, 2011).

Inves­ti­ga­cio­nes como las de Lang, Gottlieb y Amsel (1996), mues­tran que los hom­bres duran­te el pro­ce­so de due­lo tien­den a estar más irri­ta­bles y agre­si­vos; al mis­mo tiem­po, tien­den a con­tro­lar la expre­sión de sus emo­cio­nes y a inte­lec­tua­li­zar su due­lo invo­lu­crán­do­se rápi­da­men­te en acti­vi­da­des que los man­ten­gan fue­ra de casa, como las acti­vi­da­des labo­ra­les. La mayo­ría de ellos repri­me sus sen­ti­mien­tos de tris­te­za y vacío, lo que pro­ba­ble­men­te hace que sean per­ci­bi­dos con reac­cio­nes menos inten­sas ante la muer­te de sus hijos que aque­llas que expe­ri­men­tan las muje­res. De igual mane­ra se ha des­cri­to que fren­te a la muer­te peri­na­tal, los hom­bres pre­sen­tan reac­cio­nes emo­cio­na­les simi­la­res a las muje­res; no obs­tan­te, en ellos exis­ten menos sen­ti­mien­tos de cul­pa y más expre­sión de sen­ti­mien­tos rela­cio­na­dos con su rol social y con poten­cia­les con­flic­tos con el due­lo de sus pare­jas (Badenhorst et al. 2006).

Otros estu­dios (Pala­cios y Jadre­sic, 2000) men­cio­nan que los hom­bres, ante la muer­te de su futu­ro hijo y fren­te a la impo­si­bi­li­dad de ser padres, pasan por las siguien­tes eta­pas:

  1. Para­li­za­ción: se carac­te­ri­za por estar “como zom­bi” o “en un túnel”, muy dis­tan­te de los demás. Es inva­di­do por el pen­sa­mien­to repe­ti­do de que lo suce­di­do no pue­de ser ver­dad, de que alguien pue­de haber come­ti­do un error. Pue­de haber mani­fes­ta­cio­nes físi­cas, como pér­di­da del ape­ti­to o difi­cul­tad para con­cen­trar­se.
  2. Anhe­lo: en ella el ele­men­to cen­tral es la gran nece­si­dad de con­cre­tar el deseo de ser padre, un deseo que, al no poder ser satis­fe­cho, se anhe­la fer­vien­te­men­te. Esto es refor­za­do por la cons­tan­te expo­si­ción a artícu­los que ofre­ce el comer­cio, tales como ropa de bebés, coches, jugue­tes, etc. Ade­más, algu­nos hom­bres cons­ta­tan que sus ami­gos sí tie­nen hijos y que muchas de sus acti­vi­da­des giran en torno a ellos, por lo que expe­ri­men­tan una sen­sa­ción de exclu­sión.
  3. Des­or­ga­ni­za­ción y deses­pe­ra­ción: es la eta­pa más lar­ga, se expe­ri­men­ta una sen­sa­ción de fal­ta de con­trol, se pre­sen­tan mucha ansie­dad y sen­ti­mien­tos de des­es­pe­ran­za.
  4. Reor­ga­ni­za­ción: tie­ne que ver con la acep­ta­ción y recon­fi­gu­ra­ción de la vida per­so­nal; esta eta­pa sue­le tomar varios años.

Los hom­bres pue­den sen­tir­se aún más ais­la­dos y solos con su due­lo des­pués de una muer­te neo­na­tal, ya que se espe­ra que sean fuer­tes y den apo­yo a la mujer. Sin embar­go, ellos nece­si­tan igual­men­te aten­ción y apo­yo, ya que al igual que sus pare­jas, tam­bién expe­ri­men­tan una alte­ra­ción de la per­cep­ción y rela­ción con el mun­do externo a par­tir de la pér­di­da. Por otro lado, los sen­ti­mien­tos mar­ca­dos de ausen­cia pue­den evo­lu­cio­nar a sen­sa­cio­nes de vacío, viven­cias de sole­dad o nos­tal­gia y evo­ca­cio­nes más sose­ga­das en las fases de recu­pe­ra­ción (Gamo ME., Del Ala­mo JC., Her­nan­gó­mez CL., Gar­cía LA, 2003).

Las mani­fes­ta­cio­nes pato­ló­gi­cas de un due­lo pue­den ser múl­ti­ples, no siem­pre bien deli­mi­ta­das ni reco­no­ci­bles. Entre ellas pode­mos hallar nega­ción o mar­ca­da difi­cul­tad para acep­tar la pér­di­da, fuer­tes sen­ti­mien­tos de cul­pa, rabia, aban­dono, exce­si­va pro­lon­ga­ción en el tiem­po, alte­ra­ción o deten­ción del cur­so bio­grá­fi­co, cam­bios emo­cio­na­les brus­cos o apa­ri­ción de diver­sos cua­dros psi­co­pa­to­ló­gi­cos, con sin­to­ma­to­lo­gía de tipo depre­si­vo, ansio­so, somá­ti­co, tras­tor­nos de la con­duc­ta, depen­den­cias e inclu­so sín­to­mas psi­có­ti­cos.

En el varón es común un sen­ti­mien­to de des­bor­da­mien­to por la pena de su pare­ja, la cual se impo­ne a la expre­sión de due­lo pro­pio; el varón expe­ri­men­ta más enfa­do que cul­pa, diri­gien­do su rabia hacia el per­so­nal de salud; ade­más, el alcoho­lis­mo y las con­duc­tas adic­ti­vas, como el jue­go, tie­nen una inci­den­cia con­si­de­ra­ble en los varo­nes (Con­way y Rus­sell, 2000).

Otros estu­dios (Jhon­son, Pud­di­foot, 1996; War­land, 2000; López Gar­cía, 2011) coin­ci­den en que los varo­nes se sien­ten inco­mo­dos cuan­do se les pre­gun­ta por sus sen­ti­mien­tos, y evi­tan con­fron­ta­cio­nes que evi­den­cien sus emo­cio­nes, por lo que no bus­can ayu­da, aun­que se per­ca­tan de nece­si­tar­la.

En el aspec­to de las rela­cio­nes ínti­mas con su pare­ja, tien­den a pro­mo­ver el con­tac­to sexual como una bús­que­da de cer­ca­nía e inti­mi­dad, a pesar de que tal com­por­ta­mien­to pue­de ver­se como inade­cua­do e inter­pre­tar­se como una mues­tra de insen­si­bi­li­dad que da ori­gen a con­flic­tos de pare­ja (Samuels­son, Rades­tad, Seges­ten, 2001).

Aún otros estu­dios sugie­ren que la acti­tud de los varo­nes ante la muer­te peri­na­tal depen­de de varios fac­to­res como la natu­ra­le­za de la rela­ción de pare­ja, la eta­pa de vida en que ellos se encuen­tran, su situa­ción eco­nó­mi­ca y la pre­dis­po­si­ción emo­cio­nal para asu­mir el papel de padre. Dichas acti­tu­des se expre­san en sen­ti­mien­tos y reac­cio­nes que com­pren­den des­de mie­do, dolor, cul­pa, recha­zo e insen­si­bi­li­dad, has­ta res­pon­sa­bi­li­dad y soli­da­ri­dad con su pare­ja (Ler­ner y Gui­llau­me, 2008).

Conclusiones

Es incal­cu­la­ble todo lo que se ha escri­to, inves­ti­ga­do y rea­li­za­do en torno al even­to muer­te; sin embar­go aún no esta­mos cons­cien­tes de la acep­ta­ción de ese fenó­meno uni­ver­sal y abso­lu­to —menos aun cuan­do se tra­ta de la muer­te al ini­cio de la vida.

La muer­te de un hijo pro­du­ce una abrup­ta rup­tu­ra de la idea de la “inmor­ta­li­dad del yo” y de la “con­ti­nui­dad gene­ra­cio­nal”. En estas cir­cuns­tan­cias se derrum­ba de mane­ra vio­len­ta el pro­yec­to de inves­ti­du­ra del futu­ro por medio de la con­ti­nui­dad gene­ra­cio­nal que un bebé impli­ca para sus padres.

A pesar del avan­ce de la medi­ci­na peri­na­tal y del desa­rro­llo de los méto­dos de diag­nós­ti­co pre­na­tal, los pro­gra­mas de inter­ven­ción y acom­pa­ña­mien­to emo­cio­nal ante la muer­te de un feto en el trans­cur­so o al final de la ges­ta­ción no han sido incor­po­ra­dos en todos los ser­vi­cios de salud como par­te inelu­di­ble del tra­ta­mien­to clí­ni­co a los padres; y en aque­llos en los que ya exis­ten pro­gra­mas de apo­yo emo­cio­nal para el due­lo peri­na­tal sola­men­te se con­tem­pla a la mujer para brin­dar este sopor­te, mien­tras que los varo­nes siguen estan­do exclui­dos.

Aún con todos los avan­ces que exis­ten den­tro de la medi­ci­na peri­na­tal, toda­vía impe­ra la ima­gen pre­con­ce­bi­da de que los padres que se enfren­tan a la muer­te de sus hijos en esta eta­pa son poco sen­si­bles a la pér­di­da, y debi­do a que son el “sexo fuer­te” no requie­ren de nin­gún acom­pa­ña­mien­to emo­cio­nal.

Sin embar­go, como es seña­la­do en estu­dios de la últi­ma déca­da (Gray, Par­kin y Samms-Vaughan, 2007; Mal­do­na­do-Duran et al., 2008) las posi­bi­li­da­des de la pater­ni­dad han ido cam­bian­do y pare­cen estar en fun­ción del sis­te­ma de valo­res y de fac­to­res socio­po­lí­ti­cos, de tal for­ma que los padres en la actua­li­dad iden­ti­fi­can la con­di­ción de pater­ni­dad con expre­sio­nes que hacen refe­ren­cia a roles, ras­gos y acti­tu­des que deno­tan esta­dos aní­mi­cos, emo­cio­nes y viven­cias invo­lu­cra­das a su papel como acto­res en la crian­za de sus hijos (Ana­ba­lón C., Cares F., Cor­tés F y Zamo­ra M, 2011). Auna­do a esto, las téc­ni­cas actua­les en el con­trol pre­na­tal, tales como las eco­so­no­gra­fías de ter­ce­ra y cuar­ta dimen­sión —que per­mi­ten al varón ver a su hijo de mane­ra defi­ni­da den­tro del vien­tre materno— han faci­li­ta­do el ape­go des­de la ges­ta­ción.

No hay que olvi­dar que la pater­ni­dad está influi­da por el géne­ro, por lo que deno­tar cómo pue­de pen­sar un hom­bre en rela­ción a su actuar den­tro de su rol en la pater­ni­dad es sólo uno de sus aspec­tos; reco­no­cer que está influen­cia­do social­men­te en su com­por­ta­mien­to —y en oca­sio­nes con­di­cio­na­do— para ejer­cer un papel, pue­de pro­vo­car un con­flic­to intrap­sí­qui­co en el varón, pues­to que una cosa es la que la socie­dad le dice que tie­ne que hacer, y otra lo que él quie­re hacer (Gra­na­dos Gon­zá­lez, 2006). Este es el caso de los padres fren­te a la pér­di­da peri­na­tal pues, pese a la tra­ge­dia que sufren, se ven inmer­sos en un due­lo des­au­to­ri­za­do, ya que se tra­ta pri­mor­dial­men­te de una pér­di­da que no pue­de ser abier­ta­men­te reco­no­ci­da, expre­sa­da en públi­co o apo­ya­da por la red social, como en el caso de los due­los que tie­nen lugar cuan­do la muer­te del hijo se pre­sen­ta des­pués de haber teni­do un tiem­po de con­vi­ven­cia con él.

El due­lo se enmas­ca­ra aún más si la rela­ción de los padres se des­le­gi­ti­ma, como en los casos de las rela­cio­nes extra­ma­ri­ta­les, ex con­yu­ga­les, o cuan­do el hijo es pro­duc­to de una rela­ción entre ami­gos; asi­mis­mo cuan­do las cir­cuns­tan­cias de la muer­te gene­ran ver­güen­za o dis­gus­to, y el hom­bre teme sen­tir cier­to recha­zo social (pér­di­da por defec­tos con­gé­ni­tos, pre­ma­tu­rez, abor­to indu­ci­do, etc.).

Por lo tan­to, como men­cio­na López Gar­cía (2011), es común que la reac­ción esté dic­ta­da por las res­pon­sa­bi­li­da­des que debe asu­mir en tan­to varón, y se impon­ga a la expre­sión del due­lo pro­pio. Se espe­ra que apo­ye a la madre físi­ca y emo­cio­nal­men­te, al tiem­po que es quien debe infor­mar de lo suce­di­do a la fami­lia y ami­gos, así como pre­pa­rar el entie­rro del hijo. Tales accio­nes impi­den, como lo seña­la Wor­den, que los varo­nes par­ti­ci­pen de cier­tos ritua­les de des­pe­di­da, tales como escu­char hablar de cómo ocu­rrió la muer­te del recién naci­do, o la posi­bi­li­dad de dia­lo­gar con otras per­so­nas acer­ca de ello; accio­nes, en suma, que ayu­dan en la ela­bo­ra­ción de la pér­di­da. Debi­do a esta impo­si­bi­li­dad, los varo­nes gene­ral­men­te se vuel­can en su tra­ba­jo, en la hiper­ac­ti­vi­dad y en los cam­bios en sus ruti­nas, y en casos extre­mos, en el alcoho­lis­mo o en la dro­ga­dic­ción, sin­tien­do su pena en secre­to y vivien­do el due­lo en soli­ta­rio. De esta mane­ra, de acuer­do con lo que seña­lan Con­way, et al. (2000), se ador­me­cen las sen­sa­cio­nes de dolor, de sufri­mien­to y de vacío por la pér­di­da del hijo. A cor­to o a lar­go pla­zo, tal situa­ción sue­le gene­rar sín­to­mas físi­cos, enfer­me­da­des psi­co­so­má­ti­cas, tras­tor­nos de la con­duc­ta, depre­sión o due­lo cró­ni­co.

El due­lo no resuel­to ocul­ta la ela­bo­ra­ción de la pér­di­da del hijo, así como las emo­cio­nes que dicha pér­di­da ha pro­vo­ca­do. Es impor­tan­te enton­ces enten­der que ante la muer­te del hijo, la labor de criar­lo que­da incon­clu­sa y las espe­ran­zas pues­tas en el bebé se esfu­man; la pér­di­da enton­ces es asu­mi­da por el hom­bre con una sen­sa­ción de fra­ca­so y cul­pa al sen­tir que su labor como padre (cui­dar­le, amar­le y ante todo pro­te­ger­le) no fue sufi­cien­te. Lo ante­rior pue­de reper­cu­tir en su esta­do emo­cio­nal y por ende en las demás áreas de su vida.

Es por ello que con­si­de­ra­mos nece­sa­rio ampliar las inves­ti­ga­cio­nes res­pec­to a la viven­cia del due­lo peri­na­tal en los varo­nes para lograr una mejor com­pren­sión de este even­to, la cual que per­mi­ta mejo­res inter­ven­cio­nes psi­co­ló­gi­cas que coad­yu­ven a la salud emo­cio­nal de los varo­nes que expe­ri­men­tan este tipo de pér­di­das.

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Notas

1. Inves­ti­ga­do­ra en Cien­cias Médi­cas. Depar­ta­men­to de Psi­co­lo­gía del Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Peri­na­to­lo­gía. Email: motaceci@hotmail.com

2. Psi­có­lo­ga clí­ni­ca. Depar­ta­men­to de Psi­co­lo­gía del Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Peri­na­to­lo­gía. alceva1964@yahoo.com.mx

3. Psi­có­lo­ga clí­ni­ca. Depar­ta­men­to de Psi­co­lo­gía del Ins­ti­tu­to Nacio­nal de Peri­na­to­lo­gía. megl97@yahoo.com.mx