El efecto de los factores estresantes en las mujeres

Rosa María Segura González1

Facultad de Estudios Superiores Iztacala UNAM

 

Resu­men

El estrés es un tema que ha cobra­do rele­van­cia en el cam­po de la psi­co­lo­gía ambien­tal, ya que se ha obser­va­do que el ambien­te físi­co y social tie­ne gran impac­to en el com­por­ta­mien­to, en la salud y cali­dad de vida de los seres huma­nos. El estu­dio sobre el estrés es com­ple­jo por la can­ti­dad de varia­bles que entran en jue­go, la com­ple­ji­dad es aún mayor cuan­do se ana­li­zan las dife­ren­cias por géne­ro. Des­de este pun­to de vis­ta se toman en cuen­ta los fac­to­res estruc­tu­ra­les del sis­te­ma social cate­go­ri­za­do por géne­ro que son cru­cia­les para enten­der el nivel de estrés, los fac­to­res que lo des­en­ca­de­nan y el impac­to dife­ren­cial que tie­ne en hom­bres y muje­res. El obje­ti­vo de este tra­ba­jo es iden­ti­fi­car y ana­li­zar los fac­to­res aso­cia­dos al estrés en el ámbi­to fami­liar y labo­ral y su impac­to en la cali­dad de vida de las muje­res des­de la pers­pec­ti­va de géne­ro.

Pala­bras cla­ves: estrés, géne­ro, estre­so­res.

 

Abs­tract

Stress has beco­me a tren­ding topic in the envi­ron­men­tal psy­cho­logy field, due to the great impact, that has been obser­ved, in beha­vior, health, and human being life qua­lity that phy­si­cal and social aspects pos­sess. Stress study is a very com­plex topic becau­se of the great quan­tity of varia­bles that are invol­ve in the who­le game, it beco­mes more com­plex as much as the gen­der dif­fe­ren­ces are analy­zed. From this point of view, struc­tu­ral fac­tors are taken from cate­go­ri­zed gen­der social sys­tems, which are essen­tial to unders­tand stress level, the cau­ses that unchain and the dif­fe­ren­tial impact which it has on men and women as well. The ext objec­ti­ve is to iden­tify and analy­ze the asso­cia­ted fac­tors of stress on the fami­liar and wor­king field and its impact in the women life qua­lity obser­ved from the gen­der pers­pec­ti­ve.

Key words: Stress, Gen­der, Stres­sors.

Introducción

El estrés es un fenó­meno que ha esta­do pre­sen­te a lo lar­go de toda la his­to­ria de la huma­ni­dad, pero no es has­ta fina­les del siglo XIX que se dan las pri­me­ras inves­ti­ga­cio­nes y has­ta las últi­mas déca­das del siglo XX que ha sido obje­to de inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca y que se ha esta­ble­ci­do su rela­ción con la salud. Se ha com­pro­ba­do que el estrés es una de las mani­fes­ta­cio­nes más carac­te­rís­ti­cas de la vida moder­na y es una de las cau­sas prin­ci­pa­les de ago­ta­mien­to del orga­nis­mo.

De Luca, Sán­chez, Pérez y Lei­ja (2004) con­si­de­ran que el estu­dio cien­tí­fi­co del estrés, ini­ció en 1925 con el fisió­lo­go aus­tria­co Hans Sel­ye que defi­nió al estrés ante la OMS como la res­pues­ta no espe­cí­fi­ca del orga­nis­mo a cual­quier deman­da del exte­rior. Es decir, la res­pues­ta glo­bal a con­di­cio­nes exter­nas que per­tur­ban el equi­li­brio emo­cio­nal y fisio­ló­gi­co de la per­so­na. Es un esta­do de des­equi­li­brio cor­po­ral oca­sio­na­do por estí­mu­los ines­pe­cí­fi­cos ya sean inter­nos o exter­nos, reales o ima­gi­na­rios que son adver­sos al orga­nis­mo.

Sey­le des­cu­brió una serie neu­ro­quí­mi­ca de defen­sas cor­po­ra­les al cual lla­mó Sín­dro­me de Adap­ta­ción Gene­ral —sag—, que es el encar­ga­do de defen­der al orga­nis­mo de las con­di­cio­nes noci­vas o estre­so­res físi­cos.

Según De Luca et. al. (2004); Dies­tre (2001); Mejía (2011) y Váz­quez (2001), Sel­ye  pos­tu­ló que el sag está con­for­ma­do por tres fases:

Pri­me­ra fase de reac­ción de alar­ma, don­de ocu­rre una serie de modi­fi­ca­cio­nes bio­ló­gi­cas fren­te a la pri­me­ra expo­si­ción al fac­tor de estrés.

Segun­da fase de resis­ten­cia, el orga­nis­mo lucha con­tra el fac­tor de estrés uti­li­zan­do al máxi­mo sus meca­nis­mos de defen­sa.

Ter­ce­ra fase de ago­ta­mien­to, el orga­nis­mo ago­ta sus recur­sos ener­gé­ti­cos des­pués de un perio­do pro­lon­ga­do de expo­si­ción al fac­tor de estrés.

El estrés por lo tan­to es una res­pues­ta adap­ta­ti­va en la cual el cuer­po se pre­pa­ra y ajus­ta ante una situa­ción ame­na­zan­te.

En este sen­ti­do, el estrés es un pro­ce­so median­te el cual los even­tos ambien­ta­les o fuer­zas lla­ma­das estre­so­res, ame­na­zan el bien­es­tar o la exis­ten­cia de un ser. El pro­ce­so de adap­ta­ción a los estre­so­res es una acti­vi­dad coti­dia­na, a veces los cam­bios son meno­res y es posi­ble adap­tar­se a ellos inclu­so sin con­cien­cia, en otras oca­sio­nes los cam­bios pue­den ser seve­ros y cla­ra­men­te ame­na­za­do­res (Mejía 2011).  

Sel­ye pro­pu­so tam­bién el tér­mino estre­so­res a los agen­tes que pro­du­cen o pro­vo­can estrés en un momen­to dado. Los estre­so­res desem­pe­ñan un papel con dife­ren­te gra­do de sig­ni­fi­ca­ción a nivel indi­vi­dual, gru­pal, orga­ni­za­cio­nal y físi­co. Como seña­la Mc Lean (1976 cita­do en Váz­quez 2001) exis­ten dos varia­bles que ayu­dan a deter­mi­nar el gra­do en que un estre­sor pro­vo­ca una res­pues­ta al estrés: el con­tex­to enten­di­do como el medio ambien­te social y físi­co en el cual se pre­sen­ta el estre­sor y la vul­ne­ra­bi­li­dad enten­di­da como las carac­te­rís­ti­cas per­so­na­les del indi­vi­duo (edad, géne­ro, ras­gos de per­so­na­li­dad, nivel de auto­es­ti­ma, etc).

Es a par­tir de los estu­dios de Sel­ye que se popu­la­ri­zó el con­cep­to de estrés en el voca­bu­la­rio cien­tí­fi­co y que se dio ini­cio a una serie de inves­ti­ga­cio­nes teó­ri­cas y expe­ri­men­ta­les.

Laza­rus (2000) y Ramí­rez (2001) plan­tean que exis­ten a lo lar­go de la his­to­ria del estu­dio de este fenó­meno dos enfo­ques con­cep­tua­les:

  • El enfo­que anglo­sa­jón, que como se men­cio­nó, tie­ne su ori­gen en la inves­ti­ga­ción fisio­ló­gi­ca, con­si­de­ran­do al estrés como una per­tur­ba­ción de la homeos­ta­sis ante situa­cio­nes exter­nas. Es des­de las áreas de la medi­ci­na, la psi­co­lo­gía y la salud en el tra­ba­jo que se encuen­tra la mayor pro­duc­ción de estu­dios sobre estrés, encon­trán­do­se simi­li­tu­des en los abor­da­jes meto­do­ló­gi­cos.
  • El enfo­que socio­cul­tu­ral, que se da a par­tir de los estu­dios fisio­ló­gi­cos y que per­mi­tie­ron el ini­cio de estu­dios para obser­var los corre­la­tos psi­co­ló­gi­cos y socio­ló­gi­cos del estrés.

La psi­co­lo­gía, la socio­lo­gía y la antro­po­lo­gía cul­tu­ral tie­nen un papel rele­van­te en este enfo­que, cada una de estas cien­cias esta­ble­ce su pro­pio nivel de aná­li­sis con res­pec­to al con­cep­to de estrés:

  • La psi­co­lo­gía prio­ri­za el esta­do men­tal de las per­so­nas indi­vi­dua­les y los sub­gru­pos que con­fi­gu­ran el sis­te­ma social. Hace énfa­sis en la per­cep­ción y eva­lua­ción del orga­nis­mo en rela­ción con los daños plan­tea­dos por un estí­mu­lo. La per­cep­ción de ame­na­za se incre­men­ta cuan­do las deman­das impues­tas a un indi­vi­duo se per­ci­ben por enci­ma de la capa­ci­dad para afron­tar­lo, este des­equi­li­brio da lugar a la expe­rien­cia de estrés y a una res­pues­ta que pue­de ser fisio­ló­gi­ca y con­duc­tual. A par­tir de la déca­da de los 60 del siglo XX, Laza­rus y Folk­man desa­rro­lla­ron un mode­lo lla­ma­do tran­sac­cio­nal, cen­tra­do en los pro­ce­sos cog­ni­ti­vos que se desa­rro­llan en torno a una situa­ción estre­san­te. La expe­rien­cia estre­san­te se gene­ra a par­tir de las tran­sac­cio­nes entre la per­so­na y el medio ambien­te. Estas tran­sac­cio­nes depen­den del impac­to del estre­sor ambien­tal, media­ti­za­do en pri­mer lugar por las eva­lua­cio­nes que hace la per­so­na del estre­sor y en segun­do lugar por los recur­sos per­so­na­les, socia­les o cul­tu­ra­les para hacer fren­te a la situa­ción de estrés. Este mode­lo tran­sac­cio­nal con­si­de­ra al indi­vi­duo y al entorno en una rela­ción bidi­rec­cio­nal, diná­mi­ca y recí­pro­ca (Gon­zá­lez y Lan­de­ro 2008; Padi­lla, Peña y Arria­ga 2006; Váz­quez 2001).
  • La socio­lo­gía se cen­tra más en la estruc­tu­ra social.
  • La antro­po­lo­gía cul­tu­ral se cen­tra en diver­sos valo­res, creen­cias y sig­ni­fi­ca­dos cul­tu­ra­les. Estas varia­bles influ­yen sobre lo que es estre­san­te y del modo en que se mane­jan y se expre­san públi­ca­men­te las emo­cio­nes estre­san­tes.

Para estu­diar el estrés es nece­sa­rio recu­rrir a las pers­pec­ti­vas fisio­ló­gi­cas y bio­ló­gi­cas, así como a la pers­pec­ti­va psi­co­ló­gi­ca y socio­cul­tu­ral, en bus­ca de expli­ca­cio­nes teó­ri­cas y expe­ri­men­ta­les más ade­cua­das y fir­mes, ya que estas pers­pec­ti­vas no son exclu­yen­tes, por el con­tra­rio, pue­den inter­ac­tuar.

Duran­te las últi­mas déca­das se han desa­rro­lla­do un gran núme­ro de inves­ti­ga­cio­nes sobre diver­sos aspec­tos rela­cio­na­dos con el géne­ro, enten­dien­do éste como una cons­truc­ción social que se basa en el con­jun­to de ideas, creen­cias,  repre­sen­ta­cio­nes, atri­bu­tos socia­les, cul­tu­ra­les, eco­nó­mi­cos y polí­ti­cos que gene­ran las cul­tu­ras en un momen­to his­tó­ri­co deter­mi­na­do, a par­tir de las dife­ren­cias sexua­les que esta­ble­cen los pape­les de lo mas­cu­lino y lo feme­nino. De mane­ra que se esta­ble­cen roles y este­reo­ti­pos a par­tir de los cua­les las per­so­nas cons­ti­tu­yen sus iden­ti­da­des.

Los roles de géne­ro son defi­ni­dos como las pres­crip­cio­nes, nor­mas y expec­ta­ti­vas que dic­ta la socie­dad y la cul­tu­ra sobre el com­por­ta­mien­to feme­nino y mas­cu­lino. Par­ten de un para­dig­ma fun­da­men­tal que corres­pon­de a la opo­si­ción feme­nino-mas­cu­lino y su con­se­cuen­te valo­ra­ción como posi­ti­vo-nega­ti­vo. Los hom­bres han sido aso­cia­dos con la cul­tu­ra, lo públi­co, la razón, la con­cien­cia, el pen­sa­mien­to; por el con­tra­rio, las muje­res se aso­cian con la natu­ra­le­za, lo pri­va­do, el cuer­po, los sen­ti­mien­tos, la pasión. Esta opo­si­ción ha esta­do aso­cia­da con una valo­ra­ción jerár­qui­ca que ha dado pre­mi­nen­cia a lo mas­cu­lino (Robles 2010).

Siguien­do esta lógi­ca de abor­da­je, la socie­dad tam­bién deter­mi­na los este­reo­ti­pos de géne­ro enten­di­dos como el con­jun­to de creen­cias cerra­das que ali­men­tan el ideal feme­nino y el ideal mas­cu­lino y que estan­da­ri­zan a los indi­vi­duos e impi­den su pleno desa­rro­llo, ya que pro­mue­ven con­duc­tas sexis­tas al supo­ner que una per­so­na tie­ne o no cier­tas capa­ci­da­des o defi­cien­cias en razón de su sexo.

Se ha plan­tea­do que exis­ten dife­ren­cias de géne­ro en rela­ción con el pro­ce­so estrés-salud, pero exis­ten pocas inves­ti­ga­cio­nes en este sen­ti­do. Una de ellas, rea­li­za­da por Del Pino (2012), indi­ca que las muje­res tie­nen peor salud físi­ca y men­tal  infor­man­do de mayor núme­ro de enfer­me­da­des, de con­su­mir más medi­ca­men­tos y tener más sín­to­mas somá­ti­cos de ansie­dad y de depre­sión que los hom­bres. Se encon­tró que el estrés tenía más impac­to en ellas y que con estrés cró­ni­co había mayor ansie­dad y menor auto­es­ti­ma. Estas dife­ren­cias res­pon­den a los patro­nes de socia­li­za­ción  tra­di­cio­na­les en los que se enfa­ti­za la rele­van­cia de los roles fami­lia­res en la muje­res, por lo que el estrés deri­va­do de tales roles com­pro­me­te su salud y cali­dad de vida en mucha mayor medi­da que los hom­bres.

Muchas inves­ti­ga­cio­nes sobre géne­ro y estrés son con­tra­dic­to­rias. Algu­nos estu­dios repor­tan que las muje­res expe­ri­men­tan más estrés que los hom­bres y que pade­cen dos veces más depre­sión que ellos (Bur­ke, 1999; Mis­ra, Mc Kean y Rus­so, 2000; Scott, Moo­re y Mice­li, 1977; Spen­ce y Rob­bins, 1992, cita­dos en Padi­lla, Peña y Arria­ga 2006; Gon­zá­lez y Lan­de­ro 2008). Otros estu­dios afir­man que el géne­ro no con­tri­bu­ye al estrés. La mejor inter­pre­ta­ción de las inves­ti­ga­cio­nes sobre géne­ro y estrés es que las muje­res pue­den expe­ri­men­tar cier­tos estre­so­res con más fre­cuen­cia que los hom­bres (con­flic­tos fami­lia­res y labo­ra­les como hos­ti­ga­mien­to y aco­so sexual), que hom­bres y muje­res pue­den reac­cio­nar de for­ma dife­ren­te a cier­to tipo de estre­so­res.

Muchos even­tos o fac­to­res se pue­den con­si­de­rar como estre­so­res. Como se men­cio­nó ante­rior­men­te, un estre­sor es el estí­mu­lo que pro­vo­ca la res­pues­ta al estrés, es un agen­te externo per­tur­ba­dor. Lo que deter­mi­na si algo es estre­sor depen­de de su impor­tan­cia y de qué tan con­tro­la­ble se per­ci­ba.

Los estre­so­res se pue­den agru­par en: per­so­na­les, fami­lia­res y labo­ra­les.

Estresores personales

Cada per­so­na es úni­ca y dife­ren­te, difie­re de otras en su sus­cep­ti­bi­li­dad al estrés. Algu­nos van a res­pon­der posi­ti­va­men­te ante los dife­ren­tes tipos de estre­so­res y otros podrían per­ci­bir los mis­mos estre­so­res como algo ame­na­za­dor.

La rela­ción entre estrés y daño es media­da, mode­ra­da o modi­fi­ca­da por varia­bles indi­vi­dua­les, entre ellas la edad, las con­di­cio­nes físi­cas y de salud, las carac­te­rís­ti­cas de per­so­na­li­dad y el nivel de auto­es­ti­ma.

Padi­lla, Peña y Arria­ga (2006); Váz­quez (2001) esta­ble­cen dos tipos de per­so­na­li­dad:

Tipo A: son per­so­nas que quie­ren man­te­ner el con­trol, obse­sio­na­das por la per­fec­ción, impa­cien­tes, alto nivel de com­pe­ti­ti­vi­dad, ambi­ción per­so­nal, agre­si­vi­dad, etc. Son pro­pen­sas a pade­cer estrés.

Tipo B: son per­so­nas tran­qui­las, con alto gra­do de adap­ta­bi­li­dad, uti­li­zan su ener­gía para la reso­lu­ción de pro­ble­mas, son con­tro­la­das, ecuá­ni­mes y con expre­sión de cal­ma. Tie­nen menos posi­bi­li­dad de expe­ri­men­tar estrés.

La auto­es­ti­ma inter­vie­ne como pro­tec­to­ra fren­te a los posi­bles efec­tos nega­ti­vos del estrés, ya que actúa sobre los sig­ni­fi­ca­dos que otor­gan da a lo que suce­de cuan­do se está expe­ri­men­tan­do estrés pro­lon­ga­do y sobre las accio­nes que se selec­cio­nan como res­pues­ta a la exi­gen­cia de la situa­ción estre­so­ra.

Los ras­gos de per­so­na­li­dad y la auto­es­ti­ma se pue­den tomar como fac­to­res de estrés que reper­cu­ten en el estrés fami­liar y labo­ral.

La fami­lia y el tra­ba­jo cons­ti­tu­yen las dos fuen­tes más impor­tan­tes de estrés coti­diano. De esta mane­ra, los pro­ce­sos de estrés se com­pren­den mejor si se colo­can den­tro del con­tex­to de los roles sig­ni­fi­ca­ti­vos que ocu­pan las per­so­nas, en este caso el tra­ba­jo y la fami­lia (Bron­fen­bren­ner, 1986 cita­do en Laza­rus 2000).

Estresores en el ámbito familiar

Exis­ten múl­ti­ples situa­cio­nes que pue­den gene­rar estrés: difi­cul­ta­des matri­mo­nia­les, lle­ga­da de los hijos, pro­ble­mas eco­nó­mi­cos, de comu­ni­ca­ción, divor­cio, viu­dez. Para la mujer la mul­ti­pli­ci­dad de roles, el papel de cui­da­do­ra de niños y niñas, de per­so­nas ancia­nas y enfer­mas, la impo­si­bi­li­dad de gozar de un tiem­po pro­pio y la des­va­lo­ri­za­ción social y eco­nó­mi­ca del tra­ba­jo repro­duc­ti­vo, han con­tri­bui­do a que el tra­ba­jo domés­ti­co cons­ti­tu­ya un ele­men­to poten­cia­dor de estrés físi­co y men­tal, con mayo­res nive­les de depre­sión y de adic­cio­nes (alcohol, jue­go, depen­den­cias afec­ti­vas, etc.).

La mater­ni­dad es un hecho social que pro­por­cio­na iden­ti­dad a las muje­res como repro­duc­to­ras, tan­to de la espe­cie como de la pro­pia diná­mi­ca social. Ade­más de la pro­crea­ción (con­cep­ción, ges­ta­ción, par­to y lac­tan­cia), las muje­res rea­li­zan un con­jun­to de queha­ce­res invi­si­bles a tra­vés de una espe­cie de ser­vi­dum­bre volun­ta­ria para el cui­da­do y cum­pli­mien­to de las nece­si­da­des vita­les de otros. Esto exi­ge un alto gra­do de subor­di­na­ción y un gran des­gas­te físi­co y emo­cio­nal.

La cul­pa actúa como estre­sor en las muje­res, es uno de los meca­nis­mos que ope­ra per­ma­nen­te­men­te duran­te el ejer­ci­cio de la mater­ni­dad.

Las tareas domés­ti­cas inter­mi­na­bles, el mane­jo del pre­su­pues­to del hogar, las com­pras, la coci­na, las visi­tas al médi­co, el cui­da­do de la salud, etc. son los aspec­tos coti­dia­nos de la vida fami­liar que se vuel­ven estre­so­res ambien­ta­les.

En el pasa­do, los hoga­res diri­gi­dos por muje­res era resul­ta­do de diso­lu­ción con­yu­gal por viu­dez. Actual­men­te la exis­ten­cia de estos hoga­res, sobre todo entre muje­res en edad repro­duc­ti­va, obe­de­ce en gran par­te a la cre­cien­te diso­lu­ción fami­liar por aban­dono, divor­cio y migra­ción, ade­más de la elec­ción de la mater­ni­dad en sol­te­ría. De acuer­do a Chá­vez (2013), en el 2000, 18.9% de los hoga­res tenía jefa­tu­ra feme­ni­na, pro­por­ción que ha aumen­ta­do al 25% en el 2013 y la cifra sigue cre­cien­do. La mujer en este caso afron­ta el sos­te­ni­mien­to eco­nó­mi­co total del hogar, más todo el tra­ba­jo intra­fa­mi­liar, aumen­tan­do su nivel de estrés.

Las car­gas de tra­ba­jo domés­ti­co inci­den en las opor­tu­ni­da­des res­pec­to a otras acti­vi­da­des, es decir, tie­nen un impac­to sobre el desa­rro­llo de las per­so­nas ya que son limi­tan­tes para dedi­car­se a otras acti­vi­da­des: el tra­ba­jo extra domés­ti­co, la for­ma­ción y supera­ción per­so­nal, el espar­ci­mien­to crea­ti­vo, el des­can­so y la aten­ción per­so­nal. Las muje­res lle­gan a pre­sen­tar sín­to­mas de fati­ga cró­ni­ca, insa­tis­fac­ción y ago­ta­mien­to debi­do al exce­so de res­pon­sa­bi­li­da­des y a una esca­sa o nula gra­ti­fi­ca­ción per­so­nal (inmu­je­res 2006).

Otro de los fac­to­res de estrés es la vio­len­cia den­tro del hogar en sus dife­ren­tes moda­li­da­des: físi­ca, psi­co­ló­gi­ca, emo­cio­nal, sexual y eco­nó­mi­ca.

Según Lam­mo­glia (2004), las muje­res se encuen­tran atra­pa­das en un trián­gu­lo de abu­so-estrés-depre­sión, de don­de no pue­den esca­par fácil­men­te. Cuan­do se pre­sen­ta el epi­so­dio vio­len­to, el estrés apa­re­ce en su vida como una cons­tan­te, estan­do a la expec­ta­ti­va de que el epi­so­dio vuel­va a repe­tir­se y oca­sio­nan­do un gran esta­do de ansie­dad y angus­tia que la pue­de lle­var a la depre­sión.

Las víc­ti­mas de vio­len­cia viven pen­san­do que en cual­quier momen­to se pue­de pro­du­cir un nue­vo epi­so­dio vio­len­to y en res­pues­ta a este peli­gro poten­cial desa­rro­llan una extre­ma ansie­dad que pue­de lle­gar al páni­co. El mal­tra­to y abu­so ini­cial­men­te son un estrés agu­do que se con­vier­te en un estrés cró­ni­co con reper­cu­sio­nes de tipo físi­co y psi­co­ló­gi­co, tales como: sen­ti­mien­to de cul­pa, ver­güen­za, tris­te­za, mie­do, ansie­dad, ira, páni­co, baja auto­es­ti­ma, frus­tra­ción, impo­ten­cia, deses­pe­ra­ción y depre­sión. Estas con­se­cuen­cias psi­co­ló­gi­cas reper­cu­ten en alte­ra­cio­nes de la salud: en la ali­men­ta­ción, como pér­di­da o incre­men­to del ape­ti­to oca­sio­nan­do pro­ble­mas de obe­si­dad, ano­re­xia y buli­mia; al dor­mir, que se mani­fies­tan en insom­nio, pesa­di­llas, pavor noc­turno; en la sexua­li­dad, como anor­gas­mia, vagi­nis­mo, pér­di­da del ape­ti­to sexual o tras­tor­nos del ciclo mens­trual.

En gene­ral pre­sen­tan dolo­res de cabe­za, náu­seas, males­tar esto­ma­cal, úlce­ras, coli­tis, gas­tri­tis, taqui­car­dia, fati­ga cró­ni­ca y/o ago­ta­mien­to. Tam­bién pue­den desa­rro­llar adic­ción a sus­tan­cias tóxi­cas, ya que para tran­qui­li­zar­se abu­san de sedan­tes e incre­men­tan el con­su­mo de café, alcohol y ciga­rros.

La con­se­cuen­cias de esta vio­len­cia pue­den ser aún más gra­ves, inclu­yen­do con fre­cuen­cia el cua­dro clí­ni­co del Tras­torno de Estrés Pos­trau­má­ti­co —tep—, enten­di­do como el esta­do here­da­do de situa­cio­nes trau­má­ti­cas que han deja­do secue­las físi­cas y/o psi­co­ló­gi­cas que afec­tan el sen­ti­mien­to de segu­ri­dad y con­fian­za (Bue­sa y Cal­ve­te 2013).

El con­cep­to de Tras­torno por Estrés Pos­trau­má­ti­co ini­cial­men­te incluía a per­so­nas que com­ba­tie­ron en la gue­rra o que fue­ron víc­ti­mas de terro­ris­mo, pero actual­men­te el dsm-iv pone mayor énfa­sis en la reac­ción de la per­so­na, en lugar de en el tipo de acon­te­ci­mien­to trau­má­ti­co.

Eche­bu­rua y Corral (1995 cita­do en Sala­zar 2011) seña­lan que esta modi­fi­ca­ción per­mi­te incluir en este cua­dro clí­ni­co a las muje­res víc­ti­mas de vio­len­cia. Se esta­ble­ce que este tras­torno pue­de lle­gar a ser espe­cial­men­te gra­ve o dura­de­ro cuan­do el agen­te estre­san­te es obra de otros seres huma­nos. La pro­ba­bi­li­dad de pre­sen­tar este tras­torno pue­de ver­se aumen­ta­da cuan­to más inten­so o cer­ca físi­ca­men­te se encuen­tra el agen­te estre­san­te. En el caso de las víc­ti­mas de vio­len­cia domés­ti­ca, el hecho de que el agre­sor sea una per­so­na con la que la mujer tie­ne cer­ca­nía físi­ca, haya com­par­ti­do su vida o haya sido una per­so­na ama­da, agra­va la pro­ba­bi­li­dad de pre­sen­tar tep.

Estresores en el ámbito laboral

En Méxi­co, la baja del poder adqui­si­ti­vo y el incre­men­to del cos­to de la vida crea­ron con­di­cio­nes eco­nó­mi­co-socia­les que obli­ga­ron a las muje­res a incor­po­rar­se al ámbi­to labo­ral. Es decir, la mayo­ría ingre­sa por nece­si­dad eco­nó­mi­ca, pocas por desa­rro­llo per­so­nal y pro­fe­sio­nal (Chá­vez y Mar­tí­nez en Chá­vez 2008). Este pro­ce­so de incor­po­ra­ción al mun­do públi­co a tra­vés de una acti­vi­dad remu­ne­ra­da ha inci­di­do en la pobla­ción eco­nó­mi­ca­men­te acti­va pea.

En 1940, las muje­res repre­sen­ta­ban el 7.3% de la pobla­ción eco­nó­mi­ca­men­te acti­va; en 1970 el 19% y actual­men­te el 35% (Gon­zá­lez en Chá­vez 2004). En el 2010, de acuer­do al Cen­so de Pobla­ción y Vivien­da del inegi, las muje­res per­te­ne­cien­tes a la pobla­ción eco­nó­mi­ca­men­te acti­va eran 16 419 746.

Las muje­res ini­cial­men­te se incor­po­ran al ámbi­to públi­co como una exten­sión de las acti­vi­da­des domés­ti­cas, al ser maes­tras, enfer­me­ras, secre­ta­rias, emplea­das domés­ti­cas, es decir, vin­cu­la­das con el ser­vi­cio y cui­da­do de otros.

A medi­da que las muje­res se incor­po­ran a pues­tos de tra­ba­jo tra­di­cio­nal­men­te desem­pe­ña­dos por hom­bres, aumen­tan las posi­bi­li­da­des y la nece­si­dad de ana­li­zar la influen­cia del géne­ro en la rela­ción entre enfer­me­dad y estrés en el tra­ba­jo.

Las carac­te­rís­ti­cas de la acti­vi­dad labo­ral influ­yen más en la segu­ri­dad que en las carac­te­rís­ti­cas de los tra­ba­ja­do­res. Las muje­res que ejer­cen pro­fe­sio­nes tra­di­cio­nal­men­te mas­cu­li­nas sufren los mis­mos tipos de lesio­nes con una fre­cuen­cia aná­lo­ga a la de sus com­pa­ñe­ros varo­nes. La cau­sa sue­le resi­dir en el defi­cien­te dise­ño del equi­po pro­tec­tor y no en una supues­ta rela­ti­va inca­pa­ci­dad para rea­li­zar el tra­ba­jo (Walsh, Soren­sen, Leo­nard, 1995 cita­do en Gon­zá­lez 2006).

La mayo­ría de los estu­dios sobre estrés labo­ral se han rea­li­za­do con mues­tras mas­cu­li­nas, es decir con tra­ba­ja­do­res y no así entre tra­ba­ja­do­ras, para Ramí­rez (2001) son pocos los estu­dios que se intere­san por esta­ble­cer com­pa­ra­cio­nes por géne­ro. Los estu­dios que se han efec­tua­do entre gru­pos de tra­ba­ja­do­res por lo gene­ral bus­can esta­ble­cer la rela­ción entre estrés y con­di­cio­nes de tra­ba­jo (orga­ni­za­cio­nal, de desa­rro­llo pro­fe­sio­nal, de fun­ción, de tarea, de ambien­te de tra­ba­jo, de rota­ción de turno) y entre estrés y enfer­me­dad.

Mien­tras que los hom­bres mues­tran en gene­ral una alta corre­la­ción entre el nivel de estrés en el tra­ba­jo y la res­pues­ta bio­ló­gi­ca al mis­mo, en el caso de las muje­res las res­pues­tas psi­co­fi­sio­ló­gi­cas en el tra­ba­jo están estre­cha­men­te vin­cu­la­das con sus res­pues­tas al estrés pos­te­rior al tra­ba­jo, el que se pro­du­ce duran­te las horas que están en sus domi­ci­lios. Se des­pren­de que se pro­du­ce un nivel de estrés en las tra­ba­ja­do­ras madres de fami­lia mucho más alto que el de los hom­bres, lo cual reper­cu­te en su salud y en su tra­ba­jo.

En cuan­to a los estre­so­res orga­ni­za­cio­na­les, cono­ci­dos como macro­fe­nó­me­nos, ya que están aso­cia­dos a una pers­pec­ti­va glo­bal del tra­ba­jo. Por ejem­plo, el cli­ma orga­ni­za­cio­nal que tie­ne que ver con el ambien­te que pre­va­le­ce en el lugar de tra­ba­jo, va a depen­der de la inter­ac­ción entre las per­so­nas, así como de las metas tan­to per­so­na­les como orga­ni­za­cio­na­les. El cli­ma orga­ni­za­cio­nal pue­de gene­rar que las per­so­nas gocen de un ambien­te rela­ja­do con poco estrés o que sufran un ambien­te ten­so de tra­ba­jo y como con­se­cuen­cia un estrés inten­so.

Hom­bres y muje­res sufren la ten­sión deri­va­da de la ambi­güe­dad de rol, la inse­gu­ri­dad labo­ral, la pre­sión tem­po­ral. Pero hay estre­so­res cró­ni­cos sufri­dos más típi­ca­men­te por las muje­res:

Las orga­ni­za­cio­nes tam­bién son enti­da­des social­men­te cons­trui­das, por lo tan­to no son inmu­nes a los roles y este­reo­ti­pos de géne­ro. Un estre­sor impor­tan­te para las muje­res es la polí­ti­ca orga­ni­za­cio­nal, ya que a par­tir de las deter­mi­nan­tes socia­les y estruc­tu­ra­les, es pro­ba­ble que ellas dis­pon­gan de menor poder por­que en su mayo­ría se dis­tri­bu­yen en pues­tos de bajo esta­tus orga­ni­za­cio­nal: deri­van­do en dos fenó­me­nos: el techo de cris­tal y la pared mater­nal.

El techo de cris­tal se refie­re a las barre­ras invi­si­bles que difi­cul­tan la pro­mo­ción de las muje­res en pues­tos de alta direc­ción y las hacen que­dar estan­ca­das en posi­cio­nes  pro­fe­sio­na­les infe­rio­res, debi­do a la per­cep­ción social sobre la fal­ta de capa­ci­dad de las muje­res para ocu­par pues­tos direc­ti­vos, que impli­can mayor poder y mayor capa­ci­dad para tomar deci­sio­nes. Esta es una situa­ción dis­cri­mi­na­to­ria en las orga­ni­za­cio­nes labo­ra­les ya que a pesar de las eje­cu­cio­nes sobre­sa­lien­tes de las muje­res, se encuen­tran con ese obs­tácu­lo que no les per­mi­te inser­tar­se en los pues­tos de mayor jerar­quía ocu­pa­cio­nal, gene­ran­do nive­les de estrés ele­va­dos.

La pared mater­nal se refie­re a muje­res que tie­nen hijos y se asu­me que su com­pro­mi­so orga­ni­za­cio­nal será reem­pla­za­do por el com­pro­mi­so con sus hijos, a par­tir de esta pre­mi­sa se le asig­na­rán tareas menos impor­tan­tes que limi­tan sus opor­tu­ni­da­des de desa­rro­llo en su carre­ra labo­ral.

Chá­vez y Mar­tí­nez (2008, en Chá­vez 2008), men­cio­nan que las muje­res inser­tas en el ámbi­to labo­ral desem­pe­ñan una doble y tri­ple jor­na­da que gene­ra una sobre­car­ga de tra­ba­jo ya que han de res­pon­der a las exi­gen­cias del ámbi­to fami­liar y labo­ral. La deman­da social que impli­ca ser madre y ser eco­nó­mi­ca­men­te acti­va pro­du­ce un alto gra­do de cul­pa­bi­li­dad. Esta sobre­car­ga de tra­ba­jo com­pli­ca la capa­ci­dad de las muje­res para rela­jar­se, afec­tan­do su salud men­tal y físi­ca (Fer­nán­dez y Mar­tí­nez 2009).

El hos­ti­ga­mien­to y aco­so sexual se defi­nen como una impo­si­ción no desea­da de reque­ri­mien­tos sexua­les en el con­tex­to de una rela­ción des­igual de poder, este últi­mo deri­va­do de la posi­bi­li­dad de dar bene­fi­cios o impo­ner pri­va­cio­nes, exis­tien­do caren­cia de reci­pro­ci­dad en quien reci­be estos acer­ca­mien­tos sexua­les. Son for­mas de vio­len­cia labo­ral debi­do a que aten­tan con­tra la inte­gri­dad físi­ca, psi­co­ló­gi­ca y eco­nó­mi­ca de las per­so­nas, dis­mi­nu­yen y/o eli­mi­nan sus opor­tu­ni­da­des de desa­rro­llo pro­fe­sio­nal, así como la posi­bi­li­dad de tra­ba­jar en un ambien­te sano, digno y segu­ro y decre­men­tan la auto­es­ti­ma al gene­rar un esta­do per­ma­nen­te de ten­sión emo­cio­nal. Esta es una carac­te­rís­ti­ca deter­mi­nan­te de estrés en la mujer tra­ba­ja­do­ra. Las muje­res tie­nen una mayor pro­ba­bi­li­dad que los hom­bres de sufrir hos­ti­ga­mien­to y aco­so sexual, aun­que los hom­bres tam­bién pue­den ser suje­tos de este tipo de vio­len­cia, pero esta­dís­ti­ca­men­te el pro­ble­ma es menor para ellos.

La razón prin­ci­pal del hos­ti­ga­mien­to y el aco­so sexual es la estruc­tu­ra ver­ti­cal y jerár­qui­ca de las ins­ti­tu­cio­nes o empre­sas, pues favo­re­ce el ejer­ci­cio de poder en con­tra del per­so­nal subor­di­na­do. Las muje­res se encuen­tran en una situa­ción de subor­di­na­ción, en tér­mi­nos cul­tu­ra­les, que las hace más vul­ne­ra­bles a ese tipo de agre­sio­nes.

Los efec­tos del hos­ti­ga­mien­to y el aco­so sexual son estrés físi­co y emo­cio­nal que se ve refle­ja­do en la salud y en la pro­duc­ti­vi­dad.

Conclusiones

Es impor­tan­te resal­tar que exis­ten fuen­tes de estrés pro­pias para cada géne­ro, por ejem­plo: las muje­res más que los hom­bres pue­den enfren­tar­se a situa­cio­nes en el ámbi­to fami­liar, tales como ser espo­sa, madre y ama de casa, ejer­cer la jefa­tu­ra de la fami­lia, ser víc­ti­mas de vio­len­cia domés­ti­ca y ade­más, en el ámbi­to labo­ral enfren­tar­se a los pre­jui­cios sexis­tas que limi­tan su posi­bi­li­dad de desa­rro­llo. Tam­bién se reco­no­ce que los hom­bres se enfren­tan a situa­cio­nes difí­ci­les que les gene­ran altos nive­les de estrés y que impac­tan su salud, pero que cuen­tan con recur­sos dis­tin­tos y pre­su­pues­tos cul­tu­ra­les e ideo­ló­gi­cos que defi­nen sus com­por­ta­mien­tos en for­ma dife­ren­te.

Se pue­de apre­ciar que el estrés ambien­tal es un tema muy amplio, los fac­to­res estre­so­res se encuen­tran en diver­sas mag­ni­tu­des en dis­tin­tos esce­na­rios y es nece­sa­rio eva­luar los espa­cios don­de se desem­pe­ñan hom­bres y muje­res para tomar medi­das que per­mi­tan una mejor cali­dad de vida.

Des­de la pers­pec­ti­va de géne­ro se pre­ten­de visi­bi­li­zar la con­di­ción de las muje­res en sus acti­vi­da­des, sus vidas, sus espa­cios y la for­ma en que con­tri­bu­yen a la reali­dad social. En este sen­ti­do es nece­sa­rio que inves­ti­ga­cio­nes futu­ras rede­fi­nan la con­cep­tua­li­za­ción y los fac­to­res de estrés que impac­tan la salud y la cali­dad de vida de las muje­res. Es impor­tan­te decons­truir los con­cep­tos, roles y este­reo­ti­pos basa­dos en los dis­cur­sos socia­les impe­ran­tes que lle­van a rela­cio­nes des­igua­les. Es nece­sa­rio sen­si­bi­li­zar a hom­bres y muje­res para pro­mo­ver una cul­tu­ra basa­da en la equi­dad de géne­ro.

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Notas

1. Pro­fe­so­ra Asig­na­tu­ra “B” de la Carre­ra de Psi­co­lo­gía de la Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la. UNAM. Correo elec­tró­ni­co romase_unam@hotmail.com