Emoción, toma de decisiones y mindfulness Descargar este archivo (1- Emoción, toma de decisiones y mindfulness.pdf)

Óliver Jiménez Jiménez1, Liliana Jazmín Salcido Cibrián2

Universidad de Málaga, Universidad Autónoma de Sinaloa

Resu­men

El pre­sen­te tra­ba­jo ana­li­za los dife­ren­tes pun­tos de vis­ta que ver­san sobre la toma de deci­sio­nes actual­men­te. Por un lado, las teo­rías que apo­yan una gran influen­cia de la intui­ción tras los recien­tes estu­dios en neu­ro­cien­cia emo­cio­nal, y por otro, las teo­rías de la racio­na­li­dad están­dar, muy crí­ti­cos con las ante­rio­res. A este res­pec­to, se pro­po­ne la prác­ti­ca de mind­ful­ness como una for­ma de tomar deci­sio­nes más adap­ta­ti­vas, sien­do un camino toda­vía por explo­rar que podría encon­trar el con­sen­so entre las teo­rías actua­les que tra­tan de expli­car sus meca­nis­mos.

Pala­bras cla­ve: emo­cio­nes, toma de deci­sio­nes, mind­ful­ness, racio­na­li­dad

Abs­tract

This study analy­zes the dif­fe­rent points of view about deci­sion making nowa­days. The theo­ries that sup­port a higher influen­ce of the intui­tion, after the recent stu­dies in emo­tio­nal neu­ros­cien­ce, and the theo­ries of the stan­dard ratio­na­lity, very cri­ti­cal with the pre­vious one. In this res­pect, mind­ful­ness prac­ti­ce is pro­po­sed as a mode of making more adap­ti­ve deci­sions, a path yet to be explo­red that could find con­sen­sus among the current theo­ries that try to explain its mecha­nisms.

Key­words: emo­tions, deci­sion making, mind­ful­ness, ratio­na­lity

Introducción

Actual­men­te la influen­cia de las emo­cio­nes sobre la toma de deci­sio­nes (TD) está cobran­do una gran impor­tan­cia gra­cias a la hipó­te­sis de Dama­sio, entre otros hallaz­gos de las neu­ro­cien­cias y otras dis­ci­pli­nas. Fren­te a la teo­ría de las pers­pec­ti­vas de Kah­ne­man y Fre­de­rick (2002), que otor­ga más erro­res y ses­gos en la TD a la “intui­ción”, otros auto­res resal­tan actual­men­te la impor­tan­cia de la mis­ma en la TD (Dijks­terhuis, Bos, Nord­gren y Van Baa­ren, 2006), en espe­cial los estu­dios de Gige­ren­zer (Gige­ren­zer, 2008; Gige­ren­zer y Engel, 2006; Gige­ren­zer y Gaiss­maier, 2011; Gige­ren­zer y Golds­tein, 1996; Gige­ren­zer y Sturm, 2011). Este autor, defen­dien­do el con­cep­to de “intui­ción”, pro­po­ne una racio­na­li­dad más depen­dien­te del con­tex­to en la TD, una “racio­na­li­dad eco­ló­gi­ca”. Es decir, de la uti­li­dad de la “intui­ción” como fuen­te fia­ble y váli­da para la TD. En con­tra­po­si­ción a Kah­ne­man (2011), que con­si­de­ra la “intui­ción” como poco fia­ble y limi­tan­te en la TD, pro­du­cien­do un razo­na­mien­to inade­cua­do, Gige­ren­zer pre­sen­ta la “intui­ción” como una for­ma de apro­ve­char la estruc­tu­ra de la infor­ma­ción para lle­gar a deci­sio­nes razo­na­bles. El pro­pio Gige­ren­zer reco­no­ce que una TD basa­das en la “intui­ción” tam­bién pue­de lle­var a come­ter erro­res, pero pun­tua­li­za que lo impor­tan­te es lle­gar a cono­cer qué reglas uti­li­zan las per­so­nas reales cuan­do se pro­du­ce la TD.

A pesar de que la pro­pues­ta de Gige­ren­zer actual­men­te ha sido cri­ti­ca­da por varios auto­res, entre ellos Kah­ne­man (2011), sus pro­pues­tas no son del todo con­tra­dic­to­rias, pues­to que ambas coin­ci­den en la impor­tan­cia de la “intui­ción” median­te heu­rís­ti­cos para la pre­ci­sión en la TD en con­tex­tos deter­mi­na­dos, así como en la nece­si­dad de una mayor inves­ti­ga­ción para deter­mi­nar los erro­res pro­vo­ca­dos por estos en la TD. Es en este pun­to don­de la “intui­ción” adquie­re suma impor­tan­cia en la actua­li­dad, en con­tra de la teo­ría de la racio­na­li­dad están­dar (Gige­ren­zer, 2011), abrien­do la puer­ta a otras varia­bles real­men­te intere­san­tes que influ­yen en la TD, tales como la emo­ción.

A este res­pec­to, y como una for­ma de ges­tio­nar la emo­ción para mejo­rar la pre­ci­sión en la TD, la pro­pues­ta de mind­ful­ness nos brin­da un aba­ni­co de posi­bi­li­da­des toda­vía por explo­rar a la hora de ges­tio­nar de for­ma efi­caz nues­tras emo­cio­nes, ya sean cons­cien­tes o incons­cien­tes, mar­can­do nues­tras expe­rien­cias (Dama­sio, 1995) y res­ca­tán­do­las en las situa­cio­nes o con­tex­tos en las que son reque­ri­das para la TD de la for­ma más adap­ta­ti­va posi­ble. Con este pro­pó­si­to, sería intere­san­te inves­ti­gar las apor­ta­cio­nes que pue­den lle­gar a con­se­guir en la TD, los pro­gra­mas que inclu­yen mind­ful­ness como ele­men­to poten­cia­dor en la regu­la­ción de emo­cio­nes (Ramos, Recon­do, y Enrí­quez, 2012; Sal­ci­do, 2014). Una de las posi­bles apor­ta­cio­nes de estos pro­gra­mas a la TD podría ser el hecho de que la prác­ti­ca de mind­ful­ness con­lle­va la expo­si­ción a las emo­cio­nes nega­ti­vas, favo­re­cien­do su habi­ta­ción (Ramos, Her­nán­dez, y Blan­ca, 2009), lo que pue­de lle­var a una mayor regu­la­ción y afron­ta­mien­to de estas, reper­cu­tien­do en una reduc­ción de los ses­gos oca­sio­na­dos por la influen­cia des­con­tro­la­da de dichas emo­cio­nes en la TD.

Toma de decisiones

Ima­gi­ne­mos por un momen­to que nece­si­ta­mos deci­dir con quién vamos a casar­nos, o sope­sar si acep­tar o no una deter­mi­na­da ofer­ta de tra­ba­jo con impor­tan­tes con­se­cuen­cias para nues­tro futu­ro, ¿nos dedi­ca­ría­mos a ela­bo­rar una inter­mi­na­ble lis­ta de varia­bles con los bene­fi­cios a cor­to y lar­go pla­zo? ¿O sim­ple­men­te nos deja­ría­mos acon­se­jar por nues­tra almoha­da antes de tomar una deci­sión lle­va­dos por nues­tra intui­ción?

Actual­men­te, la TD es un tema de gran inte­rés, como se pue­de com­pro­bar en el aumen­to de la pro­duc­ción cien­tí­fi­ca duran­te los últi­mos 60 años, con más de 4,000 artícu­los sola­men­te en la últi­ma déca­da (Fer­nán­dez y Villa­da, 2015). La TD pue­de defi­nir­se como la selec­ción de una alter­na­ti­va den­tro de un ran­go de opcio­nes exis­ten­tes, con­si­de­ran­do los posi­bles resul­ta­dos de las selec­cio­nes rea­li­za­das y sus con­se­cuen­cias en el com­por­ta­mien­to pre­sen­te y futu­ro (Tversky y Kah­ne­man, 1981). En una defi­ni­ción más actual, Wang (2008) defi­ne la TD como el pro­ce­sa­mien­to cog­ni­ti­vo que se rea­li­za en una situa­ción en la que debe eva­luar varias carac­te­rís­ti­cas para esta­ble­cer cuál de las alter­na­ti­vas cum­ple con las expec­ta­ti­vas, metas o intere­ses, deri­van­do un pro­ce­so refle­xi­vo o una con­duc­ta a seguir de ellas.

Aun­que en los últi­mos años se conoz­ca mucho sobre la influen­cia de las emo­cio­nes en diver­sos ámbi­tos, en los años 1940 del siglo XX el estu­dio de la TD no tenía en cuen­ta el efec­to de las mis­mas, igno­ra­do por las teo­rías nor­ma­ti­vas que domi­na­ban el pen­sa­mien­to pre­do­mi­nan­te de la épo­ca, las cua­les esta­ban dedi­ca­das a resal­tar cómo debe­ría deci­dir el suje­to entre diver­sas res­pues­tas posi­bles bajo con­di­cio­nes idea­les y obje­ti­vas (Barón, 2000). Tras las crí­ti­cas a este con­jun­to de teo­rías nor­ma­ti­vas de auto­res como Simón (1957) y su teo­ría de la racio­na­li­dad limi­ta­da, o Tversky y Kah­ne­man (1974) con su pro­pues­ta de la teo­ría con­duc­tual de la toma de deci­sio­nes, sur­gie­ron las teo­rías des­crip­ti­vas o natu­ra­lis­tas de la TD. Estas son el resul­ta­do de las inves­ti­ga­cio­nes sobre el efec­to de las emo­cio­nes en pro­ce­sos como el apren­di­za­je, el pro­ce­sa­mien­to de la infor­ma­ción, el recuer­do o la eva­lua­ción de la infor­ma­ción.

Hoy en día, las emo­cio­nes son con­si­de­ra­das como una par­te fun­da­men­tal en la toma de deci­sio­nes (TD), ligán­do­se estre­cha­men­te con la razón, para una mejor adap­ta­ción del ser humano al medio que lo rodea (Dama­sio, 2001; Gree­ne, Som­mer­vi­lle, Nys­trom, Dar­ley, y Cohen, 2001; Manes et al., 2002). Las inves­ti­ga­cio­nes de los últi­mos años mues­tran, como reco­ge Bedre­gal (2010), que el esta­do de áni­mo y las emo­cio­nes inci­den­ta­les tie­nen una influen­cia sobre el jui­cio y las elec­cio­nes (For­gas, 1995; Isen, 1993; Ler­ner y Kelt­ner, 2000; Sch­warz, 1990), así como la mane­ra en que el défi­cit emo­cio­nal inna­to (Dama­sio, 1995) o indu­ci­do expe­ri­men­tal­men­te (Wil­son et al., 1993) pue­de afec­tar la cali­dad de la TD (Koe­nigs et al., 2007). Lejos que­da la pers­pec­ti­va de que las emo­cio­nes son un obs­tácu­lo para una TD ade­cua­da, como se ha veni­do con­si­de­ran­do en el mar­co del pen­sa­mien­to racio­na­lis­ta.

Para ello, ha sido de vital impor­tan­cia la gran apor­ta­ción de los estu­dios cien­tí­fi­cos basa­dos en los meca­nis­mos neu­ro­ló­gi­cos de la TD, cons­tru­yen­do una base sóli­da y empí­ri­ca que die­ra vali­dez a las pos­te­rio­res teo­rías sobre la influen­cia de la emo­ción en la TD. Por ello es impor­tan­te cono­cer el ori­gen de la influen­cia de las emo­cio­nes en las ideas actua­les sobre la TD.

Bases neuronales en la TD

Los seres huma­nos hemos ido acre­cen­tan­do nues­tra capa­ci­dad de apren­di­za­je sobre el medio que nos rodea, así como sobre las con­se­cuen­cias de nues­tra con­duc­ta al inter­ac­tuar con dicho medio (Simón, 1997). En esta evo­lu­ción, y des­de un pun­to de vis­ta ana­tó­mi­co, se con­si­de­ra la cor­te­za pre­fron­tal (CP) como la región cere­bral de mayor impor­tan­cia en rela­ción con la TD.

La CP está com­pues­ta por tres subre­gio­nes: la cor­te­za orbi­to­fron­tal (CO), el cór­tex cin­gu­la­do ante­rior (CCA) y la cor­te­za pre­fron­tal dor­so­la­te­ral (CPD). Estas subre­gio­nes, en cola­bo­ra­ción con el tála­mo, la amíg­da­la y los gan­glios basa­les, son las encar­ga­das del pro­ce­so ade­cua­do en la TD. En con­cre­to, la CO está liga­da a las deci­sio­nes de base emo­cio­nal, man­te­nien­do una gran conec­ti­vi­dad bidi­rec­cio­nal con algu­nas estruc­tu­ras como son el cór­tex de aso­cia­ción tem­po­ral, la amíg­da­la y el hipo­cam­po (Bro­che-Pérez, Herre­ra y Omar-Mar­tí­nez, 2015).

Los estu­dios con téc­ni­cas de neu­ro­imá­ge­nes en rela­ción con la TD, han aso­cia­do la CO con el com­por­ta­mien­to de bús­que­da de recom­pen­sa (Gold y Shla­den, 2007; Kawa­goe, Taki­ka­wa y Hiko­sa­ka, 2004; Wata­na­be, Lau­we­reyns y Hiko­sa­ka, 2003); la cor­te­za ven­tro­me­dial (CV) jun­to con la CO, con la atri­bu­ción de valo­res inde­pen­dien­tes a cada alter­na­ti­va, así como en la deci­sión y acción corres­pon­dien­te (Hunt, et al., 2012; Padoa-Schiop­pa y Assad, 2006), y la CCA con la eva­lua­ción nega­ti­va de una alter­na­ti­va (Yeung y San­fey, 2004).

Bro­che-Pérez, et al. (2015), en una revi­sión recien­te, hablan de una rela­ción direc­ta de la depre­sión rela­cio­na­da con la TD de base emo­cio­nal con la por­ción ante­rior de la CCA. Igual­men­te resal­tan la impor­tan­cia de la amíg­da­la en rela­ción con la TD, ya que par­ti­ci­pa en los meca­nis­mos de recom­pen­sa y desem­pe­ña un papel fun­da­men­tal en la deco­di­fi­ca­ción emo­cio­nal de los estí­mu­los ambien­ta­les. Igual­men­te, el cere­be­lo es otra estruc­tu­ra impor­tan­te en la TD, ya que apar­te del con­trol pos­tu­ral y motor, y la coor­di­na­ción, las áreas pos­te­rio­res par­ti­ci­pan en la memo­ria de tra­ba­jo, el pro­ce­sa­mien­to lin­güís­ti­co, el aná­li­sis de la infor­ma­ción espa­cial y la regu­la­ción emo­cio­nal.

Pero sin duda la mayor apor­ta­ción a la inves­ti­ga­ción en esta área de cono­ci­mien­to han sido los estu­dios de pacien­tes con daño cere­bral. Des­de hace rela­ti­va­men­te poco tiem­po se ha comen­za­do a com­pren­der por qué los pacien­tes con lesio­nes en zonas con­cre­tas del cere­bro pre­sen­tan una gran esca­sez de alte­ra­cio­nes en test psi­co­ló­gi­cos, a pesar de pre­sen­tar serias difi­cul­ta­des para resol­ver pro­ble­mas en su vida coti­dia­na. Esto es debi­do, en par­te, a los pocos casos que han podi­do ser estu­dia­dos correc­ta­men­te al res­pec­to, por lo que cobran gran impor­tan­cia dos de ellos: el pri­me­ro, y uno de los más famo­sos y cono­ci­do en la lite­ra­tu­ra neu­ro­ló­gi­ca, el del capa­taz Phi­neas Gage de 1848, y el más recien­te y mejor estu­dia­do hoy en día, el publi­ca­do por Eslin­ger y Dama­sio en 1985, el caso de Elliot (o tam­bién cono­ci­do como EVR).

El caso con­cre­to de Elliot ilus­tra cómo la CP ven­tro­me­dial jue­ga un papel impor­tan­te en el razo­na­mien­to social y emo­cio­nal. Los pacien­tes con lesio­nes en dicha área del cere­bro son inca­pa­ces de tomar deci­sio­nes ópti­mas sobre cues­tio­nes per­so­na­les y socia­les que les afec­tan direc­ta­men­te, pro­vo­can­do que sean per­so­nas tor­pes social y emo­cio­nal­men­te, e inca­pa­ces de diri­gir su vida de for­ma adap­ta­ti­va en diver­sos aspec­tos.

Un dato reve­la­dor es el hecho de que estas per­so­nas sue­len mani­fes­tar ano­ma­lías en el fun­cio­na­mien­to del sis­te­ma ner­vio­so autó­no­mo al some­ter­se a estí­mu­los de con­te­ni­do emo­cio­nal. Por ejem­plo, lo nor­mal en per­so­nas sanas es pre­sen­tar un aumen­to en la con­duc­tan­cia elec­tro­der­mal (un índi­ce psi­co­ló­gi­co y bio­ló­gi­ca­men­te rele­van­te de la acti­vi­dad del sis­te­ma ner­vio­so autó­no­mo) al mos­trar­les imá­ge­nes de muti­la­cio­nes o san­grien­tas, pero en el caso de este tipo de pacien­tes pare­ce ser que no se pro­du­ce una res­pues­ta elec­tro­der­mal (Puig­cer­ver, 2001). Esto pue­de indi­car una reduc­ción cla­ra en sus res­pues­tas de acti­va­ción emo­cio­nal ante estí­mu­los que debe­rían pro­du­cir cam­bios auto­nó­mi­cos impor­tan­tes como refle­jo de una mayor ansie­dad (Becha­ra, Dama­sio, Tra­nel y Dama­sio, 1997).

El marcador somático

Dama­sio, el neu­ró­lo­go que da a cono­cer el caso Elliot, fue quien pro­pu­so una hipó­te­sis para expli­car las alte­ra­cio­nes en la dis­cri­mi­na­ción de infor­ma­ción emo­cio­nal y social­men­te rele­van­te en estos pacien­tes. Dama­sio pro­po­ne la hipó­te­sis del “mar­ca­dor somá­ti­co”, que con­sis­te en la cola­bo­ra­ción entre las estruc­tu­ras pre­fron­ta­les (las más moder­nas, evo­lu­ti­va­men­te, en nues­tro cere­bro) y los sis­te­mas más pri­mi­ti­vos, como son la amíg­da­la y algu­nas áreas del sis­te­ma lím­bi­co. Así esta­ble­ció dos sis­te­mas de pro­ce­sa­mien­to dife­ren­tes, uno para las emo­cio­nes pri­ma­rias, que depen­de­rían del sis­te­ma lím­bi­co, y otro para las emo­cio­nes secun­da­rias, requi­rien­do de la CP y soma­to­sen­so­ria­les (Gor­di­llo, Ara­na, Cruz y Mes­tas, 2011). Dama­sio tam­bién expo­ne que los pro­ce­sos pura­men­te “racio­na­les” no podrían encar­gar­se de resol­ver por sí mis­mos la mayor par­te de las deci­sio­nes que toma­mos a lo lar­go del día, ya que dichos pro­ce­sos son inca­pa­ces de dar una res­pues­ta rápi­da y ade­cua­da a los pro­ble­mas que se plan­tean en nues­tra vida coti­dia­na.

La gran apor­ta­ción de su hipó­te­sis del mar­ca­dor somá­ti­co es la de enten­der la emo­ción como ante­ce­den­te del com­po­nen­te cog­ni­ti­vo en la TD, refi­rién­do­se a la valo­ra­ción de los bene­fi­cios o per­jui­cios de ele­gir una opción u otra. Los pro­ce­sos “racio­na­les” esta­rían influen­cia­dos por otros de ori­gen emo­cio­nal. Es decir, el mar­ca­do somá­ti­co nos per­mi­te una repre­sen­ta­ción inter­na de las con­se­cuen­cias de la res­pues­ta ele­gi­da, sin que se pre­sen­te nece­sa­ria­men­te una reac­ción cor­po­ral emo­cio­nal, sien­do un pro­ce­so incons­cien­te y rápi­do que cons­ti­tu­ye avi­sos neu­ro­na­les que nos per­mi­ten sen­tir como si fué­ra­mos a expe­ri­men­tar el esta­do emo­cio­nal, per­mi­tién­do­nos anti­ci­par las con­se­cuen­cias de una acción futu­ra (Puig­cer­ver, 2001).

Gra­cias al mar­ca­dor somá­ti­co es que podría­mos dar pre­fe­ren­cia a aque­llas deci­sio­nes que hemos “mar­ca­do” pre­via­men­te como agra­da­bles, o bien des­car­tar aque­llas que no han pasa­do nues­tra repre­sen­ta­ción emo­cio­nal. El pro­ce­so de la TD esta­ría, por tan­to, diri­gi­do por el mar­ca­dor somá­ti­co, que nos guia­ría hacia las accio­nes que nos resul­ta­ran ven­ta­jo­sas, basán­do­se en nues­tra expe­rien­cia ante­rior en situa­cio­nes emo­cio­na­les simi­la­res. Este pro­ce­di­mien­to, por tan­to, nos per­mi­ti­ría deci­dir con gran rapi­dez en com­pa­ra­ción con el pro­ce­sa­mien­to pura­men­te “racio­nal”, así como per­so­na­li­zar dichas repre­sen­ta­cio­nes men­ta­les, ocu­rrien­do en muchas oca­sio­nes como un pro­ce­sa­mien­to incons­cien­te.

Todo esto refle­ja la gran rela­ción que tie­ne la emo­ción sobre el buen jui­cio y el pen­sa­mien­to “racio­nal”, y mues­tra un incre­men­to de la pre­dic­ción en los mode­los expli­ca­ti­vos que incor­po­ran la emo­ción en el pro­ce­so de TD (Mellers, Scha­wartz, Ho y Ritov, 1997).

Regulación emocional en la toma de decisiones

En el estu­dio de la TD y las emo­cio­nes, Sch­warz (2000) habla de tres gru­pos de inves­ti­ga­ción expe­ri­men­tal: el que resal­ta la valen­cia de las emo­cio­nes (Brad­burn, 1969; Frij­da, 1993), el de la espe­ci­fi­ci­dad de las emo­cio­nes (Ekman, 1972; Izard, 2000; Ler­ner y Kelt­ner, 2000; Oatley, 1992), y por últi­mo, el de la varia­bi­li­dad del efec­to de la emo­ción según la deci­sión o dile­ma (Gree­ne, Nys­trom, Engell, Dar­ley y Cohen, 2004).

Estos gru­pos de estu­dios han reve­la­do que las per­so­nas con emo­cio­nes posi­ti­vas sobre­es­ti­man los resul­ta­dos posi­ti­vos y uti­li­za­rían un pen­sa­mien­to más este­reo­ti­pa­do que aque­llos con un esta­do de áni­mo neu­tral. Por otro lado, las emo­cio­nes nega­ti­vas aumen­ta­rían la capa­ci­dad de razo­na­mien­to deduc­ti­vo y ana­lí­ti­co, y harían un uso más efec­ti­vo de la memo­ria. Del mis­mo modo, algu­nos estu­dios refle­jan que emo­cio­nes de la mis­ma valen­cia afec­ti­va afec­tan de mane­ra dife­ren­te la TD (Bedre­gal, 2010). Por últi­mo, la TD se ve más afec­ta­da por las emo­cio­nes en aque­llas situa­cio­nes de mayor rele­van­cia o en cir­cuns­tan­cias deter­mi­na­das que son impor­tan­tes para el indi­vi­duo (Gree­ne y Haidt, 2002; Gree­ne et al., 2004; Pham, 1998).

Se pue­de con­cluir de todos estos resul­ta­dos que una mayor ges­tión de nues­tros esta­dos emo­cio­na­les deter­mi­na­ría en gran medi­da un resul­ta­do más efec­ti­vo en la TD. Por ello, cobra una espe­cial impor­tan­cia el gra­do en el que poda­mos regu­lar nues­tras emo­cio­nes, como capa­ci­dad de adap­tar­nos mejor a nues­tro con­tex­to usan­do las emo­cio­nes de for­ma ade­cua­da. En este caso, haré refe­ren­cia a la regu­la­ción emo­cio­nal según el mode­lo pro­pues­to por Salo­vey y Mayer (Mayer y Salo­vey, 1997; Mayer, Salo­vey y Caru­so, 2000; Salo­vey y Mayer, 1990), pues­to que cuen­ta con una mayor evi­den­cia empí­ri­ca, tan­to a nivel teó­ri­co como prác­ti­co, en com­pa­ra­ción con otros mode­los o teo­rías expli­ca­ti­vas de la inte­li­gen­cia emo­cio­nal (Mes­tre y Fer­nán­dez-Berro­cal, 2007; Joseph y New­man, 2010).

La regu­la­ción emo­cio­nal es defi­ni­da por Gross y Feld­man-Barrett (2011) como un con­jun­to de pro­ce­sos (cog­ni­ti­vos y con­duc­tua­les) por los que el suje­to influ­ye en las emo­cio­nes que tie­ne, en cuán­do las tie­ne, y en cómo las expe­ri­men­ta y expre­sa (Mes­tre y Guil, 2012). En el pro­ce­so de regu­la­ción emo­cio­nal, las emo­cio­nes sur­gi­rían cuan­do la aten­ción se des­plie­ga ante un acon­te­ci­mien­to rele­van­te para las inten­cio­nes, metas u obje­ti­vos del indi­vi­duo, afec­tan­do a la expe­rien­cia sub­je­ti­va, al com­por­ta­mien­to e inclu­so a la fisio­lo­gía del sis­te­ma ner­vio­so cen­tral y peri­fé­ri­co. Por últi­mo, en dicho con­jun­to de pro­ce­sos, los cam­bios mul­ti­sis­té­mi­cos aso­cia­dos a la emo­ción (men­tal, con­duc­tual y fisio­ló­gi­co) no tie­nen por qué ser obli­ga­to­rios, pues­to que las emo­cio­nes pue­den inte­rrum­pir las accio­nes y for­zar a cam­biar la cons­cien­cia en una situa­ción deter­mi­na­da. Por tan­to, la regu­la­ción emo­cio­nal con­sis­ti­ría en un inter­cam­bio entre la per­so­na y la situa­ción, impli­can­do una acti­va­ción de la aten­ción y la pos­te­rior res­pues­ta mul­ti­sis­té­mi­ca, pudien­do dar­se a tra­vés de dicho inter­cam­bio des­de una ges­tión men­tal muy ela­bo­ra­da, has­ta una sim­ple res­pues­ta auto­má­ti­ca (Mes­tre y Guil, 2012).

En este sen­ti­do, y en rela­ción con el pro­ce­so de regu­la­ción emo­cio­nal pro­pues­to ante­rior­men­te, pode­mos enten­der que exis­te un pro­ce­so con­tro­la­do y un pro­ce­so auto­má­ti­co en la regu­la­ción emo­cio­nal. Según Shif­frin y Sch­nei­der (1977), un pro­ce­so men­tal fun­cio­na­ría de mane­ra auto­má­ti­ca si en deter­mi­na­do momen­to se pro­du­ce sin inten­cio­na­li­dad, de for­ma incons­cien­te y sin inter­fe­rir con otros pro­ce­sos men­ta­les con­cu­rren­tes. Por otro lado, el pro­ce­so con­tro­la­do se pro­du­ci­ría de for­ma cons­cien­te, de for­ma inten­cio­nal por par­te del suje­to, y su rea­li­za­ción pro­vo­ca­ría inter­fe­ren­cias con la eje­cu­ción de otras ope­ra­cio­nes o tareas cog­ni­ti­vas.

Con res­pec­to a esta visión, y en rela­ción con dicha dua­li­dad en la regu­la­ción emo­cio­nal como pro­ce­so, es posi­ble esta­ble­cer una simi­li­tud con la TD. Uno de los auto­res más rele­van­tes en esta área de cono­ci­mien­to en los últi­mos años, Daniel Kah­ne­man, pro­po­ne la teoría de las pers­pec­ti­vas, toman­do los tér­mi­nos pro­pues­tos en su ori­gen por Sta­no­vich y West (2000). En dicha teo­ría pos­tu­la que hay dos sis­te­mas de la men­te encar­ga­dos de deter­mi­nar la TD, que serían el sis­te­ma 1 y el sis­te­ma 2. Según Kah­ne­man (2011), “el sis­te­ma 1 ope­ra de mane­ra rápi­da y auto­má­ti­ca, con poco o nin­gún esfuer­zo y sin sen­sa­ción de con­trol volun­ta­rio”, mien­tras que “el sis­te­ma 2 cen­tra la aten­ción en las acti­vi­da­des men­ta­les esfor­za­das que lo deman­dan, inclui­dos los cálcu­los com­ple­jos. Las ope­ra­cio­nes del Sis­te­ma 2 están a menu­do aso­cia­das a la expe­rien­cia sub­je­ti­va de actuar, ele­gir y con­cen­trar­se” (Kah­ne­man, 2011, p. 21; Kah­ne­man y Fre­de­rick, 2002).

El pen­sa­mien­to rápi­do o sis­te­ma 1, inclui­ría las dos moda­li­da­des del pen­sa­mien­to intui­ti­vo, así como las acti­vi­da­des men­ta­les pura­men­te auto­má­ti­cas de la per­cep­ción y la memo­ria, ope­ra­cio­nes que nos per­mi­ten saber si “hay una lám­pa­ra en el escri­to­rio o recor­dar el nom­bre de la capi­tal de Rusia” (Kah­ne­man, 2011, p. 6). El pro­pio Kah­ne­man (2011) defi­ne la intui­ción como un pro­ce­so auto­má­ti­co, aso­cia­ti­vo y que se rea­li­za sin nin­gún esfuer­zo, sien­do difí­cil de con­tro­lar y modi­fi­car, en con­tra­po­si­ción a la razón (sis­te­ma 2).

Mindfulness

Tenien­do en cuen­ta esta dua­li­dad, y en con­jun­ción con los pro­ce­sos dados en la regu­la­ción emo­cio­nal, podría­mos decir que una ade­cua­da TD nece­si­ta­ría de un equi­li­brio entre ambos sis­te­mas, entre el pen­sa­mien­to rápi­do y len­to, con la influen­cia ade­cua­da de las emo­cio­nes para que el pro­ce­so sea ópti­mo y per­mi­ta una coope­ra­ción mul­ti­sis­té­mi­ca ade­cua­da. Para con­se­guir dicho equi­li­brio podría ser muy intere­san­te, por los bene­fi­cios de su prác­ti­ca, un con­cep­to que está toman­do espe­cial impor­tan­cia en los últi­mos años: mind­ful­ness.

El con­cep­to de mind­ful­ness (en cas­te­llano tam­bién se pue­de encon­trar en la lite­ra­tu­ra como aten­ción ple­na o con­cien­cia ple­na) es bas­tan­te amplio actual­men­te, y según Ger­mer (2005) pue­de uti­li­zar­se en tres sen­ti­dos: 1) como cons­truc­to teó­ri­co; 2) como prác­ti­ca para su desa­rro­llo (como es la medi­ta­ción) y 3) como un pro­ce­so psi­co­ló­gi­co (estar cons­cien­te). Mind­ful­ness como con­cep­to pue­de ser defi­ni­do como “la con­cien­cia que apa­re­ce al pres­tar aten­ción deli­be­ra­da­men­te, en el momen­to pre­sen­te y sin juz­gar, a cómo se des­plie­ga la expe­rien­cia momen­to a momen­to” (Kabat-Zinn, 2003). Tam­bién se pue­de enten­der como “la auto­rre­gu­la­ción de la aten­ción con el pro­pó­si­to de man­te­ner­la en la expe­rien­cia inme­dia­ta”, lo que per­mi­te un aumen­to de la per­cep­ción de los acon­te­ci­mien­tos de la men­te en el momen­to pre­sen­te (Bishop et al., 2004).

Mind­ful­ness, como prác­ti­ca, esti­mu­la la región fron­to­pa­rie­tal encar­ga­da de diri­gir la aten­ción. Dicha región se com­po­ne de cir­cui­tos esen­cia­les para el cam­bio focal de la aten­ción, lo que nos per­mi­te cen­trar nues­tra aten­ción en algo y man­te­ner­la, o bien des­co­nec­tar­la y cen­trar la aten­ción en algo dife­ren­te (David­son et al., 2003). Igual­men­te, la prác­ti­ca de mind­ful­ness en diver­sas moda­li­da­des está rela­cio­na­da con las regio­nes cere­bra­les res­pon­sa­bles de la dis­trac­ción men­tal (Gole­man, 2013). Según Simón (2011), la prác­ti­ca pro­lon­ga­da de mind­ful­ness fomen­ta la eva­lua­ción refle­xi­va de las situa­cio­nes que tene­mos que afron­tar, es decir, aumen­ta el inter­va­lo entre el des­en­ca­de­nan­te de la emo­ción y la apa­ri­ción de la res­pues­ta emo­cio­nal. A este res­pec­to, la prác­ti­ca de mind­ful­ness nos ayu­da­ría a mejo­rar la ges­tión o modu­la­ción de las emo­cio­nes, faci­li­tan­do el equi­li­brio emo­cio­nal y el afron­ta­mien­to ante situa­cio­nes emo­cio­nal­men­te inten­sas. Esto es posi­ble debi­do a que la prác­ti­ca influ­ye direc­ta­men­te sobre la no reac­ti­vi­dad emo­cio­nal, alte­ran­do las cone­xio­nes entre la CP y las zonas lím­bi­cas, ade­más de regu­lar la pri­me­ra infor­ma­ción afec­ti­va que pro­vie­ne de las segun­das, lle­gan­do así a un equi­li­brio entre la acti­va­ción y la regu­la­ción emo­cio­nal (Sie­gel, 2010).

Mind­ful­ness tam­bién está rela­cio­na­da con una aten­ción cons­cien­te más efi­caz, pro­por­cio­nan­do una mayor esta­bi­li­dad, con­trol y efi­cien­cia en una tarea deter­mi­na­da (Kirk, Dow­nar, y Mon­ta­gue, 2011), lo que resul­ta en una reduc­ción de los erro­res pro­du­ci­dos por los heu­rís­ti­cos en la TD. Otros auto­res tam­bién han encon­tra­do que Mind­ful­ness como ras­go, o bien una ins­truc­ción bre­ve en su prác­ti­ca, pue­de aso­ciar­se a un menor núme­ro de erro­res en la TD (Hafen­brack, Kinias y Bar­sa­de, 2013), así como a una pro­pen­sión a tomar deci­sio­nes eco­nó­mi­ca­men­te más racio­na­les en medi­ta­do­res exper­tos, regu­lan­do tam­bién las emo­cio­nes nega­ti­vas (Kirk et al., 2011). La prác­ti­ca de mind­ful­ness redu­ce la acti­vi­dad de los pen­sa­mien­tos cen­tra­dos en el yo, ubi­ca­dos en la CP medial, por lo que, cuan­to menos diá­lo­go interno, mejor podre­mos expe­ri­men­tar el pre­sen­te. Modi­fi­car la rela­ción que se man­tie­ne con el pen­sa­mien­to nos per­mi­te rom­per la con­ca­te­na­ción de estos y for­ta­le­cer la foca­li­za­ción, espe­cial­men­te el con­trol eje­cu­ti­vo, el tama­ño de la memo­ria de tra­ba­jo y la capa­ci­dad de man­te­ner la aten­ción (Gole­man, 2013), todos ellos pro­ce­sos rele­van­tes en la TD.

Discusión y conclusión

Actual­men­te el estu­dio de la TD es de una gran com­ple­ji­dad y, al igual que en otras face­tas de la cien­cia psi­co­ló­gi­ca, la ten­den­cia apun­ta cada vez más a la espe­ci­fi­ci­dad en su estu­dio; algu­nos ejem­plos son la influen­cia de la TD en el lide­raz­go, las rela­cio­nes socia­les o en la for­mu­la­ción de intrin­ca­dos mode­los teó­ri­cos que expli­quen las pau­tas cog­ni­ti­vas desa­rro­lla­das por nues­tra men­te a dia­rio para una TD efi­caz. A todo ello hay que aña­dir aho­ra el con­cep­to de emo­ción, que ha veni­do a revo­lu­cio­nar en las últi­mas déca­das la psi­co­lo­gía y otras cien­cias afi­nes, y está cues­tio­nan­do, cada vez más, diver­sos mode­los que daban una mayor rele­van­cia a la “razón” en la TD.

Esta nue­va visión de la TD (como algo más emo­cio­nal de lo que a prio­ri se podía ima­gi­nar), tien­de a acre­cen­tar el clá­si­co deba­te entre razón y emo­ción refle­ja­do en los estu­dios comen­ta­dos ante­rior­men­te sobre la TD basa­da en la intui­ción, así como en los pro­ce­sos más ela­bo­ra­dos y razo­na­dos. Pero la reali­dad es que nues­tra men­te está lejos de ser una dua­li­dad entre emo­ción y razón. Los avan­ces en las neu­ro­cien­cias apor­tan cada vez más prue­bas de la rela­ción armo­nio­sa entre la razón y la emo­ción en diver­sos aspec­tos de nues­tro día a día, de los cua­les la TD es uno de los más rele­van­tes. Por ello es intere­san­te encon­trar un con­cep­to como el de mind­ful­ness que, final­men­te, podría dar una visión más “real” de la men­te huma­na, uni­fi­can­do emo­ción y razón en una pers­pec­ti­va más glo­bal, capaz de arro­jar luz a la enma­ra­ña­da com­ple­ji­dad de nues­tra men­te.

Nos fal­ta mucho por cono­cer sobre los intrin­ca­dos pro­ce­sos en los que está impli­ca­da la emo­ción en la TD, así como de la inten­sa rela­ción que pare­ce tener con los pro­ce­sos cog­ni­ti­vos. Está por ver­se si el entre­na­mien­to en una prác­ti­ca mile­na­ria como mind­ful­ness nos per­mi­ti­rá ser más due­ños de nues­tras emo­cio­nes y ejer­cer el poten­cial cog­ni­ti­vo de nues­tro cere­bro en pos de una mejor TD, o para­fra­sean­do a William Ernest Hen­ley, ser due­ños de nues­tro des­tino y capi­ta­nes de nues­tra alma.

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Notas

1. Pro­fe­so­ra en la Uni­ver­si­dad de Mála­ga, Espa­ña. E‑mail: oliverjjimenez@gmail.com

2. Pro­fe­so­ra en la Uni­ver­si­dad Autó­no­ma de Sina­loa, Méxi­co. E‑mail: liliana.cibrian@gmail.com