La orientación psicopedagógica a las manifestaciones de las conductas agresivas en escolares primarios Descargar este archivo (1 - La orientación psicopedagógica a las manifestaciones de las conductas.pdf)

Exiquio Nápoles Rodríguez1, María de los Ángeles Dranguet del Toro

Universidad de Guantánamo

Resu­men

 

El pre­sen­te tra­ba­jo expo­ne la pro­ble­má­ti­ca de la agre­si­vi­dad y el aco­so esco­lar (Bull­ying) en su com­po­si­ción par­ti­ci­pa­ti­va Agre­sor, Agre­di­do y Obser­va­dor, así como el com­por­ta­mien­to de cada figu­ra par­ti­ci­pan­te, sus ries­gos y cómo debe mane­jar­se la situa­ción por el maes­tro des­de la escue­la pri­ma­ria a tra­vés de la orien­ta­ción psi­co­pe­da­gó­gi­ca para con la fami­lia. Se dis­cu­te el queha­cer no solo del agre­si­vo, al cual otros han diri­gi­do su aten­ción, sino lle­gan­do has­ta el obser­va­dor, al que padres y maes­tros no les reco­no­cen impli­ca­ción a no ser como agen­te influ­yen­te para el con­trol o posi­ble erra­di­ca­ción, sin adver­tir el ries­go de cam­biar el rol de obser­va­dor a posi­ble cóm­pli­ce o sen­ci­lla­men­te como pró­xi­ma víc­ti­ma.

Pala­bras cla­ves: agre­sor, víc­ti­ma, obser­va­dor

Abs­tract

This paper expo­ses the pro­blem of aggres­sion and bull­ying in its par­ti­ci­pa­tory com­po­si­tion: aggres­sor, assaul­ted and obser­ver, as well as the beha­vior of each par­ti­ci­pant figu­re, its risks and how the situa­tion should be hand­led by the tea­cher from pri­mary school through the psy­cho­pe­da­go­gi­cal orien­ta­tion towards the family. The task is dis­cus­sed not only about the aggres­si­ve one, to which others have direc­ted their atten­tion, but reaching the obser­ver, to whom parents and tea­chers do not recog­ni­ze invol­ve­ment unless it is as influen­tial agent for con­trol or pos­si­ble era­di­ca­tion, without noti­cing the risk of chan­ging the roles of obser­ver to pos­si­ble accom­pli­ce or simply as a next vic­tim.

Key­words: attac­ker, vic­tim, obser­ver

Introducción

En el mun­do actual exis­te una mar­ca­da inci­den­cia de la vio­len­cia, que abar­ca a los seres huma­nos en las dife­ren­tes eta­pas de la vida, raza y sexo, que están mati­zan­do par­te del desa­rro­llo de la socie­dad en su ir y venir. Dicha vio­len­cia se expre­sa a tra­vés de for­mas con­tra­dic­to­rias, en este caso mayor­men­te anta­gó­ni­cas, y que por tan­to son poco con­tri­bu­yen­tes al des­en­vol­vi­mien­to, desa­rro­llo y cre­ci­mien­to per­so­nal. Lo ante­rior mar­ca pau­tas y retos que la escue­la, la fami­lia y la comu­ni­dad deben enfren­tar con cele­ri­dad. En las inves­ti­ga­cio­nes cien­tí­fi­cas, los MMC han esta­do reve­lan­do des­de dife­ren­tes sitios, en muchos de los casos con carác­ter des­crip­ti­vo, las com­ple­jas situa­cio­nes que se pre­sen­tan.

En algu­nos paí­ses se han esta­do come­tien­do accio­nes de enfren­ta­mien­to con­tra la vio­len­cia, con mayor impli­ca­ción con­tra la vio­len­cia de géne­ro y en defen­sa de la mujer. Se desa­rro­llan colo­quios, even­tos cien­tí­fi­cos y se crean líneas de ayu­da, impli­can­do los ade­lan­tos actua­les de la cien­cia y la tec­no­lo­gía en lo que de algu­na mane­ra se han toca­do los fenó­me­nos de la agre­si­vi­dad y el aco­so esco­lar; pero aún hay mucho por hacer, pues los padres, líde­res comu­ni­ta­rios y maes­tros no siem­pre cuen­tan con el cono­ci­mien­to nece­sa­rio para inter­ve­nir en el enfren­ta­mien­to de estos fenó­me­nos y su pre­ven­ción des­de las pri­me­ras eda­des.

Desarrollo

La Orien­ta­ción Psi­co­pe­da­gó­gi­ca a las mani­fes­ta­cio­nes de la agre­si­vi­dad y el aco­so esco­lar acer­ca­rá a los maes­tros pri­ma­rios a la com­pren­sión de este impor­tan­te pro­ble­ma des­de dos impor­tan­tes micro­sis­te­mas gene­ra­do­res de vio­len­cia infan­til, y a su vez, los más impor­tan­tes para su enfren­ta­mien­to pre­ven­ti­vo y correc­ti­vo a par­tir de la diná­mi­ca de las rela­cio­nes nece­sa­rias que han de mate­ria­li­zar­se en torno al bino­mio escuela/familia para pro­te­ger a la pobla­ción par­ti­ci­pan­te de los aco­sos esco­la­res, que no solo se sim­pli­fi­ca en los agre­so­res y agre­di­dos.

La pala­bra agre­si­vi­dad pro­ce­de del latín, es sinó­ni­mo de aco­me­ti­vi­dad e impli­ca desa­fío y ata­que. Este tér­mino hace refe­ren­cia a un con­jun­to de patro­nes de acti­vi­dad que pue­den mani­fes­tar­se con inten­si­dad varia­ble, inclu­yen­do la pelea físi­ca has­ta los ges­tos o expan­sio­nes ver­ba­les que apa­re­cen en el cur­so de cual­quier nego­cia­ción. Se pre­sen­ta como una mez­cla secuen­cia­da de movi­mien­tos con dife­ren­tes patro­nes, orien­ta­dos a con­se­guir dis­tin­tos pro­pó­si­tos.

El ori­gen de la agre­si­vi­dad ha tra­ta­do de expli­car­se des­de dife­ren­tes con­cep­cio­nes, aso­cián­do­la a fac­to­res bio­ló­gi­cos y psi­co­ló­gi­cos. Lo cier­to es que en el ori­gen y desa­rro­llo de cual­quier con­duc­ta agre­si­va se encuen­tra la inter­ac­ción de múl­ti­ples fac­to­res, pues no pode­mos olvi­dar que el hom­bre es una uni­dad bio­psi­co­so­cial. Mien­tras unos la con­si­de­ran inna­ta o here­da­da de nues­tros ante­pa­sa­dos, otros se incli­nan a pen­sar que es pura­men­te apren­di­da; pero la posi­ción más acep­ta­da actual­men­te es la que expli­ca la con­duc­ta agre­si­va como una com­bi­na­ción de ambas pro­pues­tas.

La agre­si­vi­dad, en fin, es con­si­de­ra­da como un esta­do emo­cio­nal que con­sis­te en sen­ti­mien­tos de odio y deseos de dañar a otra per­so­na, ani­mal u obje­to. La agre­sión es cual­quier for­ma de con­duc­ta que pre­ten­de herir físi­ca y/o psi­co­ló­gi­ca­men­te a alguien; es todo acto diri­gi­do a vio­lar la liber­tad y espa­cio de una per­so­na bus­can­do impo­ner nues­tro cri­te­rio o ejer­cer nues­tro poder irrum­pien­do su inte­gri­dad.

Las mani­fes­ta­cio­nes de estas con­duc­tas se han iden­ti­fi­ca­do como Bull­ying. El tér­mino es una pala­bra que pro­vie­ne del voca­blo holan­dés que sig­ni­fi­ca aco­so esco­lar, y se defi­ne como cual­quier for­ma de mal­tra­to psi­co­ló­gi­co, ver­bal o físi­co pro­du­ci­do entre esco­la­res de for­ma reite­ra­da a lo lar­go de un tiem­po deter­mi­na­do. El aco­so esco­lar sería, pues, la con­duc­ta agre­si­va, malin­ten­cio­na­da y per­sis­ten­te de un alumno hacia otro.

Los hechos de aco­so esco­lar tien­den a mani­fes­tar­se con mayor fre­cuen­cia en los patios de la escue­la y las áreas pró­xi­mas, con pre­do­mi­nio de la sali­da de las acti­vi­da­des del día, siem­pre deno­tan­do una pobla­ción par­ti­ci­pan­te: Agre­sor, agre­di­do y obser­va­do­res.   A estos últi­mos hay que pres­tar­les aten­ción dado su gra­do de impli­ca­ción en el aco­so, sin creer que no tie­nen par­ti­ci­pa­ción, res­pon­sa­bi­li­dad o cul­pa­bi­li­dad en los actos que se pro­duz­can.

La aten­ción que otor­ga­da a esta pro­ble­má­ti­ca orien­ta­da en mode­los y/o estra­te­gias se ha diri­gi­do al fenó­meno del com­por­ta­mien­to y es pre­ci­so aten­der­lo des­de una posi­ción de mayor inte­gri­dad, sien­do con­se­cuen­te con la estruc­tu­ra­ción de la per­so­na­li­dad en for­ma­ción y su fun­cio­na­mien­to; de ahí la pro­pues­ta des­de la orien­ta­ción psi­co­pe­da­gó­gi­ca reto­man­do a R. Bis­que­ra (2006).

Actual­men­te se tie­ne una con­cep­ción mucho más amplia de la orien­ta­ción psi­co­pe­da­gó­gi­ca que el con­cep­to acu­ña­do en la pri­me­ra mitad del siglo XX. Dado el con­tex­to social, polí­ti­co y cien­tí­fi­co que carac­te­ri­za la lle­ga­da del siglo XXI, exis­ten argu­men­tos para con­si­de­rar que orien­ta­ción psi­co­pe­da­gó­gi­ca pue­de ser un tér­mino glo­ba­li­za­dor, apro­pia­do para incluir lo que en otras épo­cas se ha deno­mi­na­do orien­ta­ción esco­lar y pro­fe­sio­nal, orien­ta­ción edu­ca­ti­va, orien­ta­ción pro­fe­sio­nal, orien­ta­ción voca­cio­nal, gui­dan­ce, coun­se­ling, ase­so­ra­mien­to, etc.

Tenien­do en cuen­ta estas con­si­de­ra­cio­nes, adop­ta­mos una defi­ni­ción deo­rien­ta­ción psi­co­pe­da­gó­gi­ca como un “pro­ce­so de ayu­da y acom­pa­ña­mien­to con­ti­nuo a todas las per­so­nas, en todos sus aspec­tos, con obje­to de poten­ciar la pre­ven­ción y el desa­rro­llo humano a lo lar­go de toda la vida. Esta ayu­da se rea­li­za median­te una inter­ven­ción pro­fe­sio­na­li­za­da, basa­da en prin­ci­pios cien­tí­fi­cos y filo­só­fi­cos”. La orien­ta­ción se diri­ge hacia el desa­rro­llo de la auto­no­mía per­so­nal como una for­ma de edu­car para la vida (Bis­que­ra, 2006).

Información para padres

Algu­nos padres y madres de chi­cos víc­ti­mas de aco­so esco­lar se enfa­dan con el cen­tro esco­lar al sen­tir que no se está pres­tan­do sufi­cien­te aten­ción a su hijo y que, debi­do a esto, han suce­di­do las agre­sio­nes. Es evi­den­te que enten­de­mos que, en situa­cio­nes de mal­tra­to, la orga­ni­za­ción, super­vi­sión y cui­da­do de los alum­nos en el cen­tro esco­lar son muy impor­tan­tes; si bien, a pesar de ello, las rela­cio­nes ocul­tas entre los alum­nos pue­den no ser per­ci­bi­das muchas veces por los pro­fe­so­res. Por ello deben con­fiar en la escue­la y asu­mir que va a ser su alia­da en la mejo­ra de la cali­dad de vida de los hijos o hijas en el caso de ser víc­ti­ma de malos tra­tos por par­te de sus com­pa­ñe­ros.

Por el con­tra­rio, si el hijo es quien está agre­dien­do a otros com­pa­ñe­ros, lo impor­tan­te será que cese en dicha acti­tud, que modi­fi­que los com­por­ta­mien­tos y que comu­ni­que aque­llo que le está hacien­do com­por­tar­se así. En oca­sio­nes, algu­nos padres o madres en esta situa­ción sien­ten que la mejor for­ma de ayu­dar a sus hijos es mos­trán­do­se hos­til hacia la per­so­na que le comu­ni­ca los hechos (ya sea pro­fe­sor tutor, direc­tor, maes­tro, psi­co­pe­da­go­go, etc.) y rehú­san acep­tar la impli­ca­ción de su hijo. (S/A febre­ro, 2008, http://www.acosoescolar.inf/padres).

Es impor­tan­te, pues, una vez deter­mi­na­do el gra­do de impli­ca­ción del hijo en el pro­ce­so de mal­tra­to, éste debe­rá asu­mir su res­pon­sa­bi­li­dad y que lo peor que le pue­de ocu­rrir es no asu­mir su cul­pa y expe­ri­men­tar per­mi­si­vi­dad ante los actos vio­len­tos, enten­dien­do así que el ejer­ci­cio del poder median­te la fuer­za y el daño ajeno vale la pena, y que, por lo tan­to, se pue­de salir con la suya y obte­ner una recom­pen­sa social al demos­trar que es el más fuer­te. Si se per­mi­te que los hijos deduz­can esta mala ense­ñan­za, se les está pre­pa­ran­do para repe­tir en el futu­ro su com­por­ta­mien­to abu­si­vo sobre otras per­so­nas en cual­quier con­tex­to (escue­la, fami­lia, calle, tra­ba­jo, pare­ja, etc.), pudien­do cau­sar­le gra­ves pro­ble­mas a él y a cual­quier per­so­na con la que se rela­cio­ne y afian­zar poco a poco el inade­cua­do com­por­ta­mien­to (ídem).

En ambos casos (alumno-víc­ti­ma o alumno-agre­sor) la escue­la ha de tra­ba­jar jun­ta­men­te con los padres para abor­dar el con­flic­to sus­ci­ta­do, bus­can­do res­pues­tas ade­cua­das que ayu­den a res­ta­ble­cer rela­cio­nes satis­fac­to­rias. Por eso es con­ve­nien­te que:

  • Acu­das a la escue­la en cuan­to ten­gas indi­cios, o sim­ple­men­te sos­pe­chas, de que tu hijo está come­tien­do actua­cio­nes de mal­tra­to o que está par­ti­ci­pan­do con­jun­ta­men­te en agre­sio­nes a otros com­pa­ñe­ros.
  • Inten­ta hablar con tu hijo e inda­ga sobre los indi­cios que obser­vas. Explí­ca­le que vas a acu­dir al cen­tro esco­lar y que tu inten­ción es bus­car una cola­bo­ra­ción con la escue­la para inter­ve­nir en el cese del mal­tra­to.
  • Pon­te en con­tac­to con el tutor o, en su caso, con su guía base de la Orga­ni­za­ción de Pio­ne­ros, el gru­po de apo­yo al Diag­nós­ti­co o CDO, e infór­ma­les de tus inquie­tu­des.
  • Con­fía en que la escue­la abor­da­rá el pro­ble­ma, tan­to de mane­ra indi­vi­dual como con el gru­po o cla­se que lo está pre­sen­cian­do.
  • Soli­ci­ta ser infor­ma­do de los pasos que se están dan­do y, a su vez, infor­ma de cual­quier mejo­ra en la con­duc­ta, así como de nue­vas agre­sio­nes.
  • Man­tén reunio­nes perió­di­cas en la escue­la para acor­dar actua­cio­nes con­jun­tas, revi­sar­las y rea­li­zar diná­mi­cas fami­lia­res.
  • En caso de que tu hijo sea víc­ti­ma, si obser­vas que aumen­ta su mie­do, que se pro­du­ce un rebro­te de las agre­sio­nes o que éstas no cesan a pesar de la inter­ven­ción esco­lar, comu­ní­ca­lo al cen­tro y, depen­dien­do del nivel de ries­go, indí­ca­les tu inten­ción de infor­mar­lo a otras ins­tan­cias.
  • Si tu con­tac­to con la escue­la no ha sido del todo lo satis­fac­to­rio, comén­ta­lo y exi­ge que se abor­de el pro­ble­ma con pron­ti­tud. En caso de no con­si­de­rar ade­cua­da la inter­ven­ción esco­lar, pon­te en con­tac­to con el con­se­jo de padres de la escue­la y soli­ci­ta ayu­da.
  • Si exis­te un alto ries­go para tu hijo o la agre­sión ha sido muy gra­ve, dirí­ge­te al Ser­vi­cio de Ins­pec­ción en las ins­tan­cias supe­rio­res.

¿Qué podemos hacer cuando nuestro hijo está involucrado en una situación de maltrato en la escuela?

Nues­tro hijo o hija pue­de ser víc­ti­ma, agre­sor u obser­va­dor de una situa­ción de mal­tra­to. Si es víc­ti­ma, desem­pe­ña­rá un papel pasi­vo; si es agre­sor, un papel acti­vo; y si es obser­va­dor, su papel es igual­men­te acti­vo o, al menos, per­mi­si­vo, en cuan­to su acti­tud refuer­za la acti­tud inti­mi­da­to­ria del agre­sor hacia la víc­ti­ma. En cual­quie­ra de las posi­cio­nes exis­ten ries­gos que no siem­pre per­ci­bi­mos. En caso de que nues­tro hijo esté invo­lu­cra­do en una situa­ción así, debe­mos tener ecua­ni­mi­dad y, sobre todo, escu­char la infor­ma­ción que haya­mos ave­ri­gua­do sin tri­via­li­zar­la. En todo caso, pode­mos dar los siguien­tes pasos:

  • Escu­char y mos­trar inte­rés por el asun­to, sin menos­pre­ciar­lo; no debe­mos con­si­de­rar­lo “cosa de chi­cos”.
  • Inda­gar si real­men­te ha ocu­rri­do lo que nos cuen­ta, y no es fru­to de su ima­gi­na­ción.
  • Poner­se en con­tac­to con la escue­la y soli­ci­tar la inter­ven­ción y coope­ra­ción del pro­fe­so­ra­do.
  • Fijar una estra­te­gia de inter­ven­ción para dete­ner inme­dia­ta­men­te el daño que se está pro­du­cien­do, y para tra­tar a medio y lar­go pla­zo las rela­cio­nes entre los invo­lu­cra­dos.
  • Favo­re­cer una solu­ción ade­cua­da y ajus­ta­da a la inten­si­dad de la fal­ta y al daño ejer­ci­do. Debe­mos apo­yar a nues­tro hijo ense­ñán­do­le a asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad que le corres­pon­da.
  • Si lo ante­rior no fun­cio­na pode­mos diri­gir­nos direc­ta­men­te al CAM

Si el hijo es agresor          

Acér­ca­te a tu hijo y habla con él. Rela­ció­na­te más con los ami­gos de tu hijo y obser­va a qué se dedi­can. Una vez que hayas crea­do un cli­ma de comu­ni­ca­ción y con­fian­za con tu hijo, pre­gún­ta­le el por­qué de su con­duc­ta. Si com­pro­bas­te que es un aco­sa­dor, no igno­res la situa­ción, por­que pue­de agra­var­se; ayú­da­lo, pero jamás debes usar la vio­len­cia para repa­rar el pro­ble­ma. Vio­len­cia gene­ra vio­len­cia. No cul­pes a los demás por la mala con­duc­ta de tu hijo. 

Nun­ca dejes de demos­trar­le amor a tu hijo, pero tam­bién haz­le saber que no per­mi­ti­rás esas con­duc­tas agre­si­vas e inti­mi­da­to­rias. Infór­ma­le las medi­das que se toma­rán a cau­sa de su com­por­ta­mien­to.

Cuan­do se detec­ta un caso de aco­so esco­lar, los padres del niño deben tra­ba­jar con­jun­ta­men­te con la escue­la para resol­ver el pro­ble­ma de una for­ma inme­dia­ta. Habla con los pro­fe­so­res, píde­les ayu­da y escu­cha todas las crí­ti­cas que te den sobre tu hijo. Man­ten­te infor­ma­do de cómo mane­ja el caso la escue­la, así como de sus resul­ta­dos. A tra­vés de la comu­ni­ca­ción con tu hijo podrás dar­te cuen­ta de sus gus­tos y afi­cio­nes: cana­li­za su con­duc­ta agre­si­va por ese lado; si, por ejem­plo, le gus­ta el fút­bol, ins­crí­be­lo en un club depor­ti­vo

Crea un ambien­te en tu hogar don­de el chi­co se sien­ta con la con­fian­za de mani­fes­tar sus insa­tis­fac­cio­nes y frus­tra­cio­nes sin agre­dir. Debes ense­ñar­le a tu hijo a reco­no­cer sus erro­res y a pedir dis­cul­pas a quie­nes haya las­ti­ma­do. Elo­gia esas bue­nas accio­nes y ensé­ña­le bue­nos moda­les.

Algu­nas fami­lias se sien­ten cul­pa­bles cuan­do des­cu­bren que su hijo está actuan­do como agre­sor en situa­cio­nes de mal­tra­to entre com­pa­ñe­ros. Esto se debe a que el ejer­ci­cio del mal­tra­to a menu­do está aso­cia­do a fami­lias des­es­truc­tu­ra­das o con pro­ble­mas de rela­ción, y a la con­si­de­ra­ción de que el mal­tra­to es un refle­jo de la diná­mi­ca emo­cio­nal de ese tipo de fami­lias. Pero más allá del sen­ti­mien­to de cul­pa­bi­li­dad o no, es impor­tan­te dejar muy cla­ro que esta cla­se de con­duc­ta es inacep­ta­ble y que el hijo debe cam­biar y dejar de actuar así.

A veces, sin embar­go, la agre­si­vi­dad de un alumno no es atri­bui­ble a fac­to­res fami­lia­res y, por lo tan­to, debe­mos obser­var si nues­tro hijo pre­sen­ta ras­gos de ten­den­cias agre­si­vas. Es nece­sa­rio obser­var:

  • Si su acti­tud hacia los dife­ren­tes miem­bros de la fami­lia es agre­si­va. Si mues­tra con­duc­tas agre­si­vas y vio­len­tas hacia sus ami­gos o si le hemos vis­to actuar de for­ma vio­len­ta en oca­sio­nes.
  • Si es exce­si­va­men­te reser­va­do, si es casi inac­ce­si­ble en el tra­to per­so­nal.
  • Si tie­ne obje­tos diver­sos que no son suyos y cuya pro­ce­den­cia es difí­cil de jus­ti­fi­car.
  • Si a menu­do cuen­ta men­ti­ras para jus­ti­fi­car su con­duc­ta.
  • Si pare­ce no tener sen­ti­do de cul­pa cuan­do hace daño.
  • Si dice men­ti­ras acer­ca de cier­tas per­so­nas, men­ti­ras que les pue­den per­ju­di­car y cau­sar daño.
  • Si otros padres nos han con­ta­do que nues­tro hijo agre­de a otros niños.
  • Si se per­ci­be que cier­tos com­pa­ñe­ros se man­tie­nen silen­cio­sos e inclu­so rehú­yen la pre­sen­cia de nues­tro hijo.

Si se obser­van con cier­ta fre­cuen­cia estos com­por­ta­mien­tos en nues­tro hijo es muy posi­ble que pue­da estar invo­lu­cra­do en situa­cio­nes de abu­so. En tal caso:

  •  Actuar con urgen­cia y fir­me­za, man­te­nien­do una comu­ni­ca­ción y super­vi­sión cer­ca­nas e indi­cán­do­le con toda cla­ri­dad que el mal­tra­to no es líci­to ni admi­si­ble, y que se debe valo­rar el res­pe­to a las otras per­so­nas como cla­ve de la con­vi­ven­cia en la socie­dad.
  • Como los agre­so­res sue­len des­men­tir la acu­sa­ción que se les atri­bu­ye, no bas­ta­rá con pre­gun­tar­le a él y a sus ami­gos, sino que se debe inda­gar por otros medios para escla­re­cer los hechos y actuar inme­dia­ta­men­te, en su caso.
  • A pesar de ello, hablar con los hijos o hijas, mos­trar­les nues­tra dis­po­si­ción a ayu­dar­le en todo lo éti­ca­men­te posi­ble e indi­car­le que, en caso de ser cul­pa­bles de malos tra­tos, debe­rá asu­mir su res­pon­sa­bi­li­dad.
  • Habrá que ayu­dar­le a enten­der cómo se pue­de estar sin­tien­do la víc­ti­ma y pre­gun­tar­le cómo se sen­ti­ría él o ella si algo así le ocu­rrie­ra.
  • Mos­trar­le con­fian­za y apo­yo para el futu­ro, así como valo­rar cual­quier mues­tra de arre­pen­ti­mien­to que obser­ve­mos.
  •  Con­tac­tar con la escue­la con toda rapi­dez. A nadie le agra­da tener que comu­ni­car a unos padres la con­duc­ta vio­len­ta de su hijo hacia otro com­pa­ñe­ro, por lo que debe­mos enten­der que los pro­fe­so­res tie­nen tan­to o más inte­rés que noso­tros mis­mos en resol­ver satis­fac­to­ria­men­te el pro­ble­ma.
  • Es impor­tan­te mos­trar sin­ce­ro inte­rés en que se ave­ri­güe la ver­dad y que nues­tro hijo asu­ma su res­pon­sa­bi­li­dad.
  •  Man­te­ner un con­tac­to cer­cano con la escue­la de aho­ra en ade­lan­te; soli­ci­tar ayu­da y con­se­jo en el tra­ta­mien­to con­jun­to de nues­tro hijo y esta­ble­cer una rela­ción flui­da con el tutor.
  • A pesar de todo lo expues­to has­ta aquí, los padres o tuto­res deben revi­sar los ante­ce­den­tes edu­ca­ti­vos del hijo y la diná­mi­ca fami­liar, así como el tipo de rela­cio­nes esta­ble­ci­das en la fami­lia para rec­ti­fi­car aque­llo que pue­da estar alen­tan­do la con­duc­ta agre­si­va del ado­les­cen­te.

Si el hijo es víctima

  • Inves­ti­ga minu­cio­sa­men­te el con­tex­to de lo que está ocu­rrien­do, habla con sus com­pa­ñe­ros más cer­ca­nos de escue­la y comu­ni­dad, maes­tros, ami­gos y fami­lia­res.
  • Con­ver­sa con tu hijo y haz­le sen­tir que pue­de con­fiar en ti, así él se sen­ti­rá cómo­do al hablar con­ti­go acer­ca de todo lo bueno y lo malo que esté vivien­do.
  • Hablen con fre­cuen­cia del tema, escu­cha a tu hijo, deja que se des­aho­gue.
  • Si efec­ti­va­men­te com­pro­bas­te que lo están aco­san­do, que está sien­do víc­ti­ma, man­tén la cal­ma y no demues­tres preo­cu­pa­ción; el niño tie­ne que ver en tu ros­tro deter­mi­na­ción, una acti­tud posi­ti­va y afec­ti­vi­dad para enfren­tar jun­tos el pro­ble­ma.
  • Com­pro­mé­te­te a ayu­dar a tu hijo. No tra­tes de resol­ver el pro­ble­ma dicién­do­le que no se deje dar o mal­tra­tar, que se defien­da y tome ven­gan­za: esto empeo­ra­ría más la situa­ción. Es mejor que dis­cu­tan cómo pue­den res­pon­der aser­ti­va­men­te a los aco­sa­do­res y prac­ti­car res­pues­tas posi­ti­vas y aser­ti­vas.
  • Debes poner­te en con­tac­to con el maes­tro y la direc­ción de la escue­la para poner­los al tan­to de lo que está ocu­rrien­do o com­par­tir lo que ellos cono­cen; píde­les su coope­ra­ción en la reso­lu­ción de los hechos y declá­ra­te cola­bo­ra­dor.
  • Si tu hijo se encuen­tra muy daña­do emo­cio­nal­men­te por toda esta situa­ción, bus­ca la ase­so­ría de un psi­có­lo­go para ayu­dar­le a que supere este trau­ma. Pero jamás te olvi­des que la mejor ayu­da, en esos casos, es la de su fami­lia.

Ave­ri­gua si real­men­te se está dan­do la situa­ción de mal­tra­to. Obser­va­re­mos los sín­to­mas que pue­dan indi­car­nos lo que está ocu­rrien­do y, en todo caso, debe­mos:

  • Actuar en cuan­to ten­ga­mos con­fir­ma­dos indi­cios de que nues­tro hijo está sien­do agre­di­do.
  • Apo­yar­le y dar­le com­pa­ñía y segu­ri­dad de for­ma incon­di­cio­nal.
  • Expre­sar­le nues­tra con­fian­za en él y en los cam­bios que se van a pro­du­cir para mejo­rar su situa­ción.
  • Soli­ci­tar­le que nos cuen­te lo que le está pasan­do y ase­gu­rar­le que siem­pre vamos a con­tar con él, que le vamos a con­sul­tar, antes de empren­der nin­gu­na acción.
  • Refor­zar su auto­es­ti­ma elo­gian­do sus capa­ci­da­des per­so­na­les.
  • Dar­le la opor­tu­ni­dad de que enta­ble nue­vas amis­ta­des fue­ra del cen­tro esco­lar en otras acti­vi­da­des don­de pue­da inter­ac­tuar con chi­cos y chi­cas de su edad y crear víncu­los de afec­to.
  • Pro­pi­ciar que amplíe su gru­po de ami­gos del cen­tro esco­lar, faci­li­tán­do­le acti­vi­da­des socia­les en las que quie­ra par­ti­ci­par
  • Man­te­ner una comu­ni­ca­ción con­ti­nua y flui­da con el pro­fe­so­ra­do del cen­tro esco­lar.
  • Con­tac­tar con las ins­ti­tu­cio­nes nece­sa­rias, si no cesa el mal­tra­to hacia nues­tro hijo y la res­pues­ta de la escue­la no es sufi­cien­te.

Si el hijo es observador

Si el hijo está vien­do lo que le ocu­rre a un com­pa­ñe­ro, se con­vier­te en espec­ta­dor, en obser­va­dor. En tal caso hemos de tener en cuen­ta que el papel de los obser­va­do­res es esen­cial para que cese el mal­tra­to. Si el con­jun­to del gru­po entien­de el pro­ble­ma y actúa con­jun­ta­men­te para apo­yar al com­pa­ñe­ro que está sien­do tra­ta­do y agre­di­do injus­ta­men­te, toman­do una pos­tu­ra fir­me y en gru­po ante los agre­so­res, el mal­tra­to cesa­rá. Sin embar­go, por des­gra­cia, este nivel de inter­ven­ción social se con­si­gue por lo gene­ral tar­día­men­te, solo cuan­do la escue­la tra­ba­ja en ese sen­ti­do a tra­vés de dife­ren­tes estra­te­gias y cuan­do el con­tex­to social tam­bién es crí­ti­co con este tipo de accio­nes.

 El men­sa­je trans­mi­ti­do por los adul­tos no pue­de cen­trar­se nun­ca en exi­mir de cul­pa o en jus­ti­fi­car los malos tra­tos, ape­lan­do a la éti­ca del más fuer­te. Si nues­tro hijo es cons­cien­te de lo que está ocu­rrien­do, debe­mos hacer­le saber que no hay jus­ti­fi­ca­ción posi­ble; que los con­flic­tos se deben abor­dar des­de el diá­lo­go y la comu­ni­ca­ción y que deben mos­trar su dis­cre­pan­cia con dichos actos y, en nin­gún caso refor­zar la con­duc­ta de los agre­so­res con risas y com­pli­ci­da­des.

Hemos de apo­yar­le en su camino hacia la madu­rez y refor­zar su éti­ca per­so­nal, que está en ple­na for­ma­ción, ense­ñán­do­le que es jus­to ayu­dar a la víc­ti­ma con su tes­ti­mo­nio e infor­mar del abu­so al pro­fe­so­ra­do cuan­do sea nece­sa­rio. Es pre­ci­so que se les ense­ñe a rom­per la cons­pi­ra­ción del silen­cio y a dar cabi­da a la posi­bi­li­dad de con­tar, cuan­do se obser­ven injus­ti­cias entre com­pa­ñe­ros. El silen­cio, tan fuer­te­men­te ins­tau­ra­do entre los niños y ado­les­cen­tes, se basa sobre todo en eti­que­tar de “chi­va­to” a quien mani­fies­te públi­ca­men­te lo que está acae­cien­do, enten­dien­do que actúan des­de la cobar­día y la trai­ción. Así se impi­de que sal­gan a la luz los hechos de mal­tra­to.

No creer nun­ca que el obser­va­dor no es par­tí­ci­pe: hacer­se cóm­pli­ce del acto agre­si­vo pue­de ocu­rrir des­de el silen­cio, la risa, la tole­ran­cia o el apo­yo. Quie­nes guar­dan eterno silen­cio y la apa­ren­te no par­ti­ci­pa­ción con cono­ci­mien­to pleno de los actos, corren el ries­go de ser pró­xi­mas víc­ti­mas.

Conclusiones

La bata­lla por la vio­len­cia en la adul­tez debe­mos enfren­tar­la des­de las eda­des tem­pra­nas uti­li­zan­do todos los resor­tes posi­bles con pen­sa­mien­to inte­gra­ti­vo y a par­tir de la indi­vi­dua­li­za­ción de cada caso y la foca­li­za­ción del agen­te cau­sal

Des­de la escue­la es pre­ci­so aten­der con mayor pro­fun­di­dad e inte­gri­dad los actos agre­si­vos de los esco­la­res. De igual modo, la fami­lia debe incre­men­tar su par­ti­ci­pa­ción en el enfren­ta­mien­to en fun­ción de pre­ve­nir y solu­cio­nar el aco­so esco­lar, pres­tan­do aten­ción a toda la pobla­ción impli­ca­da en los actos agre­si­vos sea como agre­so­res, vic­ti­mas u obser­va­do­res.

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Notas

1. Correo elec­tró­ni­co: xiquio@cug.co.cu