Aceptación y rechazo al narcotráfico: un estudio intergeneracional sobre distancia social y nivel de contacto Descargar este archivo (10. Aceptación y rechazo al narcotráfico.pdf)

David Moreno Candil1, Fátima Flores Palacios2

Universidad Nacional Autónoma de México

Resu­men

En el pre­sen­te estu­dio se explo­ró el rechazo/aceptación al nar­co­trá­fi­co a tra­vés de la dis­tan­cia social y el nivel de con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes que repor­ta­ron dos cohor­tes gene­ra­cio­na­les. Los par­ti­ci­pan­tes del estu­dio son ori­gi­na­rios de una región en Méxi­co que tie­ne una lar­ga his­to­ria con el nar­co­trá­fi­co. Par­ti­ci­pa­ron un total de 228 suje­tos divi­di­dos por edad: meno­res de 30 años y mayo­res de 50 años. Los par­ti­ci­pan­tes res­pon­die­ron a un cues­tio­na­rio para eva­luar la dis­tan­cia social y el nivel de con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes (α=0.843). Los resul­ta­dos mues­tran que las per­so­nas jóve­nes expre­san menor dis­tan­cia social hacia los nar­co­tra­fi­can­tes en com­pa­ra­ción con los adul­tos. En lo que res­pec­ta al nivel de con­tac­to, se encon­tró que los adul­tos repor­ta­ron tener “nulo” con­tac­to con los nar­co­tra­fi­can­tes en mayor gra­do que los jóve­nes; mien­tras que los jóve­nes repor­ta­ron tener “alto” con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes en mayor medi­da que los adul­tos.

Pala­bras cla­ve: Nar­co­trá­fi­co, Dis­tan­cia social, Jóve­nes, Inten­ción de con­tac­to

Abs­tract

The pre­sent study explo­red the acceptance/repulse towards drug traf­fic­king through the social dis­tan­ce and degree of con­tact expres­sed by two gene­ra­tio­nal cohorts regar­ding drug dea­lers. The par­ti­ci­pants of study were from a region in Mexi­co that has had a long his­tory with drug traf­fic­king. A total of 228 peo­ple par­ti­ci­pa­ted in the study, they were divi­ded accor­ding to age: youth (18 to 30 years old) and adults (over 50 years of age). The par­ti­ci­pants res­pon­ded to a ques­tion­nai­re desig­ned to eva­lua­te the social dis­tan­ce to drug traf­fic­kers and the degree of con­tact with this group (α=0.843). The results sho­wed that young par­ti­ci­pants expres­sed less social dis­tan­ce towards drug traf­fic­king than the adults. Regar­ding the degree of con­tact, adults expres­sed “null” con­tact with drug traf­fic­kers sig­ni­fi­cantly higher than young res­pon­dents; whe­reas young res­pon­dents expres­sed a “high” degree of con­tact with traf­fic­kers sig­ni­fi­cantly lar­ger than the adult res­pon­dents.

Key­words: Drug traf­fic­king, social dis­tan­ce, Youth, Con­tact intent

Introducción

El nar­co­trá­fi­co es una acti­vi­dad delic­ti­va que se refie­re al cul­ti­vo, pro­duc­ción, dis­tri­bu­ción y ven­ta de sus­tan­cias ilí­ci­tas (Uni­ted Nations, 2013). Como muchos otros paí­ses de Amé­ri­ca Lati­na, Méxi­co tie­ne una lar­ga his­to­ria con esta acti­vi­dad (Astor­ga, 2005; Val­dés Cas­te­lla­nos, 2013), sin embar­go, en fechas recien­tes se ha con­ver­ti­do en uno de los ele­men­tos más repre­sen­ta­ti­vos del país, prin­ci­pal­men­te lo que tie­ne que ver con la vio­len­cia, influen­cia y poder de los gru­pos delic­ti­vos mexi­ca­nos.

De diciem­bre de 2006 a octu­bre de 2013, alre­de­dor de 100 mil per­so­nas murie­ron a cau­sa de enfren­ta­mien­tos entre orga­ni­za­cio­nes cri­mi­na­les y/o entre las fuer­zas del Esta­do (Inves­ti­ga­cio­nes Zeta, 2013; Mar­tí­nez, 16 de febre­ro de 2013). La cifra ante­rior no inclu­ye a todas las víc­ti­mas: de 2006 a 2011, se regis­tra­ron alre­de­dor de 45 mil per­so­nas des­apa­re­ci­das (Mar­tín, 2011); tan solo en 2011, 160 mil per­so­nas se vie­ron obli­ga­das a aban­do­nar sus comu­ni­da­des por temor a ser víc­ti­mas de los gru­pos cri­mi­na­les (Noti­mex, 20 de abril de 2012). Final­men­te, el impac­to de la vio­len­cia no se limi­ta a las per­so­nas que la sufren direc­ta­men­te, sino que se expan­de a aque­llas que se encuen­tran pró­xi­mas a ésta. En este sen­ti­do, sola­men­te en rela­ción al homi­ci­dio dolo­so, en el 2010, se con­ta­bi­li­za­ron más de 64 mil víc­ti­mas invi­si­bles, es decir, per­so­nas que son indi­rec­ta­men­te afec­ta­das por el homi­ci­dio de la víc­ti­ma (Ramí­rez de Alba Leal, 2012). Con todo esto, no sor­pren­de que en el lis­ta­do de las 50 ciu­da­des más peli­gro­sas del mun­do en 2013, nue­ve sean mexi­ca­nas (Redac­ción AN, 17 de enero de 2014).

Si algo se pue­de con­cluir de las cifras ante­rio­res es que, el nar­co­trá­fi­co es peli­gro­so para quie­nes se invo­lu­cran en él, para quie­nes lo com­ba­ten, e inclu­so para aque­llos que pese a no estar invo­lu­cra­dos en esta acti­vi­dad se encuen­tran cer­ca­nos a este fenó­meno. Dada la alta peli­gro­si­dad rela­cio­na­da con la cer­ca­nía al nar­co­trá­fi­co, se espe­ra­ría que las per­so­nas pro­cu­ra­sen man­te­ner la mayor dis­tan­cia posi­ble de la mis­ma y de quie­nes se dedi­can a ella, es decir, que fue­se una acti­vi­dad alta­men­te recha­za­da. Sin embar­go, en oca­sio­nes ocu­rre lo con­tra­rio, lo que se obser­va en algu­nos luga­res es que el nar­co­trá­fi­co ha tran­si­ta­do “(…) de un fenó­meno que de rela­ti­va­men­te mar­gi­nal pasó a ser par­te de la vida coti­dia­na, a per­mear la socie­dad y a impo­ner­le, has­ta cier­to pun­to, sus reglas de jue­go (…)” (Astor­ga, 2004, pp. 88–89). Lo ante­rior se hace evi­den­te en cómo se suman cada vez más inte­gran­tes a las hues­tes del cri­men orga­ni­za­do (Gar­du­ño, 31 de mar­zo 2013) o tam­bién, cómo esta acti­vi­dad sir­ve de sus­tra­to para diver­sas pro­duc­cio­nes cul­tu­ra­les (ver por ejem­plo Cór­do­va, 2007; De la Gar­za, 2008; Men­do­za Rock­well, 2008).

Por tan­to, en rela­ción al nar­co­trá­fi­co en Méxi­co, exis­ten al menos dos ten­den­cias: por un lado, ale­jar­se de la acti­vi­dad y sus agen­tes, cuyo caso extre­mo se apre­cia en las per­so­nas que aban­do­nan sus comu­ni­da­des a raíz de la vio­len­cia gene­ra­da por los gru­pos delic­ti­vos; y por otro, de quie­nes se acer­can a la acti­vi­dad y sus agen­tes, cuyo caso extre­mo se apre­cia en quie­nes deci­den dedi­car­se al nar­co­trá­fi­co. Con el fin de inda­gar la acep­ta­ción o el recha­zo al nar­co­trá­fi­co, en el pre­sen­te estu­dio se explo­ró la dis­tan­cia social y el nivel de con­tac­to que esta­ble­cen dis­tin­tos cohor­tes gene­ra­cio­na­les en rela­ción a los nar­co­tra­fi­can­tes.

El con­cep­to de dis­tan­cia social tie­ne una lar­ga tra­yec­to­ria en los cam­pos de la socio­lo­gía y la psi­co­lo­gía social, si bien, sus orí­ge­nes se pue­den tra­zar a los tra­ba­jos de Durkheim, Sim­mel, y Park (Artea­ga & Lara, 2004; Bichi, 2008; Garri­do & Álva­ro, 2007), será Bogar­dus (1925a;1925b; 1933) quien desa­rro­lle una herra­mien­ta para medir dicho cons­truc­to. La dis­tan­cia social se refie­re a los nive­les de sim­pa­tía y com­pre­sión entre indi­vi­duos y/o gru­pos, que tie­nen que ver con la dis­po­si­ción a esta­ble­cer rela­cio­nes con gru­pos dis­tin­tos (Bogar­dus, 1925a). Pese a que se han desa­rro­lla­do diver­sas estra­te­gias para eva­luar la dis­tan­cia social, que difie­ren en mayor o menor gra­do de la pro­pues­ta ori­gi­nal de Bogar­dus, la idea sub­ya­cen­te sigue sien­do que, de for­ma aná­lo­ga a la dis­tan­cia físi­ca, se pue­den esta­ble­cer cri­te­rios para eva­luar lo “cer­ca o lejos” que se asu­men los gru­pos socia­les entre sí. Los estu­dios de dis­tan­cia social común­men­te remi­ten a fenó­me­nos como los pre­jui­cios, dis­cri­mi­na­ción y/o con­flic­tos inter­gru­pa­les, de tal modo que, la dis­tan­cia social que expre­sen los suje­tos pue­de inter­pre­tar­se como una for­ma de recha­zo o acep­ta­ción de un gru­po a otro (e.g. Brady & Kaplan, 2009); sea este de un gru­po mayo­ri­ta­rio a uno mino­ri­ta­rio (por ej. Her­nán­dez Soto, 2005), o bien de los gru­pos mino­ri­ta­rios a los mayo­ri­ta­rios (e.g. Ran­dall & Del­brid­ge, 2005).

Dado que la dis­tan­cia social tie­ne que ver con la dis­po­si­ción que expre­san los miem­bros de un gru­po para rela­cio­nar­se con los de otro, es un requi­si­to que en el con­tex­to social en cues­tión exis­ta en efec­to la posi­bi­li­dad de que se den dichas rela­cio­nes. Por tal moti­vo, con­si­de­ran­do el obje­ti­vo del pre­sen­te estu­dio, se encues­tó a suje­tos ori­gi­na­rios del esta­do de Sina­loa, región que se ha carac­te­ri­za­do por la pre­sen­cia his­tó­ri­ca del nar­co­trá­fi­co, por ende la posi­bi­li­dad que tie­nen los habi­tan­tes de rela­cio­nar­se con nar­co­tra­fi­can­tes es alta.

Un pequeño esbozo de la relación de Sinaloa con el narcotráfico

El esta­do de Sina­loa se encuen­tra ubi­ca­do en el noroes­te de Méxi­co y, “cuan­do en Méxi­co se habla de nar­co­trá­fi­co, auto­má­ti­ca­men­te se pien­sa en Sina­loa.” (Proceso,2011, p.7). Sina­loa ha sido una enti­dad cla­ve en el desa­rro­llo y actua­li­dad del nar­co­trá­fi­co mexi­cano por varias razo­nes. En pri­mer lugar, habría que seña­lar la pre­sen­cia his­tó­ri­ca de la acti­vi­dad en la enti­dad, por ejem­plo, exis­te evi­den­cia que el cul­ti­vo de ener­van­tes como la mari­gua­na y ama­po­la, se remon­ta a fina­les del siglo XIX, se inten­si­fi­có a par­tir de los años 40 del siglo pasa­do, y ha per­sis­ti­do has­ta la fecha (Astor­ga, 2005; Val­dés Cas­te­lla­nos, 2013).

Otro pun­to a con­si­de­rar es que, pese a que las orga­ni­za­cio­nes cri­mi­na­les que han domi­na­do el nar­co­trá­fi­co en Méxi­co se nom­bran a par­tir de su asen­ta­mien­to geo­grá­fi­co (e.g. Cár­tel de Juá­rez, Cár­tel de Tijua­na), los líde­res prin­ci­pa­les de estas orga­ni­za­cio­nes han sido mayo­ri­ta­ria­men­te sina­loen­ses; des­de Miguel Félix Gallar­do has­ta Joa­quín “el cha­po” Guz­mán, pasan­do por los her­ma­nos Are­llano Félix y Ama­do Carri­llo, la gran mayo­ría de los capos que han ates­ta­do las notas alu­si­vas al nar­co­trá­fi­co han sido de ori­gen sina­loen­se (Astor­ga, 2005; Blan­cor­ne­las, 2006; Osorno, 2009; Val­dés Cas­te­lla­nos, 2013). Auna­do a lo ante­rior, vale la pena seña­lar que el Cár­tel de Sina­loa se con­si­de­ra actual­men­te como la orga­ni­za­ción cri­mi­nal más fuer­te del país, cuya influen­cia se expan­de por Esta­dos Uni­dos, Cen­tro y Sur Amé­ri­ca, Euro­pa e inclu­so Asia (Nájar, 2012).

La pre­sen­cia del nar­co­trá­fi­co en la enti­dad tam­bién se ha tra­du­ci­do en vio­len­cia, espe­cial­men­te homi­ci­dios dolo­sos y enfren­ta­mien­tos arma­dos. En 2013, Sina­loa se ubi­có en el segun­do lugar nacio­nal en tasa de homi­ci­dios con 41.19 casos por cada 100 mil habi­tan­tes, cifra con­si­de­ra­ble­men­te supe­rior al pro­me­dio nacio­nal que fue de 15.3 casos por cada 100 mil habi­tan­tes (Lozano, 2014). Si bien, es difí­cil atri­buir la tota­li­dad de estos homi­ci­dios al cri­men orga­ni­za­do, la orga­ni­za­ción Méxi­co Eva­lúa esti­ma que en el perío­do que abar­ca de 2006 a 2010, del total de homi­ci­dios que se come­tie­ron en Sina­loa, el 85.8% de ellos fue­ron el resul­ta­do de riva­li­dad entre gru­pos cri­mi­na­les, el por­cen­ta­je más alto de todo el país en ese perío­do (Ramí­rez de Alba Leal, 2012). Final­men­te, tam­bién en 2013, Culia­cán, la capi­tal de Sina­loa, apa­re­ció en el lugar 16 en el lis­ta­do de las 50 ciu­da­des más vio­len­tas del mun­do (Redac­ción AN, 17 de enero de 2014).

Curio­sa­men­te, la pre­sen­cia del nar­co­trá­fi­co en Sina­loa no solo ha sig­ni­fi­ca­do vio­len­cia. A la par del desa­rro­llo cri­mi­nal de la acti­vi­dad, tam­bién se ha sus­ci­ta­do un desa­rro­llo eco­nó­mi­co a par­tir del nar­co­trá­fi­co en Sina­loa. Es común escu­char que los tra­fi­can­tes cual ban­di­dos gene­ro­sos, usan­do el con­cep­to de Hobs­bawn (2011), invier­ten par­te de sus for­tu­nas en bene­fi­cio de sus pue­blos de ori­gen, en pala­bras de Astor­ga (2004), este tipo de accio­nes así como su invo­lu­cra­mien­to en nego­cios legí­ti­mos ha “(…) crea­do las con­di­cio­nes pro­pi­cias para el sur­gi­mien­to de las for­mas de per­ci­bir a la acti­vi­dad [nar­co­trá­fi­co] y a quie­nes la rea­li­zan como estig­ma o emble­ma (…)” (p. 71). Lo que se ilus­tra con este últi­mo pun­to es un posi­cio­na­mien­to ambi­va­len­te en rela­ción al nar­co­trá­fi­co en Sina­loa: la acti­vi­dad gene­ra estra­gos, tie­ne reper­cu­sio­nes nega­ti­vas, sin embar­go, tam­bién tie­ne reper­cu­sio­nes posi­ti­vas. Por su lar­ga rela­ción y pri­ma­cía en esta acti­vi­dad, ana­li­zar la rela­ción de los sina­loen­ses con el nar­co­trá­fi­co, pue­de ayu­dar a enten­der lo que está pasan­do en el res­to de Méxi­co, y cómo esta acti­vi­dad, pese a su peli­gro­si­dad sigue ganan­do adep­tos (Gon­zá­lez Val­dés, 2013a).

Método

Participantes

En el pre­sen­te estu­dio par­ti­ci­pa­ron 228 per­so­nas ori­gi­na­rias del esta­do de Sina­loa, resi­den­tes de Culia­cán. El cri­te­rio de selec­ción de los suje­tos fue su per­te­nen­cia a uno de dos cohor­tes gene­ra­cio­na­les: meno­res de 30 años (n=122) y mayo­res de 50 años (n=106).

Cuestionario aplicado

Para el pre­sen­te estu­dio se emplea­ron ocho ítems de la Esca­la de Pro­xi­mi­dad Psi­co­so­cial al Nar­co­trá­fi­co (Moreno Can­dil & Flo­res Pala­cios, 2013) que corres­pon­den a la dimen­sión de dis­tan­cia social y de nivel de con­tac­to. Los pri­me­ros sie­te ítems corres­pon­den a la dimen­sión de dis­tan­cia social, en los cua­les se le pidió a los suje­tos que expre­sa­sen su dis­po­si­ción, en for­ma­to Likert a seis pun­tos (0= nun­ca, y 5= siem­pre), para esta­ble­cer rela­cio­nes de dis­tin­tos gra­dos de inti­mi­dad con nar­co­tra­fi­can­tes. La con­sis­ten­cia inter­na de estos ítems, eva­lua­da a tra­vés del Alfa de Cron­bach fue de 0.851.

En el octa­vo ítem de la esca­la, se le pidió a los suje­tos que res­pon­die­ran sobre el nivel de con­tac­to que tie­nen con per­so­nas que se dedi­can al nar­co­trá­fi­co (Con­si­de­ran­do a las per­so­nas con las que Ud. inter­ac­túa habi­tual­men­te, ¿cono­ce a alguien que se dedi­que al nar­co­trá­fi­co?). Nue­va­men­te se ofre­ció una esca­la gra­dua­da a 6 pun­tos (0= no conoz­co a nadie que se dedi­que al nar­co­trá­fi­co, y 5 = sí, per­so­nas con las que con­vi­vo con mucha fre­cuen­cia). La con­sis­ten­cia inter­na de la esca­la inclu­yen­do este ítem en con­jun­to con los sie­te que corres­pon­den a la dis­tan­cia social hacia el nar­co­trá­fi­co fue de 0.843.

Procedimiento

El cues­tio­na­rio fue apli­ca­do median­te un mues­treo por opor­tu­ni­dad (Cooli­can, 2005) a suje­tos naci­dos en Sina­loa y que radi­ca­sen en Culia­cán. La esca­la se apli­có en diver­sos hora­rios duran­te los pri­me­ros meses de 2013 en las prin­ci­pa­les pla­zas públi­cas de la ciu­dad, así como otros pun­tos de reu­nión de la ciu­da­da­nía, tales como cen­tros comer­cia­les, mer­ca­dos y par­ques. Se les expli­có a los poten­cia­les par­ti­ci­pan­tes que se esta­ba “rea­li­zan­do una inves­ti­ga­ción con fines de cono­cer la opi­nión de la ciu­da­da­nía sobre el fenó­meno del nar­co­trá­fi­co”. Dado el carác­ter sen­si­ble de la temá­ti­ca tra­ta­da, tam­bién se seña­ló que las res­pues­tas serían mane­ja­das de mane­ra con­fi­den­cial, por lo que no se soli­ci­ta­ría nom­bre ni nin­gún otro dato que per­mi­tie­ra su iden­ti­fi­ca­ción. Pese a este seña­la­mien­to, un gran núme­ro de per­so­nas se rehu­sa­ron a par­ti­ci­par en el estu­dio al cono­cer la temá­ti­ca del mis­mo. Para el aná­li­sis de los datos se uti­li­zó el pro­gra­ma esta­dís­ti­co SPSS 21.0 (IBM Cor­po­ra­tion, 2012).

Resultados

Dis­tan­cia social en rela­ción a los nar­co­tra­fi­can­tes

Se esti­mó el Índi­ce de Dis­tan­cia Social hacia los nar­co­tra­fi­can­tes (IDSN). Este índi­ce corres­pon­de a la suma­to­ria de las pun­tua­cio­nes de cada uno de los sie­te ítems que com­po­nen la dimen­sión de dis­tan­cia social, divi­di­da entre el valor máxi­mo posi­ble, de tal for­ma que se obtie­ne un valor entre 0 y 1 para cada suje­to. Recor­dan­do la direc­ción de la esca­la, tene­mos que a menor pun­ta­je mayor recha­zo (mayor dis­tan­cia social), es decir, los suje­tos expre­sa­ron que “nun­ca” acep­ta­rían nin­gu­na de las rela­cio­nes con un nar­co­tra­fi­can­te; a mayor pun­ta­je, mayor acep­ta­ción (menor dis­tan­cia social) hacia los nar­co­tra­fi­can­tes, los suje­tos expre­sa­ron que “siem­pre” acep­ta­rían las rela­cio­nes pre­sen­ta­das con un nar­co­tra­fi­can­te.

Las pun­tua­cio­nes pro­me­dio en el IDSN en cada uno de los gru­pos con­si­de­ra­dos fue­ron lige­ra­men­te dis­tin­tas y rela­ti­va­men­te bajas (Mjóve­nes= 0.0792; Madultos=0.0502) esto se debió a que un gran núme­ro de suje­tos obtu­vo el valor de máxi­mo recha­zo (IDSN=0). Debi­do a lo ante­rior, el IDSN no se dis­tri­bu­yó nor­mal­men­te en los gru­pos con­si­de­ra­dos, por tan­to, para com­pa­rar las res­pues­tas dadas por cada gru­po se recu­rrió a prue­bas no-para­mé­tri­cas (Cooli­can, 2005).

Al con­tras­tar las res­pues­tas dadas en cada ítem, así como los pun­ta­jes obte­ni­dos en el IDSN, median­te la prue­ba U de Mann-Whit­ney (Cooli­can, 2005), se encon­tra­ron dife­ren­cias esta­dís­ti­ca­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vas en dos de los ítems (“ser vecino de un nar­co­tra­fi­can­te” y “que un fami­liar se dedi­que al nar­co­trá­fi­co) , así como en el IDSN (Tabla 1). En los tres casos los ran­gos pro­me­dios son mayo­res en los jóve­nes que en los adul­tos.

Tabla 1. Diferencias en rangos promedio de ítems e Índice de Distancia Social hacia los Narcotraficantes

Ítem

Cohor­te gene­ra­cio­nal (ran­go pro­me­dio)

U

Jóve­nes

Adul­tos

Ser vecino de un nar­co­tra­fi­can­te*

122.60

105.18

5478*

Un fami­liar se dedi­que al nar­co­trá­fi­co**

126.01

101.25

5062**

Índi­ce de Dis­tan­cia social*

123.99

103.66

5316*

*Diferencia estadísticamente significativa a p≤0.05 ** Diferencia estadísticamente significativa a p≤0.01

Con­si­de­ran­do que el obje­ti­vo del pre­sen­te estu­dio fue eva­luar la aceptación/rechazo al nar­co­trá­fi­co a tra­vés de la dis­tan­cia social hacia los nar­co­tra­fi­can­tes, se optó por reco­di­fi­car los resul­ta­dos obte­ni­dos. Nue­va­men­te, la esca­la está pun­tua­da de tal for­ma que el recha­zo al nar­co­trá­fi­co vie­ne dado por el valor de 0, mien­tras que los valo­res res­tan­tes (del 1 al 5 en cada ítem) expre­san un nivel de no-recha­zo hacia los nar­co­tra­fi­can­tes. Dicho de otro modo, los par­ti­ci­pan­tes que obtu­vie­ron un IDSN de 0 están expre­san­do un recha­zo total hacia cual­quier tipo de rela­ción con nar­co­tra­fi­can­tes. Al con­tra­rio, los par­ti­ci­pan­tes que obtu­vie­ron valo­res en el IDSN mayo­res a 0, no están expre­san­do recha­zo total hacia los nar­co­tra­fi­can­tes, es decir, inde­pen­dien­te­men­te de la mag­ni­tud del IDSN, un valor mayor a 0 impli­ca un nivel de pro­cli­vi­dad a acep­tar rela­cio­nar­se con nar­co­tra­fi­can­tes. Al con­si­de­rar esta nue­va codi­fi­ca­ción se hacen más cla­ras las dife­ren­cias en los gru­pos encues­ta­dos.

Tabla 2. Rechazo/no-rechazo al contacto con narcotraficantes

Cohor­te gene­ra­cio­nal

Recha­zo al con­tac­to

No-recha­zo al con­tac­to

Jóve­nes

37.7%

62.3%

Adul­tos

54.7%

45.3%

Se pue­de apre­ciar una inver­sión en los por­cen­ta­jes de par­ti­ci­pan­tes que expre­sa­ron recha­zo y los que expre­sa­ron no-recha­zo al con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes al con­si­de­rar el cohor­te gene­ra­cio­nal al que per­te­ne­cen los suje­tos (Tabla 2). Mien­tras que más de la mitad de los adul­tos expre­san recha­zo al con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes (54.7%), solo poco más de la ter­ce­ra par­te de los jóve­nes encues­ta­dos (37.7%) com­par­ten esta posi­ción. Al con­si­de­rar el no-recha­zo, los roles se invier­ten, más de la mitad de los jóve­nes (62.3%) repor­ta­ron valo­res de IDSN que los colo­can en esta cate­go­ría, a dife­ren­cia del 45.3% de los adul­tos. Cabe seña­lar que estas dife­ren­cias son esta­dís­ti­ca­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vas (χ2 (1, N=228)= 6.617, p≤0.01), por tan­to, el cohor­te gene­ra­cio­nal al que per­te­ne­cen los par­ti­ci­pan­tes sí influ­yó en el recha­zo o no en rela­ción al con­tac­to con los nar­co­tra­fi­can­tes.

Nivel de contacto con narcotraficantes

El nivel de con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes fue eva­lua­do a tra­vés de un solo ítem. Para faci­li­tar el aná­li­sis, a mane­ra simi­lar del IDSN, los valo­res obte­ni­dos en este ítem fue­ron reco­di­fi­ca­dos. Los par­ti­ci­pan­tes que emi­tie­ron un valor de 0 repor­tan la ausen­cia de con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes o con­tac­to nulo. Los que emi­tie­ron valo­res de 1, 2 y 3 se con­si­de­ra­ron con un con­tac­to mode­ra­do con nar­co­tra­fi­can­tes, pues aun­que estos suje­tos reco­no­cen cono­cer a per­so­nas que se dedi­can al nar­co­trá­fi­co, el con­tac­to que tie­nen con estos es poco fre­cuen­te y por lo gene­ral impli­ca nula o poca inter­ac­ción de par­te del suje­to. Final­men­te, los par­ti­ci­pan­tes que emi­tie­ron valo­res de 4 y 5, se con­si­de­ra­ron con un nivel de con­tac­to alto con nar­co­tra­fi­can­tes, ya que estos valo­res remi­ten a un con­tac­to fre­cuen­te o muy fre­cuen­te con per­so­nas dedi­ca­das al nar­co­trá­fi­co.

La can­ti­dad de jóve­nes y adul­tos que repor­ta­ron con­tac­to mode­ra­do es simi­lar (55.7% y 53.8%, res­pec­ti­va­men­te), las dife­ren­cias entre los gru­pos se hacen evi­den­tes al con­si­de­rar los extre­mos en el nivel de con­tac­to. De los par­ti­ci­pan­tes que repor­ta­ron ausen­cia de con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes, el por­cen­ta­je de adul­tos es alre­de­dor del doble de el de los jóve­nes (30.2% vs. 14.8% res­pec­ti­va­men­te). Por otro lado, en el nivel alto de con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes, los roles se invier­ten, en este caso, el por­cen­ta­je de jóve­nes es casi el doble que el de adul­tos (29.5% vs. 16%). Cabe seña­lar que las dife­ren­cias en el nivel de con­tac­to de acuer­do al cohor­te gene­ra­cio­nal de los par­ti­ci­pan­tes es esta­dís­ti­ca­men­te sig­ni­fi­ca­ti­va (χ2 (2, N=228)= 10.629, p ≤ 0.01). Por tan­to, el per­te­ne­cer a deter­mi­na­do gru­po gene­ra­cio­nal sí influ­ye en el nivel de con­tac­to que se tie­ne con los nar­co­tra­fi­can­tes, sien­do mayor en los jóve­nes que en los adul­tos.

Consideraciones finales. Distancia social y nivel de contacto: El narcotráfico a través de las generaciones

En líneas ante­rio­res que­dó esta­ble­ci­do que el nar­co­trá­fi­co gene­ra vio­len­cia, la cual no se limi­ta a quie­nes par­ti­ci­pan en esta acti­vi­dad, sino que se expan­de a quie­nes la com­ba­ten y al grue­so de la comu­ni­dad, como pone en evi­den­cia la can­ti­dad de per­so­nas que han per­di­do la vida en los últi­mos años en Méxi­co. Dada la alta peli­gro­si­dad rela­cio­na­da con el nar­co­trá­fi­co, se espe­ra­ría que la comu­ni­dad bus­ca­ra man­te­ner­se ale­ja­da del mis­mo, sin embar­go, tal como mues­tran los resul­ta­dos del pre­sen­te estu­dio, inclu­so en luga­res como el esta­do de Sina­loa don­de los estra­gos de la vio­len­cia del nar­co­trá­fi­co son inne­ga­bles, no exis­te un recha­zo gene­ra­li­za­do a esta acti­vi­dad, los jóve­nes encues­ta­dos expre­sa­ron sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te menos recha­zo (menos dis­tan­cia social) hacia los nar­co­tra­fi­can­tes que los adul­tos, así como mayor fre­cuen­cia de inter­ac­ción (nivel de con­tac­to) con per­so­nas rela­cio­na­das al cri­men orga­ni­za­do. ¿A qué se debe esta dife­ren­cia entre jóve­nes y adul­tos? ¿Aca­so no son tes­ti­gos del mis­mo fenó­meno, de los mis­mos efec­tos?

Aun­que el nar­co­trá­fi­co y los nar­co­tra­fi­can­tes han exis­ti­do en Sina­loa por la mayor par­te de un siglo (Astor­ga, 2005), este fenó­meno no ha sido el mis­mo duran­te todo este tiem­po, por ende, las dis­tin­tas gene­ra­cio­nes de sina­loen­ses lo han expe­ri­men­ta­do y lo expe­ri­men­tan de for­mas dis­tin­tas (Gon­zá­lez Val­dés, 2013b). A lo lar­go de su his­to­ria en Sina­loa –al igual que en Méxi­co– se pue­den seña­lar dis­tin­tos momen­tos impor­tan­tes o hitos en el desa­rro­llo del nar­co­trá­fi­co, uno de estos corres­pon­de a la Ope­ra­ción Cón­dor, ini­cia­da en 1977, y corres­pon­de a la pri­me­ra acción mili­tar foca­li­za­da con­tra el nar­co­trá­fi­co en Méxi­co, la más gran­de des­ple­ga­da has­ta enton­ces (Astor­ga, 2005; Val­dés Cas­te­lla­nos, 2013). Este momen­to repre­sen­ta tam­bién el pun­to de cor­te para la mues­tra encues­ta­da en el pre­sen­te estu­dio: los adul­tos, que fue­ron tes­ti­gos y cre­cie­ron en un Sina­loa pre-Ope­ra­ción Cón­dor; y los jóve­nes, quie­nes nacie­ron des­pués de esta acción mili­tar, y por ende cre­cie­ron en un entorno con un nar­co­trá­fi­co muy dis­tin­to al que carac­te­ri­zó las déca­das pre­vias a los 80´s del siglo pasa­do.

¿En qué se dis­tin­gue el nar­co­trá­fi­co antes y des­pués de la Ope­ra­ción Cón­dor? En las déca­das pre­vias, el nar­co­trá­fi­co era ya un nego­cio ilí­ci­to alta­men­te redi­tua­ble en Sina­loa, sin embar­go, se man­te­nía como una acti­vi­dad mar­gi­nal, los “gome­ros”3 eran por lo gene­ral gen­te de las zonas serra­nas del Esta­do que “baja­ban” a la ciu­dad, prin­ci­pal­men­te Culia­cán, a ven­der su pro­duc­to (Astor­ga, 2004; 2005). Obvia­men­te, en Culia­cán y otras ciu­da­des había per­so­nas que tam­bién se dedi­ca­ban a esta acti­vi­dad, pese a ello, los gome­ros eran un gru­po fácil­men­te iden­ti­fi­ca­ble y dis­tin­to a los “cita­di­nos”. Uno de los efec­tos de la Ope­ra­ción Cón­dor fue que for­zó el con­tac­to entre los “serra­nos” y los “cita­di­nos”. Debi­do a la vio­len­cia y vio­la­cio­nes a los dere­chos huma­nos come­ti­das duran­te la Ope­ra­ción Cón­dor, un alto por­cen­ta­je de los sina­loen­ses de las zonas serra­nas del Esta­do, se vie­ron for­za­dos a migrar ‑más de 2 mil comu­ni­da­des fue­ron aban­do­na­das (Gon­zá­lez Val­dés, 2013a)– a los cen­tros urba­nos de Sina­loa, prin­ci­pal­men­te a Culia­cán (Lizá­rra­ga Her­nán­dez, 2004). Este pro­ce­so ocu­rrió a fina­les de la déca­da de los 70 del siglo pasa­do, por tan­to, los adul­tos que par­ti­ci­pa­ron en el estu­dio (per­so­nas mayo­res de 50 años) fue­ron tes­ti­gos de la lle­ga­da de los gome­ros a la ciu­dad, así como de la mez­cla de las tra­di­cio­nes y cos­tum­bres urba­nas y rura­les que carac­te­ri­zó a Sina­loa des­de enton­ces.

A dife­ren­cia de los adul­tos, los jóve­nes sina­loen­ses, que nacie­ron duran­te los años 80, no fue­ron tes­ti­gos de la “lle­ga­da” de los gome­ros, para ellos, el nar­co­trá­fi­co nun­ca fue una acti­vi­dad mar­gi­nal. Duran­te las déca­das de los 70´s y 80´s, a la par del cre­ci­mien­to del nar­co­trá­fi­co, se popu­la­ri­zan pelí­cu­las (Ver­tiz de la Fuen­te, 2009) y can­cio­nes (Astor­ga, 2004) que tuvie­ron como temá­ti­ca cen­tral el nar­co­trá­fi­co. Del mis­mo modo, des­de media­dos de la déca­da de los 80, en par­ti­cu­lar a par­tir del caso Cama­re­na4 (ver por ej. Val­dés Cas­te­lla­nos, 2013), comen­zó un bom­bar­deo mediá­ti­co de notas sobre el nar­co­trá­fi­co; cap­tu­ras, deco­mi­sos, des­truc­cio­nes de plan­tíos, eje­cu­cio­nes, matan­zas y deca­pi­ta­cio­nes se hicie­ron cada vez más comu­nes en la pren­sa nacio­nal. Auna­do a lo ante­rior, si bien, para las gene­ra­cio­nes pre­vias era sen­ci­llo dife­ren­ciar­se de los “gome­ros”, esta dis­tin­ción se vol­vió cada vez más com­ple­ja para futu­ras gene­ra­cio­nes, pues si bien las pri­me­ras olas de gome­ros “lle­ga­ron” de otro lugar, las sub­se­cuen­tes nacie­ron, cre­cie­ron y se desa­rro­lla­ron com­par­tien­do espa­cios con la comu­ni­dad urba­na. Por tan­to, por lo menos en el caso de Sina­loa, el nar­co­trá­fi­co para los jóve­nes siem­pre ha esta­do pre­sen­te.

Vol­vien­do sobre los resul­ta­dos del pre­sen­te estu­dio, se encon­tró una corre­la­ción mode­ra­da pero sig­ni­fi­ca­ti­va entre el Índi­ce de Dis­tan­cia Social hacia los nar­co­tra­fi­can­tes y el nivel de con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes (ρ (228)= 0.302, p≤0.001), si bien, no es posi­ble esta­ble­cer cau­sa­li­dad a par­tir de estos datos, el recuen­to his­tó­ri­co pre­ce­den­te, per­mi­te supo­ner que ha sido el mayor con­tac­to con nar­co­tra­fi­can­tes lo que ha deri­va­do menor dis­tan­cia social, y por ende, menor recha­zo que se expre­sa a esta­ble­cer rela­cio­nes con este gru­po. Diver­sos estu­dios sobre dis­tan­cia social apun­tan en esta direc­ción, el aumen­to de con­tac­to con el exogru­po, en este caso los nar­co­tra­fi­can­tes, dis­mi­nu­ye la dis­tan­cia social, el pre­jui­cio y el recha­zo, por ejem­plo: hacia los enfer­mos men­ta­les (Corri­gan, Backs Edwards, Green, Lic­key Diwan & Penn, D. L. 2001; Sen­ra-Rive­ra, De Arri­ba-Ros­set­to & Seoa­ne-Pes­que­rra, 2008), hacia otros gru­pos étni­cos (Angos­to & Mar­tí­nez, 2004; More­ra, et al., 2004), o hacia homo­se­xua­les y les­bia­nas (Toro-Alfon­so & Varas-Díaz, 2004). De hecho, des­de los tra­ba­jos pio­ne­ros de Bogar­dus, la idea de que la inter­ac­ción entre los gru­pos favo­re­ce la dis­mi­nu­ción de la dis­tan­cia social entre los mis­mos esta­ba pre­sen­te (Wark & Galliher, 2007). Habi­tual­men­te, cuan­do se dis­cu­te sobre pre­jui­cios o dis­cri­mi­na­ción, la dis­mi­nu­ción de la dis­tan­cia social entre los gru­pos es algo posi­ti­vo, sin embar­go, para el pre­sen­te caso esto qui­zás no sea lo más idó­neo.

En un con­tex­to social con­vi­ven simul­tá­nea­men­te una gran can­ti­dad de gru­pos, para el sano desa­rro­llo de dicho con­tex­to social lo ideal sería que todos estos gru­pos coexis­tie­ran de for­ma pací­fi­ca. En el con­tex­to sina­loen­se se tie­ne tam­bién una amplia gama de gru­pos socia­les, sin embar­go, uno de estos, el de los nar­co­tra­fi­can­tes, pese a gene­rar derra­ma eco­nó­mi­ca en la enti­dad, aca­rrea con­si­go gran­des cos­tos socia­les tales como la vio­len­cia e inse­gu­ri­dad. De este modo, el hecho que los jóve­nes expre­sen una ten­den­cia a acep­tar la pre­sen­cia y bus­car el con­tac­to con estos agen­tes, vuel­ve tam­bién per­mi­si­bles y acep­ta­bles las accio­nes delic­ti­vas que estos rea­li­zan. De este modo, el pro­ble­ma no radi­ca mera­men­te en la acep­ta­ción de los agen­tes, sino la acep­ta­ción implí­ci­ta de sus accio­nes. Como mues­tra de esta ten­den­cia en la juven­tud sina­loen­se, bas­ta refe­rir a los suce­sos ocu­rri­dos duran­te febre­ro de 2014 tras la cap­tu­ra de Joa­quín Guz­mán líder del cár­tel de Sina­loa, en estas fechas se sus­ci­ta­ron dos mani­fes­ta­cio­nes públi­cas, nutri­das prin­ci­pal­men­te de jóve­nes, para exi­gir la libe­ra­ción del capo (Val­dez, 2 de mar­zo de 2014). La acep­ta­ción laten­te y expre­sa­da en los resul­ta­dos del pre­sen­te estu­dio, se pue­de ver mate­ria­li­za­da en este tipo de accio­nes, don­de los jóve­nes salen a la defen­sa de un per­so­na­je a quien se le atri­bu­yen, direc­ta o indi­rec­ta­men­te, una amplia gama de deli­tos con gra­ves reper­cu­sio­nes para la socie­dad.

Si bien, no es posi­ble esta­ble­cer una rela­ción direc­ta entre la dis­tan­cia social y nivel de con­tac­to expre­sa­dos por los jóve­nes encues­ta­dos, estos fenó­me­nos auna­dos a las con­di­cio­nes de pobre­za, fal­ta de opor­tu­ni­da­des labo­ra­les y edu­ca­ti­vas que carac­te­ri­zan a Méxi­co en la actua­li­dad (Enci­so, 30 de julio de 2013) pue­den estar con­tri­bu­yen­do al invo­lu­cra­mien­to de este gru­po en acti­vi­da­des rela­cio­na­das al cri­men orga­ni­za­do. De este modo, la acep­ta­ción al nar­co­trá­fi­co se pue­de con­ver­tir en un pro­ble­ma más gra­ve. Pese a que el pre­sen­te estu­dio se cen­tró en una mues­tra sina­loen­se y, como que­dó esta­ble­ci­do en líneas pre­vias, exis­te una rela­ción pecu­liar entre el nar­co­trá­fi­co y Sina­loa que ha faci­li­ta­do el desa­rro­llo de estos fenó­me­nos, lo cier­to es que el nar­co­trá­fi­co no es un fenó­meno exclu­si­vo de Sina­loa, es algo que aque­ja a todo el país. Por tan­to, es posi­ble que situa­cio­nes aná­lo­gas estén ocu­rrien­do en otras lati­tu­des, si en ver­dad se pre­ten­de redu­cir los estra­gos que el nar­co­trá­fi­co gene­ra en Méxi­co es nece­sa­rio explo­rar a mayor deta­lle y a tra­vés de dis­tin­tas meto­do­lo­gías la for­ma en la que los ciu­da­da­nos que coexis­ten coti­dia­na­men­te con esta acti­vi­dad dan sen­ti­do a su inter­ac­ción con la mis­ma.

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Notas

1. Facul­tad de Psi­co­lo­gía de la Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co, dmorenocandil@gmail.com

2. Cen­tro Penin­su­lar en Huma­ni­da­des y Cien­cias Socia­les sede forá­nea de la UNAM, fatflor@servidor.unam.mx

3. De este modo se deno­mi­na­ba a quie­nes se dedi­ca­ban al cul­ti­vo y pro­ce­sa­mien­to de la ama­po­la, de la cual extraían goma de opio, por esto gome­ros.

4. Se refie­re al secues­tro, tor­tu­ra y ase­si­na­to de un agen­te encu­bier­to de la DEA (Drug Enfor­ce­ment Agency) y un pilo­to mexi­cano por miem­bros del cár­tel de Gua­da­la­ja­ra. Este hecho gene­ró ten­sio­nes entre los gobier­nos de Méxi­co y Esta­dos Uni­dos y lle­vó a que se fil­tra­ra infor­ma­ción sobre la corrup­ción al inte­rior de las fuer­zas encar­ga­das de com­ba­tir el cri­men orga­ni­za­do en Méxi­co. Even­tual­men­te con­clu­ye con la cap­tu­ra de Rafael Caro, Ernes­to Fon­se­ca y Miguel Félix, líde­res de esta orga­ni­za­ción delic­ti­va, la des­ar­ti­cu­la­ción del cár­tel de Gua­da­la­ja­ra reper­cu­ti­rá en una trans­for­ma­ción radi­cal en el mapa del nar­co­trá­fi­co mexi­cano (Astor­ga, 2005; Val­dés Cas­te­lla­nos, 2013).