El miedo, último refugio de la masculinidad hegemónica Descargar este archivo (El miedo.pdf)

Jesús Emmanuel Ibarra Loyola , Edna Gabriela Díaz Báez

Universidad Autónoma de Puebla – Universidad Autónoma de Coahuila

Resu­men

Tra­ba­jo de cor­te cua­li­ta­ti­vo, no expe­ri­men­tal, explo­ra­to­rio y des­crip­ti­vo, don­de se abor­da el tema de las expre­sio­nes mas­cu­li­nas de afec­to: amor, ale­gría, tris­te­za y mie­do, sien­do este últi­mo en el que se pro­fun­di­za, des­de la pers­pec­ti­va de géne­ro. El obje­ti­vo de cono­cer dichas expre­sio­nes reci­bi­das y mani­fies­tas por los bom­be­ros de Mon­clo­va, Coahui­la para cons­ta­tar o no su corres­pon­den­cia con la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca. Se rea­li­za­ron entre­vis­tas semi­es­truc­tu­ra­das a 10 bom­be­ros. En los resul­ta­dos se obser­va que los hom­bres expre­san el sen­tir de los tres pri­me­ros afec­tos mien­tras que del mie­do no. Se iden­ti­fi­ca una lige­ra demar­ca­ción de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca al dejar ver que expre­san su amor a su pare­ja e hijos/as de múl­ti­ples for­mas. Por otro lado aún siguen bajo esta mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca basa­da en la idea de que el expre­sar el mie­do no es una con­duc­ta apro­pia­da para los hom­bres.

Pala­bras cla­ve: afec­ti­vi­dad, mie­do, hom­bres, mas­cu­li­ni­da­des, pers­pec­ti­va de géne­ro.

 

Abs­tract

This is a qua­li­ta­ti­ve paper, non-expe­ri­men­tal, explo­ra­tory and des­crip­ti­ve; the topic is the mas­cu­li­ne expres­sions of affec­tion: love, joy, sad­ness and fear, from a gen­der pers­pec­ti­ve. The objec­ti­ve is to iden­tify the affec­ti­ve expres­sions recei­ved and mani­fes­ted by fire­figh­ter men of Mon­clo­va, Coahui­la and to verify its corres­pon­den­ce or not with the hege­mo­nic mas­cu­li­nity model. 10 semi-struc­tu­red inter­views were per­for­med. In the results it can be obser­ved that the men express their way of fee­ling, but only in refe­ren­ce with love, joy and sad­ness but not fear. It can be iden­ti­fied a slight demar­ca­tion of the hege­mo­nic mas­cu­li­nity model so that the­se men express their love, joy and sad­ness. Neverthe­less they still follow the hege­mo­nic mas­cu­li­nity model when they express that expres­sing fear is not an appro­pria­te beha­vior for men.

Key words: Affec­tion, Fear, Men, Mas­cu­li­ni­ties, Gen­der pers­pec­ti­ve.

Introducción

En la socie­dad con­tem­po­rá­nea es posi­ble hablar del lado sen­si­ble de la reali­dad; esta es una prác­ti­ca social común des­de cier­tas áreas, tales como la lite­ra­tu­ra, el cine, el len­gua­je coti­diano, etc. Sin embar­go, no es tan habi­tual abor­dar ese lado sen­si­ble des­de la cien­cia, a pesar de que la dimen­sión afec­ti­va del ser humano (las emo­cio­nes y los sen­ti­mien­tos, recor­dan­do que exis­te exten­sa biblio­gra­fía que dis­tin­gue entre sen­ti­mien­tos y emo­cio­nes, en este tra­ba­jo usa­re­mos el tér­mino afec­tos para refe­rir­nos a ambos) es un ras­go inhe­ren­te a su exis­ten­cia. Los afec­tos han sido con­si­de­ra­dos obje­to legí­ti­mo de estu­dio de las cien­cias socia­les has­ta hace poco tiem­po. Hoy es posi­ble explo­rar ese uni­ver­so afec­ti­vo des­de el estu­dio cien­tí­fi­co gra­cias a los cam­bios de para­dig­mas que han revo­lu­cio­na­do la mane­ra de hacer cien­cia, las for­mas de explo­rar obje­tos socia­les, las mane­ras de abor­dar y acer­car­nos a cier­tas reali­da­des psi­co­so­cia­les.

El cons­truc­cio­nis­mo social jus­ti­fi­ca el cono­ci­mien­to teó­ri­co en sí mis­mo y defien­de que no hay nin­gu­na for­ma pri­vi­le­gia­da de abor­dar la reali­dad; esta apro­xi­ma­ción nos inci­ta a con­si­de­rar otras for­mas de hacer psi­co­lo­gía social, con­tra­pues­tas a las for­mas tra­di­cio­na­les. Per­mi­te evi­den­ciar las for­mas en que las per­so­nas his­tó­ri­ca­men­te situa­das inter­pre­tan la reali­dad, su reali­dad, a tra­vés de la rela­ción que tie­nen con deter­mi­na­do obje­to social.

En el siguien­te tra­ba­jo se par­te de la idea de que, si bien es cier­to que la dimen­sión afec­ti­va del ser humano tie­ne un corre­la­to fisio­ló­gi­co cuya fun­ción es la super­vi­ven­cia, tam­bién es una reali­dad que dicha dimen­sión afec­ti­va tie­ne otro corre­la­to cons­trui­do social­men­te, es decir, está media­da tam­bién por la cul­tu­ra e his­to­ri­ci­dad. Según Ibá­nez (1994) la reali­dad tie­ne pro­pie­da­des obje­ti­vas; sin embar­go, esas pro­pie­da­des son trans­for­ma­das en sub­je­ti­vas por los suje­tos socia­les que tra­tan esta infor­ma­ción de acuer­do a sus intere­ses, posi­ción social, expe­rien­cias e influen­cia cul­tu­ral, de tal mane­ra que noso­tros, los suje­tos socia­les, reac­cio­na­mos ante esta reali­dad tal y como es para noso­tros, pues la reali­dad posee pro­pie­da­des que son el resul­ta­do de la acti­vi­dad cog­ni­ti­va y sim­bó­li­ca de los indi­vi­duos. El naci­mien­to del pri­mer hijo, el des­amor, el día de la boda, la muer­te de la madre, deba­tir­se entre la vida y muer­te en una emer­gen­cia son algu­nos ejem­plos de las expe­rien­cias que viven los hom­bres bom­be­ro par­ti­ci­pan­tes de esta inves­ti­ga­ción, acon­te­ci­mien­tos que sus­ci­tan expre­sio­nes u omi­sio­nes de expre­sión de afec­tos. Si los afec­tos fue­sen sola­men­te dis­po­si­cio­nes inter­nas de los indi­vi­duos, todas las cul­tu­ras en todos los tiem­pos se sen­ti­rían de la mis­ma mane­ra ante los mis­mos hechos, y esto no suce­de así. Por lo tan­to deci­mos que el sen­tir es tam­bién social.

Aho­ra bien, si se tras­la­da esto al terreno de las Mas­cu­li­ni­da­des, se tra­ta aún de un terri­to­rio menos explo­ra­do, pues en ellos los temas más abor­da­dos han sido la vio­len­cia, pater­ni­dad, homo­se­xua­li­dad y alcoho­lis­mo, más no el tema de afec­ti­vi­dad. En este tra­ba­jo se abor­dan cua­tro ele­men­tos afec­ti­vos: el amor, la ale­gría, la tris­te­za y el mie­do. Es en este últi­mo en el que se ahon­da­rá, pues el mie­do es un poder psí­qui­co, un pro­duc­to men­tal y a la vez un meca­nis­mo bio­ló­gi­co de carác­ter ins­tin­ti­vo, el cual for­ma par­te de nues­tras rela­cio­nes y de nues­tra for­ma de enten­der y mover­nos en el mun­do.

En el caso del ser humano y su capa­ci­dad de pen­sa­mien­to sim­bó­li­co, el mie­do es un terror que empo­bre­ce su vida en socie­dad, por­que a menu­do esta­ble­ce­mos estra­te­gias defen­si­vas y de ata­que (Herre­ra, 2010). Los huma­nos tene­mos mie­do a los desas­tres natu­ra­les, a las emer­gen­cias, a la muer­te, a la incer­ti­dum­bre con res­pec­to al futu­ro, mie­do a per­der seres que­ri­dos, mie­do a no saber cómo actuar res­pec­to a cier­tas situa­cio­nes, etc. Aho­ra bien, ¿qué suce­de si jus­ta­men­te esa es la expe­rien­cia coti­dia­na? Si se es un bom­be­ro cuyo tra­ba­jo es enfren­tar­se a situa­cio­nes de vida y muer­te, ¿sien­ten mie­do? ¿Cómo lo sien­ten? ¿Lo demues­tran? ¿Y qué pasa si ade­más de ser bom­be­ro se es hom­bre? ¿Cuál es la rela­ción que sos­tie­nen los hom­bres bom­be­ro con el amor, ale­gría, tris­te­za y mie­do?

El problema de ser hombres y la perspectiva de género

Es nece­sa­rio par­tir del supues­to bási­co de que al hablar de hom­bres y mas­cu­li­ni­dad, inevi­ta­ble­men­te hay refe­ren­cia al géne­ro como con­di­ción huma­na bási­ca (Salas, 2008). Ya que se ha for­mu­la­do el cues­tio­na­mien­to de que los com­por­ta­mien­tos de muje­res y de hom­bres más que tener una base natu­ral e inva­ria­ble se deben a una cons­truc­ción social que alu­de a aspec­tos cul­tu­ra­les y psi­co­ló­gi­cos asig­na­dos de mane­ra dife­ren­cia­da a unos y a otros (Bus­tos, 2007).

Para Lagar­de, en Cazés (2007), se tra­ta de un com­ple­jo de deter­mi­na­cio­nes y carac­te­rís­ti­cas eco­nó­mi­cas, socia­les, jurí­di­co-polí­ti­cas y psi­co­ló­gi­cas, es decir, cul­tu­ra­les, que crean lo que en cada épo­ca, socie­dad y cul­tu­ra son los con­te­ni­dos espe­cí­fi­cos de ser mujer o de ser hom­bre. Los géne­ros son his­tó­ri­cos, un pro­duc­to de la rela­ción entre bio­lo­gía, socie­dad y cul­tu­ra; devie­nen y pre­sen­tan una enor­me diver­si­dad.

A par­tir de 1960, refie­re Salas (2008), el movi­mien­to femi­nis­ta reto­ma la pro­pues­ta de la cate­go­ría géne­ro, la que recon­cep­tua­li­zan has­ta desa­rro­llar lo que hoy se cono­ce como Teo­ría de Géne­ro. Des­de enton­ces se com­pren­de como aquel cuer­po de cono­ci­mien­to que tra­ta de expli­car y des­cri­bir qué pasa con las dife­ren­cias entre hom­bres y muje­res, dife­ren­cias que son lle­va­das a la con­di­ción de des­igual­da­des; tra­ta de dar un sen­ti­do socio-his­tó­ri­co y polí­ti­co a las des­igual­da­des exis­ten­tes entre unos y otras, en el que la dis­cri­mi­na­ción de las muje­res ha sido la nota domi­nan­te (Salas, 2008).

Repen­sar la mas­cu­li­ni­dad, a fina­les de la déca­da de los ochen­ta y en los años noven­ta, se con­vir­tió en una urgen­cia que dio lugar a un nue­vo cam­po de estu­dios, los estu­dios de mas­cu­li­ni­da­des, en bue­na medi­da como refle­jo del alcan­ce de la teo­ría femi­nis­ta y los movi­mien­tos de libe­ra­ción gay (Cara­bí, 2003), por­que impul­san la idea, como lo men­cio­na Mar­tín (2007), de que los esque­mas patriar­ca­les tam­po­co ayu­dan a com­pren­der quié­nes son los hom­bres y mar­gi­nan no sólo a las muje­res sino tam­bién a las iden­ti­da­des mas­cu­li­nas que no enca­jan con los patro­nes mas­cu­li­nis­tas del patriar­ca­do. Por ello la posi­ción pro­fe­mi­nis­ta que asu­men sus fun­da­do­res es, sobre todo, una posi­ción anti­pa­triar­cal, pues prio­ri­ta­ria­men­te se inten­ta dis­tin­guir entre lo mas­cu­lino y lo patriar­cal, inci­dien­do en el hecho de que el patriar­ca­do es una cons­truc­ción espe­cí­fi­ca de un tipo de mas­cu­li­ni­dad hete­ro­se­xis­ta, homó­fo­ba, racis­ta y machis­ta.

Se acu­de al con­cep­to de “mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca” como cate­go­ría bási­ca para el estu­dio de la mas­cu­li­ni­dad y su rela­ción con lo afec­ti­vo. Es de suma impor­tan­cia en tan­to la mas­cu­li­ni­dad como enti­dad abs­trac­ta toma con­cre­cio­nes en los suje­tos par­ti­cu­la­res, de tal mane­ra que no todos los hom­bres están inclui­dos ahí o la por­tan, por lo menos no en el mis­mo gra­do. No todo hom­bre debe­rá ver­se refle­ja­do, en for­ma total, en esa mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca. No obs­tan­te, lo cier­to es que la refe­ren­cia a esa mas­cu­li­ni­dad impli­ca la exis­ten­cia de deman­das, encar­gos y man­da­tos, con inde­pen­den­cia de la volun­tad del indi­vi­duo. La mas­cu­li­ni­dad vie­ne a ser, enton­ces, una serie de encar­gos, deman­das y man­da­tos que cada hom­bre reci­be, vive y repro­du­ce de mane­ra par­ti­cu­lar (Salas, 2005).

La mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca, es un mode­lo social impe­ran­te que impo­ne un modo par­ti­cu­lar de con­fi­gu­ra­ción de la sub­je­ti­vi­dad, la cor­po­ra­li­dad, la posi­ción exis­ten­cial del común de los hom­bres y de los hom­bres comu­nes, e inhi­be y anu­la la jerar­qui­za­ción social de las otras mas­cu­li­ni­da­des. Domi­na el uni­ver­so de las defi­ni­cio­nes sobre el ser hom­bre y el camino de la cons­truc­ción de la mas­cu­li­ni­dad, por­que está en lo más alto, por su valor social, en la jerar­quía de mas­cu­li­ni­da­des posi­bles, sien­do por ello la repre­sen­ta­ción social domi­nan­te de lo mas­cu­lino la úni­ca toda­vía legi­ti­ma­da social­men­te, y que deja fue­ra a las otras del jue­go de la cons­truc­ción sub­je­ti­va (Bonino, 2003).

Los hom­bres que sos­tie­nen esta posi­ción de mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca, men­cio­na Seid­ler (1995), se supo­ne que son inde­pen­dien­tes y auto­su­fi­cien­tes; no tie­nen nece­si­da­des afec­ti­vas pro­pias por­que han apren­di­do a con­si­de­rar­las como seña­les de debi­li­dad. De esta mane­ra los hom­bres se ven limi­ta­dos en la viven­cia de expe­rien­cias recon­for­tan­tes a los lar­go de su desa­rro­llo vital. Por ejem­plo, al apren­der a pen­sar en el cuer­po, den­tro de las mas­cu­li­ni­da­des  domi­nan­tes, los varo­nes fre­cuen­te­men­te esta­ble­cen poca cone­xión inter­na con sus cuer­pos. Se apren­de que el cuer­po tie­ne que subor­di­nar­se a la men­te, igual que los afec­tos, y que se tie­ne que ejer­cer un rigu­ro­so con­trol sobre estos.

A aque­llos hom­bres que no cum­plen o no asu­men este mode­lo domi­nan­te del ser hom­bre, se les cla­si­fi­ca como insu­fi­cien­tes y como mas­cu­li­ni­da­des subor­di­na­das. Bajo esta cla­si­fi­ca­ción se ubi­ca­rían los hom­bres “débi­les”: los que poseen impe­di­men­tos físi­cos, los de baja esta­tu­ra, los hom­bres enfer­mos, los sen­si­bles y los homo­se­xua­les (Con­nell; Toro-Alfon­so; Val­dés & Ola­va­rría en Alfon­so, Wal­ters y Sán­chez, 2012).

El mode­lo de mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca deman­da, según Kim­mel y Goff­man en Barrios (2003), cier­tos requi­si­tos bási­cos para ser “todo un hom­bre”:

  • No ser homo­se­xual. No se es un “ver­da­de­ro hom­bre” si se adop­tan acti­tu­des que pudie­ran suge­rir algo de femi­ni­dad. El man­da­to de no ser homo­se­xual o no mani­fes­tar sufi­cien­te “viri­li­dad”, par­te de la fal­sa apre­cia­ción de que ser mas­cu­lino impli­ca repu­diar lo feme­nino.
  • Ser impor­tan­te. Es decir, el tama­ño de la hom­bría es pro­por­cio­nal al de la posi­ción eco­nó­mi­ca, polí­ti­ca o social.
  • Ser fuer­te. Hay que resis­tir los emba­tes de la vida sin que­jar­se y enfren­tar­se a los pro­ble­mas sin mos­trar debi­li­dad (entién­da­se expre­sio­nes emo­cio­na­les, espe­cial­men­te el mie­do y la tris­te­za).
  • Ser audaz, “ganón” y agre­si­vo, ya que estos son ras­gos de valen­tía y deci­sión.

El para­dig­ma de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca, como ya se men­cio­nó, afec­ta los modos de pen­sar, sen­tir y actuar de los hom­bres, lo cual remi­te a una mas­cu­li­ni­dad domi­nan­te sobre las muje­res, sobre otros hom­bres y sobre sí mis­mos. El mode­lo de mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca repre­sen­ta el refe­ren­te de for­ta­le­za, domi­nio, fuer­za, des­co­ne­xión de la emo­ti­vi­dad y el pri­vi­le­gio social que se les otor­ga a los hom­bres (Alfon­so et al., 2012), afec­tan­do los modos de pen­sar, sen­tir y actuar.

Las mas­cu­li­ni­da­des son una cons­truc­ción his­tó­ri­ca y social que alu­de a lo que los hom­bres pien­san, dicen y hacen para dis­tin­guir­se a sí mis­mos como hom­bres. Dicha cons­truc­ción no sólo es ela­bo­ra­da y sig­ni­fi­ca­da por los hom­bres, sino tam­bién por las muje­res en dife­ren­tes espa­cios y situa­cio­nes de inter­ac­ción social. En este sen­ti­do, Kim­mel en Her­nán­dez y Gámez (2010), sos­tie­ne que las defi­ni­cio­nes de mas­cu­li­ni­dad están cam­bian­do cons­tan­te­men­te y que la mas­cu­li­ni­dad no vie­ne en nues­tro códi­go gené­ti­co, sino que se cons­tru­ye social­men­te, cam­bia de una cul­tu­ra a otra; en una mis­ma cul­tu­ra a tra­vés del tiem­po; duran­te el cur­so de la vida de cual­quier hom­bre, indi­vi­dual­men­te y entre dife­ren­tes gru­pos de hom­bres; y según su cla­se, raza, gru­po étni­co y pre­fe­ren­cia sexual.

Los hombres y sus sentires

La afec­ti­vi­dad, tra­di­cio­nal­men­te, ha sido típi­ca­men­te aso­cia­da a lo feme­nino esta­ble­cien­do el supues­to de que ellas son más emo­ti­vas que los hom­bres (Ash­mo­re & Del Boc; Brody & Hall; Bro­ver­man, Vogel, Clark­son & Rosen­krantz; Fabes & Mar­tin; John­son & Shul­man; Widi­gier & Settle,  en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004). Pero la psi­co­lo­gía ha estu­dia­do que, des­de la infan­cia, a los varo­nes y a las muje­res se les ense­ñan lec­cio­nes muy dis­tin­tas acer­ca de cómo expre­sar sus afec­tos (Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004).

En par­ti­cu­lar los afec­tos de ale­gría, tris­te­za y mie­do son con­si­de­ra­dos mayor­men­te feme­ni­nos, mien­tras que el eno­jo es atri­bui­do en mayor medi­da a los varo­nes (Birn­baum, Nosan­chuck & Croll; Bri­ton & Hall; Fabes y Mar­tin; Gross­man & Wood,  Kelly & Hutson-Comeaux en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004).

Res­pec­to al eno­jo se asu­me que las muje­res encuen­tran más difi­cul­tad para expre­sar­lo; en cam­bio se con­si­de­ra que para los hom­bres es el afec­to pri­ma­rio, con el que se sien­ten más cómo­dos; de hecho, según Pala­dino y Goros­tia­ga (2004), la mayo­ría de los estu­dios regis­tra que los varo­nes expre­san con­duc­tas más agre­si­vas que las muje­res.

Los afec­tos como el mie­do y la tris­te­za tam­bién están suje­tos a este­reo­ti­pos de géne­ro que indi­can, por ejem­plo, que el temor no es una con­duc­ta social­men­te apro­pia­da para un hom­bre (Fabes y Mar­tin en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004). Aún en situa­cio­nes dudo­sas los adul­tos tien­den a atri­buir esa emo­ción con más fre­cuen­cia a las niñas que a los niños. Es posi­ble que los varo­nes pre­fie­ran no expre­sar mie­do ni hablar sobre ello ya que apren­den tem­pra­na­men­te que no es con­sis­ten­te con lo que se espe­ra para el rol ads­cri­to a su géne­ro (Condry en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004).

Los resul­ta­dos de las inves­ti­ga­cio­nes acer­ca de que los padres hacen más refe­ren­cia a la tris­te­za con las hijas que con los hijos tie­ne intere­san­tes impli­can­cias para el desa­rro­llo de la com­pren­sión de la pro­pia expe­rien­cia afec­ti­va de los hom­bres. Hom­bres y muje­res apren­den dife­ren­tes estra­te­gias para enfren­tar los afec­tos como la tris­te­za a par­tir de los modos con que los padres se com­por­ten y con­ver­sen sobre tal hecho, así como de las repre­sen­ta­cio­nes socia­les al res­pec­to (Fivush & Buck­ner; Belenky, Clinchy, Gold­ber­ger, & Taru­le; Cho­do­row; Gilli­gan; Mar­kus & Oyser­man en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004).

Es impor­tan­te dis­tin­guir, según lo regis­tran nume­ro­sos inves­ti­ga­do­res, dos dimen­sio­nes fun­da­men­ta­les que ope­ran en el este­reo­ti­po géne­ro-afec­ti­vi­dad: la inter­na, como expe­rien­cia sub­je­ti­va del afec­to, y la exter­na, como mani­fes­ta­ción visi­ble de lo afec­ti­vo (Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004). Por ejem­plo, Fabes y Mar­tin (en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004), encon­tra­ron que si bien se per­ci­be a las muje­res como más expre­si­vas afec­ti­va­men­te que los hom­bres, cuan­do se eva­lúa la per­cep­ción de la expe­rien­cia afec­ti­va de cada uno se regis­tran esca­sas dife­ren­cias entre ellos.

John­son y Shul­man (ídem), de modo simi­lar, cons­ta­ta­ron que los hom­bres y las muje­res creen que difie­ren más en la mani­fes­ta­ción afec­ti­va exter­na que en la inten­si­dad de la expe­rien­cia sub­je­ti­va. Con­si­de­ran que la mis­ma situa­ción pro­du­ce simi­la­res afec­tos en cada uno pero lo expre­san de modo dife­ren­te. Por ejem­plo, ambos rela­tan sen­tir­se tris­tes cuan­do algo malo pasa y sen­tir­se feli­ces cuan­do algo bueno suce­de; así, las dife­ren­cias se hacen evi­den­tes en la expre­si­vi­dad, no en la expe­rien­cia del sen­tir.

Si bien la mayo­ría de los estu­dios cons­ta­tan que las muje­res se expre­san más afec­ti­va­men­te que los hom­bres, ello no quie­re decir que tales dife­ren­cias se corres­pon­dan nece­sa­ria­men­te con sus pro­pias per­cep­cio­nes sobre la expe­rien­cia afec­ti­va (Ash­mor; Brody & Hall; Fis­cher; LaFran­ce & Bana­ji en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004).

En el estu­dio de Ein­sen­ber & Len­non (en Morris, 2011), reve­la­ron que los hom­bres esta­ban tan afec­ta­dos fisio­ló­gi­ca­men­te como las muje­res al ver des­crip­cio­nes de per­so­nas que sufrían; los hom­bres sim­ple­men­te inhi­bían la expre­sión de sus afec­tos.

Método

Este artícu­lo se des­pren­de de una inves­ti­ga­ción más exten­sa titu­la­da Corres­pon­den­cia con la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca de expre­sio­nes de amor, ale­gría, tris­te­za y mie­do que reci­bie­ron y mani­fies­tan los bom­be­ros de la Cen­tral de bom­be­ros de Mon­clo­va, Coahui­la, en el cual se explo­ra­ron, para cono­cer, las expre­sio­nes ya men­cio­na­das en el títu­lo.

¿Corres­pon­den con la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca las expre­sio­nes afec­ti­vas de amor, ale­gría, tris­te­za y mie­do que reci­bie­ron y mani­fies­tan los bom­be­ros de la Cen­tral de Bom­be­ros de Mon­clo­va, Coahui­la?

El obje­ti­vo fue cono­cer las expre­sio­nes afec­ti­vas de amor, ale­gría, tris­te­za y mie­do reci­bi­das y mani­fies­tas por los bom­be­ros de la Cen­tral de Bom­be­ros de Mon­clo­va, Coahui­la, para cons­ta­tar su corres­pon­den­cia o no con la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca. Es un estu­dio de cor­te cua­li­ta­ti­vo, no expe­ri­men­tal, explo­ra­to­rio y des­crip­ti­vo en don­de se uti­li­za la reco­lec­ción de datos no estan­da­ri­za­dos sin medi­ción numé­ri­ca, de los cua­les se obtie­nen la pers­pec­ti­va y pun­tos de vis­ta de los par­ti­ci­pan­tes median­te entre­vis­tas semi­es­truc­tu­ra­das ela­bo­ra­das ex pro­fe­so, las cua­les son some­ti­das a un aná­li­sis de con­te­ni­do regi­do por la taxo­no­mía de afec­tos ela­bo­ra­da a par­tir de los apor­tes de Barrios (2003), Pala­dino y Goros­tia­ga, (2004), y Muñoz (2012).

Res­pec­to a la pobla­ción y mues­tra, se tra­ta de diez bom­be­ros de la Cen­tral de Bom­be­ros de  Mon­clo­va, Coahui­la. El mues­treo es de tipo no pro­ba­bi­lís­ti­co por suje­tos volun­ta­rios. En cuan­to al ins­tru­men­to uti­li­za­do se hicie­ron uso de la entre­vis­ta semi­es­truc­tu­ra­da la cual se fun­da­men­ta en una serie de pre­gun­tas pre­via­men­te ela­bo­ra­das a par­tir de las apor­ta­cio­nes de Barrios (2003), Pala­dino y Goros­tia­ga, (2004), y Muñoz (2012), las cua­les pue­den ser adap­ta­das según las carac­te­rís­ti­cas del par­ti­ci­pan­te y/o los pro­pó­si­tos que pue­dan sur­gir en el momen­to (Gar­cía, 2009). La entre­vis­ta gira en torno a las expre­sio­nes de los afec­tos: amor, ale­gría, tris­te­za y mie­do, mani­fes­ta­dos por los padres hacia sus hijos bom­be­ros, así como la mani­fes­ta­ción de estas mis­mas por par­te de los bom­be­ros hacia su pare­ja e hijos/as. Cabe acla­rar que debi­do a que el eno­jo es un afec­to con­si­de­ra­do intrín­se­ca­men­te mas­cu­lino (Birn­baum, Nosan­chuck & Croll; Bri­ton & Hall; Fabes & Mar­tin; Gross­man & Wood,  Kelly & Hutson-Comeaux en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004), se dejó de lado pre­ci­sa­men­te para explo­rar la viven­cia de los afec­tos ya men­cio­na­dos que no se atri­bu­yen de mane­ra social al mun­do de los hom­bres.

Resultados

Res­pec­to a la cate­go­ría del amor todos los hom­bres bom­be­ros (10/10) men­cio­nan haber reci­bi­do expre­sio­nes de este, a tra­vés de pala­bras, aten­ción, besos, abra­zos y ser pro­veí­dos. Tam­bién todos ellos (10/10) decla­ran haber expre­sa­do el amor con pala­bras, aten­ción, besos, abra­zos, cari­cias, y el hecho de pro­veer para su fami­lia tam­bién es con­si­de­ra­do una expre­sión de amor por par­te de ellos. Las for­mas de mani­fes­tar el amor son lige­ra­men­te más varia­das que las reci­bi­das.

En cuan­to al afec­to de ale­gría todos los hom­bres bom­be­ro (10/10) decla­ran haber reci­bi­do expre­sio­nes de ale­gría a tra­vés de son­ri­sas, pala­bras, abra­zos y pal­ma­das. Al igual todos ellos dicen haber expre­sa­do ale­gría hacía su fami­lia de varias mane­ras, como son­ri­sas, pala­bras, abra­zos, alza­mien­tos, pal­ma­das, buen humor y llan­to. Resul­ta intere­san­te que el llan­to es una expre­sión de ale­gría que es exclu­si­va de las expre­sio­nes mani­fies­tas, pero no de las reci­bi­das.

En rela­ción con la tris­te­za, de igual mane­ra todos los hom­bres bom­be­ro entre­vis­ta­dos (10/10) dicen haber reci­bi­do expre­sio­nes de tris­te­za a tra­vés de serie­dad, sem­blan­tes de tris­te­za, pero solo dos de 10 men­cio­nan haber reci­bi­do el llan­to como expre­sión de esta, mien­tras que al men­cio­nar las expre­sio­nes de ale­gría que ellos mani­fies­tan para con su fami­lia, todos men­cio­nan que lo hacen a tra­vés de las mis­mas varian­tes: sem­blan­te de tris­te­za, serie­dad y llan­to, sin embar­go son 8/10 que hablan de mani­fes­tar la tris­te­za a tra­vés del llan­to.

Por últi­mo la expre­sión del mie­do, en cuan­to a lo reci­bi­do en su infan­cia, todos ellos (10/10) men­cio­nan haber reci­bi­do expre­sio­nes de mie­do, de una mane­ra menos varia­da que en las cate­go­rías ante­rio­res. La prin­ci­pal expre­sión de mie­do que reci­bie­ron, 4 de 10 suje­tos, fue­ron expre­sio­nes ver­ba­les; 2 de 10 suje­tos repor­ta no haber reci­bi­do expre­sio­nes de mie­do; 2 de 10 reci­bie­ron esta­dos de serie­dad como expre­sión del mie­do y 2 de 10 suje­tos men­cio­na haber reci­bi­do sem­blan­tes de temor. Estas expre­sio­nes se sus­ci­ta­ban por la muer­te de algún fami­liar, cuan­do la ines­ta­bi­li­dad eco­nó­mi­ca afec­ta­ba el hogar, por ame­na­zas tele­fó­ni­cas, acci­den­tes auto­mo­vi­lís­ti­cos y/o enfer­me­da­des.

Refe­ren­te a las con­duc­tas mani­fes­ta­das por ellos son 10 de 10 suje­tos que repor­tan no expre­sar el mie­do, sin embar­go men­cio­nan sí sen­tir­lo. El mie­do se sus­ci­ta en ellos al estar tra­ba­jan­do, o al pen­sar en la posi­bi­li­dad de per­der a la fami­lia, pero nin­guno de ellos lo demues­tra.

Discusión y conclusiones

De mane­ra gene­ral se pue­de notar una demar­ca­ción de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca al mos­trar­se que las expre­sio­nes reci­bi­das en su infan­cia de los afec­tos de amor, ale­gría y tris­te­za fue­ron menos varia­das que las que aho­ra ellos expre­san hacia su fami­lia; ellos expre­san estos afec­tos con con­duc­tas más diver­si­fi­ca­das. Y aun­que el llan­to es una expre­sión de ale­gría y tris­te­za que fue poco o nada reci­bi­da por par­te de ellos duran­te su infan­cia, sí es expre­sa­da aho­ra en su adul­tez.

Otro dato muy sig­ni­fi­ca­ti­vo que arro­ja­ron los resul­ta­dos es que los suje­tos podrán llo­rar pero jamás van a pre­sen­tar mie­do, lo cual res­pon­de a una carac­te­rís­ti­ca de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca don­de el hom­bre debe ser el fuer­te, el res­pon­sa­ble y en don­de no cabe, en estas carac­te­rís­ti­cas, el mie­do; que des­de su con­cep­ción redu­ci­da sólo es posi­ble en las muje­res y no en “los ver­da­de­ros hom­bres” (Barrios, 2003). 10 suje­tos de 10 men­cio­nan que sien­ten mie­do estan­do tra­ba­jan­do mas no lo expre­san, es decir, que para ellos el mie­do es sólo una expe­rien­cia inter­na, sub­je­ti­va (Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004): “pos cla­ro que te da mie­do pero no lo pue­des mos­trar aun­que sí se sien­te”, “si he teni­do mie­do… pon­le que no lo expre­se, pero a veces es tra­tar de esqui­var­lo”, “más que nada es interno… el cora­zón empie­za a pal­pi­tar más, el estó­ma­go, a veces empie­zo [a] tem­blar.”

El mie­do que sien­ten es “a la res­pon­sa­bi­li­dad de no saber qué hacer en un dado momen­to en un ser­vi­cio o que me digan haz esto y lo otro y que no lo haga bien, eso me da mie­do más que nada”; tie­nen mie­do “a pen­sar que ya no voy a regre­sar y que me voy a que­dar allí en ese lugar”, “por­que es un tra­ba­jo don­de se corre mucho peli­gro”. Men­cio­nan no expre­sar­lo “por­que si lo mues­tras es como si te domi­na­ra el tra­ba­jo”, “expre­sar­les el mie­do a los mucha­chos es como decir­les a los mucha­chos que las cosas no están bien”, “si tú les demues­tras mie­do se los con­ta­gias a todos”. Para no expre­sar­lo “ten­go que hacer­me fuer­te”, “para noso­tros el mie­do es nues­tro escu­do: en este tra­ba­jo si no tie­nes mie­do no vas a tener pre­cau­ción, cui­da­do. El mie­do lo inter­pre­tas… lo trans­for­mas en adre­na­li­na”.

Y no es que el mie­do sólo sea posi­ble en las muje­res como men­cio­na Barrios (2003), no hay que olvi­dar los fac­to­res socio­cul­tu­ra­les en el apren­di­za­je de la afec­ti­vi­dad don­de los varo­nes apren­den a excluir sus afec­tos, o más bien a no mani­fes­tar­los (Brody, Kring & Gor­don en Alca­lá et al., 2006). El mie­do está suje­to a este­reo­ti­pos de géne­ro que indi­can, por ejem­plo, que el temor no es una con­duc­ta apro­pia­da para los hom­bres (Fabes & Mar­tin en Pala­dino y Goros­tia­ga, 2004). Hay que recor­dar que la expre­sión del afec­to es un pro­ce­so más difi­cul­to­so que la pro­pia expe­rien­cia emo­cio­nal inter­na (Alca­lá et al., 2006).  Aho­ra bien,  auna­do a lo ante­rior pen­sa­mos que los bom­be­ros per­te­ne­cen a un cuer­po de tra­ba­jo cuya iden­ti­dad está basa­da en el nom­bre y lema ofi­cial, pues for­man par­te del Heroi­co cuer­po de bom­be­ros: unión, valor y sacri­fi­cio. ¿Aca­so se pue­de ser héroe y demos­trar mie­do al mis­mo tiem­po?

Con este pun­to vol­ve­mos al este­reo­ti­po del hom­bre fuer­te, el hom­bre que no se dobla ante nada, el hege­mó­ni­co. Men­cio­nan que esto “es fal­so, todos sen­ti­mos, nomás que los hom­bres no por­que somos los fuer­tes, los machi­nes”, “…los hom­bres tam­bién sen­ti­mos mie­do, nada más que no lo mos­tra­mos… no lo demues­tro, me hago el valien­te…”, “…tam­bién noso­tros sen­ti­mos mie­do, nomás que, por ejem­plo, te lo aguan­tas”. “Es men­ti­ra, pero las muje­res sí son las más mie­do­sas, uno tam­bién pero ya está acos­tum­bra­do a aguan­tar­se”, “…noso­tros tam­bién tene­mos mie­do nomás que te lo aguan­tas. Como dicen: siem­pre gana el más fuer­te al más débil y pos si andas de mie­do­so todos te van a ganar.”

En con­clu­sión se pude infe­rir, limi­tán­do­se a los 10 suje­tos men­cio­na­dos, que a pesar de que la socie­dad carac­te­ri­za al hom­bre como una per­so­na dura, que no tie­ne per­mi­ti­do llo­rar o mos­trar sus emo­cio­nes —pues­to que debe ser fuer­te e inmu­ta­ble—, los hom­bres sí llo­ran y pue­den llo­rar; y que­da cla­ro, ade­más, al ser muy sig­ni­fi­ca­ti­vo, que los hom­bres sí expre­san amor hacia su pare­ja e hijos/as a tra­vés de múl­ti­ples mani­fes­ta­cio­nes, y en el caso del mie­do lo sien­ten, lo expe­ri­men­tan, mas no lo expre­san. Con esta últi­ma infe­ren­cia se con­fir­ma la exis­ten­cia de dos pro­ce­sos, el de la expe­rien­cia afec­ti­va que es inter­na, sub­je­ti­va y en par­te fisio­ló­gi­ca, y el de la exter­na, la expre­sión emo­cio­nal, la cual, como lo indi­can Pala­dino y Goros­tia­ga (2004), es un área en la que hom­bres y muje­res difie­ren al momen­to de mani­fes­tar sus afec­tos.

Con estas con­je­tu­ras no se pude lle­gar a afir­mar que exis­ta una demar­ca­ción total de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca por par­te de los suje­tos, pues como se men­cio­nó ante­rior­men­te, exis­ten o pre­va­le­cen, en los suje­tos, refe­ren­tes de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca tales como el mie­do —que no lo expre­san so pre­tex­to de que si lo hacen serán débi­les—, de lo cual es posi­ble infe­rir que el mie­do sigue sien­do un este­reo­ti­po de géne­ro que mani­fies­ta que el temor no es una con­duc­ta social­men­te apro­pia­da para los hom­bres. Sin embar­go, es posi­ble afir­mar que no hay una for­ma hege­mó­ni­ca de mas­cu­li­ni­dad, sino múl­ti­ples mas­cu­li­ni­da­des, y que las nue­vas pos­tu­ras res­pec­to a las mas­cu­li­ni­da­des han lle­ga­do a estos hom­bres de mane­ra que pue­den expre­sar su sen­tir a tra­vés del llan­to, por ejem­plo, en espa­cios públi­cos sin aver­gon­zar­se o con temor a ser seña­la­dos. Se rela­cio­nan con su fami­lia des­de lo afec­ti­vo, des­ti­nan tiem­po para la pare­ja y los/as hijos/as en don­de se dan múl­ti­ples expre­sio­nes de amor. Se reco­no­cen como hom­bres que sien­ten y mani­fies­tan su sen­tir.

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