The Mother-in-law and the Loving Bond in the Couple
José Refugio Velasco García[1], [2] y María Teresa Pantoja Palmeros
Facultad de Estudios Superiores Iztacala, UNAM
Todo vínculo amoroso se produce en un contexto social delimitado, ahí las relaciones inmediatas juegan un papel sobresaliente, igual que las creencias y hábitos establecidos a lo largo del tiempo. En este marco específico, la suegra es un personaje cuya fuerza y presencia psíquicas afectan el vínculo amoroso de la pareja, ella representa el establecimiento de vínculos intersubjetivos, donde se ponen en juego procesos intrasubjetivos articulados a la singularidad de cada sujeto. El objetivo de este escrito es ubicar algunas características del vínculo amoroso de la pareja, tomando como punto de partida procesos inconscientes los cuales convierten esa relación en un territorio enigmático colmado de demandas recíprocas; de ahí pasamos a explorar la manera en que en ese terreno se sitúa la suegra, produciendo una serie de afectos y conflictos que inciden en el devenir de la pareja. Nos apoyamos principalmente en referentes articulados a la perspectiva psicoanalítica, señalando la configuración de alianzas inconscientes en las cuales se sostienen esos conflictos.
Palabras clave: pareja, amor, suegra, inconsciente, alianzas
Abstract
Every love bond is formed within a specific social context, where immediate relationships play a significant role, as do the beliefs and habits established over time. Within this specific framework, the mother-in-law is a figure whose psychological presence and strength influence the couple’s love bond. She represents the establishment of intersubjective bonds, where intrasubjective processes come into play in relation to each subject’s singularity. The aim of this paper is to identify certain characteristics of the couple’s love bond, taking as a starting point the unconscious processes that turn this relationship into an enigmatic territory filled with reciprocal demands. Frome there we explore how the mother-in-law is situated within this territory, generating a series of affects and conflicts that influence the couple’s development. Our approach is primarily grounded in psychoanalytic perspectives, highlighting the formation of unconscious alliances that sustain these conflicts.
Key words: couple, love, mother-in-law, unconscious, alliances.
Introducción
Toda relación de pareja experimenta una dinámica permanente donde se hacen presentes fuerzas transversales que conmueven el vínculo amoroso. El lugar de la suegra en esa transversalidad es algo digno de tomar en cuenta si se quiere explorar el tipo de afectos y conflictos que se producen en la relación de pareja, así como las consecuencias de este tipo de producción. Lo transversal va de un lado a otro en una determinada zona, también puede jugar el papel de corte en alguna porción de la trama donde se inserta, producir así distribuciones diferentes en una geografía específica. La presencia de la suegra puede operar así: yendo de un lugar a otro en la relación de pareja, incidiendo en esa geografía, conmoviéndola, alterando el devenir de esa relación su presencia genera todo un conglomerado de afectos y conflictos, que adquieren direcciones, tonalidades e intensidades diversas.
Obviamente no se trata solamente de la presencia objetiva, se trata de una inserción en un conjunto de vínculos intersubjetivos, donde se ponen en juego procesos intrasubjetivos articulados a la singularidad de cada sujeto, lo cual hace mucho más complicado dilucidar la trama y transformar las repeticiones que pueden operar tanto en las relaciones intersubjetivas como en los procesos psíquicos de cada uno de los que configuran esa trama. Esta es la demostración de que todo vínculo amoroso se produce en un contexto social específico, donde las relaciones inmediatas juegan un papel preponderante, igual que las creencias y hábitos configurados a lo largo del tiempo. Dentro de esa trama de relaciones aparecen personajes cuya fuerza y presencia psíquicas son relevantes en la medida en que imprimen algo de sí en esos entramados afectándolos de modo importante: la suegra pertenece a ese tipo de personajes.
Tomando en consideración esta premisa, nuestro propósito en este escrito es ubicar algunos rasgos del vínculo amoroso y la manera en que ahí se sitúa la suegra, produciendo una serie de afectos y conflictos que inciden en el devenir de la pareja. Nuestros referentes se articulan principalmente a la perspectiva psicoanalítica. Primeramente, ubicamos trazos muy generales para hablar de lo complejo que es el vínculo amoroso, señalando que ahí operan procesos inconscientes donde la afectividad y los conflictos están permanentemente en juego. Más adelante se ubica a la suegra como portavoz de toda una política aparentemente exterior a la relación amorosa, pero que necesariamente incide en la pareja, pues ésta no se encuentra aislada de una trama intersubjetiva, de situaciones sociales específicas, las cuales trastocan permanentemente el devenir de la pareja amorosa.
La familia política aparece en ese horizonte social concreto, la pertinencia de la palabra política queda plenamente justificada, dado que entran en juego un conjunto de intereses de tipo subjetivo-afectivo, así como móviles de orden material. Se ilustrará, hasta cierto punto, esta dinámica político-afectiva, recuperando a ciertos autores que se han centrado en el lugar de la suegra en la sociedad, también se hace una mínima referencia al lugar que en nuestra práctica psicoanalítica ocupa este polémico personaje. En estos argumentos y testimonios no deja de aparecer un torrente de afectos, vinculadas a un juego intersubjetivo e intrasubjetivo que nos lleva a preguntarnos por los derroteros que toman esos afectos.
El amor. Territorio enigmático y juego de espejos
Desde el punto de vista psicoanalítico, “la experiencia amorosa”, como la denomina Kristeva (1999) está vinculada al narcisismo; pero también es un “crisol de contradicciones y equívocos” pues impulsa y asigna múltiples sentidos a la existencia, aunque a veces se experimenta como “eclipse del sentido”. Estos dos extremos del amor llevan a esta imprescindible autora a atribuirle varios rasgos a este afecto fundamental: “Amor choque, amor locura, amor inconmensurable, amor abrasamiento…” (p. 2). Los puntos suspensivos son leídos por nosotros como una invitación a colocar más calificativos, según la experiencia amorosa de cada lector. Las posibilidades de significación anteriores no implican que el devenir social no ocupe un lugar privilegiado en el estilo de amar de cada ser humano, más bien representan la posibilidad de entender el amor como artificio humano que difícilmente muestra con claridad los elementos que lo originan y lo mantienen; sin embargo, surgen pistas que nos pueden hablar de aquello que ha impulsado la mascarada amorosa.
Uno de los elementos que aparecen muy pronto en la relación amorosa, sobre todo en aquella que se produce entre personas que conforman una pareja, es la ambivalencia con respecto al objeto amado. Evidentemente cuando hablamos aquí de objeto no nos estamos refiriendo a una cosa, estamos hablando de una persona que provoca en otra un conjunto de emociones que la llevan a requerir, con cierto nivel de intensidad, estar cerca de ella, hay con ese objeto un cierto vínculo social. Se ocupa así el lugar de amante, cuando una necesidad imperiosa toma el cuerpo y el pensamiento, obligando a buscar de algún modo esa cercanía con alguien en particular. Pero la ambivalencia se expresa más temprano que tarde, ella muestra el conflicto que el amante tiene consigo mismo y con los otros, contradicción que se produce en el campo de lo que podemos llamar la intrasubjetividad. El amor cubre y muestra a la vez ese proceso intrasubjetivo, las raíces de ese conflicto son inconscientes, es decir, hay un cierto desconocimiento del origen y rasgos del mismo, igualmente se desconocen los móviles inconscientes que nos han llevado a enamorarnos de la persona objeto de nuestro amor.
Freud (1914/2000) afirmó la existencia de dos figuras que promueven el amor, a saber: “El tipo narcisista y el tipo del apuntalamiento … se ama 1. Según el tipo narcisista: a) a lo que uno mismo es (a sí mismo); b) lo que uno mismo fue; c) lo que uno querría ser; d) a la persona que fue una parte de sí mismo propio. 2. Según el tipo de apuntalamiento: a) a la mujer nutricia; b) al hombre protector” (p. 87).
Tanto el tipo narcisista como el de apuntalamiento, remiten a relaciones primarias del sujeto, donde no solo hubo satisfacción de necesidades básicas, también se percibió el placer y el dolor, al ser, o no, satisfechas tales necesidades. Así, la búsqueda de placer y dolor entra en juego, de modo inconsciente, en el encuentro amoroso, en la “elección de pareja. En muchas ocasiones no es la persona en su totalidad la que remite, sin saberlo el amante, a aquellas primeras experiencias: “Extrañamente, no es el objeto todo el que soporta esta valoración, es a partir de un rasgo: la voz, la mirada, el olor, la piel, que, en su sublime desnudez peculiar, el sujeto se sor-prende para llenarlo hasta el rebosamiento” (Aguirre, A. y Vega, E. 1997; p. 51–52). Ese rasgo se torna elemento de fuerte atracción, tal vez de alienación.
Si todo esto es así, de inmediato surgen dos preguntas: ¿el sujeto sabe algo de este proceso cuando siente amor por otra persona?; ¿se quiere saber algo de los móviles inconscientes que llevan a que se produzca el amor? En Psicología de las masas y análisis del yo, Sigmund Freud (1921/1990) ubica dentro del campo del amor “vínculos afectivos muy diversos”. En ocasiones el amor implica una fuerte atracción que ejerce el objeto con el fin de alcanzar una satisfacción sexual, tenemos aquí, según la sintaxis freudiana al “amor sensual”; puede haber otro tipo de afecto amoroso donde se pongan en juego sentimientos tiernos hacía la persona, así como idealizaciones de la misma, donde hay una serie de perfecciones atribuidas al objeto amado, el cual se vuelve grandioso, valioso e indispensable. Se llega a afirmar que el yo ha sido devorado por el objeto amado, sobre todo si se deja de lado la satisfacción de tipo sexual genital, son los casos donde el amante se vuelve un ser desdichado, porque no se accede a la persona amada, no existen satisfacciones de orden sensual que permitan darle otros sentidos a la relación amorosa, hay sufrimiento extremo, gran desesperación y el desamparo pueden habitar el cuerpo del sujeto. Prevalece entonces la idealización del otro y la degradación del yo, es lo que conduce a Freud a establecer una analogía entre enamoramiento e hipnosis, el enamorado parece no tener voluntad, eso puede llevar a un “perjuicio de sí”, a humillaciones diversas. Todo esto impide que al objeto se le apliquen críticas, se le cuestione moralmente, evidentemente Freud está hablando en este texto de cómo el amor puede alcanzar limites donde el sujeto queda completamente alienado a la otredad, pero no son casos aislados o extraños.
Estas propuestas freudianas son puntos de partida al enfrentarnos con situaciones concretas en lo que algunos autores llaman La clínica del amor; (Braunstein, 1992), refiriéndose a las posibilidades que tiene el dispositivo psicoanalítico de explorar y dilucidar los enigmas amorosos. Ahí se observa, pero, sobre todo, se escucha la reincidencia del juego narcisista, de apuntalamiento y especular, que lleva a construir y mantener una relación amorosa en las parejas. En lo escuchado en los distintos análisis individuales, la mayoría de los enamorados requieren que se les refrende cotidianamente el ser amados, sentir de múltiples modos que son objetos valiosos para aquella persona a la cual dirigen su amor. Muchos de los afectos que aparecen en la pareja están en función de que se expresen, o no, evidencias de saberse amado, se demandan permanentemente hechos y palabras donde se ratifique ese amor. Así, si la pareja muestra cariño del modo en que el sujeto lo desea, aparece la alegría, la satisfacción, incluso la autoconfianza, en caso contrario surge la frustración, la tristeza, la decepción, la duda, incluso el odio hacia el otro. En ese interjuego narcisista donde se requiere del otro la producción de imágenes idealizadas de sí mismo, tenemos un territorio fértil para que se presente la ambivalencia antes mencionada, pues nos encontramos en una recreación de demandas y frustraciones reciprocas, que ponen a prueba la subjetividad de cada integrante de la relación, así como la misma alianza amorosa. Sobre todo, cuando muchos de esos afectos que emergen en el vínculo están acompañados de fantasías, de sueños diurnos, donde aparecen escenas que pueden exacerbar esos afectos, convirtiéndolos en verdaderas pasiones que obsesionan, trastornando el cuerpo y la subjetividad en su totalidad.
Además de estos procesos, es indispensable considerar el hecho de que ninguna pareja está aislada, incesantemente aparecen los otros, el contexto social, las instituciones; presencias, aires y discursos de la época actual, o anterior, cruzan las habitaciones donde las parejas desean amarse regodeándose en la especularidad. Siempre hay una geografía politizada donde ocurre el encuentro amoroso, personajes que consciente o inconscientemente se infiltran en la pareja. Esos agentes infiltrados traen su arsenal afectivo particular, con el cual se incorporan de modo conflictivo a la trama de la pareja, ese arsenal se encuentra emparentado a fantasías o sueños diurnos que configuran guiones afectivos y representaciones reciprocas. Esto se hace más evidente en lo que Illouz (citada por Iglesias, 2023) “capitalismo escópico” contemporáneo. De tal manera que las alegrías, frustraciones, tristezas, enojos ligados al juego especular en el que se insertan aquellos que se aman y se odian, pueden ser expuestas actualmente en lo que genéricamente puede denominarse redes sociales, se transita así de la intimidad de la pareja a ser observadas por un amplio público virtual. Las posibilidades dentro de este “complejo industrial escópico” como lo denomina la propia Illouz, son múltiples.
Por otra parte, si hay constantes de tiempo y espacio en la relación amorosa de la pareja, la familia de origen a la que pertenece cada miembro de la pareja entra a la escena amorosa en un momento o en otro. La familia como institución precede a la relación amorosa, dentro de ella un personaje clave es la madre de cada uno de los integrantes de la pareja, ella puede convertirse en suegra, afectando, según la posición que ocupe, la historia emocional de la pareja.
El lugar de la suegra y la producción de conflictos
En su obra Tótem y tabú, Freud (1913/2003) establece una clara relación entre la prohibición, el horror al incesto y el lugar que ha ocupado la suegra en diferentes sociedades. Hace un recorrido riguroso retomando antropólogos que exploraron varias regiones, entre ellas: las Islas Hébridas situadas al oeste de Escocia, parte de Melanesia que incluía a Nueva Guinea, el grupo de Islas llamado Nueva Caledonia en Oceanía, la península de Gazelle al noreste de Nueva Bretaña, algunas partes de lo que hoy se denomina Fiji, país conformado por más de trescientas islas, ubicado también en Oceanía, Bahía de Delagoa en África Oriental y otros lugares. Basado en esas exploraciones identifica una serie de costumbres relacionadas con la prohibición del incesto, su prevención e incluso su castigo; con respecto a nuestro personaje comentó: “La evitación que es con mucho la más difundida, severa e interesante para los pueblos civilizados es la que limita el trato entre hombre y su suegra. Rige universalmente entre los australianos, pero también entre los melanesios, polinesios y los pueblos negros de África. En muchos de estos pueblos existen parecidas prohibiciones al trato inocente de una mujer con su suegro” (p. 21). Indica, cómo en las Islas de Banks si la suegra encontraba en un camino a su yerno, ella tenía que apartarse y darle la espalda mientras el hombre avanzaba a su destino; en Vanua Lava, si la suegra había caminado por la playa, las huellas tenían que ser borradas por el agua para que él pudiera caminar detrás de ella. En las Islas Slomón, se llegó al grado de prohibir al hombre hablar con la suegra a partir de que se hubiera realizado el matrimonio, si la llegase a encontrar debía fingir no conocerla y alejarse corriendo de ella. Curiosa era la costumbre de los Zulúes y Cafres de Sudáfrica, a quienes se les exigía que se avergonzaran de su suegra y evitaran a toda costa estar cerca de ella. A los Basoga, que habitaban el este de Uganda, sí se les permitía hablar con la suegra, pero solamente si estaban en una habitación diferente, de tal modo que no pudieran tener contacto visual.
Entre las explicaciones que daban los antropólogos consultados por Freud para ese distanciamiento encontramos las siguientes: hay angustia en el hombre frente a la presencia de la suegra; la suegra no acepta del todo que el yerno forme parte de la familia hasta la aparición del primogénito. Cuando un investigador tuvo la oportunidad de preguntarle a una mujer Zulú por la prohibición establecida, ella comentó: “no está bien que él vea los pechos que amamantaron a su esposa”. Todas estas prohibiciones Freud las ubica dentro de los que llama esquemáticamente pueblos primitivos, pero también habla de que en los “pueblos civilizados”, el vínculo yerno-suegra es uno de los más “espinosos de la organización familiar”, a tal grado que esos pueblos civilizados, podrían emular a los primitivos y se ahorrarían muchos problemas. Una de las estrategias que emplean los pueblos, supuestamente civilizados, para enfrentar y organizar esa complicada relación es el chiste sobre la suegra; esto demuestra, según la mirada freudiana, que hay un vínculo complicado y “ambivalente” con respecto a la suegra. Esto tiene estrecha conexión con la apetencia incestuosa que operó con los primeros objetos de amor del infante, el deseo de cercanía y el rechazo se expresan nuevamente en la relación con la suegra. Lo mismo le sucede a ella con sus propios hijos y el yerno, su apego extremo a los hijos se desplaza hacía el yerno, convirtiéndose en un afecto contrario. El rechazo, la molestia, encubren, desde esta lógica, deseos inconscientes.
En esta misma dirección y tratando de seguir las huellas freudianas, Sánchez (2013) se refiere a la suegra como “acompañante latente de la pareja”, al grado que ella aparece en “el enojo y la alegría”, por supuesto en los conflictos de la pareja. Su presencia es tan constante que puede convertirse, según Sánchez, en una “pesadilla” para el yerno, pues: “La madre del yerno es la madre buena, la suegra es la madre mala, la madre castradora con la que se rivaliza por el poder de influjo sobre la esposa-hija” (sin p.). A pesar de cierto esquematismo y tendencia a la generalización, en Sánchez se observan referencias valiosas al influjo del poder de la familia política en el devenir de la pareja, poder personificado en la suegra, así como en las emociones y fantasías que ella provoca, al grado de que este autor llega a decir que para el yerno la suegra representa una “bruja”.
En esa lógica de no ahorrarse calificativos en el intento de ir más allá de las apariencias, encontramos a Lepp (1975) quien señala que sobre todo las madres del hijo único consideran a la nuera como “intrusa”, al ser “culpable” de arrebatarles lo más valorado para ellas: “Suponer que otra mujer puede hacer feliz a su hijo parece, a muchas madres, una especie de blasfemia contra la eminente dignidad materna” (p. 153). Lepp indica que una vez que se llega al matrimonio, los integrantes de la pareja se percatan de que no solo se han establecido compromisos entre ellos, también con sus respectivas familias “y su medio”
Pero ¿qué sucede en el vínculo nuera-suegra? Simón (2017), retomando planteamientos de la psicoanalista rusa Sabina Spielrein, refiere que las huellas de la madre se imprimen en la naciente subjetividad del infante. El artículo escrito por Spielrein, y en el que se apoya Simón, es de 1913, mismo año en que Freud da a conocer Tótem y tabú, el texto de Sabina Spielrein llevó por título La suegra. Ahí hace fuertes cuestionamientos al patriarcado de su época y toma cierta distancia de Sigmund Freud, concentrándose en la relación: madre, suegra, hija. Hablando de la posibilidad de que la madre se alegra, se llena de dicha por el matrimonio de su hija y no tanto por el de su hijo. Estas diferencias de afectos son una pista para valorar el tipo de relación que existe entre la madre y la hija, así como el que se produce entre la suegra y la nuera. Trinidad Simón dice que Spielrein toma en consideración el lugar de la mujer occidental a principios de siglo XX. Si la madre se alegra de que su hija quede protegida en el matrimonio, es porque ha reconocido la falta de independencia de las mujeres de la época y los riesgos que tiene la soledad para una mujer. No se ignoran pues los movimientos afectivos de la madre con respecto a la hija.
Spielrein lanza así un cuestionamiento al lugar asignado a la mujer burguesa en los albores del siglo XX. La madre se alegra también porque a través de la experiencia de la hija vive su propia vida, reencontrándose con la juventud de otros tiempos, donde ella fue deseada. En el caso de los sentimientos que se despiertan cuando el hijo se casa, se observa aquí el virtual ejercicio de un poder que asecha a la pareja, pues para la suegra no es fácil aceptar que su hijo ame a otra mujer, le es difícil renunciar a él; la envidia y los celos pueden atrapar su cuerpo; para la madre de ella, en tanto que es fácil querer vivir de nuevo su juventud o lo que no se produjo en ese momento, es probable la aparición de figuras de enjuiciamiento dirigidas tanto al yerno como a la propia hija, figuras que buscan que las cosas sean de la manera en que la madre de la hija desea. Al insistir en esas figuras, puede quedar decepcionada y molesta ante las decisiones tomadas por la pareja alejadas de sus propósitos.
La suegra puede transformarse así en incestuosa e invasiva, mostrando abiertamente afectos como la decepción, el enojo, la frustración, de tal manera que la conviertan en una persona con la cual sea muy difícil convivir y negociar. A su vez esas figuras invasivas y la manifestación de los afectos pueden traer otro caudal de afectos en cada uno de los integrantes de la pareja, haciendo la relación muy áspera entre ellos, al generarse alianzas inconscientes con las respectivas madres, entre la pareja contra las suegras o contra una de ellas. La dificultad de renuncia al hijo o a la hija, parece estar sosteniendo tanto el ejercicio de poder como la serie de afectos que emergen en la suegra; el mismo fenómeno puede operar en cualquiera de los integrantes de la pareja, al hacer alianza con su propia madre y no posibilitar cierta autonomía de la pareja.
Singularidad de las historias y el lugar de la suegra
Conviene señalar ahora que los argumentos planteados hasta aquí representan coordenadas teóricas para esclarecer este campo de interés y para desempeñar parte de nuestro trabajo clínico, de ningún modo encarnan verdades absolutas e inamovibles, si adquirieran tal estatuto impedirían acceder a eso que Freud (1911–1913/1996) denominó atención flotante. Es en nuestra práctica clínica donde se despliegan esta serie de afectos ligados a la suegra, ellos traen consigo fantasías, pensamientos, juicios, incluso trastornos corporales. Todos estos elementos se entrelazan, siendo muy complicado establecer límites precisos entre ellos, se presentan más bien como amalgama que irrumpe en muchos casos a través de una palabra ligada al llanto, al desprecio, al enojo.
Ahí encontramos el afecto entrelazado a un discurso del sujeto al interior de la situación analítica, esto también mueve los afectos y fantasías del analista, pero las que se exploran son las del analizante, a él, o ella, se le plantean preguntas, se subrayan o enfatizan palabras enunciadas, para que explore su historia, para que no se regodee ni se empantane en el afecto mostrado, se trata de que surjan otros afectos, otros pensamientos ligados a un ejercicio de la memoria, la intención es que se produzca un posicionamiento distinto del sujeto respecto a sí mismo y los otros, de tal modo que puede emerger un proyecto de vida diferente.
Algunas mujeres analizantes, hablan en sesión de la manera en que su suegra se hace presente en el vínculo amoroso, en ocasiones se refieren a la manera en que insiste en involucrar a la pareja en algún proyecto económico que le interesa mucho; en otras ocasiones a las analizantes se les nota muy enojadas al narrar detalles sobre la preferencia de la suegra por otro de sus nietos ignorando descaradamente a la hija de la analizante. Es evidente el malestar cuando alguna suegra quiere imponer sus creencias religiosas, invitando a participar en algún tipo de ritual que está muy distanciado de las creencias y convicciones de la nuera. Si la suegra tiene poder económico y por esta razón pretende ejercer cierto dominio en la pareja, especialmente en su propio hijo, la nuera entra en estado emocional donde la rabia es una de las principales características. En varias ocasiones se habla de la imposibilidad de hablar abierta y serenamente con la suegra respecto a estos temas incomodos para llegar a ciertos acuerdos. Afectos, pensamientos y juicios laten con fuerza ligados a los desacuerdos e intromisiones, en la mayoría de los casos el malestar es expuesto ante el marido y al percibir en éste el desconcierto, la duda, ellas toman la decisión distanciarse de los propósitos de la suegra esgrimiendo algún pretexto, para no generar en la suegra el descontento; pero dejando claro que no están de acuerdo en las propuestas de la suegra y que de ninguna manera aceptaran someterse a sus designios. Llegan a decir que les cuesta mucho trabajo convivir con la suegra en situaciones triviales como una comida familiar, un pequeño viaje. Cuando la suegra muestra sus opiniones respecto a la forma en que se están educando a los hijos de la pareja, esto se vuelve una nueva ocasión para que en la nuera emerja el enojo que a veces se llega a manifestar, generando un clima de tensión que apunta a la violencia.
La suegra, por su parte, parece tomar nota de la distancia que va poniendo la nuera y de los pequeños o grandes desacuerdos económicos, religiosos, educativos. En muchas ocasiones es a través de su pareja que la nuera se entera de las reacciones de la suegra, el marido comunica que su propia madre se encuentra molesta o plenamente enojada por las reacciones de la nuera ante sus sugerencias o propuestas. La tensión emocional asecha a la triangulación madre (suegra), hijo y esposa (nuera). Es de llamar la atención que las analizantes se quejen permanentemente de la pasividad de los esposos ante las expresiones de las suegras, esta manera de posicionarse de los esposos ante los propósitos de sus respectivas madres, genera mucho enojo pues consideran que con ese tipo de actitudes se está legitimando que las suegras sigan invadiendo el espacio de la pareja. La repetición de estas situaciones genera entre las parejas confrontaciones que no siempre tienen como resultado acuerdos, generalmente son escenas donde se expresan enojos, pero difícilmente se analiza con serenidad las causas y consecuencias de las intromisiones de la suegra tanto en el presente como en el futuro inmediato. Parece que solamente uno de los integrantes de la pareja siente que se ha invadido un territorio exclusivo, o si se percibe por parte del esposo (hijo) esa invasión, no se está en condiciones subjetivas para colocar ciertos límites que hagan patente la autonomía de la pareja.
Hacer referencia a estas modalidades de vínculo, permite interrogarse en torno a lo qué sostiene este tipo de relaciones entre la suegra, el marido y la nuera. Vemos en este tipo de expresiones un cierto nivel de alianza inconsciente, Donde la agresión y el sometimiento adquieren signos singulares en una triangulación. En las analizantes aparece esta queja recurrente, así como esfuerzos permanentes de tomar distancia de la suegra; la suegra por su parte, según lo narrado por las analizantes, no deja de insistir en sus intromisiones, “invadiendo el espacio” de las parejas, mientras el hijo muestra una pasividad y sumisión ante la madre que desespera a las analizantes; si la suegra tiene esposo, generalmente aparece borrado, débil. Se han construido alianzas inconscientes, cuya repetición parece interminable, alianzas que al estar trabajando en transferencia es indispensables colocarlas como parte de los síntomas de la analizante. Siguiendo los planteamientos de Kaës (1993) podemos reconocer en esta triangulación un grupo donde una de sus principales características es: “el goce mutuamente sostenido por los juegos cruzados de excitación, de apoderamiento o del apartamiento, de la dominación, de la sumisión o de la renuncia” (p. 58). Esta última parece tener muy poca fuerza para instalarse y armar un lazo social en el caso que nos ocupa, donde se reconociera claramente las filiaciones y los parentescos que sostienen una estructura familiar; la madre-suegra, según las representaciones de las analizantes, está imposibilitada para tomar distancia sexual de su hijo; goza con él y él parece someterse sin muchas protestas a ese goce, la suegra involucra a la nuera, de quien también pretende gozar.
La analizante hace esfuerzos permanentes por no permanecer como objeto de goce. Aludir en el dispositivo analítico a las situaciones experimentadas con la suegra y asociarlas a otros sentimientos, a otros tiempos y personajes de su historia, es una manera de ir distanciándose en los hechos de esa trama violenta. Los afectos dirigidos a la suegra han servido de balsa para transitar a otras aguas que conforman el río revuelto de su historia; seguramente la suegra ha hecho algo para que esos afectos iniciales se presenten, pero ellos también han adquirido fuerza debido a la trama intrasubjetiva de la analizante en cuestión, la cual se explora a través de la palabra generalmente ligada al afecto. Con este trabajo asociativo se accede tanto a procesos intersubjetivos, como intrasubjetivos, y por supuesto trasnsubjetivos, estos últimos implican la posición del sujeto en la trama de las generaciones; se hace así inteligible el pasaje que va de la realidad psíquica singular a las formaciones psíquicas compartidas en la pareja, la familia, los grupos y las instituciones.
Las alianzas inconscientes representan el paradigma de este tipo de formaciones psíquicas; desde esta perspectiva queda claro que para Kaës (1993) los espacios colectivos mencionados son un lugar de manifestación y producción de lo consciente, pero igualmente representan lugares de trabajo del inconsciente, por lo que en esos espacios sociales es posible reconocer producciones subjetivas de diverso orden. Se configura, en este autor, una denominación de sujeto apegada a las propuestas freudianas: “El concepto de sujeto del grupo define una zona, una dinámica y una economía de la conflictividad psíquica en las cuales se inscriben todas las componentes del conflicto y de la división propias del sujeto del inconsciente. Es, en efecto, siempre en sí-mismo donde el sujeto del inconsciente, idénticamente sujeto del grupo intersubjetivo y sujeto de la grupalidad psíquica, está en conflicto, en división, en clivaje” (p, 371). En esta perspectiva, las alianzas inconscientes implican la construcción de “pactos”, de “contratos”, la mayoría de las veces constituidos de modo inconsciente, pero que llevan consigo “obligación” y “sujeción”. Las grupalidades son habitadas por alianzas inconscientes y en esa medida se ven sometidas a una tensión permanente donde encontramos: el despliegue de la rivalidad, o el dominio de ella para la posible emergencia de lo que Freud (1923) designó como “sentimientos sociales”; no está por demás señalar que domeñar esa rivalidad es posible gracias a la prohibición de la agresión al prójimo, la cual pone las condiciones para que se genere una identificación con el otro que en algún momento fue considerado rival.
En la triangulación explorada ahora, la rivalidad entre suegra y nuera es algo permanentemente presente, esto parece mostrar las enormes dificultades que se tienen para asumir e interiorizar plenamente la prohibición del incesto, esas dificultades ponen las condiciones para trasgredir los imites de la consanguinidad sin reconocer las estructuras de parentesco. Se tienen ciertas evidencias para reconocer los problemas de la madre para separarse de su hijo, también los conflictos de éste para distanciarse del poder ejercido por aquella. Se experimenta así una trama intersubjetiva sui generis donde el goce se despliega con fuerza e intensidad y el lazo social está en riesgo, tal y como lo dice Gerber (2024), al seguir las huellas de Jacques Lacan, la intimidad es invadida, trasgredida, no parece haber lugar para el secreto, para la privacidad. A pesar de que Gerber no alude a la triangulación explorada aquí, se retoman en este momento algunos de sus planteamientos para señalar que la madre-suegra intenta colocarse en el lugar del poder, del Otro; ella quiere verlo todo, dirigirlo todo: “Lo ve todo con una mirada inoportuna, intrusiva o invasora, que quiere ver y saber todo, todo el tiempo. Se trata, entonces, de establecer lo que puede poner un límite a ese deseo sin límites” (p. 251). En gran medida así perciben algunas analizantes la presencia de la suegra, evidentemente esa representación está articulada a la intrasubjetividad de las analizantes, pero no podemos descartar por esa razón los vínculos que se organizan generando producciones objetivas y subjetivas. Por eso ahora se ha enfatizado una gramática de los afectos que construye permanentemente figuras cuya apariencia está sostenida en procesos inconscientes que pueden ser explorados en el dispositivo analítico. Tenemos así un territorio social específico principalmente armado por tres personajes donde hay elementos del imaginario social pero también vínculos precisos con aquellos que se convive cotidianamente.
Conclusiones
La suegra ha ocupado un lugar relevante en la cultura a lo largo de historia, los chistes han sido un terreno fértil donde se muestra una imagen de esta importante protagonista de nuestra vida social. La televisión, como invento contemporáneo, ha dado cuenta de su influjo en la trama de la pareja; en México, país que participa como productor, exportador e importador en la industria de las telenovelas, es muy difícil olvidarse de Catalina Creel, personaje siniestro de Cuna de Lobos, a pesar de que muy pocos saben que ese personaje habitó primero en la imaginación de Carlos Olmos, escritor chiapaneco prolijo y multipremiado. La telenovela fue dirigida por Carlos Téllez; magistralmente personificada por la actriz María Rubio, Catalina Creel es la suegra perversa que elige el destino de sus hijos, sus nueras y quiere incidir en el de su virtual nieto. Por otra parte, hacía el final de la serie The Crown (La Corona) se exhibe una interpretación del vínculo que tuvieron la Reyna Isabel II de Inglaterra, el Príncipe Carlos y la Princesa Diana. En esta producción británica, que se debe a Peter Morgan y a la dirección de Benjamin Caron y otros dos directores, se muestra una versión de la política íntima familiar entrecruzada con la política pública del reinado de Isabel II, en varios momentos de las dos últimas temporadas se hace patente el gran poder que ejerció la Reyna sobre muchos de los integrantes de la familia real, pero particularmente sobre Carlos y Diana; con mucho oficio, la serie expone tanto los vínculos intrafamiliares como los conflictos internos de cada personaje, siempre evidenciando el amplio dominio de la Reyna al interior de la familia, específicamente sobre el heredero del trono y la famosa Diana de Gales.
Estas tramas muy conocidas donde la suegra tiene una autoridad considerable, son convocadas ahora para ilustrar el gran interés y atracción que esta figura ha ejercido, a tal grado que se convierte en un producto muy rentable en el capitalismo contemporáneo, produciendo colateralmente algunos indicios para esforzarnos en dilucidar en torno al lugar que la suegra ha ocupado a lo largo de la historia en los distintos tipos de sociedades y familias. El interés por mostrar públicamente cómo la presencia y acciones de la suegra tienen efectos en la familia no es reciente, se ha encontrado una comedia escrita por Publio Terencio Afro, cuyo nacimiento es situado por Montes (2012) cerca del año 190 a. C. Publio Terencio desempeñó su labor de dramaturgo en la Antigua Roma, según Montes estrenó la obra denominada “La suegra” en el año 150 a. C.; a Publio Terencio le había servido de modelo una comedia anterior del mismo nombre escrita por Apolodoro Caristio. Era la época en que competían por el público romano los gladiadores y el teatro.
Pero mostrar no es suficiente, cuando se está inserta en una trama particular donde una suegra tiene un poder que ejerce a través de diferentes vías de acoso e invasión en la vida íntima de una pareja específica. Se requieren formas de conceptualización de la trama familiar en la que se está inmersa o inmerso, también es indispensable realizar cierto tipo de trabajo psíquico para explorar si es posible lograr la transformación de esos vínculos. En ese horizonte aparece el psicoanálisis como una posibilidad de dilucidación e intervención, al respecto Roudinesco (2003) ha señalado lo siguiente: “La concepción freudiana de la familia, como paradigma del surgimiento de la familia afectiva, se apoya en una organización de las leyes de la alianza y la filiación que, a la vez que postula el principio de la prohibición del incesto y la confusión de las generaciones, lleva a cada hombre a descubrirse poseedor de un inconsciente y, por lo tanto, distinto de lo que creía ser, lo que lo obliga a apartarse de cualquier forma de arraigo. En lo sucesivo, ni la sangre, ni la raza, ni la herencia pueden impedirle acceder a la singularidad de su destino. Culpable de desear a su madre y querer asesinar a su padre se define, más allá y más acá del complejo, como el actor de un descentramiento de su subjetividad (p. 95).
Para Roudinesco (2003) “La novela familiar freudiana”, al plantear la universalidad del Complejo de Edipo, recalca que al interior de la familia el amor, el deseo, el sexo y la pasión ocupan un lugar privilegiado, al grado de colocar esa célula social en los límites de lo trágico, cuando los apegos afectivos intensos se transforman en violencia al interior de ese átomo, donde la dialéctica separación-unión juega un papel crucial, así como la autoridad de los padres y el deseo de los hijos. El mismo Freud (1908–1909/1981), al referirse a La novela familiar del neurótico, habló de la necesidad de liberarse de la autoridad de los padres, ubicó ese proceso como “normal” y como un “progreso” para la sociedad en su conjunto, pero también doloroso en su devenir, al grado de que una característica fundamental de los neuróticos es el fracaso en esa tarea de liberación. Según lo planteado por Freud, a ese desprendimiento de los padres colabora todo un trabajo psíquico que realizan los niños y los adolescentes, donde el juego, la sexualidad y la fantasía tienen un importante papel. Pero, cómo hemos visto en lo anteriormente expuesto, la madre-suegra puede tener serias dificultades para aceptar la separación, así como para admitir la voluntad de su hijo por involucrarse afectivamente con otra mujer; la intrasubjetividad de esa madre la impulsa a inmiscuirse en las relaciones de pareja, a invadir la intimidad, a espiar, vigilar y opinar en torno a lo que debe ser una pareja que debería ser colocada en la trama de la sucesión de las generaciones; la suegra quiere ser protagonista de una historia que ya no es la suya. Su omnipresencia puede impulsar entonces alianzas inconscientes como las que plantea Kaës (1993) y que derivarán, según lo expuesto aquí, en conflictos familiares, que colaboran al sufrimiento de los integrantes de ese grupo, debido al torbellino de afectos no elaborados en los que se ven envueltos. El grupo aparece entonces, tal y como lo señala este autor, como espacio articulado al malestar de la cultura en “la sociedad moderna”.
Para concluir se señala que, desde hace varios años, lo que se ha llamado el Giro Afectivo, ha dado un lugar relevante a las emociones en las distintas colectividades, consideramos que esta tendencia posibilita una mejor comprensión del acontecer histórico social colocando las posibilidades para incidir en él. En esa dirección estamos de acuerdo con Arfuch (2016), cuando señala que los afectos son prácticas sociales y culturales, por lo tanto no se restringen a estados psicológicos, se asumen en el cuerpo social al grado de proporcionarle cierta cohesión, están ligadas a sensaciones corporales, y si nos preguntamos “qué hacen”; reconocemos que esos afectos bien pueden colaborar a la cohesión del cuerpo social, pero también pueden degradarlo, se puede agredir grupalidades e instituciones, generar conflictos. Tales son las posibilidades en las que puede colaborar la suegra en el mundo capitalista contemporáneo; la suegra hace su política, tiene su propia historia dado que también fue hija y se involucró en relaciones afectivas. ¿Será posible que reconozca que el incesto está prohibido?, ¿que su hijo o hija no le pertenecen?, ¿es viable la aceptación de que los amorosos necesitan su tiempo y su espacio, para resolver la voracidad de las demandas idealizadas que ellos se hacen cotidianamente? Será necesario explorar grupalidades específicas, ir al caso por caso, para ver si es factible aceptar que, tanto los impulsos como los afectos de la suegra, pueden ser un verdadero obstáculo para que la pareja tramite sin violencia sus propias demandas y afectos, para que haga su política amorosa, tierna, solidaria y pueda proyectar un futuro inmediato y a largo plazo. Tarea difícil en las condiciones actuales, pero tampoco ha sido fácil para las generaciones anteriores.
Referencias
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Téllez, C. (1986–1987) Cuna de Lobos (telenovela). Producciones TELEVISA.
Notas
- Facultad de Estudios Superiores Iztacala (FESI), Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Correo: jorevel@unam.mx. ↑
- Este texto es producto del Proyecto de Investigación: Psicoanálisis, Subjetividad y Procesos Educativos, de la FESI/UNAM. ↑
