1. Diferencia sexual, psicoanálisis y teorías feministas: algunas lecturas críticas
Juçara Clemens1, Mériti de Souza2 y Maria Alice Ferreira3
Universidade Federal de Santa Catarina – Brasil
Resumen
El artículo aborda el tema de la diferencia sexual en las lecturas postuladas por el psicoanálisis freudiano, por los autores referenciados en el psicoanálisis y en los estudios feministas. Inicialmente, se analiza la diferencia sexual en la obra freudiana enfatizando el contrapunto teórico entre la tendencia inicial que alimentó esa obra y la concepción de la feminidad que emerge en su fase tardía. Para ese análisis teórico se discute la posición freudiana concomitante con la posición de autores posfreudianos sobre el tema.
Palabras claves: diferencia sexual, psicoanálisis, feminidad.
Resumo
O artigo aborda o tema da diferença sexual nas leituras postuladas pela psicanálise freudiana e por autores(as) referenciados(as) na psicanálise e nos estudos feministas. Inicialmente, analisa-se a diferença sexual na obra freudiana enfatizando o contraponto teórico entre a tendência inicial que alimentou essa obra e a concepção da feminilidade que emerge na sua fase tardia. Para essa análise teórica discute-se a posição freudiana concomitante a posição de autores pós-freudianos sobre o tema.
Palavras-chaves: diferença sexual, psicanálise, feminilidade.
Abstract
The article addresses the sexual difference in the readings postulated by the Freudian psychoanalysis and authors referenced in the psychoanalysis and feminist studies. Initially, it analyzes the gender difference in the Freudian work emphasizing the theoretical contrast between the initial trend that fueled that work, and the conception of femininity that emerges in the late stage. For this analysis, it is discussed the Freudian position concurrently to the status of post-Freudian authors about the subject.
Keywords: sexual difference, psychoanalysis, femininity.
Introducción
En Occidente, a lo largo de los siglos, se destaca la subordinación de las mujeres hacia los hombres, así como la construcción de teorías en las diversas áreas del conocimiento que establecieron la diferencia sexual como parámetro para el establecimiento de esa jerarquía (Duby y Perrot, 1993a, 1993b; Del Priore, 2008). Desde la Antigüedad observamos el modelo de sexo único y de la relación jerárquica entre el hombre y la mujer. A título de ejemplo, Aristóteles consideraba a las mujeres como seres inferiores e igualaba la humanidad plena con la masculinidad.
Aristóteles estableció su modelo a través de la teoría de las cuatro causas (material, formal, eficiente y final). Para la mujer es designado el vector de la causa material de la engendración, y para el hombre el poder de la causa formal, considerada superior a la causa material. Desde esa perspectiva, el hombre portaría el principio divino siendo considerado perfecto y el único capaz de engendrar otro ser. Por lo tanto, el hombre fue concebido como portador de la actividad y la mujer de la pasividad y de la recepción. La teoría del sexo único establece una jerarquía en la que el hombre es perfecto y la mujer imperfecta, paradigma que estuvo presente en el imaginario occidental por un largo período de tiempo (Laqueur, 2001; Birman, 2001).
De manera general, la diferencia sexual, con dos sexos distintos y bien diferenciados, puede ser considerada como un acontecimiento reciente en la historia de Occidente, con lo cual convivimos de forma naturalizada. También, esa diferencia sexual es pensada en contrapunto con los aspectos del sexo único, que es referencia y paradigma desde la Antigüedad. A partir del Siglo XVII, esos aspectos sufrieron presiones desde los descubrimientos de la anatomía y de las diferencias morfológicas en los cuerpos de los hombres y de las mujeres. En el Siglo XVIII, una nueva relación entre los sexos producirá una teoría natural de la diferencia sexual: ser hombre o ser mujer estará relacionado a la naturaleza biológica. Entonces el paradigma anterior es sustituido por el modelo de la diferencia sexual (Laqueur, 2001; Birman, 2001).
Consonante con su tiempo histórico, la revisión que Freud va a realizar acerca de los temas de la diferencia sexual y de lo femenino, acompaña las directrices dominantes de su época en distintas áreas del conocimiento. Mientras, ese autor innova en diversos aspectos de su lectura y, particularmente, en el transcurso de la producción de su obra, esos cambios se presentan en relación a esos temas. Así, realizar un análisis de la diferencia sexual y de lo femenino en la teoría freudiana significa depararse con un discurso que pasó por múltiples contradicciones y ambigüedades que tanto demuestran las influencias del pensamiento dominante de la época en la cual vivió Freud, y que también explicitan las novedades que su obra trae más allá de ese pensamiento.
El psicoanálisis, como una modalidad del conocimiento engendrado en los Siglos XIX y XX, se caracterizó por la fuerza del descentramiento que presentó al pensamiento vigente, hasta entonces, sobre la sexualidad humana. En esa perspectiva, la sexualidad es concebida como no siendo determinada por una marca somática o instintiva, sino que partiendo de la pulsión es construida en las relaciones afectivas y en los contextos sociales. Mientras, el pensamiento freudiano mantuvo algunos aspectos relacionados con las lecturas sobre las diferencias sexuales hegemónicas en su época (Birman, 2001). En ese compromiso, la lectura freudiana sobre la sexualidad generó tensiones en la cultura al mantener algunos aspectos de las teorías vigentes en su época, como también, al presentar otros modos de pensar sobre esa cuestión.
Método
En este artículo teórico proponemos discutir la diferencia sexual a partir de las líneas de tensiones presentes en la obra freudiana, en consonancia con la lectura iniciada por los autores asociados con la matriz psicoanalítica que relevan la crítica para la perspectiva sobre las diferencias sexuales. Entendemos que en la obra freudiana ocurre tanto la referencia al modelo de sexo único, en la articulación del tema de la sexualidad, como ocurren alteraciones que modifican esa referencia y el concepto de feminidad es un marco en esas alteraciones.
Destacaremos como líneas de fuerza la forma en que fue abordada la diferencia sexual, su asociación a la mujer y a lo femenino presente en otras épocas históricas, contextos sociales y que todavía están vigentes. Iniciaremos problematizando la teoría de la diferencia sexual y de la jerarquía entre lo masculino y lo femenino, su entrelace con la obra freudiana y con los análisis de los autores psicoanalistas contemporáneos.
Psicoanálisis y lecturas sobre la diferencia sexual
El discurso freudiano sobresale cuando señala que la sexualidad buscaba el placer y no estaría volcada solamente a la reproducción de la especie. Ese punto, por sí solo, ya configura una crítica a la sexología biológica de la época y a la teoría sobre las causas de neurosis. Para el psicoanálisis, la sexualidad podía ser considerada en el aspecto infantil y pregenital, o sea, ella no existiría apenas en el aspecto genital. A lo conocido por la sexualidad como sinónimo de genitalidad, se presenta una sexualidad en la que una serie de excitaciones y de actividades presentes desde la infancia, proporcionan un placer irreducible para satisfacer una necesidad fisiológica. La sexualidad pasa a ser considerada como organizadora de la subjetividad y presenta diversas formas de manifestaciones. Así, ocurren diversos momentos de embestida libidinosa en los cuales predominan las sensaciones y la forma de los vínculos con los objetos correspondientes a determinadas zonas erógenas (Freud, 1905/1989).
Es importante resaltar que la teoría freudiana inicialmente sufre la influencia de las ideas relacionadas con la fuerza de la realidad del cuerpo como posibilidad para la ordenación del psiquismo y, la idea de que ese período evidencia los presupuestos del paradigma moderno en la comprensión de la diferencia sexual. Entre tanto, Freud retoma esas concepciones en los textos más tardíos de su obra y cambia su teoría: abandona la tendencia inicial que alimentó esa obra, por la construcción de la diferencia sexual a partir de lo masculino, y elabora la concepción de la feminidad que emerge en su fase tardía, la cual denota la complementariedad de lo femenino y masculino, la complementariedad de pasividad y actividad. Para Birman (2001), cuando Freud analiza la cuestión edipica recurre a sistemas diferentes de pensamiento, sugiere diferentes posibilidades para la constitución psíquica y propone el concepto de feminidad (1923/1976; 1924/1976; 1931/1976; 1933/1994). En las nuevas producciones teóricas acerca de la diferencia sexual, Freud afirma que una mujer se hace. En otras palabras, la diferencia sexual en la obra freudiana enfatiza el contrapunto teórico entre la tendencia inicial que alimentó esa obra y la concepción de la feminidad que emerge en su fase tardía y caracteriza el descentramiento de lo masculino.
Una marca de la teoría psicoanalítica freudiana es que las lecturas de la sexualidad masculina y femenina registraron cambios y alteraciones. Esos aspectos evidencian una contradicción básica. De forma específica, la teoría sobre el complejo de Edipo ilustra ese escenario, pues se refiere inicialmente a la construcción de la diferencia sexual y de la sexualidad a partir de la referencia de lo masculino. En la descripción teórica del complejo de Edipo, existe la formulación de la ley de la prohibición del incesto, ley que regularía los intercambios afectivos y eróticos del niño en la escena familiar, delineando su identidad sexuada y su destino erótico.
En los textos iniciales en los que discurre sobre los diferentes destinos ante la amenaza de castración, Freud señala los caminos por los que la libido se expresa al unirse con las personas significativas de la historia de niños y niñas. En los niños, el miedo de perder esa parte del cuerpo, el pene, fuente de placer que es también considerada de forma narcisista, se transformaría en angustia por la castración y eso lo haría abandonar el Complejo de Edipo. En la niña, la trayectoria tiene características diferentes. Para ellas no existe una amenaza efectiva por no tener un pene que pueda ser perdido. Pero, en su trayecto libidinoso, la niña “ha visto, sabe que no lo tiene y quiere tenerlo (Freud, 1925/1976, p. 314).
Inicialmente, Freud construye la narrativa edipica acompañando la perspectiva masculina, y dejando la perspectiva femenina de lado. Estos aspectos presentan el fundamento de la tradición social, implicando en el reconocimiento y en la atribución de la masculinidad una superioridad ontológica en relaciòn a la femeneidad. Nuevamente, estamos ante una concepciòn jerárquica de los sexos, como en la Antigüedad. Pero, en seguida Freud verificó la naturaleza libidinosa entre las figuras del hombre y de la mujer. Es decir, en el discurso freudiano, la diferencia sexual pasa a ser considerada a partir de la libido y no en base a la anatomía y fisiología. “La particularidad del discurso freudiano fue intentar articular todo eso con la concepción moderna de la diferencia sexual, razón por la cual esta diferencia pasó a ser esbozada, ahora, como de naturaleza libidinosa entre las figuras del hombre y de la mujer” (Birman, 2001; p.185).
Inicialmente, Freud nos hizo creer que la figura de la mujer podría ser concebida a partir de la figura del hombre. Sin embargo, en seguida Freud verificó que no era así y tuvo que construir, posteriormente, una teoría edípica de la mujer destacando su especificidad en relación al hombre. Él trató de problematizar, más tarde, ese enunciado a partir del enunciado de la femineidad, postulado inicialmente como enigmático y, a continuación, como una marca de la constitución psíquica.
Birman (2001) enfatiza que en el título del texto freudiano que abordará primero la lectura de la feminidad: Algunas consecuencias psíquicas de la distinción anatómica entre los sexos (1925/1976), y los estudios titulados Sexualidad femenina y La Femineidad, está presente una marca de la teoría psicoanalítica freudiana: las lecturas de la sexualidad masculina y femenina registraron cambios y alteraciones. Freud recurre a sistemas diferentes de pensamiento, siendo que uno de ellos deriva de la concepción iluminista y presupone la existencia de dos sexos a partir de la diferencia de anatomía entre ellos. Esos aspectos evidencian una contradicción básica en la teoría freudiana, pues considera al sexo femenino como poseedor de una masculinidad que le resulta extraña, también.
Cuando el recorrido freudiano pasó a formular algo específico sobre la figura femenina, los enigmas fueron mejor decifrados. En los textos producidos entre 1924 y 1932, Freud (1924/1976; 1925/1976; 1931/1976; 1932–1933/1994; 1933/1994) trató de fundamentar su lectura de lo femenino y de la sexualidad de la mujer. Viene, desde ese período, el desarrollo teórico de las relaciones de la niña con la madre primordial, llamada como preedípica y de lo que denominó como el continente negro de la mujer. La relación con la figura de la madre arcaica también sería constitutiva del niño, aunque en su constitución, la psiquis de la mujer va a tener marcas indelebles.
Destacamos que en la obra sobre el análisis lego, Freud, (1926/1976; p. 242) al presentar la conocida frase de que la sexualidad de las mujeres configura un “continente oscuro”, también comenta que no considera finalizada la discusión acerca de la sexualidad femenina. Además, es importante destacar que en la XXXIII Conferencia sobre femineidad, afirma que “[…] aquello que constituye la masculinidad o femineidad es una característica desconocida que está fuera del alcance de la anatomia” (Freud, 1932–1933/1994; p. 115).
Conforme Birman (2001), Freud también está produciendo alteraciones en su teoria cuando anuncia que la mujer, al constatar su condición de castrada, va a tomar diferentes posiciones psíquicas y va a ocupar posiciones diversas en los procesos identificatorios: la inhibición sexual, la virilización y la maternidad. Esa lectura propicia una ruptura con el determinismo natural de las concepciones neuropatológicas anteriores al psicoanálisis, dando una apertura para la historia de la subjetividad y para la serie de posibilidades a partir de un mismo acontecimiento estructural. Esas cuestiones mencionadas por el autor sirven como referencia para las afirmaciones de que Freud nunca abandonó el estudio sobre la diferencia sexual, como también, no restringía esas cuestiones sobre el abordaje biológico.
En 1931, Freud presenta un estudio titulado Sexualidad femenina y en 1933 publica el estudio La Femineidad. En esos trabajos, renuncia a los descubrimientos sobre las consecuencias de las diferencias sexuales anatómicas anunciadas en 1925, y da un nuevo énfasis a la intensidad y larga duración de la conexión preedípica de la niña para la madre. Él realiza un análisis de su propia obra y problematiza la cuestión del elemento activo en la actitud de la niña con la madre y en la femineidad en general. También, analiza la cuestión de la bisexualidad, enfatizando que en términos de la anatomía, una persona no se configura como exclusivamente femenina o masculina. De forma específica, Freud crítica la concepción que sobrepone lo masculino a lo activo y lo femenino a lo pasivo, como también, destaca que esas sobreposiciones transcurren en muchas de las imposiciones sociales. El autor menciona que en la constitución psíquica de hombres y mujeres ocurre una pérdida de las representaciones invertidas narcisísticamente y fálicamente. Ese contexto hace con que las personas tengan que lidiar con el desamparo.
Retomando lo que discutimos hasta el momento, el paradigma de la diferencia sexual está correlacionado con la modernidad en Occidente, pues hasta el final del Siglo XVIII era el modelo del sexo único que dominaba al imaginario sexual de nuestra tradición. Sin embargo, la jerarquía entre los sexos no dejó de existir, pero fue dislocada para el registro biológico de la naturaleza. Así, con la llegada de la modernidad emerge el nuevo paradigma de la diferencia sexual, en la que el hombre y la mujer tendrían esencias diferentes, siendo irreductibles entre sí. La ontología de lo femenino y de lo masculino pasó a ser concebida como una matriz de la naturaleza diferenciada e inconfundible entre las personas.
Conforme vimos, el discurso freudiano no escapa a esa tradición, y en el recorrido histórico que envolvió la diseminación de la teoría psicoanalítica gana hegemonía la concepción inicial de la obra freudiana sobre la diferencia sexual y sobre lo femenino. No obstante, conforme dijimos anteriormente, el psicoanálisis freudiano sufre cambios en su trayecto y abre espacios para las nuevas lecturas más allá de la orientación exclusivamente biologica.
En ese contexto, encontramos autores contemporáneos que dedicaron sus trabajos a investigar las relaciones de poder y de jerarquía entre hombres y mujeres a partir de la crítica a la perspectiva falocéntrica que anima teorías y lecturas sobre la diferencia sexual. Así, tanto en el campo de los estudios históricos como en el campo del movimiento feminista y en el campo de los propios psicoanalistas localizamos lecturas que buscan criticar la predominancia del falo como referencia a la constitución psíquica y a la diferencia sexual (Beauvoir, 2000; Cixous, 1995; Irigaray, 1988; Butler, 2003; Birman, 2001; Nunes, 2000 ).
Discusión – Cultura y constitución psíquica: referencias críticas
En el escenario contemporáneo, Simone de Beauvoir (2000) enfatiza que tanto en la filosofía como en la sociedad en general ocurrió una predominancia del empleo de características del hombre como padrón de juzgamiento para la humanidad. Beauvoir denominó como yo al conocimiento filosófico, el cual tendría como característica a la actividad y a la conciencia. Ese conocimiento sería masculino por falta de oposición de su par binario, femenino, que ella llamó de otro y lo describió como pasivo, sin voz y sin poder. Demostró su preocupación en el modo en que las mujeres fueron consideradas iguales a los hombres por actuar como ellos, a través de una argumentación de que la igualdad es ser o hacer lo mismo que los hombres. Destaca que mujeres y hombres son diferentes, siendo que cada uno construye el mundo a partir de su propia conciencia, organizando cosas y sentidos a partir de su experiencia. Su frase célebre sobre el hecho de que la mujer no es una referencia biológica, sino que es antes una construcción cultural, enfatiza que creamos una existencia cuando producimos aquello en que nos queremos convertir. En otras palabras, la autora destaca que no existe una única modalidad de ser mujer y señala la separación entre lo biológico y la femineidad considerada como una construcción social.
La filósofa y también psicoanalista Luce Irigaray analizó la estructura linguística del inconciente para afirmar que el lenguaje es configurado a partir de las referencias de lo masculino. Así, ella entiende que todo discurso, los valores y los deseos asociados a lo masculino son establecidos como ley, sin embargo, ella resalta que cada sexo establece una relación única con valores, deseos y sueños. Con esas afirmaciones, ella quiere resaltar el hecho de que cada persona establece una relación con la razón, con la locura, y que este postulado pone en tela de juicio a la tradición occidental que asocia lo masculino con la razón, y a lo femenino con el afecto y la desestabilización de la razón.
Conocida como teoría de la diferencia, Irigaray (1988) destaca que el paradojo de la diferencia sexual establecida a partir de dos sexos está en que el mismo se sitúa apenas en la referencia al sexo masculino. Ella analiza la cuestión de la construcción de las teorías sobre la diferencia, particularmente en el psicoanálisis, y utiliza sus análisis para defender lo que ella denominaba como “heterosexualidad radical”. Para esa autora la diferencia es irreductible y, de esa forma, la cuestión de la sexualidad no se somete a binarismos, oposiciones, ontologías universales, parámetros que orientan las teorías hegemónicas sobre lo masculino y lo femenino. En otras palabras, defiende una modalidad de singularidad calcada en la irreductibilidad de la diferencia.
Nunes (2000) destaca que Freud recurre a sistemas diferentes de pensamiento, siendo que uno de ellos deriva de la concepción iluminista y presupone la existencia de dos sexos a partir de la diferencia de anatomía entre ellos. Ese abordaje es heredado de la lectura que adopta los presupuestos de los Siglos XVIII y XIX acerca de la feminidad y de la masculinidad. Esos presupuestos implican la atribución para la mujer de la característica de pasividad y al hombre de la característica de actividad, siendo que la presencia de la actividad en la constitución femenina se relaciona con la masculinidad. Por lo tanto, Freud también utiliza una lectura monista “según la cual existiría la fantasía infantil apenas del órgano sexual, el pene, el mismo aparece como un heredero del pensamiento occidental antiguo que […] presupone la existencia de apenas un sexo, el masculino (p. 174)”.
Para la psicoanalista Nunes (2000), cuando en el pensamiento freudiano se describe el desarrollo sexual de la mujer, lo hace dándole un destino de acuerdo con su ideal femenino. La niña abandona su sexualidad excesiva, masculina y se adapta a la imagen de mujer pasiva, receptiva y que hará sacrificios para ser verdaderamente femenina, destacando que estaba en discusión teórica, en ese período, la sexualidad perversa-polimorfa, la cual puede asumir diferentes formas. Ya estaba en circulación, también, el concepto de inconsciente, la sexualidad y las relaciones afectivas con los padres en los procesos de subjetivación. La autora enfatiza que esos aspectos ofrecen al sujeto humano un potencial para una variedad de formas masculinas y femeninas de ser que no van a depender del sexo biológico. Así, “si la sexualidad humana se desarrolla en el registro de las fantasías, de las representaciones psíquicas, nada de lo que pertenezca a la sexualidad sería predeterminado” (p.176).
Ya Hélène Cixous, poeta, romancista y filósofa, destaca la influencia de las oposiciones en el pensar que atraviesa los siglos. La autora argumenta acerca de la jerarquización promovida por los conceptos y por el binarismo a partir del cual funcionan los mismos Hay una tendencia del pensar en el agrupamiento de los elementos en pares opuestos: naturaleza/cultura, hombre/mujer, cabeza y corazón. Estos pares son clasificados de modo jerárquico, en los que un elemento es considerado dominante o superior (masculino y activo) y el otro elemento inferior es más débil (femenino y pasivo). Cixous (1995), en sintonía con los cuestionamientos feministas, cree que cuestionar ese padrón jerárquico del pensamiento implica en cambios filosóficos, sociales y políticos.
En otras palabras, ella comenta sobre los pares actividad y pasividad, naturaleza y cultura, hombre y mujer, entre otros, y destaca que esos conceptos operan a partir de una dinámica binaria que establece la superioridad de uno en relación al otro. Argumenta que esos conceptos acompañan a las teorías sobre la diferencia sexual y la analizan a partir de esa dinámica, siendo que la jerarquización somete toda organización conceptual al hombre: “Privilegio masculino que se distingue en la oposición que sostiene, entre la actividad y la pasividad. Tradicionalmente, se habla de la cuestión de la diferencia sexual acoplándola a la oposición: actividad-pasividad” (Cixous; p. 14).
Butler (2003) deconstruye categorías identificatorias como género, sexualidad, cuerpo, heterosexual y homosexual. Problematiza la división binaria y jerárquica establecida entre las categorías del sexo y del género destacando que la constitución de la diferencia sexual y de la subjetividad no se basa exclusivamente en la cultura o en lo biológico, pero antes se entrecruzan y se entrelazan. El lenguaje, en su dimensión de actuación, es utilizado por la autora para analizar el entrelace entre las denominadas dimensiones culturales y biológicas, particularmente en la constitución de la representación del cuerpo y del deseo, que culminan en la forma en que cada persona se reconoce y se relaciona consigo y con el otro. De forma general, Butler analiza la construcción y la diseminación de la matriz heterosexual. Ella escribe que las mujeres configuran una modalidad de sexo que no es único. Para Butler, a pesar de las imposiciones y de las normas binarias que disocian los cuerpos y deseos en pares de opuestos para las personas, se constituyen de diversas formas más allá de las matrices de lo heterosexual y homosexual, de lo masculino y de lo femenino.
Conforme podemos entender, a partir de las breves descripciones de los trabajos presentados anteriormente, pensar sobre la diferencia sexual en el escenario contemporáneo demanda realizar un camino histórico-crítico sobre las teorías acerca de la diferencia sexual y sus relaciones con lo masculino y lo femenino. Así, es importante considerar el lugar social, político y las posiciones que hombres y mujeres ocupan en el mundo, y como ellos(as) fueron encontrando medios de manifestarse y posicionarse políticamente, socialmente y sexualmente.
Consideraciones finales
El privilegio del universalismo presente en los discursos hegemónicos del mundo occidental permea la construcción de teorías y de representaciones sobre hombres y mujeres. De forma específica, el análisis de la diferencia sexual y de los discursos elaborados acerca de ese concepto, explicita la presencia de la jerarquía de lo masculino sobre lo femenino en esos discursos. Ese predominio no sólo lleva a la construcción de teorías reduccionistas y homogeneas sobre la diferencia sexual, sino que también a la construcción de teorías igualmente reduccionistas y homogeneas sobre la constitución subjetiva. Ese proceso merece ser explicitado y criticado, pues el mismo acompaña la producción de teorías desenfocadas de la perspectiva histórica y de la perspectiva crítica, en las más diversas áreas del conocimiento.
Es importante resaltar que la mayoría de las teorías sobre la diferencia sexual y la sexualidad encuentran sus raíces en una matriz metafísica en la cual los conceptos de sustancia, continuo, representación y causalidad, entre otros, están producidos y referenciados en el supuesto universal del Hombre como modelo. Así, el universalismo y el humanismo como parámetros éticos, teóricos y políticos siguen una determinada lectura que adopta conceptos basados en referencias específicas, en las que los atributos correlacionados con ellos fueron considerados como científicos. A su vez, son verdaderos aquellos que fueron atribuidos como constitutivos de lo masculino: la razón, la cultura, la sustancia y el falo, entre otros. Todavía, los conceptos asentados en referencias en las que los atributos correlacionados con ellos fueron considerados como no siendo ni científicos ni verdaderos son aquellos que fueron atribuidos como constitutivos de la mujer: el vacío, el afecto, la naturaleza y lo incompleto (Haraway, 1995; Harding, 1996; Schiebinger, 2001).
No obstante, conforme vimos anteriormente, el psicoanálisis encarna una teoría que se abre para la modernidad y explicita tanto los límites históricos y filosóficos de la concepción del sujeto racional, cognoscente y universal, como también la cuestión de la subjetividad dividida y de su descentralización. La contradicción interna al propio psicoanálisis freudiano y que configura su fortuna teórica es justamente el embate entre la lectura universal de la constitución subjetiva unida a la lógica del modelo universal y masculino y a la femineidad como propuesta que articula lo singular.
La epistemología moderna es calcada de la concepción del sujeto del conocimiento como marcado por el hecho en el sentido ontológico y simbólico del sujeto sustantivado como masculino. Así, lo que escapa a la representación y a los sentidos preestablecidos es descalificado, denominado como negativo, falta o caos. Mientras tanto, esa descalificación explicita el defasaje del conocimiento que no dispone del aparato teórico e instrumental necesario para la lectura de la realidad que extrapola la sustancia, lo determinado, lo representado y lo lineal. En esa senda, lo femenino, al encarnar lo vacío, lo negativo y volverse blanco de descalificación, también encarna al desconocimiento que acompaña al saber humano y explicita la angustia generada por el mismo. Lo femenino cuestiona al status quo dominante, pues expone el límite de lo referencial epistémico y ontológico que asocia conocimiento, poder, representación, sustancia y falo. Problematizar esos presupuestos demanda la producción de epistemologías y ontologías que se junten con la calificación de lo que fue excluído y descalificado en el saber moderno y ocidental.
No obstante, lidiar con esas cuestiones demanda concebir lo subjetivo y el conocimiento sin arrastrar a la lógica identificatoria y a la metafísica de la presencia en la teoría y en la intervención. Como destaca Foucault (1987), los discursos y las teorías acerca de la diferencia sexual y de la sexualidad fueron contruídos a partir de modalidades de saber que configuran la red social moderna y hablan al respecto de prácticas y discursos que sostienen una red de poder. Así, los cambios y las alteraciones en las teorías y en las prácticas en las diversas áreas del conocimiento cuestionan las relaciones de poder y de jerarquias establecidas. En el escenario contemporáneo localizamos varias prácticas y discursos acerca de la diferencia sexual que articulan redes de poder y de jerarquía establecidas entre los denominados masculino y femenino. Es importante cuestionar esos discursos, prácticas y sus implicaciones para la vida de las personas, produciendo una escucha para las personas que se configuran de formas diferenciadas frente a los modelos y normas establecidas.
Referencias
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Birman, J. (2001). Gramáticas do erotismo: a feminilidade e as suas formas de subjetivação. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira.
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Cixous, H. (1995). La Risa de la Medusa: ensayos sobre la escritura. Barcelona, Anthopos; Madrid, Comunidad de Madrid; San Juan, Universidad de Puerto Rico.
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Notas
1. Psicóloga. Mestre em Psicologia pela PUCRGS. Doutoranda em Psicologia na UFSC. Universidade Federal de Santa Catarina, Brasil. Correo‑e: juclemens09@gmail.com
2. Doutora em Psicologia Clínica pela PUC- S.P., Brasil. Professora na Graduação e na Pós Graduação em Psicologia na UFSC. Universidade Federal de Santa Catarina, Brasil. Correo‑e: meritisouza@yahoo.com.br
3. Psicóloga. Mestranda em Psicologia na UFSC. Universidade Federal de Santa Catarina, Brasil. Correo‑e: mary_awf@yahoo.com.br