La familia: un ambiente de conflicto y agresión Descargar este archivo (La familia - un ambiente de conflicto y agresión.pdf)

Nadia Navarro Ceja

Programa Institucional de Estudios de Género de la FES Iztacala

Resu­men

La fami­lia es el con­tex­to de crian­za y edu­ca­ción de hijos e hijas; den­tro de ella se les ense­ña a mane­jar el con­flic­to y la agre­si­vi­dad, ya que es uno de los fac­to­res de la per­so­na­li­dad que auxi­lia o difi­cul­ta la socia­li­za­ción. Cuan­do se rea­li­za de for­ma ade­cua­da con el medio don­de se desa­rro­lla, fomen­ta la segu­ri­dad y un ade­cua­do fun­cio­na­mien­to psi­co­so­cial. El obje­ti­vo de esta inves­ti­ga­ción fue des­cri­bir la diná­mi­ca fami­liar de jóve­nes con­si­de­ran­do la cate­go­ría de mane­jo del con­flic­to y agre­si­vi­dad, cuan­do sus padres viven jun­tos (fami­lias nuclea­res) o sepa­ra­dos (fami­lias mono­pa­ren­ta­les). Par­ti­ci­pa­ron 566 estu­dian­tes uni­ver­si­ta­rios, a quie­nes se les apli­có un cues­tio­na­rio que mide la diná­mi­ca fami­liar. Entre los resul­ta­dos encon­tra­mos que esta­dís­ti­ca­men­te es sig­ni­fi­ca­ti­va la dife­ren­cia con res­pec­to al tipo de fami­lia en la que viven los estu­dian­tes, ya que cuan­do las fami­lias son nuclea­res tan­to la madre como el padre apo­yan en el mane­jo de situa­cio­nes de con­flic­to y agre­sión den­tro del hogar, mien­tras que cuan­do los padres viven sepa­ra­dos las situa­cio­nes con­flic­ti­vas se pre­sen­tan con mayor fre­cuen­cia, refle­jan­do menos habi­li­da­des en los padres ante el mane­jo de con­flic­tos. Ade­más, se per­ci­be una mayor valo­ra­ción a la figu­ra mater­na, lo cual se pue­de ana­li­zar toman­do en cuen­ta la cate­go­ría de géne­ro.

Pala­bras cla­ves: diná­mi­ca fami­liar, estruc­tu­ra fami­liar, con­flic­to y agre­sión fami­liar, géne­ro.

 

Abs­tract

The family is the con­text of rai­sing and edu­ca­ting chil­dren. Within it, they’re taught to mana­ge con­flict and aggres­sion, as one of the fac­tors of per­so­na­lity that helps or hin­ders socia­li­za­tion. When done appro­pria­tely with the envi­ron­ment whe­re it deve­lops, it pro­mo­tes safety and ade­qua­te psy­cho­so­cial fun­ctio­ning. The goal of this inves­ti­ga­tion was to des­cri­be the family dyna­mics of colle­ge stu­dents, taking into account con­flict mana­ge­ment and aggres­sion. The study group was com­po­sed of 566 stu­dents who took a ques­tion­nai­re that mea­su­res family dyna­mics. Among the results we find that the dif­fe­ren­ce is sta­tis­ti­cally sig­ni­fi­cant with res­pect to the type of family whe­re stu­dents live, becau­se when fami­lies are nuclear both mother and father sup­port in hand­ling con­flict and aggres­sion at home, whe­reas when the parents live sepa­ra­tely con­flict situa­tions occur more fre­quently, reflec­ting fewer paren­tal skills to mana­ge con­flict. Besi­des, a higher valua­tion to the mother figu­re is per­cei­ved, which can be analy­zed taking into account the gen­der cate­gory.

Key­words: family dyna­mics, family struc­tu­re, family con­flict and aggres­sion, gen­der

Introducción

La fami­lia se con­si­de­ra hoy como la pri­me­ra ins­tan­cia de for­ma­ción y desa­rro­llo para los indi­vi­duos. Para lle­gar a enten­der su papel en el desa­rro­llo de los hijos e hijas es nece­sa­rio iden­ti­fi­car el con­tex­to fami­liar que influ­ye en este desa­rro­llo. Muñoz (2005) men­cio­na que la tarea de ser padre o madre con­lle­va la inter­ven­ción edu­ca­ti­va para mode­lar, des­de eda­des muy tem­pra­nas, con­duc­tas y acti­tu­des que se con­si­de­ran ade­cua­das para que el desa­rro­llo per­so­nal y social de los hijos e hijas se adap­te mejor a las nor­mas y valo­res del entorno social y cul­tu­ral.

Den­tro de la fami­lia, las rela­cio­nes que man­tie­nen los adul­tos tie­nen influen­cia y se refle­jan en las actua­cio­nes y la trans­mi­sión de valo­res a los hijos e hijas. Si la rela­ción es de res­pe­to, de acep­ta­ción del otro, de escu­cha y de ayu­da, segu­ra­men­te las difi­cul­ta­des se afron­ta­rán y resol­ve­rán de mane­ra ade­cua­da. En cam­bio, si en las rela­cio­nes fami­lia­res alguno de los miem­bros ha ejer­ci­do algún tipo de vio­len­cia hacia el otro, se pue­de vol­ver un espa­cio de sufri­mien­to y de trans­mi­sión de esta for­ma de inter­re­la­ción (Rome­ro, Mele­ro, Cáno­vas y Mar­tí­nez, 2007).

Para Moreno y Cube­ro (cita­dos en Menén­dez, s/f), el papel de la fami­lia en el desa­rro­llo humano es espe­cial­men­te impor­tan­te y men­cio­nan que la tras­cen­den­cia se debe bási­ca­men­te a tres razo­nes:

  • La fami­lia ase­gu­ra la super­vi­ven­cia de los hijos y las hijas al encar­gar­se de su ali­men­ta­ción, pro­tec­ción y cui­da­do.
  • Duran­te muchos años es el úni­co con­tex­to de apren­di­za­je y desa­rro­llo, e inclu­so cuan­do los niños y niñas entran en con­tac­to con otros con­tex­tos (por ejem­plo el esco­lar), la fami­lia con­ti­núa fun­cio­nan­do como uno de los entor­nos más impor­tan­tes.
  • Deter­mi­na o bien con­di­cio­na, la influen­cia de otros con­tex­tos en el desa­rro­llo infan­til: los padres deci­den si un niño asis­te o no a la escue­la, eli­gen un deter­mi­na­do cole­gio, y fomen­tan o no las rela­cio­nes con los igua­les.

Asi­mis­mo, Vive­ros y Arias (2006) con­si­de­ran que algu­nos de los com­po­nen­tes que for­man par­te de la diná­mi­ca fami­liar son los siguien­tes:

  • La comu­ni­ca­ción, defi­ni­da como la capa­ci­dad que tie­ne un inte­gran­te de la fami­lia para influir en los demás, ya sea de mane­ra posi­ti­va o nega­ti­va.
  • La auto­ri­dad se con­cre­ta en la fami­lia como lo que está per­mi­ti­do y lo que está prohi­bi­do; gene­ral­men­te es defi­ni­da por los padres con el fin de pro­mo­ver la cohe­sión gru­pal por medio de la refle­xión y el esta­ble­ci­mien­to de las reglas.
  • El rol se refie­re al com­por­ta­mien­to que se espe­ra de una per­so­na que adquie­re un esta­tus par­ti­cu­lar; asi­mis­mo, una per­so­na pue­de ocu­par varios esta­tus y por lo tan­to varios roles.
  • Los lími­tes sir­ven de barre­ra de dife­ren­cia­ción entre los miem­bros de una fami­lia. Son el espa­cio en el que se per­mi­te la pro­tec­ción sin per­der la indi­vi­dua­ción y dife­ren­cia­ción de quie­nes con­for­man el gru­po fami­liar.
  • Las rela­cio­nes afec­ti­vas son carac­te­rís­ti­cas de todos los seres huma­nos que bus­can satis­fa­cer ade­cua­da­men­te las nece­si­da­des de ser que­ri­do, apo­ya­do, escu­cha­do, y valo­ra­do por otros seres huma­nos con los cua­les pue­da gene­rar una rela­ción cen­tra­da en el reco­no­ci­mien­to.
  • El tiem­po libre, que es una de las acti­vi­da­des que fomen­ta la crea­ti­vi­dad del gru­po fami­liar en espa­cios dife­ren­tes al labo­ral, esco­lar, y al de las tareas domés­ti­cas. Estos momen­tos son usa­dos por la fami­lia para gene­rar cohe­sión, apo­yo e inte­gri­dad.

En cada cul­tu­ra exis­te una idea implí­ci­ta acer­ca de qué es una fami­lia; por ejem­plo en nues­tra socie­dad cuan­do pen­sa­mos en una fami­lia, inme­dia­ta­men­te la ima­gen que nos lle­ga a la men­te es la de un gru­po de per­so­nas que tie­nen entre ellas lazos de paren­tes­co y que viven jun­tas; ade­más, dicho gru­po está enca­be­za­do por dos pro­ge­ni­to­res de dife­ren­te sexo que tie­nen uno o más hijos o hijas. Este per­fil corres­pon­de a la estruc­tu­ra de la mayo­ría de las fami­lias que exis­ten en nues­tro entorno cul­tu­ral, y es lo que lla­ma­mos fami­lia tra­di­cio­nal o con­ven­cio­nal.

Sin embar­go, actual­men­te pode­mos encon­trar fami­lias que no cum­plen con el per­fil ante­rior, como las pare­jas que optan por no tener hijos, pro­ge­ni­to­res viu­dos, madres sol­te­ras, padres sol­te­ros, padres divor­cia­dos, pare­jas del mis­mo sexo, fami­lias que pro­vie­nen de dos matri­mo­nios sepa­ra­dos o divor­cia­dos, todas las cua­les son lla­ma­das fami­lias no con­ven­cio­na­les. Su nom­bre se debe al hecho de que sus estruc­tu­ras difie­ren más o menos de la fami­lia nuclear común (padre, madre y uno o varios hijos) y a que son menos fre­cuen­tes (Menén­dez, s/f).

Con res­pec­to a lo ante­rior, Blan­co y Uma­yaha­ra (2004) con­si­de­ran que el tra­ba­jo de ambos padres, la exis­ten­cia mayo­ri­ta­ria de fami­lias mono­pa­ren­ta­les, la incor­po­ra­ción de la mujer al tra­ba­jo, con el con­se­cuen­te cam­bio de roles gene­ra­do al inte­rior del hogar, la mayor esco­la­ri­za­ción de la pobla­ción, y el acce­so a infor­ma­ción a tra­vés de los medios de comu­ni­ca­ción masi­vos, han gene­ra­do pro­fun­dos cam­bios res­pec­to a las for­mas de criar a los niños y niñas, a quié­nes los crían y en qué con­sis­te dicha crian­za.

Has­ta hace pocas déca­das la rela­ción madre-hijo era con­ce­bi­da como pri­ma­ria, esen­cial y exclu­si­va, de for­ma que las inves­ti­ga­cio­nes úni­ca­men­te toma­ban en con­si­de­ra­ción la figu­ra de la madre y su influen­cia en el desa­rro­llo de los hijos e hijas; pero hoy en día pode­mos afir­mar que la rela­ción madre-hijo es muy impor­tan­te para la vida de un niño o una niña pero no pue­de ser con­si­de­ra­da como agen­te exclu­si­vo del desa­rro­llo infan­til den­tro de la fami­lia, ya que las inves­ti­ga­cio­nes tam­bién han arro­ja­do bas­tan­te infor­ma­ción del impor­tan­te papel que el padre pue­de desem­pe­ñar en el desa­rro­llo de sus hijos e hijas (Menén­dez, s/f).

Siguien­do esta línea, cuan­do las fami­lias nuclea­res se con­vier­ten en fami­lias mono­pa­ren­ta­les por diver­sas situa­cio­nes, la sepa­ra­ción impli­ca un reajus­te al inte­rior de las fami­lias. De la Torre (2005) expre­sa que una sepa­ra­ción va a supo­ner en la mayor par­te de las oca­sio­nes una cri­sis en el desa­rro­llo fami­liar, gene­ran­do un pro­ce­so de cam­bios y alte­ra­cio­nes, e impli­ca­rá, inevi­ta­ble­men­te, una rees­truc­tu­ra­ción fami­liar en el núcleo con­yu­gal espo­so-espo­sa, en las rela­cio­nes entre padre, madre e hijos, así como con las fami­lias exten­sas.

Esa rup­tu­ra con­lle­va­rá, nece­sa­ria­men­te, una nue­va defi­ni­ción de los roles fami­lia­res, sobre todo de las rela­cio­nes paterno-materno-filia­les, y la for­ma en la que se pro­duz­ca esa rees­truc­tu­ra­ción será el pre­dic­tor fun­da­men­tal del equi­li­brio de las nue­vas rela­cio­nes intra­fa­mi­lia­res.

Para (Menén­dez, s/f), lo que real­men­te tie­ne peso sobre el desa­rro­llo infan­til son las rela­cio­nes que se esta­ble­cen den­tro de la fami­lia, las fun­cio­nes que esta desem­pe­ña y cómo lo hace, no su estruc­tu­ra; tam­bién es nece­sa­rio con­si­de­rar que el desa­rro­llo psi­co­ló­gi­co se ve com­pro­me­ti­do, entre otras cosas, cuan­do las con­di­cio­nes que rodean al núcleo fami­liar inclu­yen aspec­tos como una situa­ción eco­nó­mi­ca des­fa­vo­ra­ble, rela­cio­nes emo­cio­na­les y afec­ti­vas alte­ra­das, esca­sez o ausen­cia de apo­yo extra­fa­mi­liar, etc. Estos fac­to­res de ries­go apa­re­cen en dis­tin­tas fami­lias inde­pen­dien­te­men­te de su com­po­si­ción o estruc­tu­ra. La inves­ti­ga­ción mues­tra que si la diná­mi­ca de la fami­lia inclu­ye rela­cio­nes esta­bles, ambien­te varia­do pero regu­lar y pre­de­ci­ble, inter­ac­cio­nes esti­mu­lan­tes, etc., las medi­das de desa­rro­llo de los hijos e hijas que en ellas cre­cen son simi­la­res, inde­pen­dien­te­men­te de que la estruc­tu­ra de dicha fami­lia sea tra­di­cio­nal o no.

Cabe men­cio­nar que el estu­dio de la diná­mi­ca fami­liar, inde­pen­dien­te­men­te de la estruc­tu­ra que esta ten­ga, sur­ge como una crí­ti­ca a los supues­tos de uni­dad, inte­rés común y armo­nía que tra­di­cio­nal­men­te se ha dicho acer­ca de las fami­lias, ya que al aso­mar­nos a cada fami­lia encon­tra­mos dife­ren­cias, des­igual­da­des y con­flic­tos; por lo cual es nece­sa­rio evi­den­ciar qué pasa real­men­te al inte­rior de las fami­lias y pos­tu­lar una repre­sen­ta­ción que se ase­me­ja a la reali­dad (Torres, Orte­ga, Garri­do y Reyes, 2008).

En este sen­ti­do, nos dare­mos cuen­ta que las situa­cio­nes de con­flic­to y agre­sión que rodean a las fami­lias se pre­sen­tan en con­di­cio­nes e inten­si­da­des dife­ren­tes, y para ello resul­ta impor­tan­te pre­ci­sar un poco más estos tér­mi­nos.

Vás­quez, Sán­chez, Nava­rro, Rome­ro, Pérez y Kuma­za­wa (2003) con­si­de­ran que den­tro de la fami­lia, el mane­jo de con­flic­to y la agre­si­vi­dad tam­bién es algo que se ense­ña a los inte­gran­tes de la mis­ma, ya que es uno de los fac­to­res de la per­so­na­li­dad que auxi­lia, o en su defec­to, difi­cul­ta la socia­li­za­ción. Cuan­do se rea­li­za de for­ma ade­cua­da con el medio don­de se desa­rro­lla, per­mi­te el ajus­te social fomen­tan­do la segu­ri­dad del indi­vi­duo y un ade­cua­do fun­cio­na­mien­to psi­co­so­cial.

Al res­pec­to, Pino (2012) expre­sa que los con­flic­tos son situa­cio­nes que per­sis­ten en las fami­lias y que moti­van for­mas de rela­ción en ella. En con­se­cuen­cia, la diná­mi­ca inter­na de la fami­lia sur­ge a par­tir de dife­ren­tes situa­cio­nes, com­por­ta­mien­tos y esta­dos emo­ti­vos, que tie­ne como resul­ta­do una serie de ten­sio­nes, fra­ca­sos, mie­dos y resen­ti­mien­tos que pue­den ter­mi­nar en la diso­lu­ción del sis­te­ma fami­liar.

Jimé­nez (2003), con rela­ción al con­flic­to, plan­tea lo siguien­te:

  • El con­flic­to hace noto­ria la dife­ren­cia entre las par­tes y es cons­ti­tu­ti­vo de las rela­cio­nes que se esta­ble­cen tan­to en el mun­do públi­co como en el pri­va­do.
  • El con­flic­to plan­tea la con­fron­ta­ción a par­tir de la dife­ren­cia y la opo­si­ción entre los acto­res res­pec­to a metas, obje­ti­vos, valo­res, y a par­tir de la defen­sa que se hace de ellos.
  • El con­flic­to trans­for­ma la idea de armo­nía, pero no nece­sa­ria­men­te sig­ni­fi­ca des­truc­ción o vio­len­cia: pue­de ser una de las for­mas de enfren­tar las dife­ren­cias.

El sig­ni­fi­ca­do fun­cio­nal de los con­flic­tos depen­de, en par­te, de la cali­dad de las rela­cio­nes entre padres e hijos/as; es decir, las accio­nes de los padres tie­nen con­se­cuen­cias sobre sus hijos/as, pero estos tam­bién influ­yen de modo deci­si­vo sobre sus padres, ya que los con­flic­tos den­tro del mar­co de las rela­cio­nes fami­lia­res son diná­mi­cas y bidi­rec­cio­na­les. La for­ma en que los hijos e hijas eli­gen mane­jar el con­flic­to inter­per­so­nal es influen­cia­do con la obser­va­ción del mane­jo de con­flic­to de los padres. Cuan­do los padres demues­tran con­trol de la ira, espe­cial­men­te en cir­cuns­tan­cias com­pli­ca­das, tras­mi­ten un men­sa­je impor­tan­te a los hijos e hijas sobre la habi­li­dad de los adul­tos res­pon­sa­bles de estar a car­go de sus pro­pios sen­ti­mien­tos y com­por­ta­mien­tos (Motri­co, Fuen­tes y Ber­sa­bé, 2001 y Lar­son, s/f).

En nues­tra socie­dad cuan­do los con­flic­tos y las agre­sio­nes se hacen pre­sen­tes den­tro de la fami­lia, se tie­ne la idea que la figu­ra mater­na es quien debe hacer­se car­go del mane­jo de estas situa­cio­nes, por­que la socie­dad ha esta­ble­ci­do un rol para cada sexo, don­de la mujer se ocu­pa de las labo­res domés­ti­cas, cui­da­do y edu­ca­ción de los hijos e hijas, y el hom­bre de ser el pro­vee­dor.

Esta cons­truc­ción ha gene­ra­do una inequi­dad en los dere­chos y obli­ga­cio­nes de hom­bres y muje­res den­tro de la socie­dad, y ha pri­vi­le­gia­do en el ámbi­to públi­co al hom­bre, expo­nién­do­lo como una figu­ra fuer­te, de auto­ri­dad y res­pe­to, pero reper­cu­tien­do en su expre­sión de emo­cio­nes y sen­ti­mien­tos.

La pers­pec­ti­va de géne­ro per­mi­te ana­li­zar a las muje­res y a los hom­bres no como seres dados, eter­nos e inmu­ta­bles, sino como suje­tos his­tó­ri­cos, cons­trui­dos social­men­te, pro­duc­tos del tipo de orga­ni­za­ción social de géne­ro pre­va­le­cien­te en su socie­dad. Así, la divi­sión del mun­do en pri­va­do y públi­co corres­pon­de con esa orga­ni­za­ción: la divi­sión del tra­ba­jo y las dife­ren­cias en la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res y de los hom­bres en los espa­cios y en las acti­vi­da­des socia­les, la segre­ga­ción sexual de muje­res y hom­bres, tan­to como los debe­res de inter­cam­bio y con­vi­ven­cia entre ambos. Las rela­cio­nes ínti­mas, las rela­cio­nes de con­tra­to y de alian­za corres­pon­den con la mar­ca de géne­ro de la socie­dad

La cate­go­ría de géne­ro es ade­cua­da para ana­li­zar y com­pren­der la con­di­ción feme­ni­na y la situa­ción de las muje­res, y lo es tam­bién para ana­li­zar la con­di­ción mas­cu­li­na y la situa­ción vital de los hom­bres. Es decir, el géne­ro per­mi­te com­pren­der a cual­quier suje­to social cuya cons­truc­ción se apo­ye en la sig­ni­fi­ca­ción social de su cuer­po sexua­do con la car­ga de debe­res y prohi­bi­cio­nes asig­na­das para vivir, y en la espe­cia­li­za­ción vital a tra­vés de la sexua­li­dad. Las muje­res y los hom­bres no con­for­man cla­ses socia­les o cas­tas; por sus carac­te­rís­ti­cas per­te­ne­cen a la cate­go­ría social de géne­ro, son suje­tos de géne­ro (Lagar­de, 1996).

Por lo tan­to, el obje­ti­vo de la pre­sen­te inves­ti­ga­ción fue des­cri­bir la diná­mi­ca fami­liar de jóve­nes uni­ver­si­ta­rios con­si­de­ran­do la cate­go­ría de mane­jo del con­flic­to y agre­si­vi­dad, cuan­do sus padres viven jun­tos (fami­lias nuclea­res) o sepa­ra­dos (fami­lias mono­pa­ren­ta­les).

Método

Par­ti­ci­pan­tes

Se uti­li­zó un mues­treo no pro­ba­bi­lís­ti­co de tipo cuo­tas, obte­nien­do una mues­tra de 566 alum­nos uni­ver­si­ta­rios de la Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la, 345 muje­res y 221 hom­bres, con una edad pro­me­dio de 20 años, estu­dian­tes de todos los semes­tres de la carre­ra de Psi­co­lo­gía. Es impor­tan­te seña­lar que, de los 566 par­ti­ci­pan­tes, 382 estu­dian­tes viven con ambos padres, y de 165 sus padres están sepa­ra­dos. Su par­ti­ci­pa­ción fue volun­ta­ria, pre­via fir­ma de su con­sen­ti­mien­to infor­ma­do.

Ins­tru­men­to

Se uti­li­zó el ins­tru­men­to de “Medi­ción de la diná­mi­ca de la fami­lia Nuclear Mexi­ca­na” ela­bo­ra­do por Vás­quez, Sán­chez, Nava­rro, Rome­ro, Pérez y Kuma­za­wa (2003), modi­fi­ca­do por las auto­ras, ya que se agre­ga­ron 21 pre­gun­tas rela­cio­na­das al tema de salud.

Este ins­tru­men­to está divi­di­do en ocho ejes que eva­lúan la diná­mi­ca fami­liar; sin embar­go, para esta inves­ti­ga­ción se reto­mó sólo el eje de mane­jo del con­flic­to y agre­si­vi­dad que cons­ta de 16 pre­gun­tas con res­pues­tas dico­tó­mi­cas.

Pro­ce­di­mien­to

Se invi­tó a estu­dian­tes uni­ver­si­ta­rios de la carre­ra de Psi­co­lo­gía a con­tes­tar el ins­tru­men­to de medi­ción. Si acep­ta­ban se les infor­ma­ba sobre la inves­ti­ga­ción y sus pro­pó­si­tos, fir­man­do un con­sen­ti­mien­to infor­ma­do y apli­can­do dicho ins­tru­men­to de for­ma indi­vi­dual. La dura­ción apro­xi­ma­da para con­tes­tar el ins­tru­men­to fue de 30 minu­tos.

Resultados

El aná­li­sis de resul­ta­dos se reali­zó a tra­vés del paque­te esta­dís­ti­co SPSS. Para ana­li­zar la per­cep­ción que tie­nen los estu­dian­tes sobre el mane­jo de con­flic­to y agre­si­vi­dad que se vive en sus fami­lias cuan­do sus padres viven jun­tos o sepa­ra­dos, se uti­li­zó la prue­ba T de Stu­dent, encon­tran­do con esta que sí exis­ten dife­ren­cias esta­dís­ti­ca­men­te sig­ni­fi­ca­ti­vas a un nivel de sig­ni­fi­can­cia de p ≤ 0.05, refle­jan­do que para los y las jóve­nes, el mane­jo del con­flic­to y agre­si­vi­dad es sig­ni­fi­ca­ti­vo cuan­do sus padres viven jun­tos o sepa­ra­dos.

Con res­pec­to a los indi­ca­do­res que for­man par­te de nues­tro eje de aná­li­sis (mane­jo del con­flic­to y agre­si­vi­dad), los resul­ta­dos son los siguien­tes:

En cuan­to al pri­mer indi­ca­dor (inte­gra­ción fami­liar), la Figu­ra 1 mues­tra que cuan­do los padres viven jun­tos el 86% de los y las jóve­nes per­ci­ben a su fami­lia inte­gra­da, y cuan­do los padres viven sepa­ra­dos el 79% de los estu­dian­tes tam­bién con­si­de­ra que su fami­lia se encuen­tra inte­gra­da, ya sea que viva con su mamá o su padre, y pue­de poner­se de acuer­do en momen­tos de cri­sis.

Figura 1. Muestra el porcentaje de percepción que tienen los y las jóvenes sobre la integración familiar cuando sus padres viven juntos o separados.

En la Figu­ra 2 se pue­de obser­var que el 15% de los y las jóve­nes que viven con ambos padres per­ci­ben la eva­sión de con­flic­tos en su fami­lia, mien­tras que cuan­do los padres están sepa­ra­dos el 34% de los jóve­nes con­si­de­ran que su fami­lia sí eva­de los con­flic­tos, al res­pon­der afir­ma­ti­va­men­te a pre­gun­tas como “¿Tu papá o tu mamá ha aban­do­na­do por más de 24 horas la casa a con­se­cuen­cia de un dis­gus­to?”, “¿Algún hijo de tus padres se ha mar­cha­do de la casa a con­se­cuen­cia de un pro­ble­ma?” y “¿En tu fami­lia cada quien hace su vida sin impor­tar­le a los demás?”, evi­den­cian­do con estas pre­gun­tas que las fami­lias con padres sepa­ra­dos tien­den a una rela­ción de mayor des­ape­go entre los miem­bros de la fami­lia.

Figura 2. Muestra el porcentaje de percepción que tienen los y las jóvenes sobre la evasión de conflictos cuando sus padres viven juntos o separados.

Con res­pec­to al indi­ca­dor de agre­sión, los y las  jóve­nes que viven con ambos padres con­si­de­ran que su fami­lia es agre­si­va en un 12%, mien­tras que en los estu­dian­tes con padres sepa­ra­dos la agre­sión se refle­ja en un 18%, res­pon­dien­do afir­ma­ti­va­men­te a pre­gun­tas como “¿Fre­cuen­te­men­te haces algo para moles­tar a tu mamá o papá?”, “¿Cuán­do dis­cu­ten fre­cuen­te­men­te alguno pier­de por com­ple­to el con­trol?”, “¿Tu mamá o papá te pega con fre­cuen­cia?”, “¿En tu fami­lia pelean mucho?” y “¿En tu fami­lia siem­pre se tra­tan con gro­se­rías?”, por lo que nue­va­men­te que­da de mani­fies­to que cuan­do los y las jóve­nes pro­vie­nen de fami­lias con padres sepa­ra­dos las situa­cio­nes de agre­sión son más recu­rren­tes, sien­do esto una for­ma de solu­cio­nar los con­flic­tos.

Figura 3. Muestra el porcentaje de percepción que tienen los y las jóvenes sobre la agresión cuando sus padres viven juntos o separados.

En el indi­ca­dor de indi­fe­ren­cia afec­ti­va, la Figu­ra 4 mues­tra que cuan­do los y las  jóve­nes viven con ambos padres esta indi­fe­ren­cia se mani­fies­ta en un 14%, mien­tras que cuan­do sus padres están sepa­ra­dos el por­cen­ta­je es de 33%, con­tes­tan­do afir­ma­ti­va­men­te a pre­gun­tas como “¿Tu mamá o papá te recha­za?” y “¿Tú mamá o papá se sien­te sen­ti­men­tal­men­te sepa­ra­do de su pare­ja aun­que viven jun­tos?”, ante lo que pode­mos dar cuen­ta de que la indi­fe­ren­cia afec­ti­va es mayor­men­te per­ci­bi­da por los y las jóve­nes con fami­lias de padres sepa­ra­dos, refle­jan­do que la sepa­ra­ción de los padres reper­cu­te en la mani­fes­ta­ción de sen­ti­mien­tos en los inte­gran­tes de la fami­lia.

Figura 4. Muestra el porcentaje de percepción que tienen los y las jóvenes sobre la indiferencia afectiva cuando sus padres viven juntos o separados.

Con res­pec­to a la pers­pec­ti­va que tie­nen los y las jóve­nes sobre el mane­jo de con­flic­tos y agre­si­vi­dad en su fami­lia —y con­si­de­ran­do de for­ma inde­pen­dien­te madre y padre, cuan­do estos se encuen­tran vivien­do jun­tos o sepa­ra­dos—, la Figu­ra 5 mues­tra que ante la pre­gun­ta (que per­te­ne­ce al indi­ca­dor de eva­sión de con­flic­tos) “¿Tu papá o tu mamá ha aban­do­na­do por más de 24 horas la casa a con­se­cuen­cia de un dis­gus­to?”, los jóve­nes con­si­de­ran que es la figu­ra pater­na (con un 17% cuan­do los padres viven jun­tos y un 63% cuan­do los padres están sepa­ra­dos) quien tien­de a eva­dir más los con­flic­tos fami­lia­res, en este caso aban­do­nan­do la casa.

Esto evi­den­cia que el padre, inde­pen­dien­te­men­te si vive o no con la pare­ja e hijos, es quien mayor­men­te pue­de eva­dir los con­flic­tos en la fami­lia, posi­ble­men­te por la cons­truc­ción de géne­ro en la que los hom­bres, al “per­te­ne­cer” al espa­cio públi­co, no tie­ne que aten­der pro­ble­mas fami­lia­res, y más bien dejan que sea la madre —a quien social­men­te se le ha impues­to la tarea del cui­da­do fami­liar— la que ten­ga que resol­ver dichos con­flic­tos.

Figura 5. Muestra el porcentaje de percepción que tienen los y las jóvenes sobre evasión de conflictos de madre y padre cuando viven juntos o separados.

Ante la pre­gun­ta “¿Tú mamá o papá te pega con fre­cuen­cia?”, que per­te­ne­ce al indi­ca­dor de agre­sión, en la Figu­ra 6 se refle­ja cómo los estu­dian­tes que viven con ambos padres con­si­de­ran que tan­to su papá como su mamá con un 2% los han gol­pea­do, mien­tras que cuan­do los estu­dian­tes tie­nen padres sepa­ra­dos, es el padre quien más los ha gol­pea­do, con un 10%.

Un moti­vo de sepa­ra­ción de las pare­jas den­tro de la fami­lia son las situa­cio­nes de vio­len­cia y agre­sión, y en este caso los y las jóve­nes de fami­lias con padres sepa­ra­dos con­si­de­ran que es el padre quien ejer­ce mayor agre­sión, lo cual hace supo­ner nue­va­men­te que la edu­ca­ción en los hom­bres —don­de ellos tie­nen que ejer­cer el poder y com­por­tar­se agre­si­va­men­te— sigue pre­sen­te en nues­tros días.

Figura 6. Muestra el porcentaje de percepción que tienen los y las jóvenes sobre agresión física que madre y padre ejercen sobre ellos cuando viven juntos o separados.

Con res­pec­to al indi­ca­dor de indi­fe­ren­cia afec­ti­va, la pre­gun­ta más repre­sen­ta­ti­va es “¿Tu papá o mamá te recha­zan?”. En la Figu­ra 7 se pue­de obser­var que cuan­do los padres viven jun­tos los y las jóve­nes per­ci­ben con un 6% más recha­zo del padre que de la madre, mien­tras que cuan­do los padres están sepa­ra­dos, los y las jóve­nes se sien­ten más recha­za­dos por su padre, con un 27%. Nue­va­men­te los resul­ta­dos refle­jan que el padre sigue sien­do vis­to por los y las hijas como el que tie­ne que mos­trar mayor dure­za sin mani­fes­tar sus emo­cio­nes o sen­ti­mien­tos, lo cual está rela­cio­na­do con la cons­truc­ción de géne­ro don­de la socie­dad repri­me o cas­ti­ga a los hom­bres si ellos mues­tran algún indi­cio de debi­li­dad y los evi­den­cia al ya no ser con­si­de­ra­dos como ver­da­de­ros hom­bres.

La figura 7 muestra el porcentaje de percepción que tienen los y las jóvenes sobre indiferencia afectiva que madre y padre tienen sobre ellos cuando viven juntos o separados.

Discusión y conclusión

La fami­lia, como Esqui­vel y Flo­res (2004) lo men­cio­nan, ha sido estu­dia­da des­de diver­sas pers­pec­ti­vas, las cua­les han enri­que­ci­do su aná­li­sis y reve­la­do la com­ple­ji­dad de rela­cio­nes que suce­den en su inte­rior, ade­más de la vin­cu­la­ción que esta ins­tan­cia tie­ne con la socie­dad y el papel que jue­ga en la iden­ti­dad del indi­vi­duo, así como sus trans­for­ma­cio­nes en el tiem­po. Tam­bién se ha reco­no­ci­do a la fami­lia como ese espa­cio pri­vi­le­gia­do de repro­duc­ción bio­ló­gi­ca y mate­rial de los indi­vi­duos y como ins­ti­tu­ción trans­mi­so­ra de los valo­res de la socie­dad; que a par­tir de ella se repro­du­ce la cul­tu­ra, se adquie­re la len­gua mater­na, se orga­ni­zan los sen­ti­mien­tos y se con­for­ma la iden­ti­dad del indi­vi­duo.

Arria­ga­da (2002), expre­sa que la fami­lia es muy vul­ne­ra­ble a las cri­sis, aun­que a la vez cons­ti­tu­ye la ins­ti­tu­ción más soco­rri­da de pro­tec­ción fren­te a ellas, ya que al ser vis­ta como una ins­ti­tu­ción com­ple­ja y diná­mi­ca, se con­vier­te en refu­gio y apo­yo fren­te a diver­sas con­di­cio­nes cam­bian­tes que gene­ran inse­gu­ri­dad en los dife­ren­tes ambien­tes socia­les, edu­ca­ti­vos, labo­ra­les y de salud. Sin embar­go, la fami­lia pue­de atra­ve­sar por modi­fi­ca­cio­nes que no sólo pro­vo­quen ten­sio­nes exter­nas sino que afec­ten la esta­bi­li­dad inter­na de la mis­ma, gene­ran­do cam­bios como sepa­ra­cio­nes o divor­cios, migra­cio­nes y vio­len­cia.

Con base en nues­tro obje­ti­vo —que fue des­cri­bir la diná­mi­ca fami­liar de jóve­nes uni­ver­si­ta­rios con fami­lias don­de sus padres viven jun­tos o sepa­ra­dos—, y con­si­de­ran­do la cate­go­ría de mane­jo del con­flic­to y agre­si­vi­dad, los datos mues­tran que cuan­do habla­mos de mane­jo de con­flic­to y agre­si­vi­dad para los hijos e hijas resul­ta sig­ni­fi­ca­ti­va la estruc­tu­ra de fami­lia, ya que en las fami­lias don­de los padres están sepa­ra­dos hay un mayor incre­men­to en con­duc­tas que se rela­cio­nan con la eva­sión de con­flic­tos, agre­sión e indi­fe­ren­cia afec­ti­va, ade­más de que los y las jóve­nes con­si­de­ran que la inte­gra­ción fami­liar es menor en com­pa­ra­ción con las fami­lias don­de ambos padres viven jun­tos.

Con­si­de­ran­do lo ante­rior, pode­mos pen­sar que cuan­do los y las jóve­nes pro­vie­nen de fami­lias nuclea­res tan­to el padre como la madre pue­den apo­yar en el mane­jo de los con­flic­tos que se pue­dan pre­sen­tar den­tro de la fami­lia, y ade­más ambos son capa­ces de edu­car de for­ma aser­ti­va a sus hijos e hijas para enfren­tar dife­ren­tes situa­cio­nes de con­flic­to fue­ra del hogar, pues como lo expre­san Vás­quez, et al. (2003), cuan­do la agre­si­vi­dad encuen­tra cier­tas for­mas de expre­sión ade­cua­das al medio, fomen­ta la segu­ri­dad y un ade­cua­do fun­cio­na­mien­to psi­co­so­cial.

En cam­bio, cuan­do los padres viven sepa­ra­dos, al pare­cer las situa­cio­nes con­flic­ti­vas se pre­sen­tan con mayor fre­cuen­cia, ya que la sepa­ra­ción mis­ma impli­ca con segu­ri­dad una fal­ta de acuer­dos y difi­cul­ta­des en la pare­ja que los obli­ga a ter­mi­nar con esa rela­ción, lo cual coin­ci­de con Pino (2012) cuan­do refie­re que los con­flic­tos son situa­cio­nes que for­man par­te de la diná­mi­ca fami­liar y tie­nen como resul­ta­do dife­ren­tes com­por­ta­mien­tos que los inte­gran­tes de la fami­lia (o en este caso la pare­ja) no siem­pre son capa­ces de afron­tar o mane­jar ade­cua­da­men­te, gene­ran­do así una sepa­ra­ción en la pare­ja. Es enton­ces cuan­do los y las jóve­nes per­ci­ben en sus padres menos habi­li­da­des ante el mane­jo de con­flic­to y agre­si­vi­dad.

Lo ante­rior resul­ta preo­cu­pan­te ya que como lo men­cio­nó Motri­co, Fuen­tes y Ber­sa­bé (2001) y Lar­son (s/f), los con­flic­tos como par­te de la diná­mi­ca fami­liar son rela­cio­nes bidi­rec­cio­na­les que afec­tan a padres e hijos, y vice­ver­sa, y por lo tan­to, la for­ma en que los hijos e hijas deci­den mane­jar las situa­cio­nes con­flic­ti­vas es el resul­ta­do de un apren­di­za­je influen­cia­do mayor­men­te den­tro de la fami­lia.

Por otro lado, en las fami­lias de los y las jóve­nes, es la figu­ra mater­na la más valo­ra­da por ellos y ellas, ya que cuan­do se les pre­gun­ta sobre sen­tir­se recha­za­dos por alguno de sus padres, el que ejer­ce mayor vio­len­cia físi­ca o el que ha aban­do­na­do la casa por algún dis­gus­to en la fami­lia, es el padre quien ha teni­do en mayor por­cen­ta­je estas acti­tu­des con sus hijos e hijas.

Algo impor­tan­te a des­ta­car es que cuan­do los y las jóve­nes pro­vie­nen de padres sepa­ra­dos, el por­cen­ta­je para el padre incre­men­ta de mane­ra con­si­de­ra­ble, mos­tran­do ser la figu­ra con menos capa­ci­dad de mane­jar los con­flic­tos con sus hijos e hijas, tenien­do una acti­tud agre­si­va, indi­fe­ren­te y eva­si­va ante las situa­cio­nes con­flic­ti­vas y agre­si­vas. En cam­bio cuan­do los y las jóve­nes viven con ambos padres, aun­que la madre sea per­ci­bi­da como menos agre­si­va, indi­fe­ren­te y eva­so­ra de con­flic­tos, aun­que la figu­ra pater­na tuvo un mayor por­cen­ta­je, este fue míni­mo, y sólo en cues­tio­nes de vio­len­cia físi­ca ejer­ci­da por sus padres tan­to la madre como el padre obtu­vie­ron el mis­mo por­cen­ta­je.

Ante ello, algu­nos auto­res como Yanes y Gon­zá­lez (2001), Stern­berg, Lamb, Guter­man, Abbott y Dawud-Nour­si (2007) y Tan y Quin­li­van (2007) coin­ci­den al expre­sar que las rela­cio­nes al inte­rior de la fami­lia se con­ci­ben como rela­cio­nes de poder asi­mé­tri­cas, en las que las espo­sas, los hijos y las hijas son los más pro­pen­sos a ocu­par posi­cio­nes de subor­di­na­ción, y es usual que los jefes de fami­lia impon­gan su auto­ri­dad a las muje­res, o que tan­to el padre como la madre se impon­gan con sus hijos e hijas, y como en toda inter­ac­ción de impo­si­ción, fre­cuen­te­men­te se pre­sen­ta vio­len­cia, ya sea físi­ca o psi­co­ló­gi­ca.

Lo ante­rior nos per­mi­te con­cluir en pri­mer lugar que al con­si­de­rar la pers­pec­ti­va de géne­ro pode­mos dar cuen­ta de muchas de las rela­cio­nes de poder que se pre­sen­tan den­tro de la fami­lia, con la pare­ja e hijos e hijas, así como rela­cio­nes de inequi­dad que no sólo se refle­jan en el hogar sino en la socie­dad en gene­ral,  don­de la mujer sigue sien­do con­si­de­ra­da la res­pon­sa­ble cuan­do se tra­ta del cui­da­do de la casa y de los hijos e hijas, ya que la cons­truc­ción social que se ha hecho de la mujer es que ella per­te­ne­ce al espa­cio pri­va­do, y por lo tan­to debe desa­rro­llar la capa­ci­dad para saber acer­car­se a los hijos e hijas, edu­car­los, estar al pen­dien­te de su desa­rro­llo y saber resol­ver o mane­jar ade­cua­da­men­te los con­flic­tos o situa­cio­nes agre­si­vas que pue­dan sur­gir den­tro de la fami­lia. Ade­más, a la mujer se le ha edu­ca­do para tomar acti­tu­des de sumi­sión, debi­li­dad, obe­dien­cia y expre­si­vi­dad de emo­cio­nes en com­pa­ra­ción con el varón, o en este sen­ti­do, con el padre.

Con res­pec­to al hom­bre, la socie­dad lo ha edu­ca­do para per­te­ne­cer al ámbi­to públi­co, ale­ján­do­lo del ambien­te fami­liar en el aspec­to afec­ti­vo y par­ti­ci­pa­ti­vo cuan­do se tra­ta de la edu­ca­ción de los hijos e hijas, recrea­ción del tiem­po libre, y apo­yo en las labo­res domés­ti­cas, mos­tran­do una acti­tud fuer­te y agre­si­va en la edu­ca­ción de los hijos e hijas, para dar­le la tarea de ser el pro­vee­dor eco­nó­mi­co y exclu­yén­do­lo de muchas acti­vi­da­des que invo­lu­cran el acer­ca­mien­to afec­ti­vo con los miem­bros de la fami­lia.

Por lo ante­rior, no resul­ta extra­ño cuan­do los y las jóve­nes per­ci­ben la par­ti­ci­pa­ción del padre den­tro de la diná­mi­ca fami­liar como la figu­ra mayor­men­te agre­si­va, con menos habi­li­da­des para mane­jar los con­flic­tos y las agre­sio­nes en la fami­lia, refle­jan­do una reali­dad actual don­de a los hom­bres aún no se les con­si­de­ra “aptos” para ejer­cer esa res­pon­sa­bi­li­dad de cui­da­do y edu­ca­ción de los hijos e hijas, limi­tán­do­los a ser con­si­de­ra­dos “bue­nos padres” por ser los que lle­van el sus­ten­to eco­nó­mi­co a casa y por ser los jefes de la fami­lia, los que tie­nen el poder de alzar la voz y ser res­pe­ta­dos por todos los inte­gran­tes de la fami­lia. 

Lo ante­rior resul­ta preo­cu­pan­te, ya que no todos los hom­bres están de acuer­do en ejer­cer su pater­ni­dad de esta for­ma, y aun­que las per­so­nas (hom­bres o muje­res) sean las úni­cas res­pon­sa­bles de deci­dir cómo vivir, las cons­truc­cio­nes socia­les tra­di­cio­na­lis­tas que se han hecho de la mujer y del hom­bre aún siguen vigen­tes y resul­ta com­pli­ca­do dejar de lado ideas, acti­tu­des y com­por­ta­mien­tos tan arrai­ga­dos que nos limi­tan a hacer muchas otras cosas, e inclu­so resul­ta difí­cil cues­tio­nar­nos acer­ca de nues­tro com­por­ta­mien­to.

Bus­can­do la equi­dad entre hom­bres y muje­res en cual­quier ámbi­to, Eló­se­gui (2009) pro­po­ne un mode­lo de corres­pon­sa­bi­li­dad en don­de tan­to el hom­bre como la mujer deben estar simul­tá­nea­men­te pre­sen­tes en el mun­do de lo pri­va­do y de lo públi­co, don­de haya una mayor pre­sen­cia de la mujer en la vida públi­ca, y una nece­sa­ria e impor­tan­te pre­sen­cia del hom­bre en los asun­tos domés­ti­cos, y en el mun­do de la edu­ca­ción de los hijos e hijas. Este autor sugie­re que exis­ta una inter­re­la­ción de tareas en los dos ámbi­tos; pater­ni­dad-mater­ni­dad de la mano en el ámbi­to pri­va­do, y coope­ra­ción crea­ti­va hom­bre-mujer en el mer­ca­do labo­ral.

Por otro lado, en esta inves­ti­ga­ción pudi­mos dar cuen­ta sobre la impor­tan­cia que tie­ne la estruc­tu­ra fami­liar cuan­do habla­mos del mane­jo de con­flic­to y agre­si­vi­dad, ya que una fami­lia nuclear don­de los padres viven jun­tos, al pare­cer sigue tenien­do una mayor ven­ta­ja en la edu­ca­ción de los hijos e hijas, espe­cí­fi­ca­men­te en el mane­jo de situa­cio­nes con­flic­ti­vas, en com­pa­ra­ción con una fami­lia don­de los padres están sepa­ra­dos; sin embar­go, con ello no pode­mos gene­ra­li­zar y decir que la fal­ta de habi­li­da­des para mane­jar los con­flic­tos sólo se pre­sen­ta en las fami­lias con padres sepa­ra­dos o fami­lias mono­pa­ren­ta­les, ni que per­te­ne­cer a una fami­lia nuclear o con padres que vivan jun­tos, sea con­di­ción sufi­cien­te para con­tar con dichas habi­li­da­des que garan­ti­cen un buen mane­jo del con­flic­to y agre­sión.

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