El malestar en la familia, la cultura y el entramado de lo inconsciente

Discontent in the Family, Culture, and the Framework of the Unconscious

Leticia Hernández Valderrama[1]

Facultad de Estudios Superiores Iztacala, UNAM

Resumen

El pre­sen­te escri­to par­te del mar­co teó­ri­co del psi­co­aná­li­sis, es un frag­men­to que per­te­ne­ce a una inves­ti­ga­ción más amplia. Nues­tro pro­pó­si­to es hacer una refle­xión sobre la fami­lia en medio de un com­ple­jo entra­ma­do cul­tu­ral. La fami­lia es el espa­cio don­de se cons­ti­tu­yen los suje­tos psí­qui­ca­men­te, su orga­ni­za­ción no tie­ne que ver con la bio­lo­gía, es una ins­ti­tu­ción esta­ble­ci­da por la cul­tu­ra y orien­ta­da por sus leyes y dis­cur­sos esta­ble­ci­dos social­men­te. Actual­men­te la fami­lia ha deja­do de ser la ins­tan­cia ideal, homo­gé­nea y armó­ni­ca de quie­nes la con­for­man. Nos encon­tra­mos ante una ins­ti­tu­ción radi­cal­men­te des­re­gu­la­da, es lo indes­ci­fra­ble del empu­je pul­sio­nal mar­ca­da por la disi­me­tría de los goces entre el hom­bre y la mujer que se hayan entra­ma­dos com­pli­ca­da­men­te en una escri­tu­ra incons­cien­te difí­cil de apa­la­brar. Escu­cha­mos y vemos males­ta­res y mani­fes­ta­cio­nes den­tro y fue­ra de ella, son que­jas, sín­to­mas y pato­lo­gías en medio de un goce soli­ta­rio y semi­au­tis­ta que pres­cin­de del víncu­lo con el seme­jan­te, solo arman sole­da­des o seu­do lazos. El reco­rri­do enun­cia bre­ve­men­te su evo­lu­ción a tra­vés del tiem­po, nos cen­tra­mos en el papel de los padres y su fun­ción para apun­tar a lo enig­má­ti­co del entra­ma­do incons­cien­te en rela­ción con el males­tar y el sufri­mien­to de los suje­tos.

Pala­bras cla­ve: males­tar, fami­lia, cul­tu­ra, suje­to, incons­cien­te y goce.

Abstract

This text draws on psy­choa­naly­tic theory and repre­sents just a frag­ment of a broa­der study. Our goal is to reflect on the family within a com­plex cul­tu­ral net­work. The family is the cru­ci­ble in which sub­jects are psy­chi­cally for­med; its orga­ni­za­tion is not a pro­duct of bio­logy but a cul­tu­ral ins­ti­tu­tion gover­ned by socially esta­blished laws and dis­cour­ses. Today, the family no lon­ger embo­dies an idea­li­zed, homo­ge­neo­us, and har­mo­nious unit. Ins­tead, we face an ins­ti­tu­tion that has beco­me radi­cally dere­gu­la­ted a mani­fes­ta­tion of the incom­prehen­si­ble sur­ge of dri­ves, mar­ked by the asym­metry of jouis­san­ce bet­ween men and women, intri­ca­tely ins­cri­bed in an uncons­cious wri­ting that defies arti­cu­la­tion. We obser­ve dis­con­tents and sym­ptoms both insi­de and outsi­de the family: com­plaints, patho­lo­gies, and per­va­si­ve soli­tary or semi-autistic modes of enjoy­ment that dis­pen­se with genui­ne bonds, crea­ting either iso­la­tion or pseu­do-con­nec­tions. This over­view briefly tra­ces the family’s evo­lu­tion over time, focu­sing on the parents’ roles and fun­ctions to illu­mi­na­te the enig­ma­tic uncons­cious struc­tu­res that under­lie indi­vi­dual suf­fe­ring and malai­se.

Key­words: dis­con­tents, family, cul­tu­re, sub­ject, uncons­cious, and jouis­san­ce.

La fami­lia huma­na es una ins­ti­tu­ción,
y tie­ne un papel fun­da­men­tal en la trans­mi­sión de la cul­tu­ra.

La fami­lia “ins­tau­ra una con­ti­nui­dad psí­qui­ca en las gene­ra­cio­nes
cuya cau­sa­li­dad es de orden men­tal.

Lacan

La radi­cal orien­ta­ción al otro es cons­ti­tu­ti­va de nues­tra sub­je­ti­vi­dad
y, en ello, tie­ne una insus­ti­tui­ble dimen­sión éti­ca y polí­ti­ca la fami­lia.

M. Mari­nas

El tiem­po del pro­gre­so cede el paso al tiem­po del ins­tan­te.
y se ve hora­da­do o alte­ra­do por el tiem­po de lo incons­cien­te.

Lacan

Introducción

Sería difí­cil evo­car un momen­to en que la fami­lia no haya esta­do en cri­sis. De hecho, lle­va­mos déca­das escu­chan­do hablar sobre la muer­te de la fami­lia o el camino hacia su des­apa­ri­ción, ¿será cier­to? ¿o al igual que todo en la vida, ha sufri­do cam­bios y con­ti­nua­rá en un per­ma­nen­te movi­mien­to de re-estruc­tu­ra­ción? El obje­ti­vo del pre­sen­te es hacer un bre­ve reco­rri­do por los sen­de­ros de la fami­lia a tra­vés del tiem­po, con el obje­ti­vo de apre­ciar su sub­sis­ten­cia ame­na­za­da por cons­tan­tes cri­sis y entre­cru­za­mien­tos pro­pi­cia­dos por dis­cur­sos, polí­ti­cas y trans­for­ma­cio­nes, pro­ve­nien­tes de la cul­tu­ra que han reper­cu­ti­do en el entra­ma­do gra­ma­ti­cal de la estruc­tu­ra­ción psí­qui­ca de sus miem­bros. En suma, los hechos de la fami­lia y las cir­cuns­tan­cias psí­qui­cas que de ella deri­van se obje­ti­van en la com­ple­ji­dad de su com­po­si­ción domi­na­da por fac­to­res cul­tu­ra­les. El camino de nues­tra inves­ti­ga­ción tie­ne como sus­ten­to el mar­co teó­ri­co del psi­co­aná­li­sis.

Familia y cultura

La fami­lia no se fun­da des­de nin­gún ideal, ni se orga­ni­za a tra­vés de una estruc­tu­ra bio­ló­gi­ca sino como una ins­ti­tu­ción esta­ble­ci­da por la cul­tu­ra y orien­ta­da por sus dis­cur­sos, leyes, y for­mas de rela­ción entre sus miem­bros.

La fami­lia de todos los gru­pos huma­nos es la que desem­pe­ña un papel pri­mor­dial en la tras­mi­sión de la cul­tu­ra. Tam­bién con­tri­bu­ye a la edu­ca­ción ini­cial, la repre­sión de los ins­tin­tos y la adqui­si­ción del len­gua­je. De esta mane­ra, gobier­na los pro­ce­sos fun­da­men­ta­les de la estruc­tu­ra psí­qui­ca, la orga­ni­za­ción de las emo­cio­nes, los víncu­los afec­ti­vos y en un con­tex­to amplio, trans­mi­te nor­mas de con­duc­ta y de repre­sen­ta­ción cuyo desem­pe­ño des­bor­da los lími­tes de la con­cien­cia.

La fami­lia sea como sea, es el espa­cio don­de se dan los pro­ce­sos de suje­ción y pro­duc­ción de los suje­tos. Entre esos pro­ce­sos domi­na la varia­ble, pero cons­tan­te estruc­tu­ra del com­ple­jo de Edi­po y el pasa­je por la cas­tra­ción, que impli­can la pre­sen­cia de los padres de un modo u otro, y con ello de la ins­ti­tu­ción fami­liar.

Para el psi­co­aná­li­sis la fami­lia no ha muer­to. Pode­mos hablar de los cam­bios en la fami­lia, eva­luar­los como impor­tan­tes o mera­men­te anec­dó­ti­cos, mos­trar dife­ren­cias entre orga­ni­za­cio­nes fami­lia­res, hablar sobre la fami­lia nuclear, sobre la deca­den­cia de la auto­ri­dad del padre, sobre la rele­van­cia o no en la actua­li­dad de la ins­ti­tu­ción matri­mo­nial y la mayor fre­cuen­cia de las fami­lias mono­pa­ren­ta­les, sobre la influen­cia de las nue­vas téc­ni­cas de repro­duc­ción, sobre el reco­no­ci­mien­to legal de las pare­jas homo­se­xua­les, etcé­te­ra. Pero tan­to en lo cons­tan­te como en lo cam­bian­te, la fami­lia sigue exis­tien­do, sigue abrien­do los carri­les para que haya seres huma­nos que trans­mi­tan e ins­tau­ren la Ley, para que sur­ja y flu­ya el deseo; para que el len­gua­je absor­ba a los futu­ros hablan­tes y los haga hablan­te-seres, hablen­tes, Par­lê­tre (Brauns­tein, 2001).

La fami­lia, es la ins­ti­tu­ción que defi­ne más cla­ra­men­te los luga­res de padre, madre e hijo; luga­res que pue­den ser ocu­pa­dos de mane­ras dife­ren­tes y por dis­tin­tos per­so­na­jes, cum­ple con la inelu­di­ble misión de pro­du­cir suje­tos y no se avi­zo­ra la posi­bi­li­dad de rem­pla­zar­la si no es con otra orga­ni­za­ción que segui­ría sien­do una fami­lia. Diría­mos que la fami­lia como espe­cie, tie­ne la super­vi­ven­cia casi ase­gu­ra­da aun cuan­do se trans­for­men las for­mas de pre­sen­ta­ción o de hablar de ella.

Tiem­po atrás, Levi-Strauss (1979) seña­la­ba:

La vida fami­liar está pre­sen­te en prác­ti­ca­men­te todas las socie­da­des huma­nas, inclu­so en aque­llas cuyas cos­tum­bres sexua­les y edu­ca­ti­vas están muy dis­tan­tes de las nues­tras. Tras haber afir­ma­do duran­te alre­de­dor de cin­cuen­ta años que la fami­lia, tal como la cono­cen las socie­da­des moder­nas, no podía ser sino un desa­rro­llo recien­te, resul­ta­do de una pro­lon­ga­da y len­ta evo­lu­ción, los antro­pó­lo­gos se incli­nan aho­ra a la opi­nión con­tra­ria; a saber, que la fami­lia, apo­ya­da en la unión más o menos dura­de­ra y social­men­te apro­ba­da de un hom­bre, una mujer y sus hijos, es un fenó­meno uni­ver­sal, pre­sen­te en todos los tipos de socie­da­des. (p. 95).

La repre­sen­ta­ción uni­ver­sal de la fami­lia, supo­ne por un lado una alian­za matri­mo­nial, por otro una filia­ción de los hijos; radi­ca enton­ces en la unión de un hom­bre y una mujer, es decir un ser de sexo mas­cu­lino y otro de sexo feme­nino. Esta con­cep­ción natu­ra­lis­ta de la dife­ren­cia de los sexos daría este carác­ter de uni­ver­sa­li­dad que dife­ren­cia al hom­bre del ani­mal. Una fami­lia no pue­de exis­tir sin socie­dad, sin una plu­ra­li­dad de fami­lias dis­pues­tas a reco­no­cer la exis­ten­cia de otros víncu­los.

Pero a este acon­te­cer, don­de ini­cial­men­te la fami­lia se apo­ya en la exis­ten­cia de una dife­ren­cia ana­tó­mi­ca, tam­bién supo­ne, la exis­ten­cia de otro prin­ci­pio cuya apli­ca­ción ase­gu­ra, el paso de la natu­ra­le­za a la cul­tu­ra. Este es la prohi­bi­ción del inces­to que es tan nece­sa­rio para la crea­ción de una fami­lia como lo es la unión de un hom­bre y una mujer.

Cons­truc­ción míti­ca, el inter­dic­to está liga­do a una fun­ción sim­bó­li­ca. Es un hecho de cul­tu­ra y de len­gua­je que prohí­be en diver­sos gra­dos los actos inces­tuo­sos ‑los que lamen­ta­ble­men­te exis­ten en la reali­dad-. Es pre­ci­so admi­tir que den­tro de los dos gran­des órde­nes de lo bio­ló­gi­co como es la dife­ren­cia sexual y lo sim­bó­li­co que es la prohi­bi­ción del inces­to y otros inter­dic­tos, se des­ple­ga­ron duran­te siglos no sólo las trans­for­ma­cio­nes pro­pias de la ins­ti­tu­ción fami­liar, sino tam­bién las modi­fi­ca­cio­nes de la mira­da pues­ta sobre ella a lo lar­go de las gene­ra­cio­nes.

Por con­si­guien­te, no bas­ta con defi­nir la fami­lia des­de un mero pun­to de vis­ta antro­po­ló­gi­co; tam­bién debe­mos saber algo sobre su his­to­ria y cómo se intro­du­je­ron los cam­bios carac­te­rís­ti­cos y crí­ti­cos que hoy pare­cen afec­tar­la.

Así a tra­vés del tiem­po obser­va­mos tres gran­des perío­dos de evo­lu­ción de la fami­lia de los que nos habla Rou­di­nes­co (2006). En un pri­mer momen­to, la lla­ma­da fami­lia “tra­di­cio­nal” sir­vió, ante todo, para ase­gu­rar la trans­mi­sión de un patri­mo­nio. Los casa­mien­tos se arre­gla­ban entre los padres sin tomar en cuen­ta la vida sexual y afec­ti­va de los futu­ros espo­sos uni­dos en gene­ral a una edad pre­coz. Según esta pers­pec­ti­va, la célu­la fami­liar se apo­ya­ba en un orden del mun­do inmu­ta­ble y some­ti­do en su tota­li­dad a una auto­ri­dad patriar­cal, ver­da­de­ra trans­po­si­ción de la monar­quía del dere­cho divino. En un segun­do momen­to, la fami­lia “moder­na” se con­vir­tió en el recep­tácu­lo de una lógi­ca afec­ti­va, cuyo mode­lo se impo­nía entre fines del siglo XVIII y media­dos del siglo XX. Se fun­da­men­ta­ba en el amor román­ti­co, san­cio­na­ba a tra­vés del matri­mo­nio la reci­pro­ci­dad de sen­ti­mien­tos y deseos car­na­les; pero toma­ba en cuen­ta y valo­ri­za­ba la divi­sión del tra­ba­jo entre los cón­yu­ges, a la vez que hacía del hijo un suje­to cuya edu­ca­ción esta­ba a car­go de la nación. La atri­bu­ción de la auto­ri­dad era, por un lado, obje­to de una divi­sión ince­san­te entre el Esta­do y los pro­ge­ni­to­res, y por otro, entre el padre y la madre. Por últi­mo, a par­tir de la déca­da de 1960, se impu­so la lla­ma­da fami­lia “con­tem­po­rá­nea” o “pos­mo­der­na”, que une a dos indi­vi­duos por deci­sión pro­pia por un perío­do de exten­sión rela­ti­va en bus­ca de rela­cio­nes ínti­mas o expan­sión sexual. La atri­bu­ción de la auto­ri­dad comien­za enton­ces a ser cada vez más pro­ble­má­ti­ca, en corres­pon­den­cia con el aumen­to de los divor­cios, las sepa­ra­cio­nes y las recom­po­si­cio­nes con­yu­ga­les (Rou­di­nes­co, 2006).

Para­le­la­men­te, la vida de las fami­lias era sus­ti­tui­da entre 1861 y 1871, por un enfo­que estruc­tu­ral de los sis­te­mas de paren­tes­co pues­to en mar­cha por las nue­vas cien­cias huma­nas: socio­lo­gía, antro­po­lo­gía y psi­co­lo­gía. La trans­for­ma­ción de la mira­da hacia esta reali­dad, tuvo como con­se­cuen­cia valo­ri­zar amplia­men­te la toma en con­si­de­ra­ción de las fun­cio­nes sim­bó­li­cas.

En la moder­ni­dad, la fami­lia occi­den­tal dejó de con­cep­tua­li­zar­se como el para­dig­ma de un vigor divino o esta­tal. Reple­ga­da en las fallas de un suje­to en sus­pen­so, se desa­cra­li­zó cada vez más al tiem­po que de mane­ra para­dó­ji­ca seguía sien­do la ins­ti­tu­ción huma­na más sóli­da de la socie­dad.

Rou­di­nes­co (2006), comen­ta que la fami­lia auto­ri­ta­ria de un tiem­po pasa­do y la fami­lia triun­fal o melan­có­li­ca de no hace mucho, fue­ron suce­di­das por la fami­lia muti­la­da de nues­tros días, hecha de heri­das ínti­mas, vio­len­cias silen­cio­sas, recuer­dos repri­mi­dos. Y que, tras per­der su aureo­la de vir­tud, el padre que la domi­na­ba mues­tra aho­ra una ima­gen inver­ti­da de sí mis­mo, en la que se deja ver un yo des­cen­tra­do, auto­bio­grá­fi­co, indi­vi­dua­li­za­do, cuya gran frac­tu­ra inten­ta­rá asu­mir el psi­co­aná­li­sis a lo lar­go de todo el siglo XX.

Un papel impor­tan­te en la his­to­ria de la fami­lia es que ha juga­do el padre. El padre de anta­ño, era con­ce­bi­do casi como un dios, un héroe, un rey y el señor de la fami­lia, here­de­ro del mono­teís­mo, rei­na­ba sobre el cuer­po de las muje­res y deci­día los cas­ti­gos infli­gi­dos a los hijos.

En el dere­cho romano, el pater es quien al levan­tar a un niño en sus bra­zos lo auto­de­sig­na como su hijo asu­mién­do­se como su padre. Son este acto y su pala­bra, los que le dan el man­do en el seno de la fami­lia, así como la suce­sión de los reyes y empe­ra­do­res en el gobierno de la ciu­dad.

El cris­tia­nis­mo impo­ne la pri­ma­cía de una pater­ni­dad bio­ló­gi­ca a la cual debe corres­pon­der obli­ga­to­ria­men­te una fun­ción sim­bó­li­ca. A ima­gen de Dios, el padre era con­si­de­ra­do como la encar­na­ción terres­tre de un poder espi­ri­tual que tras­cen­día la car­ne. Pero no por ello deja­ba de ser una reali­dad cor­po­ral some­ti­da a las leyes de la natu­ra­le­za. En con­se­cuen­cia, la pater­ni­dad ya no deri­va­ba como en el dere­cho romano de la volun­tad de un hom­bre, sino de la de Dios que creó a Adán para engen­drar una des­cen­den­cia.

El padre es quien con su san­gre mar­ca el cuer­po de su hijo y lo reco­no­ce como pro­pio, trans­mi­tién­do­le un doble patri­mo­nio, el de la san­gre que impri­me una seme­jan­za, y el del nom­bre “nom­bre de pila y patro­ní­mi­co” que atri­bu­ye una iden­ti­dad en ausen­cia de toda prue­ba bio­ló­gi­ca. Sólo la nomi­na­ción sim­bó­li­ca per­mi­te garan­ti­zar al padre que es, sin duda, el pro­ge­ni­tor de su des­cen­den­cia por la san­gre y el semen (Rou­di­nes­co, E. 2006).

El padre, por con­si­guien­te, es pro­crea­dor en tan­to es un padre por la pala­bra. Y este lugar atri­bui­do al ver­bo tie­ne por efec­to, a la vez, reu­nir y escin­dir las dos fun­cio­nes de la pater­ni­dad (pater y geni­tor), de la nomi­na­ción y de la trans­mi­sión de la san­gre o la raza. Por un lado, el engen­dra­mien­to bio­ló­gi­co desig­na al pro­ge­ni­tor, por otro, la voca­ción dis­cur­si­va dele­ga en el padre un ideal de deno­mi­na­ción que le per­mi­te ale­jar a su hijo de la ani­ma­li­dad, del adul­te­rio y del mun­do de los ins­tin­tos encar­na­dos por la madre. La pala­bra del padre es ley, enun­cia la ley abs­trac­ta del logos y la ver­dad, y sepa­ra al niño del lazo car­nal que des­de el naci­mien­to lo une al cuer­po de la madre.

A tra­vés del don del nom­bre y a la seme­jan­za físi­ca, en la Edad Media el padre se con­vier­te en el cuer­po inmor­tal. Él pro­lon­ga en el nom­bre que lle­va­rán sus des­cen­dien­tes, el recuer­do de sus ances­tros que a su vez per­pe­tua­ron la memo­ria de una ima­gen ori­gi­nal de Dios Padre.

Por otra par­te, Freud en Tótem y tabú (1913), seña­la que en los orí­ge­nes de la huma­ni­dad debió exis­tir un tiem­po de la hor­da gober­na­do por un padre ori­gi­na­rio, que aplas­ta­ba con su tira­nía al gru­po de los hijos apar­ta­dos del acce­so a las muje­res y some­ti­dos a una homo­se­xua­li­dad insa­tis­fac­to­ria.

Los her­ma­nos se habrían orga­ni­za­do para dar­le muer­te y des­pués devo­rar­lo en una espe­cie de pasa­je al acto fun­da­dor, que iba a hun­dir­los para siem­pre en la “ambi­va­len­cia” y la “nos­tal­gia” con res­pec­to a quien guar­da en sí mis­mo a su subli­me víc­ti­ma, y que es pre­ci­so reco­no­cer en todo momen­to como los ras­gos del tótem o del padre (muer­to) de las Igle­sias. Freud lo expli­ca en el mis­mo tex­to, dicien­do: el tótem “podría ser la pri­me­ra for­ma de ese sus­ti­tu­to del padre, y Dios sería su for­ma más desa­rro­lla­da en la cual el padre recu­pe­ra los ras­gos huma­nos. Esta nue­va crea­ción nace de la raíz mis­ma de toda for­ma­ción reli­gio­sa, es decir del amor (de la Sehn­sucht, esto es, la nos­tal­gia) por el padre”.

El carác­ter sagra­do de la comi­da ase­gu­ra el lazo con el padre y más en gene­ral con la tri­bu del padre. El padre lle­ga ante todo por la boca (hay que devo­rar­lo), y si hay una nos­tal­gia cró­ni­ca “oral” del suje­to en prin­ci­pio mis­mo de su ins­ti­tu­cio­na­li­za­ción, se tra­ta de una nos­tal­gia o anhe­lo por el padre.

Por el lado del cani­ba­lis­mo seña­le­mos de inme­dia­to que, en Tótem y tabú Freud (2013) inter­pre­ta diver­sos ritua­les ali­men­ta­rios reco­gi­dos por las inves­ti­ga­cio­nes etno­ló­gi­cas de su tiem­po, como un “recor­da­to­rio” de la comi­da toté­mi­ca e inclu­so como reac­ti­va­cio­nes de la intro­yec­ción fun­da­do­ra del cadá­ver del padre, que ins­cri­be en la car­ne de los fie­les su iden­ti­dad de hijos y su per­ma­nen­cia al gru­po de her­ma­nos.

No obs­tan­te, el tiem­po de la rebe­lión por par­te de los hijos se dio. Si el padre era a ima­gen de Dios el depo­si­ta­rio de una pala­bra que jamás redu­cía el alma a un cuer­po car­nal, era pre­ci­so admi­tir que el hijo en su momen­to sería capaz de per­pe­tuar ‑en cuan­to hijo- el ideal de ese logos que le había trans­mi­ti­do el ver­bo paterno. Así, el padre podía tan­to encar­nar una fuer­za mor­tí­fe­ra y devas­ta­do­ra como, al con­tra­rio, con­ver­tir­se en el por­ta­voz de una rebe­lión sim­bó­li­ca del hijo con­tra los abu­sos de su pro­pio poder. El poder paterno se vio dis­mi­nui­do. Como el padre mal­de­cía a su des­cen­den­cia, el hijo tenía el deber de mal­de­cir al padre que había hecho de él un liber­tino, escla­vo del desen­freno, o un extra­via­do, obli­ga­do a la impo­ten­cia. Al vol­ver­se padre, no podría sino per­pe­tuar con sus pro­pios hijos la genea­lo­gía infer­nal de la mal­di­ción pater­na.

Freud a fina­les del siglo XIX intro­du­ce una nue­va pers­pec­ti­va, el padre deja de ser el vehícu­lo exclu­si­vo de la trans­mi­sión psí­qui­ca y car­nal, aho­ra com­par­te ese papel con la madre; lo que va a sur­gir toda una polé­mi­ca en torno a la cues­tión del patriar­ca­do y el matriar­ca­do, por ejem­plo, Augus­te Com­te (como es cita­do en Sega­len, 1992), decía: “Los hijos son en todos aspec­tos, e inclu­so físi­ca­men­te, mucho más hijos de la madre que del padre”.

La pro­pues­ta de la fami­lia edí­pi­ca tuvo un impac­to tan gran­de sobre la vida fami­liar del siglo XX, y sobre la aprehen­sión de las rela­cio­nes inter­nas de la fami­lia con­tem­po­rá­nea, que es indis­pen­sa­ble com­pren­der el extra­ño camino por el cual Freud (1930) pudo reva­lo­ri­zar los anti­guos lina­jes a fin de pro­yec­tar­los en la psi­que de un suje­to cul­pa­ble de sus deseos.

Freud seña­ló duran­te toda su inves­ti­ga­ción que el com­ple­jo de Edi­po era un fun­da­men­to de la socie­dad en la medi­da en que ase­gu­ra­ba una elec­ción de amor nor­mal. Razón por la cual, en su tex­to del “Esque­ma del Psi­co­aná­li­sis (1937–1939), no vaci­ló en escri­bir: “Me atre­vo a decir que si el psi­co­aná­li­sis no pudie­ra glo­riar­se de otro logro que haber des­cu­bier­to el com­ple­jo de Edi­po repri­mi­do, esto sólo sería méri­to sufi­cien­te para que se lo cla­si­fi­ca­ra entre las nue­vas adqui­si­cio­nes valio­sas de la huma­ni­dad”. (Freud, 1976/1937, p. 148)

Más tar­de, Jac­ques Lacan en su tex­to sobre los Com­ple­jos fami­lia­res (2012, p. 13), vuel­ve a seña­lar la dis­tan­cia radi­cal que exis­te entre el abor­da­je de las rela­cio­nes sub­je­ti­vas de los miem­bros de una fami­lia, en rela­ción con el otro que es espon­tá­neo y cuya com­po­si­ción está regi­da por el regis­tro de lo bio­ló­gi­co. Los inte­gran­tes el padre, la madre y los hijos, no son lo mis­mo que la fami­lia bio­ló­gi­ca. Esta iden­ti­dad no es otra cosa que una igual­dad numé­ri­ca. Y seña­la que la his­to­ria de la fami­lia y su teo­ría no deben com­pren­der­se en una lógi­ca de “inmo­vi­li­dad” que haga pre­va­le­cer des­de siem­pre las for­mas de una fami­lia (padre, madre, hijo(s)) regi­da por los ins­tin­tos, sino como una con­trac­ción ins­ti­tu­cio­nal pro­du­ci­da bajo la influen­cia cre­cien­te del matri­mo­nio que, en suma, ter­mi­na­rá por redu­cir las for­mas pri­mi­ti­vas de la fami­lia a las dimen­sio­nes estre­chas de la “fami­lia con­yu­gal”.

Zafi­ro­pou­los (2002), comen­ta que Lacan vie­ne a movi­li­zar el saber antro­po­ló­gi­co de su tiem­po sobre la fami­lia basán­do­se en Rivers, Mali­nows­ki, Fau­con­net y Durkheim. Se tra­ta, de un Lacan que acep­ta el jue­go de las evo­lu­cio­nes cul­tu­ra­les. Un Lacan que par­te de la socio­lo­gía durkhei­mia­na, para saber sobre la diná­mi­ca de la fami­lia y sus pro­ce­sos psí­qui­cos. Y des­ta­ca el cues­tio­na­mien­to sobre: ¿Qué apor­ta­ría el psi­co­aná­li­sis a estas inves­ti­ga­cio­nes de las cien­cias socia­les?

La sub­sis­ten­cia ame­na­za­da de la fami­lia por cons­tan­tes cri­sis da cuen­ta de la nece­si­dad de rea­li­zar una inves­ti­ga­ción sobre los hechos de la fami­lia como un obje­to y cir­cuns­tan­cias psí­qui­cas, que obje­ti­van la com­ple­ji­dad de su com­po­si­ción domi­na­da por entre­cru­za­mien­tos de fac­to­res cul­tu­ra­les. Sería difí­cil evo­car un momen­to en que la fami­lia no haya esta­do en cri­sis. Es un mito la fami­lia lle­na de paz y bonan­za por más obje­ti­vo que la gen­te se pro­pon­ga. Des­de siem­pre en la fami­lia se ha entre­te­ji­do la vida de los hablan­tes, y des­de siem­pre la muer­te estu­vo ins­cri­ta en ella como telón de fon­do y como ver­dad últi­ma. Los com­ple­jos cons­cien­tes, pero tam­bién incons­cien­tes de los cua­les se dedu­cen actos falli­dos, sue­ños y sín­to­mas que toca­rá al psi­co­ana­lis­ta des­ci­frar para poner de relie­ve las repre­sen­ta­cio­nes incons­cien­tes de la vida del suje­to (creen­cias y sen­ti­mien­tos).

La expe­rien­cia psi­co­ana­lí­ti­ca per­mi­te tener acce­so a esa espe­cie de rever­so de los sen­ti­mien­tos fami­lia­res que cons­ti­tu­yen los com­ple­jos incons­cien­tes: “Los sen­ti­mien­tos fami­lia­res, en espe­cial, son a menu­do la ima­gen inver­ti­da de los com­ple­jos incons­cien­tes”. (Zafi­ro­pou­los, 2002, p 29)

Entrecruzamientos. Entramado de lo inconsciente

La fami­lia desem­pe­ña un papel pri­mor­dial en la trans­mi­sión de la cul­tu­ra. Ya que, al encar­gar­se de la edu­ca­ción ini­cial, la repre­sión de los ins­tin­tos, la adqui­si­ción de la len­gua mater­na, gobier­na los pro­ce­sos fun­da­men­ta­les del desa­rro­llo psí­qui­co, la orga­ni­za­ción de las emo­cio­nes de acuer­do con tipos con­di­cio­na­dos por el ambien­te que cons­ti­tu­yen la base de los sen­ti­mien­tos. En un mar­co más amplio, trans­mi­te estruc­tu­ras de con­duc­ta y de repre­sen­ta­ción cuyo desem­pe­ño des­bor­da los lími­tes de la con­cien­cia, sien­do adop­ta­dos muchos de ellos de mane­ra incons­cien­te.

De ese modo, la fami­lia ins­tau­ra una con­ti­nui­dad psí­qui­ca entre las gene­ra­cio­nes cuya cau­sa­li­dad es de orden men­tal. El arti­fi­cio de los fun­da­men­tos de esta con­ti­nui­dad se reve­la en los con­cep­tos mis­mos que defi­nen la uni­dad de des­cen­den­cia des­de el tótem has­ta el patro­ní­mi­co; sin embar­go, se mani­fies­ta median­te la trans­mi­sión a la des­cen­den­cia de dis­po­si­cio­nes psí­qui­cas que lin­dan con lo inna­to.

La pro­pues­ta freu­dia­na de con­vo­car la par­te incons­cien­te de los inte­gran­tes de la fami­lia, puso a la luz un con­ti­nen­te epis­te­mo­ló­gi­co del psi­co­aná­li­sis apto para expli­car el desa­rro­llo psí­qui­co de los sín­to­mas y las cri­sis psi­co­ló­gi­cas por las que pasa­ban los miem­bros de una fami­lia; lo que en su momen­to le per­mi­tie­ron a Freud hacer el des­cu­bri­mien­to del com­ple­jo de Edi­po. Dado que la fami­lia favo­re­ció su des­cu­bri­mien­to, la pos­tu­ra epis­te­mo­ló­gi­ca toma a la fami­lia como con­di­ción mis­ma de que éste se pre­sen­te y exi­ge a la vez, la inven­ción del psi­co­aná­li­sis para dar cuen­ta de su diná­mi­ca y evo­lu­ción. Lo que nos lle­va a decir que hablar de Edi­po es hablar tam­bién del padre y su fun­ción.

Lacan en su tex­to de “La fami­lia” (1938), reto­ma el apor­te freu­diano y men­cio­na que más que una nos­tal­gia por el padre, hay una “nos­tal­gia por la madre” en los orí­ge­nes (ora­les) de la ins­ti­tu­cio­na­li­za­ción sub­je­ti­va. Cuan­do Lacan habla del com­ple­jo del des­te­te pone el acen­to en la liga­zón del indi­vi­duo con la fami­lia: “El com­ple­jo del des­te­te fija en el psi­quis­mo la rela­ción de la lac­tan­cia; repre­sen­ta la for­ma pri­mor­dial de la ima­go mater­na. Por tan­to, fun­da los sen­ti­mien­tos más arcai­cos y esta­bles que unen al indi­vi­duo con la fami­lia”.

Esa nos­tal­gia es mucho más cru­cial nos dice Lacan, por­que la sepa­ra­ción con res­pec­to al pecho nutri­cio deve­la a una nos­tal­gia más anti­gua, más peno­sa y de mayor ampli­tud vital. Ya que, al nacer y ser sepa­ra­do el peque­ño de la matriz de su madre; él vivi­rá esta sepa­ra­ción tem­pra­na como un males­tar que difí­cil­men­te podrá com­pen­sar. Esta sepa­ra­ción esta­rá regu­la­da nece­sa­ria­men­te por una exi­gen­cia cul­tu­ral.

Mas ade­lan­te, Lacan en su mis­mo tex­to de “La fami­lia” advier­te: que en la medi­da que no exis­ta esta sepa­ra­ción o que se resis­tan a esas nue­vas exi­gen­cias, que son las del pro­gre­so de la per­so­na­li­dad, la ima­go mater­na que en el ori­gen es sana, se con­vier­te en el fac­tor de muer­te si se per­ma­ne­ce ahí.

En este sen­ti­do se des­ta­ca el fun­da­men­to de la rela­ción sub­je­ti­va por una “nos­tal­gia por la madre” que toma el lugar de la nos­tal­gia por el padre freu­diano, e indi­ca tam­bién que la seduc­ción mor­tí­fe­ra de esa nos­tal­gia debe sus­ti­tuir nada menos que la teo­ría de la pul­sión de muer­te ela­bo­ra­da por Freud. Lacan, en efec­to, des­plie­ga aquí la clí­ni­ca de la nos­tal­gia por la madre (o por la matriz) a la vez que recha­za la teo­ría freu­dia­na del ins­tin­to de muer­te, que está a su jui­cio dema­sia­do mar­ca­da por un “pre­jui­cio bio­lo­gi­cis­ta”. Lo cual pare­ce muy curio­so, ya que la nos­tal­gia por la matriz que él pro­po­ne como cau­sa de su pro­pia ver­sión del ins­tin­to de muer­te, tam­bién está deter­mi­na­da por una cau­sa­li­dad bio­ló­gi­ca que es la insu­fi­cien­cia vital de los pri­me­ros años del niño.

Des­de un pun­to de vis­ta gene­ral, Lacan expli­ca que el hom­bre des­de sus pri­me­ros meses de vida debe ele­gir siem­pre la subli­ma­ción de la ima­go mater­na que per­mi­te la entra­da en el gru­po social, y con ello ele­gir la vida, renun­cian­do a la seduc­ción mor­tí­fe­ra de la nos­tal­gia por la madre, de lo con­tra­rio se dedu­ci­ría el “que­rer morir de la espe­cie”, o acep­tar el que se suce­dan los tras­tor­nos de la ora­li­dad como ano­re­xia, buli­mia, adic­cio­nes, etcé­te­ra. Para­le­la­men­te indi­ca, que la (mor­tal) nos­tal­gia por la madre con­du­ce al reen­cuen­tro de las “nos­tal­gias de la huma­ni­dad”, que se mani­fies­tan tan­to en el regis­tro de los éxta­sis mís­ti­cos, como en las pro­me­sas polí­ti­cas siem­pre refor­mu­la­das por los regí­me­nes tota­li­ta­rios.

Así nace­rá un deseo de ape­go a la madre o de tra­tar de retor­nar siem­pre a ella. Está nos­tal­gia por el cuer­po de la madre será una mar­ca que per­du­ra­rá por toda la exis­ten­cia del suje­to.

Vaya­mos des­pa­cio tenien­do pre­sen­te una brú­ju­la cul­tu­ral y psi­co­ana­lí­ti­ca: el niño deja­rá a su madre por la pri­va­ción que el padre debe rea­li­zar; que­dan­do por este man­da­to sepa­ra­do del pri­mer obje­to de amor y de deseo, el cual le será para siem­pre inac­ce­si­ble. De esta rela­ción se apar­ta­rá con la pro­me­sa de encon­trar en algún otro momen­to de su vida un nue­vo obje­to que lo com­ple­te. Sin embar­go, ya Freud (1931), había dicho que la pul­sión sexual es vir­tual­men­te impo­si­ble de satis­fa­cer, que la pro­me­sa de la rela­ción sexual con com­ple­men­ta­ción recí­pro­ca nun­ca se cum­pli­rá, que el acuer­do per­fec­to entre el hom­bre y la mujer es algo que nun­ca hubo ni habrá, por el acto mis­mo de la divi­sión sexual en el ori­gen. Por­que el hom­bre se rela­cio­na con la mujer bus­can­do el reen­cuen­tro con algo de la madre, es decir, con lo que esa mujer no es, y que la mujer se rela­cio­na con el hom­bre bus­can­do la abo­li­ción de la fal­ta, eso que del hom­bre no pue­de reci­bir, eso que muchas veces la lle­va a des­pla­zar su inte­rés des­de el hom­bre hacia el hijo, el que fue “una sola car­ne” con ella. Hijo o hija que a su vez será arre­ba­ta­do y sepa­ra­do de la madre, ya sea por el padre o por quien esté en ese lugar que pue­da cum­plir la fun­ción sim­bó­li­ca de sepa­ra­ción; para lue­go ser entre­ga­do a los cir­cui­tos del inter­cam­bio y de la vida en cul­tu­ra. “Una sola car­ne…”, pero solo, por poco tiem­po (Freud, 1930).

En 1930, Freud afir­ma en su tex­to “El males­tar en la cul­tu­ra”, que una de las cau­sas de las ten­sio­nes pro­pias de la vida en socie­dad deri­va pre­ci­sa­men­te de la hos­ti­li­dad que pro­vie­ne de una mitad de la huma­ni­dad, de las muje­res hacia la cul­tu­ra. Seña­la­ba que esa hos­ti­li­dad es una con­se­cuen­cia de la opo­si­ción entre los intere­ses de la fami­lia y los de la socie­dad, pues las muje­res repre­sen­tan a la fami­lia y los hom­bres defien­den a la polis. Es una hos­ti­li­dad sobre la incon­ci­lia­bi­li­dad de los intere­ses mas­cu­li­nos y feme­ni­nos que retor­na sobre un moti­vo de la refle­xión filo­só­fi­ca “sobre sí mis­mos” que había alcan­za­do ya meri­dia­na cla­ri­dad en la Feno­me­no­lo­gía del espí­ri­tu de Hegel (como es cita­do en Hei­deg­ger 1930–31). Freud agre­ga que el “Males­tar en la cul­tu­ra” es tam­bién un males­tar en la fami­lia con su pre­sun­ta cri­sis”, y cuyo fun­da­men­to común podría encon­trar­se en lo que super­fi­cial­men­te se ha dado en lla­mar “la bata­lla de los sexos”.

Entramado simbólico

Lacan (1953) en su Con­fe­ren­cia R. S. I. pro­po­ne tres regis­tros fun­da­men­ta­les que están pre­sen­tes en la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca de los suje­tos: “Real, Sim­bó­li­co e Ima­gi­na­rio”, son los tres regis­tros de la reali­dad huma­na”. Lo sim­bó­li­co es el len­gua­je y lo fun­da­men­tal para que se cons­ti­tu­ya el suje­to pro­mo­vién­do­lo hacia una depen­den­cia con res­pec­to a un orden legal y social, por­que el mun­do social está estruc­tu­ra­do según cier­tas leyes que regu­lan las rela­cio­nes de paren­tes­co y el inter­cam­bio dis­cur­si­vo entre sus miem­bros. Asi­mis­mo, va a des­ta­car el papel del len­gua­je, ya que los con­cep­tos de ley, orden y comu­ni­ca­ción son impen­sa­bles sin len­gua­je.

Lacan en 1964, seña­la que el orden sim­bó­li­co estruc­tu­ra lo incons­cien­te, y afir­ma “el incons­cien­te está estruc­tu­ra­do como un len­gua­je”. Ade­más, la dimen­sión sim­bó­li­ca invo­lu­cra tam­bién las dimen­sio­nes ima­gi­na­ria y real. Lo sim­bó­li­co es esen­cial­men­te una dimen­sión lin­güís­ti­ca que per­te­ne­ce al orden de la lega­li­dad. Es la ley, la que el padre en su fun­ción debe repre­sen­tar indi­can­do los lími­tes y las nor­mas que son exi­gi­das por la cul­tu­ra.

Ya des­de 1956–57, Lacan en su Semi­na­rio 4 “La rela­ción de obje­to” va a poner mayor énfa­sis en el papel del padre; sub­ra­yan­do la impor­tan­cia de su fun­ción neta­men­te sim­bó­li­ca. Es el padre y su fun­ción como repre­sen­tan­te de la ley quien posi­bi­li­ta­rá el con­trol o repre­sión de las pul­sio­nes más pri­mi­ti­vas de los suje­tos, y con ello faci­li­ta­rá su inclu­sión en la cul­tu­ra.

Lacan en 1957–1958, pone el acen­to sobre la lógi­ca de la cas­tra­ción y desa­rro­lla el con­cep­to: “El Nom­bre-del-Padre”, des­ta­can­do la impor­tan­cia de su sopor­te en el pro­ce­so estruc­tu­ral de un suje­to. La fun­ción sim­bó­li­ca que repre­sen­ta el padre ha esta­do des­de tiem­pos muy remo­tos aso­cia­da con la figu­ra de la ley. Lo sim­bó­li­co es tam­bién el ámbi­to de la alte­ri­dad radi­cal que habi­ta al suje­to y al que Lacan desig­na como el Otro. “El incons­cien­te es el dis­cur­so del Otro”; enton­ces, somos el len­gua­je del Otro, la len­gua del Otro que nos ha hecho hablan­tes y des­de su pala­bra será des­de don­de se visua­li­ce el mun­do acep­tan­do el rei­no de la ley que regu­la el deseo en el com­ple­jo de Edi­po, que tam­bién es el rei­no de la cul­tu­ra, en tan­to opues­to al regis­tro de lo ima­gi­na­rio de la natu­ra­le­za al que le pone lími­tes (la cas­tra­ción). Lími­tes a lo ima­gi­na­rio carac­te­ri­za­do por las rela­cio­nes dua­les (madre e hijo, don­de el deseo del hijo es ser lo que le fal­ta a la madre, lo que ella desea, es decir, ser el falo ima­gi­na­rio). Por ello, la fun­ción Pater­na o sig­ni­fi­can­te del Nom­bre-del-Padre en tan­to repre­sen­tan­te de la ley y la cul­tu­ra, es fun­da­men­tal su inter­ven­ción. Lacan des­ta­ca la fun­ción del padre en el Edi­po seña­lan­do una doble direc­ción, por un lado, la cas­tra­ción del deseo materno por el hijo y por el otro, el deseo del hijo por ser lo que a la madre le fal­ta. Es decir, pone el acen­to en el com­ple­jo de Cas­tra­ción y agre­ga que esta acción es fun­da­men­tal en la estruc­tu­ra­ción psí­qui­ca de los suje­tos en su rela­ción al Otro y los otros, sobre todo duran­te este perio­do. Resu­mien­do, hablar del Edi­po, es hablar del padre como agen­te de la cas­tra­ción y como vec­tor de una encar­na­ción de la ley en el deseo y una orien­ta­ción que va más allá del cam­po de la nece­si­dad.

En otras pala­bras, el sig­ni­fi­can­te del deseo materno que­da repri­mi­do por el sig­ni­fi­can­te del Nom­bre-del-Padre. Así se intro­du­ce la ley y el efec­to sim­bó­li­co de un puro sig­ni­fi­can­te (NP), que orga­ni­za toda la diná­mi­ca sub­je­ti­va ins­cri­bien­do el deseo en el regis­tro de la deu­da sim­bó­li­ca que con­lle­va la acep­ta­ción de la ley y deter­mi­na­rá la estruc­tu­ra psí­qui­ca del suje­to.

Hablar de la fami­lia des­de el psi­co­aná­li­sis no es hablar de su muer­te, ni de sus cri­sis, sino de sus movi­mien­tos y del per­ma­nen­te males­tar en ella. Por­que al ser sepa­ra­do el hijo de la madre, la pro­me­sa de reen­con­trar­se con ella, será siem­pre incum­pli­da y obli­ga a todo suje­to al per­ma­nen­te des­pla­za­mien­to del deseo a par­tir de un mode­lo de la satis­fac­ción que se esta­ble­ce en la pri­me­ra infan­cia, en un momen­to míti­co que per­ma­ne­ce gra­ba­do de modo inde­le­ble. El amor de la madre por su hijo a quien nutre y cui­da es algo que lle­ga mucho más hon­do que su pos­te­rior afec­ción por el niño cre­ci­do. Lle­va implí­ci­to una rela­ción ple­na­men­te satis­fac­to­ria que no sólo cum­ple con todos los deseos aní­mi­cos, sino tam­bién con todas las nece­si­da­des cor­po­ra­les. Asi­mis­mo, repre­sen­ta una de las for­mas de dicha posi­ble al ser humano, ya que, en medio de esta rela­ción, se satis­fa­cen sin repro­che cier­tas mocio­nes de deseo que pos­te­rior­men­te ten­drán que repri­mir­se por su carác­ter per­ver­so. Por otro lado, el padre pue­de fallar en su fun­ción e inclu­so per­ci­bir a su hijo como un com­pe­ti­dor y gene­rar así una cier­ta riva­li­dad de pro­fun­das raí­ces incons­cien­tes.

Sabe­mos que este pro­ce­so de la vida en fami­lia no es cosa fácil, y que habrá momen­tos en que los hijos se enfren­ten ver­da­de­ra­men­te al padre o expe­ri­men­ten sen­ti­mien­tos de odio, ren­cor, hos­ti­li­dad como resis­ten­cia a la sepa­ra­ción de la madre, has­ta que final­men­te, una vez repri­mi­das sus pul­sio­nes más tem­pra­nas acep­ta­rán la ley, por­que el padre es quien encar­na, repre­sen­ta y trans­mi­te la ley. Segui­da­men­te que­da­rán en fal­ta, que los lle­va­rá a ser suje­tos de deseo y con ello a gene­rar nue­vos lazos socia­les, tenien­do mejo­res rela­cio­nes con sus her­ma­nos, ami­gos y otros.

Sin embar­go, en la fun­ción pater­na siem­pre “algo falla”, algo fal­ta que reper­cu­te en la sub­je­ti­vi­dad; tie­ne que ver con lo que la pala­bra no pue­de nom­brar, que no logra sim­bo­li­zar, es un real que esca­pa a poder­se sub­je­ti­var, que que­da como un vacío y da pau­ta a la estruc­tu­ra que cada suje­to logre desa­rro­llar, ya sea neu­ro­sis, psi­co­sis o per­ver­sión y en con­se­cuen­cia a las pato­lo­gías que de ellas deri­ven.

Por otro lado, a pesar de los jalo­nes que la his­to­ria mar­ca alre­de­dor de la fami­lia, las fun­cio­nes que ella desem­pe­ña son muy amplias y varia­das. Otra de ellas, es pre­ci­sa­men­te la sexua­li­dad y la bús­que­da de su satis­fac­ción que debe seguir sien­do regu­la­da aten­dien­do y res­pe­tan­do las dife­ren­cias y los dife­ren­tes tipos de rela­cio­nes entre hom­bres y muje­res para man­te­ner­se den­tro de los már­ge­nes de la cul­tu­ra.

Parra­ga (2017), men­cio­na que una for­ma de regu­lar la sexua­li­dad en la fami­lia ha sido a tra­vés de la prohi­bi­ción del goce, de la prohi­bi­ción del inces­to, evi­tan­do la ple­na satis­fac­ción de las pul­sio­nes sexua­les entre los miem­bros de la fami­lia, favo­re­cien­do solo la exis­ten­te entre la pare­ja pater­na. Es decir, la fun­ción de la fami­lia tie­ne que ver con la satis­fac­ción regu­la­da, nor­ma­ti­vi­za­da de la sexua­li­dad y con vis­tas a la repro­duc­ción y cui­da­do de los hijos.

Debe­mos tener cla­ro que la estruc­tu­ra de la fami­lia siem­pre en todas par­tes, mar­ca de un cier­to tipo de prohi­bi­ción sobre un deter­mi­na­do tipo de rela­cio­nes sexua­les: como es la ley de la prohi­bi­ción del inces­to. Es ello una ley sim­bó­li­ca y pode­mos decir, que es sólo allí don­de se pue­de seña­lar el pasa­je de la natu­ra­le­za a la cul­tu­ra; de la vida ani­mal a la vida huma­na. Esto nos pue­de lle­var a com­pren­der la esen­cia de la arti­cu­la­ción de la ins­ti­tu­ción fami­liar como por­ta­do­ra de este man­da­to bási­co y fun­da­men­tal que deter­mi­na a toda socie­dad huma­na. Es decir, la exis­ten­cia de la fami­lia es al mis­mo tiem­po con­di­ción de la socie­dad; cuya fun­ción pri­mor­dial ‑que no exclusiva‑, es la pro­duc­ción-repro­duc­ción de los suje­tos que una socie­dad deter­mi­na­da nece­si­ta.

Las paradojas de la familia. La declinación de la función paterna

De acuer­do Freud y Lacan, vemos que la fami­lia es un com­ple­jo espa­cio don­de se cons­ti­tu­yen los suje­tos psí­qui­ca­men­te, su orga­ni­za­ción no tie­ne que ver con la bio­lo­gía, es más bien una ins­ti­tu­ción esta­ble­ci­da por la cul­tu­ra y orien­ta­da por sus leyes y dis­cur­sos ins­ti­tui­dos social­men­te, con el pro­pó­si­to de ase­gu­rar la con­vi­ven­cia entre los seres huma­nos En la actua­li­dad la fami­lia ha deja­do de ser la ins­tan­cia del ideal, homo­gé­nea y armó­ni­ca de quie­nes la con­for­man. Aun­que sigue sien­do la prin­ci­pal ins­ti­tu­ción social don­de se inten­ta anu­dar, por la vía del padre y la madre, lo que se encuen­tra radi­cal­men­te des­re­gu­la­do es lo indes­ci­fra­ble del empu­je pul­sio­nal y por la disi­me­tría de los goces entre el hom­bre y la mujer, que se encuen­tran entra­ma­dos en la escri­tu­ra de lo incons­cien­te; sien­do un real que no se ha podi­do recu­brir por una ley sim­bó­li­ca. La fami­lia se ha con­ver­ti­do en un espa­cio de para­do­jas sin sen­ti­do y sin garan­tías de nada.

La des­re­gu­la­ción la encon­tra­mos rela­cio­na­da con la decli­na­ción del padre plan­tea­da por Lacan en el “Semi­na­rio IV de la Rela­ción de Obje­to” (1956–1957), seña­lan­do: cuan­do la ley que es trans­mi­ti­da por la fami­lia, y ésta no ope­ra, se suple por un sín­to­ma. Lo mues­tra tra­ba­jan­do el caso Jua­ni­to don­de la fobia tie­ne la fun­ción de sus­ti­tuir el nom­bre del padre, es decir, Jua­ni­to se encuen­tra fren­te a la inope­ran­cia de la ley y de ello devi­ne su sín­to­ma; es mejor el sín­to­ma de tener una fobia (mie­do a los caba­llos) que vivir la des­re­gu­la­ción de un goce pul­sio­nal que lo ame­na­za. Esto mis­mo se pue­de tras­la­dar a nues­tro tiem­po, don­de el saber cerra­do de la cien­cia y la tec­no­lo­gía tam­bién suplen el saber y la fun­ción del padre, has­ta pres­cin­dir pri­me­ro de su figu­ra tan­to como la de la madre, devi­nien­do así, muchos de los lla­ma­dos nue­vos sín­to­mas (depre­sión, fobias, adic­cio­nes, idea­cio­nes sui­ci­das, etcé­te­ra).

Tales son las con­di­cio­nes de la vida fami­liar como con­se­cuen­cia del debi­li­ta­mien­to de la auto­ri­dad pater­na, y de los idea­les sim­bó­li­cos que antes civi­li­za­ban, prohi­bían y regu­la­ban la con­vi­ven­cia siguien­do una ley, aho­ra, han sido rem­pla­za­dos por una pala­bra ausen­te que pro­pi­cia la apa­ri­ción de la cri­sis de la ins­ti­tu­ción matri­mo­nial, que ha abier­to la puer­ta a los sín­to­mas, a la vio­len­cia y a la sepa­ra­cio­nes de los padres (divor­cios), a la dis­gre­ga­ción de la fami­lia, a las ausen­cias de la figu­ra pater­na en aras de una exi­gen­cia de plus-de-goce. La con­se­cuen­cia de esto es el rei­no del goce, de la pul­sión de muer­te que no favo­re­ce el com­pro­mi­so con lo sim­bó­li­co de anu­dar y favo­re­cer el res­pe­to entre la pare­ja, hacien­do que cada uno se las arre­gle como pue­da.

El con­cep­to de goce[2] en el suje­to como seña­la Lacan en el Semi­na­rio 7 “La éti­ca del psi­co­aná­li­sis” (1959–1960), tra­ta de una satis­fac­ción sin­gu­lar, pro­pia de cada suje­to, que mar­ca una inte­rrup­ción en su rela­ción con el Otro, pero tam­bién en una dife­ren­cia­ción cru­cial entre lo trans­mi­ti­do del lado de la fami­lia como ley y el goce por el que se deci­de el suje­to, lo que nos hace refle­xio­nar acer­ca de lo que se jue­ga en esa dis­con­ti­nui­dad y sus con­se­cuen­cias.

En la actua­li­dad, las fami­lias trans­mi­ten un cier­to debi­li­ta­mien­to de la ley pater­na que apa­re­ce fun­da­men­tal­men­te bajo tres moda­li­da­des, un padre que no logra poner­se a la altu­ra de las nece­si­da­des y exi­gen­cias de los hijos; por otro lado, del domi­nio del deseo incons­tan­te, ambi­va­len­te de la madre, y un deseo con­fu­so, enig­má­ti­co, oscu­ro, cuan­do no anó­ni­mo, del lado de los padres, dejan­do a los hijos en tres posi­bles luga­res: como sín­to­ma, como falo o como obje­to, equi­va­len­tes a las neu­ro­sis, las per­ver­sio­nes o las psi­co­sis, res­pec­ti­va­men­te (Parra, 2017).

Este debi­li­ta­mien­to de la ley pater­na plan­tea­do por Lacan (2012) y de las ins­ti­tu­cio­nes sim­bó­li­cas mar­can un decli­ve tam­bién en el terreno social, en los gran­des rela­tos y refe­ren­tes sim­bó­li­cos de la cul­tu­ra, pro­mo­vien­do un incre­men­to del nar­ci­sis­mo, del indi­vi­dua­lis­mo exi­gien­do aho­ra la ple­na satis­fac­ción de sus deman­das con la con­se­cuen­te into­le­ran­cia y la fal­ta de res­pe­to al Otro y los otros. El lazo social se ha debi­li­ta­do y esta­mos en una era del vacío como dije­ra Lipo­vestky (2000), ya que el suje­to nar­ci­sis­ta mar­ca­do por la indi­fe­ren­cia de los con­te­ni­dos sim­bó­li­cos de los gran­des rela­tos esta­ble­ce comu­ni­ca­cio­nes sin obje­ti­vo, no sabe tam­po­co escu­char, de ahí esa bas­ta expo­si­ción de videos en las redes socia­les, la depen­den­cia de los gad­gets con pro­pues­tas total­men­te intrans­cen­den­tes, es un expre­sar­se para nada, o solo para sí mis­mo en un ima­gi­na­rio que ven­de, y que lamen­ta­ble­men­te otros con­su­men y/o se iden­ti­fi­can por su con­te­ni­do vacío. El nar­ci­sis­mo des­cu­bre aquí como en otras par­tes, su con­vi­ven­cia con la fal­ta de sus­tan­cia pos­mo­der­na, con la lógi­ca del vacío.

Si bien la fami­lia es un teji­do de rela­cio­nes, de entre­cru­za­mien­tos, de entra­ma­dos de afec­tos, de emo­cio­nes, de ausen­cias, de prohi­bi­cio­nes, etcé­te­ra, pero sobre todo de pala­bras y silen­cios sobre el goce de cada uno y el gene­ral de la fami­lia, don­de fal­tan las pala­bras y nadie quie­re saber sobre el goce del otro por­que eso arti­cu­la­ría un saber, y todo saber es sim­bó­li­co que com­pro­me­te al suje­to a rea­li­zar cam­bios; cada uno pre­fie­re que­dar­se con su goce en un goce autís­ti­co.

Todo esto nos lle­va a inte­rro­gar la épo­ca actual, sobre cuá­les están sien­do y cuá­les serán sus efec­tos sobre los mode­los de fami­lia al trans­for­mar la fun­ción pater­na y el goce feme­nino, que han dado y darán lugar a nue­vos modos de exis­ten­cia y modos de gozar. Por otro lado, los hijos que nace­rán y cre­ce­rán tal vez, asis­ti­dos o domi­na­dos por la cien­cia, la tec­no­lo­gía y el dis­cur­so capi­ta­lis­ta.

La caí­da de la fun­ción pater­na y mater­na ha influi­do en la irrup­ción de lo feme­nino y el borra­mien­to de la dife­ren­cia sexual, y los padres son sus­ti­tui­dos por pares, como efec­to del decli­ve de la fun­ción pater­na, es un Otro sim­bó­li­co que no se res­pe­ta, que ya no exis­te. Y ante tal ausen­cia, obser­va­mos en aumen­to los sín­to­mas como: las adic­cio­nes, la ano­re­xia, la buli­mia, depre­sión, auto­agre­sio­nes, las idea­cio­nes sui­ci­das, los sui­ci­dios, la vio­len­cia social, el len­gua­je soez ‑entre muchos otros-. Lo cier­to es que esta vul­ne­ra­bi­li­dad de la fun­ción pater­na ha deri­va­do en una suplan­ta­ción por otras ins­tan­cias o dis­cur­sos que han toma­do su lugar como lo es el dis­cur­so capi­ta­lis­ta que los alie­na en un con­su­mo com­pul­si­vo.

El psi­co­aná­li­sis ante todos estos fenó­me­nos de la fami­lia actual no retro­ce­de, como tam­po­co ante la paren­ta­li­dad. Habrá que res­ta­ble­cer los lazos afec­ti­vos entre ellos, encon­trar el deseo como cau­sa del deseo del Otro, un deseo que habi­ta en el por­qué de la exis­ten­cia de cada hijo, que ese deseo no sea anó­ni­mo, que se per­mi­tan recons­truir el lazo entre ellos y los otros del mun­do social, que la fami­lia como ins­ti­tu­ción se for­ta­lez­ca.

Es inelu­di­ble la tarea para el psi­co­aná­li­sis, para el ana­lis­ta, escu­char a los suje­tos en su que­ja, en su sen­tir la vida como un infor­tu­nio que se repro­du­ce en las rela­cio­nes de pare­ja, en las fun­cio­nes pater­na y mater­na; en los hijos y sus encru­ci­ja­das. Al pare­cer cada pro­ble­má­ti­ca per­so­nal y/o social tie­ne que ver con la fami­lia.

Para concluir

Pode­mos decir que la fami­lia es una obra cul­tu­ral y colec­ti­va que intro­du­ce la dimen­sión de la reali­dad social en la vida psí­qui­ca de los seres huma­nos. Por ello, la fami­lia tie­ne un papel fun­da­men­tal en la trans­mi­sión de la cul­tu­ra. Es por­ta­do­ra de la pri­me­ra edu­ca­ción, repri­me las pul­sio­nes más pri­mi­ti­vas y pro­por­cio­na el len­gua­je que nos habi­ta. Len­gua­je que pro­vie­ne y pro­ce­de prin­ci­pal­men­te de los padres. Su teji­do lin­güís­ti­co favo­re­ce la regu­la­ción de los lazos socia­les, los afec­tos más tem­pra­nos y los des­afec­tos, don­de se bus­can las mar­cas del deseo, como de las del amor en medio de este apre­ta­do mar­co fami­liar. Es nece­sa­rio recon­cep­tua­li­zar sobre cuál es el con­cep­to de amor del que par­ten los padres al fun­dar una fami­lia. Cuál es la heren­cia amo­ro­sa que pre­ten­den trans­mi­tir a sus hijos. Cuál es man­da­to cul­tu­ral del “deja­ras a tu padre y madre”. Con­ti­nue­mos pues ana­li­zan­do el entra­ma­do del males­tar en la fami­lia que no aca­ba­rá en tan­to suje­tos y fami­lias exis­tan.

Referencias

Brauns­tein, N. (2001). Muer­te de la fami­lia en “Por los cami­nos de Freud”, Ed. Siglo XXI. p. 18.

Freud, S. (1912–1913). Totem y tabú, en “Obras Com­ple­tas”. Volu­men XIII. 2° Edi­ción. Amo­rror­tu Editores.1976.

Freud, S. (1930). Males­tar en la cul­tu­ra, en “Obras Com­ple­tas”, Vol. 21. Amo­rror­tu Editores.1976.

Freud, S. (1931). Sobre la sexua­li­dad feme­ni­na, en “Obras Com­ple­tas”. Volu­men. XXI. Amo­rror­tu Edi­to­res. 1976.

Freud, S. (1976/1937). Esque­ma del psi­co­aná­li­sis en Obras Com­ple­tas. Volu­men XXIII. Amo­rror­tu Edi­to­res. 1976, p. 148.

Hei­deg­ger, M. (1930–31). Feno­me­no­lo­gía del espí­ri­tu de Hegel. Cur­so del semes­tre de invierno. Fri­bur­go, Ale­ma­nia. Colec­ción: Por idio­ma: espa­ñol, 2022.

Lacan, J. (1938). “La fami­lia”, Edi­to­rial Argo­nau­ta, 2003. p.30.

Lacan, J. (2012). Los com­ple­jos fami­lia­res, en Otros escri­tos. Edi­to­rial Pai­dós.

Lacan J. (1956–1957). El Semi­na­rio IV, La rela­ción de obje­to. Edi­to­rial Pai­dós. 1996.

Lacan J. (1957–1958). El Semi­na­rio V. Las for­ma­cio­nes del Incons­cien­te. Edi­to­rial Pai­dós. 2001.

Lacan J. (1959–1960). El Semi­na­rio VII, La Éti­ca del Psi­co­ná­li­sis. Cla­se XV. Edi­to­rial Pai­dós. 1988, pp. 231 ‑247.

Lacan, J. (1964). El semi­na­rio 11. “Los cua­tro con­cep­tos fun­da­men­ta­les del psi­co­aná­li­sis. 3ª. Reim­pre­sión. Ed. Pai­dós. 1990.

Lacan, J. (1953). Con­fe­ren­cia “Lo sim­bó­li­co, lo ima­gi­na­rio y lo real”. Docu­men­to de estu­dio, sin esta­ble­cer. Ver­sión crí­ti­ca de Ricar­do Rodrí­guez Pon­te. (1974 ‑1975).

Lévi-Strauss, C. (1979). “La fami­lle”, en Ray­mond Bellour y Cathe­ri­ne Clé­ment (comps), Clau­de Lévi-Strauss. Tex­tes de y Clau­de Lévi-Strauss, París, Galli­mard, 1979, p. 95.

Lipo­vetsky. G. (2000). La era del vacío. Ensa­yos sobre el indi­vi­dua­lis­mo con­tem­po­rá­neo. Deci­mo­ter­ce­ra edi­ción. Edi­to­rial Ana­gra­ma.

Parra­ga, H. (2017). De la prohi­bi­ción al goce en la fami­lia actual: algu­nas con­si­de­ra­cio­nes teó­ri­cas. Revis­ta Kathar­sis, N 23, enero-julio 2017, pp. 260 – 276. Dis­po­ni­ble y recu­pe­ra­do el 12 de junio de 2025. En: https://​dial​net​.uni​rio​ja​.es/​d​e​s​c​a​r​g​a​/​a​r​t​i​c​u​l​o​/​6​1​3​3​9​0​3​.​pdf

Rou­di­nes­co, E. (2006). “La fami­lia en des­or­den”, Ed. Fon­do de Cul­tu­ra Eco­nó­mi­ca, 2006, pp.19, 20, 37, 49.

Sega­len, M. (1992). Antro­po­lo­gía his­tó­ri­ca de la fami­lia. Edi­to­rial Tau­rus.

Zafiropoulos,M. (2002). “Lacan y las cien­cias socia­les” La decli­na­ción del padre (1938–1953), Ed. Nue­va Visión, p. 29.

Notas

  1. Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la, Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co, Méxi­co.
  2. Goce. Lacan (1960), desa­rro­lló el con­cep­to de goce en opo­si­ción al pla­cer. El prin­ci­pio de pla­cer fun­cio­na como un lími­te al goce. Es una ley que le orde­na al suje­to “gozar lo menos posi­ble”. Al mis­mo tiem­po el suje­to inten­ta cons­tan­te­men­te trans­gre­dir las prohi­bi­cio­nes impues­tas a su goce, e ir “más allá del prin­ci­pio del pla­cer”. No obs­tan­te, el resul­ta­do de trans­gre­dir el prin­ci­pio de pla­cer no es más pla­cer sino dolor, pues­to que el suje­to solo pue­de sopor­tar cier­ta can­ti­dad de pla­cer. Más allá de este lími­te, el pla­cer se con­vier­te en dolor, y este “pla­cer dolo­ro­so” es lo que Lacan lla­ma goce: “el goce es sufri­mien­to” (pp. 231–247). El goce expre­sa per­fec­ta­men­te la satis­fac­ción para­dó­ji­ca que el suje­to obtie­ne de su sín­to­ma, en otras pala­bras, el sufri­mien­to que deri­va de su pro­pia satis­fac­ción.