La exclusión social una revisión desde una perspectiva psicosocial Descargar este archivo (10 - La exclusión social.pdf)

Mario Arturo Téllez Rojas1, Isaac Molina Pérez2 y Arianna Moramay Álvarez Gómez3

Facultad de Psicología, UNAM, Universidad Latina Campus Sur

Resumen

El propósito del presente trabajo es explorar el concepto de exclusión social desde dos puntos de análisis, uno contextual e histórico y otro hacia una propuesta desde la psicología social. Diferentes posiciones paradigmáticas, autores y estudios sobre la exclusión social son revisados y ejemplificados como unidad de análisis, para después observar las diferentes implicaciones teóricas, metodológicas y sociales de la concepción de dicho concepto en términos de interacción entre grupos e individuos; sus componentes estructurales y su repercusión individual. Finalmente, se elabora una postura desde los autores del presente trabajo que condensa los puntos expuestos y una línea de acción futura en el estudio de este fenómeno dentro de las distintas ciencias sociales.

Palabras clave: exclusión, desigualdad, pobreza, marginación, vulnerabilidad.

Abstract

The purpose of this paper is to explore the concept of social exclusion from two points of analysis; first from a contextual and historical aspect and secondly from another stance from social psychology. Different paradigmatic positions, authors and studies on social exclusion are reviewed and exemplified as units of analysis, to further glance the different theoretical, methodological and social implications of the conception of social exclusion in terms of interaction between groups and individuals; its structural components and its impact on the individual. Finally, a proposal is elaborated from the authors of the present paper that condenses the exposed trends and a future line of action in the study of this phenomenon within different social sciences.

Keywords: exclusion, inequality, poverty, marginalization, vulnerability.

Introducción

La configuración estratificada de la sociedad y la entrada de procesos de desarrollo global, tecnológico y económico en conjunto, han contribuido a la configuración de sociedades cosmopolitas complejas, con mayores niveles de bienestar para sectores minoritarios de la población; con brechas cada vez más grandes de desigualdades económicas y no económicas. Los mecanismos que perpetúan la desigualdad, como el acaparamiento de los medios de producción y legitimaciones culturales de dominación-subordinación de algunos estratos de la población, han traído consigo otro fenómeno que implica una dinámica grupal, la cual también fomenta y exacerba la desigualdad social: la exclusión.

Contextualización histórica del estudio de la exclusión social

La noción de exclusión social remite o alude a las distintas esferas de participación (inclusión) en la vida social. Sin embargo, resulta relevante examinar brevemente cómo este concepto ha impactado en áreas económicas y políticas, a pesar de sus bemoles en la escena académica.

Silver (1994) en una revisión que hace sobre el origen y utilización del concepto exclusión social, señala que éste comenzó a debatirse en Francia durante los años 60. Pero gran parte del origen del concepto de exclusión proviene de aportaciones teóricas de la expresión y han sido desarrolladas en épocas anteriores por figuras clásicas de la sociología como Marx, Engels, Durkheim, Tönnies, Bourdieu y Parkin, haciendo especial incidencia en el alineamiento dual de la “clase social” y en la dinámica “dentro-fuera”. Sin embargo, diversos autores concuerdan en que las primeras atribuciones del concepto exclusión social son de René Lenoir en su obra pionera Les exclus: Un Français sur dix4, publicada en el año de 1974 (Jiménez, 2008; Rizo, 2006; Tezanos, 2001; Sen, 2000). Ya para 1980 el concepto estaba extendido, dando lugar a diversas definiciones enmarcadas principalmente en categorías de desventaja social, por lo que en gran parte de Europa se comenzó a hacer la conversión del uso de los conceptos marginalidad, segregación y desviación, por el de exclusión social, como un intento político-socioeconómico de subsanar la crisis que vivían en esa época (Tezanos, 2001).

Así, la noción de exclusión social comenzó a ocupar espacios cada vez mayores en la política, la academia europea y posteriormente en Estados Unidos y América Latina. Desde la década de los 70, la exclusión social se vinculó estrechamente con el Estado de Bienestar; es decir, con aquellos derechos y libertades básicas de las personas que tiene que ver con su calidad y estilo de vida (trabajo, salud, educación, formación, vivienda). Pero fue en el ámbito político y económico donde hizo mayor eco, ya que se volvió parte del vocabulario político de la época, lo que después desembocaría en una serie de políticas públicas enfocadas a combatir específicamente el problema de la exclusión social. Gradualmente, fue permeando la Comunidad Europea y se adhirieron organismos internacionales como la Organización Internacional del Trabajo y el Banco Mundial (Rojas, 2012; Jiménez, 2008).

En contraste, en el ámbito académico y científico el concepto resultaba difuso y las explicaciones no eran satisfactorias, debido a la multidimensionalidad que sus acepciones implicaban. Las explicaciones que partían de procesos de exclusión en sectores desfavorecidos y su integración como ciudadanos, no guardaba fuertes asociaciones, incluso se consideraba que las causas eran distintas; y por tanto, toda explicación era poco plausible. Todo lo relacionado a la exclusión social era más utilizado como una herramienta insertada en el discurso político que como una unidad de análisis dentro de las ciencias sociales (Rojas, 2012; Tezanos, 2001).

Así, el discurso de exclusión social continuaba centrándose en el rechazo y las asimetrías en la estructura social derivadas de un esquema de estratificación social dicotomizado: la clase alta (“upper class”) y la clase baja (“underclass”); por lo que ahora, los pobres y marginados de la actividad social, pasaban a ser los de fuera, los excluidos, e incluso en algunos discursos “los peligrosos” (Castillo, 2011; Dubet, 2006). La premisa política se centraba en que los excluidos tendrían que ser incluidos. En este sentido, el carácter político-institucional europeo pretendía hacer la transformación de una estructura social vertical, donde los marginados y pobres se encontraban en el sótano de la sociedad; por una estructura social horizontal, en la cual el Estado garantizaría un trato igualitario para sus ciudadanos, donde las ventajas de modernidad, el avance industrial, tecnológico y económico serían frutos compartidos (Marshall, 1998). El cambio de una sociedad preindustrial (feudalismo-monarquía) a una industrial (capitalismo), y posteriormente a una sociedad tecnológicamente avanzada, trajo consigo un pensamiento en el cual era posible la movilidad social. De esta manera se pretendía disminuir la desigualdad y exclusión social para que la mayoría de la población gozara del Bienestar Social (Tezanos, 2001; Treiman & Ganzeboom, 2000: Marshall, 1998).

Teniendo en cuenta los antecedentes políticos y sociales, cabe señalar que la inserción del estudio de la exclusión social no surge meramente de la academia y mucho menos de debates intelectuales; sino que gana protagonismo por una necesidad de entender la variedad y acumulación de problemas que afrontaban los ciudadanos día con día, ya que las explicaciones convencionales sobre pobreza desde la economía resultaban insuficientes debido a su carácter unidimensional, estático y que solo daban cuenta de su magnitud (cantidad y distribución) (Diprete, 2005).

Definiendo la noción de exclusión social: de la pobreza a la exclusión

Félix Tezanos (2001) hace un análisis sobre la pertinencia de distinguir conceptual y teóricamente la pobreza y la exclusión social, enfatizando las aportaciones del segundo concepto para la comprensión de las problemáticas sociales. Tezanos señala tres aspectos fundamentales: primero, el carácter unidimensional y económico de la pobreza que solo hace referencia a la carencia de recursos materiales cuantificables suficientes para atender las necesidades básicas, con base en un parámetro social el cual fija un mínimo vital necesario para poder vivir. En el caso del país, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), es el encargado de determinar el ingreso mínimo para vivir y la medición de la pobreza5.

Desde esta visión, la pobreza puede ser resultado de una exclusión económica, política, social y cultural. Por ejemplo, a través de discriminación sexual, racial o de género, en el mercado laboral se pueden generar carencias de opciones y alternativas, por lo que la privación va más allá de lo económico, trastocando aspectos relacionales y psicológicos. Segundo, la dimensión estructural del fenómeno de exclusión social y su inscripción dentro de una trayectoria histórica de las desigualdades sociales, se enmarcan en una relación directa en donde el gradiente de exclusión y desigualdad social se genera dependiendo de si se está dentro o fuera del sistema social o del ámbito en el que se ejercen las diversas actividades como ciudadano. Por último, mientras que la pobreza se caracteriza como un estado estático de carácter individual que guarda una jerarquía y genera desigualdades sociales, la exclusión se plantea como un proceso dinámico multidimensional que afecta a los colectivos y que puede llegar a fragmentar a las sociedades (Tezanos, 2001).

La dimensión estructural de la exclusión está adscrita dentro de la trayectoria histórica de las desigualdades sociales y, por lo tanto, se puede manifestar como un proceso y no de una situación estable, que afecta de forma cambiante a personas y colectivos y no a grupos predeterminados; en este sentido, los actores pugnan por la movilidad social y no por un cambio en las estructuras sociales (Tezanos, 2001; Grusky & Ku, 2008).

Pobreza y exclusión social están íntimamente ligadas, no se puede tener una sin la presencia de la otra en alguna medida. Lo que resulta preocupante más allá de los términos conceptuales y analíticos, es que existe evidencia empírica concluyente con relación al impacto de la pobreza, el hacinamiento, el desempleo y la desigual social (malos servicios, injusticia, falta de acceso a la educación, discriminación) que pueden llegar a incrementar las tasas de violencia, delincuencia y un decremento en la calidad de vida (Pérez, 2015, Mora, 2014; Acero, 2007; Buvinic, 2005).

Por su parte, Ziccardi (2008) considera que en la exclusión social existen procesos y prácticas sociales que generan “factores de riesgo social” que se comparten en determinados colectivos sociales; por ejemplo, se acentúa en aquellos sujetos o grupos con carencias personales (minusvalías, adicciones, jóvenes) y sociales (carencias de vínculo familiar, familias monoparentales, aislamiento) sumando a estos déficits otros de tipo cultural (baja instrucción o cualificación), laboral (desempleo de larga duración, temporalidad, subempleo) y económicos (ingresos insuficientes e irregulares; endeudamiento, infravivienda) (Raya, 2007; Tezanos, 2009). Por ende, para los individuos en grupos específicos, la exclusión social representa un proceso progresivo de marginación, dando lugar a la privación económica de las diversas formas de la vida social y cultural que los mantiene en desventaja, en comparación con otros sectores de la población. Sumando todos esos factores se generan altos grados de desintegración y la fragmentación de las relaciones sociales; por tanto, una pérdida de la cohesión social (Sanabria y Uribe, 2010; Chakravarty & D’Ambrosio, 2006).

Hacia el estudio y comprensión de la exclusión social

Como se revisó en párrafos previos, la pobreza puede ser resultado de una exclusión económica, política, social o cultural, pero también ésta puede ser producida por actitudes y conductas discriminatorias (Jiménez, 2008; Anderson, 1996). La discriminación puede llegar a provocar la incapacidad de obtener ingresos y un nivel de vida aceptables, generando una carencia de opciones y alternativas. Por tanto, el concepto de exclusión social resulta útil para analizar todas aquellas situaciones en que se padece una privación sistemática que va más allá de lo económico.

La génesis de la exclusión es el resultado de múltiples factores, entre los que deben destacarse: a) el desarrollo de políticas públicas paliativas que no combaten las causas de la exclusión, como la pobreza y marginación; b) el sistema de producción capitalista que tiende a dejar fuera a quienes no son rentables a sus intereses (Diprete, 2005); c) los valores sociales centrados en el individualismo y en el logro personal tienden a responsabilizar al sujeto excluido por su incapacidad de “rentabilizar” su fuerza de trabajo en el mercado y d) los cambios demográficos, particularmente el envejecimiento de la población y la emancipación de la mujer (Raya, 2007; Tezanos, 2001; Anderson, 1996). Además de una serie de consecuencias negativas en el plano cultural, relacional e individual.

La exclusión social, al igual que muchos otros conceptos utilizados en la cotidianeidad de las sociedades y colectivos, ha adoptado toda una serie de significaciones y configuraciones, que distintas disciplinas le han conferido. Sin embargo, a pesar de la vaguedad del término, los significados que éste adquiría han implicado una situación de acumulación de desventajas de un grupo social determinado cómo consecuencia de la estratificación social (Grusky & Ku, 2008; Jiménez, 2008).

De igual manera muchas de las conceptuaciones de exclusión aluden a un carácter individualista, ya que se hace pensar al fenómeno como una cuestión que compete al individuo y no a la sociedad; por ejemplo, debido a cuestiones de género o raza (etnia) integrantes de uno u otro sector encuentran distintos problemas en el mercado laboral y en la vida cotidiana tales como rechazo, discriminación y violencia (Fraser, 1997).

El desarrollo de los estudios de exclusión social en su carácter histórico ayuda a comprender cómo se está conceptuando el fenómeno; particularmente, cómo en un primer momento, se pretende describir y posteriormente, explicar. A continuación, se examinarán algunas definiciones teóricas y conceptuales, considerando sus implicaciones y finalmente se ofrece una reflexión sobre algunas propuestas teóricas que han abordado la problemática. 

El proceso de exclusión, desde la visión individualista, está definido por la relación del sujeto con el mercado laboral y con los vínculos sociales que se poseen. Así, dentro de la dinámica de exclusión social se puede esquematizar el itinerario de exclusión en tres zonas: a) zona de integración o cohesión; b) zona de vulnerabilidad o precariedad; c) zona de exclusión (Tezanos, 2001; ver Gráfico 1).

La zona de integración está formada por quienes tienen un empleo estable, pueden consumir los bienes sociales, están protegidos contra los riesgos de la existencia y participan de los valores culturales de su entorno social. El trabajo y la protección social derivada del mismo se convierten en los requisitos elementales para garantizar la permanencia del sujeto en la zona de integración. La pobreza en este nivel no provoca turbulencias sociales o graves consecuencias individuales y familiares.

La zona de vulnerabilidad se caracteriza por la inestabilidad relacionada con la precariedad laboral y con la fragilidad de las relaciones sociales. Lo característico de la sociedad actual no es la existencia de la vulnerabilidad, ya que históricamente han existido sectores de población dentro de esta condición social, sino su incremento y la progresiva “desestabilización de los estables”.

La zona de la exclusión se caracteriza por la ausencia del trabajo y por el aislamiento social; no obstante, la barrera que separa esta zona con la de precariedad es muy frágil. En esta zona se produce una acentuación de la marginalidad, de “desafiliación”, definida como ruptura de las relaciones con las redes de integración primaria implicando el riesgo para el individuo de reproducir su existencia y asegurar su protección (Castel, 1997). En ella se encuentran, por lo general, las personas desprovistas de recursos económicos, de soportes relacionales y de protección social.

Este enfoque proporciona una concepción procesual y multifuncional de la exclusión, así, bajo la virtud de este marco se permite la focalización de los procesos que pueden conducir a una persona a oscilar de una zona de vulnerabilidad hacia la integración o hacia la exclusión social. Cada zona del grafico representa una serie de ventajas o desventajas agregadas, las cuales el individuo va acumulando y que influyen en el grado de participación e integración en la vida social. Sin embargo, los múltiples factores que están en juego complejizan el fenómeno, dificultando el discernimiento de los mecanismos que hacen posible que una persona se integre o sea excluida.

Castells (2001) señala a la exclusión social como:

Proceso por el cual a ciertos individuos y grupos se les impide sistemáticamente el acceso a posiciones que les permitirían una subsistencia autónoma dentro de los niveles sociales determinados por las instituciones y valores en un contexto dado”. [Normalmente] “tal posición suele asociarse con la posibilidad de acceder a un trabajo remunerado relativamente regular al menos para un miembro de una unidad familiar estable. De hecho, la exclusión social es el proceso que descalifica a una persona como trabajador en el contexto del capitalismo”.

La exclusión social se produce cuando diferentes factores se combinan y atrapan a los individuos generando una espiral de desventajas. Así, los ingresos, el acceso a los servicios de salud, educación y vivienda son algunos de los factores que afectan el bienestar de las personas. Los aspectos causales de exclusión social tanto individual como colectiva están relacionados con la negación de, o restricción al acceso a fuentes de recursos para la integración social, incluidos los recursos no materiales (confianza, estima, identidad) (Bayram, Bilgel & Bilgel, 2012; Raya, 2010).

Al respecto, Castillo (2016) señala que en una sociedad desigual como la nuestra, se puede observar que existen diferencias muy marcadas en dos grandes grupos: los incluidos y los excluidos; los integrados y los marginados. Dentro de los primeros, están los grupos de individuos con acceso a todo tipo de centros de enseñanza, así como a actividades recreativas, viajes, ropa “de moda o de marca”, centros comerciales y nuevas tecnologías. Mientras que en los segundos, estarían los grupos que padecen la falta de espacios de todo tipo como los recreativos, culturales, laborales, educativos; por lo que se ven sumergidos en el desempleo o el subempleo, la deserción escolar, la pobreza y la discriminación. Esta segmentación brinda a cada grupo muy distintas posibilidades de desarrollo y acceso a oportunidades sociales, que pueden llegar a ser diametralmente opuestas. Por ejemplo, Yaschine (2014) señala que los jóvenes en México nacen y crecen en familias donde los medios son muy diferentes, con posibilidades de éxito y fracaso señalados e incluso determinados desde el nacimiento.

Una propuesta psicosocial de la exclusión

El vínculo individuo-sociedad es bidireccional, es decir, tanto la parte estructural como la subjetiva se retroalimentan produciendo y reproduciendo la desigualdad y la exclusión. Sin embargo, hasta el momento se ha apuntalando en los individuos o colectivos bajo cierto determinismo, en donde no se tiene opción de elegir si desean o no participar o integrarse a algún aspecto de la vida social. Es por ello que resulta importante considerar el carácter voluntario y no voluntario de la exclusión social.

Tezanos (1998) hace una propuesta configurando a los individuos de manera pasiva, por lo que, en su tipología de la diferencia, si bien alude a la distinción entre una perspectiva individualista y colectiva, sugiere un carácter normativo en donde los individuos necesariamente tienen que integrarse a la vida social, sin oportunidad de generar sus propias alternativas. En este mismo punto, se hace alusión también al carácter “integrado” versus “disidente” (Reguillo, 2003), el cual se enfatiza como no restrictivo, e incluso se da pie a la generación de otras opciones de estilo de vida sin una acepción negativa.

Tabla 1. Tipos de exclusión social (Tezanos, 1998).

Dimensiones

Individual

Colectiva

Voluntaria

Aislamiento/Desviación

Diferenciación/Resistencia

Padecida

Marginación/Descalificación

Discriminación/Segregación

Así, considerando procesos psicosociales, no todo tipo de diferenciación social o categorización social es el resultado de prácticas de exclusión social coercitivas, sino que cabe la posibilidad de que algunos individuos de manera voluntaria se excluyan de actividades sociales que consideren incompatibles con sus creencias, valores, expectativas y propósitos, por un lado. Mientras que, por el otro, los aspectos económicos, políticos y sociales, también se conjugan para dar elementos materiales y simbólicos para que cualquier persona o grupo sean agentes de su propia categorización social, y configuren su propia identidad y realidad social.

La exclusión social es un proceso que se articula y reproduce con la retroalimentación de aspectos tanto estructurales como de prácticas, sentidos y significaciones de los individuos o grupos. Tajfel (1984) señala que los individuos tienen ideas de sí mismos en relación con el mundo físico o social que les rodea, por lo que algunos aspectos de esta idea son aportados por la pertenencia a ciertos grupos o categorías sociales. El autor define a la categorización social como “un proceso de unificación de objetos y acontecimientos sociales en grupos que resultan equivalentes con respecto a las acciones, intenciones y sistemas de creencias del individuo” (p. 291). En este sentido, para tener un registro de experiencia en algunas de las dimensiones de la exclusión y posicionarse dentro de una jerarquía social, es necesario que el individuo reconozca en un primer momento el espacio, y sobre todo a qué grupo pertenece (Dubet, 2006).

La interacción entre diferencias de valor de origen social y mecánica cognoscitiva de la categorización son importantes para la división social entre nosotros (endogrupo) y los demás con quien se tiene contacto (exogrupo); es decir, en todas las categorizaciones en las que se hacen distinciones entre el propio grupo y aquellos con las que aquél compara o contrasta, simultáneamente, implica su posicionamiento con respecto de otras agrupaciones. En este proceso, se asignan también una serie de significaciones valorativas y emocionales asociadas a la pertenencia, lo cual se vincula con el autoconcepto del individuo, parte que constituye su identidad social (Tajfel, 1984).

La importancia subjetiva de la pertenecía del individuo a un grupo estriba en que estos tienen efectos sobre sus acciones, intenciones y sistema de creencias (Tajfel, 1984). Con tales premisas y profundizando en la visión de Tezanos, que considera a la exclusión social como padecida, aquí se alude a un carácter más proactivo, en el cual el individuo tiene un procesamiento de categorización social y él mismo elige (o no) los registros de desigualdad y exclusión social. La categorización social ayuda a orientar, crear y definir el puesto del individuo en la sociedad. Al tener dicho reconocimiento de la identidad en términos sociales, se pueden seguir varias consecuencias por parte del individuo, siguiendo de nuevo a Tajfel (ídem., p. 295), el individuo de acuerdo con su identidad y el proceso de categorización y comparación social tenderá a:

  1. Permanecer a un grupo si éste contribuye a estos positivos de su identidad social.
  2. Si el grupo no satisface los requerimientos de una identidad positiva, el individuo tenderá a abandonarlo a no ser que 1) sea imposible el abandono por razones objetivas o 2) entre en conflicto con valores que en sí mismo son una parte importante de su autoimagen aceptable.
  3. Si el abandono del grupo presenta dificultades, se podrían dar dos soluciones: 1) cambiar la interpretación o justificar los atributos del grupo (estatus bajo) o 2) aceptar la situación y comprometerse en una acción social que cambiará la situación en un sentido deseado. En este aspecto, puede ser a través de la movilidad social (individualista) o intentando modificar las instituciones con un cambio social (colectivo).
  4. Ningún grupo vive aislado: todos los grupos en la sociedad se relacionan e interactúan con otros grupos. Por ello, los aspectos positivos de la identidad social y la reinterpretación de los atributos y el comprometerse en la acción social solo adquieren significado con relación a, o en comparación con, otros grupos.

Las evaluaciones que hace el individuo pueden tener como criterio la objetividad, derivadas de un consenso social, pero también tendrán gran validez cuando hace esta evaluación con medios objetivos no sociales; por tanto, la realidad social puede ser tan objetiva como lo es la realidad no social. Por consiguiente, la identidad social de un individuo junto con la significación y la valoración que él hace de dichas pertenencias está definida por medio de la categorización social que segmente el medioambiente social de un individuo en su propio grupo o grupos.

En síntesis, los individuos insertos en algún grupo social se ven influidos por su contexto y ambiente inmediatos, como la familia, grupo de pares y la sociedad. Sin embargo, también se presentan procesos individuales que, en conjunción con los psicosociales, conforman no solo su identidad, sino también su percepción sobre el mundo, su sistema de creencias e incluso qué prácticas sociales le están permitidas y bajo qué condiciones. Por lo que, ya sea con un carácter estructural (objetivo) o individual (subjetivo), los mecanismos de estratificación social y de exclusión a través de cierres o de manera voluntaria, están influyendo de manera negativa en la participación social activa. En algunos casos, generan fragmentación social, violencia, omisión o negación de derechos humanos, entre otros, dentro de un esquema social estratificado en donde las desigualdades sociales crecen y se generan espacios de exclusión.

Referencias

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Notas

1. Correo electrónico: ma.tellezrojas@gmail.com

2. Correo electrónico: isaacmp@msn.com

3. Correo electrónico: arianna_alvarez@outlook.es

AGRADECIMIENTO: Este trabajo contó con el apoyo de CONACyT, como un producto del proyecto “Desigualdad y exclusión social: factores relacionados con la violencia y la delincuencia en jóvenes del Distrito Federal, Estado de México y Morelos”, con el número 240230 a cargo del Dr. Sergio Zermeño y García Granados Investigador titular del IIS-UNAM y coordinador del programa “México: las regiones sociales en el siglo XXI (Pro-regiones).

4. Los excluidos: un francés de cada diez.

5. Para 2018 el salario mínimo de la Ciudad de México es de 83.36 Pesos. Para consulta de salarios mínimos, se encuentra está disponible en: https://salariominimo2018mexico.com/