Ligar, desligar, religar: el lugar del analista Descargar este archivo (10 - Ligar, desligar, religar.pdf)

Delia Boragnio1, Gustavo Cantú.2

Universidad de Buenos Aires

Resu­men

Este tra­ba­jo par­te de un recor­te clí­ni­co para plan­tear algu­nas pre­gun­tas rela­ti­vas al lugar del ana­lis­ta en rela­ción con las pro­ble­má­ti­cas que ponen en cues­tión la ten­sión entre el eje intrap­sí­qui­co y el inter­sub­je­ti­vo. Se real­za con­cep­tual­men­te el lugar del obje­to real en la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca, en par­ti­cu­lar en la ela­bo­ra­ción de los modos de intrin­ca­ción pul­sio­nal y las for­mas de liga­du­ra repre­sen­ta­cio­nal. Se carac­te­ri­zan algu­nas pro­ble­má­ti­cas clí­ni­cas que se mani­fies­tan como for­mas de pen­sa­mien­to eva­cua­ti­vas que no per­mi­ten la ela­bo­ra­ción psí­qui­ca, y se inter­pre­tan a par­tir de las cate­go­rías de fun­ción desob­je­ta­li­zan­te y tra­ba­jo de lo nega­ti­vo, de André Green. Final­men­te, se pro­ble­ma­ti­za el rol del ana­lis­ta. Se sos­tie­ne que el encua­dre clí­ni­co requie­re del tera­peu­ta los mis­mos pro­ce­sos que inten­ta sus­ci­tar en el pacien­te: los pro­ce­sos que Green deno­mi­na “ter­cia­rios”, que invo­lu­cran la pro­duc­ción de nue­vos modos de rela­ción tan­to con su mun­do interno como con el otro en tan­to suje­to sin­gu­lar.

Pala­bras cla­ve: pen­sa­mien­to clí­ni­co, fun­ción desob­je­ta­li­zan­te, tra­ba­jo de lo nega­ti­vo

Abs­tract

This arti­cle pro­po­ses some ques­tions regar­ding the posi­tion of the psy­choa­nalyst towards the pro­blem of the rela­tions bet­ween the intrapsy­chic and inter­sub­jec­ti­ve axes. It is inten­ded to cha­rac­te­ri­ze the role of the real object in psy­chic cons­ti­tu­tion, espe­cially regar­ding Dri­ve intri­ca­cies’ and its repre­sen­ta­tio­nal lin­king. Some cli­ni­cal pro­blems are des­cri­bed from the point of view of thin­king moda­li­ties which are cha­rac­te­ri­zed as dis­char­ges and may be inter­pre­ted accor­ding to the desob­jec­ta­li­sing fun­ction and the work of the nega­ti­ve pro­po­sed by André Green. Finally, the role of the the­ra­pist is ques­tio­ned. It is pro­po­sed that the cli­ni­cal fra­ming requi­res from the the­ra­pist the very pro­ces­ses that he tries to pro­du­ce in the client, which Green calls “ter­tiary pro­ces­ses”, that imply new forms of rela­tion both towards the inner world and towards the other as sin­gu­lar sub­ject.

Key­words: Cli­ni­cal Thin­king, Desob­jec­ta­li­sing Fun­ction, Work of the Nega­ti­ve

Un recorte clínico

“Ese recuer­do (…) había reapa­re­ci­do (…) pri­me­ro como en un relám­pa­go, sin ser toda­vía recuer­do sino úni­ca­men­te un lla­ma­do de la memo­ria que le hacía saber que esta­ba acor­dán­do­se de algo sin saber de qué.”

Juan José Saer, Nadie nada nun­ca. 

En una sesión, Lola le pre­gun­ta a Juan, su papá:

–¿Cómo se lla­ma tu papá?

–No sé, le dice él. No lo conoz­co.

La niña le pre­gun­ta:

–¿Se murió?

–No sé, no ten­go idea, no sé nada de él.

La peque­ña insis­te:

–Pero… ¿cómo?

Silen­cio…

La ana­lis­ta pien­sa: “Podría poner­le algún envol­to­rio a la res­pues­ta, no ser tan cruel”.

Cruel… ¿para quién?       

–Vis­te cómo es Dora (la abue­la de Lola), te con­tes­ta cual­quier cosa…

La niña la mira con un ges­to mitad asom­bro y mitad “y… es así”.

La ana­lis­ta:

–Tu papá te está dicien­do que no lo sabe por­que no lo cono­ció y la abue­la tam­po­co le dijo quién era su padre, no es que no quie­re con­tar­te, no pue­de hacer­lo.

El mate­rial vie­ne en cru­do. Lo cru­do de la clí­ni­ca, lo cru­do de la cruel­dad. Es intere­san­te recor­dar que eti­mo­ló­gi­ca­men­te cru­do vie­ne de cruor (la car­ne des­pe­lle­ja­da y san­grien­ta). Lo cru­do des­po­ja, des­es­ta­bi­li­za. ¿Vio­len­cia pade­ci­da, sufri­mien­to infli­gi­do y con­for­mi­dad con ese pade­cer? Tex­tos frag­men­ta­dos, rotos, hecho asti­llas.

Cruel… ¿para quién? ¿Para la niña, para el padre, para la abue­la? ¿Para la poten­cia­li­dad vin­cu­lan­te? ¿Para el ana­lis­ta?

El lugar del objeto

El trau­ma­tis­mo pue­de no resul­tar sola­men­te de un cier­to exce­so que se con­vier­te en into­le­ra­ble, sino que en algu­nos casos pue­de pro­ve­nir de un défi­cit, de algo que se espe­ra, pero no está. Pode­mos recor­dar lo que André Green con­cep­tua­li­za como el sín­dro­me de la madre muer­ta (Green, 1986). Se tra­ta de una madre en cier­ta for­ma “dis­traí­da” con res­pec­to a su hijo. No es que la madre esté muer­ta, sino que por­ta la muer­te en ella mis­ma y la trans­mi­te en su rela­ción con el hijo, pues­to que no está con él del modo en que amo­ro­sa­men­te se espe­ra­ría que estu­vie­ra. Inva­di­da, ya sea por la tris­te­za de un due­lo difí­cil­men­te ela­bo­ra­ble, o por pro­ble­má­ti­cas sub­je­ti­vas pro­pias, la madre está allí, pero no pue­de ofre­cer al niño los recur­sos sim­bó­li­cos y libi­di­na­les nece­sa­rios para su cons­ti­tu­ción psí­qui­ca, pues­to que ella mis­ma está atra­ve­sa­da por un pro­ce­so intrap­sí­qui­co de desin­ves­ti­mien­to, corre­la­ti­vo del desin­ves­ti­mien­to inter­sub­je­ti­vo con res­pec­to al hijo.

Esto nos per­mi­te real­zar el lugar del obje­to real en la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca, en par­ti­cu­lar en la ela­bo­ra­ción de los modos de intrin­ca­ción pul­sio­nal. Ya des­de Freud sabe­mos que lo que cuen­ta para la intrin­ca­ción pul­sio­nal es el obje­to, espe­cí­fi­ca­men­te el amor del obje­to. En los casos lími­te nos enfren­ta­mos jus­ta­men­te con caren­cias en el amor del obje­to. Las fun­cio­nes desob­je­ta­li­zan­tes corres­pon­den a las pul­sio­nes de des­truc­ción, y su carac­te­rís­ti­ca prin­ci­pal es la des­li­ga­zón. La des­li­ga­zón impi­de la liga­zón y el des­plie­gue de las pul­sio­nes de vida. Y esto es así por­que el obje­to tie­ne como una de sus fun­cio­nes fun­da­men­ta­les la de intrin­ca­ción: si el obje­to es inac­ce­si­ble, la desin­trin­ca­ción toma el lugar pre­pon­de­ran­te y la pul­sión de muer­te se libe­ra (Green, 2014).

Tal como dice Lui­gi, el per­so­na­je de “Colo­quio con la madre”, don­de Piran­de­llo lo des­cri­be magis­tral­men­te: “…te recuer­do, madre. Siem­pre te veo como estás aho­ra. Siem­pre te ima­gi­na­ré como estás aho­ra, viva, sen­ta­da aquí en tu sillón, pero llo­ro por otra cosa. Llo­ro por­que tú no pue­des pen­sar en mí. Cuan­do esta­bas sen­ta­da aquí yo decía: si des­de lejos me pien­sa estoy vivo para ella. Esto me sos­te­nía y me con­for­ta­ba. Aho­ra que estás ahí muer­ta y no me pien­sas más ya no estoy vivo para ti y no lo esta­ré nun­ca más”. Piran­de­llo des­cri­be magis­tral­men­te el due­lo del hijo por una madre que en otro momen­to fue sos­tén de sus pro­pias inves­ti­du­ras nar­ci­sis­tas. No una madre muer­ta, sino una madre cuya inves­ti­du­ra hacia el hijo cum­ple una fun­ción encua­dran­te para el hijo (“si des­de lejos me pien­sa estoy vivo”). Hay una estruc­tu­ra de refle­xión en la que el hijo se sien­te vivo cuan­do se pien­sa pen­sa­do por la madre: en eso con­sis­te el sos­tén materno que falla en las situa­cio­nes en que el niño no se sien­te “pen­sa­do” por la madre, inves­ti­do por ella, aún en vida.

Ligazón y desligazón

Des­cu­bri­mos enton­ces una dimen­sión del pen­sa­mien­to que no fun­cio­na en el padre de la niña, y es la tran­si­cio­na­li­dad en el sen­ti­do de Win­ni­cott. Se tra­ta de un pen­sa­mien­to inca­paz de pro­du­cir liga­du­ras, pues­to que fun­cio­na con una moda­li­dad eva­cua­ti­va, expul­san­do fue­ra del apa­ra­to psí­qui­co los con­te­ni­dos para evi­tar el con­tac­to con ellos. En lugar de gene­rar un enig­ma, una pre­gun­ta, una duda, el silen­cio de su pro­pia madre con res­pec­to a su ori­gen gene­ra desin­ves­ti­mien­to del pro­pio pen­sa­mien­to: anu­la­ción de la posi­bi­li­dad de cues­tio­nar e inda­gar, que inter­vie­ne como mode­lo de rela­ción con su pro­pia hija al natu­ra­li­zar el modo de fun­cio­na­mien­to del pen­sa­mien­to de su pro­pia madre (“Vis­te como es Dora, te con­tes­ta cual­quier cosa”). De este modo eva­cúa con­te­ni­dos de los que no sopor­ta escu­char hablar, y por con­si­guien­te, se impi­de de pen­sar. A dife­ren­cia de otros tipos de fun­cio­na­mien­to psí­qui­co en los que esta situa­ción pro­du­ci­ría liga­du­ras, aso­cia­cio­nes, que bajo la féru­la del pro­ce­so pri­ma­rio pro­du­ci­rían reto­ños de lo repri­mi­do per­mi­tién­do­nos acer­car­nos al núcleo de sen­ti­do que sos­tie­ne la resis­ten­cia, aquí pode­mos pre­gun­tar­nos, ¿la pro­ble­má­ti­ca tie­ne que ver con la repre­sión de cier­tos con­te­ni­dos repre­sen­ta­cio­na­les liga­dos a su ori­gen? ¿O se tra­ta más bien de una moda­li­dad de fun­cio­na­mien­to psí­qui­co que ata­ca al pen­sa­mien­to en sus posi­bi­li­da­des de pro­du­cir liga­du­ras?

No es sola­men­te el con­te­ni­do dis­pla­cen­te­ro lo que es nega­ti­vi­za­do, como en la repre­sión, sino que toda la acti­vi­dad psí­qui­ca es ata­ca­da en su fun­cio­na­mien­to. En eso con­sis­te la cruel­dad y la cru­de­za: el padre expul­sa de su psi­quis­mo todo aque­llo que se encuen­tra impo­si­bi­li­ta­do de trans­for­mar por ela­bo­ra­ción. Y en esa expul­sión la hija es pues­ta en lugar de depo­si­ta­ria. Pode­mos recu­rrir al con­cep­to de capa­ci­dad de rêve­rie con el que Bion (1985) expli­ca la fun­ción del adul­to. El dile­ma fun­da­men­tal del psi­quis­mo, según este autor, es inten­tar huir de la frus­tra­ción por expul­sión, o acep­tar ela­bo­rar­la. Los deri­va­dos de la per­cep­ción, que Bion lla­ma ele­men­tos beta, no son aptos como tales para la ela­bo­ra­ción psí­qui­ca de sen­ti­dos, sino sola­men­te cuan­do pue­den ser trans­for­ma­dos en ele­men­tos alfa, que son los mate­ria­les de base del psi­quis­mo y los que ase­gu­ran el fun­cio­na­mien­to psí­qui­co. Pero esta fun­ción no se cons­tru­ye por sí sola, sino que se apo­ya sobre la capa­ci­dad de enso­ña­ción del adul­to, que devuel­ve al niño los ele­men­tos beta, pero meta­bo­li­za­dos, trans­for­ma­dos por su pro­pio psi­quis­mo adul­to en ele­men­tos alfa, que como tales son meta­bo­li­za­bles por el psi­quis­mo del niño.

La lógica de la desesperanza

Vemos enton­ces de qué for­ma las con­cep­cio­nes que con­si­de­ran lo intrap­sí­qui­co y lo inter­sub­je­ti­vo como ejes dico­tó­mi­cos, intro­du­cen una dife­ren­cia arti­fi­cial, pues­to que ambas dimen­sio­nes se sos­tie­nen mutua­men­te. El eje intrap­sí­qui­co fue enfa­ti­za­do por Freud, en tan­to el des­cu­bri­mien­to del psi­quis­mo incons­cien­te lo lle­vó a cen­trar­se en los aspec­tos inter­nos de los pro­ce­sos psí­qui­cos. Duran­te mucho tiem­po se ha con­si­de­ra­do en con­se­cuen­cia que los sín­to­mas neu­ró­ti­cos esta­ban liga­dos a pro­ce­sos exclu­si­va­men­te intrap­sí­qui­cos redu­ci­dos a con­flic­tos inte­rio­res: angus­tia de cas­tra­ción, fan­ta­sías incons­cien­tes, movi­mien­tos pul­sio­na­les, etc. De ese modo se com­pren­dían las mani­fes­ta­cio­nes sin­to­má­ti­cas como crea­das por la orga­ni­za­ción psí­qui­ca inter­na del suje­to, con­si­de­ra­do como una enti­dad ais­la­da. Pero a par­tir de auto­res como Win­ni­cott apa­re­ce una com­pren­sión más com­ple­ja de esta pro­ble­má­ti­ca. Win­ni­cott sos­tie­ne que el psi­co­aná­li­sis no ha teni­do en cuen­ta sufi­cien­te­men­te el rol del entorno real en la cons­truc­ción del psi­quis­mo del niño. Des­de enton­ces, pode­mos con­cep­tua­li­zar no sola­men­te las pro­ble­má­ti­cas que sur­gen del uni­ver­so intrap­sí­qui­co indi­vi­dual, sino tam­bién aque­llas que se cons­ti­tu­yen en rela­ción con las cua­li­da­des del entorno. No es lo mis­mo haber sido cria­do por una “madre sufi­cien­te­men­te bue­na” que por otra con otras for­mas de fun­cio­na­mien­to. Y es que, en esos casos, el suje­to no sólo debe enfren­tar­se al con­flic­to con sus pro­pias pul­sio­nes (con­flic­to pre­do­mi­nan­te en el fun­cio­na­mien­to que deno­mi­na­mos neu­ró­ti­co), sino ade­más con las pul­sio­nes del otro en tan­to obje­to.

Se cons­ti­tu­ye en esos casos una lógi­ca muy dife­ren­te de la de los pro­ce­sos pri­ma­rios (fun­da­da en el prin­ci­pio de placer/displacer, que es para Green una “lógi­ca de la espe­ran­za”, pues­to que se fun­da en una pro­me­sa de pla­cer que sos­tie­ne el deseo incons­cien­te). En esos casos es la des­es­pe­ran­za lo que pre­do­mi­na; el apa­ra­to psí­qui­co no bus­ca obte­ner el pla­cer evi­tan­do el dis­pla­cer, sino que la ten­den­cia es a la desin­ves­ti­du­ra. Cuan­do el padre de Lola afir­ma: “Vis­te cómo es Dora, te con­tes­ta cual­quier cosa”, pode­mos real­zar la ausen­cia de con­no­ta­cio­nes y de afec­tos en su enun­cia­ción. No es lo mis­mo decir “Dora es mala” o cual­quier otro cali­fi­ca­ti­vo que con­no­te nega­ti­va­men­te a Dora, o que mani­fies­te el afec­to dis­pla­cen­te­ro que eso trae­ría apa­re­ja­do, que decir “Vis­te cómo es…”, dejan­do abier­ta la cues­tión y a car­go del des­ti­na­ta­rio del men­sa­je su com­ple­ta­mien­to. El lugar del des­ti­na­ta­rio es refor­za­do como cons­ti­tu­ti­vo del men­sa­je ya que está enun­cia­do en segun­da per­so­na (“Vis­te”) y no en pri­me­ra.      

De ese modo, el yo no se hace res­pon­sa­ble de las con­no­ta­cio­nes que el men­sa­je pudie­ra impli­car; res­pon­sa­ble vivien­do y habi­tan­do la expe­rien­cia en el espa­cio con ese otro, hacien­do jun­to con él algo así como una doble ope­ra­ción: la de cons­truir pen­sa­mien­to y la de refle­xio­nar acer­ca de dicha cons­truc­ción. En lugar de cons­truir lo común por opo­si­ción a lo pro­pio, deja al otro a car­go en sole­dad. Es decir, que la fra­se impli­ca un des­com­pro­mi­so sub­je­tal; des­com­pro­mi­so que mues­tra su fun­ción en rela­ción con la lógi­ca de la des­es­pe­ran­za, ya que no exis­te expec­ta­ti­va algu­na: Dora es así. El ver­bo ser mar­ca la atri­bu­ción de una cua­li­dad inhe­ren­te e inmu­ta­ble sin pers­pec­ti­va de cam­bio.

En el dis­cur­so del padre, la his­to­ria no sola­men­te expli­ca el pre­sen­te, sino que va cerran­do el futu­ro, ata­do a recuer­dos inasi­bles que pro­vo­can males­tar: no los pue­de atra­par, no los pue­de alo­jar y tam­po­co, aun­que lo desea­ría, los pue­de borrar. Para­do­jas de la memo­ria…, por­que recor­dar es adver­tir que nada ha de repe­tir­se; pero otra repe­ti­ción ocu­pa­rá la men­te, la de aque­llo que no se pue­de sacar de enci­ma, como dice en un comen­ta­rio del tea­tro de Kan­tor (Pare­de­ro, H., 1984): “¿Tene­mos memo­ria, o es ella quien nos tie­ne a noso­tros?”.

Aho­ra se nos acla­ra en qué con­sis­te esa “cruel­dad” y “cru­de­za”, esa “caren­cia de envol­tu­ra”: fal­tan los lazos afec­ti­vos y sub­je­ta­les que per­mi­ti­rían ligar la infor­ma­ción que se da (o que no se da). Redu­cien­do a una sim­ple caren­cia de infor­ma­ción obje­ti­va lo que alu­de a la incer­ti­dum­bre y des­am­pa­ro de su pro­pio ori­gen, el padre con­vier­te la situa­ción en un mero inter­cam­bio racio­nal de datos (“No sé, no ten­go idea, no sé nada de él”). Cade­na de repe­ti­ción trans­ge­ne­ra­cio­nal, por­que la mamá de Juan le seña­la­ba dis­tin­tos hom­bres en dife­ren­tes momen­tos como su “ver­da­de­ro padre”, his­to­ria que tam­bién le habían con­ta­do “lite­ral­men­te” con res­pec­to al pro­pio, tal como en los cuen­tos que se van trans­mi­tien­do de boca en boca: dis­tin­tos per­so­na­jes, padres en serie, para una mis­ma his­to­ria.

Es la fun­ción desob­je­ta­li­zan­te que actúa des­cua­li­fi­can­do y desin­vis­tien­do los obje­tos, qui­tán­do­les su carác­ter sin­gu­lar y úni­co, con­vir­tién­do­los en sim­ples datos obje­ti­vos.

Des­am­pa­ra­dos, tan­to la niña que no obtie­ne res­pues­ta, el padre que no se la pue­de dar, como la tera­peu­ta con­mo­cio­na­da en su lugar. La sali­da de esta situa­ción de des­am­pa­ro se logra tra­vés del acce­so a la sig­ni­fi­ca­ción; el ata­que a ésta con­du­ce regre­si­va­men­te a aque­lla. Enton­ces, ¿cómo lograr que el inter­vi­nien­te tera­péu­ti­co no sucum­ba a la repe­ti­ción?, ¿cómo no ser inva­li­da­do en la fun­ción?

Pensamiento, representación y ausencia

Ser con­de­na­do a olvi­dar es cruel, pero tam­bién lo es ser con­de­na­do a recor­dar siem­pre. Se con­tra­po­ne la memo­ria nece­sa­ria y la exi­gen­cia de recuer­do cuan­do el recor­dar deja de ser útil y se tor­na impo­si­ción más allá de lo que requie­re la situa­ción, pero en este caso, la situa­ción lo requie­re… ¿Enton­ces?

Para que el pen­sa­mien­to se cons­ti­tu­ya como una fun­ción ela­bo­ra­ti­va (no eva­cua­ti­va) del apa­ra­to psí­qui­co, se requie­re en pri­mer lugar una nega­ti­vi­za­ción de la per­cep­ción para cons­truir repre­sen­ta­cio­nes. La pura pre­sen­cia no per­mi­te repre­sen­tar, no per­mi­te pen­sar, pues­to que el pen­sa­mien­to impli­ca sim­bo­li­za­ción de la ausen­cia.

La cons­ti­tu­ción del espa­cio interno se basa en la impo­si­bi­li­dad de pre­sen­cia del otro, es decir, requie­re de su ausen­cia; en cam­bio, el ori­gen del víncu­lo se basa en la impo­si­bi­li­dad de ausen­cia del otro, requie­re de esa pre­sen­cia, aun­que no de su per­ma­nen­cia. La pre­sen­cia del otro no sig­ni­fi­ca úni­ca­men­te que está ahí, sino que su carác­ter fun­dan­te es la aje­ni­dad inhe­ren­te al víncu­lo con ese otro.

Esto nos con­du­ce nue­va­men­te al lugar del obje­to en la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca. El obje­to no es algo sim­ple­men­te externo que se adi­cio­ne al suje­to, sino que tie­ne des­de el comien­zo una doble fun­ción: por un lado, la de esti­mu­lar el movi­mien­to pul­sio­nal, y por otro, pro­mo­ver la sim­bo­li­za­ción y la repre­sen­ta­ción. La demo­ra a la satis­fac­ción se vuel­ve tole­ra­ble para el bebé cuan­do el psi­quis­mo tie­ne acce­so a otra esce­na, en la que rein­vis­te las tra­zas mné­mi­cas del obje­to, que per­mi­ten la reedi­ción alu­ci­na­to­ria de la satis­fac­ción. Esto es posi­ble en la medi­da en que el obje­to real haya ayu­da­do a crear lo que Green deno­mi­na una estruc­tu­ra encua­dran­te, que sur­ge como espa­cio de la repre­sen­ta­ción, gra­cias a la regu­la­ción de los rit­mos de presencia/ausencia. Cuan­do esta dia­léc­ti­ca presencia/ausencia encuen­tra obs­tácu­los en su cons­ti­tu­ción, la pola­ri­dad se mani­fies­ta como intrusión/pérdida, sien­do la intru­sión un exce­so de pre­sen­cia y la pér­di­da un exce­so de ausen­cia.

Así, la teo­ría de Green dis­tin­gue dos ver­tien­tes de lo nega­ti­vo: por un lado, el tra­ba­jo de lo nega­ti­vo es fun­da­men­tal para la cons­ti­tu­ción psí­qui­ca (pen­se­mos por ejem­plo en la repre­sión, que per­mi­te nega­ti­vi­zar lo pul­sio­nal para acce­der al inves­ti­mien­to desexua­li­za­do de los obje­tos y modos de satis­fac­ción cul­tu­ral­men­te acep­ta­dos). Por otro lado, hay una dimen­sión des­es­truc­tu­ran­te y des­truc­ti­va de lo nega­ti­vo. Una cier­ta dosis de des­truc­ti­vi­dad no ela­bo­ra­ble que pue­de mani­fes­tar­se de cua­tro modos prin­ci­pa­les: expul­sión por el acto, expul­sión somá­ti­ca, cli­va­je, desin­ves­ti­mien­to (Urri­ba­rri, 2013).

Tiempo(s) y espacio(s)

¿La apa­ri­ción de ese recuer­do inasi­ble, la actua­li­za­ción del pasa­do quie­bra la posi­bi­li­dad vin­cu­lan­te? ¿O apa­re­ce por­que pre­via­men­te se que­bró el víncu­lo? Es decir, ¿la pre­gun­ta de la niña apa­re­ce en un momen­to de des­vin­cu­la­ción con su padre? ¿O bien se ale­jan por­que lo que retor­na del pasa­do como repe­ti­ción los dis­tan­cia?  

El bebé no sola­men­te se corres­pon­de con una ima­gen inter­na de la madre y/o el padre, sino que devie­ne alguien radi­cal­men­te ajeno. Cuan­do esta aje­ni­dad es recha­za­da, el niño es ama­do si repli­ca el mun­do interno materno/paterno y se difi­cul­ta la inclu­sión de las dife­ren­cias, o inclu­so es odia­do (en el extre­mo) si no lo hace. En la situa­ción que ana­li­za­mos, Lola resul­ta ubi­ca­da en una pro­fun­da bre­cha en el víncu­lo con su padre: ¿Es que la fuer­za de la repe­ti­ción y lo trans­ge­ne­ra­cio­nal deja a Lola como “a pre­do­mi­nio de la repre­sen­ta­ción” que hace Juan, en des­me­dro de su aje­ni­dad, sin pre­gun­tas nue­vas ante su padre que­bran­do en ese momen­to la rela­ción? ¿O es que se pro­du­ce el quie­bre por otra cues­tión más actual y, ante la sole­dad en com­pa­ñía, el pasa­do irrum­pe con más fuer­za? La lógi­ca de la com­ple­ji­dad (Morin, 2000), que es en reali­dad una dia­ló­gi­ca, nos per­mi­te incluir ambas posi­bi­li­da­des en una recur­si­vi­dad cau­sal que las arti­cu­la. El movi­mien­to de des­li­ga­zón es lo que anu­la la alte­ri­dad de Lola para el padre, pues­to que el inves­ti­mien­to de la niña como obje­to úni­co, irreem­pla­za­ble, lle­va­ría a ligar­se con su alte­ri­dad sin­gu­lar y pen­sar, por lo tan­to, en for­mas de res­pues­ta que la ten­gan en cuen­ta como un suje­to dife­ren­te y no como sim­ple obje­to de la repe­ti­ción. Es el mis­mo movi­mien­to desob­je­ta­li­zan­te que lo lle­va a la des­li­ga­zón con su pro­pio mun­do interno, mani­fies­to en su acti­tud con res­pec­to a su ori­gen (“No sé nada de él”) y con res­pec­to a su madre (“Vis­te cómo es…”).

Por eso, según Green “todo fun­cio­na­mien­to psí­qui­co desa­rro­lla dos órde­nes de datos, uno que está en rela­ción con el víncu­lo que el suje­to man­tie­ne con el mun­do que le es exte­rior, el otro que está en rela­ción con sí mis­mo” (Green, 1986, p. 372). En lo inter­sub­je­ti­vo, el otro es fuen­te de pla­cer, no sólo por su des­tino de obje­to para estar den­tro del yo, sino por per­ma­ne­cer afue­ra; no sim­ple­men­te para ser reco­no­ci­do por lo repre­sen­ta­do, sino para ser cono­ci­do como nue­vo. Se ha de dar un lugar a la aje­ni­dad del otro para no enloquecer/lo. Esa arti­cu­la­ción requie­re un tra­ba­jo psí­qui­co par­ti­cu­lar que lo cons­tru­ye como otro suje­to (a la vez externo e interno), un movi­mien­to de liga­zón que recor­ta al otro como úni­co y sin­gu­lar, a la vez que sos­tie­ne la inves­ti­du­ra sig­ni­fi­ca­ti­va. Un movi­mien­to de crea­ción de obje­tos nue­vos. De ese modo com­pren­de­mos que en este caso no esta­mos fren­te a un con­flic­to de orden intrap­sí­qui­co entre deseo y defen­sa, sino que se tra­ta de la arti­cu­la­ción entre aden­tro y afue­ra: el con­flic­to está en el lími­te, en el espa­cio entre suje­to y obje­to, en la tra­mi­ta­ción intrap­sí­qui­ca de lo inter­sub­je­ti­vo (que no se redu­ce a su sim­ple inter­na­li­za­ción), y en las con­se­cuen­cias inter­sub­je­ti­vas de lo intrap­sí­qui­co (que no se redu­cen a su mera pro­yec­ción).

Si, como lo seña­la Green, pasa­do y pre­sen­te pue­den pen­sar­se como ocu­pan­do una red reti­cu­la­da don­de, como en una estruc­tu­ra arbo­res­cen­te, los dife­ren­tes ele­men­tos se rever­be­ran, y no como una secuen­cia don­de tiem­po y espa­cio que­dan regu­la­dos, tal vez el pasa­do en la red arbo­res­cen­te no tie­ne valor en tan­to pasa­do sino en tan­to dador de sen­ti­dos con­tras­tan­tes, en la mul­ti­pli­ci­dad de luga­res de con­ju­ga­ción del tiem­po, nun­ca cons­trui­dos sin tra­ba­jo inter­sub­je­ti­vo, intrap­sí­qui­co, ¿inte­ri­n­trap­sí­qui­co?, con la apa­ri­ción de un exce­den­te que no esta­ba pre­via­men­te, algo nue­vo a lo que habrá que hacer­le un lugar.

Las hue­llas o res­tos de expe­rien­cias que han que­da­do en espe­ra de nue­vos sen­ti­dos están al ser­vi­cio de la resis­ten­cia, por­que se ins­cri­bie­ron en víncu­los que des­apa­re­cie­ron y a los cua­les se inten­ta atri­buir un sen­ti­do úni­co, lejos del tiem­po y espa­cio de rea­li­za­ción de la sub­je­ti­vi­dad actual. Estos res­tos-reapa­ri­ción, empo­bre­cen la fun­ción sub­je­ti­van­te por­que difi­cul­tan el cono­ci­mien­to del otro, con­ver­ti­do en la repe­ti­ción de un recuer­do.

Pensar clínicamente

“La ‘ver­da­de­ra’ ver­dad his­tó­ri­ca, por asom­bro­sa que esta pro­po­si­ción parez­ca a los his­to­ria­do­res, no pue­de ser la ver­dad mate­rial. Pues, aún en el hecho mate­rial más tri­vial, ¿quién pue­de des­pre­ciar sin con­se­cuen­cias la dra­ma­ti­za­ción de la fan­ta­sía, el peso no sola­men­te de lo que fue vivi­do sino desea­do vivir, el efec­to de la espe­ra de res­pues­tas sus­pen­di­das según la volun­tad del otro, del regis­tro fur­ti­vo de sus difi­cul­ta­des…?
André Green

Y el ana­lis­ta, ¿cómo inter­vie­ne? ¿Cómo se orga­ni­zan las secuen­cias reme­mo­ra­ti­vas? ¿Cómo entrar sin des­di­bu­jar­se y salir sin sen­tir­se exclui­do? Tama­ña tarea la del ana­lis­ta: si se des­di­bu­ja no pue­de inter­ve­nir, y si sale, que­da por fue­ra del cam­po tera­péu­ti­co. ¿Cómo pen­sar en un con­tex­to situa­cio­nal, cómo dar cuen­ta de una fal­ta de liga­du­ra? Incre­men­to o des­vío de la pul­sión de muer­te, él tam­bién pue­de que­dar inha­bi­li­ta­do en su fun­ción. Si pudie­ra incur­sio­nar en la red arbo­res­cen­te, qui­zá pue­da tra­ba­jar con el exce­den­te que apa­re­ce y hacer lugar a lo nove­do­so.

Pro­fun­di­ce­mos en la inter­ven­ción de la ana­lis­ta con Lola en la situa­ción que nos ocu­pa: “Tu papá te está dicien­do que no lo sabe por­que no lo cono­ció y la abue­la tam­po­co le dijo quién era su padre, no es que no quie­re con­tar­te, no pue­de hacerlo”.En pri­mer lugar, la ana­lis­ta se diri­ge a la niña y no al padre. Es decir, que eli­ge no inter­pre­tar al padre la rela­ción con su pro­pia madre, ni con el enig­ma refe­ri­do a su pro­pio padre, ni la rela­ción con ella mis­ma en tér­mi­nos trans­fe­ren­cia­les. Tam­po­co se preo­cu­pa por dilu­ci­dar la “ver­dad mate­rial” acer­ca del ori­gen del padre. Pero la inter­ven­ción, si bien está diri­gi­da en lo mani­fies­to a la niña, tam­bién alcan­za al padre, pues­to que sitúa a la niña como suje­to y des­ta­ca las posi­bles inter­pre­ta­cio­nes que la niña pudie­ra haber hecho de lo que el padre dijo. De eso da cuen­ta la doble nega­ción usa­da en la for­mu­la­ción de la inter­ven­ción: “No es que no quie­re con­tar­te”, que pone en esce­na un pen­sa­mien­to vir­tual­men­te pre­sen­te en la niña (“Papá no quie­re con­tar­me”), infe­ri­do por la ana­lis­ta a par­tir de su impli­ca­ción en la trans­fe­ren­cia con ambos.

Esta inter­ven­ción impli­ca –a dife­ren­cia de los otros cami­nos posi­bles no ele­gi­dos por la ana­lis­ta– una cen­tra­ción en las posi­bi­li­da­des de obje­ta­li­za­ción del padre, una aper­tu­ra a nue­vas liga­zo­nes. Le mues­tra la posi­bi­li­dad de “ver” de otro modo a su hija, como suje­to con sus pro­pios pen­sa­mien­tos, sus pro­pios sen­ti­mien­tos, en suma, su pro­pio mun­do interno, y otro modo de rela­cio­nar­se con ella. La ana­lis­ta invis­te a la niña como suje­to, ofre­cien­do al padre la posi­bi­li­dad de poner en fun­cio­na­mien­to la fun­ción obje­ta­li­zan­te, al mis­mo tiem­po que seña­la por con­tras­te la des­truc­ti­vi­dad impli­ca­da en el modo en que el padre había con­tes­ta­do a su hija, sin con­no­tar­la nega­ti­va­men­te sino resig­ni­fi­cán­do­la a par­tir de su pro­pia “ver­dad his­tó­ri­ca”.

Pode­mos con­si­de­rar que el tera­peu­ta que­da impli­ca­do en el pro­ce­so clí­ni­co en tan­to este se desa­rro­lla en una inter­fa­se entre lo intrap­sí­qui­co y lo inter­sub­je­ti­vo. El tera­peu­ta enton­ces no es un obser­va­dor neu­tral sino un suje­to sin­gu­lar acti­va­men­te pro­duc­tor de sen­ti­dos. De ese modo, el pen­sa­mien­to clí­ni­co –lo mis­mo que todas las for­mas de pen­sa­mien­to– tie­ne nece­si­dad del afec­to para ani­mar­se, y sin embar­go al mis­mo tiem­po debe man­te­ner a raya el afec­to para no dejar­se des­bor­dar. En esta para­do­ja se sos­tie­ne la tarea clí­ni­ca. Por­que sin impli­ca­ción sub­je­ti­va, la tarea clí­ni­ca no es posi­ble, pero el inves­ti­mien­to y el com­pro­mi­so del tera­peu­ta corren el ries­go de ane­gar­se en la dua­li­dad con el pacien­te si no hay media­ción de la ter­ce­ri­dad, repre­sen­ta­da por el encua­dre interno (Green, 2012) del tera­peu­ta.

Ese es el efec­to del encua­dre interno del ana­lis­ta: se tra­ta de un mode­lo de rela­ción con su pro­pio mun­do interno y con el otro. Se tra­ta de una inter­fa­se entre lo intrap­sí­qui­co y lo inter­sub­je­ti­vo, que –por la vía de su pro­pio aná­li­sis– se cons­ti­tu­ye en una fuen­te de refle­xi­vi­dad abier­ta a la sin­gu­la­ri­dad del otro, a su alte­ri­dad radi­cal. La expe­rien­cia del aná­li­sis nos per­mi­te la acep­ta­ción y la escu­cha de las pro­pias pro­duc­cio­nes incons­cien­tes, es decir, de aque­llo de sí mis­mo que es ajeno, de nues­tra pro­pia alte­ri­dad inter­na radi­cal, y es esta expe­rien­cia la que sos­tie­ne la posi­bi­li­dad de sim­bo­li­zar lo extran­je­ro en sí mis­mo y en el otro. Esta matriz sim­bó­li­ca que es el encua­dre interno per­mi­te, pues, el acce­so a la alte­ri­dad.

De este modo, el desa­fío del pro­fe­sio­nal con­sis­te en pro­mo­ver tan­to en el pacien­te como en sí mis­mo ese tipo par­ti­cu­lar de racio­na­li­dad que emer­ge de la expe­rien­cia clí­ni­ca, y a la vez es su con­di­ción de posi­bi­li­dad: en favo­re­cer los tra­ba­jos psí­qui­cos que lle­van a la cons­ti­tu­ción de ese encua­dre interno capaz de sos­te­ner a la vez la inves­ti­du­ra y la refle­xión sobre la pro­pia prác­ti­ca y de garan­ti­zar la aper­tu­ra a la sin­gu­la­ri­dad del otro, a su alte­ri­dad radi­cal.

El ana­lis­ta no pone en jue­go úni­ca­men­te los pro­ce­sos de com­pren­sión lógi­ca y deduc­ción racio­nal. De este modo com­pren­de­mos que el encua­dre clí­ni­co requie­re del tera­peu­ta los mis­mos pro­ce­sos que inten­ta sus­ci­tar en el pacien­te: los pro­ce­sos que Green deno­mi­na “ter­cia­rios”, que per­mi­ten arti­cu­lar la racio­na­li­dad pro­pia de los pro­ce­sos secun­da­rios con la movi­li­dad y rique­za pro­pias de los pro­ce­sos pri­ma­rios y la pues­ta en rela­ción con lo escin­di­do, lo ine­na­rra­ble, para abrir el paso a una crea­ción, crea­ción que si se ins­cri­bie­ra en el incons­cien­te, podría dar lugar a la nove­dad como gene­ra­do­ra de nue­vas mar­cas en la sub­je­ti­vi­dad, gene­ran­do efec­tos de ver­dad his­tó­ri­ca.

Referencias

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Green, André (2012). El pensamiento clínico. Buenos Aires: Amorrortu

Green, André (2014). ¿Por qué las pulsiones de destrucción o de muerte? Buenos Aires: Amorrortu.

Morin, Edgar (2000). “El paradigma de la complejidad” En: Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa.

Saer, Juan José (1994). Nadie nada nunca. Buenos Aires: Seix Barral.

Urribarri, Fernando (2013). Dialoguer avec André Green. La psychanalyse contemporaine, chemin faisant. Paris: Ithaque.

Zukerfeld, R. y Zonis Zukerfeld, R. (2002). Procesos Terciarios. Premio FEPAL, XXIV Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, Montevideo, Setiembre 2002

Notas

1. Carre­ra de Espe­cia­li­za­ción en Psi­co­aná­li­sis con Niños y Ado­les­cen­tes del Cole­gio de Psi­có­lo­gos de Morón. Pro­vin­cia de Bue­nos Aires. E‑mail: deliacristinab968@gmail.com.

2. Carre­ra de Espe­cia­li­za­ción en Psi­co­pe­da­go­gía Clí­ni­ca, Facul­tad de Psi­co­lo­gía, UBA. Bue­nos Aires, Argen­ti­na. E‑mail: gstvcnt@gmail.com.