Sobre el uso del concepto de construcción social en la investigación psicológica Descargar este archivo (10 - Sobre el uso del concepto de construcción social.pdf)

Armando Gutiérrez Escalante1; María Emily Reiko Ito Sugiyama2

Facultad de Psicología, UNAM

Resumen

En el pre­sen­te tra­ba­jo pre­ten­de­mos cla­ri­fi­car el uso del con­cep­to de cons­truc­ción social en la inves­ti­ga­ción psi­co­ló­gi­ca. Se encuen­tra divi­di­do en tres seg­men­tos. En el pri­me­ro, se ejem­pli­fi­ca cómo pue­den ser enten­di­dos los agen­tes infec­cio­sos como pro­duc­tos de un pro­ce­so de cons­truc­ción social. En el segun­do, se pre­sen­tan algu­nos usos inco­rrec­tos del con­cep­to. En el ter­ce­ro, final­men­te, se pro­po­ne un uso ade­cua­do y se sugie­ren los aná­li­sis del len­gua­je, los estu­dios cul­tu­ra­les, y la His­to­ria, como herra­mien­tas úti­les en la inves­ti­ga­ción des­de una pers­pec­ti­va cons­truc­cio­nis­ta.

Pala­bras cla­ve: cons­truc­ción, social, cons­truc­cio­nis­mo, psi­co­lo­gía

Abstract

In the pre­sent work we pre­tend to cla­rify the use of the con­cept of social cons­truc­tion in psy­cho­lo­gi­cal research. It is divi­ded into three seg­ments. In the first, it is exem­pli­fied how infec­tious agents can be unders­tood as pro­ducts of a pro­cess of social cons­truc­tion. In the second, we expo­se some misu­ses of the con­cept. In the third, finally, an ade­qua­te use is pro­po­sed, and lan­gua­ge analy­sis, cul­tu­ral stu­dies, and his­tory are sug­ges­ted as use­ful tools in research from a cons­truc­tio­nist pers­pec­ti­ve.

Key­words: social, cons­truc­tion, cons­truc­tio­nism, psy­cho­logy

Introducción

Si hace un par de cien­tos de años una per­so­na acau­da­la­da hubie­ra caí­do en cama con dolor de cabe­za, fie­bre y males­tar gene­ral, hubie­se podi­do cos­tear­se aten­ción médi­ca espe­cia­li­za­da. Un médi­co jui­cio­so y bien edu­ca­do, egre­sa­do de una ins­ti­tu­ción pres­ti­gio­sa, y pre­via­men­te infor­ma­do de los sín­to­mas, hubie­ra acu­di­do a casa del pacien­te obser­van­do cui­da­do­sa­men­te el cli­ma y la oro­gra­fía del lugar, se fija­ría en la ubi­ca­ción de la casa del pacien­te en rela­ción con los vien­tos y el cur­so del Sol, en los mate­ria­les con los que fue fabri­ca­da, en las grie­tas y fisu­ras no recu­bier­tas; pon­dría sus manos sobre las pare­des y sue­los; cala­ría la tem­pe­ra­tu­ra, colo­ra­ción y vis­co­si­dad del agua que con­su­me; regis­tra­ría minu­cio­sa­men­te coci­nas y des­pen­sas valo­ran­do los ali­men­tos. Ter­mi­na­da su ins­pec­ción, se infor­ma­ría sobre el carác­ter de pacien­te, ave­ri­gua­ría si acos­tum­bra pen­sar en dema­sía, si se moles­ta con faci­li­dad o tien­de a la melan­co­lía; si ha dor­mi­do de más o si, por el con­tra­rio, es inca­paz de dor­mir; inqui­ri­ría por el momen­to del año en que comen­zó el pade­ci­mien­to y, sólo enton­ces, se acer­ca­ría al pacien­te para cons­ta­tar los sín­to­mas.

Si el pacien­te no fue­ra muy dado a la refle­xión, un buen médi­co de aquel enton­ces sabría que es nece­sa­ria una san­gría. Si, por for­tu­na, fue­se pri­ma­ve­ra, sería posi­ble hacer un cor­te en la sien para extraer unos dos­cien­tos mili­li­tros dos veces al día, des­pués de una comi­da fuer­te­men­te con­di­men­ta­da. Si fue­se invierno, habría que emplear san­gui­jue­las, que son cos­to­sas pero desan­gran más len­ta­men­te, y habría que pre­pa­rar­le algún cal­do para que la tem­pe­ra­tu­ra del cuer­po se equi­li­bra­se.

El médi­co habría obra­do de este modo por­que la medi­ci­na par­tía de un mode­lo del cuer­po que hoy lla­ma­mos teo­ría humo­ral. Un mode­lo atri­bui­do a Hipó­cra­tes de Cos, cuya escue­la se ini­ció en el siglo V a. C., y que per­du­ró has­ta la segun­da mitad del siglo XIX de nues­tra era.

La teo­ría humo­ral era una suer­te de “bio­lo­gi­za­ción” de las expli­ca­cio­nes filo­só­fi­cas sobre el uni­ver­so: hacía de los orga­nis­mos vivos un micro­cos­mos (Mar­tí­nez Her­nán­dez, 2011). Muchos filó­so­fos pre­so­crá­ti­cos pen­sa­ban que las cosas están com­pues­tas por un ama­si­jo de cua­tro ele­men­tos pri­mor­dia­les: agua, fue­go, tie­rra y aire. Cada enti­dad poseía una natu­ra­le­za o phy­sis carac­te­ri­za­da por una cier­ta pro­por­ción de dichos prin­ci­pios. Estos prin­ci­pios poseen cua­li­da­des con­tra­pues­tas: la tie­rra es seca y el agua es húme­da; el fue­go es calien­te y el aire es frío. Cuan­do de los orga­nis­mos vivos se tra­ta, estos prin­ci­pios toman la for­ma de cua­tro humo­res: san­gre, fle­ma, bilis negra y bilis ama­ri­lla. Los humo­res no son pro­pia­men­te una extra­po­la­ción de los ele­men­tos; se tra­ta, antes bien, de la com­bi­na­ción de dos de ellos: la san­gre es calien­te y húme­da, la fle­ma es húme­da y fría; la bilis ama­ri­lla es seca y calien­te, y la negra es seca y fría (Alby, 2004). Como cual­quier obje­to, las per­so­nas poseen tam­bién una natu­ra­le­za resul­ta­da de la mez­cla de los humo­res, y poseen, ade­más, un tem­pe­ra­men­to que los carac­te­ri­za, pro­duc­to de la pre­do­mi­nan­cia de un cier­to humor: mien­tras que los san­guí­neos tien­den a la furia y los fle­má­ti­cos lo hacen al pen­sa­mien­to (Gar­cía Val­de­ca­sas, 1991). La enfer­me­dad, en este mode­lo, es pro­duc­to de un des­equi­li­brio de los humo­res; y la prác­ti­ca médi­ca se enfo­ca en la recu­pe­ra­ción del equi­li­brio.

Los sín­to­mas des­cri­tos al ini­cio de esta intro­duc­ción, par­ti­cu­lar­men­te el aumen­to de la tem­pe­ra­tu­ra en la cabe­za, sugie­ren que un humor cáli­do se está acu­mu­lan­do en la cabe­za, la sudo­ra­ción carac­te­rís­ti­ca de la fie­bre impli­ca un exce­so de hume­dad, por tan­to el humor des­equi­li­bra­do es la san­gre y es nece­sa­rio extraer­la. Pero la prác­ti­ca médi­ca no se limi­ta­rá a esto, pues el médi­co debía estar al pen­dien­te de todos los fac­to­res ambien­ta­les, tem­pe­ra­men­ta­les y nutri­cio­na­les del pacien­te (Pérez Tama­yo, 2003).

En la actua­li­dad, difí­cil­men­te un médi­co se pre­sen­ta­ría como par­ti­da­rio de la teo­ría humo­ral. La teo­ría domi­nan­te en la actua­li­dad es la lla­ma­da teo­ría infec­cio­sa de la enfer­me­dad, según la cual, las enfer­me­da­des son pro­duc­to de agen­tes exter­nos. El mode­lo que hace del cuer­po un micro­cos­mos ha sido sus­ti­tui­do por uno más aus­te­ro en el que el cuer­po tie­ne for­ma de una ciu­dad en gue­rra per­ma­nen­te­men­te con­tra intru­sos de toda índo­le. Cin­co agen­tes son res­pon­sa­bi­li­za­dos por las enfer­me­da­des infec­cio­sas: pará­si­tos, hon­gos, bac­te­rias, virus y prio­nes. Si el pacien­te con el que ini­cia­mos este apar­ta­do lla­ma­ra un médi­co el día de hoy, éste ya no se preo­cu­pa­ría por el ambien­te o el tem­pe­ra­men­to del enfer­mo: tra­ta­ría de deter­mi­nar el agen­te micros­có­pi­co que ha inva­di­do el orga­nis­mo pro­vo­can­do en éste, una serie de reac­cio­nes de defen­sa, como la ele­va­ción de la tem­pe­ra­tu­ra cor­po­ral, y meca­nis­mos de con­tra­de­fen­sa como la sudo­ra­ción, que per­mi­te redu­cir el calor gene­ra­do.

Aho­ra bien, la exis­ten­cia de los micro­or­ga­nis­mos infec­cio­sos es, cla­ra­men­te, un hecho y quien la nie­gue pue­de ser acu­sa­do, con razón, de igno­ran­cia o mira­do con sos­pe­cha. Aven­tu­re­mos, no obs­tan­te, una serie de lucu­bra­cio­nes sobre el desa­rro­llo de la bio­tec­no­lo­gía y con­tem­plé­mos­los bajo una nue­va pers­pec­ti­va.

Pro­yec­té­mo­nos un par de cien­tos de años en el futu­ro e ima­gi­ne­mos un mun­do en el que la inge­nie­ría gené­ti­ca ha alcan­za­do un desa­rro­llo aún más impac­tan­te que el actual. Posee­mos un cono­ci­mien­to pre­ci­so del códi­go gené­ti­co de cada orga­nis­mo cono­ci­do y somos capa­ces de mani­pu­lar no sólo la expre­sión gené­ti­ca sino aún su con­for­ma­ción mole­cu­lar. Supon­ga­mos que la bio­tec­no­lo­gía del futu­ro nos ha per­mi­ti­do dise­ñar escá­ne­res nano­mé­tri­cos que, a mane­ra de enzi­mas, reco­rren rápi­da­men­te las hebras de áci­dos nuclei­cos que encuen­tran a su paso, detec­tan­do ano­ma­lías en el códi­go y envian­do seña­les a un sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co arti­fi­cial que se encar­ga de desin­te­grar, ple­gar, nuli­fi­car o impe­dir de algu­na mane­ra su expre­sión.

Ima­gi­ne­mos, aho­ra, que algu­na pecu­lia­ri­dad del códi­go gené­ti­co hace nece­sa­rias dos téc­ni­cas dife­ren­tes de neu­tra­li­za­ción de seg­men­tos de códi­go gené­ti­co. Lla­mé­mos­las, sim­ple­men­te, téc­ni­ca alfa y téc­ni­ca beta. Con la téc­ni­ca alfa se pue­de inhi­bir la acción de algu­nos prio­nes, virus, bac­te­rias, hon­gos, pará­si­tos y algu­nas enfer­me­da­des no infec­cio­sas resul­ta­das de la expre­sión de genes here­da­dos; mien­tras que la téc­ni­ca beta inha­bi­li­ta los res­tan­tes, tal vez, los muta­dos o aún no codi­fi­ca­dos, ¿qué pasa­ría con nues­tra cla­si­fi­ca­ción actual?

En el ámbi­to de la bio­lo­gía, pro­ba­ble­men­te nada; pero en el ámbi­to de la medi­ci­na, pen­sar en tér­mi­nos de agen­tes infec­cio­sos deja­ría de ser fun­cio­nal. Lo que ten­dría­mos en su lugar serían ano­ma­lías gené­ti­cas alfa y ano­ma­lías gené­ti­cas beta. Si la enfer­me­dad deja­ra de ser enten­di­da como infec­ción, el mode­lo de ciu­dad ase­dia­da deja­ría de hacer sen­ti­do y sería sus­ti­tui­do por otro, más acor­de con lo que en ese momen­to se viva; apa­re­ce­ría un mode­lo con metá­fo­ras nue­vas, posi­ble­men­te, compu­tacio­na­les: la gen­te asis­ti­ría a esca­neos, se haría lec­tu­ras, se reco­di­fi­ca­ría o inclu­so podría rese­tear­se.

Pen­se­mos aho­ra en una socie­dad expues­ta a cien­tos de años de esca­neos y cuyas vidas y salud depen­den de lec­tu­ras y reco­di­fi­ca­cio­nes de códi­gos alfa y beta; sólo podría enten­der la exis­ten­cia de los micro­or­ga­nis­mos como una curio­si­dad de anta­ño, como par­tes de la medi­ci­na pri­mi­ti­va sin rela­ción algu­na con sus vidas; algo simi­lar a lo que ocu­rre hoy cuan­do la gen­te tra­ta de enten­der las pes­tes medie­va­les. Las futu­ras gene­ra­cio­nes se verían en difi­cul­ta­des para enten­der qué enfer­me­da­des con­si­de­rá­ba­mos resul­ta­do de la infec­ción por virus y cuá­les por bac­te­rias, y recri­mi­na­rían a sus maes­tros ense­ñar­les cosas que no sir­ven para nada: nues­tros agen­tes infec­cio­sos se habrían con­ver­ti­do en nues­tros humo­res: enti­da­des difí­cil­men­te com­pren­si­bles pro­duc­to de una anti­gua mane­ra de enten­der el cuer­po, la salud y la enfer­me­dad, y de prac­ti­car la medi­ci­na. Los agen­tes infec­cio­sos exis­ten, sin duda, pero exis­ten de la mis­ma mane­ra que exis­tie­ron los humo­res: en rela­ción con noso­tros, con la mane­ra como pen­sa­mos, con la mane­ra como con­cep­tua­mos, con la mane­ra como per­ci­bi­mos, con nues­tras prác­ti­cas, con nues­tras inter­ac­cio­nes y con las poten­cia­li­da­des de nues­tros len­gua­jes; es decir, son cons­truc­cio­nes socia­les.

Usos inapropiados del concepto de construcción social

El cons­truc­cio­nis­mo es una teo­ría sobre la natu­ra­le­za de la reali­dad que sugie­re que la reali­dad es como es por­que noso­tros somos como somos (Ibá­ñez Gar­cía, 2001). El con­cep­to de cons­truc­ción social hoy se ha gene­ra­li­za­do; en las cien­cias socia­les es casi omni­pre­sen­te, aun­que, las más de las veces, se emplea inapro­pia­da­men­te.

Un error común es enten­der la cons­truc­ción social como antí­te­sis de lo bio­ló­gi­co, como si la reali­dad se cla­si­fi­ca­ra en obje­tos social­men­te cons­trui­dos y obje­tos o pro­ce­sos ana­to­mo­fi­sio­ló­gi­cos o resul­ta­dos de la evo­lu­ción. El error es, pro­ba­ble­men­te, resul­ta­do de las crí­ti­cas cons­truc­cio­nis­tas a expli­ca­cio­nes neo­la­marc­kis­tas del hacer humano. Pero el cons­truc­cio­nis­mo par­te, más bien, de una rela­ti­vi­za­ción de la reali­dad a las poten­cia­li­da­des sen­so­ria­les huma­nas y sus exten­sio­nes tec­no­ló­gi­cas (McLuhan & Powers, 1989).

El ejem­plo clá­si­co son los colo­res; los obje­tos son, ver­da­de­ra­men­te, de colo­res; pero úni­ca­men­te tie­nen colo­res por­que posee­mos la capa­ci­dad de per­ci­bir colo­res, si el humano no pose­ye­se esa cua­li­dad los colo­res no for­ma­rían par­te de nues­tra reali­dad. Del mis­mo modo, expli­ca Ibá­ñez Gar­cía (2001), hay obje­tos asi­bles y obje­tos inasi­bles, pero ésta no es una carac­te­rís­ti­ca inhe­ren­te a los obje­tos, poseen esa cua­li­dad por­que noso­tros pode­mos asir. No exis­te una carac­te­rís­ti­ca físi­ca de los obje­tos que no sea rela­ti­va a algu­na de nues­tras poten­cia­li­da­des sen­so­ria­les, a sus exten­sio­nes y a nues­tras carac­te­rís­ti­cas y posi­bi­li­da­des cor­po­ra­les.

Pero ¿es posi­ble per­ci­bir obje­tos inexis­ten­tes? Lo es. En el caso de nues­tro ejem­plo, los humo­res resul­ta­ban per­cep­ti­bles: el aumen­to de tem­pe­ra­tu­ra y la sudo­ra­ción eran mues­tras cla­ras de un humor cáli­do y húme­do; los tem­pe­ra­men­tos fle­má­ti­cos eran noto­ria­men­te dis­tin­gui­bles de los melan­có­li­cos o los ira­cun­dos, y las enfer­me­da­des de tem­po­ra­da y epi­de­mias, demos­tra­ción férrea de la influen­cia del cli­ma en las enfer­me­da­des, cuan­do no se con­ta­ba con el con­cep­to de con­ta­gio. La dife­ren­cia estri­ba en aque­llas sen­sa­cio­nes y aque­llos aspec­tos de la reali­dad en las que nos foca­li­za­mos para sos­te­ner nues­tras expli­ca­cio­nes sobre los fenó­me­nos, en los mode­los que dan cohe­ren­cia y sen­ti­do a nues­tras per­cep­cio­nes, y el acuer­do gru­pal sobre la legi­ti­mi­dad de nues­tras expli­ca­cio­nes; y no en la per­cep­ción o en el obje­to mis­mo (Pot­ter, 1996).

Otro uso erró­neo del con­cep­to de cons­truc­ción social es como sinó­ni­mo de apren­di­za­je. En el ámbi­to psi­co­ló­gi­co se escu­cha con fre­cuen­cia esta acep­ción cuan­do se con­tra­po­nen con­duc­tas inna­tas y social­men­te cons­trui­das. El error es, qui­zá, de las decons­truc­cio­nes de aspec­tos de la vida aní­mi­ca como los sen­ti­mien­tos (Boi­ger & Mes­qui­ta, 2012), la iden­ti­dad (Bru­ner, 2004; Ger­gen, 1992) o pro­ce­sos cog­nos­ci­ti­vos como la cate­go­ri­za­ción o el pen­sa­mien­to mis­mo (Shot­ter, 1993).

Pero el cons­truc­cio­nis­mo no par­te de esa dis­tin­ción; inna­to y apren­di­do son, ambos, con­cep­tos emplea­dos para expli­car fenó­me­nos con­duc­tua­les y, en tan­to con­cep­tos, se con­si­de­ran cons­trui­dos: poseen una his­to­ria, se ins­cri­ben en tra­di­cio­nes epis­té­mi­cas y se emplean con cier­tas inten­cio­na­li­da­des en dis­cur­sos espe­cí­fi­cos. Por otro lado, el con­cep­to de apren­di­za­je no es idén­ti­co al de cons­truc­ción, dado que en la cons­truc­ción, el suje­to es par­tí­ci­pe de lo ela­bo­ra­do. No se tra­ta de algo que la socie­dad crea y el suje­to incor­po­ra, sino de una edi­fi­ca­ción con­jun­ta entre el suje­to y aque­llos y/o aque­llo con quie­nes inter­ac­túa. Este pro­ble­ma, hay que decir­lo, es más pro­pio del cons­truc­ti­vis­mo que del cons­truc­cio­nis­mo, y ha sido pro­fu­sa­men­te dis­cu­ti­do duran­te déca­das.

Vin­cu­la­do con lo ante­rior, un ter­cer uso inapro­pia­do del con­cep­to es como sinó­ni­mo de ima­gi­na­do: pare­cie­ra que cuan­do alguien afir­ma que algo es social­men­te cons­trui­do sig­ni­fi­ca que aque­llo no exis­te sino en la ima­gi­na­ción de la gen­te. Es bas­tan­te usual que cuan­do alguno cues­tio­na la natu­ra­le­za de la reali­dad, su inter­lo­cu­tor, aira­do, pre­ten­da estre­llar­le la reali­dad en la cabe­za. Cuan­do uno afir­ma que las sillas son un cons­truc­to, y que son rela­ti­vas a nues­tras posi­bi­li­da­des ana­tó­mi­cas, lo que dice es que si no tuvié­ra­mos la capa­ci­dad de fle­xio­nar­nos las sillas no exis­ti­rían, y no que las sillas sólo exis­ten en nues­tra ima­gi­na­ción.

En el mis­mo sen­ti­do, social­men­te cons­trui­do sue­le ser erró­nea­men­te emplea­do como sinó­ni­mo de fal­so. Como si al afir­mar que una teo­ría o una expli­ca­ción sobre algún aspec­to de la reali­dad es una cons­truc­ción social, se estu­vie­ra negan­do la vera­ci­dad de la mis­ma.

Este asun­to es un tan­to más com­pli­ca­do de zan­jar pues, si bien des­de el cons­truc­cio­nis­mo no se sue­le afir­mar que las teo­rías son fal­sas, sí se afir­ma que son teo­rías; que una expli­ca­ción es una expli­ca­ción, y un con­cep­to es un con­cep­to; es decir, nues­tras for­mas de enten­der el mun­do y nues­tras for­mas de cono­cer no pue­den ser teni­das por ver­da­des abso­lu­tas e incues­tio­na­bles, y plan­tear­las de ese modo con­lle­va nece­sa­ria­men­te un ejer­ci­cio de poder (Íñi­guez Rue­da, 2008). Estas afir­ma­cio­nes sue­len pro­pi­ciar ris­pi­de­ces entre quie­nes se posi­cio­nan como cons­truc­cio­nis­tas y quie­nes lo hacen, aun­que no siem­pre de mane­ra cons­cien­te, como cien­ti­fi­cis­tas. Qui­zá la con­tra­dic­ción más áspe­ra en este sen­ti­do sea la que se plan­tea entre una reali­dad obje­ti­va y una reali­dad social­men­te cons­trui­da; la pri­me­ra se pre­sen­ta como una reali­dad incues­tio­na­ble, inde­pen­dien­te del obser­va­dor, cog­nos­ci­ble a tra­vés de la obser­va­ción sis­te­má­ti­ca, el regis­tro minu­cio­so y la expe­ri­men­ta­ción; la segun­da apa­re­ce como una reali­dad rela­ti­va, defor­ma­da y vicia­da por las par­ti­cu­la­ri­da­des del obser­va­dor.

Cons­truc­cio­nis­tas, como Tomás Ibá­ñez (2001), cues­tio­nan esta dis­tin­ción pre­gun­tán­do­se si es posi­ble que exis­ta algo así como una reali­dad inde­pen­dien­te del obser­va­dor; y si algo así exis­tie­se, ¿cómo sería? Evi­den­te­men­te, no podría poseer nin­gu­na de las cua­li­da­des que, en fun­ción de nues­tras pro­pias carac­te­rís­ti­cas, noso­tros le atri­bui­mos. Una reali­dad de este tipo sólo podría ser supues­ta, no pue­de ser ni pen­sa­da y, des­de lue­go, no pue­de ser obser­va­da. Se tra­ta de una reali­dad meta­fí­si­ca, que nun­ca nadie ha vis­to, sobre la que no se pue­de afir­mar nada, que no se pue­de cono­cer y que, por tan­to, no pue­de fun­gir como cri­te­rio de acep­ta­ción de afir­ma­cio­nes.

Aque­llo que lla­ma­mos reali­dad obje­ti­va es una reali­dad igual­men­te obser­va­da y, por tan­to, rela­ti­va al suje­to obser­va­dor. Ori­gi­nal­men­te, la obje­ti­vi­dad cien­tí­fi­ca era más un lla­ma­mien­to a la hones­ti­dad: al regis­tro de las cosas tal y como se obser­va­ron en las situa­cio­nes expe­ri­men­ta­les, pese a que lo obser­va­do se con­tra­pu­sie­ra con los valo­res o creen­cias del inves­ti­ga­dor. No se tra­ta­ba de un cri­te­rio de irre­fu­ta­bi­li­dad, ni mucho menos de una cons­ta­ta­ción incues­tio­na­ble de una ver­dad abso­lu­ta.

El asun­to no sería tan pro­ble­má­ti­co si quie­nes defien­den la expli­ca­ción cien­tí­fi­ca fue­sen cons­cien­tes de los prin­ci­pios que, en un ini­cio, la guia­ron. Como expli­ca­ba Ber­trand Rus­sell (1935/2000), el cono­ci­mien­to cien­tí­fi­co no pue­de enten­der­se como un con­jun­to de dog­mas incues­tio­na­bles: se encuen­tra en cons­tan­te revi­sión y cues­tio­na­mien­to; gene­ra ver­da­des inaca­ba­das y pro­vi­sio­na­les; de ahí que, con inde­pen­den­cia de la can­ti­dad de evi­den­cia que se apor­te para sos­te­ner una afir­ma­ción o un con­jun­to de afir­ma­cio­nes, éstas nun­ca dejan de ser teo­ría.

Como pro­lí­fi­ca­men­te han evi­den­cia­do Lud­wig Fleck (1935/1986) y Tho­mas S. Kuhn (1962/2004), los mode­los epis­te­mo­ló­gi­cos de los que par­ten las expli­ca­cio­nes cien­tí­fi­cas cam­bian con el tiem­po: los “hechos” dejan de ser­lo cuan­do cam­bia­mos de “para­dig­mas” o bases axio­má­ti­cas. Lo mis­mo ocu­rre con los gru­pos a los que per­te­ne­ce­mos y con quie­nes inves­ti­ga­mos, los cua­les son deter­mi­nan­tes en la cons­truc­ción de los hechos en las cien­cias. Por lo ante­rior, la con­tra­dic­ción entre cons­truc­ción social y ver­dad cien­tí­fi­ca nos pare­ce resul­ta­da, en mayor medi­da, de una dis­tor­sión o una bana­li­za­ción del con­cep­to de ver­dad cien­tí­fi­ca, y de los prin­ci­pios de obje­ti­vi­dad y escep­ti­cis­mo, más que una antí­te­sis real.

El últi­mo uso erró­neo que revi­sa­re­mos aquí es la cons­truc­ción social como legi­ti­ma­ción del indi­vi­dua­lis­mo. Este error es par­ti­cu­lar­men­te común cuan­do se dis­cu­te la lla­ma­da “pos­mo­der­ni­dad”. Des­de fina­les de la déca­da de los sesen­ta, del siglo pasa­do, los inves­ti­ga­do­res cons­truc­cio­nis­tas han argu­men­ta­do que los cri­te­rios a par­tir de los cua­les deter­mi­na­mos y valo­ra­mos lo bello, lo bueno, lo jus­to, lo pla­cen­te­ro, entre otros, son pro­duc­to de un pro­ce­so de cons­truc­ción, sos­te­ni­dos de dis­tin­tas mane­ras por ins­ti­tu­cio­nes edu­ca­ti­vas, mer­can­ti­les, polí­ti­cas, gre­mia­les, entre otras (Ber­ger & Luck­mann, 1968/2003). Nume­ro­sos teó­ri­cos, par­ti­cu­lar­men­te en el cam­po de la socio­lo­gía, han suge­ri­do un auge del indi­vi­dua­lis­mo (Lipo­vetsky, 1983) y una cri­sis de valo­res pro­duc­to del fin de los gran­des rela­tos (Lyo­tard, 2000); es decir, ante el fra­ca­so de los mode­los eco­nó­mi­cos y huma­nís­ti­cos moder­nos. Como resul­ta­do de la “muer­te” de los idea­les, las socie­da­des se han vol­ca­do al hedo­nis­mo (Maf­fe­so­li, 1990), y un con­su­mis­mo irre­fle­xi­vo, al que lla­ma­ron pos­mo­der­ni­dad (Jame­son, 1984). La des­ilu­sión para con los gran­des sis­te­mas eco­nó­mi­cos, la des­con­fian­za en la capa­ci­dad de las ins­ti­tu­cio­nes, el triun­fo del capi­ta­lis­mo, la exa­cer­ba­ción del indi­vi­dua­lis­mo, y el corro­si­vo cues­tio­na­mien­to a los cri­te­rios de valo­ra­ción de la moder­ni­dad han pro­pi­cia­do una suer­te de anhe­lo de eman­ci­pa­ción de los cri­te­rios ins­ti­tu­cio­na­les, que pare­ce cimen­tar­se en el con­cep­to de cons­truc­ción social. El razo­na­mien­to sub­ya­cen­te es que si el cri­te­rio de apre­cia­ción es social­men­te cons­trui­do, uno no ten­dría por qué ape­gar­se al mis­mo y el indi­vi­duo se encuen­tra, por tan­to, igual­men­te legi­ti­ma­do para valo­rar con su pro­pio cri­te­rio.

Aho­ra bien, aun­que hay cier­tos dejos de razón en esto, el argu­men­to tie­ne algu­nas fallas: ante todo, sea cual sea el cri­te­rio que emplee el indi­vi­duo para valo­rar, éste no deja­rá de ser una cons­truc­ción social, pri­me­ro, por­que lo ha cons­trui­do en inter­ac­ción con otros, segun­do, por­que ha emplea­do las herra­mien­tas desa­rro­lla­das por su socie­dad para hacer­lo: len­gua­je y cate­go­rías social­men­te cons­trui­das; y ter­ce­ro, por­que es la mis­ma socie­dad la que legi­ti­ma la vali­dez, rele­van­cia o inte­rés de su cri­te­rio. Las socie­da­des actua­les tien­den cada vez más a dele­gar en el indi­vi­duo las deci­sio­nes intras­cen­den­tes, y si pode­mos pen­sar que nues­tro jui­cio es tan­to o más valio­so que el ins­ti­tu­cio­nal, eso se debe a que, a nivel glo­bal, las socie­da­des han pro­pi­cia­do la emer­gen­cia de esa opi­nión. Aun­que el suje­to par­ti­ci­pa acti­va­men­te en la cons­truc­ción de la reali­dad, no es el indi­vi­duo, en últi­ma ins­tan­cia quien deter­mi­na la reali­dad. La reali­dad no es lo que una per­so­na pien­se que es: es lo que crea­mos mien­tras hace­mos cosas jun­tos, mien­tras dis­cu­ti­mos y pen­sa­mos en con­jun­to; es lo que sen­ti­mos y per­ci­bi­mos, nego­cia­mos, impo­ne­mos, ense­ña­mos, mos­tra­mos, dedu­ci­mos, expli­ca­mos y, en suma, com­par­ti­mos, mien­tras nos rela­cio­na­mos.

La investigación construccionista

Si la cons­truc­ción social no es nada de lo dicho, ¿qué es lo que hace una inves­ti­ga­ción cons­truc­cio­nis­ta? Bien, dado que el cons­truc­cio­nis­mo es una teo­ría onto y epis­te­mo­ló­gi­ca sobre la natu­ra­le­za de la reali­dad, en la que ésta apa­re­ce como un pro­duc­to emer­gen­te de nues­tras poten­cia­li­da­des físi­cas, len­gua­jes y mane­ras de enten­der el mun­do, gene­ra­da en la inter­ac­ción; y cuya base es el no-esen­cia­lis­mo (Cabru­ja, Íñi­guez & Váz­quez, 2000); se enten­de­rá que su obje­ti­vo es la decons­truc­ción de la reali­dad.

El cons­truc­cio­nis­mo toma un obje­to cual­quie­ra e inda­ga la mane­ra en la que se le hace apa­re­cer en ámbi­tos espe­cí­fi­cos de la acti­vi­dad huma­na. Si regre­sa­mos a nues­tro ejem­plo ini­cial, el inves­ti­ga­dor cons­truc­cio­nis­ta podría tomar los humo­res como obje­to de estu­dio. Decons­truir los humo­res impli­ca sumer­gir­se en la prác­ti­ca médi­ca de la anti­güe­dad, tra­tar de com­pren­der las bases filo­só­fi­cas de las que los médi­cos abre­va­ron para for­mu­lar el con­cep­to; la mane­ra en que la teo­ría se lle­vó a la prác­ti­ca y cómo fue desa­rro­llán­do­se a lo lar­go de la his­to­ria; qué correc­cio­nes se hicie­ron a la teo­ría y por qué; cómo fue arti­cu­lán­do­se con otras teo­rías y for­mas de enten­der el mun­do en aquel enton­ces; en qué aspec­tos de la reali­dad se cen­tra­ron los médi­cos; qué obser­va­ban cuan­do hacían un diag­nós­ti­co; cómo fue legi­ti­mán­do­se la teo­ría; cómo se ense­ñó a otros; cómo se man­tu­vo una cier­ta orto­do­xia teó­ri­co-prác­ti­ca; de qué mane­ra las inter­ac­cio­nes huma­nas per­mi­tie­ron el sos­te­ni­mien­to del con­cep­to duran­te más de dos mil años, etc.

La herra­mien­ta cons­truc­cio­nis­ta bási­ca es el estu­dio del len­gua­je, de ahí que se acu­se con fre­cuen­cia a sus teó­ri­cos de plan­tear una reali­dad lin­güís­ti­ca. Aun­que esto no es así, el len­gua­je es el cam­po de estu­dio más fre­cuen­te. Los estu­dios enfo­ca­dos en las mane­ras en que los obje­tos se crean a tra­vés del len­gua­je son bas­tan­te comu­nes. Uno pue­de plan­tear­se, por ejem­plo, por la cons­truc­ción de un polí­ti­co en los medios de comu­ni­ca­ción, obser­var qué tér­mi­nos se emplean para des­cri­bir­lo, con qué hechos se le aso­cia, qué aspec­tos de sus dis­cur­sos se des­ta­can, y cuá­les de sus accio­nes son des­cri­tas y cuá­les omi­ti­das.

Los hechos noti­cio­sos son obje­tos fre­cuen­tes en los aná­li­sis. La mane­ra en que se rela­ta y des­cri­be un hecho, el uso de adje­ti­vos y estra­te­gias retó­ri­cas, la for­ma en que se estruc­tu­ran las ora­cio­nes, en fin, los agen­tes a los que se atri­bu­ye cau­sa­li­dad. Las argu­cias que per­mi­ten des­cri­bir un hecho ocul­tan­do al enun­cian­te hacién­do­lo apa­re­cer como ver­dad han sido abun­dan­te­men­te estu­dia­dos, tan­to en los Medios como con los hechos cien­tí­fi­cos (Billig, 2014). Pen­se­mos en nues­tros agen­tes infec­cio­sos y el sis­te­ma inmu­no­ló­gi­co, ¿real­men­te hay una gue­rra ahí?, ¿es el cuer­po humano una ciu­dad bajo ase­dio per­ma­nen­te o es sólo un uso meta­fó­ri­co? Si es meta­fó­ri­co, ¿por qué esa metá­fo­ra?, ¿qué impli­ca­cio­nes tie­ne para con lo que hace­mos y la mane­ra como vivi­mos la enfer­me­dad el con­cep­tuar­lo de esa mane­ra?, ¿cómo apa­re­ce el médi­co ante el pacien­te y qué tipo de inter­ac­ción se gene­ra por con­cep­tuar la enfer­me­dad de esa for­ma?, ¿qué reper­cu­sio­nes macro­so­cia­les tie­ne el uso de esas metá­fo­ras?, ¿qué reper­cu­sio­nes, inclu­so, para con la bio­tec­no­lo­gía y la inge­nie­ría médi­ca?

Los obje­tos, ya se ve, emer­gen de intrin­ca­dí­si­mas redes del hacer humano, y mien­tras más cer­ca­nas nos son, más difí­cil es des­en­tra­ñar­las. De ahí que, ade­más del len­gua­je, la inves­ti­ga­ción cons­truc­cio­nis­ta cuen­te con dos herra­mien­tas inva­lua­bles: el tiem­po y el espa­cio. Tiem­po en sen­ti­do his­tó­ri­co y espa­cio en un sen­ti­do cul­tu­ral. La his­to­ria y los estu­dios cul­tu­ra­les enfren­tan al inves­ti­ga­dor con una reali­dad dis­tin­ta de la suya. Estas dife­ren­cias le per­mi­ten cues­tio­nar­se más fácil­men­te la natu­ra­le­za del obje­to que estu­dia y, en oca­sio­nes, reve­lan las ins­ti­tu­cio­nes, dis­cur­sos y nor­mas impli­ca­dos en su emer­gen­cia y sos­te­ni­mien­to. Por supues­to, ni el Len­gua­je, ni la His­to­ria, ni los estu­dios cul­tu­ra­les son herra­mien­tas sufi­cien­tes sin un cam­bio de acti­tud ante el obje­to que se estu­dia. Pri­me­ro, las enti­da­des deben enten­der­se como lin­güís­ti­ca­men­te deli­mi­ta­das e ins­crip­tas en redes léxi­cas y narra­ti­vas dadas. Las pala­bras que desig­nan a los obje­tos no son meros rótu­los super­pues­tos a entes inva­rian­tes, son cons­ti­tu­ti­vas de los mis­mos y los posi­cio­nan en tra­di­cio­nes epis­te­mo­ló­gi­cas y redes con­cep­tua­les espe­cí­fi­cas, los carac­te­ri­zan y les dan una deter­mi­na­da fisio­no­mía. Segun­do, las enti­da­des que estu­dia­mos no pue­den enten­der­se como his­tó­ri­ca­men­te o cul­tu­ral­men­te inva­rian­tes, no hay un amor o una sexua­li­dad que se mani­fies­ten de mane­ra indis­tin­ta en cada cul­tu­ra o en una mis­ma socie­dad a lo lar­go de la his­to­ria, cada colec­ti­vi­dad posee sus pro­pias enti­da­des, y cada enti­dad ha sido pro­duc­to de un pro­ce­so his­tó­ri­co espe­cí­fi­co. Ter­ce­ro, una de las mayo­res difi­cul­ta­des a las que se enfren­ta el inves­ti­ga­dor cons­truc­cio­nis­ta es la lla­ma­da inter­pre­ta­ción whig de la his­to­ria (But­ter­field, 1931/2012), esto es, la his­to­ria enten­di­da como pro­gre­so o mejo­ra, omi­tien­do los con­tex­tos teó­ri­cos en los que los obje­tos se ges­tan. La pers­pec­ti­va cons­truc­cio­nis­ta bus­ca com­pren­der los obje­tos en los con­tex­tos espe­cí­fi­cos del hacer humano en los que emer­gen, actúan y se sos­tie­nen, y de nin­gún modo tra­tar de denos­tar el pasa­do o sus­ten­tar la vali­dez del cono­ci­mien­to actual.

Conclusiones

La difu­sión del con­cep­to de cons­truc­ción social ha con­du­ci­do a usos des­con­tex­tua­li­za­dos de la teo­ría en la que se gene­ró, y que lle­van a inter­pre­ta­cio­nes de los fenó­me­nos que no pue­den ser con­si­de­ra­das cons­truc­cio­nis­tas. La cons­truc­ción social no debe ser enten­di­da como antí­te­sis de lo bio­ló­gi­co, lo inna­to o lo real, ni como sinó­ni­mo de lo apren­di­do, lo fal­so o lo ima­gi­na­do; tam­po­co es una jus­ti­fi­ca­ción de la sub­je­ti­vi­dad indi­vi­dual. El cons­truc­cio­nis­mo es una teo­ría sobre la natu­ra­le­za de la reali­dad en la que los obje­tos emer­gen de nues­tras capa­ci­da­des sen­so­ria­les y per­cep­tua­les, nues­tras poten­cia­li­da­des físi­cas, las mane­ras como nos expli­ca­mos el mun­do, y el len­gua­je en ámbi­tos espe­cí­fi­cos del hacer humano, mien­tras inter­ac­tua­mos. La inves­ti­ga­ción cons­truc­cio­nis­ta bus­ca com­pren­der la emer­gen­cia de estas enti­da­des, des­cu­brien­do las redes con­cep­tua­les, líneas dis­cur­si­vas, hace­res y ámbi­tos de inter­ac­ción social, en los que se gene­ran y por medio de las cua­les se sos­tie­nen. Para ello, cuen­ta con herra­mien­tas como las dis­tin­tas for­mas de aná­li­sis dis­cur­si­vo y de la narra­ción, la his­to­ria y los estu­dios cul­tu­ra­les. Cono­cer el sen­ti­do y las herra­mien­tas con las que cuen­ta esta pers­pec­ti­va nos per­mi­te rea­li­zar inves­ti­ga­cio­nes mejor enfo­ca­das y emplear los con­cep­tos teó­ri­cos con mayor pre­ci­sión.

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Notas

1. UNAM, Facul­tad de Psi­co­lo­gía. E‑mail: moyokoyani@comunidad.unam.mx

2. UNAM, Facul­tad de Psi­co­lo­gía. E‑mail: emily@unam.mx