Terapia narrativa: una alternativa metodológica para el rescate del cuerpo- territorio Descargar este archivo (12 - Terapia narrativa.pdf)

Miriam Torres Ontiveros1

Instituto Superior de Ciencias de la Educación del Estado de México (ISCEEM)

Resumen

 

El pre­sen­te artícu­lo tie­ne como pro­pó­si­to pre­sen­tar a la Tera­pia narra­ti­va como una opción meto­do­ló­gi­ca para tra­ba­jar con el cuer­po-terri­to­rio de las muje­res. Para ello, ini­cia­ré seña­lan­do los prin­ci­pios bási­cos del Femi­nis­mo deco­lo­nial, pro­pues­ta epis­te­mo­ló­gi­ca de don­de se obtie­ne la cate­go­ría cuer­po-terri­to­rio. Pos­te­rior­men­te men­cio­na­ré la Tera­pia narra­ti­va como meto­do­lo­gía. Final­men­te se plan­tea la pro­pues­ta de tra­ba­jar el cuer­po-terri­to­rio des­de dicha tera­pia.

Pala­bras cla­ve: Cuer­po-terri­to­rio, Tera­pia narra­ti­va, Femi­nis­mo deco­lo­nial.

Abstract

The pur­po­se of this arti­cle is to pre­sent the narra­ti­ve the­rapy as a metho­do­lo­gi­cal option for wor­king with women’s body-terri­tory. In order to do this, I will begin by sig­na­ling the basic prin­ci­ples of deco­lo­nial Femi­nism, an epis­te­mo­lo­gi­cal pro­po­sal whe­re the cate­gory of body-terri­tory is obtai­ned. Later, I will men­tion the narra­ti­ve The­rapy as metho­do­logy. Finally, the pro­po­sal to work the body-terri­tory from the men­tio­ned the­rapy is pre­sen­ted.

Key­words: body-terri­tory, narra­ti­ve the­rapy, deco­lo­nial femi­nism.

Ini­cia­ré men­cio­nan­do los prin­ci­pios de Femi­nis­mo deco­lo­nial en don­de Lugo­nes (2011), como pre­cur­so­ra de esta pos­tu­ra epis­te­mo­ló­gi­ca, pro­po­ne el sis­te­ma moderno/colonial de géne­ro como un len­te a tra­vés del cual con­ti­nuar teo­ri­zan­do la lógi­ca opre­si­va de la modernidad/colonialidad, así como su uso de dico­to­mías y de la lógi­ca cate­go­rial. La lógi­ca cate­go­rial dico­tó­mi­ca y jerár­qui­ca es cen­tral para el pen­sa­mien­to capi­ta­lis­ta y colonial/moderno sobre raza, géne­ro y sexua­li­dad.

El pro­ce­so de des­truc­ción de la comu­ni­dad está ínti­ma­men­te liga­do a la rela­ción entre sexua­li­dad y raza, y el sis­te­ma de géne­ro entien­de al géne­ro como nece­sa­ria­men­te humano, dico­tó­mi­co, jerár­qui­co, hete­ro­se­xual y sexual­men­te dimór­fi­co. La dis­tin­ción sexual moderna/capitalista/colonial no es bio­ló­gi­ca sino polí­ti­ca; es una dis­tin­ción axial que, al usar la dis­tin­ción como natu­ral y bio­ló­gi­ca, escon­de en sí mis­ma las con­tra­dic­cio­nes del sis­te­ma de géne­ro moderno/colonial/capitalista (Lugo­nes, 2012).

Des­co­lo­ni­zar el géne­ro es nece­sa­ria­men­te una tarea prá­xi­ca. Es enta­blar una crí­ti­ca de la opre­sión de géne­ro racia­li­za­da, colo­nial, capi­ta­lis­ta y hete­ro­se­xua­lis­ta. Al aná­li­sis de la opre­sión de géne­ro racia­li­za­da y capi­ta­lis­ta, es decir, a la colo­nia­li­dad del géne­ro, el Femi­nis­mo deco­lo­nial se pre­sen­ta como opción para ven­cer­la (Lugo­nes, 2011).

El no leer o no ver la impo­si­ción de las dico­to­mías humano/no humano, hombre/mujer o varón/hembra en la cons­truc­ción de la vida coti­dia­na (como si eso fue­ra posi­ble), sería escon­der la colo­nia­li­dad del géne­ro, y borra­ría la mis­ma posi­bi­li­dad de sen­tir y leer el ten­so habi­tar en la dife­ren­cia colo­nial y las res­pues­tas a par­tir de este. El éxi­to de la com­ple­ja nor­ma­ti­vi­dad de géne­ro intro­du­ci­da con la colo­ni­za­ción que entra en la cons­ti­tu­ción de la colo­nia­li­dad del géne­ro ha con­ver­ti­do esta tra­duc­ción colo­nial en un asun­to coti­diano, pero la resis­ten­cia a la colo­nia­li­dad del géne­ro es tam­bién vivi­da lin­güís­ti­ca­men­te en la aten­ción de la heri­da colo­nial (Lugo­nes, 2011).

Al trans­for­mar­lo en un asun­to coti­diano se deja fue­ra de alcan­ce del aná­li­sis, la crí­ti­ca, la pro­pues­ta, la aten­ción, refor­zan­do la natu­ra­li­za­ción de la mis­ma, por ende, la natu­ra­li­za­ción de las con­di­cio­nes y de las accio­nes que se con­si­de­ran “pro­pias de cada géne­ro”.

Lugo­nes (2011) pro­po­ne tra­ba­jar hacia un femi­nis­mo deco­lo­nial, lo que impli­ca, apren­der unas acer­ca de las otras como per­so­nas que resis­ten a la colo­nia­li­dad del géne­ro en la dife­ren­cia colo­nial, sin nece­sa­ria­men­te ser una per­so­na con acce­so a infor­ma­ción pri­vi­le­gia­da de los mun­dos de sen­ti­dos de los cua­les sur­ge la resis­ten­cia a la colo­nia­li­dad. “Nos esta­mos movien­do en una épo­ca de cru­ces, de ver­nos unas a otras en la dife­ren­cia colo­nial cons­tru­yen­do una nue­va suje­ta de una nue­va geo­po­lí­ti­ca femi­nis­ta de saber y amar” (Lugo­nes, 2011, p.117).

A medi­da que la colo­nia­li­dad infil­tra cada aspec­to de la vida median­te la cir­cu­la­ción del poder en los nive­les del cuer­po, el tra­ba­jo, la ley, las impo­si­cio­nes de tri­bu­tos, la intro­duc­ción de la pro­pie­dad y la des­po­se­sión de la tie­rra, su lógi­ca y efi­ca­cia son enfren­ta­dos por dife­ren­tes per­so­nas con­cre­tas cuyos cuer­pos, en rela­ción y rela­cio­nes con el mun­do de los espí­ri­tus, no siguen la lógi­ca del capi­tal (Lugo­nes, 2011).

Men­do­za (2014, p. 96) plan­tea que:

“La defi­ni­ción racia­li­za­da del tra­ba­jo asa­la­ria­do creó las bases para un pac­to social entre capi­ta­lis­tas y la cla­se obre­ra mas­cu­li­na de ori­gen euro­peo (blan­cos) en detri­men­to de los tra­ba­ja­do­res no asa­la­ria­dos, no blan­cos. Impli­ca un pac­to social entre hom­bres, de géne­ro, el pac­to social de géne­ro tuvo impli­ca­cio­nes polí­ti­cas en la con­for­ma­ción de la ciu­da­da­nía y no sólo eco­nó­mi­cas en la cons­truc­ción de cla­se. La defi­ni­ción del tra­ba­jo asa­la­ria­do como un pri­vi­le­gio de hom­bres blan­cos euro­peos impi­dió que la mayo­ría de los hom­bres blan­cos pobres caye­ran en escla­vi­tud y los libe­ro del tra­ba­jo domés­ti­co, por eso, aun­que el tra­ba­jo asa­la­ria­do mas­cu­lino estu­vie­se suje­to a la explo­ta­ción capi­ta­lis­ta, el pac­to sir­vió para sen­tar las bases de la figu­ra del ciu­da­dano mas­cu­lino: un indi­vi­duo libre, que posee con­trol sobre su cuer­po, el dere­cho y el tiem­po para la par­ti­ci­pa­ción polí­ti­ca; dere­chos lega­les, civi­les, indi­vi­dua­les y polí­ti­cos que exclu­yen a muje­res y escla­vos, es decir, sin el trans­for­mó de la escla­vi­tud en las colo­nias no habría ciu­da­dano y jefe de hogar mas­cu­lino blan­co en Occi­den­te”.

El pac­to de géne­ro entre hom­bres blan­cos des­can­sa sobre una base pre­ca­ria; por un lado, depen­de de rela­cio­nes capi­ta­lis­tas de explo­ta­ción entre hom­bres, y por otro, requie­re la subor­di­na­ción de las muje­res. El acce­so de las muje­res blan­cas al tra­ba­jo asa­la­ria­do y a la ciu­da­da­nía com­ple­ta es igual de des­es­ta­bi­li­za­dor. Ello crea una ten­sión entre hom­bres y muje­res blan­cas que bene­fi­cia al capi­tal, por­que soca­va la soli­da­ri­dad entre los géne­ros en el mer­ca­do labo­ral y en la esfe­ra polí­ti­ca. Es pre­ci­so tam­bién man­te­ner rela­cio­nes de tra­ba­jo de super­ex­plo­ta­ción en la peri­fe­ria para con­te­ner las pre­sio­nes de los dis­tin­tos lados e impe­dir a toda cos­ta que se esta­blez­can demo­cra­cias (Men­do­za, 2014).

“La des­co­lo­ni­za­ción en el femi­nis­mo se ha con­cre­ta­do en una suer­te de bús­que­da libe­ra­do­ra de un dis­cur­so y de una prác­ti­ca polí­ti­ca que cues­tio­na, y a la vez pro­po­ne, que bus­ca, a la vez que encuen­tra, que ana­li­za el con­tex­to glo­bal- local, a la vez que ana­li­za las sub­je­ti­vi­da­des pro­du­ci­das por raza, cla­se, sexo y sexua­li­dad dadas en este con­tex­to pero que se arti­cu­lan a las diná­mi­cas estruc­tu­ra­les” (Curiel, 2014, p. 327).

En lo que res­pec­ta a la Tera­pia narra­ti­va, no sólo nos pro­por­cio­na un mar­co que nos per­mi­te tener en cuen­ta el con­tex­to socio­po­lí­ti­co de las per­so­nas cuyas vidas están situa­das en muchos tex­tos, sino que nos per­mi­te tam­bién estu­diar la acción y los efec­tos del poder sobre las vidas y las rela­cio­nes. Esta posi­bi­li­dad es impor­tan­te, por­que la pers­pec­ti­va del poder se ha pasa­do por alto fre­cuen­te­men­te en la lite­ra­tu­ra tera­péu­ti­ca en gene­ral, y sobre todo en la bené­vo­la visión que sole­mos tener de nues­tras pro­pias prác­ti­cas. Los aná­li­sis del poder que han apa­re­ci­do en la lite­ra­tu­ra tera­péu­ti­ca lo han repre­sen­ta­do, tra­di­cio­nal­men­te, en tér­mi­nos indi­vi­dua­les: como un fenó­meno bio­ló­gi­co que afec­ta a la psi­que del indi­vi­duo; o bien como una pato­lo­gía indi­vi­dual que es el resul­ta­do inevi­ta­ble de expe­rien­cias per­so­na­les tem­pra­nas y trau­má­ti­cas; o aun en tér­mi­nos mar­xis­tas, como un fenó­meno de cla­se. Más recien­te­men­te, cier­tos aná­li­sis femi­nis­tas del poder lo han enmar­ca­do como un fenó­meno repre­si­vo espe­cí­fi­ca­men­te vin­cu­la­do a la dife­ren­cia entre los sexos. Ello sen­si­bi­li­zó a muchos tera­peu­tas res­pec­to de las expe­rien­cias de malos tra­tos, explo­ta­ción y opre­sión rela­cio­na­das con el sexo (Withe y Eps­ton, 1993).

Withe (1997 cita­do en Pay­ne, 2002) siem­pre ha pres­ta­do aten­ción, en su prác­ti­ca y su ense­ñan­za de la tera­pia, a los pro­ble­mas de géne­ro; no sólo a los que las per­so­nas pue­den traer sino a su influ­jo en la polí­ti­ca de las inter­ac­cio­nes tera­péu­ti­cas. Pero toda acti­tud del tera­peu­ta incons­cien­te­men­te basa­do en supo­si­cio­nes cul­tu­ra­les sobre el poder pue­de dis­tor­sio­nar o impe­dir su tra­ba­jo con per­so­nas de otras cul­tu­ras. La tera­pia narra­ti­va hace hin­ca­pié en la nece­si­dad de man­te­ner una vigi­lan­cia cons­tan­te fren­te a las mani­fes­ta­cio­nes más suti­les de ambos, por ejem­plo, en el tono de la voz, el pre­do­mi­nio en el diá­lo­go, la mar­gi­na­li­za­ción, la pre­ten­sión de haber com­pren­di­do al otro en vir­tud de una inexis­ten­te empa­tía y otras nor­mas cul­tu­ra­les y de géne­ro. Withe (1995 cita­do en Pay­ne, 2002) insis­te que los tera­peu­tas pue­den mini­mi­zar estos fac­to­res man­te­nién­do­se aler­ta y veri­fi­can­do las pro­pias impre­sio­nes, lo cual es su obli­ga­ción moral.

La Tera­pia narra­ti­va pue­de ayu­dar a las per­so­nas a reexa­mi­nar sus vidas y diri­gir su aten­ción a su pro­pio cono­ci­mien­to local, cosa que sir­ve de con­tra­pe­so y pro­du­ce des­crip­cio­nes más ricas o grue­sas que les per­mi­ten esca­par de los efec­tos dele­té­reos del poder (Pay­ne, 2002).

Se ha insis­ti­do en la idea de que las per­so­nas son ricas en expe­rien­cia vivi­da, que sólo una frac­ción de esta expe­rien­cia pue­de rela­tar­se y expre­sar­se en un deter­mi­na­do momen­to, y en que una gran par­te de la expe­rien­cia vivi­da que­da inevi­ta­ble­men­te fue­ra del rela­to domi­nan­te acer­ca de las vidas y las rela­cio­nes de las per­so­nas. Estos aspec­tos de la expe­rien­cia vivi­da que que­dan fue­ra del rela­to domi­nan­te cons­ti­tu­yen una fuen­te, lle­na de rique­za y fer­ti­li­dad, para la gene­ra­ción o rege­ne­ra­ción de rela­tos alter­na­ti­vos. Esta exter­na­li­za­ción ayu­da tam­bién a inte­rrum­pir la lec­tu­ra y la repre­sen­ta­ción habi­tual de estos rela­tos. Cuan­do las per­so­nas se sepa­ran de sus rela­tos, pue­den expe­ri­men­tar un sen­ti­mien­to de agen­cia per­so­nal y sen­tir­se capa­ces de inter­ve­nir en sus vidas y en sus rela­cio­nes (Withe y Eps­ton, 1993).

El des­cu­bri­mien­to de acon­te­ci­mien­tos extra­or­di­na­rios y la exter­na­li­za­ción del pro­ble­ma pue­den for­ta­le­cer­se inci­tan­do a las per­so­nas a des­cri­bir su influen­cia, así como la influen­cia de sus rela­cio­nes con los otros, sobre la vida del pro­ble­ma. En una tera­pia de tra­di­ción oral, la recu­pe­ra­ción de las vidas y rela­cio­nes se logra prin­ci­pal, aun­que no exclu­si­va­men­te, hacien­do pre­gun­tas. En una tera­pia que incor­po­ra la tra­di­ción narra­ti­va, esto se logra tam­bién recu­rrien­do a diver­sos docu­men­tos escri­tos (Withe y Eps­ton, 1993).

La com­pren­sión de la expe­rien­cia vivi­da, inclui­da la que cono­ce­mos como auto­com­pren­sión, está media­ti­za­da por el len­gua­je. Al usar el len­gua­je no esta­mos com­pro­me­tién­do­nos en una acti­vi­dad neu­tral. Exis­te una reser­va de dis­cur­sos cul­tu­ral­men­te ase­qui­bles que se con­si­de­ran apro­pia­dos y rele­van­tes para la expre­sión o repre­sen­ta­ción de deter­mi­na­dos aspec­tos de la expe­rien­cia. Y es de supo­ner que esos dis­cur­sos de ver­dad de los cono­ci­mien­tos uni­ta­rios y glo­ba­les con­tri­bu­yen sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te a la media­ción de la com­pren­sión y a la cons­ti­tu­ción de las per­so­nas y de las rela­cio­nes (Withe y Eps­ton, 1993).

La exter­na­li­za­ción del pro­ble­ma ayu­da a las per­so­nas a iden­ti­fi­car los cono­ci­mien­tos uni­ta­rios y los dis­cur­sos de ver­dad que las están some­tien­do, así como a libe­rar­se de ellos. Al des­cri­bir la influen­cia del pro­ble­ma en la vida y las rela­cio­nes de la per­so­na, estos cono­ci­mien­tos uni­ta­rios pue­den poner­se en evi­den­cia alen­tan­do a las per­so­nas a iden­ti­fi­car cier­tas creen­cias acer­ca de ellas mis­mas, de los otros y sus rela­cio­nes, que se refuer­zan y con­fir­man con­ti­nua­men­te debi­do a la pre­sen­cia del pro­ble­ma. Por lo gene­ral, estas creen­cias están vin­cu­la­das a una sen­sa­ción de fra­ca­so a la hora de lograr cier­tas expec­ta­ti­vas, cum­plir cier­tas espe­ci­fi­ca­cio­nes y satis­fa­cer deter­mi­na­das nor­mas. Estas expec­ta­ti­vas, espe­ci­fi­ca­cio­nes y nor­mas pue­den dar deta­lles sobre las ver­da­des de los cono­ci­mien­tos uni­ta­rios. Enton­ces será posi­ble explo­rar la his­to­ria del efec­to de estas ver­da­des en la cons­ti­tu­ción de la vida y las rela­cio­nes de esas per­so­nas. A tra­vés de este pro­ce­so de exter­na­li­za­ción, las per­so­nas adop­tan una pers­pec­ti­va refle­xi­va res­pec­to de sus vidas, y pue­den con­si­de­rar nue­vas opcio­nes para cues­tio­nar las ver­da­des que expe­ri­men­tan como defi­ni­do­ras y espe­ci­fi­ca­do­ras de ellas mis­mas y de sus rela­cio­nes. Esto les ayu­da­rá a negar­se a la cosi­fi­ca­ción de sus per­so­nas y sus cuer­pos a tra­vés del cono­ci­mien­to (Withe y Eps­ton, 1993).

Withe y Eps­ton (1993) con­si­de­ran que pue­de sos­te­ner­se que la escri­tu­ra pro­por­cio­na un meca­nis­mo por el cual las per­so­nas pue­den par­ti­ci­par más acti­va­men­te en la deter­mi­na­ción de la orga­ni­za­ción de la infor­ma­ción y la expe­rien­cia, así como en la pro­duc­ción de dife­ren­tes rela­tos de los even­tos y las expe­rien­cias. Estos comen­ta­rios refe­ren­tes a la uti­li­dad de la escri­tu­ra tie­nen tan­ta impor­tan­cia para el lec­tor como para el escri­tor, y tan­ta impor­tan­cia para el tera­peu­ta como para la per­so­na que acu­de a tera­pia.

En lo que res­pec­ta a tra­ba­jar con el cuer­po-terri­to­rio des­de la Tera­pia narra­ti­va, es impor­tan­te ini­ciar por expli­car el cuer­po-terri­to­rio, cate­go­ría crea­da por Cab­nal (2010) quien nos invi­ta a asu­mir la cor­po­ra­li­dad indi­vi­dual como terri­to­rio pro­pio e irre­pe­ti­ble, lo que per­mi­te for­ta­le­cer el sen­ti­do de la afir­ma­ción de la exis­ten­cia, de ser y estar en el mun­do. Así, emer­ge la auto­con­cien­cia que va dan­do cuen­ta de cómo ha vivi­do ese cuer­po en su his­to­ria per­so­nal, par­ti­cu­lar y tem­po­ral, así como las dife­ren­tes mani­fes­ta­cio­nes y expre­sio­nes de los patriar­ca­dos y todas las opre­sio­nes deri­va­das de ellos, refle­ja­das en ese cuer­po-terri­to­rio.

Recu­pe­rar el cuer­po para defen­der­lo del emba­te his­tó­ri­co estruc­tu­ral que aten­ta con­tra él se vuel­ve una lucha coti­dia­na indis­pen­sa­ble, por­que el cuer­po-terri­to­rio ha sido mile­na­ria­men­te un terri­to­rio en dispu­ta por los patriar­ca­dos para ase­gu­rar su sos­te­ni­bi­li­dad des­de y sobre el cuer­po de las muje­res (Cab­nal, 2010).

El cuer­po-terri­to­rio es enten­di­do en este artícu­lo como aquel espa­cio don­de con­flu­yen la salud o la enfer­me­dad en bús­que­da de un equi­li­brio, en este caso psi­co­ló­gi­co. La cate­go­ría cuer­po-terri­to­rio nos invi­ta a hacer­nos cons­cien­tes de las posi­bi­li­da­des que tene­mos de defen­der ese cuer­po, iden­ti­fi­ca­do como nues­tro pri­mer terri­to­rio. La mayo­ría de noso­tras, debi­do a nues­tra edu­ca­ción patriar­cal, ini­cia­mos por la defen­sa de nues­tros terri­to­rios, enten­di­dos estos como: los hijos, el espo­so, el hogar, el tra­ba­jo, etc.; pero en ese pro­ce­so olvi­da­mos nues­tro pri­mer terri­to­rio: el cuer­po. Este nos avi­sa de dicho olvi­do, pero ten­de­mos a igno­rar­lo.

La invi­ta­ción aquí es a per­mi­tir­le a ese cuer­po-terri­to­rio expre­sar­se para iden­ti­fi­car sus nece­si­da­des. Una opción para ello es la Tera­pia narra­ti­va, la cual sugie­re que el pacien­te res­ca­te de las narra­ti­vas aque­llos ele­men­tos que le han per­mi­ti­do avan­zar en la pro­ble­má­ti­ca vivi­da.

Las per­so­nas que acu­den a tera­pia sue­len sen­tir­se inca­pa­ces de inter­ve­nir en una vida que se les apa­re­ce como inmu­ta­ble; están blo­quea­das en su bús­que­da de nue­vas posi­bi­li­da­des y sig­ni­fi­ca­dos alter­na­ti­vos. En con­se­cuen­cia, es posi­ble que la tra­di­ción escri­ta, en la medi­da en que per­mi­te refle­jar la expe­rien­cia sobre la dimen­sión tem­po­ral, ten­ga mucho que ofre­cer en las acti­vi­da­des defi­ni­das como tera­pia (Withe y Eps­ton, 1993).

Los blo­queos tien­den a ver­se refle­ja­dos en el cuer­po, sin embar­go, ten­de­mos a igno­rar­los o has­ta lle­var­los al lími­te. Withe y Eps­ton (1993) plan­tean que cuan­do las narra­cio­nes de las per­so­nas den­tro de las que rela­tan su expe­rien­cia no repre­sen­tan sufi­cien­te­men­te sus viven­cias, habrá aspec­tos sig­ni­fi­ca­ti­vos de su expe­rien­cia vivi­da que con­tra­di­gan las narra­cio­nes domi­nan­tes. Pero tam­bién se pue­de dar por sen­ta­do que, cuan­do alguien acu­de a tera­pia, un resul­ta­do acep­ta­ble para él podría ser la iden­ti­fi­ca­ción o gene­ra­ción de rela­tos alter­na­ti­vos que le per­mi­tan repre­sen­tar nue­vos sig­ni­fi­ca­dos, apor­tan­do con ellos posi­bi­li­da­des más desea­bles que las per­so­nas expe­ri­men­ta­rán como más úti­les, satis­fac­to­rias y con final abier­to.

Se pro­po­ne la idea de que es posi­ble gene­rar y rege­ne­rar rela­tos alter­na­ti­vos a tra­vés de la repre­sen­ta­ción de sig­ni­fi­ca­dos alre­de­dor de acon­te­ci­mien­tos extra­or­di­na­rios. Esta repre­sen­ta­ción pue­de tam­bién pro­por­cio­nar una base para la iden­ti­fi­ca­ción de los cono­ci­mien­tos sub­yu­ga­dos y para la aper­tu­ra de espa­cios en los que pue­dan cir­cu­lar estos cono­ci­mien­tos (Withe y Eps­ton, 1993). Es decir, la iden­ti­fi­ca­ción de aque­llos ele­men­tos de la modernidad/colonialidad que se han natu­ra­li­za­do por medio del géne­ro, acen­tua­do la dico­to­mía jerar­qui­za­da hombre/mujer.

La iden­ti­fi­ca­ción de los acon­te­ci­mien­tos extra­or­di­na­rios pue­de ver­se faci­li­ta­da por la exter­na­li­za­ción del pro­ble­ma. Y des­pués de la exter­na­li­za­ción de los cono­ci­mien­tos, inves­ti­gan­do aque­llos aspec­tos de la vida de la per­so­na (y de las cua­li­da­des que expe­ri­men­ta en rela­ción con los otros) que es capaz de valo­rar, pero que no enca­jan con lo que espe­ci­fi­can estos cono­ci­mien­tos uni­ta­rios, es decir, que no se adap­tan a las nor­mas y expec­ta­ti­vas pro­pues­tas por estos cono­ci­mien­tos (Withe y Eps­ton, 1993). Es esto a lo que lla­ma­ría colo­nia­li­dad del géne­ro.

A par­tir de aquí se pue­de alen­tar a las per­so­nas a des­cu­brir las impor­tan­tes impli­ca­cio­nes que estos acon­te­ci­mien­tos extra­or­di­na­rios tie­nen para ellas mis­mas y sus rela­cio­nes, así como a iden­ti­fi­car aque­llos cono­ci­mien­tos extra­or­di­na­rios que podrían incor­po­rar estas nue­vas com­pren­sio­nes. De este modo se hace posi­ble la repre­sen­ta­ción de cono­ci­mien­tos loca­les, popu­la­res o indí­ge­nas (Withe y Eps­ton, 1993).

La tera­pia narra­ti­va es una alter­na­ti­va para abor­dar el cuer­po-terri­to­rio, pues per­mi­ti­rá escu­char­lo por medio de las narra­ti­vas, lo que lle­va­rá a las muje­res a iden­ti­fi­car las pro­ble­má­ti­cas expre­sa­das en su cuer­po y bus­car alter­na­ti­vas-otras para aten­der­las y solu­cio­nar­las. La tera­pia narra­ti­va nos da la pau­ta para iden­ti­fi­car la impor­tan­cia de lo polí­ti­co en nues­tra con­cep­ción o natu­ra­li­za­ción de lo patriar­cal, y cómo este pue­de reper­cu­tir en el cuer­po-terri­to­rio.

Dicha tera­pia da una aper­tu­ra a aque­llos cono­ci­mien­tos otros que posee­mos y que nos ayu­da­rán a ela­bo­rar otras for­mas de solu­cio­nar los pro­ble­mas que se nos pre­sen­ten, así como el Femi­nis­mo deco­lo­nial es una opción para enfren­tar los pro­ble­mas de géne­ro, acu­ña­dos en la modernidad/colonialidad.

Referencias

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Mendoza, B. (2014). La epistemología del sur, la colonialidad del género y el feminismo latinoamericano. En Y. Esponosa, Goméz y Ochoa (Ed.), Tejiendo de otro modo: Feminismo, epistemología y apuestas decoloniales en Abya Yala (91-103). Colombia:Universidad del Cauca. Recuperado de http://www2.congreso.gob.pe/sicr/cendocbib/con4_uibd.nsf/498ED AE050587536052580040076985F/$FILE/Tejiendo.pdf

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White, M. y Epston, D. (1993) Medios narrativos para fines terapéuticos. Buenos Aires: Paidós (18-52). Recuperado dehttps://mmhaler.files.wordpress.com/2010/06/medios-narrativos-para-fines-terapeuticos2.pdf

Notas

1. Maes­tra en Inves­ti­ga­ción de la Edu­ca­ción, doc­to­ran­da del pro­gra­ma de Cien­cias de la Edu­ca­ción, ISCEEM Tolu­ca. Correo elec­tró­ni­co: rianmimx@yahoo.com.mx.