El desarrollo de la relación del ser humano con la naturaleza: una visión desde la perspectiva de género Descargar este archivo (El desarrollo de la relación del ser humano con la naturaleza.pdf)

María Antonieta Dorantes Gómez

Programa Institucional de Estudios de Género de la FES Iztacala

Resu­men

La pre­sen­te diser­ta­ción tie­ne como obje­ti­vo ana­li­zar la mane­ra en la que los seres huma­nos han sig­ni­fi­ca­do su rela­ción con la Natu­ra­le­za. Este aná­li­sis se hace recu­pe­ran­do algu­nos ele­men­tos teó­ri­cos de pen­sa­do­ras femi­nis­tas, las cua­les, ins­pi­ra­das en los plan­tea­mien­tos de Carl Gus­tav Jung, nos per­mi­ten desa­rro­llar una teo­ri­za­ción sobre la rela­ción de hom­bres y muje­res con la Natu­ra­le­za. Bajo este mar­co de refe­ren­cia se iden­ti­fi­can tres momen­tos de esta con­cien­cia de la rela­ción ser humano-Natu­ra­le­za, a saber: Con­cien­cia matri­li­neal, Con­cien­cia patriar­cal y Con­cien­cia emer­gen­te. En la con­cien­cia matri­li­neal el eje rec­tor lo ocu­pa la pre­sen­cia del prin­ci­pio Feme­nino. Esta es una rela­ción que no esta­ble­ce dis­tan­cia, que repre­sen­ta la uni­dad y la inte­gra­ción. La con­cien­cia patriar­cal sig­ni­fi­ca, a nivel cul­tu­ral la des­va­lo­ri­za­ción del prin­ci­pio Feme­nino. La Cul­tu­ra nie­ga a la Natu­ra­le­za. Por últi­mo, es posi­ble iden­ti­fi­car un nue­vo tipo de con­cien­cia, la emer­gen­te, en la cual la Cul­tu­ra y la Natu­ra­le­za se sig­ni­fi­can como pola­ri­da­des.

Pala­bras cla­ves: Eco­fe­mi­nis­mo, matri­li­neal, patriar­cal.

 

Abs­tract

This dis­ser­ta­tion aims to analy­ze the way in which humans have meant their rela­tionship with natu­re. This analy­sis is reco­ve­ring some theo­re­ti­cal ele­ments of femi­nist thin­kers, which ins­pi­red by the ideas of Carl Gus­tav Jung, allow us to deve­lop a theo­ri­zing about the rela­tionship of men and women with natu­re. Under this fra­me­work three moments of this cons­cious­ness of the human-natu­re rela­tionship, namely iden­tif­ying: Awa­re­ness Matri­li­neal, Patriar­chal Cons­cious­ness and Emer­ging Cons­cious­ness. In the matri­li­neal cons­cious­ness occu­pies the prin­ci­pal axis of the first fema­le pre­sen­ce. This is a rela­tionship that esta­blishes dis­tan­ce, repre­sen­ting the unity and inte­gra­tion. The patriar­chal cons­cious­ness means, cul­tu­rally deva­lua­tion of the Femi­ni­ne prin­ci­ple. Cul­tu­re refu­ses to Natu­re. Finally, it is pos­si­ble to iden­tify a new type of cons­cious­ness, emer­ging in which cul­tu­re and natu­re are meant as pola­ri­ties.

Key words: Eco­fe­mi­nism, Matri­li­neal, Patriar­chal

Introducción

La rela­ción que los seres huma­nos hemos teni­do a lo lar­go de nues­tra his­to­ria con el medio ambien­te es una cues­tión que tie­ne un par­ti­cu­lar inte­rés aho­ra que esta­mos expe­ri­men­tan­do los efec­tos de la degra­da­ción de la Natu­ra­le­za. La con­ta­mi­na­ción del agua, la gene­ra­ción de gases de efec­to inver­na­de­ro, la des­truc­ción de la capa de ozono, de los bos­ques y de la bio­di­ver­si­dad son sólo algu­nos de los fenó­me­nos que mues­tran la fal­ta de equi­li­brio que los seres huma­nos hemos teni­do con la Natu­ra­le­za.

A par­tir de los últi­mos cien años, el cre­ci­mien­to de la pobla­ción de seres huma­nos y el ace­le­ra­do pro­ce­so de indus­tria­li­za­ción ha lle­va­do a que el equi­li­brio con la Natu­ra­le­za sufra un mayor dete­rio­ro. Ante este fenó­meno es impor­tan­te el aná­li­sis de las for­mas en que, a lo lar­go de la his­to­ria de la civi­li­za­ción huma­na, los seres huma­nos han sig­ni­fi­ca­do su rela­ción con la Natu­ra­le­za.

La pre­sen­te diser­ta­ción tie­ne como obje­ti­vo ana­li­zar la mane­ra en la que los seres huma­nos han sig­ni­fi­ca­do su rela­ción con la Natu­ra­le­za. Este aná­li­sis se hace recu­pe­ran­do algu­nos ele­men­tos teó­ri­cos de pen­sa­do­ras femi­nis­tas, las cua­les ins­pi­ra­das en los plan­tea­mien­tos de Carl Gus­tav Jung, nos per­mi­ten desa­rro­llar una teo­ri­za­ción sobre la rela­ción de hom­bres y muje­res con la Natu­ra­le­za.

Nues­tra inves­ti­ga­ción se diri­ge al aná­li­sis de la dimen­sión sim­bó­li­ca que ha per­mea­do la rela­ción de los seres huma­nos con la Natu­ra­le­za. Los con­cep­tos psi­co­ana­lí­ti­cos per­mi­ten inci­dir en este aná­li­sis de lo sim­bó­li­co. Los plan­tea­mien­tos desa­rro­lla­dos por Carl Gus­tav Jung son herra­mien­tas úti­les a tra­vés de las cua­les se pue­de ana­li­zar la mane­ra en que se ha sim­bo­li­za­do la rela­ción entre los seres huma­nos y la Natu­ra­le­za. Den­tro de este tra­ba­jo, la recu­pe­ra­ción de los mitos es impres­cin­di­ble a fin de dar cuen­ta de la cons­truc­ción sim­bó­li­ca de la rela­ción Ser Humano-Natu­ra­le­za.

Des­de sus más remo­tos orí­ge­nes, los seres huma­nos han recu­rri­do a los mitos para con­tar con una expli­ca­ción sobre su rela­ción con la Natu­ra­le­za. En los mitos, las figu­ras de dio­ses, héroes, dio­sas y heroí­nas, han ido con­for­man­do una repre­sen­ta­ción sim­bó­li­ca que pone de relie­ve las dis­tin­tas for­mas en las que los seres huma­nos han sim­bo­li­za­do su rela­ción con la Natu­ra­le­za.

Los con­cep­tos de Arque­ti­po y de Incons­cien­te Colec­ti­vo desa­rro­lla­dos por Jung y pos­te­rior­men­te reto­ma­dos den­tro de los aná­li­sis femi­nis­tas, ofre­cen la posi­bi­li­dad de inda­gar acer­ca de las sig­ni­fi­ca­cio­nes pro­fun­das de sis­te­mas, reglas y nor­mas que esta­ble­cen sig­ni­fi­ca­dos sim­bó­li­cos para la rela­ción del ser humano con la Natu­ra­le­za. Estas herra­mien­tas per­mi­ten iden­ti­fi­car el papel de las fuer­zas inter­nas que influ­yen en la con­for­ma­ción de la con­cien­cia de la rela­ción ser humano-natu­ra­le­za. Las imá­ge­nes arque­tí­pi­cas mues­tran la inter­ac­ción que exis­te entre lo per­so­nal y lo colec­ti­vo (Dow­ning, 1993). Cuan­do se hace men­ción de las imá­ge­nes arque­tí­pi­cas se está hacien­do refe­ren­cia a las imá­ge­nes oní­ri­cas, mito­ló­gi­cas y lite­ra­rias. El aná­li­sis de esta dimen­sión sim­bó­li­ca repre­sen­ta una rup­tu­ra de los órde­nes de repre­sen­ta­ción ins­tru­men­ta­lis­tas bajo los que tra­di­cio­nal­men­te se ha ana­li­za­do la rela­ción Ser Humano-Natu­ra­le­za.

Pode­mos iden­ti­fi­car tres momen­tos de la con­cien­cia huma­na bajo los cua­les se ha sig­ni­fi­ca­do la rela­ción Ser Humano-Natu­ra­le­za. Estos son: la con­cien­cia matri­li­neal, la patriar­cal y la emer­gen­te.

En la con­cien­cia matri­li­neal el eje rec­tor lo ocu­pa la pre­sen­cia del prin­ci­pio Feme­nino. Esta es una rela­ción que no esta­ble­ce dis­tan­cia, que repre­sen­ta la uni­dad y la inte­gra­ción. Den­tro de esta con­cien­cia la Natu­ra­le­za es omni­abar­can­te y el ser humano mues­tra res­pe­to hacia ella.

La con­cien­cia patriar­cal repre­sen­ta el esta­ble­ci­mien­to del prin­ci­pio Mas­cu­lino como el úni­co refe­ren­te. Esto sig­ni­fi­ca, a nivel cul­tu­ral, la des­va­lo­ri­za­ción del prin­ci­pio Feme­nino. Este nue­vo orden implan­ta­do por la ley del padre impli­ca la sepa­ra­ción, la ins­ti­tu­cio­na­li­dad de un pen­sa­mien­to bina­rio y jerar­qui­za­do en el cual uno de los pun­tos de la día­da (el Mas­cu­lino) tie­ne más valor que el otro. Lo Mas­cu­lino se ante­po­ne a lo Feme­nino, la razón a la pasión, la men­te al cuer­po, la Cul­tu­ra a la Natu­ra­le­za. Esta con­cien­cia da pre­do­mino a la razón, al con­trol y al ejer­ci­cio de un poder que pre­ten­de la afir­ma­ción de sí a tra­vés de la nega­ción del otro. La con­cien­cia patriar­cal afir­ma a un con­jun­to de varo­nes como los repre­sen­tan­tes de lo humano negan­do lo que no entre den­tro de este para­dig­ma. Con el sur­gi­mien­to del patriar­ca­do se ins­tau­ra un orden social en el cual un gru­po de varo­nes toma el con­trol de las muje­res, niños y demás varo­nes. En este sis­te­ma patriar­cal el medio ambien­te pasa a ser un espa­cio al ser­vi­cio de estos hom­bres. Ger­da Ler­ner (1990) con­si­de­ra que el perío­do de for­ma­ción del patriar­ca­do se desa­rro­lló en el trans­cur­so de casi 2500 años, apro­xi­ma­da­men­te del 3100 al 600 A.C.  En el sis­te­ma patriar­cal un gru­po de varo­nes se apro­pia de la capa­ci­dad sexual y repro­duc­ti­va de las muje­res, del tra­ba­jo de los otros varo­nes, de los niños(as) y con­si­de­ra que el medio ambien­te tam­bién debe­rá estar a su ser­vi­cio.

Actual­men­te esta­mos obser­van­do las con­se­cuen­cias devas­ta­do­ras de esta con­cien­cia y, toman­do en con­si­de­ra­ción el carác­ter diná­mi­co de los pro­ce­sos de sim­bo­li­za­ción, pode­mos for­mu­lar un ter­cer tipo de rela­ción entre el ser humano y la Natu­ra­le­za: la con­cien­cia emer­gen­te.

La con­cien­cia emer­gen­te repre­sen­ta la posi­bi­li­dad de cons­truc­ción de nue­vas rela­cio­nes de los seres huma­nos con la Natu­ra­le­za, más allá de los már­ge­nes deli­mi­ta­dos por el orden patriar­cal.

En el pre­sen­te tra­ba­jo per­fi­la­re­mos algu­nos de los prin­ci­pa­les aspec­tos de cada una de estas con­cien­cias a fin de sen­tar las bases para la cons­truc­ción de nue­vas rela­cio­nes más armó­ni­cas entre los seres huma­nos y la natu­ra­le­za.

Conciencia matrilineal

Antes del sis­te­ma patriar­cal se pue­de iden­ti­fi­car un perio­do, el sis­te­ma matri­li­neal, en el cual las rela­cio­nes entre las per­so­nas eran más armó­ni­cas, así como su rela­ción con el medio ambien­te.

Duran­te el perio­do pre­his­tó­ri­co se pre­sen­ta un tipo de rela­ción matri­li­neal, la cual se carac­te­ri­za por el cui­da­do y la vin­cu­la­ción con la natu­ra­le­za. Múl­ti­ples indi­cios pro­ve­nien­tes de dife­ren­tes áreas del saber cien­tí­fi­co, filo­só­fi­co, antro­po­ló­gi­co y reli­gio­so nos hablan de una eta­pa ante­rior a la actual, en la cual las rela­cio­nes de las per­so­nas con la natu­ra­le­za no esta­ban suje­tas a una des­va­lo­ri­za­ción y domi­nio. Estas socie­da­des eran matri­li­nea­les por­que la línea mater­na cons­ti­tuía el eje a par­tir del cual se crea­ban las genea­lo­gías.

El tér­mino matri­li­nea­li­dad desig­na “… un sis­te­ma de paren­tes­co (ascen­den­cia, des­cen­den­cia, heren­cia), vigen­te en algu­nas cul­tu­ras pri­mi­ti­vas actua­les —y que fue común antes de implan­tar­se el patriar­ca­do— en el cual se tie­ne en cuen­ta la línea de des­cen­den­cia de madre a hijo y se pri­vi­le­gia la rela­ción de paren­tes­co del recién naci­do con el her­mano de la madre”. (Rodrí­guez, 2000, p.26).

Eis­ler (1999) en sus inves­ti­ga­cio­nes antro­po­ló­gi­cas seña­la que exis­tió en los pri­me­ros tiem­pos de nues­tra huma­ni­dad este tipo de socie­dad matri­li­neal en la que varo­nes y muje­res se rela­cio­na­ban de una mane­ra copar­ti­ci­pa­ti­va. Esta era una socie­dad en la cual las rela­cio­nes entre los seres huma­nos no esta­ban sus­ten­ta­das en el domi­nio y el poder de unos sobre otros y esto tam­bién se refle­ja­ba en su rela­ción con la natu­ra­le­za. Las figu­ras de dio­sas, que inte­gra­ban den­tro de sí aspec­tos mas­cu­li­nos y feme­ni­nos eran pri­mor­dia­les duran­te esta eta­pa. Lo Feme­nino y lo Mas­cu­lino eran con­ce­bi­dos como los dos prin­ci­pios bási­cos de la crea­ción. Así apa­re­cían en las cos­mo­go­nías de las pri­me­ras civi­li­za­cio­nes.

Duran­te el perio­do matri­li­neal impe­ra­ba un mode­lo copar­ti­ci­pa­ti­vo en la rela­ción de los seres huma­nos entre sí y con la natu­ra­le­za. Estas socie­da­des pre­his­tó­ri­cas esta­ban orien­ta­das hacia la soli­da­ri­dad. En estos mode­los copar­ti­ci­pa­ti­vos exis­tía una con­cien­cia indi­fe­ren­cia­da de las per­so­nas con su entorno. No había una sepa­ra­ción y por lo tan­to se pre­pon­de­ra­ba el vivir en equi­li­brio con el medio. Esto se daba por la estre­cha vin­cu­la­ción que las per­so­nas tenían con la Dio­sa-Madre. Las dio­sas eran el eje alre­de­dor del cual se estruc­tu­ra­ba la socie­dad. Estas dio­sas repre­sen­ta­ban la reno­va­ción cons­tan­te de la vida. La mito­lo­gía que exis­tía alre­de­dor de la Dio­sa-Madre repre­sen­ta­ba sim­bó­li­ca­men­te el mis­te­rio de la sexua­li­dad feme­ni­na y la capa­ci­dad de repro­duc­ción (Eis­ler, 1999).

Esta pri­me­ra eta­pa repre­sen­ta la indi­fe­ren­cia­ción, la fusión con la madre. La madre bio­ló­gi­ca en el caso de los indi­vi­duos; la madre tie­rra, la Dio­sa-Madre en el caso de las civi­li­za­cio­nes. Esta eta­pa ha sido men­cio­na­da en múl­ti­ples tra­di­cio­nes bajo las con­cep­cio­nes del paraí­so, del jar­dín del Edén. Es el esta­do de la con­cien­cia que se carac­te­ri­za por la viven­cia den­tro de una matriz intem­po­ral, indi­fe­ren­cia­da y pre­cons­cien­te del alma huma­na (Eis­ler, 1999).

De la mis­ma for­ma que en lo indi­vi­dual se pasa por esta pri­me­ra eta­pa, en lo colec­ti­vo las cul­tu­ras se enraí­zan en este pri­mer Arque­ti­po de la Gran Madre. En esta pri­me­ra eta­pa, las per­so­nas viven ape­ga­das a la tie­rra y a su gru­po, vene­ran­do a una dei­dad feme­ni­na.

El arque­ti­po de la Gran Madre pro­vo­ca pro­fun­da ambi­va­len­cia. La dio­sa que ali­men­ta es tam­bién la dio­sa que devo­ra. Duran­te esta eta­pa, crea­ción y des­truc­ción son con­si­de­ra­das como dos fases de un mode­lo inelu­di­ble y no como opues­tos irre­con­ci­lia­bles. La Gran Dio­sa era vene­ra­da como la fuer­za feme­ni­na pro­fun­da­men­te conec­ta­da con la natu­ra­le­za y la fer­ti­li­dad, res­pon­sa­ble de la crea­ción y de la des­truc­ción de la vida. La ser­pien­te, la palo­ma, el árbol y la luna son algu­nos de los sím­bo­los aso­cia­dos con esta divi­ni­dad. El don más gran­de de la dio­sa era mos­trar que la vida y la muer­te están inex­tri­ca­ble­men­te entre­la­za­das (Dow­ning, 1999).

 Estas dio­sas son con­ce­bi­das inte­gran­do den­tro de sí lo Feme­nino y lo Mas­cu­lino. De ahí la capa­ci­dad de la Dio­sa-Madre de dar a luz de mane­ra vir­gi­nal. La Gran Dio­sa Cós­mi­ca pre­sen­te en muchos mitos de diver­sas tra­di­cio­nes repre­sen­ta el ori­gen de la vida. La dio­sa era la crea­do­ra. La figu­ra míti­ca de la dio­sa unía la vida del ser humano con la acción de la natu­ra­le­za para con­fi­gu­rar una uni­dad de todo ser  (Zweig, 1992).

La tran­si­ción de la eta­pa matri­li­neal a una patriar­cal está sim­bo­li­za­da por el trán­si­to de un prin­ci­pio femenino–divino a la entro­ni­za­ción de un prin­ci­pio exclu­si­va­men­te mas­cu­lino.

La rela­ción patriar­cal de los seres huma­nos con la natu­ra­le­za se da a tra­vés de un pro­ce­so en el cual el prin­ci­pio feme­nino se des­va­lo­ri­za para entro­ni­zar el prin­ci­pio mas­cu­lino. Esto está repre­sen­ta­do en los mitos que pre­sen­tan a las Madres-Dio­sas sufrien­do por la muer­te de sus hijos. Los mitos babi­ló­ni­cos, egip­cios, grie­gos, ger­má­ni­cos, azte­cas, indios o afri­ca­nos mues­tran esta tran­si­ción, en la cual el polo feme­nino es nega­do para afir­mar el prin­ci­pio mas­cu­lino. El hijo de las dei­da­des feme­ni­nas es des­tro­za­do, muti­la­do, des­pe­da­za­do, ase­si­na­do, cas­tra­do o embru­ja­do por el enemi­go, el repre­sen­tan­te de esta nue­va socie­dad patriar­cal. La tarea de las dio­sas es aho­ra lograr la resu­rrec­ción de sus hijos-aman­tes. Se enfren­tan a cami­nos lle­nos de peli­gros para bus­car al difun­to y devol­ver­le la vida. La rela­ción res­pe­tuo­sa de los seres huma­nos con la natu­ra­le­za, afian­za­da a par­tir de su rela­ción con las Dio­sas-Madre se trans­for­ma a fin de dar paso a la cons­ti­tu­ción de una cul­tu­ra del domi­nio. Esta cul­tu­ra patriar­cal se ins­tau­ra a par­tir de la nega­ción de cual­quier pre­sen­cia de la Dio­sa-Madre y de la entro­ni­za­ción del Dios-Padre. Este fue el cen­tro de un uni­ver­so sim­bó­li­co que ins­ti­tu­yó el orden mas­cu­lino, jerár­qui­co, tras­cen­den­te y mono­po­li­za­dor del poder.

Conciencia patriarcal

La rela­ción patriar­cal sur­ge a par­tir de una lógi­ca andro­cén­tri­ca que nie­ga todo aque­llo que no entre en el mode­lo domi­nan­te. Así la natu­ra­le­za pasa a ser un medio al ser­vi­cio del hom­bre. Este hom­bre es el mode­lo andro­cén­tri­co que se cons­ti­tu­ye en el pará­me­tro de refe­ren­cia. Este hom­bre va a repre­sen­tar tan sólo a los intere­ses de los varo­nes domi­nan­tes. Los intere­ses de las muje­res, los niños, los escla­vos, los bár­ba­ros no exis­ten, se invi­si­bi­li­zan a tra­vés de una for­ma de repre­sen­ta­ción que tie­ne un carác­ter andro­cén­tri­co. Esto mis­mo ocu­rre con la Natu­ra­le­za, que pasa a ser sólo un medio para la con­se­cu­ción de los intere­ses de ese gru­po de varo­nes. El Uno, el prin­ci­pio mas­cu­lino se eri­ge como el fun­da­men­to, rele­gan­do a lo otro, a la caren­cia o el defec­to. Este esque­ma tien­de hacia la des­truc­ción de las dife­ren­cias y a la reduc­ción a un mode­lo úni­co, un mode­lo andro­cén­tri­co. Esto impli­ca un ejer­ci­cio de vio­len­cia, una vio­len­cia en la cual, a tra­vés de la no sig­ni­fi­ca­ción de las dife­ren­cias, se ins­tau­ra un orden andro­cén­tri­co.

Esta vio­len­cia se fun­da­men­ta a tra­vés de un pen­sa­mien­to dico­tó­mi­co que ubi­ca una jerar­quía en la cual el prin­ci­pio mas­cu­lino tie­ne un poder pre­do­mi­nan­te que nie­ga lo Feme­nino. Así sur­gen las siguien­tes dico­to­mías:

  • Mas­cu­lino ver­sus Feme­nino
  • Cul­tu­ra ver­sus Natu­ra­le­za
  • Razón ver­sus Emo­ción
  • Públi­co ver­sus Pri­va­do
  • Men­te-Cuer­po

Este pen­sar dico­tó­mi­co aso­cia los espa­cios pri­vi­le­gia­dos con lo Mas­cu­lino, al mis­mo tiem­po que rele­ga a la invi­si­bi­li­dad lo aso­cia­do con lo Feme­nino. Lo Feme­nino se cons­ti­tu­ye en una nega­ción de lo Mas­cu­lino y por lo tan­to se jus­ti­fi­ca así su des­va­lo­ra­ción. Esta divi­sión se pre­sen­ta como algo nor­mal y natu­ral, has­ta el pun­to de pare­cer ser inevi­ta­ble. Esta divi­sión va a ser la jus­ti­fi­ca­ción del ejer­ci­cio de poder sobre la natu­ra­le­za, las muje­res, los niños y niñas y sobre los hom­bres que no corres­pon­dan al mode­lo domi­nan­te. Tam­bién va a ser el fun­da­men­to para ubi­car a lo Feme­nino en el terreno mar­gi­nal como algo peli­gro­so, como un obs­tácu­lo para que el prin­ci­pio Mas­cu­lino se entro­ni­ce. Las muje­res, el cuer­po, la emo­ción, la natu­ra­le­za, son con­si­de­ra­das como un peli­gro para el desa­rro­llo pro­pia­men­te humano, encar­na­do en el prin­ci­pio Mas­cu­lino.

Una vez esta­ble­ci­do el hecho de la supues­ta supe­rio­ri­dad de lo Mas­cu­lino, las razo­nes que se bus­ca­ron para legi­ti­mar­la fue­ron abun­dan­tes. La subor­di­na­ción del prin­ci­pio Feme­nino al Mas­cu­lino bajo la con­cep­ción patriar­cal ha sido vis­ta a par­tir de posi­cio­nes dua­lis­tas que han esta­ble­ci­do una jerar­quía en la cual lo Mas­cu­lino tie­ne un esta­tus onto­ló­gi­co dis­tin­to al de lo Feme­nino. Bajo este para­dig­ma la cul­tu­ra es supe­rior a la Natu­ra­le­za, la razón lo es res­pec­to de la emo­ción, la men­te es supe­rior al cuer­po y el varón es supe­rior a la mujer. Lo Mas­cu­lino, bajo esta visión, repre­sen­ta la com­ple­ti­tud, en tan­to que lo Feme­nino es repre­sen­ta­do como la defi­cien­cia. Lo Mas­cu­lino se aso­cia con carac­te­rís­ti­cas pro­pia­men­te huma­nas, en tan­to que lo Feme­nino se pre­sen­ta como la caren­cia. Lo Mas­cu­lino y toda la serie de aso­cia­cio­nes que se rela­cio­nan con este prin­ci­pio (men­te, razón, cul­tu­ra, espa­cio públi­co, varo­nes) son con­si­de­ra­dos ras­gos pro­pia­men­te huma­nos. Lo Feme­nino y todo lo que se aso­cia con este prin­ci­pio (cuer­po, emo­ción, natu­ra­le­za, espa­cio pri­va­do, muje­res, niños) repre­sen­ta un obs­tácu­lo para el desa­rro­llo de los aspec­tos valo­ra­dos. Este pen­sa­mien­to dico­tó­mi­co per­mi­te jus­ti­fi­car la dis­cri­mi­na­ción y mar­gi­na­ción de la que son obje­to los aspec­tos vin­cu­la­dos con el prin­ci­pio Feme­nino.

Den­tro de la con­cien­cia patriar­cal el prin­ci­pio Feme­nino se con­ci­be como un obs­tácu­lo que se debe supe­rar a fin de entrar en la esfe­ra de lo Mas­cu­lino. La Natu­ra­le­za es enton­ces subor­di­na­da a los intere­ses pro­pios de la Cul­tu­ra. La Natu­ra­le­za es vis­ta como un obs­tácu­lo que debe eli­mi­nar­se para que lo pro­pia­men­te Mas­cu­lino flo­rez­ca. La Natu­ra­le­za sig­ni­fi­ca para el pen­sa­mien­to patriar­cal algo mis­te­rio­so y peli­gro­so. Mis­te­rio­so por­que no es posi­ble enten­der­lo con sus para­dig­mas mas­cu­li­nos, peli­gro­so por­que no se ajus­ta a la leyes y para­dig­mas de los pro­pia­men­te humano, a saber, de los intere­ses del sis­te­ma patriar­cal.

El adve­ni­mien­to de la con­cien­cia patriar­cal trae con­si­go la entro­ni­za­ción de la ima­gen de un dios-varón. Este Dios Mas­cu­lino le arre­ba­ta el poder engen­dra­dor a la Dio­sa-Madre, a la Dio­sa-Natu­ra­le­za. Este Dios tie­ne aho­ra el poder de dar y qui­tar vida, de ins­tau­rar un orden que nie­ga el res­pec­to por lo Feme­nino, por la Natu­ra­le­za. La con­cien­cia patriar­cal some­te al poder feme­nino, gene­ran­do al mis­mo tiem­po un gran temor hacia él. Le teme por­que repre­sen­ta su ori­gen del cual renie­ga. Con­ver­ti­do lo Feme­nino en lo otro, se trans­for­ma en ame­na­zan­te. En esta con­cien­cia los seres huma­nos se ale­jan de la Natu­ra­le­za al con­si­de­rar­la ame­na­zan­te.

El matri­ci­dio, sobre el cual se fun­da la con­cien­cia patriar­cal, exi­ge un pac­to entre varo­nes.  Este pac­to impli­ca, como Zam­brano (1995) ha seña­la­do, el sur­gi­mien­to de un solo Dios-Padre y su víncu­lo con un solo pue­blo ele­gi­do, ori­gen de las reli­gio­nes mono­teís­tas. Este pue­blo ele­gi­do no es otra cosa que el con­jun­to de patriar­cas, quie­nes median­te este pac­to se ase­gu­ran el domi­nio de las muje­res, de los niños de los otros varo­nes y de la natu­ra­le­za.

En la con­cien­cia Patriar­cal los indi­vi­duos y las colec­ti­vi­da­des se sepa­ran del arque­ti­po de la Gran Madre. Se da una tran­si­ción de la par­ti­ci­pa­tion mys­ti­que a la obje­ti­vi­dad ana­lí­ti­ca (Eis­ler, 1999). Se gene­ra­li­za la creen­cia de que el Prin­ci­pio Mas­cu­lino es supe­rior y vale más que el Prin­ci­pio Feme­nino. Se esta­ble­ce un nue­vo mode­lo de rela­ción con la natu­ra­le­za basa­do en el domi­nio.

La con­cien­cia patriar­cal le da pre­do­mi­nio al prin­ci­pio Mas­cu­lino sobre el Feme­nino. Para muchos pen­sa­do­res esta eta­pa sig­ni­fi­ca­ba la cum­bre de la evo­lu­ción cul­tu­ral. La des­va­lo­ri­za­ción de lo Feme­nino a par­tir de la entro­ni­za­ción de lo Mas­cu­lino trae como con­se­cuen­cia la sepa­ra­ción del indi­vi­duo de la colec­ti­vi­dad y de la natu­ra­le­za, lo cual redun­da en un “indi­vi­dua­lis­mo feroz”. Este indi­vi­dua­lis­mo se carac­te­ri­za por la lucha, por el domi­nio y la bús­que­da del bene­fi­cio per­so­nal aún a cos­ta del bien­es­tar de la colec­ti­vi­dad. Este sis­te­ma de valo­res es asu­mi­do tan­to por varo­nes y muje­res, a los cua­les pode­mos obser­var luchan­do deno­da­da­men­te por afir­mar su indi­vi­dua­li­dad. El prin­ci­pio Femenino–divino que impe­ra­ba en la eta­pa matri­li­neal impli­ca­ba la unión entre la sabi­du­ría y el logos. La sepa­ra­ción que tuvo lugar duran­te el patriar­ca­do sig­ni­fi­có que el logos mas­cu­lino se dis­tan­ció de la figu­ra feme­ni­na de la sabi­du­ría (Shaup, 1994).

En la con­cien­cia matri­li­neal se vene­ra­ban aspec­tos vin­cu­la­dos con la Natu­ra­le­za como eran el naci­mien­to, la fer­ti­li­dad y los fru­tos que la natu­ra­le­za brin­da­ba para la super­vi­ven­cia de los seres huma­nos. El adve­ni­mien­to de la con­cien­cia patriar­cal, impli­ca el cul­to a un dios com­ba­ti­vo que pri­vi­le­gia su rela­ción con un pue­blo ele­gi­do y espe­cí­fi­ca­men­te con un con­jun­to de patriar­cas que son due­ños de las fami­lias y de la natu­ra­le­za. El cul­to a la dio­sa que daba prio­ri­dad al clan, que pre­pon­de­ra­ba la vida, el sus­ten­to y la vin­cu­la­ción con la Natu­ra­le­za pre­ten­de ser sus­ti­tui­do por el cul­to al dios. Des­de esos leja­nos tiem­pos has­ta nues­tro pre­sen­te, este inten­to de eli­mi­nar el cul­to a la dio­sa ha sido infruc­tuo­so. La ado­ra­ción a la dio­sa sigue estan­do pre­sen­te y sigue sien­do com­ba­ti­do por las reli­gio­nes patriar­ca­les.

La con­fluen­cia del racio­na­lis­mo grie­go y del cris­tia­nis­mo tras­to­can la pode­ro­sa ima­gen de la dio­sa (Zam­brano, 1995). Fren­te a la cos­mo­go­nía que afir­ma­ba el prin­ci­pio Feme­nino y el Mas­cu­lino como ele­men­tos indis­pen­sa­bles de la crea­ción, se esta­ble­ce la ima­gen del dios varón y crea­dor. Esto impli­có un cam­bio de los órde­nes de repre­sen­ta­ción de la vin­cu­la­ción de los seres huma­nos con la natu­ra­le­za. Bajo esta con­cep­ción se pre­pon­de­ra el dere­cho de los patriar­cas a tener con­trol sobre la natu­ra­le­za. El énfa­sis no es la unión como en la con­cien­cia matri­li­neal, sino el con­trol y el ejer­ci­cio de la volun­tad. El varón al pri­vi­le­giar la razón cons­tru­ye un mun­do en el cual él es el sobe­rano. La sobre­va­lo­ra­ción del prin­ci­pio Mas­cu­lino ha sig­ni­fi­ca­do el impe­rio de la racio­na­li­dad en detri­men­to de la sen­si­bi­li­dad, el énfa­sis en la sepa­ra­ti­vi­dad entre los seres huma­nos en menos­ca­bo de la expe­rien­cia de comu­ni­dad.  La posi­bi­li­dad feme­ni­na de dar vida, de armo­ni­zar con la natu­ra­le­za es minus­va­lo­ra­da en tan­to que la capa­ci­dad  de des­truc­ción, de esta­ble­cer  dis­tan­cia, de entro­ni­zar  al suje­to mas­cu­lino, de  afir­mar  la  exis­ten­cia de uno con la muer­te real o sim­bó­li­ca del otro, es  amplia­men­te valo­ra­da. A dife­ren­cia de la pri­me­ra eta­pa de indi­fe­ren­cia­ción en la cual la Natu­ra­le­za y los seres huma­nos viven en armo­nía, en esta eta­pa patriar­cal se da la sepa­ra­ción de la Natu­ra­le­za y la Cul­tu­ra. Al mis­mo tiem­po se esta­ble­ce una jerar­quía de valo­res en los cua­les la Natu­ra­le­za ocu­pa un lugar mar­gi­nal, en tan­to que la Cul­tu­ra se aso­cia con lo pro­pia­men­te humano.

La tran­si­ción de una socie­dad matri­li­neal a una patriar­cal está repre­sen­ta­da por la apa­ri­ción de mitos en los que lo Feme­nino es deva­lua­do a fin de entro­ni­zar a lo Mas­cu­lino.  En el mito de la crea­ción de la reli­gión judeo-cris­tia­na, el matri­mo­nio sagra­do entre hom­bre y mujer como fuen­te de la crea­ción es trans­for­ma­do por el víncu­lo entre dios y el hom­bre-varón. La mujer y la femi­nei­dad des­pa­re­cen de este víncu­lo. Lo Feme­nino sur­ge a par­tir de lo Mas­cu­lino; de una cos­ti­lla de Adán, sur­gió Eva.

La con­cien­cia patriar­cal, en su afán de esta­ble­cer una dis­tan­cia, pre­sen­ta la reali­dad a tra­vés de pares dico­tó­mi­cos. Así que se pre­sen­ta a la Cul­tu­ra opues­ta a la Natu­ra­le­za. Lo Mas­cu­lino repre­sen­ta la Cul­tu­ra, lo pro­pia­men­te humano, en tan­to que el otro, lo feme­nino repre­sen­ta la Natu­ra­le­za, un esca­lón ante­rior en el desa­rro­llo humano. Esta dis­yun­ti­va que plan­tea dos pla­nos mutua­men­te exclu­yen­tes ha traí­do serias con­se­cuen­cias para el desa­rro­llo armó­ni­co de la rela­ción entre la natu­ra­le­za y los seres huma­nos. En el caso de que se nie­gue la Natu­ra­le­za en aras de la iden­ti­fi­ca­ción con la Cul­tu­ra se esta­rá negan­do una par­te fun­da­men­tal del medio que cir­cuns­cri­be a los seres huma­nos. El esfuer­zo por negar la natu­ra­le­za por par­te de la con­cien­cia patriar­cal ha impli­ca­do un ejer­ci­cio de repre­sión. Cuan­do la natu­ra­le­za es repri­mi­da, que­da laten­te, en vir­tud de que las fuer­zas exter­nas que pre­ten­den negar­la no logran hacer que des­pa­rez­ca. Este com­po­nen­te está pre­sen­te y apa­re­ce­rá en el momen­to en que la repre­sión no pue­da ya con­te­ner­lo.

El trán­si­to a una con­cien­cia emer­gen­te se logra a tra­vés de un ejer­ci­cio de auto­co­no­ci­mien­to tan­to a nivel indi­vi­dual como colec­ti­vo. Esta­mos en un perio­do de tran­si­ción hacia una nue­va con­cien­cia de la rela­ción Natu­ra­le­za-Ser humano. 

Conciencia emergente

La iden­ti­fi­ca­ción de las eta­pas matri­li­neal y patriar­cal de la con­cien­cia de la rela­ción Natu­ra­le­za-ser humano ofre­ce la pau­ta para plan­tear el hori­zon­te de una ter­ce­ra eta­pa. Esta eta­pa es la con­cien­cia emer­gen­te. En la con­cien­cia emer­gen­te se pro­du­ce una fisu­ra res­pec­to de la visión patriar­cal al pre­sen­tar­se al Prin­ci­pio Feme­nino y al Mas­cu­lino como dos Pola­ri­da­des. Bajo esta pers­pec­ti­va, la Natu­ra­le­za y a la Cul­tu­ra; la emo­ción y la razón; el cuer­po y la men­te, repre­sen­tan dos aspec­tos de un mis­mo fenó­meno. Esto con­lle­va el res­ca­te de la uni­dad inter­na y la inter­re­la­ción de estos prin­ci­pios, lo cual per­mi­te tras­cen­der los patro­nes del pen­sa­mien­to bina­rio; impli­ca pen­sar la rela­ción del ser humano con estos prin­ci­pios a tra­vés de mode­los que mues­tren la uni­dad inter­na de estos polos.

En la con­cien­cia emer­gen­te la tarea es la recu­pe­ra­ción de la uni­dad de la Cul­tu­ra y la Natu­ra­le­za, del prin­ci­pio Feme­nino y el Mas­cu­lino. Esto sig­ni­fi­ca que, en lugar de cosi­fi­car, de sepa­rar, de cri­ti­car, de esta­ble­cer y man­te­ner una dis­tan­cia entre éstos, se bus­ca la uni­dad, la incor­po­ra­ción, la inter­re­la­ción.

Esto supo­ne el tra­ba­jo decons­truc­ti­vo de la lógi­ca patriar­cal, por par­te de varo­nes y muje­res. La con­cien­cia emer­gen­te pro­po­ne rom­per con esta lógi­ca, recu­pe­ran­do el carác­ter par­ti­cu­lar de la Cul­tu­ra, al mis­mo tiem­po que plan­tea con­si­de­rar la nece­sa­ria rela­ción diná­mi­ca que guar­da con la natu­ra­le­za. Esto impli­ca re-sig­ni­fi­car y reva­lo­rar todo lo que ha esta­do aso­cia­do con la natu­ra­le­za, como serían el cuer­po, los sen­ti­mien­tos, lo pri­va­do o la intui­ción entre otros aspec­tos.

En la con­cien­cia emer­gen­te de la rela­ción indi­vi­duo-natu­ra­le­za, la cul­tu­ra y la natu­ra­le­za son igual­men­te valo­ra­das. La recu­pe­ra­ción de la dimen­sión sim­bó­li­ca per­mi­te recu­pe­rar la diver­si­dad de mani­fes­ta­cio­nes a tra­vés de las cua­les los seres huma­nos nos pode­mos rela­cio­nar con la natu­ra­le­za.

Esta apro­xi­ma­ción se dis­tan­cia de una lógi­ca andro­cén­tri­ca que ha nega­do la natu­ra­le­za y ha ensal­za­do la cul­tu­ra. Es nece­sa­rio pen­sar la rela­ción ser humano-natu­ra­le­za reco­no­cien­do la impor­tan­cia de res­ca­tar apro­xi­ma­cio­nes en las cua­les el res­pec­to por la natu­ra­le­za, la inter­ac­ción con ella, hayan sido el sus­ten­to de rela­cio­nes armo­nio­sas que per­mi­ten guar­dar un equi­li­brio. En la con­cien­cia emer­gen­te se par­te de una con­cep­ción del mun­do y del ser humano en la cual no hay esci­sión entre el prin­ci­pio Feme­nino y el Mas­cu­lino, sino que hay inte­gra­ción. Esta visión nos mues­tra a varo­nes y muje­res reli­ga­dos a un incons­cien­te colec­ti­vo que alber­ga toda la expe­rien­cia de la huma­ni­dad, una expe­rien­cia que tie­ne tam­bién un carác­ter dual mar­ca­do por el prin­ci­pio Feme­nino y el Mas­cu­lino. En la con­cien­cia emer­gen­te se bus­ca dar cuen­ta de la inter­re­la­ción entre el prin­ci­pio Feme­nino y el Mas­cu­lino.

Un últi­mo aspec­to impor­tan­te a con­si­de­rar en la con­cien­cia emer­gen­te es el rela­ti­vo a la recu­pe­ra­ción de la dimen­sión éti­ca. Bajo esta visión se pone de mani­fies­to la impor­tan­cia de la dimen­sión éti­ca de la rela­ción ser humano-natu­ra­le­za. La con­cien­cia patriar­cal dejó de lado las refle­xio­nes éti­cas, dado que su obje­ti­vo radi­ca­ba en el domi­nio y con­trol. Aho­ra la con­cien­cia emer­gen­te pone el énfa­sis en la refle­xión éti­ca. Des­de esta pers­pec­ti­va, lo que se plan­tea es la decons­truc­ción de estos valo­res patriar­ca­les para la cons­ti­tu­ción de espa­cios de refle­xión y aná­li­sis, en los cua­les las per­so­nas pue­dan deci­dir con liber­tad y con­cien­cia los nue­vos valo­res mora­les que guia­rán su rela­ción con la natu­ra­le­za. Ima­gi­ne­mos nue­vas rela­cio­nes en las que el fac­tor que guíe la rela­ción con la natu­ra­le­za no sea la uti­li­dad, la bús­que­da de rique­za o de poder eco­nó­mi­co sino valo­res mora­les tales como el res­pec­to, el com­pro­mi­so, el amor y la equi­dad.

Conclusiones

A lo lar­go de este tra­ba­jo se ha escla­re­ci­do que la fal­ta de equi­li­brio y res­pe­to  de los seres huma­nos hacia la Natu­ra­le­za pro­vie­ne de una sig­ni­fi­ca­ción pro­fun­da ancla­da en los mitos bajo los cua­les se ha sig­ni­fi­ca­do esta rela­ción. El aná­li­sis de las dife­ren­cias en cuan­to a la con­cien­cia que los seres huma­nos tie­nen de su rela­ción con la natu­ra­le­za, per­mi­te tomar dis­tan­cia res­pec­to de la mane­ra en que la con­cien­cia patriar­cal ha ins­tau­ra­do una rela­ción ins­tru­men­ta­lis­ta y poco armó­ni­ca de los seres huma­nos res­pec­to de la natu­ra­le­za. La recu­pe­ra­ción de las inves­ti­ga­cio­nes antro­po­ló­gi­cas que mues­tran la exis­ten­cia de un perio­do matri­li­neal, en el cual la rela­ción con la natu­ra­le­za es sig­ni­fi­ca­da de una mane­ra dis­tin­ta, per­mi­te vis­lum­brar la posi­bi­li­dad de un cam­bio de con­cien­cia. Este cam­bio a una con­cien­cia emer­gen­te impli­ca una sig­ni­fi­ca­ción en la cual el ser humano y la natu­ra­le­za guar­dan una rela­ción armó­ni­ca. La sig­ni­fi­ca­ción de la rela­ción del ser humano con la natu­ra­le­za está inser­ta den­tro de una sig­ni­fi­ca­ción más pro­fun­da que se rela­cio­na con la inter­re­la­ción del prin­ci­pio Feme­nino y del Mas­cu­lino.

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