10. Sobre la Concepción de Sujeto en Freud y Lacán Descargar este adjunto (Alternativas en Psicología. Revista Semestral. Tercera Época. Año XVI. Núme~.pdf)

Adriane de Freitas Barroso1

Facultad Presidente António Carlos (Barbacena, MG), Brasil

El pre­sen­te artícu­lo tie­ne como obje­ti­vo sus­ten­tar la hipó­te­sis de que la noción de suje­to en el psi­co­aná­li­sis se remon­ta a la teo­ría freu­dia­na, aun­que en ella, carez­ca de una defi­ni­ción for­mal, sugi­rién­do­se sola­men­te en las entre­lí­neas de los tex­tos de Freud, con­tra­po­nién­do­se a la noción de cogi­to car­te­siano y a la supre­ma­cía del yo. Es en Lacán, más tar­de, que esa fal­ta gana esta­tus de con­cep­to, pie­za cen­tral de la obra laca­nia­na y de que lo que el autor nom­bra como “regre­so a Freud”, cedien­do espa­cio, a la fina­li­dad de la ense­ñan­za laca­nia­na, al con­cep­to de falas­ser o tener un cuer­po en el momen­to en que la con­cep­ción de gozo adquie­re impor­tan­cia cen­tral en las ela­bo­ra­cio­nes de Lacán.

Pala­bras cla­ve: Suje­to, incons­cien­te, Yo, pul­sión, gozo.

The arti­cle aims to pro­ve the hypothe­sis that the notion of ego in psy­choa­naly­sis goes back to the Freu­dian theory, even if it lacks its for­mal defi­ni­tion, being very subtle in bet­ween the lines of Freud´s texts, in oppo­si­tion to de Descarte´s cogi­to and the supre­macy of the ego. It´s in Lacan that this nuan­ce gains sta­tus of con­cept being the cen­tral pie­ce of Laca­nian work, that he names “return to Freud”, until the con­cept of par­le­tre takes pla­ce.

Key­words: sub­ject, Trieb, Ego, Uncons­cious.

Sobre la Concepción de Sujeto en Freud y Lacán

“[…] Pare­ce haber con­sen­so de que la pro­pie­dad de Freud no es el suje­to. Lo que es pro­pie­dad de Freud es el incons­cien­te.  Y, ahí, la pri­me­ra con­clu­sión que se impo­ne es que en cuan­to al incons­cien­te es freu­diano, el suje­to es laca­niano” (Cabas, 2009, p.29).

El con­cep­to de suje­to ganó, a lo lar­go de la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca, esta­tus de dis­cu­sión cen­tral, al pun­to de que nece­si­ta­mos de cier­to esfuer­zo para recor­dar que éste no siem­pre exis­tió de mane­ra for­mal en ese cam­po del saber. Freud no cons­tru­yó tal con­cep­to; en sus alu­sio­nes al tér­mino acos­tum­bra­ba aso­ciar­lo a la noción corrien­te de autor de la acción, de par­ti­ci­pan­te acti­vo. Sin embar­go, es posi­ble afir­mar que la refe­ren­cia, a lo que Lacán más tar­de deno­mi­nó suje­to, es su apor­te para el avan­ce del psi­co­aná­li­sis y resi­de en las entre­lí­neas de tex­tos freu­dia­nos des­de sus ini­cios.

Ya en el “Pro­yec­to para una psi­co­lo­gía cien­tí­fi­ca” (Freud, 1895/1996), se hace evi­den­te el esfuer­zo de Freud para defi­nir el apa­ra­to psí­qui­co bus­can­do com­pren­der su exis­ten­cia, su acti­vi­dad y sus dife­ren­cia­cio­nes inter­nas. Cons­tá­ten­se los inten­tos de expli­car algo que ultra­pa­sa­se a la noción de indi­vi­duo cen­tra­do en la razón y toca­se la cons­truc­ción sub­je­ti­va, a par­tir del des­cen­tra­mien­to traí­do por el des­cu­bri­mien­to del incons­cien­te.

Si Freud no se ocu­pó de la tarea de bus­car una “epis­te­mo­lo­gía pro­pia” (Cabas, 2009, p.5) sobre la cues­tión, pode­mos supo­ner que esa lagu­na se da, entre otros moti­vos, por su for­ma­ción médi­ca, que lo lle­va a usar, en sus tex­tos, tér­mi­nos  como “indi­vi­duo”, “suje­to” y “orga­nis­mo” de mane­ra como los defi­nía la tra­di­ción cien­tí­fi­ca, epis­te­mo­lo­gía pro­pia de la épo­ca. El suje­to, aquí, aún era el del cogi­to car­te­siano, mar­ca­do por la noción de uni­dad e indi­vi­si­bi­li­dad, tenien­do la razón como cen­tro de su fun­cio­na­mien­to y de su exis­ten­cia.

Una de las gran­des con­tri­bu­cio­nes freu­dia­nas sis­te­ma­ti­za­das como con­cep­to, a pesar de todo, fue el cir­cui­to ener­gé­ti­co que apo­ya el tra­ba­jo del apa­ra­to psí­qui­co, aspec­to que intro­du­ce en el cam­po ana­lí­ti­co la dimen­sión de la cau­sa. Tra­ta­se de la pul­sión.

“(…) con­cep­to situa­do en la fron­te­ra entre lo men­tal y lo somá­ti­co, como el repre­sen­tan­te psí­qui­co de los estí­mu­los que se ori­gi­nan den­tro del orga­nis­mos y en lacan a la men­te, como una medi­da de la exi­gen­cia hecha a la men­te en el sen­ti­do de tra­ba­jar en con­se­cuen­cia de su rela­ción con el cuer­po” (Freud, 1915/1996, p.127)

La pul­sión, es un con­cep­to que for­ma par­te de la meta­psi­co­lo­gía freu­dia­na, com­pues­ta por cons­truc­tos que sólo se mani­fies­tan y son obser­va­bles a par­tir de sus fines, de sus efec­tos. Se defi­ne como un estí­mu­lo que des­es­ta­bi­li­za la ten­den­cia a la iner­cia pre­sen­te en la vida psí­qui­ca, ejer­cien­do la fun­ción de un “vacío” que exi­ge que un acto sea rea­li­za­do para supri­mir el des­equi­li­brio ten­sio­nal pro­vo­ca­do por ella. Ope­ra como fuer­za cons­tan­te pro­ve­nien­te del inte­rior del orga­nis­mo, vol­vien­do inú­til la hui­da moto­ra, como se hace posi­ble en el arco refle­jo. Ese “vacío” está situa­do en el cuer­po eró­geno, que tras­cien­de a la mera ana­to­mía y se esta­ble­ce como una fuen­te de la pul­sión, pro­du­cien­do cir­cu­la­ción inin­te­rrum­pi­da en el apa­ra­to psí­qui­co. Lue­go, aun­que se mues­tre abso­lu­ta­men­te impal­pa­ble y aje­na a una repre­sen­ta­ción con­cre­ta, la pul­sión pue­de ser pen­sa­da como la idea más pró­xi­ma de un sus­ten­tácu­lo mate­rial del lugar del suje­to en la expe­rien­cia freu­dia­na (Gar­cía-Roza, 2001).

El cir­cui­to pul­sio­nal tra­za un movi­mien­to pen­du­lar: del yo, su fuen­te pri­mor­dial, va en direc­ción al obje­to, orien­ta­do nue­va­men­te al yo, de for­ma suce­si­va, orga­ni­za­da para impe­dir el pasa­je de cual­quier can­ti­dad de ener­gía que sur­ja acom­pa­ña­da de dolor. En la reorien­ta­ción ten­dría jus­ta­men­te la fun­ción de evi­tar el dis­pla­cer: en él, el con­cep­to que no pue­de acce­der a la con­cien­cia sin cau­sar sufri­mien­to lla­ma­ría a una ima­gen acús­ti­ca alter­na­ti­va, dis­tin­ta de la ori­gi­nal, garan­ti­zan­do enton­ces su acce­so. La cura, en la clí­ni­ca psi­co­ana­lí­ti­ca, esta­ría aso­cia­da a la unión del con­cep­to con la ima­gen acús­ti­ca ver­da­de­ra; en ese momen­to de la teo­ría, Freud cree en la posi­bi­li­dad de la pala­bra ple­na, en la armo­nía entre el sig­ni­fi­can­te y sig­ni­fi­ca­do como inter­re­la­cio­na­dos de for­ma fija y esta­ble.

En el año siguien­te, en su Car­ta 52, diri­gi­da a Fliess, Freud (1896/1996) acla­ra lo que ya había esbo­za­do en el tex­to La Afa­sia (Freud 1891/1987) al res­pec­to del meca­nis­mo del apa­ra­to psí­qui­co. Éste fun­cio­na­ría a par­tir de rearre­glos suce­si­vos de tra­zos de memo­ria en dife­ren­tes regis­tros, de acuer­do con el tipo de neu­ro­na ‑lo que hace evi­den­te la cone­xión ini­cial de las ideas freu­dia­nas con la bio­lo­gía-. Diver­sas capas super­pues­tas con­ten­drían ves­ti­gios de memo­ria deja­dos como sur­cos en el apa­ra­to psí­qui­co. Como men­cio­na Lima (2010), para pasar de un ele­men­to a otro, la exci­ta­ción ten­dría que ven­cer una resis­ten­cia, abrien­do un camino para  faci­li­tar­lo.

La pri­me­ra de las capas del apa­ra­to psí­qui­co, W (per­cep­cio­nes), esta­ría rela­cio­na­da a la cons­cien­cia y no guar­da­ría tro­zos de memo­ria, una vez que memo­ria y per­cep­ción se exclui­rían mutua­men­te. Sola­men­te en Wz (indi­ca­ción de per­cep­ción) habría el pri­mer regis­tro de la per­cep­ción, en cuan­to a la capa siguien­te, Ub (incons­cien­te), se encar­ga­ría de los regis­tros de con­cep­tos. La capa Vb (pre-cons­cien­te) sería la ter­ce­ra trans­crip­ción, de pala­bras. Para Lima (2010), es jus­ta­men­te en esa ter­ce­ra eta­pa que se borra “la cosa” (de las Ding) para adver­tir algo de lo que, más tar­de, Lacán va a defi­nir como el tro­zo uni­ta­rio (Lacán, 1961–1962), sig­ni­fi­can­te que fun­da­men­ta el suje­to. Final­men­te, en Bews (con­cien­cia), con­cep­to y pala­bra pue­den pasar a la cons­cien­cia, que sur­ge en lugar de un tro­zo de memo­ria (Freud, 1896/1996). Como se ve, el órgano res­pon­sa­ble de los estí­mu­los sen­so­ria­les es la cons­cien­cia encon­trán­do­se en polos opues­tos del apa­ra­to psí­qui­co, sepa­ra­dos por los sis­te­mas de la memo­ria.

Entre el sujeto y el yo

La con­cep­ción de un apa­ra­to psí­qui­co que com­pren­de un incons­cien­te y modi­fi­ca suce­si­va­men­te sus regis­tros, alte­ra de mane­ra cru­cial la noción de yo como lugar de la ver­dad que impe­ra­ba has­ta el sur­gi­mien­to de la teo­ría freu­dia­na, cobi­ja­da por la pre­va­len­cia de la con­cep­ción de cogi­to car­te­siano, racio­nal e indi­vi­si­ble. El cogi­to freu­diano, al con­tra­rio, reve­la el yo como lugar de ocul­ta­mien­to, demar­can­do que suje­to y yo son tér­mi­nos que no se recu­pe­ran. La cues­tión del suje­to pasa cla­ra­men­te por un cam­bio radi­cal a par­tir de la lógi­ca psi­co­ana­lí­ti­ca y de la con­cep­ción de yo (Gar­cía-Roza, 2001). A lo lar­go de la teo­ría freu­dia­na, reto­ma­mos infor­ma­cio­nes de que el yo es una ins­tan­cia que ema­na de la per­cep­ción y que tie­ne como ras­go esen­cial ser cons­cien­te.

Con todo, la mayor par­te de la vida psí­qui­ca en Freud se mues­tra incons­cien­te, pre­sen­tan­do el yo, teni­do has­ta enton­ces como la sede de la expe­rien­cia sub­je­ti­va, como sien­do afec­ta­do de for­ma pasi­va por esa “par­te oscu­ra” del apa­ra­to psí­qui­co. Habría por lo tan­to, dos prin­ci­pios: la per­cep­ción, en rela­ción estre­cha con el prin­ci­pio del placer/realidad, y la pul­sión, rela­cio­na­da a una satis­fac­ción que se sitúa más allá de ese modo de fun­cio­na­mien­to, no res­trin­gién­do­se a él.

Es en 1914, en Sobre el nar­ci­sis­mo, que Freud (1914/1996) da una defi­ni­ción más explí­ci­ta al yo. Antes de su cons­ti­tu­ción en el ser humano, habría un momen­to ini­cial lla­ma­do de “auto-ero­tis­mo”, mar­ca­do por el sur­gi­mien­to de la pul­sión a par­tir de una des­via­ción del ins­tin­to. El movi­mien­to pul­sio­nal, en ese momen­to, sería aún anár­qui­co, una vez que no habría ima­gen uni­fi­ca­da del cuer­po sobre la cual pudie­se inver­tir de modo sis­te­má­ti­co. El yo, en ver­dad, sería su cons­ti­tu­ción intrín­se­ca­men­te liga­da a la inver­sión libi­di­nal de las pul­sio­nes que coexis­ten en la fase auto-eró­ti­ca y que enton­ces se uni­fi­can. Se tie­ne en ese segun­do momen­to lo que Freud (1914/1996) deno­mi­na “nar­ci­sis­mo pri­ma­rio”, esta­do pre­coz en que el niño invier­te en sí y que pre­pa­ra el terreno para el “nar­ci­sis­mo secun­da­rio”, cuan­do la pul­sión ya es orien­ta­da hacia los obje­tos, mas regre­sa suce­si­va­men­te al yo. Se anu­la aquí la opo­si­ción entre pul­sio­nes del yo y obje­tal, una vez que las dos lle­gan a ser vis­tas como de la mis­ma natu­ra­le­za, dife­ren­cia­das solo por el obje­to de inver­sión en cada momen­to.

Como res­pues­ta al nar­ci­sis­mo infan­til, tene­mos la for­ma­ción del ideal, que esta­ble­ce exi­gen­cias más inten­sas al yo, sur­gien­do con ello la nece­si­dad de remar­car cuan­do se per­ci­be una dife­ren­cia entre el ideal y lo que el yo ofre­ce. La iden­ti­fi­ca­ción con la fuen­te paren­tal, mode­lo al que el indi­vi­duo tra­ta de con­for­mar, con­ver­ge con el nar­ci­sis­mo, resul­tan­do en lo que Freud deno­mi­na ideal del yo. Hay por lo tan­to dos iden­ti­fi­ca­cio­nes. La pri­me­ra, nar­ci­sis­ta pri­ma­ria, es pre-edí­pi­ca, y la otra, nar­ci­sis­ta secun­da­ria, ya pre­su­po­ne la cons­truc­ción de otro.

La cons­truc­ción del yo, se con­clu­ye, ocu­rre pau­la­ti­na­men­te liga­da a la con­cien­cia y al incons­cien­te. Sería la par­te del incons­cien­te que se modi­fi­có por la pro­xi­mi­dad e influen­cia del mun­do externo, sir­vien­do como media­dor lo que pone en con­fron­ta­ción el prin­ci­pio del pla­cer y de la reali­dad. Otra ins­tan­cia, por su par­te, se cons­ti­tui­ría como ins­tan­cia autó­no­ma y agen­te crí­ti­co: el súper yo, con fun­ción de auto obser­va­ción, cons­cien­cia moral e ideal del yo (Gar­cía-Roza, 2001).

El año de 1920 sig­ni­fi­ca una trans­for­ma­ción de rum­bos en la ela­bo­ra­ción psi­co­ana­lí­ti­ca, a par­tir del momen­to en que Freud (1920/1996) pos­tu­la la exis­ten­cia de algo para más allá del prin­ci­pio del pla­cer –y, por exten­sión, del prin­ci­pio de la reali­dad- has­ta enton­ces teni­dos como la lógi­ca del fun­cio­na­mien­to exclu­si­va del apa­ra­to psí­qui­co. Si es posi­ble recal­car los repre­sen­tan­tes pul­sio­na­les que gene­ran el dis­pla­cer, no es posi­ble, por otra par­te, silen­ciar­los de mane­ra defi­ni­ti­va. La com­pul­sión a la repe­ti­ción es lo que esca­pa al prin­ci­pio del pla­cer, bus­can­do la satis­fac­ción pul­sio­nal a toda cos­ta, impo­nién­do­la como exi­gen­cia. Sería tarea del ana­lis­ta supe­rar la resis­ten­cia y hacer emer­ger, en inter­va­los y enci­ma del cua­dro iner­cial impues­to por los idea­les, el incons­cien­te, “reci­pien­tes don­de las pre­mi­sas del ideal no son más que letra muer­ta. Y es jus­ta­men­te allí, en esos  reci­pien­tes, que flo­re­ce el sín­to­ma” (Cabas, 2009, p.45).

A par­tir de esa afir­ma­ción, pode­mos comen­zar a infe­rir que “incons­cien­te” pue­de ser toma­do como uno de los nom­bres de suje­to para Freud, aque­llo que aflo­ra a la mani­fes­ta­ción rápi­da de una idea o chis­pa, de mane­ra lacu­nar, un acon­te­ci­mien­to pun­tual.

La con­cep­ción dua­lis­ta de pul­sio­nes sexua­les y del yo, sus­pen­di­da a par­tir del momen­to en que el yo pasa a ser con­fron­ta­do como un blan­co de inves­ti­du­ra sexual, se trans­fie­re enton­ces a la opo­si­ción ente pul­sio­nes de vida y de muer­te. Se pue­de pen­sar en una cate­go­ría de pul­sión que tien­de a la repe­ti­ción, a la con­ser­va­ción, y otra que impul­sa hacia la des­car­ga, la pro­duc­ción. En ambos casos, el obje­ti­vo es la cons­tan­cia, a par­tir de la satis­fac­ción com­ple­ta, intan­gi­ble, “repe­ti­ción de una expe­rien­cia pri­ma­ria de satis­fac­ción” (Freud, 1920/1996, p.52).

Por deba­jo de las resis­ten­cias, Freud deja­ba entre­ver, en aque­lla épo­ca, la noción de deseo, uno de los pun­tos cru­cia­les de su teo­ría. Es debi­do a la con­fron­ta­ción entre pul­sión e ideal que el deseo trae un des­or­den entre el con­jun­to de repre­sen­ta­cio­nes de sí y el del mun­do y la per­mean­cia de esa  iden­ti­dad que la pul­sión vie­ne a traer. Una vez más, vemos de sos­la­yo algo del suje­to cuan­do habla­mos del carác­ter de fuga­ci­dad del deseo, su apa­ri­ción repen­ti­na y siem­pre pasa­je­ra.

En 1933, en la Con­fe­ren­cia XXXI, Freud (1933/1996) pro­fie­re la fra­se “wo es war, soll ich wer­den), tra­du­ci­da común­men­te por “dón­de esta­ba el id, o el ego debe sobre­vi­vir”. Gar­cía-Roza (2001) se opo­ne a esa ver­sión por el hecho de que ésta no es ni siquie­ra la tra­duc­ción lite­ral de la fra­se en ale­mán esco­gi­da por Freud. La fra­se freu­dia­na no trae impe­di­men­tos por cues­tio­nes lin­güís­ti­cas, más por una limi­ta­ción con­cep­tual, una vez que fal­ta­ban aún recur­sos para com­pren­der­se la cons­truc­ción del suje­to como tal. Des­pués de avan­zar en la cons­truc­ción de ese con­cep­to, Lacán (1959–1969/1988) va a decir que no era sus­tan­cial lo que el padre del psi­co­aná­li­sis decía en aquel momen­to, pero sí de una exi­gen­cia del adve­ni­mien­to de la ver­dad des­co­no­ci­da por el yo, que es com­pa­ra­ble con el adve­ni­mien­to del suje­to, atro­pe­llan­do la con­cep­ción car­te­sia­na. Pen­se­mos la tra­duc­ción de la fra­se usa­da por Freud, enton­ces, como algo cer­cano al “así don­de se esta­ba, allí como suje­to debo per­ma­ne­cer” (Gar­cía-Roza, 2001).

Vicisitudes del sujeto en Lacán

Es en la obra laca­nia­na que la con­cep­ción del suje­to es toma­da de las entre­li­neas de la teo­ría psi­co­ana­lí­ti­ca y pasa, pau­la­ti­na­men­te, al esta­tu­to de con­cep­to. Lacán comien­za a tra­ba­jar en el psi­co­aná­li­sis en un momen­to en que la teo­ría freu­dia­na sufría una apro­pia­ción por los post­freu­dia­nos, cen­tra­dos en la com­pren­sión del yo y en un fun­cio­na­mien­to clí­ni­co que bus­ca­ba su for­ta­le­ci­mien­to. Esa posi­ción se opo­ne al des­cu­bri­mien­to pri­ma­rio de Freud, el incons­cien­te. Fue bus­can­do hacer fren­te a esa equi­vo­ca­ción que Lacán for­mu­ló su teo­ría, dan­do nue­va­men­te pri­ma­cía al incons­cien­te y cen­tran­do la teo­ría freu­dia­na en el suje­to (Cabas, 2009).

En Lacán, el yo es pro­du­ci­do a par­tir de la ima­gen del otro, en lo que él nom­bra­ba “esta­dío del espe­jo” (Lacán, 1966/1998). La expe­rien­cia de frag­men­ta­ción del cuer­po por las pul­sio­nes es supe­ra­da por la cris­ta­li­za­ción de una ima­gen uni­fi­can­te, que pasa a tener peso de refe­ren­cia, tra­yen­do una viven­cia de júbi­lo fren­te al reco­no­ci­mien­to de la pro­pia ima­gen, que suce­de al reco­no­ci­mien­to reci­bi­do por el otro. Hay ahí un recu­bri­mien­to ima­gi­na­rio de lo real, y a cada momen­to que la expe­rien­cia espe­cu­lar con el seme­jan­te se repi­te, el yo se con­so­li­da.

Se esta­ble­ce con­se­cuen­te­men­te, una matriz sim­bó­li­ca don­de el yo se pre­ci­pi­ta, que, en Freud (1914/1996), fue nom­bra­da como yo ideal. Se tra­ta de una fic­ción irre­duc­ti­ble, “arma­du­ra” que cris­ta­li­za el ideal, el pri­mer momen­to del nar­ci­sis­mo. Más tar­de, él será per­mea­do por los sem­blan­tes socia­les y sufri­rá una limi­ta­ción, cons­ti­tu­yen­do el ideal del yo, ya some­ti­do a los efec­tos de la cas­tra­ción.

Aun­que, en sus pri­me­ras ense­ñan­zas, Lacán haya orien­ta­do su aten­ción hacia lo ima­gi­na­rio y sus efec­tos, el avan­ce gra­dual de la teo­ría hace nece­sa­rio ade­lan­tar en esa con­cep­ción copia­da en el “moi”, en la iden­ti­fi­ca­ción, que se mues­tra insu­fi­cien­te para con­te­ner en sí la ver­dad del suje­to. Tie­ne lugar, enton­ces, la con­cep­ción de suje­to por la direc­ción de lo sim­bó­li­co, mar­ca­do de mane­ra inevi­ta­ble por el len­gua­je, alie­na­do en lo sig­ni­fi­can­te. La cas­tra­ción ins­tau­ra el suje­to seg­men­ta­do, divi­di­do, del len­gua­je, del incons­cien­te, del deseo. Lo que Lacán lla­ma “suje­to” es jus­ta­men­te ese enig­ma traí­do de la pala­bra barra, por la divi­sión que fun­da el incons­cien­te, que des­cen­tra el indi­vi­duo y la razón (Lacán, 1973/1981).

La pri­ma­cía de lo sim­bó­li­co en ese segun­do momen­to de la ense­ñan­za laca­nia­na es tan gran­de que de algu­na mane­ra impreg­na su teo­ría, obli­gan­do al autor nue­va­men­te a revi­sar­la más tar­de.

Es en el Semi­na­rio, libro 20: más aún (Lacan, 1972/1992) que tie­ne lugar la pre­gun­ta del cuer­po en cuan­to cuer­po de gozo, aspec­to has­ta enton­ces rele­ga­do a segun­do plano, que se mues­tra, pau­la­ti­na­men­te, fun­da­men­tal para pen­sar­se la cues­tión del incons­cien­te.  Se abre ahí el ter­ce­ro y últi­mo momen­to de la ense­ñan­za laca­nia­na, mar­ca­da por la noción de incons­cien­te real, que dis­mi­nu­ye la pro­pues­ta del incons­cien­te estruc­tu­ra­do como un len­gua­je y per­mi­te hacer­lo emer­ger en cuan­to puro cam­po de gozo no-fáli­co, aun­que sea lo sim­bó­li­que que lo con­ten­ga y lo fuer­za a exis­tir. Se pre­pa­ra el terreno para el sur­gi­mien­to, pocos años más tar­de, del con­cep­to de “fala­sia” expli­ca­do en el Semi­na­rio 23 (Lacán, 1975/2007).

La nomi­na­ción que vie­ne del otro y con la cual cada uno se iden­ti­fi­ca, es el nom­bre de gozo, unién­do­se al reto­que ori­gi­nal, S1, que es sig­ni­fi­can­te puro, sur­gien­do como un enjam­bre o con­jun­to que no hace cade­na, des­ti­tui­do de cual­quier sig­ni­fi­ca­ción (Lima, 2010). Extraí­do ese sig­ni­fi­can­te, tra­zo uni­ta­rio, hace exis­tir el con­jun­to de sig­ni­fi­can­tes del incons­cien­te, des­do­blán­do­se en los S1 dis­po­ni­bles, ropa­jes del S1 ori­gi­nal de los cua­les el aná­li­sis bus­ca desiden­ti­fi­car­nos, per­mi­tién­do­nos esco­ger un sig­ni­fi­can­te en torno del cual la fal­ta a ser irá a girar, salien­do del puro asen­ti­mien­to (Lacán, 1973/1981).

El sig­ni­fi­ca­do es siem­pre una ope­ra­ción a pos­te­rio­ri, de retro­ac­ción, per­mi­tien­do un des­do­bla­mien­to de los sig­ni­fi­ca­dos dados por el otro has­ta enton­ces. En esa ope­ra­ción S1-S2, en ese des­li­za­mien­to de los sig­ni­fi­can­tes para pro­du­cir sig­ni­fi­ca­do, tene­mos un suje­to que apa­re­ce en el inter­va­lo, entre un sig­ni­fi­can­te y otro, un suje­to que, como ya vimos, al con­tra­rio de esta­ble­cer una soli­dez, sur­ge como un rayo. Se tra­ta por lo tan­to, de mucho más que una “expe­rien­cia del suje­to” de  una mate­ria­li­za­ción, una encar­na­ción. Si el aná­li­sis pro­mue­ve el des­co­lo­ca­mien­to sig­ni­fi­can­te-sig­ni­fi­ca­do, pode­mos decir que lo que ella hace es alte­rar el lugar de ese suje­to que es efec­to, hacien­do vaci­lar iden­ti­fi­ca­cio­nes cris­ta­li­za­das.

Conclusiones: sujeto como efecto

El des­cen­tra­mien­to del yo como fuen­te de todos los actos huma­nos per­mi­te que haga­mos la pre­gun­ta sobre el suje­to. Para Freud, suje­to no es un con­cep­to cons­trui­do explí­ci­ta­men­te, mas algo que sur­ge en las entre­lí­neas, se pre­sen­ta como el nom­bre del deseo. Se mues­tra extra­ño y ajeno al yo por­que incons­cien­te, oriun­do de los impe­ra­ti­vos de la pul­sión. El es el que insis­te, la repe­ti­ción que se impo­ne. Lue­go, el suje­to no exis­te por sí, mas pue­de sur­gir a par­tir del incons­cien­te (Cabas, 2009).

En Lacán, la noción de suje­to sufre una serie de trans­for­ma­cio­nes en la medi­da en que la teo­ría avan­za. De la pri­ma­cía de lo sim­bó­li­co a la con­cep­ción de gozo que alcan­za su pun­to más alto en el con­cep­to de falas­ser o tener un cuer­po; que­da cla­ro, para el autor, que fal­ta a esa cons­truc­ción cual­quier mate­ria­li­dad que haya sido ini­cial­men­te hipo­te­ti­za­da.

Se con­clu­ye por lo tan­to, de for­ma sim­pli­fi­ca­da y aún amplia de abor­dar el tema con la exten­sión y la inten­si­dad que sus vici­si­tu­des exi­gi­rían, que la cons­truc­ción del con­cep­to de suje­to, de Freud y Lacán, avan­za suce­si­va­men­te, alcan­zan­do el plano cen­tral de la teo­ría laca­nia­na, don­de per­ma­ne­ce has­ta la cons­truc­ción del con­cep­to de falas­ser o tener un cuer­po que lo suce­de. Sin embar­go, el suje­to no deja nun­ca de ser enca­ra­do, des­de el pun­to de vis­ta teó­ri­co, solo por las ori­llas de for­ma indi­rec­ta, una vez que su exis­ten­cia es del orden del afec­to no de la sus­tan­cia.

Referencias

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Notas

1. Doc­to­ra­da en psi­co­lo­gía (PUC-Minas), Maes­tra en Psi­co­lo­gía (PUC-Minas), con for­ma­ción en Psi­co­aná­li­sis (IPSM-MG). Pro­fe­so­ra de la Facul­tad Pre­si­den­te Antó­nio Car­los, Bar­ba­ce­na, MG. email: adrianebr@uol.com.br