Un afecto depresivo y el psicoanálisis

A Depressive Affect and Psychoanalysis

Leticia Hernández Valderrama[1]

Facultad de Estudios Superiores Iztacala, UNAM

Resumen

El pre­sen­te tex­to for­ma par­te de una inves­ti­ga­ción más amplia. Su pro­pó­si­to es hacer un bre­ve reco­rri­do por el fenó­meno de la depre­sión des­de el mar­co teó­ri­co del psi­co­aná­li­sis; se con­tem­plan expe­rien­cias de pér­di­da y due­los que común­men­te expe­ri­men­tan las per­so­nas.

En la épo­ca actual obser­va­mos como se han fra­gi­li­za­do emo­cio­nal­men­te los suje­tos en su rela­ción al mun­do. Hay un nue­vo des­or­den en los esta­dos de áni­mo que afec­ta la con­so­nan­cia con otros. Los víncu­los actua­les ya no son tan sóli­dos como solían ser en épo­cas pasa­das; su fra­gi­li­dad ha gene­ra­do un sen­ti­mien­to de inse­gu­ri­dad, indi­fe­ren­cia, indo­len­cia, emo­cio­nes encon­tra­das, deseos con­flic­ti­vos, sepa­ra­cio­nes de pare­jas, de ami­gos, des­en­cuen­tros en las fami­lias que lle­van a expe­ri­men­tar sen­ti­mien­tos de tris­te­za, des­es­pe­ran­za, vacío, angus­tia. El indi­vi­duo ante ello, tie­ne la inten­sión de estre­char los lazos, pero al mis­mo tiem­po los man­tie­ne flo­jos, para que en caso nece­sa­rio se des­anu­den, se dilu­yan los com­pro­mi­sos. Esta sen­sa­ción de laxi­tud, de ser impres­cin­di­ble, no nece­sa­rio, sus­ti­tui­ble por supues­to que ha afec­ta­do las emo­cio­nes en de nues­tro tiem­po.

Pala­bras cla­ve: depre­sión, pér­di­da, due­lo, melan­co­lía

Abstract

This text forms part of a broa­der research pro­ject. Its pur­po­se is to offer a brief over­view of the phe­no­me­non of depres­sion within the theo­re­ti­cal fra­me­work of psy­choa­naly­sis, taking into account expe­rien­ces of loss and mour­ning that peo­ple com­monly under­go.

Today we can obser­ve how indi­vi­duals have beco­me emo­tio­nally fra­gi­le in their rela­tionship with the world. The­re is a new dis­tur­ban­ce in mood sta­tes that affects their abi­lity to remain attu­ned to others. Current forms of bon­ding are no lon­ger as solid as they once were; their fra­gi­lity has given rise to fee­lings of inse­cu­rity, indif­fe­ren­ce, apathy, con­flic­ting emo­tions, and con­tra­dic­tory desires, along with sepa­ra­tions bet­ween part­ners and friends, and rup­tu­res within fami­lies. The­se situa­tions often lead to expe­rien­ces of sad­ness, hope­less­ness, empti­ness, and anxiety. Faced with this, the indi­vi­dual tends to want to tigh­ten bonds, yet at the same time keeps them loo­se so that, if neces­sary, they can easily come undo­ne and the com­mit­ments can fade. This sen­se of loo­se­ness of fee­ling dis­pen­sa­ble, unne­ces­sary, repla­cea­ble has undoub­tedly affec­ted the emo­tio­nal life of our time.

Key­words: depres­sion, loss, mour­ning, melan­choly

Cuan­do el tiem­po fun­dó tu ausen­cia en el silen­cio

sobre esta noche en que for­jó el recuer­do

de mis bata­llas,

de mis gue­rras per­di­das,

de mis armas inú­ti­les

para enfren­tar el día en que fatas.

Cruz Ale­jan­dro López Agui­lar

¡Muer­te es todo, todo es muer­te!

¡muer­te, muer­te poten­cia­da,

dis­fra­za­da en el nacien­te,

ya se mira que som­brea

tras el eco de su suer­te!

Euge­nia Romo de Álva­rez

Este cuer­po que ha sido mi alber­gue,

Mi pri­sión, mi hos­pi­tal, es mi tum­ba.

Rosa­rio Cas­te­lla­nos

Introducción

Las emo­cio­nes nos atra­vie­san per­ma­nen­te­men­te, se ali­men­tan de nor­mas colec­ti­vas implí­ci­tas, explí­ci­tas, o de orien­ta­cio­nes de com­por­ta­mien­to que cada uno arti­cu­la según su esti­lo y per­mea­bi­li­dad per­so­nal en rela­ción a la cul­tu­ra y los valo­res que le per­sua­den. Se tra­ta de for­mas orga­ni­za­das de coexis­ten­cia, deter­mi­na­bles den­tro de un mis­mo gru­po por­que com­pe­ten a una sim­bó­li­ca social, pero se tra­du­cen de acuer­do con las cir­cuns­tan­cias y las sin­gu­la­ri­da­des indi­vi­dua­les pre­sen­tes.

Así vemos, como el mun­do con­tem­po­rá­neo se han fra­gi­li­za­do afec­tan­do nues­tras emo­cio­nes y lazos socia­les con otros. Los víncu­los actua­les ya no son tan sóli­dos y fijos como solían ser en las rela­cio­nes de paren­tes­co, en los afec­tos y has­ta en las rela­cio­nes de pare­ja como en épo­cas pasa­das. La fra­gi­li­dad actual de los víncu­los ha gene­ra­do un sen­ti­mien­to de inse­gu­ri­dad, ines­ta­bi­li­dad, emo­cio­nes encon­tra­das, deseos con­flic­ti­vos, sepa­ra­cio­nes, des­en­cuen­tros; que con­lle­van a expe­ri­men­tar un sen­ti­mien­to de vacío, de des­es­pe­ran­za, de angus­tia. El indi­vi­duo ante ello, tie­ne la inten­sión de estre­char los lazos, pero al mis­mo tiem­po los man­tie­ne des­anu­da­dos, para que en caso nece­sa­rio se des­pren­dan, se dilu­ya cual­quier com­pro­mi­so. Esta sen­sa­ción de laxi­tud, de ser impres­cin­di­ble, no nece­sa­rio, sus­ti­tui­ble por supues­to que ha afec­ta­do las emo­cio­nes en nues­tro tiem­po.

Actual­men­te hom­bres y muje­res, men­cio­na Bau­man (2012), se encuen­tran deses­pe­ra­dos al sen­tir­se fácil­men­te des­car­ta­bles y aban­do­na­dos a sus pro­pios recur­sos, siem­pre ávi­dos de la segu­ri­dad de una unión, de una mano fir­me y segu­ra con la que pue­dan con­tar si lo nece­si­tan; sin embar­go, des­con­fían de pen­sar­se rela­cio­na­dos emo­cio­nal­men­te en un para siem­pre. Esto prác­ti­ca­men­te por temer que ese esta­do pue­da con­ver­tir­se en una car­ga y oca­sio­nar ten­sio­nes que no sean capa­ces de sopor­tar, ni ten­gan el deseo de hacer­lo. Limi­tan así su liber­tad para rela­cio­nar­se ver­da­de­ra­men­te con alguien. Situa­ción que con­de­na cada encuen­tro, pues antes de entrar ya están salien­do.

Una carac­te­rís­ti­ca de los suje­tos en el mun­do con­tem­po­rá­neo es su acti­tud hedo­nis­ta, pare­cie­ra que las rela­cio­nes son una suer­te a medias. Osci­lan en un dul­ce anhe­lo y una con­go­ja; no hay mane­ra de decir en qué momen­to uno se con­vier­te en la otra. Casi todo el tiem­po ambos ava­ta­res se con­tie­nen. Pode­mos decir, que actual­men­te, las rela­cio­nes sue­len ser muy inten­sas y apa­ren­te­men­te pro­fun­das, pero simul­tá­nea­men­te frá­gi­les, pasa­je­ras y lle­nas de ambi­va­len­cia y muer­te.

Due­los que pro­vo­can emo­cio­nes tris­tes, apa­ren­te­men­te con pobres sen­ti­mien­tos y des­aso­sie­gos sobre sí. Sin embar­go al escri­bir, tra­tan­do de saber sobre el dolor que los suje­tos pre­sen­tan cuan­do pier­den un obje­to ama­do, y caen en situa­cio­nes de des-espe­ran­za, de rotu­ra sub­je­ti­va, de angus­tia, de sen­tir­se ante un vacío; sería en vano decir que es cosa fácil, antes al con­tra­rio, escu­char el dolor es algo com­ple­jo, y más sino con­si­de­rá­ra­mos que el sen­ti­mien­to va más allá de lo que las pala­bras pue­den expre­sar, razo­nar o expli­car.

En la elec­ción de pare­ja en par­ti­cu­lar, se eli­ge entre­te­jien­do el deseo y el ero­tis­mo bus­can­do lo que fal­ta en el ima­gi­na­rio de que alguien col­ma­rá esa fal­ta. Cabe la pre­gun­ta si en la actua­li­dad ¿se bus­can rela­cio­nes fir­mes, sóli­das, tal como dicen, o en reali­dad desean que sus rela­cio­nes sean lige­ras y laxas, para poder des­ha­cer­se de ellas en cual­quier momen­to? El gra­do de com­ple­ji­dad en las nue­vas pare­jas es den­so, enig­má­ti­co y muchas veces impe­ne­tra­ble. Rela­cio­nes difí­ci­les de des­ci­frar y des­en­tra­ñar en lo que se fun­dan. Pare­cie­ra que bus­can impe­dir que las rela­cio­nes cris­ta­li­cen, duren, evi­tan­do caer en un futu­ro don­de el per­ma­ne­cer resul­ta incier­to.

Otra carac­te­rís­ti­ca común en nues­tro lla­ma­do mun­do actual glo­ba­li­za­do, son las lla­ma­das “rela­cio­nes vir­tua­les” que se ale­jan cada vez más de los ele­men­tos sim­bó­li­cos y reales de la pre­sen­cia físi­ca. Son rela­cio­nes que pare­cie­ran estar hechas a la medi­da del entorno de la vida líqui­da moder­na, en la que supo­nen o espe­ran que las posi­bi­li­da­des román­ti­cas fluc­túen cada vez con mayor pron­ti­tud entre mul­ti­tu­des que no decre­cen, des­te­rrán­do­se entre sí con la pro­me­sa de ser más gra­ti­fi­can­tes y satis­fac­to­rias que las ante­rio­res. Pero a dife­ren­cia de las “rela­cio­nes pre­sen­cia­les”, las vir­tua­les son de fácil acce­so y sali­da; ya que, si no les gus­ta o con­vie­ne, sólo es cues­tión de teclear: supri­mir y a otra cosa. Esta expe­rien­cia basa­da en un ima­gi­na­rio esta­ría con­de­na­da al fra­ca­so por­que no se basó en algo afec­ti­vo, sim­bó­li­co, sino en el deseo, el goce de vol­ver efí­me­ro lo ver­da­de­ro (Bau­man, 2012).

Des­de lue­go, ello nos debe lle­var a inves­ti­gar todas las emo­cio­nes impli­ca­das en un ima­gi­na­rio vir­tual y una nue­va reali­dad com­ple­ja; don­de los suje­tos tie­nen que lidiar con el vacío y la emo­ción incier­ta con­te­ni­da en la lige­re­za de lo vir­tual; don­de la apa­ren­te faci­li­dad que ofre­ce la fal­ta de com­pro­mi­so devas­ta la volun­tad de com­pro­me­ter­se. A pesar de ello, los ries­gos no dejan de exis­tir, sino que se incre­men­tan a la par que la angus­tia. La angus­tia que, como libra de car­ne, se tie­ne que pagar por el vacío que ello anun­cia. Encon­tra­mos suje­tos tra­tan­do de esca­par de una for­ma­li­dad que los inquie­ta, ambi­cio­nan el entrar-salien­do para evi­tar cual­quier dolor; los suje­tos no quie­ren sufra­gar el cos­to del amor don­de está impli­ca­do el dolor. Se vive una inso­por­ta­ble con­fu­sión ante el com­pro­mi­so, el ero­tis­mo y la per­ma­nen­cia. Tie­nen una gran cegue­ra emo­cio­nal que acep­tan vivir con las grie­tas que el sufri­mien­to de la sole­dad pro­vo­ca, en lugar de acep­tar la for­ma­li­dad que lo sim­bó­li­co les ofre­ce por mie­do a no poder sos­te­ner­lo.

Algo sobre el duelo y la melancolía.

En tér­mi­nos gene­ra­les cuan­do los suje­tos muy ena­mo­ra­dos se enfren­tan al tér­mino de su rela­ción, escu­cha­mos que lo viven como un fra­ca­so que gene­ra una heri­da nar­ci­sis­ta que afec­ta su rela­ción con el mun­do, sue­le esta­llar una des-espe­ran­za en la vida, en el amor y has­ta con­si­go mis­mos; apa­re­ce un abis­mo irre­sis­ti­ble, es un vacío que los lla­ma… y don­de el cuer­po es lo úni­co que que­da para con­te­ner esa deses­pe­ra­ción (des-espe­ra-acción –sin espe­ra de acción-), qui­zá por ello los vere­mos acos­ta­dos, tira­dos, sin áni­mo. La vida apa­re­ce car­ga­da de des­en­can­tos y penas coti­dia­nas, de sin­sa­bo­res, de tra­gos amar­gos, de des­con­sue­lo soli­ta­rio, a veces abra­sa­dor, otras inco­lo­ro y vacío.

Algu­nos pue­den caer en una tris­te­za que se pue­de ela­bo­rar a tra­vés de un tiem­po, serán due­los como afir­ma Freud (1915–1917, p. 241): “El due­lo es, por regla gene­ral, la reac­ción fren­te a la pér­di­da de una per­so­na ama­da o de una abs­trac­ción que haga sus veces, como la patria, la liber­tad, un ideal, etc.” Este perio­do de due­lo pue­de traer momen­tos de tris­te­za nor­mal, pero se man­tie­ne al suje­to asi­do a un sen­ti­mien­to de sí y al Otro sim­bó­li­co.

En una melan­co­lía o esta­do depre­si­vo más pro­fun­do, Freud (1915–1917) comen­ta que “hay una desa­zón pro­fun­da­men­te doli­da, una can­ce­la­ción del inte­rés por el mun­do exte­rior, la pér­di­da de la capa­ci­dad de amar, la inhi­bi­ción de toda pro­duc­ti­vi­dad y una reba­ja en el sen­ti­mien­to de sí que se exte­rio­ri­za en auto­rre­pro­ches y auto­de­ni­gra­cio­nes y se extre­ma has­ta una deli­ran­te expec­ta­ti­va de cas­ti­go” (p. 242).

Así adver­ti­mos que lo real de la depre­sión se reve­la ple­na­men­te en la melan­co­lía que Freud inclu­ye en el cam­po de las psi­co­sis. Y si como hemos dicho, en la depre­sión neu­ró­ti­ca es el mun­do de la fal­ta, don­de al per­der al obje­to el mun­do es el que se empo­bre­ce, se vacía, al reve­lar­le al suje­to su ausen­cia –el des­áni­mo en el depre­si­vo es, de algu­na mane­ra, pre­ci­sa­men­te el efec­to que sus­ci­ta sobre el suje­to esta ausen­cia del obje­to per­di­do en el Otro-. En la melan­co­lía, pre­ci­sa Freud, es el Yo el que se vacía. El agu­je­ro ya no está en lo real –el obje­to perdido‑, sino que se reve­la direc­ta­men­te en la ins­crip­ción del suje­to en el cam­po sim­bó­li­co del Otro. Es decir, Lacan (1958–1959) con­tra­po­ne el pro­ce­so de due­lo al de for­clu­sión[2], sos­te­nien­do que si en el due­lo exis­te un tra­ba­jo de sim­bo­li­za­ción (ela­bo­ra­ción) de un agu­je­ro real por la pér­di­da del obje­to ama­do, en la for­clu­sión (psi­co­sis) el agu­je­ro está pre­ci­sa­men­te en el orden sim­bó­li­co como tal (en la fal­ta de ins­crip­ción sim­bó­li­ca del pro­pio suje­to), y es direc­ta­men­te a lo real don­de regre­sa aque­llo que pri­mor­dial­men­te no ha sido sim­bo­li­za­do, y al no haber cas­tra­ción (ins­crip­ción sim­bó­li­ca) el suje­to no tie­ne recur­sos para ela­bo­rar un due­lo. Es por ello que cae la pér­di­da sobre el pro­pio suje­to que lo hace des­plo­mar­se, aba­tir­se y per­der­se en la nada (Lacan,1958–1959).

Lo que nos con­du­ce a pre­gun­tar­nos: ¿cómo los suje­tos pue­den enfren­tar estos ava­ta­res sub­je­ti­va­men­te para vin­cu­lar­se afec­ti­va­men­te con otros?

Sobre la teoría del vínculo y el inconsciente

¿Cómo apren­de­mos a vin­cu­lar­nos con los demás, cómo son nues­tros pri­me­ros víncu­los, qué suce­de cuan­do bus­ca­mos nue­vos víncu­los fue­ra de esta pri­me­ra rela­ción con los padres? ¿Qué nos pasa cuan­do per­de­mos a algún obje­to amo­ro­so? ¿Por qué su fal­ta nos con­du­ce a un nubla­mien­to del sen­ti­do?

Es nece­sa­rio cono­cer sobre cómo nos vin­cu­la­mos con otros; pen­se­mos lo que el Psi­co­aná­li­sis que Freud edi­fi­có nos ha apor­ta­do en lo rela­ti­vo al cómo inves­ti­gar sobre la cons­ti­tu­ción sub­je­ti­va de un suje­to, cómo es el ini­cio de la ins­ta­la­ción de las repre­sen­ta­cio­nes que dan ori­gen al incons­cien­te y qué hacen que el cacho­rro humano se con­vier­ta en ser humano sexua­li­za­do y atra­ve­sa­do por la cul­tu­ra. Lo que Freud nos apor­tó fue la posi­bi­li­dad de con­si­de­rar un nue­vo suje­to: el suje­to del incons­cien­te. Dicién­do­nos que el incons­cien­te no se crea de la nada, tie­ne que ver con las pri­me­ras ins­crip­cio­nes y las pri­me­ras liga­zo­nes. La fun­ción mater­na por un lado, es capaz de gene­rar un plus de pla­cer que está más allá de bus­car el cui­da­do de sí; ya que, a tra­vés de car­gar de libi­do pul­sio­nal a su hijo para­le­la­men­te se gene­ran ins­crip­cio­nes de los obje­tos ori­gi­na­rios, y en sus des­ti­nos de pul­sión serán la aper­tu­ra al sis­te­ma desean­te a par­tir de nue­vas vías de pla­cer que no se redu­cen a una satis­fac­ción pul­sio­nal inme­dia­ta.

El psi­co­aná­li­sis es una clí­ni­ca de la fal­ta en la neu­ro­sis, fal­ta por­que el suje­to al pasar por el Edi­po y la cas­tra­ción sim­bó­li­ca que­da en fal­ta. Esta fal­ta es la que posi­bi­li­ta que el deseo sur­ja y movi­li­ce al suje­to con un deseo incons­cien­te que lo lle­va a tra­tar de encon­trar el obje­to per­di­do (madre). Por ello, deci­mos que es una clí­ni­ca de la fal­ta por­que al mis­mo tiem­po que gene­ra el deseo incons­cien­te, se da la repre­sión y el retorno de lo repri­mi­do en el sín­to­ma y la divi­sión del suje­to. Es una clí­ni­ca que encuen­tra su terreno fér­til en las for­ma­cio­nes del incons­cien­te. Lo que cons­ti­tu­ye su cen­tro es la exal­ta­ción del deseo como pasión que toma cuer­po. Jac­ques Lacan (1964, pp. 50–60) nos ha indi­ca­do, de la “fal­ta en ser” que habi­ta en el suje­to. En este sen­ti­do, la clí­ni­ca de la fal­ta se pue­de enmar­car en la clí­ni­ca de las neu­ro­sis.

El que no haya un ade­cua­do trán­si­to por el Edi­po pue­de gene­rar tras­tor­nos seve­ros en la pri­me­ra infan­cia, trau­ma­tis­mos gra­ves en el suje­to ya cons­ti­tui­do, modos de estruc­tu­ra­ción de los sis­te­mas de repre­sen­ta­ción de fun­da­men­tos y des­ti­nos de pul­sión como des­ti­nos del suje­to alte­ra­dos, tras­to­ca­dos, rotos en su sub­je­ti­vi­dad y muchas veces en su rela­ción con los demás.

Pode­mos seña­lar que la ubi­ca­ción sexua­li­zan­te y nar­ci­si­zan­te que la madre ins­cri­be sobre el psi­quis­mo de su bebé, per­mi­te fun­dar la base por el cual tran­si­tan los abro­cha­mien­tos pasio­na­les que cap­tu­ran al yo, en el cual, como dice Bleich­mar (2012, pp. 44–49), se ins­ta­lan sig­nos en las cegue­ras defen­si­vas que obtu­ran los movi­mien­tos desean­tes del suje­to; su intro­duc­ción en la vida psí­qui­ca es pre­mi­sa nece­sa­ria para el fun­cio­na­mien­to de los sis­te­mas dife­ren­cia­dos y para el con­tra­in­ves­ti­mien­to del auto­ero­tis­mo, sin el cual, el suje­to que­da­ría libra­do al ejer­ci­cio de la pul­sión sexual de muer­te.

Así pues, el psi­co­aná­li­sis con­si­de­ra al incons­cien­te como no exis­ten­te des­de los comien­zos de la vida del suje­to; éste sólo se estruc­tu­ra en rela­ción con el Otro del len­gua­je (la madre), que es pre­exis­ten­te al suje­to y pro­duc­to de la cul­tu­ra, fun­da­do en el inte­rior de la rela­ción sexua­li­zan­te que en un ini­cio es con los padres, des­pués con el seme­jan­te y fun­da­men­tal­men­te como pro­duc­to de la repre­sión ori­gi­na­ria que, ofre­ce un cie­rre defi­ni­ti­vo a las repre­sen­ta­cio­nes ins­cri­tas en los pri­me­ros tiem­pos de la vida don­de se esta­ble­ce tam­bién su iden­ti­dad sexual.

La fun­ción del nar­ci­sis­mo en la estruc­tu­ra­ción del yo y su deri­va­ción del seme­jan­te materno, deter­mi­nan cier­tos modos de ins­crip­ción y liga­zón que dan el entra­ma­do de base para que la iden­ti­fi­ca­ción no cai­ga en el vacío, pro­pi­cian­do el pasa­je del auto­ero­tis­mo al nar­ci­sis­mo, que debe­mos enten­der como un momen­to estruc­tu­ral cuyos pre­rre­qui­si­tos están ya en fun­cio­na­mien­to a par­tir de los cui­da­dos tem­pra­nos que la madre pro­por­cio­na, de las liga­zo­nes que faci­li­ta a par­tir de la dis­rup­ción mis­ma que su sexua­li­dad ins­tau­ra.

No obs­tan­te, pue­de pre­sen­tar­se una falla en una madre que haya teni­do un defi­cien­te pasa­je por la cas­tra­ción, que ten­ga una posi­ción nar­ci­sis­ta cen­tra­da en sí mis­ma o una posi­ción depre­si­va; que al momen­to de ejer­cer los pri­me­ros cui­da­dos a su bebé, ejer­za su fun­ción mater­na nar­ci­si­za­da o depre­si­va que reti­re la aten­ción libi­di­ni­zan­te del bebé o tem­po­ral­men­te exis­ta una fal­ta desean­te y amo­ro­sa que sin duda ten­drá con­se­cuen­cias. Será un vacío, una hian­cia, una grie­ta en lo real; situa­ción difí­cil de enten­der y sim­bo­li­zar por­que no hay pala­bras que repre­sen­ten lo real expe­ri­men­ta­do de las caren­cias mater­nas, solo se viven como vacío, caí­da, repe­ti­ción o pasa­jes al acto…

Para ampliar esto, hable­mos de la clí­ni­ca del vacío que pro­po­ne Recal­ca­ti en 2003, al refe­rir­se a suje­tos con una pobre emo­ción sobre sí, con afec­ta­cio­nes y sín­to­mas cuan­do han per­di­do al obje­to ama­do.

Clínica del vacío y la emoción ausente

Esta clí­ni­ca del vacío tra­ta las for­mas y los modos de esta esci­sión (sepa­ra­ción) entre el suje­to y el Otro[3]; tra­ta, dicho de otro modo, las dis­tin­tas decli­na­cio­nes que pue­de asu­mir el recha­zo del Otro en la épo­ca don­de se ins­ta­la lo sim­bó­li­co con­tem­po­rá­neo en el psi­quis­mo del bebé ‑como ausen­cia de la pala­bra que media su rela­ción con­si­go mis­mo y con los otros‑, es decir, caren­te de emo­cio­nes y des­ani­ma­do se pro­pi­cia en él una caí­da, un vacío, un ensi­mis­ma­mien­to des-estruc­tu­ran­te por una falla de la fun­ción pater­na duran­te su trán­si­to por el Edi­po, que lo arro­ja fue­ra de todo víncu­lo, sen­ti­mien­to o emo­ción.

La clí­ni­ca del vacío pro­po­ne tra­ba­jar sobre lo que se ha dado en lla­mar “nue­vos sín­to­mas” que aque­jan a los suje­tos de nues­tra con­tem­po­ra­nei­dad. Recal­ca­ti en 2003, seña­la fun­da­men­tal­men­te: la ano­re­xia, la buli­mia, la toxi­co­ma­nía, los ata­ques de páni­co, la depre­sión, el alcoho­lis­mo que apa­re­cen como efec­ti­va­men­te irre­duc­ti­bles ante la lógi­ca que pre­si­de la cons­ti­tu­ción neu­ró­ti­ca del sín­to­ma. La clí­ni­ca del vacío se refie­re a no hacer un reduc­cio­nis­mo sim­ple. Es decir, los nue­vos sín­to­mas pare­cen defi­nir­se no tan­to a par­tir del carác­ter meta­fó­ri­co, enig­má­ti­co, emo­cio­nal y/o sin­to­má­ti­co, sino a par­tir de una pro­ble­má­ti­ca que afec­ta direc­ta­men­te a la cons­ti­tu­ción nar­ci­sis­ta del suje­to –en el sen­ti­do en que indi­ca un caren­cia fun­da­men­tal de sí mis­mo- y de unas prác­ti­cas de goce[4] que pare­cen excluir la exis­ten­cia mis­ma del incons­cien­te, en el sen­ti­do de que ese goce no se inser­ta en el inter­cam­bio con el Otro sexo[5], sino que se con­fi­gu­ra como un goce ase­xua­do y vin­cu­la­do a una prác­ti­ca pul­sio­nal deter­mi­na­da. Este nue­vo esta­tu­to del goce, des­vin­cu­la­do del fan­tas­ma[6] incons­cien­te y del Otro sexo, radi­cal­men­te autis­ta y en rela­ción con actos volun­ta­rios lle­nos de pul­sión de muer­te.

La clí­ni­ca del vacío o de lo real des­de el psi­co­aná­li­sis per­mi­te enten­der las for­mas y los modos de sepa­ra­ción entre el suje­to y el Otro; dicho de otro modo, tra­ta, las dis­tin­tas decli­na­cio­nes que pue­de asu­mir el recha­zo que hace el suje­to del Otro en una épo­ca don­de lo sim­bó­li­co con­tem­po­rá­neo es repre­sen­ta­do por la ausen­cia de la fun­ción pater­na (la decli­na­ción del Nom­bre del Padre). Que con­du­ce irre­me­dia­ble­men­te a la sepa­ra­ción del Otro y los otros con un vacío que se vuel­ve ator­men­ta­dor y sinies­tro, don­de el suje­to sólo le que­da un reen­cuen­tro con el pro­pio cuer­po para tor­nar­lo en fuen­te de agre­sio­nes por no encon­trar sen­ti­do a su exis­ten­cia (hay una pre­ca­ria emo­ción sobre sí), e inten­ta apar­tar­se a cada momen­to del Ideal que no es, y que no lo alcan­za por más esfuer­zos que hace. Don­de el úni­co resul­ta­do es su pro­pia ausen­cia, cara car­co­mi­da por el deseo ausen­te y su erran­te esci­sión con el mun­do exte­rior.

Pre­ci­san­do la dife­ren­cia entre una clí­ni­ca del vacío que se alle­ga más al pasa­je al acto, a la des­co­ne­xión con el Otro y los otros, en rela­ción con la clí­ni­ca de las neu­ro­sis que se basan en la fal­ta y el deseo; dis­tin­gui­mos en ésta últi­ma que toda pér­di­da de obje­to, pue­de ela­bo­rar­se a tra­vés de un due­lo para supe­rar la ausen­cia, cosa dis­tin­ta cuan­do el suje­to sien­te la ausen­cia con desa­zón que lo con­du­ce hacia un vacío sin fin.

El vacío separado de la falta

De entra­da pre­ci­se­mos que un afec­to depre­si­vo atra­vie­sa todas la estruc­tu­ras. Los suje­tos siem­pre ten­drán pér­di­das, no impor­ta la estruc­tu­ra que ten­gan, neu­ró­ti­co, psi­có­ti­co o per­ver­so, lo que los dife­ren­cia es la mane­ra en cómo enfren­tan y ela­bo­ran la ausen­cia de otro que ha sido ama­do.

El eje de la clí­ni­ca psi­co­ana­lí­ti­ca en la neu­ro­sis se cen­tra en la fal­ta que está cons­ti­tui­da por el deseo: repre­sión del deseo y retorno de lo repri­mi­do en las for­ma­cio­nes cifra­das del incons­cien­te. La clí­ni­ca psi­co­ana­lí­ti­ca de las neu­ro­sis o de la fal­ta es una clí­ni­ca que encuen­tra su eje en el suje­to divi­di­do como efec­to del acon­te­ci­mien­to del deseo: con­flic­to, des­ga­rro, nega­ti­vi­dad dia­léc­ti­ca, deseo como mani­fes­ta­ción pura de la fal­ta, el suje­to está en fal­ta por su trán­si­to por el Edi­po y la acep­tar la cas­tra­ción. Es un suje­to que se pone tris­te, que sus emo­cio­nes se alte­ran, pero que poco a poco ela­bo­ra su pér­di­da, rein­vis­tien­do libi­di­nal­men­te a su pro­pio “yo” con los recur­sos de su estruc­tu­ra. Es decir, en la clí­ni­ca de la fal­ta neu­ró­ti­ca es la “fal­ta en ser” don­de siem­pre fal­ta­rá algo. Esta fal­ta es lo que cons­ti­tu­ye su cau­sa y matriz del deseo. En este sen­ti­do, la fal­ta es un nom­bre posi­ble de la ausen­cia; la fal­ta es un vacío nom­bra­do, vacío al que se ha dota­do de sig­ni­fi­can­tes y de sím­bo­los, y por tan­to en cone­xión con el Otro de su his­to­ria. La pri­va­ción y el sacri­fi­cio pue­den apa­re­cer como moda­li­da­des de un goce super­yoi­co del vacío que lle­gan a sexua­li­zar, la renun­cia (eri­gi­da en meta pul­sio­nal) y la pro­pia adhe­sión a la locu­ra de una ley moral des­pia­da­da, man­te­nién­do­nos en el cam­po de la clí­ni­ca de la fal­ta (Recal­ca­ti, 2003).

Por otro lado, pue­de tener momen­tos de crí­ti­cos por cier­tas pér­di­das. Como cuan­do la fal­ta es expe­ri­men­ta­da como algo angus­tian­te y enlo­que­ce­dor por creer que no se pue­de vivir sin el otro ausen­te-pér­di­do, y se aspi­ra a una con­ve­nien­te des­truc­ción, des­apa­ri­ción (si yo fal­ta­ra, si no vivie­ra más, si para estar con el otro, ten­go que morir: quie­ro mi muer­te), es la rea­li­za­ción tris­te de una par­ca emo­ción sobre sí que se vive como vacia­mien­to de su ser empo­bre­ci­do por la ausen­cia del otro (emo­ción tris­te), deseo expe­ri­men­ta­do como fan­ta­sía; pero es dife­ren­te del pasa­je al acto. Esta situa­ción se pue­de obser­var en un tra­ta­mien­to psi­co­ana­lí­ti­co, don­de vemos cómo se pre­sen­ta de for­ma seme­jan­te, al pare­cer la fal­ta que no se pue­de lle­nar con nin­gún obje­to, más bien la fal­ta que toma la for­ma del deseo que invis­te al Otro (repre­sen­ta­do por el psi­co­ana­lis­ta), es fal­ta bajo trans­fe­ren­cia ana­lí­ti­ca, la que per­mi­te que la fal­ta de aper­tu­ra al Otro. En efec­to lo que da vida al vacío es el deseo: es el deseo el que trans­for­ma el vacío en una fal­ta que con­lle­va al deseo y no a una caí­da sinies­tra a la nada (caí­da del obje­to “a”)[7].

En el caso de un afec­to del melan­có­li­co, asis­ti­mos a una des­ar­ti­cu­la­ción entre el vacío, fal­ta y deseo. El vacío no apa­re­ce ya en rela­ción con el Otro sim­bó­li­co y el deseo como expre­sión de la fal­ta: sino que el vacío se soli­di­fi­ca, se pre­sen­ta como diso­cia­do del deseo y, por tan­to, como innom­bra­ble. Con­vir­tién­do­se en un vacío que nar­co­ti­za al ser mis­mo del suje­to.

Con­ti­nuan­do con Recal­ca­ti nos seña­la: la clí­ni­ca de los nue­vos sín­to­mas es radi­cal­men­te una clí­ni­ca del vacío, –diría­mos: de lo Real de acuer­do con Lacan‑, es una clí­ni­ca cuya refe­ren­cia cen­tral no es el sín­to­ma como for­ma­ción de com­pro­mi­so entre el deseo incons­cien­te y las exi­gen­cias del Otro social, sino la angus­tia. Es la expe­rien­cia de un vacío que apa­re­ce divor­cia­do de la fal­ta, de un vacío que ya no es mani­fes­ta­ción de la “fal­ta en ser”, sino expre­sión de una derra­ma­mien­to del suje­to, de una incon­sis­ten­cia radi­cal del mis­mo, de una pre­ci­pi­ta­ción a una per­cep­ción cons­tan­te de inexis­ten­cia que sus­ci­ta una angus­tia sin pala­bras, sin emo­cio­nes apa­ren­tes, don­de sus fan­ta­sías deli­ran­tes vue­lan aten­tan­do ima­gi­na­ria­men­te con­tra su vida: “ver­se muer­to”. Gozar vien­do las mira­das que lo “ven muer­to” “veo ver­me muer­to”, o bien, de pasar a un acto sui­ci­da don­de todo ter­mi­na.

El depresivo

Cuan­do un suje­to es diag­nos­ti­ca­do des­de la psi­quia­tría con depre­sión; es seña­la­do su esta­do aní­mi­co carac­te­ri­za­do por un défi­cit de la volun­tad, con un apo­ca­mien­to, una res­tric­ción, un debi­li­ta­mien­to de la capa­ci­dad de deci­sión. Es un suje­to –dicen- en esta­do de ani­qui­la­ción, de inmo­la­ción moral, cuyo fun­da­men­to, en últi­ma ins­tan­cia, es de índo­le orgá­ni­co.

Para el psi­co­aná­li­sis en cam­bio, la escu­cha de la pala­bra del suje­to cons­ti­tu­ye más bien una enun­cia­ción, una que­ja o una deman­da, en todo caso, un acto que debe per­ci­bir­se como tal, por­que en él com­pro­me­te su ser. En el psi­co­aná­li­sis no hay un esta­do depre­si­vo, sino un afec­to depre­si­vo. La tra­ve­sía del esta­do al afec­to indi­ca como el suje­to tris­te no se encuen­tra en el lado abs­trac­to de una sub­je­ti­vi­dad dis­mi­nui­da, res­trin­gi­da, des­pro­vis­ta, limi­ta­da en su poder de tras­cen­der, sin capa­ci­dad de pro­yec­tar­se hacia otros, su posi­ción difie­re del esta­do melan­có­li­co, quién más bien está en rela­ción con el Otro. El afec­to, de hecho es un efec­to de acción del Otro sobre el suje­to y, a un tiem­po, tras una reela­bo­ra­ción de la situa­ción será una res­pues­ta del suje­to al Otro (Recal­ca­ti, 2003, p. 34).

Cómo enten­der a un suje­to que se ha que­da­do par­co, des­vin­cu­la­do, frío, indi­fe­ren­te, ais­la­do en su rela­ción con los otros, que cuan­do se le mani­fies­ta afec­to, amor, deseo o aten­ción, actúa de modo tal que inme­dia­ta­men­te que­da pri­va­do de sig­ni­fi­ca­ción, lleno de angus­tia.

Debe­mos qui­zá pri­me­ro enten­der que la melan­co­lía repre­sen­ta un afec­to que ha sido desin­ves­ti­do radi­cal­men­te de la volun­tad del suje­to en tan­to deseo, no hay ni sen­ti­mien­tos, ni pala­bras y ni nin­gún acto es posi­ble con­si­de­rar­lo con sen­ti­do para él. ¿Qué ha pasa­do le ha suce­di­do?

Cuan­do Lacan (1960), toma como pun­to de par­ti­da la for­mu­la hege­lia­na “el deseo del hom­bre es el deseo del Otro”, en tan­to es el Otro gran­de (la madre), pre­gun­ta­mos ¿qué lugar ha teni­do el suje­to melan­có­li­co en el deseo de su madre? ¿qué pasa si el deseo de la madre está muer­to en rela­ción al hijo? No se tra­ta de una muer­te real de la madre, sino de la muer­te de su deseo diri­gi­do al hijo. Sólo pode­mos saber de ello a tra­vés de su reve­la­ción en el aná­li­sis, sin embar­go, tra­te­mos de pen­sar­lo un poco más.

Casi siem­pre son los sín­to­mas que se mani­fies­tan y nos per­mi­te saber de un suje­to melan­có­li­co. Estos sín­to­mas o actos se rela­cio­nan con fra­ca­sos en la vida afec­ti­va, amo­ro­sa, labo­ral, pro­fe­sio­nal, aca­dé­mi­ca, que se ha con­ver­ti­do en la base de con­flic­tos más o menos agu­dos con los suje­tos más pró­xi­mos.

En pri­mer plano gene­ral­men­te se sitúa una pro­ble­má­ti­ca nar­ci­sis­ta, en que las exi­gen­cias del Ideal del yo son con­si­de­ra­bles en corre­la­ción con el super­yó o en opo­si­ción a él. El sen­ti­mien­to de impo­ten­cia es cla­ro. Impo­ten­cia para salir de una situa­ción de con­flic­to; impo­ten­cia para amar o para ser ama­do, para explo­tar sus pro­pias capa­ci­da­des, para aumen­tar su con­quis­tas, éxi­tos y en caso con­tra­rio, cuan­do los obtie­ne, sen­tir una insa­tis­fac­ción pro­fun­da por sen­tir que no mere­ce o que no tie­nen nin­gún valor.

Como decía­mos ante­rior­men­te, si una madre tie­ne el deseo muer­to por el hijo, si no hay Otro que reali­ce su fun­ción fren­te al bebé, éste que­da­rá en un vacío. En un real impo­si­ble de sim­bo­li­zar por­que no habrá sig­ni­fi­can­tes que le den sen­ti­do a su exis­ten­cia. Es decir, cuan­do un suje­to es recha­za­do, man­te­ni­do en la indi­fe­ren­cia, deja­do caer, deva­lua­do en el deseo del Otro, ya no encuen­tra lugar allí, es recha­za­do, pier­de todo valor fáli­co fren­te al Otro: hay afec­to depre­si­vo que lo con­de­na a repe­tir en futu­ras rela­cio­nes esta pri­me­ra ins­crip­ción. Pode­mos decir, que esta melan­co­li­za­ción, se pro­du­ce en pre­sen­cia del obje­to, él mis­mo ha sido absor­bi­do por un due­lo. La madre, por algu­na razón, se ha depri­mi­do. Los fac­to­res pue­den ser múl­ti­ples, como la pér­di­da de un ser que­ri­do: otro hijo, un pro­ge­ni­tor, un ami­go ínti­mo, o cual­quier obje­to inves­ti­do fuer­te­men­te por la madre. Pero como dice Green en el 2012, se pue­de tra­tar de una depre­sión des­en­ca­de­na­da por una decep­ción que infli­ge una heri­da nar­ci­sis­ta: un revés de la for­tu­na fami­liar, una infi­de­li­dad del mari­do o del padre que aban­do­ne a la madre, una humi­lla­ción, etcé­te­ra. En todos los casos, la tris­te­za de la madre y la dis­mi­nu­ción de su inte­rés por el hijo se sitúan en el pri­mer plano como un desas­tre que anun­cia un núcleo frío, que será más tar­de supe­ra­do, pero que deja una mar­ca inde­le­ble sobre las inves­ti­du­ras eró­ti­cas de los suje­tos impli­ca­dos.

Por otro lado, cuan­do el suje­to igno­ra la cas­tra­ción del Otro, no quie­re ver­la, la ocul­ta, no tie­ne inten­ción de asu­mir sus con­se­cuen­cias, pre­fie­re con­ser­var al Otro del Ideal, pre­fie­re seguir con­ser­van­do su fe en el Otro Ideal como para estar ampa­ra­do y poder encon­trar en éste su pro­pia jus­ti­fi­ca­ción, pero en ello lo que se gene­ra es afec­to melan­co­li­za­do.

Esta situa­ción sue­le colo­car al suje­to en la ruti­na ena­je­nan­te de una exis­ten­cia afín a sí mis­mo, vivien­do una vida ordi­na­ria, en la cual el goce se man­tie­ne al alcan­ce de la mano, renun­cian­do a su pro­pio deseo para poder ir tiran­do sus pro­pios bie­nes, afec­tos, víncu­los o emo­cio­nes en una “cobar­día moral”, como lo nom­bra Lacan en Tele­vi­sión (1973), no que­rien­do hacer nada sal­vo con­tro­lar todo, para que nada cam­bie por mie­do a lo nue­vo a lo dife­ren­te, a que el deseo se des­pla­ce hacia nue­vos obje­tos; esta es la con­di­ción per­ma­nen­te del afec­to depre­si­vo. La depre­sión no sería sín­to­ma. Sí sería el efec­to de una trai­ción del suje­to a sí mis­mo. Lacan siguió insis­tien­do sobre el aspec­to éti­co de la tris­te­za (1973).

Cuan­do se pier­de un obje­to amo­ro­so y el suje­to depre­si­vo si es neu­ró­ti­co está en cone­xión con la cas­tra­ción ‑con el Otro sim­bó­li­co-. Esta rela­ción se reac­ti­va ante un afec­to depre­si­vo, es algo de la cas­tra­ción que se actua­li­za por esa pri­mer sepa­ra­ción que vivió ante la prohi­bi­ción del inces­to y que tuvo que acep­tar para sepa­rar­se la su pri­mer obje­to amo­ro­so. La ela­bo­ra­ción del due­lo sólo pue­de ocu­rrir allí don­de haya habi­do cas­tra­ción, pér­di­da de obje­to, pér­di­da de ser o por no ser, vacia­mien­to del goce que lle­va del dolor de la pér­di­da a re-inves­tir­se libi­di­nal­men­te para per­mi­tir­se encon­trar un nue­vo obje­to.

Sin embar­go, cuan­do hay una pobre ima­gen de sí en el afec­to depre­si­vo, se mar­ca una reti­ra­da del Otro que pare­ce lle­var­se insó­li­ta­men­te un tro­zo del suje­to –esa libra de car­ne-. En este sen­ti­do, todo afec­to melan­co­li­za­do renue­va el efec­to letal que el tra­ta­mien­to sig­ni­fi­can­te ha impre­so ori­gi­na­ria­men­te en el suje­to, algo es per­di­do de nue­vo.

El melán­co­li­co se mani­fies­ta como en una pega­du­ra al Otro, como si bus­ca­rá incons­cien­te­men­te una pro­tec­ción en la alie­na­ción antes que una sepa­ra­ción. El melan­có­li­co, per­ma­ne­ce alie­na­do al Otro, no se sepa­ra, que­da en una iner­cia para­li­zan­te. En este sen­ti­do, si el fun­da­men­to de la depre­sión neu­ró­ti­ca es la cas­tra­ción del suje­to –efec­to de la sim­bo­li­za­ción ori­gi­na­ria repro­du­ci­da por la sim­bo­li­za­ción edípica‑, el afec­to melan­có­li­co pare­ce ser un modo para ocul­tar la cas­tra­ción, para pre­ser­var al Otro del Ideal (la pre­sen­cia de esa madre omni­po­ten­te o muer­ta en su deseo, pero siem­pre en espe­ra de ella). La ela­bo­ra­ción del due­lo des­en­gan­cha al suje­to de esta iden­ti­fi­ca­ción para poder recu­pe­rar su deseo y alcan­zar su pro­pio Ideal. Esto sería la ela­bo­ra­ción logra­da del due­lo.

En el cam­po de la neu­ro­sis la pér­di­da de un obje­to ama­do sacu­de al suje­to, lo hace vaci­lar, lo embru­te­ce; pero tam­bién reve­la el sopor­te que en él encuen­tra. Entre tan­to, el afec­to depre­si­vo le hace sen­tir que hay un menos en el mun­do, una res­ta, una pér­di­da que se ha infil­tra­do en su des­tino. Algo que antes esta­ba ya no está. El mun­do tie­ne menos valor, el mun­do ‑escri­be Freud‑, se vacía. Al suje­to le corres­pon­de la tarea en el tra­ba­jo del due­lo, de reajus­tar el teji­do sig­ni­fi­can­te de su pro­pia exis­ten­cia, crear una nue­va tex­tu­ra a par­tir del agu­je­ro que en él ha hecho esa pér­di­da.

Para terminar

Si como decía­mos, la depre­sión neu­ró­ti­ca sitúa en su cen­tro la pér­di­da del obje­to para que el suje­to se some­ta al prin­ci­pio nor­ma­ti­vo de la cas­tra­ción, por el hecho mis­mo de haber pasa­do por un Edi­po y don­de la fun­ción pater­na ha ins­cri­to en el incons­cien­te del suje­to la ley, y en con­se­cuen­cia la repre­sión y el cui­da­do de sí. Así en el amor, el suje­to no tie­ne por­que vaciar su yo cuan­do se ena­mo­ra y atri­buir­le todo el valor al otro o por el con­tra­rio, tam­po­co pue­de hacer del otro nada, más que su eco o su espe­jo. Es nece­sa­ria la cas­tra­ción para que un suje­to pue­da amar res­pe­tan­do la ley de deseo y la fal­ta; en caso de una pér­di­da amo­ro­sa, pue­da éste lle­var a cabo un tra­ba­jo del due­lo y pau­la­ti­na­men­te vuel­va a inves­tir de valor a su pro­pio yo, res­ta­ble­cién­do­se su ima­gen y un cui­da­do de sí, que le per­mi­ta recons­truir el sen­ti­do de su pro­pio ser, tras haber­se sen­ti­do sacu­di­do por la ero­sión que pro­vo­ca toda pér­di­da del obje­to de amor. Lo real de la estruc­tu­ra melan­có­li­ca reve­la, en cam­bio, la para­do­ja radi­cal de una pér­di­da sin obje­to, una pér­di­da abso­lu­ta, no sim­bo­li­za­ble, infi­ni­ta, no-con­tin­gen­te sino más bien impo­si­ble (es decir, que no cesa de no escri­bir­se) y que, como tal, vacía el ser del suje­to como en una hemo­rra­gia sin con­ten­ción (vacia­mien­to del Yo) redu­cién­do­lo a puro resi­duo, dese­cho, des­po­jo, excre­men­to.

El depre­si­vo –melan­có­li­co- tie­ne una frá­gil y dema­cra­da ima­gen de sí mis­mo. Con la inten­ción de nau­fra­gar a cada ins­tan­te de la vida. Cada pér­di­da seña­la que el suje­to no sabe per­der, por­que cada pér­di­da trae con­si­go la pér­di­da de su ser. Tie­ne una extra­or­di­na­ria reba­ja de sí mis­mo, un enor­me empo­bre­ci­mien­to del Yo. Sabe­mos que, en el due­lo, el mun­do se ha hecho pobre y vacío, en la melan­co­lía, eso le ocu­rre al yo mis­mo (Freud, 1915–1917).

El suje­to sue­le humi­llar­se, auto­agre­dir­se en lo que dice, cali­fi­cán­do­se como un ser infe­rior a los demás. En el insul­to, en tan­to jui­cio que se diri­ge a sí mis­mo, tie­ne la fun­ción de res­tar­se todo valor. Este insul­to se apo­ya en su pro­pia enun­cia­ción, ya que no tie­ne un refe­ren­te; acen­túa la fun­ción nomi­na­ti­va del Otro. No pode­mos dejar de con­si­de­rar que la pala­bra como acto pro­du­ce efec­tos que pro­vo­can con­se­cuen­cias en la accio­nes, pen­sa­mien­tos o creen­cias de los oyen­tes, y él mis­mo es la pri­me­ro en escu­char su pala­bra.

En suma, muchas pér­di­das de obje­to pue­den deri­var a tener un lamen­ta­ble sen­ti­mien­to sobre sí en rela­ción al mun­do, son suje­tos que sue­len vivir murien­do en una exis­ten­cia sin vigor, aun­que oca­sio­nal­men­te esfor­za­dos a con­ti­nuar por quie­nes se preo­cu­pan y les rodean pidién­do­les que hagan algo para vivir, en el con­sa­bi­do len­gua­je popu­lar: “écha­le ganas, noso­tros te que­re­mos… te nece­si­ta­mos”.

Sin embar­go, hay todo un acon­te­cer hacia la tris­te­za, hacia una depre­sión, que sumer­ge aún más al suje­to a tener una dis­tor­sio­na­da (dis-tor­sión-nada) ima­gen de sí, es una des­pro­por­cio­na­da rela­ción con el desas­tre que súbi­ta­men­te los inva­de… es un des­en­can­to cruel sufren vivién­do­se como caí­dos al vacío, que pare­cen con­ver­tir­se en ecos de anti­guos trau­mas, due­los y pér­di­das que no se pudie­ron ela­bo­rar. Pode­mos decir que, aquí encon­tra­mos algu­nos los ante­ce­den­tes del hun­di­mien­to actual en una pér­di­da, en una muer­te o un due­lo, de alguien o de algu­na cosa, que en otro tiem­po se amó. Son pér­di­das vivi­das en el pasa­do que agu­di­zan en el tiem­po pre­sen­te. Son des­apa­ri­cio­nes de seres indis­pen­sa­bles que con­ti­núan pri­van­do al suje­to de ser él mis­mo.

El psi­co­aná­li­sis nos ofre­ce una opor­tu­ni­dad y un camino en la libe­ra­ción de esa ver­dad silen­cia­da, de poder bor­dear de ese vacío, ese agu­je­ro abier­to para que el suje­to no cai­ga, no se arro­je como car­ne putre­fac­ta y a la vez logre re-ela­bo­rar su iden­ti­dad, reva­lo­ran­do su ser en el mun­do a tra­vés de la pala­bra per­mi­tién­do­se encon­trar nue­vos obje­tos para amar y ser ama­do, así como tran­si­tar cami­nos iné­di­tos en el futu­ro.

Referencias bibliográficas

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Notas

  1. Facul­tad de Estu­dios Supe­rio­res Izta­ca­la, Uni­ver­si­dad Nacio­nal Autó­no­ma de Méxi­co, Méxi­co.
  2. El tér­mino de for­clu­sión Ver­wer­fung, Lacan lo iden­ti­fi­ca como el meca­nis­mo espe­cí­fi­co de las psi­co­sis, en el cual un ele­men­to es recha­za­do fue­ra del orden sim­bó­li­co, exac­ta­men­te como si nun­ca hubie­ra exis­ti­do (Ec, 386–7; S1, 57–9). A fines del 1957 pro­po­ne que el obje­to de la for­clu­sión es el Nom­bre-del-Padre. Es un sig­ni­fi­can­te fun­da­men­tal que que­da fue­ra.
  3. Otro. El gran Otro para el niño en un pri­mer momen­to es la madre. Lacan (1955) equi­pa­ra esta alte­ri­dad radi­cal con el len­gua­je y la ley, de modo que el gran Otro está ins­cri­to en el orden de lo sim­bó­li­co. Por cier­to, el gran Otro es lo sim­bó­li­co en cuan­to está par­ti­cu­la­ri­za­do para cada suje­to. El Otro es enton­ces otro suje­to, en su alte­ri­dad radi­cal y su sin­gu­la­ri­dad inasi­mi­la­ble, y tam­bién el orden sim­bó­li­co que media la rela­ción con ese otro suje­to. “El Otro debe en pri­mer lugar ser con­si­de­ra­do un lugar, es el lugar en cual está cons­ti­tui­da la pala­bra” (S3, p. 275).
  4. Goce con­cep­to pro­pues­to por Lacan que sig­ni­fi­ca un más allá del prin­ci­pio del pla­cer. Un pla­cer en el dolor, en el sufri­mien­to, es un goce inú­til que con­du­ce a la nada.
  5. El Otro es tam­bién “el Otro sexo” (S20, p. 40). El Otro sexo es siem­pre la Mujer, para suje­tos mas­cu­li­nos y feme­ni­nos por igual:” El hom­bre aquí actúa como el rodeo por el cual la mujer se con­vier­te en ese Otro para sí mis­ma cuan­do es este Otro para él” (Ec, 732).
  6. Fan­tas­ma. El fan­tas­ma es a la vez efec­to del deseo arcai­co incons­cien­te y matriz de los deseo, cons­cien­tes e incons­cien­tes actua­les. Lacan pro­pu­so el tér­mino y lo repre­sen­tó con el mate­ma que se lee ($ losan­ge “a”). Este mate­ma desig­na la rela­ción par­ti­cu­lar de un suje­to del incons­cien­te, tacha­do e irre­duc­ti­ble­men­te divi­di­do por su entra­da en el uni­ver­so de los sig­ni­fi­can­tes, con el obje­to peque­ño “a” que cons­ti­tu­ye la cau­sa incons­cien­te de su deseo.
  7. La caí­da del obje­to “a” en Lacan fun­cio­na como la cau­sa del deseo, es lo que movi­li­za al suje­to a su bús­que­da. Tam­bién se refie­re a una pér­di­da fun­da­men­tal que des­en­ca­de­na el deseo y cons­ti­tu­ye la sub­je­ti­vi­dad en la neu­ro­sis No se refie­re a un obje­to mate­rial, sino a la caí­da meta­fó­ri­ca de un obje­to de goce. En la clí­ni­ca del vacío al des­apa­re­cer el obje­to hay una per­ma­nen­cia y un acce­so del suje­to a lo real has­ta que logre bor­dear ese vacío por medio de su pala­bra (due­los pato­ló­gi­cos).