Effects of the Probability of Consequences on Lying Behavior
Virginia Pacheco Chávez[1], Jonathan Zavala Peralta[2], Leo Amir Lagunas Chavarría[3] y Claudio Antonio Carpio Ramírez[4]
Facultad de Estudios Superiores Iztacala
Resumen
Se plantea que mentir es una herramienta lingüística, que puede ser valorada como negativa o no, en función de las características particulares de la situación en que se miente. Se evaluó el efecto de la probabilidad de consecuencias ℗ en la conducta de mentir y no mentir en estudiantes universitarios. Quince participantes fueron asignados aleatoriamente a uno de tres grupos con diferentes valores de P (0.0, 0.5, 1.0), y participaron en un juego virtual similar al denominado “Adivina quién”. Los resultados mostraron que las frecuencias relativas de mentir y no mentir variaron según los valores extremos de P, siendo mayor en P = 1.0. Se discute que la conducta de mentir, como otros comportamientos socialmente valorados, se modifica por factores situacionales y no es una característica intrínseca del individuo.
Palabras clave: conducta de mentir, probabilidad de consecuencias, comportamiento socialmente valorado, desarrollo psicológico.
Abstract
It is posited that lying constitutes a linguistic tool, the valuation of which—as either negative or otherwise—is contingent upon the specific characteristics of the situation in which the lie occurs. This study evaluated the effect of the probability of consequences ℗ on lying and truth-telling behaviors among university students. Fifteen participants were randomly assigned to one of three groups with distinct P values (0.0, 0.5, 1.0) and engaged in a virtual game analogous to “Guess Who?”. The results indicated that the relative frequencies of lying and truth-telling varied according to the extreme values of P, with a higher frequency of lying observed at P = 1.0. The findings suggest that lying behavior, much like other socially evaluated conducts, is modulated by situational factors rather than being an intrinsic individual characteristic.
Keywords: lying behavior, probability of consequences, social assessment of behavior, psychological development
Introducción
Mentir es una práctica cotidiana que ocurre en diversos contextos. Muchas de estas mentiras pasan inadvertidas y no alteran significativamente las relaciones interpersonales. De hecho, podría decirse que el mentir forma parte del entramado de la convivencia social. No obstante, cuando se reflexiona sobre el acto de mentir —ya sea en el ámbito familiar, religioso, académico u otro— rara vez se reconoce como una práctica social. En su lugar, se recurre a una valoración moral que atribuye al acto una connotación negativa inherente, considerándolo un comportamiento indeseable que debe ser detectado y sancionado, sin tomar en cuenta las circunstancias particulares en las que ocurre. En este trabajo, se asume que, a fin de dar cuenta del porqué los individuos mienten, y cómo propiciar que lo hagan, o dejen de hacerlo, además de analizar el problema desde la moralidad, es necesario reconocer dimensiones, como la social y la psicológica. En relación con la primera, y de acuerdo con Tomasini-Bassols (2020), aquí se parte de que mentir forma parte de las prácticas compartidas por los miembros de una comunidad, como sucede con otras prácticas sociales, mentir se promueve, se mantiene, y se sanciona, en función de las características específicas de cada grupo de referencia. Asimismo, el estatus moral de una mentira depende del contexto en el que ocurre, así como de la época, el ámbito y la comunidad que lo valora.
En tanto práctica convencional, es decir humana, mentir no posee propiedades intrínsecamente negativas, es una herramienta lingüística, que involucra el hacer y decir de los individuos, la cual puede ser loable o condenable dependiendo de las circunstancias en las que se usa. De lo anterior surgen las siguientes preguntas ¿Qué caracteriza al mentir como comportamiento lingüístico? ¿qué condiciones propician que los individuos mientan?
La discusión de tales preguntas requiere analizar el problema de interés desde su dimensión psicológica. Al respecto, Luna (2013) plantea que un individuo miente cuando dice y hace algo que no se corresponde funcionalmente con el evento acerca del cual miente, estando en condiciones de hacer y decir lo que si corresponde. Acorde a la conceptualización de esta autora, se asume que mentir implica una interacción compleja del individuo con elementos de su entorno. Esta implica que el individuo que miente es capaz hacer referencia a una situación no presente, con la cual ha tenido contacto directo o indirecto, y que puede referir algo que no se corresponde con dicha situación, sino con otra situación similar. En otras palabras, el individuo puede hacer contacto funcional con lo que él mismo ha hecho y dicho, y con las consecuencias contingentes a su comportamiento, en situaciones similares a la presente. Por ejemplo, si un joven se enfrenta a un asalto, mentir implicaría que el joven recuerde situaciones similares y anticipe sus consecuencias: entregar todo su dinero, como lo solicita el asaltante, y quedar sin recursos (negativa), mostrar la cartera vacía y ser agredido (negativa), o dar solo una parte y evitar daños (positiva). Con base en esa historia, decide en la situación actual decir que solo tiene $50, aunque lleve más. A la luz de esta conceptualización, puede afirmarse que, al igual que otros comportamientos en general —y especialmente aquellos socialmente valorados—, mentir es una conducta que se enseña y se aprende. Este aprendizaje suele darse mediante un entrenamiento implícito y no planificado, al que están expuestos los miembros más jóvenes de un grupo social. La historia de interacciones en que ha participado el individuo configura un repertorio conductual que se actualiza en cada situación novedosa que enfrenta (Carpio et al., 1995; Carranza, 2018).
En el caso de las conductas de mentir versus decir la verdad, si esta última ha tenido consecuencias positivas, es más probable que el individuo lo repita; si ha tenido consecuencias negativas, aumentará la probabilidad de mentir. Estudios sobre comportamiento socialmente valorado muestran que las consecuencias, sean ante conductas deseables o indeseables, ejercen un control significativo sobre la ejecución en tareas experimentales (Carpio et al., 2018; Carranza et al., 2019; Cano, 2014; Martínez, 2018).
Al respecto, Cao et al. (2025) evaluaron la probabilidad del castigo (baja, media, alta) sobre las decisiones deshonestas (clasificadas en “de alto grado” y, de “bajo grado”) y la sensibilidad al castigo, bajo un paradigma de juego. Estos autores reportaron que la probabilidad alta de castigo redujo más el comportamiento deshonesto de alto grado, que la probabilidad baja. Asimismo, que la probabilidad media, favoreció el aumento del comportamiento deshonesto de bajo grado. En los estudios sobre comportamiento socialmente valorado, las consecuencias suelen programarse con valores extremos de probabilidad (0.0 o 1.0). Sin embargo, en la vida cotidiana las consecuencias de mentir o decir la verdad rara vez se presentan de manera tan dicotómica: a veces la mentira pasa inadvertida, otras veces puede acarrear consecuencias inciertas, y en ocasiones se acompaña de consecuencias ambiguas o inconsistentes. Lo anterior plantea la necesidad de analizar no solo la presencia o ausencia de consecuencias, sino también los efectos que tienen diferentes valores de probabilidad. Otro trabajo vinculado con la evaluación de la probabilidad incierta (diferente de 1 y de 0) de las consecuencias ante el comportamiento deshonesto, es el de Steinel, et al (2022) quienes utilizaron un paradigma de juego (“el dado bajo el vaso”), y documentaron que los participantes mintieron más cuando sus respuestas (informar deshonestamente acerca de una tirada de dados) podían implicar perdidas de consecuencias positivas, que cuando estas podían reportar ganancia de consecuencias positivas.
En un área de investigación distinta, Carpio y González (1985), Carpio et al. (1986) y Pacheco (1989) evaluaron los efectos de variar la probabilidad de reforzamiento, encontrando que la tasa de respuesta de los sujetos seguía una función bitónica ascendente–descendente conforme disminuían los valores de dicha variable. Posteriormente, Carpio et al. (2003) analizaron la probabilidad de reforzamiento (PER) en tareas de igualación a la muestra, manipulándola de manera descendente–ascendente para el estímulo idéntico (1.0, 0.75, 0.50, 0.25, 0.0, 0.25, 0.50, 0.75 y 1.0) y de forma inversa para el estímulo diferente (0.0 a 1.0 y regreso). Los resultados mostraron que la distribución de respuestas fue una función positiva de los valores programados de la PER. De manera similar, Pacheco (1994) replicó este procedimiento con adultos humanos, encontrando que las frecuencias relativas de respuesta se ajustaban positivamente a la probabilidad de reforzamiento, especialmente en los valores extremos (1.0 y 0.0).
En conjunto, estas investigaciones evidencian que la probabilidad de las consecuencias ejerce un control sistemático sobre el responder diferencial en diversas condiciones. En particular, el trabajo de Pacheco (1994) mostró que es posible transitar de ejecuciones en tareas de singularidad a ejecuciones en tareas de identidad, sugiriendo que el aprendizaje de criterios de relación entre estímulos no depende de propiedades intrínsecas de los objetos ni de procesos internos del organismo, sino de una continuidad paramétrica en las variables experimentales.
En síntesis, la investigación en análisis experimental de la conducta ha demostrado que la variación gradual de la probabilidad de reforzamiento genera cambios ordenados en la frecuencia relativa de las respuestas (Carpio y González, 1985; Carpio et al., 2003; Pacheco, 1994). Esta lógica paramétrica, que entiende la conducta como función de continuos probabilísticos y no de relaciones todo-o-nada, resulta pertinente para el estudio de la conducta de mentir. De acuerdo con tal planteamiento y las investigaciones descritas, es pertinente preguntarse si es posible obtener resultados similares, empleando otros procedimientos de elección, en los que también se auspicie una relación directa entre frecuencia relativa de respuesta y la frecuencia relativa de reforzamiento (Carpio, et al, 2003), y cuyas opciones de respuesta sean mentir, una, y no mentir, la otra. Es decir ¿la frecuencia de la conducta de mentir incrementará, y decrementará, acorde con los valores de la probabilidad de las consecuencias? Con el propósito de dar respuesta a estas preguntas, se evaluaron los efectos de variar la probabilidad de las consecuencias sobre la conducta de mentir de estudiantes universitarios, en un paradigma de juego.
Método
Participantes: 15 adultos jóvenes de 18 a 25 años (11 mujeres y 4 hombres) con habilidades básicas para operar un equipo de cómputo, y que cursaban la licenciatura en la UNAM. La muestra fue no probabilística, por conveniencia.
Instrumento(s) o materiales: Se utilizaron cinco equipos de cómputo con sistema operativo de Microsoft Windows 10 y 2 dispositivos móviles con sistema operativo iOS. Todos los dispositivos contaban con conexión a internet.
Se diseñó una plataforma web específicamente para esta investigación, la plataforma es similar a la del juego “adivina quién®” (Ver Figura 1).
Figura 1.
Captura de pantalla de la plataforma web.
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La plataforma web diseñada para el estudio estaba conformada por diversas secciones interconectadas que guiaban de manera progresiva la participación. Al ingresar, los participantes accedían a una sección de registro en la que debían proporcionar datos básicos (correo electrónico, edad, escolaridad, género) y establecer una contraseña personal. El correo electrónico funcionaba como identificador único para acceder a las sesiones posteriores.
Una vez concluido el registro, los usuarios eran dirigidos a una sección de instrucciones, en la cual se describían las reglas necesarias para ejecutar correctamente la tarea experimental. Para asegurar su comprensión, se presentaban tres preguntas relacionadas con dichas reglas; únicamente quienes respondían de manera correcta podían avanzar a la fase siguiente.
En la sección experimental propiamente, se desplegaba una pantalla con veinte personajes diferentes, de entre los cuales el participante debía seleccionar uno. Tras la elección, la interfaz mostraba el personaje elegido, una dirección de correo electrónico ficticia que representaba a un compañero virtual de juego, un marcador con el puntaje acumulado y un recuadro en el que aparecían las preguntas formuladas por dicho compañero sobre las características del personaje (por ejemplo: “¿El personaje que elegiste tiene anteojos?”). Finalmente, se habilitaban dos botones de respuesta, “sí” y “no”, mediante los cuales el participante debía contestar cada una de las preguntas.
Procedimiento
Las sesiones se llevaron a cabo en el Laboratorio de Desarrollo Psicológico y Educación de la FES Iztacala, así como en un aula de la FES Zaragoza. Inicialmente, se invitó a estudiantes de ambas sedes a participar en un experimento en el que existía la posibilidad de ganar hasta $140.00 pesos mexicanos, dependiendo de su desempeño en una tarea inspirada en el juego “Adivina quién®”. Una vez que aceptaron participar, los estudiantes firmaron un consentimiento informado, en el cual se detallaban las características de su participación.
Posteriormente, se conformaron tres grupos experimentales, con cinco participantes cada uno, asignados de manera aleatoria. Los participantes de todos los grupos iniciaron con una sesión de línea base, en la cual no había consecuencias programadas (P=0.0).
El grupo 0- ascendente, en la segunda sesión, fue expuesto a una condición experimental en la cual cada que los participantes respondían con la verdad, se presentaban consecuencias, consistentes en 50 puntos (P(NM)=1.0), mientras que cada que mentían no se presentaron consecuencias (P=0.0). En la tercera sesión la probabilidad de consecuencias programadas fue de 0.5 tanto por mentir, como por responder con la verdad (P=0.5). En la cuarta sesión, conducta de mentir era seguida de consecuencias con probabilidad de 1.0, y las consecuencias de no mentir era 0.0.
El grupo 1- descendente siguió la secuencia inversa al grupo previo, a saber, en la segunda sesión, cuando cada participante respondía con la verdad, no se presentaban consecuencias programadas (P(NM)=0.0), en tanto que mentir era seguido consecuencias (P=1.0). En la tercera sesión, tanto responder con la verdad, como mentir podían ser seguidos de consecuencias con una probabilidad de 0.5 (P=0.5). En la cuarta sesión, se presentaron consecuencias cada que el participante no mentía (P=1.0), mientras que cuando mentía la probabilidad de las consecuencias era 0.0. comenzó con consecuencias ciertas por mentir (P(M)=1.0), pasó a la condición intermedia (P=0.5 para ambas opciones) y concluyó con consecuencias exclusivas para no mentir (P(NM)=1.0).
En el grupo 0.5- ascendente, la segunda sesión consistió presentar consecuencias programadas con una probabilidad de 0.5, tanto después de que cada participante mentía, como cuando no mentía. La tercera sesión consistió en presentar consecuencias cuando no se mentía (P(NM)=1.0), no se presentaron cuando se mentía (P(NM)=1.0). En la última sesión, mentir era seguida de consecuencias con probabilidad de 1.0 y cuando no se mentía la probabilidad de consecuencias era 0.0.
Al finalizar la cuarta sesión, cada participante recibió una cantidad de dinero proporcional al total de puntos acumulados.
Resultados
De cada participante, se registró la respuesta (Sí/No) que dio a cada una de las 20 preguntas acerca de las características del personaje elegido (ensayos), en cada condición experimental. Cuando no había correspondencia entre la respuesta del participante y la característica del personaje se cómputo como mentir, en contraste si había correspondencia entre la respuesta del participante y la característica del personaje, que se contabilizó como no mentir. Posteriormente se calculó la frecuencia de mentir y no mentir.
En la Figura 2 se presenta la frecuencia promedio de las respuestas de mentir de los participantes del grupo 0‑ascendente, en cada una de las condiciones experimentales. En ella se puede apreciar que la conducta de mentir incrementó durante las condiciones experimentales, respecto a la línea base, esta medida fue de 4 en línea base, y de 10 en la última sesión. Lo anterior sugiere que la presentación de las consecuencias que seguían a ambas opciones de respuesta tuvo efectos que interactuaron entre sí y afectaron de manera diferencial tanto con la conducta de mentir, como al “no mentir”.
Figura 2.
Frecuencia promedio de las respuestas de mentir y de no mentir, de los participantes del grupo 0- ascendente, en cada una de las condiciones experimentales.

En la Figura 3 se presenta la frecuencia promedio de las respuestas de mentir y de no mentir, de los participantes del grupo 1‑descendente, en cada una de las condiciones experimentales. Como puede observarse, los participantes mintieron en promedio en 8 de los 20 ensayos de la línea base, y lo hicieron en 12, a partir de la primera condición (P(M)= 1.0), la frecuencia se mantuvo en valores similares en las siguientes condiciones, incluyendo la última en la que la probabilidad de consecuencias por mentir fue 0.0. Por otro lado, a diferencia del grupo anterior, en la línea base, la frecuencia de mentir fue menor que la de no mentir, pero a partir de que se presentaron las consecuencias, la frecuencia de ambas conductas se invirtió (es decir, mentir se eligió en más ensayos, que la otra opción).
Figura 3.
Frecuencia promedio de las respuestas de mentir y de no mentir, de los participantes del grupo 1‑descendente, en cada una de las condiciones experimentales.

En la Figura 4 se presenta la frecuencia promedio de las respuestas de mentir de los participantes del grupo 0.5- ascendente, en cada una de las condiciones experimentales. En la gráfica es posible apreciar que la frecuencia de la conducta de mentir fue 9 en la línea base, se mantuvo en 8 en las dos condiciones siguientes, y se elevó a 13 cuando el valor de P(M) fue 1.0 (y P(NM) fue 0.0). Si bien la conducta de mentir no incrementó con las consecuencias, esta no decrementó, a pesar de que no mentir tenía consecuencias, incluso cuando la p= 1, y p=0 por mentir. Adicionalmente, y de manera similar a los otros dos grupos, inicialmente la frecuencia de la conducta de mentir es menor que la frecuencia de no mentir, pero los valores de esta medida se invierten en el momento que la probabilidad de las consecuencias por mentir es 1.0.
Figura 4
Frecuencia promedio de las respuestas de mentir y de no mentir, de los participantes del grupo 0.5 descendente-ascendente, en cada una de las condiciones experimentales.

Discusión
El presente estudio tuvo como objetivo analizar los efectos de la probabilidad de las consecuencias sobre la conducta de mentir en un contexto experimental. De manera general, los resultados mostraron que las consecuencias ejercieron un control sistemático sobre la elección de los participantes, particularmente cuando se establecieron valores extremos de probabilidad (0.0 y 1.0). En los grupos 0‑ascendente y 0.5‑ascendente, la frecuencia de mentiras aumentó cuando mentir se asoció con una probabilidad de consecuencias de 1.0; mientras que, en el grupo 1‑descendente, la mayor frecuencia de mentiras apareció en la primera condición experimental, también vinculada con dicho valor extremo. Estos patrones coinciden parcialmente con lo reportado en investigaciones previas, en las que la certeza de las consecuencias tuvo un impacto más marcado que la mera posibilidad de estas (Hu y Ben-Ner, 2020; Steinel et al., 2022).
Otro hallazgo relevante es que, cuando el valor de la probabilidad ℗ fue igual a 0, la frecuencia de mentir no mostró una reducción significativa respecto a la condición experimental inmediatamente anterior; una tendencia similar se observó cuando el valor de P fue 0.5. Este patrón sugiere que tanto la conducta de mentir como la de no mentir fueron producto de la interacción entre los valores de P asociados a ambas conductas, y no únicamente del efecto aislado de los valores asignados a dicha variable. Un aspecto adicional que podría contribuir a explicar este resultado es el papel que juegan las verbalizaciones que los participantes pueden emitir respecto a las reglas de la tarea y a los cambios introducidos en cada condición experimental, particularmente en lo referente a los valores de P. En este sentido, Chávez y Carpio (2023) y Sánchez y Pacheco (2023) han señalado la relevancia de las verbalizaciones emitidas por los participantes antes, durante y después de la ejecución de tareas experimentales, destacando su función en la regulación del ajuste conductual ante los diferentes requerimientos situacionales. En 1986, Horne hizo un planteamiento estrechamente relacionado con lo anterior. Este autor analizó las diferencias entre las ejecuciones de humanos y las correspondientes de animales no humanos, en programas de reforzamiento concurrentes (mismas que se han documentado ampliamente en otros programas de reforzamiento), y concluyó que solo los participantes capaces de identificar (verbalmente) la regla vigente en la tarea experimental, ajustaban su ejecución a la distribución descrita en la ley de igualación de Hernstein (Horne, 1986).
A diferencia de estudios previos centrados en contingencias dicotómicas (Carpio et al., 2008; Serrano & Pacheco, 2023), el presente trabajo aporta evidencia adicional al introducir la manipulación paramétrica de la probabilidad de consecuencias en valores intermedios. Este ajuste metodológico permitió mostrar que la conducta de mentir no sólo se ve afectada por condiciones absolutas de presencia o ausencia de consecuencias, sino también por probabilidades inciertas. Así, se amplía el marco experimental del análisis del comportamiento socialmente valorado, incorporando un aspecto crítico de la vida cotidiana: la mentira ocurre en contextos donde las consecuencias no siempre son seguras, sino ambiguas o inconsistentes.
En un plano conceptual más amplio, los hallazgos respaldan la idea de que mentir no constituye un rasgo intrínseco del individuo, sino una práctica lingüística que se ajusta a las condiciones situacionales en las que ocurre. Tal como han señalado algunos autores (Luna, 2013; Tomasini-Bassols, 2020), la mentira se aprende en contextos sociales específicos y su valoración depende de las consecuencias que sigue. Los resultados de este estudio fortalecen esa postura, al demostrar experimentalmente que la frecuencia de mentir puede modificarse de manera ordenada mediante la manipulación paramétrica de las consecuencias. En conjunto, los datos obtenidos permiten concluir que la probabilidad de consecuencias constituye una variable crítica para comprender la dinámica de la conducta de mentir. Al evidenciar que los valores intermedios producen efectos diferenciales y que los valores extremos generan los cambios más marcados, el presente trabajo contribuye a consolidar una perspectiva paramétrica en el estudio del comportamiento socialmente valorado. Esta aproximación ofrece un puente entre el análisis experimental de la conducta y las condiciones reales en las que la mentira se despliega, aportando así tanto al desarrollo conceptual como a la comprensión aplicada de este fenómeno.
No obstante, el estudio presenta ciertas limitaciones que conviene señalar. El número de participantes fue reducido, lo que restringe el alcance de los resultados y obliga a considerarlos como una aproximación inicial al análisis paramétrico de la conducta de mentir. En este sentido, el trabajo debe entenderse como un esfuerzo exploratorio que abre una línea de investigación incipiente. Futuras indagaciones con un mayor número de participantes y condiciones experimentales permitirán confirmar los patrones aquí observados y ampliar la comprensión del fenómeno.
Algunos apuntes para el estudio de la conducta de mentir
Con base en la lógica que subyace al presente trabajo es posible derivar algunos planteamientos acerca del mentir, a saber:
- La mentira es una práctica lingüística aprendida en contextos y convenciones específicas, cuya valoración negativa responde a la necesidad de una base de veracidad en el grupo social.
- Se aprende por observación, por lo que otros dicen sobre ella y por las consecuencias que sigue, manifestándose de forma diferenciada según la situación y la persona.
- El individuo desarrolla la habilidad de rechazar la mentira y, a la vez, usarla estratégicamente en contextos específicos.
- Para reducirla, es necesario aplicar consecuencias negativas al mentir y positivas al decir la verdad, lo cual ha sido validado empíricamente.
- Manipular la probabilidad de consecuencias aproxima condiciones reales, donde mentir puede generar tanto consecuencias positivas como negativas, y muestra que la consistencia en las consecuencias es clave para modificar esta conducta.
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Notas
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