Aportaciones de la perspectiva de género en la salud sexual de las mujeres discapacitadas Descargar este archivo (2 - Aportaciones perspectiva de género en la salud sexual mujeres discapacitadas)

Alba Luz Robles Mendoza1

Facultad de Estudios Superiores Iztacala UNAM

Resu­men

Se entien­de a la salud sexual como un esta­do de bien­es­tar físi­co, psí­qui­co, emo­cio­nal y social en rela­ción a la sexua­li­dad de las per­so­nas, no limi­tán­do­se a la ausen­cia de enfer­me­dad o dis­fun­ción. La salud sexual requie­re un enfo­que res­pe­tuo­so y posi­ti­vo hacia la sexua­li­dad así como la posi­bi­li­dad de tener rela­cio­nes sexua­les pla­cen­te­ras y segu­ras, libres de coer­ción, dis­cri­mi­na­ción y vio­len­cia. Por tan­to, para poder alcan­zar una bue­na salud sexual, los dere­chos sexua­les de las per­so­nas deben ser res­pe­ta­dos, pro­te­gi­dos y satis­fe­chos. Sin embar­go, las muje­res con dis­ca­pa­ci­dad sufren de una tri­ple dis­cri­mi­na­ción, por su géne­ro, por estar limi­ta­das físi­ca o psí­qui­ca­men­te y por las creen­cias cul­tu­ra­les en torno a su sexua­li­dad. Por ello, en esta inves­ti­ga­ción se pre­ten­de ana­li­zar cuá­les son las apor­ta­cio­nes de la pers­pec­ti­va de géne­ro que per­mi­tan el desa­rro­llo de la salud sexual en las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­ta­das y en espe­cial de las muje­res.

Pala­bras cla­ve: Dis­ca­pa­ci­dad, géne­ro, salud sexual, salud repro­duc­ti­va, muje­res.

 

Abs­tract

Sexual health means psy­chi­cal, emo­tio­nal and social well-being in rela­tion to peo­ple sexua­lity, not limi­ted to the sick­ness or dys­fun­ction absen­ce. Sexual health needs res­pect and posi­ti­ve approach to the sexua­lity as well as the pos­si­bi­lity of having plea­su­ra­ble and safe sex free of coer­cion, dis­cri­mi­na­tion and vio­len­ce. The­re­fo­re in order to achie­ve good sexual health, the sexual rights of the peo­ple have to be res­pec­ted, pro­tec­ted and ful­fi­lled. Howe­ver women with disa­bi­li­ties suf­fer a tri­ple dis­cri­mi­na­tion for being women that are phy­si­cally limi­ted and for the cul­tu­ral beliefs about their sexua­lity. The­re­fo­re, this research pre­tends to analy­ze which are the con­tri­bu­tions of the gen­der pers­pec­ti­ve that allows the sexual health deve­lop­ment in the peo­ple with disa­bi­li­ties and women.

Key words: Disa­bi­li­ties, Gen­der, Sexual Health, Repro­duc­ti­ve Health, Women.

Introducción

Acer­car­nos al tema de la salud sexual en muje­res dis­ca­pa­ci­ta­das es apro­xi­mar­nos al mis­mo tiem­po a la viven­cia de tres tipos de dis­cri­mi­na­cio­nes. En pri­mer momen­to, a la cons­truc­ción social de la sexua­li­dad feme­ni­na y sus limi­ta­cio­nes, en segun­do a la subor­di­na­ción social en que la pro­pia mujer se sitúa den­tro del sis­te­ma socio­cul­tu­ral domi­nan­te de tipo patriar­cal y, en ter­cer lugar, a las con­di­cio­nes dife­ren­tes en que la mujer se encuen­tra por estar en una con­di­ción físi­ca o psí­qui­ca limi­ta­da o con dis­ca­pa­ci­dad.

El tema de la dis­cri­mi­na­ción nos lle­va nece­sa­ria­men­te a pre­gun­tar­nos has­ta dón­de lle­ga nues­tra par­ti­ci­pa­ción como favo­re­ce­do­res de estas estruc­tu­ras que dis­cri­mi­nan, o al menos, actuan­do como suje­tos pasi­vos ante estas con­di­cio­nes que a tra­vés de este tra­ba­jo ana­li­za­re­mos.

El pre­sen­te tra­ba­jo ini­cia­rá con la defi­ni­ción y carac­te­rís­ti­cas de la salud sexual y los dere­chos exis­ten­tes en torno a este con­cep­to. Pos­te­rior­men­te se ana­li­za­rá la con­di­ción de la mujer dis­ca­pa­ci­ta­da y su cons­truc­ción social, fina­li­zan­do con el aná­li­sis con pers­pec­ti­va de géne­ro de la iden­ti­dad feme­ni­na en rela­ción  a los otros dos con­cep­tos.

La salud sexual y sus derechos

El con­cep­to de Salud Sexual y Repro­duc­ti­va nació como tal en 1994, a par­tir de la Con­fe­ren­cia Inter­na­cio­nal de Pobla­ción y Desa­rro­llo Humano en El Cai­ro, en don­de se plan­tea que la per­so­na­li­dad huma­na se expre­sa de múl­ti­ples mane­ras, situan­do a la salud sexual como un com­po­nen­te cen­tral de salud inte­gral y de la vida de las per­so­nas en todo su ciclo vital, que se extien­de a las fami­lias, los gru­pos comu­ni­ta­rios y a la inter­ac­ción entre la pobla­ción y el ambien­te.

Los dere­chos sexua­les con­tie­nen una serie de pre­rro­ga­ti­vas que reco­no­cen y garan­ti­zan el res­pe­to a la liber­tad sexual, a la salud sexual, a la auto­no­mía, a la inte­gri­dad y segu­ri­dad sexual del cuer­po, a la pri­va­ci­dad, al pla­cer, a la expre­sión sexual emo­cio­nal, a la libre aso­cia­ción, a la toma de deci­sio­nes repro­duc­ti­vas libres y res­pon­sa­bles, a la infor­ma­ción basa­da en el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co y a la edu­ca­ción sexual inte­gra­da, entre otras.

Los dere­chos sexua­les pue­den ubi­car­se den­tro del mar­co de los dere­chos huma­nos reco­no­ci­dos por los ins­tru­men­tos inter­na­cio­na­les fir­ma­dos y rati­fi­ca­dos por los gobier­nos de los Esta­dos, los cua­les se ejer­cen des­de la coti­dia­ni­dad y las viven­cias de las per­so­nas.

La sexua­li­dad es par­te inhe­ren­te de la per­so­na­li­dad del indi­vi­duo, que inte­gra ele­men­tos físi­cos, bio­ló­gi­cos, psi­co­ló­gi­cos, emo­cio­na­les, inte­lec­tua­les, his­tó­ri­cos, cul­tu­ra­les y socia­les, los cua­les le per­mi­ten actuar y sen­tir como hom­bre o mujer. Su flo­re­ci­mien­to depen­de de la satis­fac­ción de nece­si­da­des huma­nas pri­mor­dia­les: el deseo de con­tac­to, de inti­mar, de lograr pla­cer, ter­nu­ra y amor, ade­más de la nece­si­dad de la per­so­na para la rea­li­za­ción ple­na de su con­di­ción como ser sexua­do. Su com­ple­to desa­rro­llo, en todas las dimen­sio­nes de su vida, es esen­cial para el bien­es­tar indi­vi­dual, inter­per­so­nal y social  (Berk­man, 1985; Gon­zá­lez, 2003; cita­dos en Cas­ti­llo, 2009).

La inves­ti­ga­ción social en torno a la sexua­li­dad en nues­tro país reve­la que las nor­mas pre­va­le­cien­tes sobre la cons­truc­ción cul­tu­ral de lo mas­cu­lino y lo feme­nino, y las rela­cio­nes entre los géne­ros, mol­dean los sig­ni­fi­ca­dos y prác­ti­cas sexua­les y per­mi­ten esta­ble­cer algu­nos víncu­los entre estas prác­ti­cas y los pro­ble­mas de salud sexual en los seres huma­nos.

Estas rela­cio­nes entre el com­por­ta­mien­to sexual, la cons­truc­ción de iden­ti­dad gené­ri­ca y las fuer­zas cul­tu­ra­les y estruc­tu­ra­les son las que per­mi­ten com­pren­der los víncu­los entre sig­ni­fi­ca­dos y prác­ti­cas sexua­les y pro­ble­mas de salud sexual en Méxi­co.

Algu­nas cons­truc­cio­nes de géne­ro se refie­ren al con­trol social y mas­cu­lino de la sexua­li­dad feme­ni­na, a nor­mas que pro­mue­ven el silen­cio y el des­co­no­ci­mien­to de las muje­res sobre su cuer­po y su sexua­li­dad, que valo­ran la mater­ni­dad como úni­co canal de satis­fac­ción para las muje­res y que legi­ti­man social­men­te el ejer­ci­cio de la vio­len­cia sexual y la vio­len­cia domés­ti­ca. De acuer­do con estas nor­mas, la pro­crea­ción cons­ti­tu­ye un medio de legi­ti­ma­ción social, un sím­bo­lo de madu­rez, una afir­ma­ción de la femi­nei­dad y de la mas­cu­li­ni­dad y un camino para for­mar y afian­zar unio­nes con­yu­ga­les. Estas nor­mas de géne­ro des­alien­tan la auto­no­mía feme­ni­na, su movi­li­dad extra­do­més­ti­ca, su par­ti­ci­pa­ción en espa­cios públi­cos y su inser­ción labo­ral por moti­vos de satis­fac­ción per­so­nal. Limi­tan seve­ra­men­te las posi­bi­li­da­des de usar anti­con­cep­ti­vos, sobre todo si los méto­dos requie­ren la par­ti­ci­pa­ción o acep­ta­ción del varón.

La salud sexual debe pro­mo­ver­se entre todos los miem­bros de la socie­dad. Se deben de reco­no­cer los dere­chos sexua­les de todas las per­so­nas, inclui­das las que ten­gan dis­ca­pa­ci­da­des físi­cas y men­ta­les.

La legis­la­ción que nos rige por orden de impor­tan­cia es la Cons­ti­tu­ción Polí­ti­ca de los Esta­dos Uni­dos Mexi­ca­nos, los Tra­ta­dos Inter­na­cio­na­les fir­ma­dos por Méxi­co segui­dos de las Leyes Fede­ra­les, las Leyes Esta­ta­les, las Leyes y Códi­gos, Ban­dos de Poli­cía y Gobierno y final­men­te los Regla­men­tos.

La Cons­ti­tu­ción Polí­ti­ca de los Esta­dos Uni­dos Mexi­ca­nos en el artícu­lo 1° esta­ble­ce que todas las todas las per­so­nas goza­rán de los dere­chos huma­nos reco­no­ci­dos en la Cons­ti­tu­ción y en los tra­ta­dos inter­na­cio­na­les bajo los prin­ci­pios de uni­ver­sa­li­dad, inter­de­pen­den­cia, indi­vi­si­bi­li­dad y pro­gre­si­vi­dad. Que­dan­do prohi­bi­dos toda dis­cri­mi­na­ción moti­va­da por el ori­gen étni­co o nacio­nal, el géne­ro, la edad, las dis­ca­pa­ci­da­des, la con­di­ción social, la con­di­ción de salud, la reli­gión, las opi­nio­nes, las pre­fe­ren­cias sexua­les, el esta­do civil o cual­quier otra que aten­te con­tra la dig­ni­dad huma­na.

En el artícu­lo 4° cons­ti­tu­cio­nal es don­de se esta­ble­ce la igual­dad jurí­di­ca de los hom­bres y las muje­res des­de 1974, y es a par­tir de este artícu­lo que se for­mu­lan los pro­gra­mas, pro­yec­tos y accio­nes del Esta­do Mexi­cano para la pro­mo­ción de la igual­dad de géne­ro.

En lo que res­pec­ta a las Leyes Nacio­na­les, la Ley Gene­ral para la Igual­dad entre Muje­res y Hom­bres pro­mul­ga­da en el 2006 tie­ne la fina­li­dad de regu­lar y garan­ti­zar la igual­dad entre hom­bres y muje­res y pro­po­ner los linea­mien­tos y meca­nis­mos ins­ti­tu­cio­na­les que orien­ten hacia el cum­pli­mien­to de la igual­dad sus­tan­ti­va en los ámbi­tos públi­co y pri­va­do, pro­mo­vien­do el empo­de­ra­mien­to de las muje­res y la eli­mi­na­ción de todas las for­mas de dis­cri­mi­na­ción (Bra­vo, 2013).

Los dere­chos sexua­les y repro­duc­ti­vos son dere­chos huma­nos y como tales, de acuer­do con los prin­ci­pios de inte­gra­li­dad, indi­vi­si­bi­li­dad y uni­ver­sa­li­dad de los dere­chos huma­nos, están rela­cio­na­dos con otros dere­chos, como con el dere­cho a la vida, a la liber­tad, a la segu­ri­dad, a la salud, a la infor­ma­ción, a la igual­dad y a la no dis­cri­mi­na­ción, a la edu­ca­ción, a la inti­mi­dad, a una vida libre de dis­cri­mi­na­ción y de vio­len­cia y a dis­fru­tar del pro­gre­so cien­tí­fi­co.

Cas­tro (2013) seña­la que los dere­chos sexua­les inclu­yen las siguien­tes carac­te­rís­ti­cas:

  • El dere­cho a lle­var una vida sexual satis­fac­to­ria
  • A deci­dir en qué momen­to y con quién se tie­nen rela­cio­nes sexua­les
  • A reci­bir edu­ca­ción sexual
  • A no sufrir vio­len­cia sexual de cual­quier tipo
  • A vivir la pro­pia pre­fe­ren­cia sexual sin dis­cri­mi­na­ción
  • A gozar la sexua­li­dad inde­pen­dien­te­men­te del coi­to

Y seña­la den­tro su tex­to a la Decla­ra­ción de los Dere­chos Sexua­les rea­li­za­dos por la Aso­cia­ción Mun­dial para la Salud Sexual (Cas­tro, 2013):

  1. El dere­cho a la liber­tad sexual. La liber­tad sexual abar­ca la posi­bi­li­dad de la ple­na expre­sión del poten­cial sexual de los indi­vi­duos. Sin embar­go, esto exclu­ye toda for­ma de coer­ción, explo­ta­ción y abu­so sexual en cual­quier tiem­po y situa­ción de la vida.
  2. El dere­cho a la auto­no­mía, inte­gri­dad y segu­ri­dad sexual del cuer­po. Este dere­cho inclu­ye la capa­ci­dad de tomar deci­sio­nes autó­no­mas sobre la pro­pia vida sexual den­tro del con­tex­to de la éti­ca per­so­nal y social. Tam­bién están inclui­das la capa­ci­dad de con­trol y dis­fru­te de nues­tros cuer­pos, libres de tor­tu­ra, muti­la­ción y vio­len­cia de cual­quier tipo.
  3. El dere­cho a la pri­va­ci­dad sexual. Éste invo­lu­cra el dere­cho a las deci­sio­nes y con­duc­tas indi­vi­dua­les rea­li­za­das en el ámbi­to de la inti­mi­dad siem­pre y cuan­do no inter­fie­ran en los dere­chos sexua­les de otros.
  4. El dere­cho a la equi­dad sexual. Este dere­cho se refie­re a la opo­si­ción a todas las for­mas de dis­cri­mi­na­ción, inde­pen­dien­te­men­te del sexo, géne­ro, orien­ta­ción sexual, edad, raza, cla­se social, reli­gión o limi­ta­ción físi­ca o emo­cio­nal.
  5. El dere­cho al pla­cer sexual. El pla­cer sexual, inclu­yen­do el auto­ero­tis­mo, es fuen­te de bien­es­tar físi­co, psi­co­ló­gi­co, inte­lec­tual y espi­ri­tual.
  6. El dere­cho a la expre­sión sexual emo­cio­nal. La expre­sión sexual va más allá del pla­cer eró­ti­co o los actos sexua­les. Todo indi­vi­duo tie­ne dere­cho a expre­sar su sexua­li­dad a tra­vés de la comu­ni­ca­ción, el con­tac­to, la expre­sión emo­cio­nal y el amor.
  7. El dere­cho a la libre aso­cia­ción sexual. Sig­ni­fi­ca la posi­bi­li­dad de con­traer o no matri­mo­nio, de divor­ciar­se y de esta­ble­cer otros tipos de aso­cia­cio­nes sexua­les res­pon­sa­bles.
  8. El dere­cho a la toma de deci­sio­nes repro­duc­ti­vas, libres y res­pon­sa­bles. Éste abar­ca el dere­cho a deci­dir tener o no hijos e hijas, el núme­ro y el espa­cio entre cada uno(a), y el dere­cho al acce­so pleno a los méto­dos de regu­la­ción de la fecun­di­dad.
  9. El dere­cho a infor­ma­ción basa­da en el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co. Este dere­cho impli­ca que la infor­ma­ción sexual debe ser gene­ra­da a tra­vés de la inves­ti­ga­ción cien­tí­fi­ca libre y éti­ca, así como el dere­cho a la difu­sión apro­pia­da en todos los nive­les socia­les.
  10. El dere­cho a la edu­ca­ción sexual inte­gral. Éste es un pro­ce­so que se ini­cia con el naci­mien­to y dura toda la vida y que debe­ría invo­lu­crar a todas las ins­ti­tu­cio­nes socia­les.
  11. El dere­cho a la aten­ción de la salud sexual. La aten­ción de la salud sexual debe estar dis­po­ni­ble para la pre­ven­ción y el tra­ta­mien­to de todos los pro­ble­mas, preo­cu­pa­cio­nes y tras­tor­nos sexua­les.

Estos dere­chos no son sufi­cien­tes si no con­tie­nen la trans­ver­sa­li­za­ción del géne­ro den­tro de sus prin­ci­pios, que per­mi­ta refor­zar no sólo la con­di­ción de dere­chos huma­nos fun­da­men­ta­les sino la pro­mo­ción de la equi­dad de géne­ro como una con­di­ción de cons­truc­ción social apren­di­da y no sólo la igual­dad de géne­ro como una con­cep­tua­li­za­ción legal que colo­ca a los hom­bres y las muje­res en con­di­cio­nes igua­li­ta­rias.

La sexualidad en la persona con discapacidad

Tori­ces (2006) expli­ca que la sexua­li­dad es una cues­tión de salud como par­te de un todo y de una fun­ción natu­ral. Así, la salud sexual será dife­ren­te para las diver­sas per­so­nas.

Exis­ten varios com­po­nen­tes de ella que son comu­nes a un esta­do de salud sexual, los cua­les inclu­yen una auto­es­ti­ma posi­ti­va, liber­tad de la prohi­bi­ción de cier­tas acti­tu­des e igno­ran­cia y deseo de arries­gar la inti­mi­dad con otra per­so­na.

Con fre­cuen­cia, las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad afron­tan un sin­fín de res­tric­cio­nes para su des­en­vol­vi­mien­to per­so­nal y social, no solo por sus pro­pias defi­cien­cias, tam­bién, por las acti­tu­des y con­duc­tas inapro­pia­das de las per­so­nas que los rodean; y se evi­den­cia cuan­do la sexua­li­dad es tra­ta­da por los pre­jui­cios, tabúes y estig­mas, que impi­den expre­sar y viven­ciar ade­cua­da­men­te este impor­tan­te aspec­to de la exis­ten­cia huma­na (Cas­ti­llo, 2009).

Como se ha veni­do expli­can­do, la cul­tu­ra ha ido gene­ran­do cier­tos arque­ti­pos de acuer­do al sexo que per­te­nez­ca­mos, mis­mos que social­men­te nos mar­can en nues­tro des­en­vol­vi­mien­to y por ende, en nues­tra expre­sión sexual. De no cum­plir con lo espe­ra­do somos víc­ti­mas de la no acep­ta­ción, y por tan­to dis­cri­mi­na­dos social­men­te.

En los hom­bres con dis­ca­pa­ci­dad, la pre­sión social y cul­tu­ral se encuen­tra pre­sen­te, ya que el orgu­llo y el honor del varón depen­den en gran par­te de su sexua­li­dad, por lo tan­to cuan­do se vuel­ve impo­ten­te debi­do a una dis­ca­pa­ci­dad lo vive como una gran humi­lla­ción, pro­vo­can­do que al cen­trar su visión más en la fun­ción sexual que en la afec­ti­vi­dad no se ayu­de a encon­trar nue­vas solu­cio­nes.

A par­tir del momen­to en que sus geni­ta­les ya no fun­cio­nan, el hom­bre lesio­na­do físi­ca­men­te tam­bién sien­te angus­tia ante la pér­di­da de sus posi­bi­li­da­des de con­quis­tar, de sedu­cir. Según la tra­di­ción cul­tu­ral es el hom­bre quien hace las pro­po­si­cio­nes sexua­les a la mujer. El núme­ro de sus con­quis­tas lo reva­lo­ri­za y refuer­za su iden­ti­dad mas­cu­li­na. Pero se arries­ga al fra­ca­so. Esta frus­tra­ción se sopor­ta mejor o peor en fun­ción del gra­do de madu­rez afec­ti­va  (Sou­lier, 1995).

Una de las cau­sas del pro­ble­ma sexual del hom­bre es que su sexo es exte­rior, visi­ble, pal­pa­ble, medi­ble. Des­de la infan­cia, la viri­li­dad sue­le medir­se por el tama­ño del pene en repo­so, en erec­ción, con la refe­ren­cia de los vein­te cen­tí­me­tros. Mas­ters y John­son (1971) plan­tean que la angus­tia se anti­ci­pa al fra­ca­so, ya que en la mayo­ría de los casos el mie­do a la impo­ten­cia engen­dra una impo­ten­cia real (Cita­do en: Sou­lier, 1995).

Por otro lado, la mujer sufre más que el hom­bre la pér­di­da de su inte­gri­dad cor­po­ral, pues a éste le impor­ta más la fun­ción sexual que la emo­cio­nal. Una apa­rien­cia atrac­ti­va es más impor­tan­te para la mujer que para el hom­bre. Como lo dice Sch­weitzer (1990), la belle­za es con­si­de­ra­da un ver­da­de­ro valor social. La mujer se sien­te dis­mi­nui­da físi­ca­men­te cuan­do su figu­ra y su for­ma de mover­se ya no son atrac­ti­vas o pro­vo­ca­ti­vas. Ya no corres­pon­de al arque­ti­po de mujer desea­da que vemos en los medios de comu­ni­ca­ción. Según Freud “la emo­ción esté­ti­ca sur­ge de la esfe­ra de las sen­sa­cio­nes sexua­les” y la belle­za de una per­so­na indu­ce en otra un pla­cer esté­ti­co y eró­ti­co. Así, la pér­di­da de las posi­bi­li­da­des de seduc­ción a cau­sa del acci­den­te es el pro­ble­ma al que se enfren­ta la mujer para­plé­ji­ca debi­do a que cada vez le es más difí­cil acer­car­se a la ima­gen ideal de mujer (Cita­do en: Sou­lier ‚1995).

Una pro­ble­má­ti­ca actual para estas per­so­nas es la fal­ta de edu­ca­ción sexual, ya que nues­tra cul­tu­ra no pro­por­cio­na a las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad el mate­rial edu­ca­cio­nal sobre sexua­li­dad para que apren­dan sobre sí mis­mas y la for­ma de enfren­tar­se al mun­do que los rodea, lo que las con­du­ce a tener una infor­ma­ción erró­nea sobre sus capa­ci­da­des de tipo sexual. 

Resul­ta impor­tan­te ayu­dar a las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad a ejer­cer su dere­cho a la sexua­li­dad, don­de el pro­fe­sio­nal de la psi­co­lo­gía de reha­bi­li­ta­ción debe saber que una dis­fun­ción sexual es una alte­ra­ción per­sis­ten­te en una o varias fases de la res­pues­ta sexual huma­na; debe cono­cer tam­bién las alte­ra­cio­nes fisio­ló­gi­cas que la dis­ca­pa­ci­dad impo­ne en el fun­cio­na­mien­to sexual, ya que la dis­ca­pa­ci­dad tam­bién afec­ta en mayor o menor medi­da el área psí­qui­ca y social de la per­so­na, exis­tien­do enton­ces una afec­ción mul­ti­fac­to­rial de la sexua­li­dad del indi­vi­duo 

Como pro­fe­sio­nal de la psi­co­lo­gía reha­bi­li­ta­to­ria debe­rá empe­zar con des-geni­ta­li­zar la sexua­li­dad, ya que limi­tar el con­cep­to de sexua­li­dad a la geni­ta­li­dad es “de-sexua­li­zar” a quie­nes a cau­sa de una pér­di­da físi­ca han vis­to afec­ta­da su res­pues­ta sexual des­de la par­te orgá­ni­ca.

Depen­dien­do de las apti­tu­des e intere­ses, cada pro­fe­sio­nal pue­de encon­trar un nivel de invo­lu­cra­mien­to ade­cua­do para sí en la reha­bi­li­ta­ción sexual. 
Annon (1976; cita­do en: Tori­ces, 2006) sugie­re un plan de 4 pasos de invo­lu­cra­mien­to:

  1. El pro­fe­sio­nal de la psi­co­lo­gía de reha­bi­li­ta­ción gene­ra­rá una acti­tud en la que la per­so­na con dis­ca­pa­ci­dad pue­de expre­sar y dis­cu­tir sus intere­ses sexua­les. De no hacer­se esto, se le pue­de negar al indi­vi­duo el per­mi­so para dis­cu­tir los pro­ble­mas reales e intere­ses que pue­de enfren­tar.
  2. El pro­fe­sio­nal de la psi­co­lo­gía de reha­bi­li­ta­ción pro­por­cio­na­rá infor­ma­ción para la reso­lu­ción gene­ral del pro­ble­ma. La infor­ma­ción ili­mi­ta­da es gene­ral­men­te edu­ca­cio­nal y no per­so­nal.
  3. El pro­fe­sio­nal de la psi­co­lo­gía de reha­bi­li­ta­ción pro­por­cio­na­rá suge­ren­cias espe­cí­fi­cas res­pec­to de los intere­ses y dis­fun­cio­nes sexua­les, lo cual impli­ca que el pro­fe­sio­nal tie­ne la his­to­ria sexual com­ple­ta de la per­so­na y que es expe­ri­men­ta­do en la mate­ria y en la dis­ca­pa­ci­dad par­ti­cu­lar que se está aten­dien­do.
  4. Final­men­te está aten­ción inten­si­va en don­de se encuen­tran los pro­fe­sio­na­les de la psi­co­lo­gía de reha­bi­li­ta­ción que se han entre­na­do en tera­pia sexual y que tam­bién com­pren­den las diver­sas dis­ca­pa­ci­da­des, ya que es impor­tan­te valo­rar cómo los efec­tos cola­te­ra­les a la dis­ca­pa­ci­dad pue­den lle­gar a inter­fe­rir.

El uso de res­pi­ra­do­res arti­fi­cia­les, los efec­tos medi­ca­men­to­sos, el uso de féru­las, órte­sis o pró­te­sis, la silla de rue­das, el dolor arti­cu­lar o mus­cu­lar, etc., deben tomar­se en cuen­ta cuan­do se hace un aná­li­sis de la acti­vi­dad eró­ti­ca con vis­tas a faci­li­tar la reha­bi­li­ta­ción sexual (Tori­ces, 2006).

Aso­cia­do al tér­mino de ase­xua­li­dad para las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad, apa­re­cen otros como ausen­te o des­apa­re­ci­do, rela­cio­na­dos con el asun­to del pla­cer sexual. La sexua­li­dad como fuen­te de pla­cer no se reco­no­ce para las pobla­cio­nes que común­men­te han esta­do mar­gi­na­das en la socie­dad.

Con­tri­bu­ye a esta mira­da el que se man­ten­gan mitos y creen­cias en torno a la sexua­li­dad y el pla­cer. El pun­to de vis­ta que rela­cio­na la sexua­li­dad con la repro­duc­ción, y en este caso con la repro­duc­ción de la per­so­na sin dis­ca­pa­ci­dad, la que dis­fru­ta al máxi­mo su ciu­da­da­nía, ha ser­vi­do para man­te­ner la exclu­sión de las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­da­des. Otro mito es el pun­to de vis­ta cul­tu­ral que expre­sa que el sexo es fuen­te de peli­gro y por ello se pien­sa que a las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad hay que pro­te­ger­las, espe­cial­men­te a las muje­res. De esta mane­ra estas per­so­nas no son con­si­de­ra­das para la repro­duc­ción, menos aún se pien­sa que sean capa­ces de vivir el sexo para el pla­cer.

En los aspec­tos afec­ti­vos y sexua­les muchas veces al inte­rior de los hoga­res se asu­me que las muje­res con dis­ca­pa­ci­dad son seres ase­xua­dos. No se entien­de que ten­gan deseos sexua­les y nece­si­da­des afec­ti­vas de pare­ja, las fami­lias des­con­fían mucho de quie­nes se acer­quen a ellas por temor a que sean bur­la­das.

A pesar de las difi­cul­ta­des, muchas muje­res con dis­ca­pa­ci­dad esco­gen ser sexual­men­te acti­vas. En ello se asu­men las pri­va­cio­nes pro­duc­to de tener un cuer­po dife­ren­te, por ejem­plo: algu­nas posi­cio­nes para las rela­cio­nes sexua­les y fan­ta­sías eró­ti­cas de las que dis­fru­tan quie­nes no tie­nen estas dis­ca­pa­ci­da­des físi­cas, así como la per­cep­ción de la mens­trua­ción. Algu­nas cuen­tan que los fac­to­res cul­tu­ra­les de tener rela­cio­nes sexua­les espon­tá­neas les resul­tan limi­tan­tes, pues ellas nece­si­tan algún aco­mo­do para ejer­cer la rela­ción.

Lagar­de (1996) seña­la que en el cen­tro de la orga­ni­za­ción del mun­do, como sis­te­ma de poder basa­do en el sexo, se encuen­tra el cuer­po sub­je­ti­va­do. Los cuer­pos no son sólo pro­duc­tos bio­ló­gi­cos; la socie­dad hace gran­des esfuer­zos para con­ver­tir­los en cuer­pos efi­ca­ces para pro­gra­mar­los y des­pro­gra­mar­los. Cada cuer­po debe ser dis­ci­pli­na­do para fines socia­les que la per­so­na debe­rá hacer suyos y si no lo logra vivi­rá con­flic­tos y pro­ble­mas de iden­ti­dad. El cuer­po es el obje­to más pre­cia­do del poder en el orden de los géne­ros.

Los cuer­pos dife­ren­tes de las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad son some­ti­dos a estos con­tro­les, por ello son obje­to de sufri­mien­to y estig­ma­ti­za­ción. Las muje­res en gene­ral y las muje­res con dis­ca­pa­ci­dad, cuyos cuer­pos son expro­pia­dos, no pue­den cum­plir cabal­men­te su man­da­to “de ser para los otros”, ya que otros(as) deci­den por ellas, son exclui­das, mar­gi­na­das, se con­vier­ten en este­reo­ti­pos para la dis­cri­mi­na­ción. La reapro­pia­ción del cuer­po para sí mis­mas, con sus cuer­pos dife­ren­tes, como su “for­ma de estar” en la vida, su ser para sí y no para los otros, lle­va a los cam­bios nece­sa­rios, a las for­mas de rebe­lar­se des­de la adver­si­dad.

La socie­dad y las ins­ti­tu­cio­nes se apro­pian de los cuer­pos, hacen sus man­da­tos y no crean con­di­cio­nes para el cum­pli­mien­to de los mis­mos. Lagar­de (1996) dice que así “las trans­gre­sio­nes de las muje­res se expre­san en el cuer­po, en sus fun­cio­nes, en las rela­cio­nes, en su sexua­li­dad y en el poder” (p. 35).

Abor­dar el tema de la dis­ca­pa­ci­dad como una cues­tión de dere­chos huma­nos con­tri­bu­ye a que no se tra­ta sólo de un pro­ble­ma físi­co, sino tam­bién de una acti­tud de la socie­dad, de una cons­truc­ción cul­tu­ral, de cómo se visua­li­za  a estas per­so­nas y de cómo son en reali­dad, para dejar de ver­las como un pro­ble­ma social, median­te lás­ti­ma, asis­ten­cia­lis­mo o pater­na­lis­mo.

La Orga­ni­za­ción Mun­dial de la Salud expli­ca que la dis­ca­pa­ci­dad afec­ta direc­ta­men­te a un 12% de la pobla­ción mun­dial. Un docu­men­to del Cen­tro Legal para Dere­chos Repro­duc­ti­vos y Polí­ti­cas Públi­cas seña­la que apro­xi­ma­da­men­te 300 millo­nes de muje­res alre­de­dor del mun­do tie­nen dis­ca­pa­ci­da­des men­ta­les o físi­cas. Y que las muje­res repre­sen­tan las tres cuar­tas par­tes de las per­so­nas dis­ca­pa­ci­ta­das en los paí­ses de ingre­sos bajos y medios, sien­do que entre el 65 y 70 por cien­to de esas muje­res viven en áreas rura­les. Dice ade­más que las muje­res dis­ca­pa­ci­ta­das com­pren­den el 10 por cien­to de las muje­res a nivel mun­dial y sin embar­go su salud repro­duc­ti­va y sus dere­chos con fre­cuen­cia no son toma­dos en cuen­ta (Mogo­llón, 2005).

La perspectiva de género en la salud sexual de las mujeres con discapacidad

La pers­pec­ti­va de géne­ro en el cam­po de la salud sexual y repro­duc­ti­va faci­li­ta ver las inequi­da­des entre muje­res y hom­bres, y por tan­to rea­li­zar inter­ven­cio­nes que pro­mue­van el empo­de­ra­mien­to de las muje­res, la equi­dad y la deci­sión con­sen­sua­da de las per­so­nas invo­lu­cra­das, la res­pon­sa­bi­li­dad de las con­se­cuen­cias de las deci­sio­nes en torno a la salud pro­pia y la de la pare­ja, la corres­pon­sa­bi­li­dad de los hom­bres duran­te la ges­ta­ción y en la crian­za de los hijos e hijas. Esta nue­va pers­pec­ti­va tam­bién pro­mue­ve la par­ti­ci­pa­ción del hom­bre en la deci­sión de la inte­rrup­ción de un emba­ra­zo no pla­nea­do, sin pre­sio­nes ni impo­si­cio­nes de nin­gún tipo hacia la mujer (andar, 2005).

No se tra­ta de frag­men­tar dere­chos o de bus­car dere­chos espe­cia­les sino de dar­le la más amplia sig­ni­fi­ca­ción de los dere­chos huma­nos al ejer­ci­cio de la sexua­li­dad. Es hacer valer los dere­chos con­te­ni­dos en tan­tos tra­ta­dos pero que lle­gan ahí pro­duc­to de la prác­ti­ca coti­dia­na de las per­so­nas: dere­cho a una vida sexual, a la igual­dad, a la expre­sión, a la libre deci­sión, a la auto­no­mía para deci­dir sobre el pro­pio cuer­po, pero tam­bién dere­cho a la infor­ma­ción, a la edu­ca­ción, al tra­ba­jo, a la no-dis­cri­mi­na­ción. El dere­cho al pla­cer y al ejer­ci­cio de la sexua­li­dad, no siem­pre rela­cio­na­dos con la repro­duc­ción.

Conclusiones

Enten­der la dis­ca­pa­ci­dad des­de las nue­vas corrien­tes del inter­ac­cio­nis­mo sim­bó­li­co y fun­cio­na­lis­mo estruc­tu­ral colo­ca a la dis­ca­pa­ci­dad no en el suje­to sino en la pro­pia socie­dad, orga­ni­za­da por y para las per­so­nas no dis­ca­pa­ci­ta­das. Este mode­lo social de la dis­ca­pa­ci­dad sitúa la defi­cien­cia no en los ele­men­tos físi­cos e indi­vi­dua­les de los suje­tos sino en la inter­pre­ta­ción de las dife­ren­cias cor­po­ra­les o fun­cio­na­les a par­tir de las inter­ac­cio­nes socia­les que con­di­cio­nan la con­cep­tua­li­za­ción en torno a su capa­ci­dad, com­pe­ti­ti­vi­dad y pro­duc­ti­vi­dad social entre los seres huma­nos (López, 2007).

En este sen­ti­do, las per­so­nas con dis­ca­pa­ci­dad serán dife­ren­cia­das por los cons­truc­tos socia­les en los cua­les se encuen­tran inmer­sos y que deri­va­rán en acti­tu­des dis­cri­mi­na­to­rias hacia estos indi­vi­duos, sean hom­bres o muje­res.

La pér­di­da de la iden­ti­dad de la mujer con dis­ca­pa­ci­dad se deri­va de la dis­cri­mi­na­ción, lo que se hace paten­te de diver­sas mane­ras:

          – Se des­ta­can las carac­te­rís­ti­cas pro­pias de estas per­so­nas como sím­bo­lo de la inuti­li­dad, de la debi­li­dad, de la nece­si­dad de pro­tec­ción

         – Exis­ten siem­pre quie­nes des­de una posi­ción de poder (polí­ti­co, eco­nó­mi­co, cul­tu­ral, social) deci­den por ellas, no deján­do­les mar­gen alguno para que sur­ja su iden­ti­dad par­ti­cu­lar y gru­pal

         – Les es trans­mi­ti­da una edu­ca­ción y un tra­to que les lle­va a anu­lar­se a sí mis­mas

Estas cir­cuns­tan­cias pue­den dar­se de for­ma con­jun­ta sobre las mis­mas per­so­nas dan­do lugar a un tipo de mar­gi­na­ción que sur­ge des­de lo social y polí­ti­co, ya que pro­vie­ne de un entorno social estruc­tu­ra­do que exi­ge y pre­sen­ta la debi­li­dad e inca­pa­ci­dad de las muje­res para ajus­tar­se a un tipo de socie­dad que se ale­ja bas­tan­te de lo que real­men­te son. Des­de esta pers­pec­ti­va, el fra­ca­so será de esa socie­dad que se estruc­tu­ra en con­tra de gran par­te de la ciu­da­da­nía que la for­ma y a la que exi­ge que se adap­te a la mis­ma.

En este sen­ti­do, la ima­gen que se nos ha pre­sen­ta­do de la per­so­na dis­ca­pa­ci­ta­da, de la mujer y de otras per­so­nas sobre las que se ha ejer­ci­do la dis­cri­mi­na­ción, pro­vie­ne de una socie­dad que para desa­rro­llar­se en una vía con­cre­ta ha teni­do que mar­gi­nar a gran par­te de la pobla­ción que la com­po­ne. Por lo que la ima­gen vela­da que ha pre­sen­ta­do de las per­so­nas no tie­ne nada que ver con su iden­ti­dad indi­vi­dual ni colec­ti­va (Oje­da, 2006).

Referencias

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Soulier, B. (1995). Los discapacitados y la sexualidad. Barcelona: Herder.

Torices, R. (2006) La sexualidad y discapacidad física. México: Trillas.

Notas

1. Carre­ra de Psi­co­lo­gía UNAM FES Izta­ca­la. Inte­gran­te del Pro­gra­ma Ins­ti­tu­cio­nal de Estu­dios de Géne­ro. Correo elec­tró­ni­co albpsic@campus.iztacala.unam.mx.