Conflicto psíquico en una mujer diagnosticada con cáncer de mama Descargar este archivo (8 - Conflicto psíquico en una mujer diagnosticada con cáncer de mama.pdf)

Norma Susana Rosales Canizo1, Manuel Gutiérrez Romero 2

Universidad Autónoma del Estado de México

Resu­men

Los avan­ces tec­no­ló­gi­cos y médi­cos se han incli­na­do en aten­der el cán­cer, con­cen­trán­do­se por tra­tar el cuer­po “orgá­ni­co”; sin embar­go, es sabi­do que el dis­cur­so médi­co pue­de resul­tar insu­fi­cien­te al momen­to de refe­rir al cán­cer, pues quien pade­ce tal enfer­me­dad es un suje­to resul­ta­do de una pre­his­to­ria, que hace de cada uno un ser sin­gu­lar en res­pon­der ante dife­ren­tes cir­cuns­tan­cias, y sobre todo en las repre­sen­ta­cio­nes pues­tas en el pade­cer. La pre­sen­te inves­ti­ga­ción tie­ne como obje­ti­vo ana­li­zar el con­flic­to psí­qui­co en una mujer diag­nos­ti­ca­da con cán­cer de mama por medio de la entre­vis­ta psi­co­di­ná­mi­ca. Se lle­ga a la con­clu­sión de que exis­tió un con­flic­to psí­qui­co pri­mor­dial, un con­flic­to que ha teni­do lugar en la rela­ción más tem­pra­na con su madre. La rela­ción con su madre se encuen­tra per­tur­ba­da, depen­dien­te, una rela­ción cul­pí­ge­na, en la cual se ha inva­li­da­do la expe­rien­cia sub­je­ti­va de la pacien­te.

Pala­bras cla­ve: con­flic­to psí­qui­co, cán­cer de mama, rela­ción tem­pra­na con la madre, sub­je­ti­vi­dad

Abs­tract

Tech­no­lo­gi­cal and medi­cal pro­gress have moved towards can­cer treat­ment, focu­sing on trea­ting the “orga­nic” body. Howe­ver, it is well known that the medi­cal dis­cour­se may not be enough when we talk about can­cer becau­se the per­son who suf­fers from this disea­se is a per­son with a story. This makes each one of them a uni­que per­son who res­ponds dif­fe­rently to diver­se cir­cums­tan­ces, spe­ci­fi­cally in the repre­sen­ta­tions that are set in the disea­se. This inves­ti­ga­tion analy­zes the psy­cho­lo­gi­cal con­flict in a woman who was diag­no­sed with breast can­cer using a psy­chody­na­mics inter­view. This research comes to the con­clu­sion that the­re was an ori­gi­nal con­flict, a con­flict which emer­ged in the ear­liest rela­tionship with her mother. The rela­tionship with her mother is now dis­tur­bed, it is depen­dent, and it is a guilty rela­tionship in which the sub­jec­ti­ve expe­rien­ce of the par­ti­ci­pant has been inva­li­da­ted.

Key­words: Psy­cho­lo­gi­cal con­flict, Breast can­cer, Early rela­tionship with the mother, Sub­jec­ti­vity

Creer que la pato­lo­gía es un fenó­meno mera­men­te fisio­ló­gi­co cau­sa­do por una falla orgá­ni­ca o una lesión físi­ca que debe ser aten­di­do úni­ca­men­te por per­so­nal médi­co ha deja­do de ser la prin­ci­pal creen­cia, y se ha inclui­do cada vez más el reco­no­ci­mien­to de la inci­den­cia de fac­to­res psi­co­ló­gi­cos. Sobre esta idea cen­tral es que sur­ge el inte­rés por cono­cer aque­llos pro­ce­sos psí­qui­cos impli­ca­dos en el cán­cer de mama, y cómo pue­den lle­gar a tener un impac­to en la acep­ta­ción del tra­ta­mien­to.

La impli­ca­ción de estos pro­ce­sos psí­qui­cos, des­de dife­ren­tes inves­ti­ga­cio­nes, han rela­cio­na­do estre­cha­men­te la apa­ri­ción del cán­cer con la his­to­ria de vida del suje­to, esto es, con sus viven­cias que han resul­ta­do en un trau­ma que no se ha logra­do expre­sar por medio de la pala­bra, sino más bien a tra­vés del cuer­po. De ello es que pue­den sur­gir algu­nos cues­tio­na­mien­tos sobre tal con­flic­to.

Ante estos cues­tio­na­mien­tos se hace énfa­sis en que no se tra­ta en modo alguno de supo­ner lo psí­qui­co como cau­sa del cán­cer, sino de enten­der cómo lo que está en jue­go va más allá de un orga­nis­mo enfer­mo, pues el pade­ci­mien­to humano impli­ca, por defi­ni­ción, la mix­tu­ra entre bio­lo­gía y len­gua­je, cons­ti­tu­yen­do así un sufri­mien­to.

Ini­cia­re­mos por citar algu­nas defi­ni­cio­nes gene­ra­les de lo que es el con­flic­to psí­qui­co. En este sen­ti­do, para Laplan­che y Pon­ta­lis (1996), este ocu­rre cuan­do se opo­nen exi­gen­cias inter­nas con­tra­rias en el suje­to. El con­flic­to pue­de ser mani­fies­to (por ejem­plo, entre un deseo y una exi­gen­cia moral, o entre dos sen­ti­mien­tos con­tra­dic­to­rios) o laten­te, pudien­do expre­sar­se este últi­mo de un modo defor­ma­do en el con­flic­to mani­fies­to y tra­du­cir­se espe­cial­men­te por la for­ma­ción de sín­to­mas, tras­tor­nos de la con­duc­ta, per­tur­ba­cio­nes del carác­ter, entre otros. Asi­mis­mo, estos auto­res hablan del con­flic­to como resul­tan­do de dife­ren­tes cau­san­tes y des­de diver­sos pun­tos de vis­ta, tales como con­flic­to entre el deseo y la defen­sa, con­flic­to entre los dife­ren­tes sis­te­mas o ins­tan­cias, con­flic­tos entre las pul­sio­nes, con­flic­to edí­pi­co, este últi­mo don­de no sola­men­te se enfren­tan deseos con­tra­rios, sino que tales deseos se enfren­tan con lo prohi­bi­do.

Para Feni­chel (1997), el con­flic­to psí­qui­co da por resul­ta­do el blo­queo de las des­car­gas nece­sa­rias y crea de esta mane­ra un esta­do de estan­ca­mien­to. Este esta­do da ori­gen gra­dual­men­te a una rela­ti­va insu­fi­cien­cia en la apti­tud del yo para con­tro­lar la exci­ta­ción. Es así que el con­flic­to psí­qui­co se desa­rro­lla en medio de una ten­den­cia que tra­ta de evi­tar esa des­car­ga. La inten­si­dad de la ten­den­cia hacia la des­car­ga no depen­de sola­men­te de la natu­ra­le­za del estí­mu­lo, sino tam­bién, y más aún, del esta­do físi­co-quí­mi­co del orga­nis­mo, por lo cual es per­ti­nen­te equi­pa­rar las ten­den­cias que pug­nan por una des­car­ga, con pul­sio­nes (p. 157).

Aho­ra bien, para abor­da el tema del cuer­po sub­je­ti­vo es nece­sa­rio hablar de la ima­gen de sí mis­mo. La ima­gen de sí mis­mo es ante todo un sen­ti­mien­to, el sen­ti­mien­to de exis­tir y de ser uno; un sí mis­mo que uno ama o recha­za. Esta ima­gen se for­ma a lo lar­go de toda la vida, y cuyos prin­ci­pa­les ingre­dien­tes son, pri­me­ra­men­te, todo lo que pro­vie­ne del cuer­po tal como lo sien­te y tal como lo ve el suje­to; la ima­gen del cuer­po que devuel­ve el espe­jo y, sobre todo, la expre­sión del ros­tro cuan­do el suje­to se mira en el espe­jo. En segun­do lugar, todo lo que pro­vie­ne del len­gua­je en el cual está inmer­so el suje­to, la len­gua mater­na y la que habla, su nom­bre pro­pio y todo lo que se rela­cio­na con la his­to­ria, con la situa­ción fami­liar y social. Lue­go, todo lo que pro­vie­ne del pró­ji­mo: la ima­gen de sí mis­mo que trans­mi­ten la fami­lia, los ami­gos y los pares. Y, final­men­te, el últi­mo ele­men­to cons­ti­tu­ti­vo lo con­for­man los alu­vio­nes de la his­to­ria, las hue­llas y cica­tri­ces deja­das por los acon­te­ci­mien­tos memo­ra­bles del pasa­do. Des­de su naci­mien­to, el suje­to no cesa de inte­grar todos esos ele­men­tos sur­gi­dos del cuer­po, del len­gua­je, de los otros y de la his­to­ria. Este auto­rre­tra­to vir­tual e iden­ti­ta­rio es la sus­tan­cia mis­ma del yo. En reali­dad, la ima­gen de sí mis­mo y el yo son dos expre­sio­nes posi­bles para desig­nar el sen­ti­mien­to más ínti­mo, el de sen­tir­se uno mis­mo (Nasio, 2008, p. 142). Por tan­to pode­mos decir que la per­cep­ción que ten­go de mi cuer­po siem­pre es impu­ra, está fil­tra­da y tami­za­da mil veces por las fan­ta­sías infan­ti­les e incons­cien­tes que gobier­nan al suje­to.

Aho­ra bien, incli­nán­do­se en direc­ción la rela­ción más tem­pra­na, des­de el ini­cio la madre le habla al bebe, lo nom­bra, lo cali­fi­ca, le adju­di­ca sen­ti­dos, valo­res, cua­li­da­des, afec­tos. Esta rela­ción madre-niño está pre­sen­te en el dis­cur­so del padre, de la fami­lia, lo que sugie­re que el ter­ce­ro sim­bó­li­co y social ya está pre­sen­te y ven­drá a obs­ta­cu­li­zar esta rela­ción a dos. En los pri­me­ros víncu­los, el ter­ce­ro tien­de a ser exclui­do. La “evo­lu­ción de las rela­cio­nes madre-niño es una evo­lu­ción de esta exclu­sión ini­cial” (Ber­gés. 1999, p. 276).

El aspec­to rela­cio­nal da cuen­ta del valor de la pre­sen­cia mater­na que pone en jue­go su pro­pia capa­ci­dad sim­bo­li­zan­te para dar sig­ni­fi­ca­ción a la sen­so­rial, crean­do así, en pala­bras de Dol­tó (1984) “una red de segu­ri­dad lin­güai­ca”.

En el Pro­yec­to de una psi­co­lo­gía para neu­ró­lo­gos, Freud adju­di­ca a la madre un lugar pri­mor­dial, ori­gi­na­rio y pre­his­tó­ri­co en la cons­ti­tu­ción del apa­ra­to psí­qui­co. La teo­ría de la pri­me­ra viven­cia de satis­fac­ción da cuen­ta del modo en que el recién naci­do —some­ti­do al apre­mio de las gran­des nece­si­da­des, como el ham­bre—, ha de ser alo­ja­do por el cui­da­do ajeno para acce­der a la dimen­sión de lo vital. La madre míti­ca, no sola­men­te se eri­ge como un Otro omni­po­ten­te, capaz de dar res­pues­ta a las ten­sio­nes orgá­ni­cas del recién naci­do, sino que, ade­más, en esa dia­léc­ti­ca, ins­cri­be las hue­llas mné­mi­cas que orien­ta­rán al sur­gi­mien­to del deseo en rela­ción al obje­to ori­gi­na­ria­men­te per­di­do, así como la año­ran­za de la satis­fac­ción pri­ma­ria, ima­gi­na­da como ple­na y abso­lu­ta (Freud, 1895).

La salud men­tal de un indi­vi­duo es deter­mi­na­da des­de el comien­zo por la madre, quien pro­por­cio­na lo que Win­ni­cott deno­mi­na “un ambien­te faci­li­ta­dor”, es decir un ambien­te en el cual los pro­ce­sos natu­ra­les de cre­ci­mien­to del bebé y sus inter­ac­cio­nes con lo que lo rodea pue­dan desa­rro­llar­se según el mode­lo que ha here­da­do. La madre (sin saber­lo) está echan­do las bases de la salud men­tal del indi­vi­duo (Win­ni­cot, 1990, p. 42).

De esta mane­ra las rela­cio­nes tem­pra­nas y el des­plie­gue de la estruc­tu­ra­ción psí­qui­ca del niño esta­rán mar­ca­das por la posi­bi­li­dad de la madre de tomar cono­ci­mien­to de que es el niño quien des­de el naci­mien­to y des­pués y duran­te su desa­rro­llo, la des­bor­da, hacien­do fra­ca­sar su omni­po­ten­cia.

Descripción general de historia de vida de la participante

Nombre: Liliana (seudónimo)
Edad: 54 años
Ocupación: Empleada de tienda departamental
Numero de entrevistas: 12
Duración por entrevista: 45–50 minutos

Lilia­na se mos­tró curio­sa y dis­pues­ta ante las entre­vis­tas, deno­tan­do com­ple­to des­co­no­ci­mien­to ante el tra­ba­jo de un psi­có­lo­go, pues expli­ca no enten­der cómo es que se rela­cio­nan las emo­cio­nes con el cán­cer. Dis­pues­ta a res­pon­der y a pro­fun­di­zar cada uno de los temas plan­tea­dos, Lilia­na tie­ne una visión posi­ti­va ante su diag­nós­ti­co e inclu­so man­te­nía la filo­so­fía de vida don­de “se tie­ne que apren­der de las cosas que pasan”, de mane­ra que siem­pre bus­ca apren­der de lo que le ocu­rre y espe­cí­fi­ca­men­te aho­ra de su cán­cer; un apren­di­za­je en don­de mayor­men­te ha encon­tra­do que ella es la cul­pa­ble de lo que le pue­de suce­der, mos­tran­do así un sen­ti­mien­to de impo­ten­cia e incom­pren­sión de las per­so­nas o situa­cio­nes exter­nas.

Al abor­dar los temas de la rela­ción hacia sí mis­ma y con los otros, mos­tró un cam­bio evi­den­te en su dis­po­si­ción, mos­trán­do­se ansio­sa y con difi­cul­tad a res­pon­der, pues gene­ral­men­te habla de sus rela­cio­nes inter­per­so­na­les como si no exis­tie­ran con­flic­tos, jus­ti­fi­can­do a todas las per­so­nas por sus actos y mayor­men­te cuan­do la agre­den. A esto se suma que cuan­do des­cri­be una situa­ción dolo­ro­sa, su len­gua­je cor­po­ral se pre­sen­ta rígi­do, evi­den­cian­do incon­gruen­cia con lo que habla.

Lilia­na es la her­ma­na mayor de cin­co her­ma­nas­tros (ellas es la úni­ca hija fue­ra del pri­mer matri­mo­nio de su madre), y rela­ta que su madre se emba­ra­zó a los 18 años de ella, moti­vo por el cual su padre “las aban­do­nó” en cuan­to se ente­ró. Los abue­los de Lilia­na la cui­da­ron has­ta que cum­plió cua­tro años de edad, tiem­po en don­de falle­ce su abue­la a cau­sa de un derra­me cere­bral, mien­tras su madre tra­ba­ja­ba en la fron­te­ra nor­te del país para man­te­ner­la. Su madre no la cui­dó ni la visi­tó duran­te este tiem­po, sólo envia­ba dine­ro. A los cua­tro años ocu­rrie­ron varios suce­sos en la vida de Lilia­na: falle­ce su abue­la, su madre regre­sa y se la lle­va a vivir con ella al nor­te, en don­de cono­ce a sus her­ma­nas­tros, momen­to don­de expli­ca que se sen­tía fue­ra de lugar con ellos: “…nun­ca enca­ja­ba con ellos y has­ta aho­ra no me he sen­ti­do como su her­ma­na”.

Lilia­na recuer­da que su madre tra­ba­ja­ba muy duro y aún más que Rober­to (padras­tro al que nun­ca lla­mó “papá”), quien era alcohó­li­co y no apor­ta­ba eco­nó­mi­ca­men­te en casa. Rober­to falle­ció de cirro­sis cuan­do Lilia­na había cum­pli­do 12 años. Des­de ese momen­to su madre se con­vir­tió en una mujer des­co­no­ci­da que tra­ba­ja­ba todo el día y a quien, en oca­sio­nes, sólo veía los domin­gos, moti­vo por el cual la tía (her­ma­na de Rober­to) cui­da­ba a Lilia­na y a sus her­ma­nas­tros. En sus pala­bras, se tra­ta­ba de una tía “eno­jo­na y man­do­na”, a la que sin embar­go con­si­de­ra­ba más cer­ca­na que a su pro­pia madre. Lilia­na ter­mi­nó la secun­da­ria y bus­có un empleo para poder ayu­dar­le a su madre con los gas­tos fami­lia­res, apo­yan­do a sus her­ma­nas­tros para que pudie­ran tener una carre­ra.

A los 20 años cono­ció a Mar­cos un hom­bre que actual­men­te es su espo­so y quien es alcohó­li­co. Lilia­na tie­ne tres hijos con él, a quie­nes “les ha tra­ta­do de dar estu­dios y más cer­ca­nía de la que su madre le dio”; sin embar­go, men­cio­na cons­tan­te­men­te que se sien­te fra­ca­sa­da en esta tarea pues su espo­so no coin­ci­de con sus ideas3: “él tuvo una vida difí­cil, debo com­pren­der­lo”.

Cuan­do Lilia­na cum­plió 50 años su madre falle­ce de cán­cer pul­mo­nar, y ella mis­ma es diag­nos­ti­ca­da con cán­cer de seno tres años des­pués. Lilia­na expre­sa preo­cu­pa­ción por dejar solos a sus hijos, pues su espo­so no ha demos­tra­do inte­rés por ellos, y le ate­rra la idea de dejar­los solos.

Descripción del conflicto psíquico en Liliana

Lilia­na nom­bra fre­cuen­te­men­te a la madre. Para poder ablar de ella uti­li­za a esa madre como una “orto­pe­dia” para poder mos­trar­se a los demás, fun­ción de la madre que se adop­ta en la pri­me­ra infan­cia, cuan­do el bebé es inma­du­ro y ante ese des­va­li­mien­to nece­si­ta de otro que le sea como “sopor­te”. Fre­cuen­te­men­te se pue­de detec­tar en su dis­cur­so: “Mi mamá decía que las cosas tenían que ser…, pues yo me acuer­do que mi mamá me decía…”, etc. La rela­ción que Lilia­na man­tu­vo con su madre fue alta­men­te depen­dien­te, se apro­pia de su dis­cur­so para poder hablar de ella. Aun des­pués de falle­ci­da se basa en lo que “su madre decía…”, difí­cil­men­te con­tes­ta­ba “yo creo… yo soy… yo quie­ro…”. Lilia­na no pue­de tomar deci­sio­nes por ella mis­ma.

De acuer­do a Lacan, se reco­no­cen dos ver­tien­tes en el deseo materno: aque­lla que per­mi­te vivir, su cara ama­ble, vivi­fi­can­te; y otra, ocul­ta tras la pri­me­ra, la que impi­de la vida, su cara sinies­tra, mor­tí­fe­ra. Estos extre­mos dan cuen­ta de que se tra­ta de una fun­ción que deja las mar­cas más inten­sas en la cons­ti­tu­ción del suje­to. En Lilia­na, se per­ci­be una cara de madre solí­ci­ta, que anu­la la sub­je­ti­vi­dad de Lilia­na, y que sigue pre­sen­te como impi­dien­do que emer­jan sus pro­pias deci­sio­nes.

Aquí, Lilia­na fun­ge como aquel obje­to de la madre. Se pres­ta para evi­tar evi­den­ciar la fal­ta mater­na, que teó­ri­ca­men­te Lacan nom­bra como “estra­go materno”, hacien­do alu­sión a las rela­cio­nes en las que el suje­to que­da atra­pa­do en la “boca” mater­na. De esta mane­ra, Lilia­na se iden­ti­fi­ca con el obje­to de ese deseo —con este deseo con el que va a iden­ti­fi­car su pro­pio deseo.

Evi­tar evi­den­ciar la fal­ta mater­na de su madre se pue­de obser­var cla­ra­men­te cuan­do men­cio­na que su madre sufrió mucho, que ella hizo lo impo­si­ble para ver­la “feliz” y que sin embar­go no lo logró. En su rela­ción se pue­de ver que la madre de Lilia­na era negli­gen­te, indi­fe­ren­te a sus “nece­si­da­des”, una madre que se comu­ni­ca­ba con ella por medio de crí­ti­cas impro­duc­ti­vas, es decir, una madre insen­si­ble a la exis­ten­cia de Lilia­na, a reco­no­cer sus esta­dos de áni­mo, así como los efec­tos que tenían tan­to sus pala­bras como sus actos en Lilia­na, carac­te­rís­ti­cas que pue­den ser el refle­jo de aque­lla rela­ción que man­tu­vie­ron en la pri­me­ra infan­cia de Lilia­na.

De tal mane­ra se cons­ti­tu­ye, a par­tir de estos aspec­tos defi­ci­ta­rios en la cons­ti­tu­ción del nar­ci­sis­mo pri­ma­rio, una mani­fes­ta­ción de difi­cul­tad en la cone­xión con la reali­dad, idea­li­za­cio­nes y pre­do­mi­nio de lo impo­si­ble, con­jun­ta­men­te con difu­sión de la iden­ti­dad y difi­cul­tad en la inte­gra­ción de un obje­to de amor (Hors­tein, 2002).

Otra carac­te­rís­ti­ca en el dis­cur­so repe­ti­ti­vo reto­ma­do de su madre es el recha­zo a la femi­ni­dad. Para la madre de Lilia­na, no había peor cas­ti­go que ser mujer. Lilia­na se apro­pia de estas pala­bras, y son las que han vela­do la per­cep­ción que ella tie­ne de sí mis­ma como mujer.

En cuan­to a la femi­ni­dad, psi­co­ana­lí­ti­ca­men­te es enten­di­da como el lugar don­de se da un pun­to de con­ver­gen­cia entre el incons­cien­te y la cul­tu­ra, por tan­to su cons­truc­ción tie­ne impli­ca­cio­nes tan­to uni­ver­sa­les como par­ti­cu­la­res, tan­to de igual­dad como de dife­ren­cia. Tales impli­ca­cio­nes uni­ver­sa­les hacen refe­ren­cia a cues­tio­nes de la espe­cie, de lo here­da­do y trans­mi­ti­do a tra­vés de los tiem­pos y la evo­lu­ción y los com­por­ta­mien­tos espe­ra­dos y desea­dos (muy rela­cio­na­dos con el Super­yó), mien­tras que sus impli­ca­cio­nes par­ti­cu­la­res son más pro­pias del suje­to, de su his­to­ria y sus viven­cias de aque­llo que en su pro­ce­so de apren­di­za­je la mujer inte­rio­ri­zó como signo de femi­ni­dad (Gon­zá­lez, 1993).

Toman­do en cuen­ta las impli­ca­cio­nes par­ti­cu­la­res de la femi­ni­dad, pode­mos encon­trar que a Lilia­na le fue trans­mi­ti­da la idea de que ser mujer es ser dolien­te, débil, que tie­ne que adop­tar el papel de sumi­sión, como un obje­to, ade­más de man­te­ner la idea de que las per­so­nas las­ti­man mayor­men­te a las muje­res, por lo que si ella se iden­ti­fi­ca como mujer, ella ase­gu­ra que es las­ti­ma­da.

Las impre­sio­nes que sur­gen a par­tir de lo ante­rior es que el con­flic­to resi­de cuan­do cul­tu­ral­men­te se han esta­ble­ci­do una serie de pau­tas que deter­mi­nan lo que “es ser feme­nino” (for­mas de ves­tir, de hablar, de rela­cio­nar­se con el sexo opues­to, el lugar ocu­pa­do labo­ral­men­te entre otros), pau­tas que Lilia­na recha­za y esca­sa­men­te mues­tra en apa­rien­cia, en el actuar ni en el hablar: “las demás muje­res son lin­das, no podré lle­gar a ser como ellas, uhhhmm no”. Lo ante­rior gene­ra un sen­ti­mien­to de infe­rio­ri­dad y envi­dia hacia las muje­res —aspec­to que se encuen­tra en su hablar cuan­do refie­re que “… es que… como que ser como ellas, me pare­ce ser ton­ta”.

Es cla­ra la demos­tra­ción del deseo de la pro­pia madre, el cual es pues­to a lo lar­go de la vida de la pacien­te. De cier­to modo, el dis­cur­so atra­ve­sa­do en ella la remi­te a un recha­zo e insa­tis­fac­ción cons­tan­te en la rela­ción con su madre, debi­do al hecho de haber naci­do “mujer”.

Por otra par­te, Lilia­na expe­ri­men­ta un cons­tan­te vacío que no sabe a qué atri­buir, así como un sen­ti­mien­to de des­va­lía, pues en “aque­llos sen­ti­mien­tos de des­va­li­mien­to y del vacío exis­te una falla en la rela­ción con la madre como obje­to pri­ma­rio de sos­tén, a esto sue­len sumar­se suce­sos de índo­le trau­má­ti­ca, de tal mane­ra que el papel deci­si­vo del ambien­te pre­coz apa­re­ce como cons­tan­te en las pato­lo­gías del des­va­li­mien­to” (Hors­tein, 2002).

De acuer­do a esta teo­ría, tam­bién se encuen­tra que pue­de ser que el vacío del yo fue­ra más con­sis­ten­te que sus logros. Enfo­cán­do­se en la pri­me­ra infan­cia, en la ausen­cia de la madre, los obje­tos no pudie­ron cons­truir los obje­tos tran­si­cio­na­les, que son y no son el pecho, lugar que debió ser ocu­pa­do por el len­gua­je. La sim­bo­li­za­ción y la crea­ti­vi­dad se verán inva­di­das por las soma­ti­za­cio­nes, las actua­cio­nes o por la depre­sión vacía. Asi­mis­mo se detec­ta la pre­do­mi­nan­cia en los obje­tos pri­mor­dia­les, la indi­fe­ren­cia o el dis­pla­cer vivi­do en la pri­me­ra infan­cia. Las fallas de recur­sos del yo remi­ten a fallas del obje­to, por lo que el sen­ti­mien­to de vacío y de extra­ña­mien­to que pre­sen­ta Lilia­na pue­de deber­se al recha­zo de su madre, pues Lilia­na des­cri­be a una madre dis­tan­te, que aban­do­na, exi­ge y mani­pu­la.

Es evi­den­te que la posi­ción sub­je­ti­va de Lilia­na está pro­fun­da­men­te atra­ve­sa­da por la rela­ción arcai­ca con la madre, en don­de domi­nan las expe­rien­cias con­cer­nien­tes al des­am­pa­ro y al aban­dono. Cla­ra­men­te, la hos­ti­li­dad de la cual ella pre­ser­va a la madre se jue­ga, en cam­bio, tan­to en las refe­ren­cias a sí mis­ma como hacia su rela­ción con los demás. De esta mane­ra, pare­ce ser que se encuen­tra estan­ca­da en una rela­ción don­de le es difí­cil dar un no por res­pues­ta ante las deman­das de los demás.

Lilia­na ha teni­do pér­di­das impor­tan­tes: se encon­tró que su madre se fue y la dejó con su abue­la, quien le rela­ta­ba por qué se había ido su madre; cuan­do cum­ple cua­tro años, su madre regre­sa por ella (pues su abue­la había falle­ci­do), suce­so que en el momen­to no se le expli­có, sino has­ta tiem­po des­pués. Por últi­mo, ya en la vida adul­ta y des­pués de tres años de haber sido diag­nos­ti­ca­da, su madre mue­re de cán­cer pul­mo­nar.

Cuan­do el suje­to se ve enfren­ta­do a la muer­te de alguno de sus padres la situa­ción se com­ple­ji­za. El dolor pro­vo­ca­do por la año­ran­za del obje­to per­di­do que­da uni­do a viven­cias de des­va­li­mien­to, de fra­gi­li­dad yoi­ca, de iner­mi­dad, lo que da lugar a una cua­li­dad de angus­tia dife­ren­te a la que sur­ge fren­te a la resig­na­ción del obje­to en la situa­ción edí­pi­ca. Esta­ría vin­cu­la­do a lo que Freud des­cri­be como angus­tia pri­ma­ria. Por otra par­te, la angus­tia ante la pér­di­da de un ser ama­do sos­te­ne­dor se hace into­le­ra­ble para el yo inma­du­ro, no autó­no­mo, lle­ván­do­lo enton­ces a la uti­li­za­ción de seve­ros y per­sis­ten­tes recur­sos defen­si­vos (Freud, 1926).

A par­tir de estas pér­di­das, Lilia­na men­cio­na sen­ti­mien­tos de des­am­pa­ro, vacío y tris­te­za, de aquí que se tome en cuen­ta lo des­cri­to por Freud en su artícu­lo Due­lo y melan­co­lía: el due­lo es un pro­ce­so nor­mal, mien­tras que la melan­co­lía es pato­ló­gi­ca. Ambos sobre­vie­nen como con­se­cuen­cia de la pér­di­da del obje­to ama­do, y en ambos casos exis­te un esta­do de áni­mo dolo­ro­so, una pér­di­da de inte­rés por el mun­do exte­rior, una pér­di­da de la capa­ci­dad de amar y una inhi­bi­ción gene­ral de todas las fun­cio­nes psí­qui­cas. Sin embar­go, exis­te una dife­ren­cia, pues la melan­co­lía inclu­ye otro sín­to­ma que no está pre­sen­te en el due­lo, “la pér­di­da de la auto­es­ti­ma”, lo que se tra­du­ce como auto-repro­ches.

Lilia­na se mues­tra cul­pa­ble ante el aban­dono de su madre. Cuan­do ella tenía dos años, su abue­la le comen­ta­ba que su madre se había ido pues el padre las había aban­do­na­do, y por tan­to no le alcan­za­ba para poder man­te­ner a Lilia­na. Ella no entien­de por qué se fue su papá y vuel­ve a reto­mar esta figu­ra para gene­ra­li­zar que “todos los hom­bres aban­do­nan”, por lo que ella ase­gu­ra que su espo­so la aban­do­na­rá en algún momen­to, auna­do a que se auto-repro­cha que “por ella su mamá se tuvo que ir”, y si ella no hubie­ra naci­do, su madre jamás se hubie­ra casa­do con un hom­bre que la las­ti­ma­ba mucho, dado que men­cio­na que su madre sufrió mucho a cau­sa de un segun­do matri­mo­nio con un hom­bre alcohó­li­co; y si ella no hubie­ra sufri­do tan­to, ella hubie­ra sido “feliz”.

Lilia­na no reci­bió apo­yo ante estas pér­di­das, lo que gene­ró angus­tia y daño, y expe­ri­men­tó cul­pa­bi­li­dad ante las mis­mas. La cul­pa se carac­te­ri­za en el suje­to por un sen­ti­mien­to pro­ve­nien­te de la “cer­ti­dum­bre de lo irre­pa­ra­ble”, de la ver­güen­za de haber sido y el dolor de ya no ser el obje­to de amor de su ama­do, y en todos los casos, de no haber sido ama­da.

De acuer­do a Klein, ante una pér­di­da, se reac­ti­van las tem­pra­nas ansie­da­des psi­có­ti­cas, el suje­to en due­lo atra­vie­sa por un esta­do manía­co-depre­si­vo modi­fi­ca­do y tran­si­to­rio, y lo ven­ce, repi­tien­do en dife­ren­tes cir­cuns­tan­cias y por dife­ren­tes mani­fes­ta­cio­nes los pro­ce­sos por los que atra­vie­sa el niño en su desa­rro­llo tem­prano.

Siguien­do nue­va­men­te a Klein (1937), en el adul­to sobre­vie­ne el dolor con la pér­di­da de una per­so­na ama­da; sin embar­go, lo que lo ayu­da para ven­cer esta pér­di­da abru­ma­do­ra es haber esta­ble­ci­do en sus pri­me­ros años, “una bue­na ima­go de la madre den­tro de sí”. Por otro lado, si el suje­to en due­lo está rodea­do de per­so­nas que quie­re y com­par­ten su dolor, se favo­re­ce la res­tau­ra­ción de la armo­nía de su mun­do interno y se redu­cen más rápi­da­men­te sus mie­dos y penas. En la vida de Lilia­na se encon­tró una evi­den­te caren­cia de estas figu­ras sos­te­ne­do­ras.

En cuan­to a su cuer­po, se pue­de detec­tar un cuer­po nega­do, frus­tra­do y mor­ti­fi­ca­do, un cuer­po pri­va­do de ero­tis­mo. Lo ante­rior se pue­de mos­trar cla­ra­men­te en la fal­ta de cui­da­dos en su cuer­po. Los cui­da­dos que un suje­to le pue­de dar a su cuer­po, devie­nen de aque­llos pri­me­ros cui­da­dos dados por la madre, los cua­les fue­ron inte­rio­ri­za­dos. Lilia­na recuer­da que ella tenía que hacer “todas sus cosas”.

Asi­mis­mo, a Lilia­na se le difi­cul­tó hablar acer­ca de su cuer­po, o lo hace —espe­cí­fi­ca­men­te con la apa­ri­ción del cán­cer— en tér­mi­nos de un cuer­po enfer­mo. Este deseo se encuen­tra sub­ten­di­do bajo el dis­cur­so de “no goza­rás, no sen­ti­rás pla­cer.”

Lilia­na fre­cuen­te­men­te enfer­ma­ba de niña, y recuer­da que tenía dolo­res esto­ma­ca­les sin cau­sa apa­ren­te; ante las con­ti­nuas enfer­me­da­des que pre­sen­tó (dolo­res de cabe­za, estó­ma­go, dolo­res de arti­cu­la­cio­nes), Lilia­na refie­re sen­tir un cuer­po “frá­gil y fácil de enfer­mar”, y los diag­nós­ti­cos médi­cos reci­bi­dos no le die­ron una expli­ca­ción cla­ra de lo que le pasa­ba. La teo­ría nos mues­tra que ante una enfer­me­dad no sólo se pue­de hablar del cuer­po “orgá­ni­co que enfer­ma”, sino de ese suje­to que enfer­ma y que le asig­na un sen­ti­do a su pade­cer, pues “solo pue­den tener cuer­po con la con­di­ción de que esta sufra, pues hablan como si fue­ran una men­te sin cuer­po, sien­ten como si no les per­te­ne­cie­ra” (Mac­Dou­gall, 1999).

Aho­ra bien, el dolor psí­qui­co se pue­de mos­trar como un trau­ma en el momen­to en que se pro­du­ce un impac­to des­me­su­ra­do para el cuer­po, para un ele­men­to o un ser que no logran asi­mi­lar­los. A la edad de cua­tro años a Lilia­na se le había men­cio­na­do el moti­vo por el cual se le había “aban­do­na­do”: un sín­to­ma pre­ma­tu­ro, el insom­nio, el llan­to fre­cuen­te y los berrin­ches, habrían sido supri­mi­dos por la abue­la. Lo que se supri­mía era ya un sín­to­ma que refle­ja­ba el con­flic­to por una pér­di­da, por la ausen­cia de un sopor­te que le per­mi­tie­ra asi­mi­lar aque­lla exci­ta­ción inten­sa; pero el yo no con­si­gue asi­mi­lar, ni amor­ti­guar, ni con­ci­liar esa entra­da masi­va de ener­gía, pues “el incons­cien­te son aque­llas repre­sen­ta­cio­nes e ins­crip­cio­nes de aque­llos momen­tos vivi­dos con inten­si­dad que no son con­ci­lia­bles en nues­tro yo, el incons­cien­te esta en mí y sin embar­go no es con­ci­lia­ble con­mi­go.” (Nasio, 2008).

Pro­ba­ble­men­te la muer­te de su madre haya reac­ti­va­do las ante­rio­res pér­di­das en Lilia­na, situa­ción que no ha logra­do supe­rar aun a la fecha, pues men­cio­na que su muer­te le sigue dolien­do tan­to como si se hubie­ran lle­va­do una par­te de ella: “…me he sen­ti­do siem­pre con­fun­di­da pero con la muer­te de mi madre fue como si hubie­ra cre­ci­do más esto”.

Así, vemos que el yo se vuel­ve a encon­trar con la ima­gen de un obje­to hos­til ante­rior que le había pro­vo­ca­do el pri­mer trau­ma, pues “la ima­gen tie­ne el valor del sig­ni­fi­can­te de hacer nacer el dolor”. Igual­men­te, “[e]l dolor de exis­tir es el dolor de estar some­ti­do a la deter­mi­na­ción del sig­ni­fi­can­te de la repe­ti­ción has­ta el des­tino”, por lo que es muy pro­ba­ble que el des­tino de Lilia­na esté situa­do en el sufri­mien­to, pues esta es la mane­ra en se ha ins­tau­ra­do su for­ma de sobre­vi­vir. “Un amor dema­sia­do gran­de den­tro de noso­tros por un ser que no exis­te fue­ra” (Nasio, 2008).

Lilia­na ha ele­gi­do por pare­ja a un hom­bre que guar­da cier­tas carac­te­rís­ti­cas simi­la­res con la vida que ante­rior­men­te había vivi­do, inclu­so has­ta lle­gar a ser aban­do­na­da por él. Se repi­te nue­va­men­te un aban­dono, y des­pués de este es diag­nos­ti­ca­da con cán­cer de mama.

Ante este pun­to, es impor­tan­te men­cio­nar que, en pala­bras de Freud, el yo odia, abo­rre­ce, y per­si­gue con pro­pó­si­tos des­truc­ti­vos a todos los obje­tos que lle­ga a supo­ner como fuen­te de dis­pla­cer. En el caso de Lilia­na, se vive un dis­pla­cer y por tan­to exis­te un odio (hacia su madre), pero que se mues­tra encu­bier­to: una repre­sen­ta­ción de una madre que frus­tra pero que tam­bién la ha traí­do al mun­do, a lo que Lilia­na no ha sabi­do corres­pon­der, mos­trán­do­se insu­fi­cien­te para ganar­se el amor de mamá.

De acuer­do a lo ante­rior, se pue­de con­cluir que exis­te un con­flic­to psí­qui­co en Lilia­na, el cual tuvo lugar en la pri­me­ra infan­cia ante situa­cio­nes dolo­ro­sas que no encon­tra­ron lugar en las pala­bras; esto es, no exis­tió alguien que pudie­ra mediar o acom­pa­ñar el dolor de las pér­di­das, lo que des­de enton­ces le ha gene­ra­do sen­ti­mien­tos de vacío, des­es­pe­ran­za y con­fu­sión, auna­do a un sufri­mien­to por sen­tir que no entien­de a las demás per­so­nas. Su iden­ti­dad se mues­tra difu­sa: cuan­do Lilia­na reci­be el diag­nós­ti­co de cán­cer, este es vivi­do como un cas­ti­go que ella mere­ce pues no ha sido una “bue­na per­so­na”. A la par de la cri­sis sobre­ve­ni­da por el impac­to de la noti­cia, sus sín­to­mas se agu­di­zan, e inclu­so lle­ga a dudar del tra­ta­mien­to; aun­que cons­cien­te­men­te men­cio­na ser posi­ti­va ante el cán­cer, ella cree que lo úni­co que pue­de “ter­mi­nar con el cán­cer” es la muer­te, su muer­te o en dado caso que le qui­ten el seno (este últi­mo como signo de la femi­ni­dad), pues ella cree que por ser mujer se enfer­mó de cán­cer, “algo que sólo le da a las par­tes de la mujer”. Final­men­te se encon­tró que estos con­flic­tos pre­vios —deman­das insa­tis­fe­chas— entra­man la mane­ra de res­pon­der ante su tra­ta­mien­to, la repre­sen­ta­ción de su pade­cer y sobre todo su des­tino.

Referencias

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Notas

1.Licen­cia­da en Psi­co­lo­gía por la Facul­tad de Cien­cias de la Con­duc­ta, Uni­ver­si­dad Autó­no­ma del Esta­do de Méxi­co. Email: susy​ro​sa​lesc​.com.

2. Doc­tor en Inves­ti­ga­ción Psi­co­ana­lí­ti­ca por la Socie­dad de Psi­co­aná­li­sis Mexi­cano, pro­fe­sor inves­ti­ga­dor ads­cri­to a la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma del Esta­do de Méxi­co. Email: mgutierrezr@uaemex.mx

3.Lilia­na se refie­re a las ideas res­pec­to a la crian­za que ella tie­ne con sus hijos, don­de se mues­tra sobre­pro­tec­to­ra, mien­tras que su espo­so le dice que “mima” mucho a sus hijos y que los con­ver­ti­rá en hijos “chi­quia­dos”.