Revisión crítica de las concepciones binarias en los procesos de subjetivación contemporáneos
Graciela E. Flores1, Diana G. Poblete2 y Zunilda G. Campo3
Universidad Nacional de San Luis
Resumen
Este artículo corresponde a un recorte de una investigación más amplia que indaga la subjetividad femenina desde la teoría psicoanalítica y los estudios de género en el contexto cultural actual. La articulación entre ambos permite pensar ciertos desafíos que se presentan en la clínica de hoy.
Se intenta realizar un análisis crítico de la vigencia de la bipartición identitaria de los géneros para poder comprender las prácticas de la sexualidad.
Abordar la sexualidad como experiencia de dimensión sociohistórica implica poner en cuestión la correlación dentro de una cultura entre los campos de saber, los tipos de normatividad que se establecen, las prácticas eróticas que se visibilizan y las formas de subjetividad que se construyen.
Palabras clave: Psicoanálisis, estudios de género, concepciones binarias, procesos de subjetivación
Abstract
This article is part of a larger research project which studies feminine subjectivity from a psychoanalytic perspective and from the gender studies viewpoint in the current cultural context. The link between both perspectives makes it possible to consider certain challenges that practice presents today.
We try to analyse critically the validity of gender identity splitting so as to understand sexuality practices.
To deal with sexuality as an experience of the socio-historical dimension implies the questioning of the correlation among the knowledge fields, the types of regulations established, the visible erotic practices, and the subjectivity forms construed within a culture.
Key Words: Psychoanalysis, Gender Studies, Binary Conceptions, Subjectivity processes
Introducción
El campo interdisciplinario de los estudios de género se articula con las teorías y prácticas psicoanalíticas para generar intervenciones alternativas en la tarea clínica.
Desde este enfoque se estructuran consideraciones referidas a las relaciones de poder, tales como se observan en el contexto de una dominación social masculina que está en declive pero que aún no fue superada, con la atención dirigida al deseo, que ha caracterizado la mirada del psicoanálisis.
Con el advenimiento del siglo xxi han ido cobrando cada vez mayor visibilidad diferentes modalidades amorosas, conyugales, eróticas y parentales que —en su conjunto— estarían dando cuenta de profundas transformaciones en los modos de subjetivación contemporáneos.
El objetivo de este trabajo es realizar un análisis crítico de la vigencia de la bipartición identitaria de los géneros.
El desafío principal es poder pensar cómo se constituyen los psiquismos en relación con la diversidad de las prácticas sexuales y de las relaciones asimétricas de poder entre los géneros.
Nuevas configuraciones en los procesos de subjetivación contemporáneos.
Desde una mirada histórica muy general, puede decirse que de la mano del surgimiento de la sociedad industrial, las democracias representativas, el libre mercado y las colonias, la familia nuclear burguesa y el amor romántico formaron parte de la construcción de los modos de subjetivación y objetivación —tanto hegemónicos como subordinados— que se desplegaron desde el surgimiento del capitalismo.
En las sociedades occidentales, la modernidad fue conformando una experiencia por la que los individuos iban reconociéndose sujetos de una “sexualidad”. Pensar la sexualidad como experiencia de dimensión sociohistórica, implica poner en consideración la correlación dentro de una cultura entre los campos de saber que se inauguran al respecto, los tipos de normatividad que se establecen, las prácticas eróticas que se visibilizan y las formas de subjetividad que se construyen.
Tomar esta perspectiva implica apartarse de los criterios que hacen de la sexualidad una invariable. Asimismo, significa sostener la problemática del deseo como parte del campo sociohistórico, es decir, tomar en consideración la complejidad y especificidad de sus sucesivas transformaciones.
Considerar la sexualidad como una experiencia histórica implica poner bajo análisis los tres ejes que la constituyen: la formación de los saberes que a ella se refieren, los sistemas de poder que regulan sus prácticas y las formas según las cuales, los individuos pueden y deben reconocerse como sujetos de esa sexualidad. Supone trabajar con un criterio histórico-genealógico que permita desesencializar normatividades conceptuales y criterios morales, analizar las relaciones entre la producción de saberes sobre la sexualidad y las estrategias de los poderes con respecto a ella. También es necesario puntualizar en cada momento sociohistórico las características de aquello que se pone en discurso en relación con las prácticas eróticas y los placeres. Es relevante distinguir en cada época los criterios de normalidad-anormalidad, moralidad-amoralidad, legalidad-discriminación, institucionalización-clandestinidad, libre circulación-encierro. Es decir, los modos de disciplinamiento que operan en una época en relación con las prácticas eróticas.
En virtud de estas operaciones se vuelve pertinente considerar las transformaciones actuales de los lugares tradicionales de hombres y mujeres, denominados a partir de un momento histórico, heterosexuales, homosexuales y bisexuales, así como también al despliegue de las hoy llamadas diversidades sexuales. Estas operatorias implican desnaturalizar las mismas nomenclaturas, “hetero”, “homo”, “bisexual”, etc., en tanto aún hoy, éstas tienden a operar como sostén de la identidad.
Uno de los puntos que se vuelve necesario indagar es desde qué lógicas de la diversidad resisten las definiciones identitarias clásicas y cómo se van configurando estas lógicas de la diversidad en un mundo donde hasta hace tan poco tiempo primó una episteme exclusivamente binaria.
En la actualidad se desnaturaliza el orden sexual moderno y sus modalidades específicas de producción de identidades sexuales. Tal ordenamiento se ha configurado y desplegado a lo largo de la modernidad occidental desde una lógica identitaria. Pensar la sexualidad de este modo ha configurado un particular ordenamiento por el cual las prácticas sexuales otorgan identidad. Según el sexo del partenaire, se dice que alguien es “heterosexual” o que es “homosexual”. Esta operatoria define la identidad por el rasgo, es decir, en este caso el tipo de elección de compañero sexual, como totalidad que define y otorga identidad, operando en el orden del ser.
Esta modalidad de construcción de las sexualidades en clave identitaria se denomina binaria porque fija sólo dos términos (hombre-mujer, heterosexual-homosexual). Es atributiva porque asigna determinadas características y no otras a las personas que portan tal identidad. También es jerárquica porque ha posicionado las opciones sexuales no heterosexuales como “la diferencia”. Este modo, propio de la modernidad, de pensar la diferencia como negativo de lo idéntico, en el mismo movimiento que distingue la diferencia, instituye la desigualdad social y política de tales diferencias. Esta lógica binaria, atributiva y jerárquica ha conformado los a priori epistémicos, políticos, éticos, científicos y estéticos. Estos han provocado desigualdades, desde diferencias étnicas o religiosas, de género y de clase, hasta las opciones sexuales que no responden a criterios heteronormativos.
La sexualidad, la heterosexualidad, la homosexualidad y la bisexualidad han configurado el dispositivo de la sexualidad moderna que ha “ordenado” los imaginarios sociales y las prácticas eróticas, amorosas, conyugales y parentales específicas. También estableció los principios de ordenamiento de sus saberes científico-conceptuales, sus taxonomías, abordajes e intervenciones profesionales, valoraciones morales, estéticas, entre otros.
Tal ordenamiento configuró una fuerte amalgama entre sexo biológico —hombre y mujer—, géneros masculino y femenino y sus atribuciones correspondientes: deseo heterosexual —activo para los varones, pasivo para las mujeres— y prácticas eróticas específicas de acuerdo con estas distinciones.
En la medida en que se combinaran debidamente sexo biológico, deseo, género, prácticas eróticas y amatorias en una identidad sexual masculina o femenina, el orden sexual estaba asegurado.
La desarticulación entre sexo biológico-deseo-género-prácticas eróticas y amatorias, con independencia de las opiniones que generen, abren interrogantes e interpelan a muchas de las conceptualizaciones con las que hasta ahora, la psicología y el psicoanálisis han abordado estas cuestiones.
En la actualidad, un pequeño pero significativo grupo de poblaciones rechaza ser nombrado como femenino o masculino, rehúsa la categorización de género. Las teorías de transgénero, los términos género neutro o variantes de género pertenecen ya de manera real al vocabulario cotidiano de ciertos grupos sociales de nuestro siglo.
La cirugía, los cambios fluidos de identidad de género, un continuum entre lo masculino, lo femenino y lo tercero, la alteridad, la incertidumbre. Se intenta indagar cuáles son los diferentes significados inconscientes de estos nuevos fenómenos. Es decir, qué significa la apertura a la diferencia, a la multiplicidad de culturas e identidades y a la diversidad cultural. En la actualidad aún no conocemos cuál será el futuro del concepto de género.
Tal como es percibido hoy este concepto puede engendrar la ilusión de libertad, de escoger una vida sin límites, donde la fusión y la posibilidad del todo concurren, y donde en ciertos casos, lo ominoso es lo que predomina.
En estas sexualidades postmodernas, en el marco de estos nuevos conceptos de género, los límites tienen que ser remodelados. Surgen así múltiples interrogantes. Uno de ellos es si tiene sentido destruir el binarismo cultural y/o biológico. Es decir, pensar sobre la necesidad de lo binario, de las múltiples psicosexualidades y de las variadas caras del género de lo humano.
Se trata de investigar qué diferencia supone en la constitución de la experiencia social de un sujeto, que tenga un cuerpo específicamente femenino o masculino, aunque éste sea el resultado de transgresiones o de la ruptura de límites. El género fluctuante se disfraza y lo que cuenta es cómo desea uno/una ser nombrado/a.
La forma dominante de la sexualidad, la heterosexualidad, ligada a la regulación social de la sexualidad, está condicionada por el género y su dimorfismo. Esto produce una subjetividad instituida, que tiene en el sexo un componente fundamental de su constitución y disciplinamiento.
Es una época donde, además del aplanamiento de las diferencias de género, asistimos a la existencia de múltiples géneros: transexuales y travestis coexisten con el binarismo femenino-masculino, propio de la división tradicional.
Toda esta situación da lugar a la necesidad de deconstruir los lugares psíquicos que cada uno se asigna o asigna al otro.
Un obstáculo epistémico fuerte es el binarismo y la oposición: con frecuencia una definición que un varón hace de sí mismo es no ser mujer, o mostrarse lo menos mujer posible.
La organización de sentido que resulta de interés considerar es aquella que resalta el carácter ficcional de la división de géneros, donde cada encuentro irá produciendo maneras de “actuar” mujer y de “actuar” varón. Las prácticas de género son performativas, las conductas no son la expresión de una esencia, sino que esas prácticas son el género que dicen expresar (Butler, J. 1990).
Subjetividad femenina
Según considera Bourdieu (1991), la representación androcéntrica de la reproducción biológica y de la reproducción social se inviste de objetividad, y esto genera consenso acerca del sentido de las prácticas sociales. Esta experiencia intersubjetiva de las relaciones de dominación, adquiere materialidad. Bourdieu considera que las relaciones de dominación son el producto de un trabajo incesante (y por lo tanto, histórico) de reproducción.
En este orden de dominación, el dispositivo central para la reproducción del capital simbólico es el mercado matrimonial: allí las mujeres aparecen en condición de objetos que contribuyen a perpetuar o a aumentar el capital simbólico detentado por los hombres. Bourdieu objeta la lectura semiológica característica de la antropología estructural y tampoco acepta la lectura economicista que deriva del marxismo: destaca en cambio la dimensión política de las transacciones matrimoniales. Las mujeres intercambiadas no son, desde su perspectiva, ni símbolos (al estilo levistraussiano), ni mercancías, sino dones.
Este enfoque resulta apropiado para la comprensión de los intercambios sociales tradicionales, pero también se considera útil para analizar la condición femenina y las relaciones de género, en las uniones no tradicionales que proliferan en las sociedades actuales.
El psicoanálisis, por su parte, contiene diversas y muchas veces opuestas posturas teóricas en relación con las concepciones sobre la mujer y la diferencia sexual.
Para Freud, la sexualidad femenina se presenta como un enigma, que aparece como versión mítica de enunciados teóricos en sí mismos problemáticos. Su organización como mito presenta dos vertientes: por un lado, organiza la angustia frente a la diferencia, pero por el otro, funciona como obstáculo a la subjetivación femenina.
En este contexto, el concepto de enigma subsiste hasta la actualidad y su condición mítica explica, en gran parte, su supervivencia. Los mitos se perpetúan por un fenómeno de inercia, de tal manera que los mitos del pasado y del presente coexisten en el imaginario social.
Esto implica deconstruir la sexualización del enigma en el sentido de desarticularlo de ese anudamiento estricto que lo localiza en el campo de la mujer.
La primera cuestión es si debemos considerar que el enigma es lo femenino o si al homogeneizar ambas categorías: enigma=femenino, se estarían desplazando sobre lo femenino angustias referidas a la diferencia sexual, al deseo, a la finitud.
Cabe señalar que Freud, dedicó dos trabajos en relación al enigma de la mujer: “La femineidad” (1933), emparentable con lo que llamamos género y “La sexualidad femenina” (1931). No existe en cambio en su obra, un texto sobre la masculinidad, que queda en el lugar de la norma, o sin necesidad de especificación particular.
Por otra parte, las problemáticas que generan el concepto de enigma están entrelazadas con los modos binarios de pensamiento. Estos esquemas binarios tienen sus límites en la tendencia a cerrar el problema en falsas opciones.
Las concepciones binarias entre las que se incluyen la polaridad masculino-femenino se prestan por su lógica de polaridades al ejercicio de relaciones de poder. A la inversa, las relaciones de poder organizan relaciones binarias.
De esta manera, se organiza un campo identificatorio en el que el varón o la niña se posicionan como tales, en un registro imaginario en que se configuran sistemas de ideales acerca de la masculinidad y la femineidad. Se despliegan configuraciones y trayectos fantasmáticos, y toman forma de mitos y sagas sobre los orígenes. Esto implica una violencia psíquica adicional, propia de los estereotipos y mitologías sobre el género asignado.
A su vez, estos sistemas de ideales referidos a lo masculino y lo femenino marcarán una geografía en cuanto al recorrido del deseo, delimitarán placeres permitidos y prohibidos, señalarán el lugar a los afectos y las emociones, al cuerpo y su intimidad o exhibición, promoverán, en mayor o menor medida el empuje a la separación, y éstos diferirán en el varón y la niña.
Los sistemas de ideales no son un implante mecánico y directo de la cultura. Se constituyen a través de sutiles y complejas intersecciones entre los saberes vigentes sobre la diferencia sexual y la figura materna, como campo de intermediación, con sus propias identificaciones y sus modos de resolución edípica.
La propuesta de Glocer (2001) es que diversidad y diferencia no son lo mismo. La primera atañe a los ideales imaginarios masculinos o femeninos, en parte inconscientes y en parte preconscientes, que serán eventualmente simbolizados como ideal del yo. Estos ideales marcan un campo identificatorio, en un “antes” del acceso a la diferencia sexual.
La diversidad identificatoria, la diferencia deseante y la heterogeneidad anatómica interactúan en relaciones de convergencia y divergencia en el campo de la complejidad.
Justamente, el carácter no unificable de estas categorías se expresa, por ejemplo, en los conflictos que se presentan para la mujer entre los ideales vigentes para la femineidad y el surgimiento y despliegue de su deseo. Freud había señalado que estos registros no siempre coinciden, al desarticular el campo de la femineidad (el carácter femenino), del campo del deseo y la elección de objeto.
Es sabido que hombre o mujer son categorías que no necesariamente coinciden con la masculinidad y la femineidad desde el punto de vista identificatorio, que cada sujeto puede ser atravesado por fantasmáticas denominadas masculinas o femeninas, independientemente de su sexo anatómico. Esto hace que no sea lo mismo referirse a las mujeres desde la anatomía, que de femineidad desde el punto de vista identificatorio, o de sexualidad femenina en el plano del deseo y de la elección de objeto, hetero u homosexual.
Surge la idea de la coexistencia de registros diferentes y/o heterogéneos entre el campo identificatorio y deseante, que pueden no ser dialectizables, y que constituyen una organización en complejidad (Glocer, 2001).
La desarticulación de estos aspectos puede permitir la discriminación de las lógicas y conceptualizaciones en juego, apuntando a deconstruir categorías consideradas universales, fijas o esenciales.
En relación con la obra de Freud, se advierte que tanto hombres como mujeres presentan intolerancia a lo femenino o rehusamiento a la feminidad. Esta es descrita como la roca de la castración o el obstáculo más profundo al avance del proceso psicoanalítico en “Análisis terminable e interminable” (1937, Págs. 251–252). En el hombre, el apartarse de una posición femenina de amor y entrega al padre y, en la mujer también, el no aceptar su condición de mujer y anhelar una posición masculina, la cual definió Freud como envidia fálica.
¿Cómo entender el concepto de intolerancia a lo femenino ante las nuevas manifestaciones clínicas de la posmodernidad?
Las mujeres también consultan por la represión de la agresividad, de la pulsión de dominio, lo cual las hace proclives a un comportamiento de sometimiento y a sentimientos de culpa. Frecuentemente son responsables no sólo de los hijos, sino de las necesidades emocionales de los esposos y de los adultos mayores de la familia. Sucede muchas veces que, a lo largo de la vida, se va agravando la situación de carga afectiva de la mujer, con mucha menor posibilidad de obtener vínculos que le den apoyo a ella.
Cabe mencionar que durante el embarazo, con frecuencia, se desea un determinado sexo, además de un futuro hijo. Las prerrogativas de género se hacen oposicionalmente. La limitación de estas lógicas –nutridas también por un lenguaje de estas características‑, producen estereotipos de mujer y varón. Asimismo, generan padecimientos en cuanto a la distancia yo-ideal del yo, como mandato cultural. También es necesario consignar que, entre nosotros, el hombre queda en posición de ideal, el lenguaje es androcéntrico, se hace una equivalencia hombre y humano. La objetividad, uno de los atributos de la ciencia positivista y de los varones, se muestra sin embargo muy poco objetiva en la consideración de los cuerpos que dejan de ser plurales y se vuelven caricatura de eficacia. El cuerpo pasa a ser exclusivamente una función al servicio de un proyecto de varón, una de cuyas definiciones no poco importantes es no ser mujer ni ser homosexual.
Por otra parte, cuando la sexualidad queda reducida al supuesto saber de uno sólo de los géneros participantes, se establece, necesariamente, una situación de poder y esto afecta tanto a las mujeres como a los varones. Ambos quedan limitados, se sienten demandados por el “otro” y al mismo tiempo quedan excluidos. También quedan limitados en su capacidad de entender al otro.
Tal vez sea posible pensar que, probablemente, muchos hombres desconozcan tanto de la sexualidad femenina, porque la cultura patriarcal les ha hecho creer que la única sexualidad conocida, practicable y disfrutable es aquella que surge de sus propias necesidades. La cultura ha instalado al varón frente a un espejo, obligándolo a mirarse a sí mismo y a considerarse como eje de referencia y como centro de información. Los resultados de este supuesto conocimiento terminan siendo necesariamente erróneos y las prácticas resultantes, también necesariamente, limitadas. Es sabido que para entender al otro es imprescindible dejar de concebirse a sí mismo como único referente. Ello requiere de la capacidad para adoptar una actitud dispuesta a lo nuevo y a tolerar las incertidumbres que suele provocar aquello que se desconoce y escapa al control. Las mujeres por su parte también suelen quedar prisioneras del supuesto saber otorgado a los varones por la cultura patriarcal y, sin demasiada conciencia de los condicionamientos de las que fueron objeto, quedan a la espera que sean ellos quienes les enseñen sobre sexualidad.
La experiencia de vida demuestra que la capacidad para proteger no es patrimonio de ningún género y, que tanto los hombres como las mujeres, pueden ser capaces o incapaces de hacerlo. Esta asignación por género provoca la idea complementaria, es decir, la duda sobre la capacidad de protección por parte de las propias mujeres. Esta duda incrementa el “miedo a la soledad”. Suele ser grande la sorpresa cuando la vida pone a las mujeres en situación de descubrir que la misma capacidad con que han sabido proteger muy eficientemente a otros (a menudo a sus hijos), resulta igualmente efectiva cuando la ponen a prueba para sí mismas.
Conclusión
Tradicionalmente, el psicoanálisis ha partido de la idea de que todo psiquismo normal y sano debe articularse en torno al reconocimiento de la diferencia sexual y ésta se conforma de manera binaria, con sólo dos casilleros: femenino o masculino. Sin embargo, es posible pensar formas diversas de desarrollo de la psicosexualidad que no están en relación de inferioridad con las “buenas formas”, ni en el campo de la psicopatología. Están proponiendo una “diferencia desquiciada” como lo designa Ana María Fernández (2013).
El análisis de la relación de los cuerpos y de sus formas, con los procesos de sexuación y con la adquisición de una identidad de género, implica poder diferenciar entre el cuerpo anatómico/biológico, el cuerpo pulsional, erógeno, el cuerpo de las significaciones subjetivas y el cuerpo de los discursos vigentes. Esto quedaría enmarcado en el gran debate naturaleza versus cultura. Se enfrentan un cuerpo de certezas versus un cuerpo de preguntas. Nunca la biología define por sí misma la construcción de la subjetividad sexuada. Por el contrario, se hace imprescindible privilegiar la construcción subjetiva del cuerpo en interrelación con los otros. Estas zonas de cruce e intermediación son fundamentales para analizar la pluralidad de elementos en juego.
No existiría hoy un solo estilo de desarrollo temprano, sino diversas maneras de subjetivarse en el contexto de diferentes sub culturas, que coexisten en el campo social, muchas veces en conflicto.
Tal vez debamos construir otros relatos que permitan comprender la existencia social y la convivencia familiar. ¿Es Narciso la única alternativa mítica y subjetiva a la versión moderna del Edipo? ¿En qué contextos novedosos crecerán mejor los niños? ¿De qué modo se va a estructurar su subjetividad? Son preguntas que resulta pertinente, y a la vez productivo, dejar abiertas.
Las prácticas sociales han ido más rápido que las teorías, y ponen en cuestión los conocimientos que las ciencias humanas, sociales, médicas, la psicología y el psicoanálisis habían construido dentro de los paradigmas binarios modernos. Estos modos de vinculación que se despliegan en las vidas cotidianas, hoy instituyen un fuerte desafío a las investigaciones que indagan estos temas, como también a los abordajes clínicos. Se hace necesario avanzar para construir e implementar categorías conceptuales y metodológicas que puedan captar las lógicas de la diversidad (Fernández, A. M., 2009), en las que se despliegan estos modos de subjetivación contemporáneos.
En síntesis, lo que hoy ha quedado fuertemente interpelado es el disciplinamiento de dos sexos, y la categoría misma de la diferencia sexual. La lógica —identitaria, binaria, jerárquica— que estableció el paradigma de la sexualidad junto a la diferencia como anomalía enferma y peligrosa, pareciera estar siendo desarticulada, “desquiciada”, con el paso de la sexualidad a las sexualidades, con el de la diferencia a las diversidades. Será imprescindible indagar y pensar en qué consiste este tránsito y las nuevas categorías en construcción que este pasaje impone.
Constituye un desafío realizar una revisión crítica de las teorías frente a estas nuevas problemáticas para no quedar atrapados en conceptos que tuvieron valor heurístico y que hoy pueden convertirse en obstáculos. Consideramos de gran importancia continuar sosteniendo el compromiso básico del psicoanálisis con la sociedad: trabajar con las modalidades en las cuales se expresa el malestar humano.
Referencias
Butler, J. (1990).El Género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad. España: Paidós.
Bourdieu, P. (1991) El sentido práctico. Madrid: Taurus.
Fernández, A. M. (2009). Las lógicas sexuales: amor, política y violencias. Buenos Aires. Nueva Visión.
Fernández, A. M. y Siqueira Peres, W. (edit.) (2013). La diferencia desquiciada. Géneros y diversidades sexuales. Buenos Aires: Biblos.
Freud, S. (1933). Conferencia Nº 33: “La femineidad”. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. XXII). (Págs. 104-125).
-------------- (1937). Análisis terminable e interminable. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. XXIII). (Págs. 211-254).
Glocer Fiorini, L. (2001). Lo femenino y el pensamiento complejo. Buenos Aires. Lugar Editorial.
Notas
1. Licenciada en Psicología. Magíster en Psicoanálisis Teórico. Profesora Titular Responsable de Psicoanálisis y de Escuela Inglesa: Autores postkleinianos. Docente Colaboradora de Psicoanálisis: Escuela Inglesa. Directora del Proyecto de Investigación Consolidado N° 12–0614 22/P407: “El climaterio femenino y la crisis de la edad media de la vida en el contexto cultural actual. Un abordaje de la subjetividad femenina desde la teoría psicoanalítica y la perspectiva de género” (SeCyT-FaPsi). Directora del Proyecto de Extensión Universitaria: ““Mitos y prejuicios sobre la mujer en la edad media de la vida. Intervenciones a nivel grupal y comunitario en la ciudad de San Luis”. Facultad de Psicología. Universidad Nacional de San Luis. E‑mail: gracielaeflores@gmail.com Argentina.
2. Licenciada en Psicología. Doctora en Psicología. Jefe de Trabajos Prácticos en Psicoanálisis: Escuela Inglesa, con extensión de tareas docentes en Psicoanálisis. Integrante del Proyecto de Investigación Consolidado mencionado. Integrante del Proyecto de Extensión Universitaria mencionado. Facultad de Psicología. Universidad Nacional de San Luis. E‑mail: dianagpoblete@gmail.com Argentina.
3. Licenciada en Psicología. Magíster en Psicoanálisis Teórico. Jefe de Trabajos Prácticos en Orientación Vocacional Ocupacional con extensión de tareas docentes en Psicoanálisis. Integrante del Proyecto de Investigación Consolidado mencionado. Integrante del Proyecto de Extensión Universitaria mencionado. Facultad de Psicología. Universidad Nacional de San Luis. E‑mail: zgcampo@gmail.com Argentina.