La no directividad en terapia centrada en la persona: Revisitando a Carl Rogers[1]

Non-directivity in Person-Centered Therapy: Revisiting Carl Rogers

Alejandro López Marín[2]

Desarrollo Humano, Universidad Motolinía del Pedregal

Resumen

La no direc­ti­vi­dad sigue sien­do una noción rele­van­te en la tera­pia cen­tra­da en la per­so­na, y a la vez difí­cil de con­cep­tua­li­zar y en oca­sio­nes inclu­so sue­le ser malin­ter­pre­ta­do. A pro­pó­si­to de esto, en este artícu­lo se plan­tea una revi­sión de esta noción a la luz de las ideas bási­cas de Carl Rogers. Para lograr aque­llo, se comien­za con­tex­tua­li­zan­do el enfo­que cen­tra­do en la per­so­na (ECP) y defi­nien­do la no direc­ti­vi­dad, lue­go se plan­tea des­de una pos­tu­ra éti­ca, ense­gui­da des­de una mira­da pro­ce­sal y, pos­te­rior­men­te como una noción rela­cio­nal. Final­men­te, comen­ta la impor­tan­cia de seguir pro­fun­di­zan­do y resig­ni­fi­can­do la teo­ría bási­ca de este enfo­que.

Pala­bras cla­ve: no direc­ti­vi­dad, enfo­que cen­tra­do en la per­so­na, tera­pia cen­tra­da en la per­so­na, psi­co­lo­gía huma­nis­ta, Carl Rogers.

Abstract

Non-direc­ti­vity remains a rele­vant con­cept in per­son-cen­tred the­rapy, and at the same time, it is dif­fi­cult to con­cep­tua­li­ze and is some­ti­mes even misun­ders­tood. In this regard, this arti­cle pro­po­ses a review of this con­cept in light of the basic ideas of Carl Rogers. To achie­ve this, the arti­cle begins by con­tex­tua­li­zing the per­son-cen­te­red approach and defi­ning non-direc­ti­vity, then it addres­ses it from an ethi­cal stand­point, follo­wed by a pro­ce­du­ral pers­pec­ti­ve, and sub­se­quently as a rela­tio­nal con­cept. Finally, it dis­cus­ses the impor­tan­ce of con­ti­nuing to dee­pen and re-sig­nify the basic theory of this approach

Key­words: non-direc­ti­vity, per­son-cen­te­red approach, per­son-cen­tred the­rapy, huma­nis­tic psy­cho­logy, Carl Rogers.

Introducción

Carl Rogers desa­rro­lló uno de los prin­ci­pa­les mode­los de psi­co­te­ra­pia huma­nis­ta lla­ma­do enfo­que cen­tra­do en la per­so­na, tam­bién cono­ci­do como tera­pia cen­tra­da en el clien­te, tera­pia Roge­ria­na, en su apli­ca­ción con niños tera­pia de jue­go cen­tra­da en el niño, apli­ca­do a la edu­ca­ción como edu­ca­ción cen­tra­da en el estu­dian­te, entre otros tér­mi­nos (Sáenz, 2023). Este enfo­que ha segui­do su desa­rro­llo en la actua­li­dad con diver­sas líneas de tra­ba­jo, apli­ca­cio­nes y pro­fun­di­za­ción en la teo­ría bási­ca, desa­rro­lla­da por auto­res en dis­tin­tos luga­res del mun­do (Gar­cía & López, 2022).

Entre los con­cep­tos más cono­ci­dos de su teo­ría está el de no direc­ti­vi­dad, la cual des­de su naci­mien­to ha sido una for­ma de iden­ti­fi­car este enfo­que, dife­ren­cián­do­lo de otros, y a la vez es un con­cep­to polé­mi­co dado lo radi­cal de pen­sar en una pos­tu­ra no direc­ti­va en psi­co­te­ra­pia, espe­cial­men­te cuan­do no se cono­ce su tras­fon­do. Inclu­so, es un con­cep­to y prin­ci­pio que sue­le ser dis­tor­sio­na­do, malin­ter­pre­ta­do o com­pren­di­do de mane­ra erra­da, por per­so­nas que des­co­no­cen este enfo­que, pero tam­bién por pro­fe­sio­na­les cer­ca­nos o con una for­ma­ción bási­ca en esta pers­pec­ti­va.

La noción de no direc­ti­vi­dad alu­de a la idea de que el con­sul­tan­te man­tie­ne su auto­no­mía en el pro­ce­so tera­péu­ti­co, y que el tera­peu­ta es un faci­li­ta­dor de este pro­ce­so, no alguien que impo­ne el camino que el con­sul­tan­te debe lograr (Rogers, 1977/1980). La tera­pia cen­tra­da en la per­so­na es pro­fun­da­men­te rela­cio­nal, don­de se con­si­de­ra que el con­sul­tan­te y el psi­co­te­ra­peu­ta lle­van a cabo un tra­ba­jo cola­bo­ra­ti­vo por un fin en común, enton­ces, el pro­fe­sio­nal no es alguien que impo­ne sus pun­tos de vis­ta, y no pre­sio­na al con­sul­tan­te a rea­li­zar cier­tas accio­nes o tomar deter­mi­na­das deci­sio­nes duran­te el pro­ce­so. Por lo tan­to, en la actua­li­dad sería más apro­pia­do con­si­de­rar la no direc­ti­vi­dad como una acti­tud, que impli­ca una for­ma de ser y estar con el otro.

El obje­ti­vo de este artícu­lo es dis­cu­tir algu­nas apre­cia­cio­nes de la no direc­ti­vi­dad que se pres­tan a con­fu­sio­nes, y a la vez, des­cri­bir esta noción des­de su dimen­sión éti­ca, rela­cio­nal y pro­ce­sal. En este sen­ti­do, el artícu­lo es una relec­tu­ra de las ideas de Rogers, más que una amplia­ción de estas.

Pri­me­ro se des­cri­be en tér­mi­nos gene­ra­les la tera­pia cen­tra­da en la per­so­na, lue­go se defi­ne la no direc­ti­vi­dad, pos­te­rior­men­te se pro­po­ne enten­der la no direc­ti­vi­dad des­de una mira­da éti­ca, ense­gui­da, se des­cri­be cómo mirar des­de una lógi­ca de pro­ce­so, y final­men­te enten­der la no direc­ti­vi­dad des­de una pers­pec­ti­va rela­cio­nal.

Terapia centrada en la persona

Este enfo­que fue desa­rro­lla­do por Carl Rogers, comen­zan­do los años 40 en Esta­dos Uni­dos, en el ambien­te aca­dé­mi­co, prin­ci­pal­men­te, a tra­vés de la inves­ti­ga­ción en dife­ren­tes pro­ce­sos de psi­co­te­ra­pia y coun­se­ling (Sáenz, 2023). La tera­pia cen­tra­da en la per­so­na es uno de los prin­ci­pa­les mode­los den­tro de la psi­co­lo­gía huma­nis­ta, que ha man­te­ni­do su tra­di­ción de desa­rro­llo y aper­tu­ra teó­ri­ca.

Entre los aspec­tos cen­tra­les del enfo­que cen­tra­do en la per­so­na está la noción de ten­den­cia actua­li­zan­te, que con­si­de­ra que las per­so­nas poseen de for­ma inna­ta una orien­ta­ción hacia el desa­rro­llo de sus poten­cia­li­da­des (Rogers, 1961/1964). Esta con­fian­za en las capa­ci­da­des del ser humano mol­dea la for­ma de acom­pa­ñar al tera­peu­ta de este enfo­que, don­de su rol se cen­tra en faci­li­tar un ambien­te lo más libre de ame­na­zas. Este ambien­te tera­péu­ti­co, en gran medi­da, se logra a tra­vés de cier­tas acti­tu­des rela­cio­na­les como la com­pren­sión empá­ti­ca, acep­ta­ción posi­ti­va e incon­di­cio­nal y la con­gruen­cia del tera­peu­ta (Sáenz, 2023).

La tera­pia cen­tra­da en la per­so­na mues­tra en la inves­ti­ga­ción que es un enfo­que efec­ti­vo para dis­tin­tas pro­ble­má­ti­cas, y den­tro de las tera­pias huma­nis­tas y exis­ten­cia­les, des­ta­ca en el ámbi­to de la inves­ti­ga­ción; esto es más evi­den­te si se inclu­yen algu­nas de sus líneas de desa­rro­llo con­tem­po­rá­neas, como focu­sing, tera­pia foca­li­za­da en la emo­ción y la entre­vis­ta moti­va­cio­nal (Elliot et al., 2021). Y en el caso de la tera­pia infan­til, que en este enfo­que se deno­mi­na tera­pia de jue­go cen­tra­da en el niño, está desig­na­da como una pro­me­te­do­ra inter­ven­ción de salud men­tal basa­da en evi­den­cia, a nivel indi­vi­dual y gru­pal, según seña­la el Cen­ter for Play The­rapy (2025) per­te­ne­cien­te a la Uni­ver­sity of North Texas. En este sen­ti­do, la tera­pia de jue­go cen­tra­da en el niño ha sido inves­ti­ga­da a tra­vés de varios meta­aná­li­sis y ensa­yos con­tro­la­dos don­de se infor­ma los bene­fi­cios y carac­te­rís­ti­cas de este mode­lo tera­péu­ti­co.

Una de las prin­ci­pa­les difi­cul­ta­des en torno a la inves­ti­ga­ción en el Enfo­que Cen­tra­do en la Per­so­na es su con­cen­tra­ción en gru­pos espe­cí­fi­cos y en cier­tos paí­ses. Las inves­ti­ga­cio­nes más des­ta­ca­das pro­vie­nen del Rei­no Uni­do y, en menor medi­da, de los estu­dios sobre tera­pia de jue­go cen­tra­da en el niño en Esta­dos Uni­dos. En el con­tex­to lati­no­ame­ri­cano, la pro­duc­ción inves­ti­ga­ti­va es limi­ta­da y, en su mayo­ría, se tra­ta de tra­ba­jos teó­ri­cos o estu­dios cua­li­ta­ti­vos. Esta situa­ción se debe, en gran par­te, a la fal­ta de espa­cios que favo­rez­can el desa­rro­llo de inves­ti­ga­do­res des­de este enfo­que, lo que a su vez res­trin­ge el acce­so a recur­sos que per­mi­tan efec­tuar inves­ti­ga­cio­nes de mayor com­ple­ji­dad y con meto­do­lo­gías más diver­sas.

Definiendo la de no directividad

Marian Kin­get (1962/2013) seña­la que el ori­gen del tér­mino no direc­ti­vo fue más bien cir­cuns­tan­cial y que se debe a que en la déca­da del 40, cuan­do sur­ge esta pers­pec­ti­va, las mira­das exis­ten­tes en esos momen­tos eran suma­men­te direc­ti­vos.

En la déca­da del 40 y 50, Rogers (1951/1981) y sus cola­bo­ra­do­res lle­va­ban a cabo inves­ti­ga­cio­nes cuan­ti­ta­ti­vas, intere­sán­do­se en ope­ra­cio­na­li­zar los cons­truc­tos de su teo­ría, y para ello, requi­rie­ron tra­du­cir a tér­mi­nos com­por­ta­men­ta­les, en este caso la no direc­ti­vi­dad. Esto, por un lado, impli­có lograr que este enfo­que se posi­cio­ne en el mun­do de la psi­co­te­ra­pia, pero, por otro, defi­nir estos con­cep­tos de for­ma tan con­cre­ta gene­ró que algu­nas ideas que­den permea­bles a la crí­ti­ca por una supues­ta super­fi­cia­li­dad o difi­cul­tad de lle­var a la prác­ti­ca de for­ma rigu­ro­sa. Por ejem­plo, esto sig­ni­fi­có la idea de que solo cier­tas res­pues­tas ver­ba­les son posi­bles, y otras, esta­rían prác­ti­ca­men­te prohi­bi­das. Una lec­tu­ra que no tie­ne mayor sen­ti­do si se pien­sa en los prin­ci­pios del enfo­que cen­tra­do en la per­so­na.

Para con­tex­tua­li­zar estas pri­me­ras defi­ni­cio­nes de no direc­ti­vi­dad, es nece­sa­rio com­pren­der que se enten­día por direc­ti­vi­dad. Una tera­pia direc­ti­va en pala­bras de Rogers (1942/1978) sería aque­lla don­de el tera­peu­ta deci­de cuál es el pro­ble­ma del con­sul­tan­te, sabe cuá­les con las cau­sas e indi­ca lo que el clien­te debe hacer para solu­cio­nar­lo. En una tera­pia direc­ti­va el foco está en el pro­ble­ma y la direc­ción de pro­ce­so es res­pon­sa­bi­li­dad exclu­si­va del tera­peu­ta (Rogers, 1942/1978).

En su libro Orien­ta­ción Psi­co­ló­gi­ca y Psi­co­te­ra­pia, Rogers (1942/1978) ofre­ce algu­nas luces median­te inves­ti­ga­cio­nes rea­li­za­das en la épo­ca, com­pa­ran­do de for­ma con­cre­ta las res­pues­tas de los tera­peu­tas y cla­si­fi­cán­do­las en direc­ti­vas o no direc­ti­vas. Entre las prin­ci­pa­les res­pues­tas direc­ti­vas se encuen­tran, con mayor fre­cuen­cia: pre­gun­tas cerra­das, pre­gun­tas orien­ta­das al con­te­ni­do del rela­to más que a la viven­cia del clien­te, jui­cios en los que el tera­peu­ta cri­ti­ca algu­nas con­duc­tas del clien­te, y res­pues­tas en las que el pro­fe­sio­nal expli­ca las cau­sas del pro­ble­ma del clien­te cuan­do este com­par­te una expe­rien­cia.

En cam­bio, los tera­peu­tas no direc­ti­vos pri­vi­le­gian res­pon­der a tra­vés de refle­jos, iden­ti­fi­can­do o com­pren­dien­do los sen­ti­mien­tos, acti­tu­des o com­por­ta­mien­tos expre­sa­dos por el clien­te. Sus res­pues­tas son plan­tea­das de for­ma ten­ta­ti­va, per­mi­tien­do que el clien­te deci­da si le hacía sen­ti­do la expre­sión del pro­fe­sio­nal, o no. Con fre­cuen­cia invi­tan a que el clien­te expre­se su expe­rien­cia sobre cier­tos temas. Los tera­peu­tas expli­ci­tan la situa­ción tera­péu­ti­ca, como algo que el clien­te debe deci­dir cómo uti­li­zar. En algu­nas oca­sio­nes indi­can un tema de con­ver­sa­ción, pero dejan el desa­rro­llo al clien­te. Y en menor medi­da for­mu­lan pre­gun­tas infor­ma­ti­vas, expli­can o dan infor­ma­ción.

Ade­más, en estas inves­ti­ga­cio­nes iden­ti­fi­ca­ron inter­ven­cio­nes tera­péu­ti­cas que eran comu­nes tan­to en la tera­pia direc­ti­va como no direc­ti­va, por ejem­plo, pre­gun­tas como “¿en qué has esta­do pen­san­do hoy”, devol­ver la res­pon­sa­bi­li­dad dicien­do “eso depen­de de ti”, o cuan­do el con­sul­tan­te repor­ta una deci­sión de la cual se sin­tió con­for­me “creo que vas por buen camino” (Rogers, 1942/1978).

Rogers (1942/1978) seña­la que la tera­pia direc­ti­va se carac­te­ri­za por un inte­rro­ga­to­rio direc­to, al cual el clien­te debe res­pon­der espe­cí­fi­ca­men­te, y tam­bién por las expli­ca­cio­nes del pro­ble­ma rea­li­za­das por el tera­peu­ta y que el con­sul­tan­te debe inte­grar. Por el con­tra­rio, seña­la que la tera­pia no direc­ti­va se carac­te­ri­za por un mayor pro­ta­go­nis­mo del clien­te, quien es el que expo­ne sus pro­ble­mas y viven­cias la mayor par­te de tiem­po, y que la inter­ven­ción el tera­peu­ta bus­ca ayu­dar al clien­te a acep­tar y com­pren­der sus sen­ti­mien­tos, acti­tu­des y mode­los de res­pues­ta.

Con el paso del tiem­po, Rogers prác­ti­ca­men­te no vuel­ve a men­cio­nar el con­cep­to de no direc­ti­vi­dad, o lo hace de for­ma ais­la­da. Sin embar­go, sigue sien­do popu­lar este cons­truc­to en esta pers­pec­ti­va, inclu­so de esta for­ma es que pro­fe­sio­na­les de otros mode­los sue­len iden­ti­fi­car a la mira­da Roge­ria­na.

Ya en la déca­da del 50, con más inves­ti­ga­cio­nes y publi­ca­cio­nes, Rogers (1951/1981) adop­ta la expre­sión cen­tra­do en el clien­te (client-cen­tred), que indi­ca que el pro­ce­so está arrai­ga­do en la expe­rien­cia vivi­da del con­sul­tan­te, tam­bién impli­ca que el pro­ce­so tera­péu­ti­co se efec­túa en fun­ción de la expe­rien­cia del clien­te, no en fun­ción de eva­lua­cio­nes o defi­ni­cio­nes exter­nas (Rogers & Kin­get, 1962/2013).

Cen­tra­do en el clien­te, o como actual­men­te en dife­ren­tes paí­ses se deno­mi­na, cen­tra­do en la per­so­na, sig­ni­fi­ca­ría según Stephen (2024) que el tera­peu­ta cen­tra su aten­ción en las nece­si­da­des del con­sul­tan­te, prio­ri­zan­do sus pre­fe­ren­cias, valo­res, creen­cias, y faci­li­tan­do un res­pe­to pro­fun­do por la per­so­na y su exis­ten­cia. La no direc­ti­vi­dad pue­de enten­der­se como una pos­tu­ra por par­te del tera­peu­ta, el cual con­fía en las poten­cia­li­da­des de su clien­te para actuar de mane­ra autó­no­ma, con­si­de­rán­do­lo como una per­so­na con agen­cia y poten­cial de desa­rro­llo, capaz de cre­cer a par­tir de su expe­rien­cia per­so­nal y sus rela­cio­nes en el mun­do (Stephen, 2024).

Los pro­fe­sio­na­les cen­tra­dos en la per­so­na se basan en el cons­truc­to de ten­den­cia actua­li­zan­te como fun­da­men­to teó­ri­co para la no direc­ti­vi­dad. Esta ten­den­cia cons­ti­tu­ye la base teó­ri­ca que res­pal­da la adop­ción de una acti­tud no direc­ti­va, la cual faci­li­ta la crea­ción de un entorno pro­pi­cio para que el clien­te desa­rro­lle su pro­pio pro­ce­so (Stephen, 2024).

Sin embar­go, hay algu­nos mitos en la con­cep­tua­li­za­ción de la no direc­ti­vi­dad, que se inten­tan cla­ri­fi­car a con­ti­nua­ción.

La no direc­ti­vi­dad no se rela­cio­na con la per­mi­si­vi­dad total, ya que esta últi­ma impli­ca indi­fe­ren­cia o desin­te­rés, en cam­bio, la acti­tud no direc­ti­va se rela­cio­na con una pos­tu­ra acti­va en la rela­ción con pro­fun­do inte­rés por par­te del tera­peu­ta hacía la viven­cia del clien­te (Rogers & Kin­get, 1962/2013). Si bien exis­te en la tera­pia cen­tra­da en la per­so­na la idea de per­mi­si­vi­dad, en el sen­ti­do que el con­sul­tan­te es libre a pen­sar y sen­tir lo que sea y poder explo­rar aque­llo en el espa­cio tera­péu­ti­co, pero no impli­ca que no exis­tan lími­tes orien­ta­dos a man­te­ner la segu­ri­dad del pro­fe­sio­nal, del con­sul­tan­te y del espa­cio.

Otro mito es que la no direc­ti­vi­dad sig­ni­fi­ca que el tera­peu­ta tie­ne una acti­tud pasi­va en el espa­cio tera­péu­ti­co, sin embar­go, el mis­mo Rogers (1951/1981, p. 38) acla­ra lo siguien­te:

Algu­nos con­se­je­ros [tera­peu­tas] gene­ral­men­te con poco entre­na­mien­to, han supues­to que su papel al lle­var a cabo el con­se­jo [tera­pia] no-direc­ti­vo era mera­men­te el de ser pasi­vos y adop­tar una polí­ti­ca lais­sez-fai­re … Esta con­cep­ción erró­nea del enfo­que ha lle­va­do a con­si­de­ra­bles fra­ca­sos en la tera­pia, y por bue­nas razo­nes. En pri­mer lugar, la pasi­vi­dad y apa­ren­te fal­ta de inte­rés o de com­pro­mi­so es expe­ri­men­ta­da por el clien­te como un recha­zo. En segun­do lugar, una acti­tud lais­sez-fai­re no indi­ca en abso­lu­to al clien­te que se le con­si­de­ra como per­so­na de méri­to. En ter­cer lugar, el con­se­je­ro que desem­pe­ña un papel mera­men­te pasi­vo, un papel de oyen­te, pue­de ayu­dar a algu­nos clien­tes que nece­si­tan deses­pe­ra­da­men­te una catar­sis emo­cio­nal, pero a la lar­ga sus resul­ta­dos serán míni­mos, y muchos clien­tes aban­do­na­rán, tan­to des­ilu­sio­na­dos por su fra­ca­so en reci­bir ayu­da como dis­gus­ta­dos con el tera­peu­ta por­que no tie­ne nada que ofre­cer­les.

Tam­bién, a veces se rela­cio­na el con­cep­to de no direc­ti­vi­dad con no direc­ción, sin embar­go, en el enfo­que cen­tra­do en la per­so­na, se uti­li­za la idea de no direc­ti­vi­dad como una visión éti­ca, pro­ce­sal y rela­cio­nal vin­cu­la­da al cues­tio­na­mien­to de como ejer­cen su poder los pro­fe­sio­na­les, y la con­fian­za en las poten­cia­li­da­des y el sen­ti­do de agen­cia de los clien­tes. La tera­pia cen­tra­da en la per­so­na, si tie­ne direc­ción, se va co-cons­tru­yen­do en el pro­ce­so en con­jun­to con el clien­te, y el tera­peu­ta debe bus­car faci­li­tar que el con­sul­tan­te logre desa­rro­llar los obje­ti­vos por los cua­les bus­có el espa­cio psi­co­te­ra­péu­ti­co.

Si es cier­to que los obje­ti­vos en este enfo­que no son impues­tos por el tera­peu­ta, y no son defi­ni­dos por un pro­ce­so de apli­ca­ción de ins­tru­men­tos de medi­ción. Los obje­ti­vos tera­péu­ti­cos y el pro­ce­so mis­mo, impli­can un tra­ba­jo cola­bo­ra­ti­vo y co-cons­trui­do entre el con­sul­tan­te y el tera­peu­ta.

En esta pers­pec­ti­va, el clien­te y tera­peu­ta se encuen­tran en un pro­ce­so com­par­ti­do que se cons­tru­ye con­jun­ta­men­te a medi­da que se desa­rro­lla la inter­ac­ción (Rogers, 1959/2014). Es impor­tan­te reco­no­cer que el clien­te no lle­ga al pro­ce­so tera­péu­ti­co de mane­ra pasi­va, sino que trae con­si­go obje­ti­vos, expec­ta­ti­vas y una direc­ción implí­ci­ta hacia la cual su expe­rien­cia se orien­ta. Así, aun­que el tera­peu­ta no impon­ga un rum­bo fijo, está invo­lu­cra­do en un pro­ce­so que tie­ne un pro­pó­si­to, es decir, una direc­ción. Como seña­la Kin­get (1962/2013), en rela­ción con esta idea en psi­co­te­ra­pia: “en cuan­to a la direc­ción que corres­pon­de a la noción de estruc­tu­ra o de orien­ta­ción, su inexis­ten­cia equi­val­dría al vacío”. (p. 62)

Otra con­fu­sión común es aso­ciar la no direc­ti­vi­dad con la idea de neu­tra­li­dad, pero esta inter­pre­ta­ción no refle­ja la esen­cia de la prác­ti­ca tera­péu­ti­ca cen­tra­da en la per­so­na. En reali­dad, la no direc­ti­vi­dad no impli­ca que el tera­peu­ta se man­ten­ga com­ple­ta­men­te neu­tral o indi­fe­ren­te fren­te a las expe­rien­cias del clien­te. Por el con­tra­rio, el tera­peu­ta, está pro­fun­da­men­te invo­lu­cra­do en la rela­ción tera­péu­ti­ca y en la diná­mi­ca que se esta­ble­ce. El tera­peu­ta selec­cio­na cui­da­do­sa­men­te los aspec­tos de la expe­rien­cia del clien­te a los cua­les res­pon­der, aten­dien­do de mane­ra sen­si­ble a lo que emer­ge duran­te la sesión. Esta selec­ción no es alea­to­ria, sino que está influen­cia­da por las viven­cias y emo­cio­nes que el clien­te trae al espa­cio tera­péu­ti­co, y con lo que com­pren­de y resue­na el tera­peu­ta res­pec­to del mar­co de refe­ren­cia interno del con­sul­tan­te, crean­do una rela­ción tera­péu­ti­ca par­ti­cu­lar que faci­li­ta el cre­ci­mien­to.

Una visión ética de la no directividad

Éti­ca pro­vie­ne del grie­go ἦθος (êthos), que tie­ne dos acep­cio­nes, pero aquí se uti­li­za en su sen­ti­do más anti­guo, es decir, refie­re a mora­da, resi­den­cia o lugar don­de se habi­ta, lo que se rela­cio­na con la idea de res­guar­do, pro­tec­ción y refu­gio, impli­can­do un espa­cio vital que ofre­ce cobi­jo fren­te a las difi­cul­ta­des del entorno (Cruz, 2023).

La psi­co­te­ra­pia impli­ca un fun­da­men­to y una prác­ti­ca éti­ca, así al menos se com­pren­de des­de este enfo­que, y la éti­ca de la tera­pia cen­tra­da en la per­so­na tie­ne rela­ción con res­pe­tar el dere­cho a la auto­no­mía de las per­so­nas (Stephen, 2024). Esto impli­ca no hacer supo­si­cio­nes anti­ci­pa­das sobre lo que la otra per­so­na nece­si­ta, o asu­mir que lo que es útil para uno, sir­ve de igual mane­ra para todas los con­sul­tan­tes. Tam­bién se refie­re a una for­ma de estar con el otro, una for­ma de aco­ger, de pro­pi­ciar un ambien­te libre de ame­na­zas, es decir, un refu­gio, don­de el con­sul­tan­te pue­da habi­tar sus expe­rien­cias en un espa­cio pro­te­gi­do.

En este sen­ti­do, la no direc­ti­vi­dad con­si­de­ra más un con­jun­to de valo­res que téc­ni­cas (Rogers & Wallen, 1946/2000), que impli­can una acti­tud de cui­dar al clien­te de ser daña­do en la rela­ción tera­péu­ti­ca (Brod­ley, 2006). Esto refle­ja una cons­tan­te preo­cu­pa­ción por el poder en las rela­cio­nes de ayu­da, y por el mal ejer­ci­cio de ese poder por par­te de los pro­fe­sio­na­les. Con­si­de­ra tam­bién asu­mir un encuen­tro con lo impre­de­ci­ble y la incer­ti­dum­bre que impli­ca el pro­ce­so de tera­pia y el encuen­tro humano que ahí ocu­rre (Levitt, 2005; Sch­mid, 2005).

Kin­get (1962/2013, p. 50) seña­la que “lo impor­tan­te en esta psi­co­te­ra­pia no es la ausen­cia de direc­ti­vas, sino la pre­sen­cia, en el tera­peu­ta, de cier­tas acti­tu­des res­pec­to al clien­te de una cier­ta con­cep­ción de las rela­cio­nes huma­nas”.

La no direc­ti­vi­dad no impli­ca una pos­tu­ra de neu­tra­li­dad como se men­cio­nó ante­rior­men­te, ya que se entien­de que la mera pre­sen­cia de otro influ­ye en la viven­cia de una per­so­na (Rogers, 1957). Por lo tan­to, los pro­fe­sio­na­les cen­tra­dos en la per­so­na entien­den que, des­de su rol, influ­yen en el clien­te, y quie­ran o no, como pro­fe­sio­na­les, están en una posi­ción de poder.

Kin­get (1962) seña­la, a pro­pó­si­to de esto, que:

Nadie pien­sa en negar la auto­ri­dad legí­ti­ma sea natu­ral, como la de los padres, o dele­ga­da como la del edu­ca­dor, del médi­co, de todo pro­fe­sio­nal, en fin, inclui­da la del psi­co­te­ra­peu­ta. Estas fun­cio­nes lle­van con­si­go, inevi­ta­ble­men­te la nece­si­dad de hacer jui­cios y de tomar deci­sio­nes que afec­ta­rán a otras per­so­nas. Sin embar­go, nos pare­ce que pode­mos afir­mar que esta res­pon­sa­bi­li­dad se pone, muchas veces, al ser­vi­cio de móvi­les poco loa­bles (pp. 56–57).

En esta cita, se pue­de obser­var cla­ra­men­te una visión éti­ca de la no direc­ti­vi­dad, más que un con­jun­to de com­por­ta­mien­tos, o una téc­ni­ca. Es una noción que nos invi­ta al cui­da­do del otro, la acep­ta­ción y res­pe­to por la auto­no­mía (Muñoz, 2025). Impli­ca un cues­tio­na­mien­to nota­ble a las rela­cio­nes de poder, y como en el ejer­ci­cio pro­fe­sio­nal, se pue­de uti­li­zar el poder del rol para con­tro­lar o mani­pu­lar a las per­so­nas, más que faci­li­tar las con­di­cio­nes para que cada uno ejer­za su auto­di­rec­ción.

Aun­que es un prin­ci­pio que se vive en la prác­ti­ca, esto impli­ca que la no direc­ti­vi­dad no debe con­si­de­rar­se como algo ins­tru­men­tal, una téc­ni­ca que el tera­peu­ta emplea de mane­ra estra­té­gi­ca. Una acti­tud no direc­ti­va no pue­de ser acti­va­da ni des­ac­ti­va­da por el tera­peu­ta según su con­ve­nien­cia, sino que repre­sen­ta una mane­ra de com­pren­der al ser humano, de iden­ti­fi­car su rol como tera­peu­ta, y de lo que impli­ca rela­cio­nar­se con otro que sufre y que está en un esta­do de vul­ne­ra­bi­li­dad.

Una visión de proceso de la no directividad

Una pre­gun­ta común es si una inter­ven­ción es direc­ti­va o no direc­ti­va, o si lo rea­li­za­do duran­te una sesión fue direc­ti­vo o no direc­ti­vo. En este sen­ti­do, este dile­ma refle­ja una difi­cul­tad para enten­der cier­tas nocio­nes pro­ce­sa­les, como si fue­ran dico­tó­mi­cas. Es decir, se asu­me que solo exis­ten dos cate­go­rías abso­lu­tas, y, por lo tan­to, se debe estar en uno de los extre­mos.

Si bien es enten­di­ble la ope­ra­cio­na­li­za­ción de la no direc­ti­vi­dad en la déca­da del 40 y 50, seguir con­si­de­ran­do en la actua­li­dad la no direc­ti­vi­dad des­de esa visión dico­tó­mi­ca es inclu­so con­tra­dic­to­ria con la pro­pia teo­ría del enfo­que cen­tra­do en la per­so­na. Ade­más, Rogers, en los años 60 en ade­lan­te, enfa­ti­zó su foco en lo rela­cio­nal, inter­sub­je­ti­vo y para algu­nos auto­res en lo feno­me­no­ló­gi­co.

La teo­ría de Rogers, en gene­ral, está plan­tea­da como un pro­ce­so. Es decir, la teo­ría Roge­ria­na es esen­cial­men­te pro­ce­sal; por lo tan­to, com­pren­der sus con­cep­tos de for­ma dico­tó­mi­ca sería poco per­ti­nen­te en la actua­li­dad.

Con pro­ce­sal se refie­re a algo que está suce­dien­do y que no es una enti­dad o esta­do fijo, no se lle­ga a ser direc­ti­vo o no direc­ti­vo, todo el tiem­po se está tran­si­tan­do en un espec­tro. Esta idea defi­ne más bien una inten­ción y posi­ción del tera­peu­ta en la inter­ac­ción, es decir, el tera­peu­ta se esfuer­za en estar cen­tra­do en la per­so­na, o, dicho de otro modo, en ser no direc­ti­vo, en el sen­ti­do que se ha defi­ni­do en este tex­to. Pero no hay una rece­ta que el tera­peu­ta deba seguir para lograr­lo, sino que es un camino que siem­pre está reco­rrien­do cuan­do se rela­cio­na con otro en un espa­cio de ayu­da pro­fe­sio­nal.

Otro aspec­to rele­van­te para con­si­de­rar es que en el pro­ce­so tera­péu­ti­co la rela­ción tam­bién va mutan­do según el pro­ce­so avan­za, y, por lo tan­to, la for­ma en que el tera­peu­ta ofre­ce las acti­tu­des bási­cas, el modo que inten­ta ser no direc­ti­vo y el nivel de agen­cia y auto­no­mía del con­sul­tan­te, son ele­men­tos que siem­pre están en movi­mien­to. La tera­pia y la rela­ción tera­péu­ti­ca es algo que siem­pre está en movi­mien­to, está suce­dien­do, y está cam­bian­do todo el tiem­po.

Una visión relacional de la no directividad

Una visión rela­cio­nal de la no direc­ti­vi­dad sig­ni­fi­ca com­pren­der que la no direc­ti­vi­dad no suce­de des­de una lógi­ca obje­ti­va-obser­va­ble des­de fue­ra de la inter­ac­ción, es decir, como algo que pue­de eva­luar­se obje­ti­va­men­te solo a tra­vés de las res­pues­tas ver­ba­les del tera­peu­ta.

Impli­ca en reali­dad una visión en la que se entien­de que lo no direc­ti­vo es un pro­ce­so com­par­ti­do y de co-cons­truc­ción que se da en la rela­ción tera­péu­ti­ca, dicho de otro modo, tan­to el tera­peu­ta como el con­sul­tan­te co-cons­tru­yen lo que sig­ni­fi­ca ser no direc­ti­vo en esa rela­ción en par­ti­cu­lar.

Susan Stephen (2024) seña­la que la acti­tud no direc­ti­va esti­mu­la una expe­rien­cia rela­cio­nal acti­va entre el con­sul­tan­te y el tera­peu­ta, ya que este últi­mo se esfuer­za por estar lo más abier­to posi­ble a la expe­rien­cia del clien­te y a la de él mis­mo den­tro de la rela­ción, bus­can­do res­pon­der con sen­si­bi­li­dad momen­to a momen­to según lo que esté ocu­rrien­do en ese espa­cio rela­cio­nal.

Enton­ces, la no direc­ti­vi­dad, des­de una mira­da rela­cio­nal, no sería vis­ta sola­men­te como una pos­tu­ra rígi­da del tera­peu­ta, sobre lo que pue­de o no pue­de hacer en el encuen­tro tera­péu­ti­co. Sino que sería esen­cial­men­te algo que se cons­tru­ye, resig­ni­fi­ca y se colo­ca en acción en cada encuen­tro, según las carac­te­rís­ti­cas y nece­si­da­des del con­sul­tan­te, del tera­peu­ta y del pro­ce­so en sí mis­mo.

Rogers (1951/1981) les da prio­ri­dad a las expe­rien­cias sub­je­ti­vas de las per­so­nas, él con­si­de­ra que lo que sim­bo­li­za­mos de nues­tra expe­rien­cia, se basa en cómo per­ci­bi­mos la reali­dad, no de la reali­dad obje­ti­va. En con­se­cuen­cia, en una tera­pia pro­fun­da­men­te rela­cio­nal, las accio­nes del tera­peu­ta deben ser mira­das en el con­tex­to en que ocu­rren, y, en últi­mo caso, el con­sul­tan­te será quien, des­de su expe­rien­cia, per­ci­bi­rá la man­ten­ción, o no, de su auto­no­mía en el pro­ce­so tera­péu­ti­co.

Comentarios finales

La no direc­ti­vi­dad es, ante todo, una pos­tu­ra éti­ca, rela­cio­nal y pro­ce­sal que refle­ja la con­cep­ción del ser humano en la tera­pia cen­tra­da en la per­so­na. Impli­ca tan­to la com­pren­sión del rol del psi­co­te­ra­peu­ta, como su modo de vin­cu­lar­se con los demás, par­ti­cu­lar­men­te con su con­sul­tan­te.

La no direc­ti­vi­dad no se rela­cio­na a una fal­ta de direc­ción, eso inclu­so sería con­tra­pro­du­cen­te; tam­po­co se rela­cio­na a una neu­tra­li­dad del tera­peu­ta, eso es impo­si­ble y anta­gó­ni­co a este enfo­que; no es un con­jun­to de téc­ni­cas o com­por­ta­mien­tos que el tera­peu­ta pue­de o no eje­cu­tar, eso sería reduc­cio­nis­ta.

Aho­ra bien, para lle­var a cabo inves­ti­ga­cio­nes pue­de ser nece­sa­rio ope­ra­cio­na­li­zar el con­cep­to en varia­bles obser­va­bles. Des­de un pun­to de clí­ni­co y teó­ri­co, pue­de dar­nos cier­tas luces, como las expues­tas al prin­ci­pio de este tex­to, pero supo­ner que eso defi­ne todo, eso impli­ca­ría un sim­plis­mo y una mira­da super­fi­cial a un cons­truc­to fun­da­men­tal de este enfo­que.

La no direc­ti­vi­dad es un con­cep­to que se pres­ta para malas inter­pre­ta­cio­nes, por eso, el cam­bio a la noción de cen­tra­do en la per­so­na o cen­tra­do en el clien­te, es mucho más des­crip­ti­va de la idea que impli­ca la no direc­ti­vi­dad. Sin embar­go, inclu­so la expre­sión cen­tra­da en la per­so­na pue­de ser muy amplia, y por algu­nas per­so­nas com­pren­di­da como una expre­sión gené­ri­ca.

En este sen­ti­do, por ejem­plo, no todas las tera­pias huma­nis­tas son no direc­ti­vas, lo que sería igual a decir que no todas las tera­pias huma­nis­tas son cen­tra­das en la per­so­na. Así como la tera­pia cen­tra­da en la per­so­na, es solo uno de los varios mode­los de psi­co­te­ra­pia huma­nis­ta que exis­ten, y que, si bien tie­nen aspec­tos comu­nes, difie­ren en varios otros.

Es fun­da­men­tal seguir revi­si­tan­do los con­cep­tos bási­cos del enfo­que cen­tra­do en la per­so­na, ya que, aun­que son amplia­men­te cono­ci­dos, a menu­do se dis­tor­sio­nan. Por ello, es nece­sa­rio pro­fun­di­zar en estas nocio­nes teó­ri­cas para actua­li­zar­las, acla­rar­las y resig­ni­fi­car­las, ase­gu­ran­do una com­pren­sión más pre­ci­sa de la teo­ría bási­ca. Tam­bién es nece­sa­rio que los pro­fe­sio­na­les del enfo­que cen­tra­do en la per­so­na pro­fun­di­cen en las bases teó­ri­cas para com­pren­der­las de for­ma pro­fun­da y de esa for­ma lo lle­ven a la prác­ti­ca, es un com­pro­mi­so y res­pon­sa­bi­li­dad éti­ca que cada pro­fe­sio­nal debe asu­mir.

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Notas

  1. Decla­ra­ción de auto­ría y finan­cia­mien­to. El tex­to es una adap­ta­ción de un extrac­to del mar­co teó­ri­co de la tesis doc­to­ral del autor, actual­men­te en cur­so en la Uni­ver­si­dad Moto­li­nía del Pedre­gal. Para esta inves­ti­ga­ción el autor ha obte­ni­do una sub­ven­ción para cubrir algu­nos gas­tos del pro­ce­so, median­te una beca otor­ga­da por World Asso­cia­tion for Per­son Cen­te­red & Expe­rien­tial Psy­chothe­rapy & Coun­se­ling. Tam­bién es apo­ya­da con recur­sos logís­ti­cos por Espa­cio ECP – Núcleo de Estu­dios y For­ma­ción en Tera­pia Cen­tra­da en la Per­so­na, Chi­le.
  2. Desa­rro­llo Humano, Uni­ver­si­dad Moto­li­nía del Pedre­gal, Méxi­co; Psi­co­te­ra­pia Cen­tra­da en la Per­so­na, Espa­cio ECP, Chi­le. Correo: contacto@psalejandrolopez.com, ORCID: https://orcid.org/0000–0002-1482–0515