El ballet clásico desde una mirada de género Descargar este archivo (El ballet clásico desde una mirada de género.pdf)

Alba Luz Robles Mendoza1

Programa Institucional de Estudios de Género
Facultad de Estudios Superiores Iztacala UNAM

Resumen

La cor­po­rei­dad se encuen­tra vin­cu­la­da con todas las accio­nes de la vida coti­dia­na de un ser humano, mol­dea­da por el con­tex­to social en el que se encuen­tra y cons­tru­yen­do las inter­ac­cio­nes con las otras per­so­nas y con su reali­dad. El arte del movi­mien­to, cono­ci­do como ballet clá­si­co o dan­za, nace como una prác­ti­ca cor­po­ral, social y cul­tu­ral que per­mi­te cons­truir las iden­ti­da­des feme­ni­nas y mas­cu­li­nas reafir­man­do los este­reo­ti­pos sexua­les que estruc­tu­ran a los hom­bres y las muje­res. Por ello, en este artícu­lo se ana­li­za­rán los com­po­nen­tes de géne­ro que se expre­san en las y los bai­la­ri­nes del ballet clá­si­co y que con­lle­van dis­cri­mi­na­cio­nes sexua­les, tras­tor­nos psi­co­ló­gi­cos y de ima­gen cor­po­ral.

Pala­bras cla­ve: Dan­za, géne­ro, ballet clá­si­co, dis­cri­mi­na­ción, cuer­po.

Abstract

Cor­po­reity is lin­ked to all the actions of the daily life of a human being, sha­ped by the social con­text in which it finds itself and buil­ding its inter­ac­tions with other peo­ple and its reality. The art of move­ment, known as clas­si­cal ballet or dan­ce, is born as a cor­po­ral, social and cul­tu­ral prac­ti­ce that allows the cons­truc­tion of femi­ni­ne and mas­cu­li­ne iden­ti­ties, reaf­fir­ming the sexual ste­reoty­pes that struc­tu­re men and women. The­re­fo­re, this arti­cle will analy­ze the gen­der com­po­nents that are expres­sed in ballet dan­cers and that invol­ve sexual dis­cri­mi­na­tion, psy­cho­lo­gi­cal disor­ders and body ima­ge.

Key­words: Dan­ce, gen­der, clas­si­cal ballet, dis­cri­mi­na­tion, body.

Introducción

El tér­mino ballet pro­vie­ne del fran­cés, deri­va­do del ita­liano ballet­to que es dimi­nu­to de ballo y a su vez de raíz grie­ga y sig­ni­fi­ca bai­lar. Gon­zá­lez (2014) la defi­ne como la unión de la músi­ca y el movi­mien­to sien­do la más gra­cio­sa y ele­gan­te de todas las artes. Asi­mis­mo, Dia­na Her­weck (2005) la men­cio­na como una dan­za rea­li­za­da con movi­mien­tos y posi­cio­nes espe­cia­les con el cuer­po, que por lo gene­ral cuen­tan una his­to­ria (cita­dos en Da Sil­va, 2017).

La dan­za es la úni­ca de todas las artes que tie­ne como ins­tru­men­to el pro­pio cuer­po, por lo que es capaz de demos­trar a tra­vés de dife­ren­tes movi­mien­tos las emo­cio­nes y las repre­sen­ta­cio­nes socia­les de lo que somos.

La prác­ti­ca del ballet clá­si­co desa­rro­lla un per­fil mor­fo­ló­gi­co espe­cí­fi­co, ya que se requie­re un amplio domi­nio de téc­ni­cas coreo­grá­fi­cas y escé­ni­cas. Den­tro de las deman­das rea­li­za­das a las y los bai­la­ri­nes, se exi­ge nivel téc­ni­co, inter­pre­ta­ción artís­ti­ca, musi­ca­li­dad en la eje­cu­ción téc­ni­ca-artís­ti­ca y belle­za escé­ni­ca cor­po­ral (Cañón, Cuan y Gar­cía, 2016).

La belle­za escé­ni­ca cor­po­ral es uno de los ele­men­tos más impor­tan­te que debe cui­dar­se en la prác­ti­ca de este arte, la cual está influen­cia­da por la eva­lua­ción cua­li­ta­ti­va de la gor­du­ra-del­ga­dez, la esta­tu­ra físi­ca, la pro­por­cio­na­li­dad ósea, la for­ma mus­cu­lar, la belle­za facial y las capa­ci­da­des diná­mi­cas de movi­mien­to de la per­so­na que bai­la (op. cit., 2016).

La ima­gen cor­po­ral se defi­ne como la ima­gen que for­ma nues­tra men­te de nues­tro pro­pio cuer­po, es decir, el modo en que nues­tro cuer­po se nos mani­fies­ta. Por lo tan­to, la ima­gen cor­po­ral no está nece­sa­ria­men­te corre­la­cio­na­da con la apa­rien­cia físi­ca real, sino por las acti­tu­des y valo­ra­cio­nes que el indi­vi­duo hace de su pro­pio cuer­po.

Por otro lado, el cuer­po es con­si­de­ra­do un pro­duc­to cul­tu­ral, con dife­ren­tes usos, de acuer­do con las socie­da­des en don­de se expre­se y acor­de con los dife­ren­tes valo­res, creen­cias y cáno­nes esté­ti­cos aso­cia­dos a él. Así, el cuer­po es mol­dea­do por la orga­ni­za­ción social y lle­ga a ser signo de la per­te­nen­cia cul­tu­ra y del orden social (Mauss, 1966; cita­do en Cañón, Cuan y Gar­cía, 2016).

En este sen­ti­do, la ima­gen cor­po­ral está for­ma­da por cua­tro com­po­nen­tes: 1) El com­po­nen­te per­cep­tual, es decir, la per­cep­ción del cuer­po en su tota­li­dad o bien de algu­na de sus par­tes; 2) El com­po­nen­te cog­ni­ti­vo, rela­cio­na­do con las valo­ra­cio­nes res­pec­to al cuer­po o par­te de éste; 3) El com­po­nen­te afec­ti­vo, que inte­gra los sen­ti­mien­tos o acti­tu­des res­pec­to al cuer­po; y 4) El com­po­nen­te con­duc­tual, com­pues­to de accio­nes o com­por­ta­mien­tos que se dan a par­tir de la per­cep­ción.

La ima­gen que cada uno se pue­da hacer del cuer­po, adquie­re un papel des­ta­ca­do en las prác­ti­cas dan­cís­ti­cas del ballet clá­si­co, como son las ruti­nas basa­das en la die­ta y la gim­na­sia para la con­se­cu­ción de deter­mi­na­das metas esté­ti­cas; por esta razón es nece­sa­rio vivir y sen­tir­se bien con la ima­gen cor­po­ral, de lo con­tra­rio supo­ne pro­ble­mas, como es el caso de la ano­re­xia ner­vio­sa (tras­torno ali­men­ti­cio de dis­tor­sión de la ima­gen cor­po­ral).

El cuer­po en la dan­za clá­si­ca se cons­tru­ye por los cáno­nes de los están­da­res del ballet, exi­gien­do cuer­pos euro­peos, de pier­nas muy lar­gas, bra­zos lar­gos, sin bus­to ni cade­ras, con cabe­zas y empei­nes peque­ños, que cum­plan con un ideal de belle­za y esté­ti­ca artís­ti­ca refle­ja­da en cuer­pos tra­ba­ja­dos y mol­dea­dos por el pro­pio ballet.

La téc­ni­ca del ballet está con­for­ma­da por una serie de movi­mien­tos esti­li­za­dos y posi­cio­nes que han sido ela­bo­ra­das y codi­fi­ca­das a tra­vés de los años, has­ta con­ver­tir­se en un sis­te­ma bien defi­ni­do, aun­que fle­xi­ble, deno­mi­na­do dan­za o ballet aca­dé­mi­co.

Uno de los fun­da­men­tos téc­ni­cos del ballet es la rota­ción exter­na de las pier­nas, lla­ma­do en dehors. Cada pier­na debe ser rota­da hacia fue­ra des­de la arti­cu­la­ción de la cade­ra. Con­tem­pla cin­co posi­cio­nes espe­cí­fi­cas para los pies, las cua­les son uti­li­za­das en la eje­cu­ción de los pasos del ballet, así como tam­bién las posi­cio­nes corres­pon­dien­tes para los bra­zos, aun­que varían depen­dien­do de la escue­la. La téc­ni­ca de este arte enfa­ti­za la per­pen­di­cu­la­ri­dad del tor­so, exi­gien­do a la bai­la­ri­na o bai­la­rín man­te­ner su eje ver­ti­cal. Es nece­sa­rio que todas las par­tes del cuer­po estén correc­ta­men­te ali­nea­das y cen­tra­das para per­mi­tir el máxi­mo de esta­bi­li­dad y faci­li­dad en el movi­mien­to (Tac­co­ne, 2016, p. 6).

El desa­rro­llo del ballet clá­si­co demar­ca un pro­ce­so socio­his­tó­ri­co de sig­ni­fi­ca­ción de los cuer­pos mas­cu­li­nos y feme­ni­nos que con­for­man a los gran­des acto­res de este arte y que refle­jan com­po­nen­tes de géne­ro des­igua­les en espa­cios escé­ni­cos pro­pios de la his­to­ria de esta dan­za.

Historia del ballet clásico

El ballet clá­si­co nació en las cor­tes monár­qui­cas euro­peas como un espec­tácu­lo pri­va­do de la cla­se virrei­nal. La pala­bra ballet fue uti­li­za­da por pri­me­ra vez por el maes­tro, coreó­gra­fo y com­po­si­tor Baltha­zar de Beau­jo­yeulx de ori­gen ita­liano, quien mon­tó los pri­me­ros ballets en 1572 para la boda de la hija de Cata­li­na de Medi­cis y en 1573 para la cele­bra­ción del nom­bra­mien­to del Duque d’Anjou como Rey de Polo­nia, intro­du­cien­do las artes ita­lia­nas a las cor­tes fran­ce­sas (Da Sil­va, 2017).

Beau­jo­yeulx impu­so el ini­cio de los ballets de cour, espec­tácu­lo que mar­có la dife­ren­cia en el uso de la músi­ca, el argu­men­to y la esce­no­gra­fía como un “todo” expre­sa­do a tra­vés de la dan­za; con­ta­ba con un des­plie­gue de orques­tas, bai­la­ri­nes, acto­res, dise­ña­do­res de ves­tua­rios, esce­no­gra­fía e ilu­mi­na­ción, lo que dio naci­mien­to al ballet como espec­tácu­lo.

El ballet nació en la Ita­lia del Rena­ci­mien­to, pero es esce­ni­fi­ca­do e iden­ti­fi­ca­do como tal en el siglo XVI en Fran­cia, don­de real­men­te sur­ge como una pro­fe­sión 80 años des­pués. En 1661 se fun­dó en Fran­cia la Aca­de­mie Roya­le de Dan­se (Aca­de­mia Nacio­nal de Danzas).A tra­vés de esta, Luis XIV ins­ti­tu­cio­na­li­za el ballet, sien­do la pri­me­ra escue­la de dan­za en la que se daría ini­cio a la for­ma­ción basa­da en el con­trol total y abso­lu­to del cuer­po.

Bea­triz Cote­llo, his­to­ria­do­ra de la ópe­ra y de los orí­ge­nes del ballet, men­cio­na que los fun­da­men­tos del ballet se encuen­tran en el Ballet De Comi­que, obra estre­na­da en 1581, don­de su estruc­tu­ra cons­ta de tres par­tes: una ober­tu­ra que pre­sen­ta el tema, una serie de entrées que desa­rro­llan la tra­ma y un grand ballet que cie­rra la his­to­ria.

El ballet, lla­ma­do arte en movi­mien­to, pasa a ser un géne­ro tea­tral que sale de los salo­nes monár­qui­cos a los esce­na­rios públi­cos en 1713, con el apo­yo del coreó­gra­fo y bai­la­rín fran­cés Jean Louis De Beau­champ en la obra Le Triomphes de l´amour, sien­do direc­tor de la Aca­de­mie Roya­le de Dan­se en la cor­te de Luis XIV.

Entre los años 1710 y 1756, el ballet era con­si­de­ra­do una dis­ci­pli­na esen­cial­men­te mas­cu­li­na debi­do a su estre­cha cone­xión con el tea­tro, que tenía igual con­no­ta­ción. Esta­ba prohi­bi­do que las muje­res bai­la­ran, así que los hom­bres eje­cu­ta­ban los roles feme­ni­nos. Des­pués, las muje­res bai­la­ron, pero con ropas grue­sas que impe­dían el movi­mien­to. Pocos nom­bres de muje­res resal­ta­ron en aque­lla épo­ca, entre ellos, Marie Camar­go y Marie Sallé (Barra­gán, 2014, Da Sil­va, 2017).

Fue con el ballet román­ti­co don­de las muje­res toma­ron fuer­za en este arte. Las bai­la­ri­nas se con­vir­tie­ron en el sím­bo­lo que resu­mía el ideal de belle­za feme­nino de la épo­ca: ser una mujer deli­ca­da, for­mal y refi­na­da. El ballet román­ti­co sur­ge a prin­ci­pios del siglo XIX con la épo­ca del Roman­ti­cis­mo, y se pro­lon­ga apro­xi­ma­da­men­te trein­ta años (1815–1845). Fue Char­les Dide­lot, en París en 1815, quien repre­sen­tó Flo­re et Zéphi­re en la Ópe­ra de París, don­de los bai­la­ri­nes flo­ta­ban sobre el esce­na­rio, sus­pen­di­dos por hilos de ace­ro. Fue un des­cu­bri­mien­to para el públi­co que, por pri­me­ra vez, con­tem­pla­ba una dan­za aérea. Pos­te­rior­men­te, Mada­me Gos­se­lin inno­va la dan­za bai­lan­do sobre la pun­ta de los pies (en poin­tes). El pri­mer gran ballet román­ti­co fue La Síl­fi­de, estre­na­da en la Ópe­ra de París el 12 de mar­zo de 1832 (Rey­na, 1985).

La par­ti­ci­pa­ción de la mujer en el ballet, de 1840 has­ta ini­cios del siglo XX, pro­du­jo ini­cial­men­te que la pri­va­ti­za­ción del ballet ópe­ra tuvie­ra como con­se­cuen­cia la mer­can­ti­li­za­ción del sexo feme­nino, lo cual pro­vo­có que el ballet deja­ra el espa­cio del tea­tro y se ubi­ca­ra en los luga­res de varie­da­des;la dan­za per­ju­di­ca­ba el sta­tus de las artes en gene­ral, por lo que la igno­ra­ron y la nega­ron. Fue como efec­to de la Pri­me­ra Gue­rra Mun­dial y de la fuer­za que tuvie­ron los ballets en Rusia que el ballet pro­du­ce el cam­bio en los cáno­nes de la belle­za feme­ni­na e idea­li­za el cuer­po en la del­ga­dez, la fuer­za, la asep­sia y la salud, carac­te­rís­ti­cas pro­pias de las bai­la­ri­nas de ballet clá­si­co, que vol­ve­ría a ser con­si­de­ra­da un arte en movi­mien­to (Barra­gán 2014).

La pre­pon­de­ran­cia de las muje­res en el perío­do román­ti­co del ballet fue sobre todo en su carác­ter de intér­pre­tes, musas ins­pi­ra­do­ras, y obje­to de repre­sen­ta­ción. La apa­ri­ción del Ballet Rus­ses, inter­na­cio­na­li­zó el ballet y abrió paso a la últi­ma fase de evo­lu­ción de éste, lla­ma­do neo­clá­si­co (Barra­gán, 2014).

Lara (2016) con­si­de­ra al ballet clá­si­co como una tec­no­lo­gía cor­po­ral indi­vi­dua­li­za­da des­de el poder, basa­do en escru­tar el com­por­ta­mien­to y el cuer­po de los indi­vi­duos con el fin de ana­to­mi­zar­los, es decir, pro­du­cir cuer­pos dóci­les y frag­men­ta­dos. Lo con­si­de­ra una dis­ci­pli­na que inclu­ye toda la gama de nor­ma­ti­vi­da­des socia­les que se impri­men en los cuer­pos, a par­tir de la vigi­lan­cia y el con­trol social. En este sen­ti­do, el cuer­po es con­si­de­ra­do como un sig­ni­fi­can­te del esta­tus social, don­de con­ver­gen prác­ti­cas, limi­ta­cio­nes, dis­ci­pli­nas, exce­sos, ausen­cias, cuer­pos que se con­su­men y se pla­ni­fi­can, se miden y se com­pa­ran, para con­ver­tir­se en uno sólo den­tro de una esce­no­gra­fía dan­cís­ti­ca.

Significados y representaciones de género

Uno de los ele­men­tos fun­da­men­ta­les del géne­ro se rela­cio­na con las expre­sio­nes de lo cul­tu­ral en las prác­ti­cas coti­dia­nas, de lo cual el ballet clá­si­co no está exen­to.

Pri­me­ra­men­te, debe­mos reco­no­cer que el ballet clá­si­co está envuel­to en ele­men­tos pro­pios del roman­ti­cis­mo, como el uso de las gasas, tules y zapa­ti­llas de pun­tas. Asi­mis­mo, el color rosa pre­va­le­ce acom­pa­ña­do de movi­mien­tos que desa­fían la gra­ve­dad e his­to­rias de prin­ce­sas encan­ta­das cubren las esce­no­gra­fías de sus dan­zas. La ves­ti­men­ta defi­ne la sig­ni­fi­ca­ción de los cuer­pos en un espa­cio social deter­mi­na­do; la orga­ni­za­ción de las socie­da­des par­ti­ci­pa en los valo­res y con­no­ta­cio­nes que la ves­ti­men­ta, sea casual o estruc­tu­ra­da (uni­for­mes, ves­tua­rios, dis­fra­ces o tra­jes) revier­te en los hom­bres y muje­res. Los cuer­pos y sus ves­ti­men­tas tam­bién se encuen­tran pla­ga­das de sig­ni­fi­ca­dos y deter­mi­nan­tes de géne­ro que vio­len­tan y limi­tan la igual­dad de opor­tu­ni­da­des entre los sexos.

El uso de la gasa y tules como ves­tua­rio prin­ci­pal en el ballet clá­si­co se debe a la apa­ri­ción del tutú en 1832. Su nom­bre corres­pon­de a una ono­ma­to­pe­ya fran­ce­sa que sig­ni­fi­ca fon­do; repre­sen­ta un ves­ti­do con un cor­pi­ño ceñi­do y una fal­da lar­ga has­ta el tobi­llo, lige­ra y vapo­ro­sa con­fec­cio­na­da a base de cin­co capas de tul de 92 cm. de lar­go. Fue lla­ma­do tutú román­ti­co, dise­ña­do y usa­do por Marie Taglio­ni en la obra La Sylphi­de. En 1870 el tutú román­ti­co sube a la altu­ra de las rodi­llas usa­do por pri­me­ra vez en la obra El Lago de los Cis­nes.

Pos­te­rior­men­te se con­fec­cio­na el tutú a la ita­lia­na, que con­sis­te en una fal­da cor­ta y rígi­da en for­ma de dis­co vapo­ro­so apo­ya­do en las cade­ras de la bai­la­ri­na, dejan­do al des­cu­bier­to toda la pier­na, lo que per­mi­te el desa­rro­llo de los movi­mien­tos en liber­tad y con agi­li­dad. Este últi­mo pasa a con­ver­tir­se en el ves­tua­rio por exce­len­cia de las bai­la­ri­nas, sien­do prin­ci­pal­men­te de color blan­co. En 1940 el tutú se sepa­ra por com­ple­to de las cade­ras, adqui­rien­do la for­ma de pla­to como estruc­tu­ra de sopor­te, sien­do la for­ma actual uti­li­za­da por las bai­la­ri­nas.

El tutú no sola­men­te repre­sen­ta un sig­ni­fi­ca­do de per­te­nen­cia y reco­no­ci­mien­to del arte dan­cís­ti­co del ballet clá­si­co, sino ade­más un papel jerár­qui­co de la bai­la­ri­na den­tro de la pro­duc­ción escé­ni­ca en la que se encuen­tre par­ti­ci­pan­do, la que impli­ca una res­pon­sa­bi­li­dad y pre­sión social de su papel en el ballet. Para las muje­res que incur­sio­nan tan­to en el ballet como en las dan­zas en gene­ral, el reto se cen­tra en ir esca­lan­do hacia un mayor nivel de pro­fe­sio­na­lis­mo que les per­mi­ta res­pon­der a la exi­gen­te com­pe­ten­cia entre bai­la­ri­nas. Se man­tie­ne el pro­to­ti­po físi­co de fina­les del siglo XIX: del­ga­dez, esbel­tez, mus­cu­la­tu­ra defi­ni­da, extre­mi­da­des alar­ga­das, sime­tría, tor­so cor­to, cue­llo lar­go y fle­xi­bi­li­dad, lo que pro­vo­ca en las muje­res un estig­ma esté­ti­co hacia el cuer­po feme­nino y por tan­to hacia lo espe­ra­do como mujer (Barra­gán, 2014).

Por otro lado, las zapa­ti­llas de pun­tas son aqué­llas que tie­nen en el extre­mo un taco for­ma­do por capas enco­la­das y fusio­na­das a tem­pe­ra­tu­ra alta, y cuya pun­ta ter­mi­na en una peque­ña super­fi­cie pla­na para poder man­te­ner el equi­li­brio en ella; sur­ge para des­ma­te­ria­li­zar el cuer­po, expre­sión uti­li­za­da en el perío­do román­ti­co del siglo XIX para luchar con­tra la gra­ve­dad e incor­po­rar a las zapa­ti­llas de pun­ta como auxi­lia­res de la pre­ten­sión de la livian­dad (Mora, 2011). Las lla­ma­das pun­tas son sólo usa­das por muje­res que requie­re un entre­na­mien­to pre­vio, garan­ti­zan­do una pos­tu­ra cor­po­ral correc­ta ade­más de equi­li­brio y for­ta­le­za en tobi­llos, arcos y empei­nes.

La zapa­ti­lla de pun­ta es un ele­men­to indis­pen­sa­ble para el entre­na­mien­to de la bai­la­ri­na clá­si­ca. Ella es pre­pa­ra­da duran­te años en la téc­ni­ca de los movi­mien­tos con la zapa­ti­lla de media pun­ta o blan­da, para lue­go entre­nar­se con este tipo de cal­za­do. La zapa­ti­lla de pun­ta recrea la ilu­sión ópti­ca y la sen­sa­ción físi­ca de que la bai­la­ri­na está flo­tan­do sobre el esce­na­rio como un ser semi-ala­do o ange­li­cal. Debe pre­ten­der y disi­mu­lar todo ges­to no sólo cor­po­ral sino facial de dolor o inco­mo­di­dad por el dolo­ro­so uso de este tipo de zapa­ti­lla, ya que son extre­ma­da­men­te dañi­nas para los pies, oca­sio­nan­do no sola­men­te callos, lla­gas, ampo­llas y uñe­ros, sino tam­bién defor­mi­da­des óseas. Las zapa­ti­llas de ballet se ase­me­jan a la res­tric­ción del movi­mien­to físi­co de la mujer en el uso de los zapa­tos de taco alto o de agu­ja, y en caso extre­mo, de las ata­du­ras de los pies de las niñas y muje­res en la anti­gua Chi­na (Petroz­zi, 1996, p. 3).

Las zapa­ti­llas de ballet pasan a ser, de pre­rro­ga­ti­va del ves­tua­rio de la bai­la­ri­na, a ser par­te de su iden­ti­dad, con­vir­tién­do­se en el prin­ci­pal pun­to de su reco­no­ci­mien­to.

El tutú y las zapa­ti­llas de pun­ta son, hoy en día, sig­nos de fan­ta­sías feme­ni­nas y de prin­ce­sas de cuen­to de hadas, que se usan fre­cuen­te­men­te como dis­fra­ces de cum­plea­ños de niñas y quin­cea­ñe­ras, gene­ran­do los este­reo­ti­pos sexua­les y de iden­ti­dad feme­ni­na acor­de con lo espe­ra­do para este sexo.

Tam­bién es impor­tan­te ana­li­zar el uso del color rosa en las mallas y leo­tar­dos de las bai­la­ri­nas, color que ha sido atri­bui­do a los este­reo­ti­pos del rol feme­nino; sin embar­go, en el ballet clá­si­co este color tie­ne una con­no­ta­ción más téc­ni­ca que de géne­ro, ya que es el tono que per­mi­te una mayor visi­bi­li­dad de los múscu­los duran­te el desa­rro­llo de los ejer­ci­cios de entre­na­mien­to, lo cual es indis­pen­sa­ble para que el docen­te corri­ja a sus estu­dian­tes en sus pos­tu­ras y movi­mien­tos (Lara y Vélez, 2015). Aun así, es usual que las mallas de entre­na­mien­to y ves­tua­rio sean de color rosa atri­bui­do a los feme­nino en carac­te­rís­ti­cas de emo­ti­vo, leve, sua­ve y deli­ca­do.

Por últi­mo y no menos impor­tan­te, es comen­tar sobre la impor­tan­cia de la esbel­tez en el cuer­po de la bai­la­ri­na. Vin­cent (1979) plan­teó que, si bien es cier­to que el ballet brin­da bene­fi­cios al ser una acti­vi­dad físi­ca, el ideal de esté­ti­ca que este arte trae con­si­go, pone en ries­go la ima­gen cor­po­ral del bai­la­rín o bai­la­ri­na aso­cián­do­lo a pesos cor­po­ra­les bajos (cita­do en Ben­za­quen, 2016).

Las bai­la­ri­nas pasan horas fren­te al espe­jo, don­de sus cuer­pos están estre­cha­men­te exa­mi­na­dos por ellas mis­mas y por los demás. Tes­ti­mo­nios de diver­sas bai­la­ri­nas afir­man que la extre­ma del­ga­dez que se ponían como meta para mejo­rar su dan­za, no les per­mi­tió medir la gran con­se­cuen­cia que esto traía con­si­go: el no poder con­ti­nuar bai­lan­do debi­do a que no tenían fuer­za para hacer­lo (Her­brich, Pfei­fer, Lehmkhul y Sch­nei­der, 2011; cita­dos en Ben­za­quen, 2016).

Los cuer­pos de las bai­la­ri­nas son la herra­mien­ta para la cons­truc­ción de su arte. El entre­na­mien­to en el ballet clá­si­co crea un par­ti­cu­lar des­en­ten­di­mien­to de las nece­si­da­des del cuer­po cuan­do éste repor­ta que algo no se encuen­tra bien. Muchas bai­la­ri­nas desa­rro­llan des­ór­de­nes ali­men­ti­cios como la ano­re­xia ner­vio­sa o buli­mia (vómi­tos auto pro­vo­ca­dos), debi­do a que desean lle­gar al ideal esté­ti­co que el ballet requie­re. Saben que gran par­te de la pre­sión que exis­te al com­pe­tir por la selec­ción, apro­ba­ción y la sub­sis­ten­cia en su tra­ba­jo se debe a su físi­co, sien­do resul­ta­do de ello que los mis­mos profesores(as) con­si­de­ren la del­ga­dez feme­ni­na en aso­cia­ción a un mejor desem­pe­ño, lo que trae como con­se­cuen­cia una ima­gen cor­po­ral nega­ti­va y fal­ta de auto­es­ti­ma en la mujer.

Según Gar­ner (1998), un com­po­nen­te impor­tan­te del desa­rro­llo de los des­ór­de­nes ali­men­ti­cios es el per­fec­cio­nis­mo, enten­di­do como el gra­do en que la per­so­na cree que sus resul­ta­dos deben ser exce­len­tes, y de esta mane­ra se con­vier­te en una con­di­ción vul­ne­ra­ble para la bai­la­ri­na clá­si­ca, quien lo aso­cia con la bús­que­da de la impe­ca­bi­li­dad y el esta­ble­ci­mien­to de altos están­da­res de desem­pe­ño dan­cís­ti­co acom­pa­ña­do de eva­lua­cio­nes exce­si­va­men­te crí­ti­cas a la con­duc­ta de ella mis­ma (cita­do en Ben­za­quen, 2016).

A pesar de que la bai­la­ri­na ha sido moti­va­da y entre­na­da para demos­trar un ili­mi­ta­do sen­ti­do del movi­mien­to y equi­li­brio, el ballet clá­si­co no per­mi­te que la bai­la­ri­na se defi­na a sí mis­ma, pues los movi­mien­tos ya están codi­fi­ca­dos des­de hace muchos años, mar­can­do así un solo tipo de movi­mien­to vale­de­ro den­tro de este arte dan­cís­ti­co (Petroz­zi, 1996).

La valo­ra­ción cor­po­ral, que his­tó­ri­ca­men­te se les ha adju­di­ca­do a las muje­res a par­tir de sus carac­te­rís­ti­cas físi­cas como obje­tos de deseo (hablan­do en el espa­cio del arte, como musa para artis­tas, pin­to­res, escul­to­res, escri­to­res, etc.), refir­man el este­reo­ti­po de géne­ro feme­nino rela­cio­na­do con la belle­za y la repre­sen­ta­ción del cuer­po sexua­do. En este sen­ti­do, es impor­tan­te dife­ren­ciar entre el ballet clá­si­co y la dan­za moder­na.

En el ballet, las pun­tas per­fec­tas tra­tan de lograr un movi­mien­to “lo más lim­pio téc­ni­ca­men­te posi­ble”, sien­do su prin­ci­pal logro, mien­tras que la dan­za moder­na se con­cen­tra en la trans­mi­sión, a tra­vés del movi­mien­to, de otras for­mas de expre­sión más libe­ra­do­ras, aun­que para esto tam­bién se requie­ra un esfuer­zo físi­co. La prác­ti­ca artís­ti­ca de la dan­za moder­na, que tam­bién impli­ca una prác­ti­ca cor­po­ral, se com­pren­de como una herra­mien­ta adi­cio­nal que pro­por­cio­na poder y pla­cer. Las muje­res que han podi­do acer­car­se a esta dis­ci­pli­na, men­cio­nan que per­mi­ten expe­ri­men­tar sen­sa­cio­nes cor­po­ra­les difí­ci­les de per­ci­bir en otros espa­cios, lo expre­san como una espe­cie de espi­ri­tua­li­dad y así la defi­nen des­de su sub­je­ti­vi­dad; la dan­za como un “len­gua­je espi­ri­tual” (Oli­va, 2016).

En este sen­ti­do, el apor­te de las muje­res artis­tas sur­ge por la resig­ni­fi­ca­ción del cuer­po, intrín­se­co a la prác­ti­ca de acti­vi­da­des artís­ti­cas, que pro­veen sen­sa­cio­nes cor­po­ra­les opues­tas a las que dic­tan los man­da­tos socia­les de femi­ni­dad. Para las muje­res artis­tas, el cuer­po feme­nino se resig­ni­fi­ca de una mane­ra úni­ca y deja de ser un cuer­po sexua­do, cosi­fi­ca­do y expro­pia­do, com­pren­dién­do­se como una tran­si­ción de “cuer­po obje­to” a “cuer­po suje­to” (Oli­va, 2017, p. 70).

La masculinidad del ballet

Si defi­ni­mos el con­cep­to de este­reo­ti­po como la ima­gen estruc­tu­ra­da y acep­ta­da por un gru­po de per­so­nas repre­sen­ta­ti­va de ese colec­ti­vo, los este­reo­ti­pos de géne­ro rela­cio­na­dos con lo mas­cu­lino visua­li­zan al hom­bre con los “roles pro­pios” a su sexo. Es decir, espe­ra­mos un varón fuer­te, agre­si­vo, viril y con gus­tos rela­cio­na­dos con estas carac­te­rís­ti­cas, gus­to­sos del fút­bol soc­cer o ame­ri­cano, el box o las luchas, don­de el len­gua­je y las acti­tu­des se tor­nan vio­len­tas y domi­nan­tes.

Exis­te una fal­sa noción al res­pec­to de que la des­igual­dad social entre los géne­ros sólo per­ju­di­ca a las muje­res. En algu­nos con­tex­tos, como en la prác­ti­ca del ballet, los hom­bres son los que lle­van la peor par­te en rela­ción a su géne­ro, a su iden­ti­dad y a su sexua­li­dad como una mas­cu­li­ni­dad subor­di­na­da. La mar­gi­na­ción es siem­pre rela­ti­va a una auto­ri­za­ción de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca del gru­po domi­nan­te (Lara, 2016).

Hablar de un hom­bre al que le gus­ta el ballet impli­ca colo­car­lo como con­tra­rio a lo espe­ra­do de este este­reo­ti­po de géne­ro, don­de el ima­gi­na­rio colec­ti­vo colo­ca a la figu­ra pre­do­mi­nan­te­men­te mujer envuel­ta en gasas y tules, en zapa­ti­llas de pun­ta y en movi­mien­tos sua­ves pro­pios de la femi­nei­dad.

Lara y Vélez (2015) men­cio­nan que el ballet es un mal lugar des­de la pers­pec­ti­va patriar­cal don­de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca pro­ble­ma­ti­za la iden­ti­dad mas­cu­li­na. Esto con­lle­va des­igual­da­des de géne­ro y dis­cri­mi­na­ción que van des­de acti­tu­des homo­fó­bi­cas, has­ta com­por­ta­mien­tos de recha­zo, bur­las, crí­ti­cas y des­ca­li­fi­ca­cio­nes hacia los varo­nes en el que­rer encon­trar los este­reo­ti­pos de mas­cu­lino y feme­nino refor­za­dos por la socie­dad.

Sin embar­go, los gran­des coreó­gra­fos del ballet clá­si­co men­cio­nan que los hom­bres son una par­te fun­da­men­tal de la esce­na; los giros, vuel­tas en el aire y gran­des sal­tos requie­ren de una des­tre­za armó­ni­ca y fuer­za que las muje­res no pue­den rea­li­zar, colo­can­do a una nue­va mas­cu­li­ni­dad intrín­se­ca en el pro­pio arte del ballet; habrá enton­ces que cono­cer el sig­ni­fi­ca­do de la mas­cu­li­ni­dad del ballet y sus pro­ce­den­cias.

La his­to­ria del ballet clá­si­co como una mani­fes­ta­ción artís­ti­ca euro­pea coin­ci­de con que la tota­li­dad de sus teó­ri­cos has­ta el siglo XX son hom­bres, lo que sig­ni­fi­ca que ha sido escri­ta des­de una pers­pec­ti­va mas­cu­li­na, ocu­pan­do los bai­la­ri­nes varo­nes un lugar pre­pon­de­ran­te en los esce­na­rios, don­de a las muje­res se les prohi­bían resal­tar, por ser un lugar públi­co.

Fue la lle­ga­da del Roman­ti­cis­mo que colo­có al ballet román­ti­co como el luci­mien­to feme­nino, exal­tan­do las carac­te­rís­ti­cas de livian­dad, belle­za y sua­vi­dad, pro­pios del este­reo­ti­po de la mujer; ejem­plo de ello es la crea­ción de las zapa­ti­llas de pun­ta, don­de los varo­nes comien­zan a ser vis­tos como afe­mi­na­dos (quie­nes no uti­li­zan estas zapa­ti­llas sino de media pun­ta). Actual­men­te, hom­bres y muje­res pue­den com­bi­nar sus talen­tos espe­cí­fi­cos en una coreo­gra­fía pen­sa­da tan­to para bai­la­ri­nas como bai­la­ri­nes, don­de los movi­mien­tos mas­cu­li­nos deben ser con­tro­la­dos, acti­vos y pode­ro­sos, sin tras­pa­sar los lími­tes de la mas­cu­li­ni­dad hege­mó­ni­ca idea­li­za­da. Esto dio pau­ta al desa­rro­llo de la dan­za moder­na y pos­te­rior­men­te a la dan­za con­tem­po­rá­nea (Lara y Vélez, 2015).

Es impor­tan­te men­cio­nar que tam­bién la mas­cu­li­ni­dad del ballet clá­si­co tie­ne que ver con el con­tex­to en el cual se desa­rro­lle, ya que en paí­ses don­de la dan­za clá­si­ca es una tra­di­ción, no hay pro­ble­ma con que el hom­bre bai­le; sin embar­go, en Méxi­co se aso­cia con pre­cep­tos de homo­se­xua­li­dad y afe­mi­na­mien­to, debi­do al arrai­go de la con­cep­ción del cuer­po como una expre­sión de las rela­cio­nes de poder entre hom­bres y muje­res.

Conclusiones

El cuer­po como fenó­meno cul­tu­ral es un lugar de sen­sa­cio­nes, pla­ce­res y deseos indi­vi­dua­les y socia­les y no sola­men­te un espa­cio de atri­bu­tos físi­cos. El cuer­po es ves­ti­do, maqui­lla­do, arre­gla­do y mode­la­do en prác­ti­cas socia­les y cul­tu­ra­les pro­pios de cada géne­ro, que revis­ten su iden­ti­dad, resal­tan­do sus capa­ci­da­des y cubrien­do sus debi­li­da­des. Es entre­na­do para cons­truir su ima­gen cor­po­ral, don­de refle­ja las sig­ni­fi­ca­cio­nes socio­cul­tu­ra­les de lo sim­bó­li­co, es decir, las rela­cio­nes de poder, las expe­rien­cias vivi­das, las inter­ac­cio­nes socia­les, las nor­mas y valo­res, con­di­cio­nes de vida y los pro­ce­sos y diná­mi­cas de rela­ción que hom­bres y muje­res tene­mos día a día.

Las y los bai­la­ri­nes deben estar capa­ci­ta­dos para con­tro­lar sus cuer­pos al extre­mo, bai­lar a pesar del dolor y el ago­ta­mien­to, aca­rrean­do con­si­go lesio­nes físi­cas, inca­pa­ci­da­des y car­gas emo­cio­na­les. Esto, obe­de­cien­do al cons­truc­to his­tó­ri­co de la esté­ti­ca del ballet que cano­ni­za la belle­za y la téc­ni­ca, a las cua­les están suje­tos.

Asi­mis­mo, los cuer­pos, como cuer­pos sexua­dos, están car­ga­dos de sen­ti­dos y sig­ni­fi­ca­dos que deter­mi­nan la for­ma en que los hom­bres y las muje­res viven su sexua­li­dad y géne­ro. El cuer­po no es un obje­to, es el ser en su reali­dad y en don­de for­ma­mos lo que somos en el mun­do en vir­tud de nues­tro cuer­po. En el hacer coti­diano se está cons­tru­yen­do el ser hom­bre o mujer; en pala­bras de Judith Butler, en actos per­for­ma­ti­vos, cuya capa­ci­dad de acción, trans­for­man los cuer­pos.

La prác­ti­ca del ballet clá­si­co impli­ca el con­tac­to direc­to con el cuer­po y su ser sexua­do, colo­can­do la iden­ti­dad sexual y de géne­ro como una expre­sión de su ser en la dan­za, enfren­tán­do­se a las for­mas dico­tó­mi­cas de la repre­sen­ta­ción socio­cul­tu­ral de lo feme­nino-mas­cu­lino. Pro­pios de ello, y enca­ran­do lo dico­tó­mi­co, la vio­len­cia de géne­ro será intrín­se­ca como un pasi­llo de prác­ti­cas socia­les que en el arte del ballet clá­si­co per­ma­ne­ce­rá cons­tan­te­men­te.

Referencias

Barragán, A. E. (2014). El tutú, su historia y su carga simbólica hacia la femineidad: El cambio de la mirada hacia el ballet como el arte del movimiento y su vestuario. Tesis de Licenciatura en Artes Contemporáneas, Especialidad Diseño de Modas. Colegio de Comunicaciones y Artes Contemporáneas. Ecuador: Universidad de San Francisco de Quito.

Bencanzen, C. (2016). Bienestar y desórdenes alimenticios en bailarinas profesionales de ballet en el Perú. Tesis de Licenciatura en Psicología. Facultad de Letras y Ciencias Humanas. Lima: Universidad Católica.

Cañón, B, A; Cuan, C. Y. y García, L. K. (2016). Relación entre la imagen corporal y las características somatotípicas de bailarines profesionales colombianos de ballet clásico. Tesis de Licenciatura en Fisioterapia. Facultad de Medicina. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

Da Silva, N. M. (2017). Programa de intervención con método preventivo de lesiones de tobillo en los bailarines de Ballet. Tesis de Licenciatura en Fisioterapia. Facultad de Ciencias de la Salud. España: Universidad de la Laguna.

Lara, M. I. y Vélez, G. (2015). Violencia, cuerpo y masculinidades. El caso de los bailarines de ballet clásico. En: G. Vélez y A. Luna (Coord.). Violencia de género. Escenarios y quehaceres pendientes. México: Universidad Autónoma del Estado de México. pp. 205-231.

Lara, M. I. (2016). Del “Espectro de la rosa” a “El corsario”, Masculinidades en el ballet clásico: Escenario del Cuerpo y la Subjetividad. Tesis de Doctorado en Ciencias Sociales. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Autónoma del Estado de México. México.

Mora, A. S. (2011). El cuerpo en la danza desde la Antropología. Prácticas, representaciones y experiencias durante la formación en danzas clásicas, danza contemporánea y expresión corporal. Tesis de Doctorado en Ciencias Naturales (orientación Antropología). Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata. Argentina.

Oliva, P. (2016). Las mujeres y el arte como forma propia de deconstrucción: un debate implícito. Rupturas 7(1) 51-74. Costa Rica. Enero-junio.

Petrozzi, M. (1996) La danza moderna más allá de los géneros: hacia el descubrimiento de un lenguaje corporal de la mujer. Ensayo del Diplomado de Estudios de Género de la Universidad Católica del Perú. Disponible en: http://www.actiweb.es/swagdcrew/archivo4.pdf

Reyna, F. (1985) Historia del Ballet. Barcelona: Daimon Editores.

Taccone, V. (2016) El ballet clásico. Observaciones sobre la técnica, la disciplina y las influencias sobre el cuerpo del bailarín. IX Jornadas de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata. 5 al 7 de diciembre de 2016, Ensenada, Argentina. En memoria académica. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.9263/ev.9263.pdf

Notas

1. Carre­ra de Psi­co­lo­gía UNAM FES Izta­ca­la. Correo elec­tró­ni­co: albpsic@unam.mx.